Por JAVIER ARISTU
Nota introductoria al artículo Acerca del partido reformista. Salir del transformismo de Bruno Trentin que publicamos en este mismo número.
De Bruno Trentin [1926-2007], y sobre él, ya hemos publicado en Pasos a la Izquierda más de uno y más de dos artículos relativos a cuestiones de la vida social y del trabajo en los finales del siglo XX1. El que fuera histórico dirigente sindical y político italiano es autor querido en esta revista. A nuestro entender, Trentin representa un modelo de activista socio-político y unas maneras de pensar la política que, lamentablemente, están hoy en decadencia; no sabemos todavía si en extinción. Sin embargo, sus análisis y sus puntos de vista sobre el mundo del trabajo y la relación entre sociedad y política en la era postindustrial ya forman parte de un patrimonio de ideas necesarias para toda Europa. Aunque la actualidad europea de este 2019 sea bastante diferente a la de los últimos años de la vida de Trentin (las décadas noventa del siglo XX y primera del siglo XXI) muchas de aquellas reflexiones que puso por escrito durante su etapa como secretario general de la CGIL y, posteriormente, como exponente político y eurodiputado siguen siendo válidas en sus grandes líneas. La prueba la aporta el texto que presentamos a nuestros lectores en esta ocasión.
El texto está escrito y publicado en 2003, cuando todavía era miembro del Parlamento europeo por la lista de los Demócratas de Izquierda (DS) –aquella formación derivada del antiguo PCI y que luego será el germen del actual PD– y surge del debate que tienen los DS en torno a qué hacer ante la existencia del polo formado en torno a Berlusconi y que estaba gobernando Italia en ese momento. De aquel debate que tuvo en la Conferencia programática de Milán de 2003 un momento importante –y al que se refiere Trentin en su artículo– surgirá la amplísima coalición del centro-izquierda, con el Olivo como eje central de la misma, que llevará en 2006 al segundo gobierno Prodi, gobierno que solo durará dos años y que, tras la derrota, dará paso de nuevo al cuarto gobierno de Berlusconi (2008-2011), cuarto y último de este tiburón de la política italiana. Pero vayamos por partes para situar este texto de Trentin en sus coordenadas históricas y en su contexto político-ideológico.
Desde la caída del muro de Berlín en 1989 y hasta el momento presente la historia de la izquierda italiana ha sido un tejer y destejer continuo de sus hilos culturales hasta no saber qué tipo de red o de tejido es con el que nos encontramos en estos momentos. Por otra parte, nada extraño en la geografía europea: todos los países clásicos del occidente han pasado por fenómenos similares de desmenuzamiento, fraccionamiento, recomposiciones y reconstrucciones de su izquierda. Pocos partidos del área de la izquierda que respiraban en 1989 siguen existiendo hoy; entre las notables excepciones el PSOE, el SPD alemán o el Laborismo británico. Pero, en general, en toda Europa hemos asistido a una recomposición muy importante de siglas y de formaciones partidarias que se reclaman de la izquierda. Con proyectos, programas y alternativas –y esto es lo importante– contradictorias entre sí en no pocos casos.
La izquierda italiana, quizás por la potencia de aquel PCI que fue guía de muchos, ha marcado un camino primordial. Pero esa importancia la ha tenido por su capacidad de destrucción y de carencia de cohesión. La izquierda italiana es hoy un auténtico gallinero. El camino lo inició Occhetto en 1989, aunque las señales vendrían ya de antes, de la época del intachable Berlinguer. Ese camino lo señaliza en buena medida la ruptura con el pasado leninista y con la Revolución de Octubre y la apertura hacia una vía reformadora, reformista o simplemente en la línea de la socialdemocracia europea clásica. Quien haya conocido o seguido en aquellos años setenta y ochenta aquel PCI de Berlinguer sabe perfectamente que ya era un partido reformador o reformista con todas las de la ley. Nunca jugó a las rupturas constitucionales ni a los vuelcos violentos ni a conquistar los cielos. Fue un partido de masas (más de millón y medio de afiliados), del pueblo de izquierda italiano, de cientos de miles de trabajadores del norte y del sur que no querían aventuras revolucionarias pero que apostaban por reformar un país como Italia, nación donde la corrupción y el transformismo eran las señas de identidad de la derecha política. Y de una parte de la izquierda, también.
Aquella incapacidad para echar a la Democracia cristiana del poder, que llegó a ser obsesión hasta que se convirtió en compromiso histórico con la misma, aquella insuficiencia histórica y política del PCI por desalojar del poder al partido católico, se intenta resolver en 1989, aprovechando que Gorbachov trata de reformar el viejo aparato soviético, cambiando el nombre, la bandera y el símbolo del partido fundado en 1921. Pero, sin embargo, caerá el muro de Berlín y con él, se le caerá todo el sistema encima al PCI. El nombre y la cosa, sustancia o forma diría un aristotélico: por ahí discurrieron los debates de aquel tránsito entre 1989 y 1990. Una de las claves de los análisis que Trentin hará después se centran precisamente en esta obsesión por el cambio de nombre dejando apenas sin modificar el núcleo sustantivo de la política, la matriz de una cultura autoritaria y estatalista del comunismo de origen bolchevique. Leninismo en el contenido, reformismo en el nombre. Los Occhetto y los D’Alema trataron de trasplantar las raíces del viejo partido de Togliatti para convertirlo en una formación homologable a la socialdemocracia europea. El proyecto partía del pánico escénico a pensar que si no se cambiaba el nombre se podía hasta desaparecer como formación política. La historia de estos últimos treinta años nos ha enseñado que seguramente lo de menos fue el nombre, lo más decisivo fue la propia continuidad de una formación procedente de la génesis bolchevique, de aquel constructo estratégico y táctico que fue el leninismo ruso y que se había trasplantado, de forma muy poco imaginativa, al resto de países europeos.¿Habían tenido razón los jóvenes turineses de L’Ordine Nuovo (aquellos Gramsci y Togliatti comandados entonces por un tal Bordiga, no se olvide) rompiendo el histórico socialismo italiano y formando la fracción comunista? Iconoclastia. Trentin no llega a afirmarlo…pero se acerca bastante. De cualquier modo ese debate queda ya para historiadores. Y aquí hablamos de Trentin como analista político.
Y ya sabemos lo que ocurrió a partir de entonces en la Italia de los años noventa y primera década del siglo XXI: el edificio de la Democracia cristiana saltó por los aires, el Partido socialista de Craxi se esfumó, Berlusconi agrupó a la derecha más conservadora y salvaje italiana y reemplazó a la DC en el poder, y la izquierda proveniente del comunismo trató de configurar un centro-izquierda amplio y razonable que compitiera con el caimán. Todo en un contexto, además, de asesinatos de personalidades del Estado por la Mafia, corrupción a troche y moche, desarticulación de las coordenadas culturales de aquella Italia del éxito y la atracción imaginaria que a todos nos embelesaba, surgimiento de especímenes apolíticos como la Liga (no lo olvidemos, comenzó como Liga Norte, la de los ricos) que luego llegarán a ser formaciones con tics parafascistas. Una Italia que cambiaba completamente su sistema político y de partidos en medio de un panorama social depresivo. Un panorama que no hacía sino mostrar las entrañas de un modelo industrial en crisis y un sistema económico en plena transformación. Una anécdota: en un viaje con alumnos a Italia, concretamente a Sicilia, en 2004 conocí en un restaurante a unas maduras personas que, deduje entonces tras conversación con ellos, se alineaban en lo que podríamos llamar un “marco ideológico de izquierdas”, gente sensata, razonable…pero desencantadas de la Italia de esos años. Questa Italia non va, me decían. Su admiración se volcaba entonces por España. Me decían que los españoles éramos una nación que habíamos superado los estándares de desarrollo, que teníamos un proyecto, que éramos una sociedad rejuvenecida y moderna. Italia è una vergogna! Era 2004; ahora en 2019 ¿ España va?
De aquel proceso de cambio hacia un centro-izquierda amplio se llega veinticinco años después a la realidad de un Partido Democrático (PD) cuyo máximo dirigente llegó a ser un tal Matteo Renzi, joven hecho políticamente en las ubres del Partido Popular, partido católico heredero de la DC. La parábola ha sido realmente espectacular. Hoy, derrotado Renzi y el PD, ha tomado posesión una coalición de gobierno difícil de calificar pero donde el populismo y el nacionalismo antieuropeísta dominan la línea. La combinación Cinco Estrellas y Liga ha roto todos los esquemas a los que estábamos acostumbrados. Lo escribió recientemente Steven Forti: «Los daños que está haciendo el dúo Salvini-Di Maio son enormes. A nivel de políticas prácticas, de momento, no han podido cambiar aún al país, pero las consecuencias las vemos en cómo está cambiando la sociedad […] El resurgimiento del nacionalismo es un hecho, así como la voluntad de arrasar con cualquier consenso que se había creado en el pasado y que se había conseguido salvaguardar también durante las dos décadas de Berlusconi».
Sometido el PD y los otros partidos progresistas a decenas de discusiones y conflictos internos, la izquierda en Italia anda en camino de reencontrarse. Dónde y cuándo es otro asunto.
En esas coordenadas de desmenuzamiento de la Italia forjada entre la DC y el PCI –la Italia sometida a una nueva revolución pasiva nos dice Trentin– se mueve su texto que publicamos en este número. Dos aspectos del mismo nos pueden interesar en estos momentos de recomposición del mapa político español y de reconstrucción de un proyecto de izquierda.
El primero es la crítica feroz, terrible, que hace Trentin sobre la obsesión por la gobernabilidad, esa ofuscación que ve la política solo en clave de escaños parlamentarios o de composiciones de Gobierno de coalición. Una manía de creer que “solo desde el gobierno” se cambian las cosas. Es obvio que disponer de mayorías parlamentarias y de capacidad de gobernar es cuestión sine que non para poder ejecutar políticas para la gente; el problema es creer que solo se cambian las cosas desde ahí sin poner a discusión, previamente, de forma transparente, un programa de gobierno, un proyecto de transformaciones y reformas que se debería consensuar con las representaciones políticas y con los agentes sociales a fin de dotarlo del mayor apoyo ciudadano. Dicho con las propias palabras de Trentin: disponer de «un proyecto de sociedad, antes incluso que un programa de gobierno, como razón de ser, ética y política, de un nuevo sujeto reformador y como razón del estar juntos». En resumen, Trentin formula una profunda crítica a ese concepto denominado la autonomía de lo político (o del político), que convierte a esta actividad en algo separado de los intereses del ciudadano de carne y hueso.
La otra gran conceptualización de Trentin, muy trabajada por él en diversos textos, trata del proceso de transformación de la sociedad, ese gran debate de los últimos doscientos años. El sindicalista y político italiano lleva la iconoclastia de los viejos dogmas al punto más elevado. La izquierda europea adolece de un vicio autoritario, jacobino o estatalista —llamémosle como queramos— que le impide entender que las transformaciones son para aquí y ahora, que no podemos excusarnos en un día futuro donde esa izquierda tendrá el poder, o el gobierno o la capacidad de hacer leyes, para aplazar nuestros compromisos reformadores. Trentin llamó a todo este afán por ser agentes de transformación aquí y ahora la utopía cotidiana2. Su visión del proyecto democrático y socialista no se basaba ya en aquel catecismo que hablaba de las etapas intermedias (el socialismo) hacia la etapa final (el comunismo), esa teleología que tantas desgracias ha acarreado a la izquierda; al contrario, veía que esas reformas «deben ser vistas en su radicalidad, precisamente en razón de la posibilidad de entrever inmediatamente todas sus implicaciones, incluso las lejanas, sobre la vida cotidiana de los ciudadanos».
La sociedad nunca puede delegar en la política, en los políticos, todo su protagonismo y todos sus propios activos de transformación. Trentin, en buena medida, recupera una vieja música que procedente del socialismo de tipo libertario, de base, y siguiendo con la experiencia asociativa de la Comuna parisina trata de reconstruir un sujeto político más allá de la denominada clase política. Creo que solo por esto Trentin es uno de los nuestros.
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Javier Aristu. Ha sido profesor de Lengua y Literatura Española. Coordina el blog de opinión En Campo Abierto y es coeditor de Pasos a la izquierda.
1.- Entre otros: Por una relectura actual de Gramsci, El congreso que dijo adiós al PCI. Discurso de Bruno Trentin en el congreso de 1991. Además, otros autores han tratado en la revista sobre su figura y pensamiento: Leyendo los diarios de Bruno Trentin, por Umberto Romagnoli, En la estela de Bruno Trentin, por Riccardo Terzi y José Luis López Bulla, Trentin y el sindicato. Una lección en el desierto de hoy, por Bruno Ugolini. [^]
2.- Véase su antología en castellano La utopía cotidiana. Diarios 1988-1004, El Viejo Topo, 2018. [^]