Por Branko Marcetic
Los legisladores estadounidenses dicen que el movimiento de la alianza hacia Asia es «inevitable». En realidad, es una idea completamente evitable y completamente mala.
Hace poco más de un siglo, las crecientes tensiones interimperialistas, unidas a un complicado conjunto de alianzas similares a un tablón de anuncios, arrastraron a Europa a la guerra más desastrosa e inútil que el mundo había visto hasta entonces, la Primera Guerra Mundial. En la actualidad, se avecina una versión «adulterada» de ese escenario, a medida que las relaciones entre Estados Unidos y China se deterioran y la alianza de la OTAN empieza a meter los pies en Asia, a casi seis mil millas de distancia de su cuartel general en Bruselas.
No se trata de una exageración. Cuando se les preguntó recientemente en una aparición conjunta en el programa Meet the Press si la expansión de la OTAN en Asia era «inevitable», la senadora Tammy Duckworth ( demócrata de Illinois) y el senador Dan Sullivan (republicano de Alaska) respondieron que sí.
«Oh, creo que lo es», dijo Sullivan.
«Estoy de acuerdo con mi amigo», dijo Duckworth.
Tenían buenas razones para decirlo. El comunicado oficial de la Cumbre de la OTAN celebrada este año en Vilna mencionó a China más de una docena de veces, un paso adelante respecto a la declaración de la Cumbre de Madrid del año pasado, que sólo la mencionó una vez. El comunicado de la Cumbre de Bruselas del año anterior, considerado bastante belicista en su momento, advertía de que las políticas de Pekín «pueden plantear desafíos», pero abogaba por un diálogo y un compromiso constructivos. Mientras que en el Concepto Estratégico de la Alianza de 2010 sólo se hablaba de Rusia, en su versión de 2022 se mencionaba a China nueve veces. Diversos actores del establishment, desde el influyente lunático John Bolton y la Brookings Institution hasta antiguos funcionarios de la política exterior estadounidense, se encuentran entre los que han escrito favorablemente sobre la idea.
«Stoltenberg ha dicho que «la seguridad ya no es regional, la seguridad es global», y considera que «esta idea de que podemos decir que China no importa para la OTAN es errónea».»
Pero no son sólo palabras. Tres años después de que la Alianza invitara por primera vez a sus «socios del Indo-Pacífico» -Australia, Nueva Zelanda, Japón y Corea del Sur, junto a Finlandia y Suecia, ahora recién incorporados a la OTAN- a participar en una reunión de ministros de asuntos exteriores para debatir el ascenso de China, los cuatro países han asistido este año por segunda vez consecutiva a una cumbre de la OTAN. Los cuatro habían firmado previamente sus propios acuerdos individuales de Asociación y Programa de Cooperación con la OTAN, y con estas invitaciones pretenden integrarse aún más en la Alianza, aunque permanezcan fuera de ella. Mientras tanto, los Estados miembros llevan meses hablando de la apertura de una oficina de enlace de la OTAN en Tokio, bloqueada por el momento debido a las objeciones francesas, aunque es seguro que volverá a figurar en la agenda más adelante.
«Lo que ocurra en la región euroatlántica es importante para la región indopacífica, y lo que ocurra en la región indopacífica es importante para la región euroatlántica», declaró en Vilna el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg. Stoltenberg ha dicho que «la seguridad ya no es regional, la seguridad es global», y considera que «esta idea de que podemos decir que China no importa para la OTAN es errónea».
Para ello, la OTAN «busca nuevas relaciones con países de América Latina, África y Asia», explicó, ya que «a medida que los regímenes autocráticos se acercan unos a otros, los que creemos en la libertad y la democracia debemos permanecer unidos».
Parece que la OTAN no sólo tendrá que dejar huella en Asia, sino también en otros continentes muy, muy alejados del territorio europeo en el que se asientan todos sus Estados miembros. Concebida en un principio como la línea de defensa de Europa Occidental en el caso de que el ejército soviético se abriera paso a través del continente, la misión de la alianza parece haber evolucionado hasta convertirse en la lucha por la democracia en todo el mundo contra la amenaza de la autocracia. (Bueno, algunas autocracias, al menos).
Un viejo dilema
El peligro de la incursión de la OTAN en Asia no es que vaya a incorporar a ninguno de estos países como miembros. Los estatutos de la OTAN establecen explícitamente que los nuevos miembros sólo pueden proceder de Europa, y que sólo los ataques en Europa y Norteamérica (así como algunas de las colonias de ultramar de sus miembros) pueden acogerse a su cláusula de defensa colectiva.
Pero los trágicos sucesos de Ucrania muestran cómo, incluso sin convertirse en miembro oficial, la creciente cercanía -y, lo que es más importante, la interoperabilidad militar- de un Estado con la alianza puede agriar las relaciones y provocar que gobiernos rivales y nacionalistas cometan imprudencias terribles en un momento de crecientes tensiones, como parte de un clásico dilema de seguridad.
Según la propia senadora Duckworth, las cuasi-alianzas no pertenecientes a la OTAN en Asia-Pacífico, como la Cuádruple Alianza que Estados Unidos ha estado construyendo, forman parte integrante del avance de la Alianza en la región. Al explicar por qué pensaba que la expansión de la OTAN hacia Asia era «inevitable», declaró a Chuck Todd de la NBC que «ya ha empezado a hacerlo con nuestro exitoso acuerdo AUKUS entre el Reino Unido, Australia y Estados Unidos».
«Lo que hace falta es un poco de empatía estratégica: la capacidad de ponernos en la piel de otros países e intentar comprender cómo se ven nuestras acciones desde sus ojos«
Independientemente de cómo vean sus propias acciones quienes promueven la expansión, las potencias rivales de la región -a saber, China, Corea del Norte y Rusia- han dejado claro su descontento con la idea, y Pekín ha amenazado con una «respuesta decidida» si la OTAN se traslada a la vecindad. Las tres están aumentando su propia cooperación militar y política, en parte como respuesta a Washington, que está reforzando sus propias alianzas.
Lo que hace falta es un poco de empatía estratégica: la capacidad de ponernos en la piel de otros países e intentar comprender cómo se ven nuestras acciones desde sus ojos. Existen razones racionales por las que China podría observar la creciente presencia militar estadounidense cerca de sus costas como una amenaza.
El gobierno de EEUU es el Estado más agresivo del mundo, responsable de más de quinientas intervenciones militares en el extranjero desde su fundación, de las cuales más de un tercio tuvieron lugar después de 1999 -es decir, mucho después de que terminara la Guerra Fría- y sólo seis de sus guerras posteriores al 11-S causaron 4,5 millones de muertos. La propia OTAN ha servido en múltiples ocasiones como punta de lanza de guerras y operaciones de cambio de régimen dirigidas por Estados Unidos, como en los casos de Afganistán y Libia.
Tampoco son sólo los adversarios de EEUU los que están alarmados por esta posible expansión de la OTAN. Aunque la prensa enmarca la existencia de los cuatro socios indo-pacíficos de la alianza como una prueba de que la región está «abrazando» a la OTAN, las encuestas muestran una gran ambivalencia en los países asiáticos hacia las alianzas lideradas por EEUU en la región si se entienden como instrumentos anti-China.
De hecho, tanto entre los dirigentes como entre los ciudadanos asiáticos de a pie, la mayor preocupación consiste en verse atrapados en medio de un conflicto entre EEUU y China, un conflicto que la población local entiende que las acciones de EEUU contribuyen a avivar.
Una vieja idea para un nuevo conflicto
Durante muchos años, la idea de que la OTAN se expandiera cada vez más hacia el este de Europa fue objeto de controversia. De repente, la alianza está presionando para dar el salto a un continente completamente distinto, y apenas hay debate. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
La expansión de la OTAN hacia Asia no es una idea nueva. Fue en junio de 1990, meses después de la caída del Muro de Berlín, cuando Japón, con la entusiasta aprobación de Estados Unidos, se sentó por primera vez con los responsables de la Alianza para estudiar la forma de ampliar su cooperación en materia de seguridad. Haciéndose eco de su posterior oposición a una oficina de la OTAN en Tokio, Francia boicoteó la reunión, quejándose de que violaba los estatutos de la Alianza.
«Durante muchos años, la idea de que la OTAN se expandiera cada vez más hacia el este de Europa fue objeto de controversia. De repente, la alianza está presionando para dar el salto a un continente completamente distinto, y apenas hay debate. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?»
En 2007, el coronel retirado Joseph Núñez, que entonces servía como civil en Irak, pidió no tanto la expansión de la OTAN como su multiplicación, concretamente «un mínimo de seis» clones de la OTAN para África, Asia-Pacífico, Asia Meridional, Oriente Medio y América del Norte y del Sur cada uno. «Aunque los Estados puedan tener preocupaciones legítimas sobre cosas como la soberanía, la alternativa a la cooperación constructiva es el incendio incontrolado de la anarquía», escribió.
La falta de rumbo de la alianza al final de su historia impulsó este pensamiento, hasta la concepción que Stoltenberg tiene hoy de la OTAN como un arsenal mundial de democracia. Sin una razón de peso para existir tras el final de la Guerra Fría y la disolución de la Unión Soviética, la alianza buscó una nueva enseña, empezando más cerca de casa con su intervención en Kosovo, antes de adentrarse en Oriente Medio y el Norte de África como parte de la «guerra contra el terror» de George W. Bush.
También lo hizo el lucrativo comercio de armas. El papel de los fabricantes de armas en el impulso de la expansión original de la OTAN hacia el Este fue clave, pero el posible movimiento de la alianza hacia un nuevo continente puede resultar hoy igual de rentable para el sector, ya que Asia y Oceanía son ahora la mayor región importadora de armas, esta última en gran parte debido a la concentración militar en Australia, siendo Estados Unidos el mayor proveedor de la región. Al celebrar que las ventas de armas estadounidenses se habían disparado casi un 50% en 2022, hasta los 52.000 millones de dólares, un funcionario del Pentágono señaló que «los aliados están observando a China y las situaciones con China en Asia, y considerando que necesitan aumentar sus capacidades».
Es una cuestión abierta preguntarse si el movimiento de la OTAN hacia Asia es, incluso, sostenible. A pesar de la inyección de moral que la invasión rusa de Ucrania ha supuesto para la alianza, los Estados miembros siguen retrasados en el cumplimiento de sus compromisos de gasto militar sólo en aras de la defensa de Europa. Esa misma guerra, mientras tanto, ha provocado innumerables quejas sobre la escasez de armas entre los aliados un año después, e incluso funcionarios estadounidenses temen que la lucha contra Rusia haya vaciado tanto sus arsenales de armas, que podría poner en peligro cualquier intento futuro de ayudar a Taiwán contra una invasión china. Esto debería arrojar serias dudas sobre la capacidad de la alianza para operar de algún modo en dos continentes separados contra dos poderosos ejércitos, al menos sin una acumulación masiva de armas derrochadoras y contaminantes.
Hay otros costes. Una guerra con China, incluso por delegación, sería increíblemente destructiva desde el punto de vista económico en todo el mundo, incluso para los trabajadores estadounidenses que, a pesar de todas las invectivas oficiales, dependen de China como socio comercial importante y creciente. Desde el punto de vista militar, una guerra entre Estados Unidos y China sería devastadora para ambos países, e incluso un reciente juego de guerra que daba como ganador a Estados Unidos pronosticó pérdidas masivas en el bando estadounidense, y advertía de una «victoria pírrica» en la que acabaría «sufriendo más a largo plazo que los ‘derrotados’ chinos».
«El mejor curso de acción es actuar ahora para evitar este escenario antes de que ocurra; algo que implica no solo el diálogo, sino la voluntad de Washington y sus aliados de aceptar algunos límites a su huella militar»
El mejor curso de acción es actuar ahora para evitar este escenario antes de que ocurra; algo que implica no solo el diálogo, sino la voluntad de Washington y sus aliados de aceptar algunos límites a su huella militar. Por desgracia, el debate de la era Donald Trump en torno a la OTAN y la política exterior estadounidense, unido a un giro MacCartista en el discurso político que se ha disparado desde la invasión de Ucrania, ha hecho que las críticas a la OTAN sean prácticamente tabú en Estados Unidos y Europa. Y así, habiendo fracasado en comprender que el papel de la expansión militar de Estados Unidos puede contribuir a dirigirnos hacia una guerra desastrosa, parece que estemos dispuestos a repetir el mismo error en otros lugares.
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Branko Marcetic es colaborador de Jacobin y autor de Yesterday’s Man: The Case Against Joe Biden. Artículo publicado en Jacobin (29 de julio 2023). Traducción Pere Jódar. https://jacobin.com/2023/07/nato-asia-expansion-us-military-china-conflict
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