Por JAVIER ARISTU
«Mi gloria se vuelve en llanto
y no, y no me puedo valer
aquél que yo quise tanto
me tie, me tiene que aborrecer»
Sangre de mis venas,
copla de Quintero, León y López-Quiroga
Tras el 2D
Los resultados de las elecciones andaluzas del pasado 2 de diciembre abren muy amplios escenarios de análisis en clave andaluza y también en una perspectiva de política española. Dichos resultados, sin embargo, han sido interpretados hasta el momento de muy diversas maneras. Son dos especialmente las que, por su antagonismo y su polarización analítica, llaman la atención. Por una parte, desde el campo de Susana Díaz y de una parte del PSOE de Andalucía –no todos piensan así– la lectura es unilateral: “somos el partido que ha ganado las elecciones”, por tanto, poco habría que objetar a la gestión política desarrollada hasta el 2D, “hemos ganado y punto”. “Nos han quitado el gobierno pero no por nuestros errores”. Por la otra parte la lectura es muy diferente, incluso contradictoria con la anterior.
Se puede resumir así: “a pesar de ser el PSOE el partido primero en votos, la conclusión política del conjunto y del contexto posterior al 2D es la de una decisiva derrota del socialismo andaluz y de la izquierda andaluza en su conjunto”. En esta lectura me sitúo yo mismo. En política no valen siempre la aritmética o los números como soporte del éxito político; las correlaciones de fuerzas marcan el proceso de ganancia o pérdida de una fuerza política. Y la evolución de los bloques ha sido bastante clara ya que los partidos de la derecha han logrado vencer en votos y en escaños a los partidos de izquierda. Y esto no había ocurrido nunca desde las primeras elecciones de junio de 1977 [Gráfico 1].
Voy a tratar de apuntar en estas líneas algunas razones o explicaciones de lo que puede haber tras esa aritmética electoral del 2D. Para captar los principales movimientos que se han producido en el mapa electoral –mapa social y mapa geográfico– se puede consultar una buena serie de análisis que se han venido publicando en medios y cuyos autores son reconocidos especialistas de estas cuestiones por lo que ahorro al lector el trabajo de leer aquí un estudio de los datos electorales. Como una buena síntesis sugiero la lectura del excelente estudio posteleectoral que ha realizado Fernando Fernández-Llebrez en Pensamiento Crítico; ahí se proponen buenas razones y se estudia pormenorizadamente la geografía demoscópica. Modestamente, yo traté de hacer un análisis de urgencia en mis notas de los pasados 18 a 21 de diciembre en el blog En Campo Abierto.
Una de las conclusiones más significativas, está por ver si definitivas o provisionales, es la de que los partidos que ganan votos y amplían sus zonas de influencia son los que acaban de llegar, los recién llegados al “sistema”. Hablo por un lado de Ciudadanos, partido que era la segunda vez que se presentaba a las elecciones andaluzas. En 2015 obtuvo 368.000 votos y ahora en 2018 llegó a los 660.000 lo que supone aumentar el doble llegando a rozar al clásico partido de la derecha andaluza. Por el otro lado está el fenómeno de estas elecciones, la entrada de Vox en el Parlamento con 12 diputados votados por 400.000 andaluces cuando tres años antes solo lo habían hecho 18.000. Son partidos sin políticos “profesionales” en sus filas (la excepción sería el líder de Ciudadanoss Juan Marín, político que lleva tras sí una experiencia pública de más de treinta años, habiendo pasado ya por cuatro formaciones políticas diferentes), con un profundo desconocimiento de lo que es la administración autonómica y un discurso dirigido claramente contra la corrupción y el manoseo de los partidos del sistema en vigor.
Una de las conclusiones más significativas, está por ver si definitivas o provisionales, es la de que los partidos que ganan votos y amplían sus zonas de influencia son los que acaban de llegar, los recién llegados al “sistema”
La otra cara de la moneda, obviamente, es la caída de los partidos de ese “sistema”, los que en los últimos treinta años –salvando a Podemos– han sido la savia parlamentaria del modelo político andaluz. El PP obtuvo solo 750.000 votos, perdiendo en esta convocatoria la friolera de 314.000 votos, y llegando solo a un escuálido 20 por ciento que sin embargo le ha permitido presidir el Gobierno autonómico. Pero las cifras más llamativas tienen que ver con la caída de las dos formaciones de la izquierda andaluza, PSOE y Adelante Andalucía, la plataforma coaligada de Podemos e IU más el añadido de otras dos irrelevantes siglas andalucistas. Entra ambas candidaturas se han perdido hacia la abstención unos 670.000 votos lo que supone el 30 por ciento de su electorado histórico. Desde cualquier punto de vista es un dato extraordinariamente inquietante. Indica un alejamiento del elector respecto de la acción política y, por otra parte, significa un alejamiento entre la izquierda y una masa importante de su base electoral. Desglosados, el PSOE pierde un 28 por ciento de su voto pero AA pierde un 33 por ciento. La derrota es indudable. Ninguna de estas formaciones competidoras en el terreno de la izquierda puede sentirse contenta de esos resultados.
¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿Por qué se han producido este vaciamiento del voto de izquierda y, por el otro lado, un reforzamiento del voto de la derecha? Primero hay que decir que, salvo en el caso de Vox, el proceso venía dejándose ver desde al menos 2012 ya que tanto PSOE como PP nunca han ganado votos desde aquellas elecciones. Al contrario, como muestro en el gráfico 2 la suma de ambos partidos ha venido disminuyendo desde hace diez años, lo cual indica que el proceso no ha sido repentino ni mucho menos.
En mi opinión y de forma resumida estas son algunas causas –distintas entre ellas y según a qué partido afecte– del ascenso de Cs y Vox y del descenso del PP, del PSOE y de AA.
Una. El hastío o cansancio respecto a las mismas siglas, las mismas figuras, los mismos protagonistas que para una parte no despreciable del electorado estaban relacionados con la crisis, el paro, la carencia de expectativas de futuro, etc. La frustración vital se compensa votando contra esos partidos.
Dos. En el caso del voto a Ciudadanos se multiplica por cien el cansancio y el cabreo social ante la corrupción del PP. Una buena parte del electorado tradicional del PP se ha pasado ya a Cs y si hacemos caso a las encuestas de este invierno la tendencia puede ir en aumento en feudos del PP como Madrid. Se está produciendo una reestructuración de la derecha nacional española que no sabemos en que quedará y que las próximas elecciones generales aclarará.
Tres. El voto de Cs es, además del capturado al PP, un voto proveniente seguramente de las nuevas capas urbanas que han venido conformándose al calor de la crisis. Es un segmento joven, urbano, no solo el típico hípster (ahora parece ser que se llaman muppi) o el gerente de un cabify, sino intuyo que también es un voto relacionado con nuevas, difusas y atomizadas bolsas de trabajo precario y completamente aisladas de cualquier red de socialización obrera o sindical.
El voto de Cs es, además del capturado al PP, un voto proveniente seguramente de las nuevas capas urbanas que han venido conformándose al calor de la crisis. Es un segmento joven, urbano
Cuatro. Vamos al turrón, el voto Vox. Es lo más llamativo de esta radiografía andaluza. En un plis plas la extrema derecha española ha conquistado el afecto de uno de cada diez votantes andaluces. Este voto ha sido especialmente un voto transferido del PP. Cerca del 50 por ciento del voto de Vox procedería de aquel partido según estudios postelectorales. Lo que no sabemos es si se quedará en Vox, volverá de nuevo al PP o emigrará alguna vez a otros territorios demoscópicos todavía desconocidos. Queda bastante claro que esa radicalización del voto de la derecha andaluza ha podido producirse por diversas causas: cansancio de la permanente corrupción del PP, la inmigración como factor generador de temores y miedos y, seguramente, la difusa sensación nacionalista española contra una Cataluña separatista que ya había funcionado durante todo el siglo XX. Falta por confirmarse que esta subida de Vox continúe su proceso ascendente en el resto de España y pase a constituirse un polo definido de una nueva constelación de derechas españolas.
Cinco. El sistema de gobernanza andaluz no ha sido capaz de contrarrestar las consecuencias negativas de la crisis económica. La indolencia o incapacidad del gobierno regional del PSOE ante la brutal escalada del paro, el cierre de empresas, la emigración de jóvenes universitarios, etc. durante los años duros de la crisis (2008-2015) sumado todo ello al impacto social del asunto de los EREs (no lo olvidemos, dos expresidentes y varios ex consejeros de la Junta sentados en el banquillo) lo ha pagado el partido en las elecciones pasadas. La paradoja es que ha arrastrado en esa caída a su alternativa natural, el PP, y a su amigo/enemigo Adelante Andalucía. ¿Por qué? Intuyo que hay varias causas pero destacaría la ausencia de proyectos consistentes alternativos a la crisis por parte de estas formaciones políticas, el encharcamiento en las redes de la corrupción nacional de un anodino PP andaluz y el rápido “envejecimiento político” de los dirigentes de IU y de Podemos, con un discurso además, por parte de los de AA, que resultaba chocante: ante la crisis social y económica más profunda en medio siglo lo que ofrecen es la bandera blanca y verde para que a los andaluces se envuelvan en ella a llorar sus penas.
Lo que planteo ahora, de una forma aproximativa y provisional, son algunas de las posibles razones que están debajo de esos resultados; trato de desvelar ciertos movimientos tectónicos o sumergidos cuyas resonancias se han dejado sentir a través de estas elecciones pero que tienen sus dinámicas propias más allá de las estrategias electorales o de los discursos de los políticos andaluces. Intentar detectar qué está pasando en la sociedad andaluza –seguramente como concreción y extensión de la española– es lo que me mueve a redactar estos apuntes. Insisto: son apuntes, nada orgánico o definitivo, de algunas caras de la realidad andaluza.
¿Quién fabrica a quién?
Seguramente lo que el 2D ha mostrado es el final de una historia, un no happy end, la culminación de un fragmento de la crónica contemporánea de Andalucía, aquella que surgió en el verano de 1977, se afirmó en mayo de 1982 y ha durado hasta hoy mismo. Es la historia de un éxito que se ha mutado en frustración. Hagamos una breve crónica.
En los meses del verano de 1977, inmediatamente después de las primeras elecciones democráticas que ganó el PSOE al conquistar el voto de 1.059.037 andaluces, se inicia un proceso de diálogo entre los partidos andaluces que lleva a la histórica manifestación del 4 de diciembre de ese año reclamando autonomía para Andalucía. De ese enorme pronunciamiento popular salieron, tras un rápido pero sinuoso proceso político, el pacto político que firmaron los partidos en Antequera en diciembre de 1978, la constitución de la Junta Preautonómica que presidiera Plácido Fernández Viagas, la celebración del referéndum del 28 de febrero de 1980 y, ya en 1982 y tras doblar la mano a la UCD de Suárez, las primeras elecciones autonómicas andaluzas que dan el poder absoluto al PSOE. Aquellas elecciones aportaron al partido encabezado entonces por Rafael Escudero la friolera de 1.492.830 votos, lo que suponía el 52,5 por ciento de los votos. En un cortísimo plazo de cinco años Andalucía y el PSOE se fundieron en un matrimonio que ha dado sentido a la historia de esta comunidad a lo largo de estos cuarenta últimos años. Cuatro décadas de fusión de dos proyectos que al final devino solo uno: Andalucía y PSOE como unidad metafísica inquebrantable. Las últimas elecciones del pasado 2 de diciembre han venido a saldar ese compromiso de intereses. Como en todo matrimonio que se divorcia las causas se pueden rastrear años antes y las consecuencias de esa ruptura seguramente se prolongarán. Pero el divorcio está consumado. El gráfico 3 visualiza bastante bien la caída de los apoyos, el alejamiento creciente entre elector-partido y cuáles fueron los momentos “dulces” (años 90 del pasado siglo y primera década del XXI) y los momentos “amargos” del partido dominante andaluz (la segunda década del siglo XXI).
En cierto modo la relación entre Andalucía y el PSOE ha sido la de una relación entre constructor y constructo en la que no se sabe quién es quién: ¿Es el PSOE el que “fabrica” la actual Andalucía autonómica, la región institucionalizada que representa una forma de entender la política e incluso a España? ¿O es acaso Andalucía, ese conjunto cultural e histórico determinado, el que ha “fabricado” al PSOE como partido hegemónico durante cuatro décadas? Mi respuesta es que se trata de un doble proceso de ida y vuelta. Igual que aquellos cantes andaluces de ida y vuelta que al pasar por el tamiz de las músicas y melodías americanas volvieron a Andalucía recompuestos de otra forma (el más claro mestizaje, diríamos) y forman hoy parte de la cultura popular andaluza, la relación del binomio PSOE/Andalucía ha sido hasta ahora una mezcla de mutuas influencias que está en la base del éxito político-electoral del primero; no sé si podemos hablar del éxito de la segunda. Pero esto lo tratamos en otro momento.
Seguramente lo que el 2D ha mostrado es el final de una historia, un no happy end, la culminación de un fragmento de la crónica contemporánea de Andalucía, aquella que surgió en el verano de 1977, se afirmó en mayo de 1982
Tres estudios sobre Andalucía
La historia contemporánea de Andalucía está marcada por muchas y diversas circunstancias. Una de ellas, aunque lejana ya en el tiempo cronológico, ha estado muy relacionada con lo que viene a denominarse la “memoria profunda” de la gente. Me refiero al impacto de la guerra de 1936-1939, a la brutal e inmediata represión que por parte de los sublevados se desató sobre la gente más necesitada de Andalucía, la Andalucía rural y la Andalucía de los barrios populares de nuestras ciudades. 54.000 andaluces asesinados por aquella represión, 40.000 condenados al exilio o afectados por la labor depuradora y un castigo especial sobre la mujer, según nos dice el historiador Leandro Álvarez-Rey más los miles de personas que fueron afectadas vital, sentimental y emocionalmente por aquella salvaje represión. Aquel genocidio está en el hipocampo cerebral de una buena parte de la sociedad andaluza porque todavía, pero sobre todo en las primeras décadas de la democracia de 1977, miles de andaluces tienen grabados en su memoria lo que les habían contado sus abuelos y padres. ¿Cómo no entender que una parte no despreciable del éxito de los socialistas andaluces en la democracia se debe a esa memoria conservada a través del silencio y la débil resistencia durante las décadas ominosas? Hoy eso permanece en la memoria de grupos humanos concretos y ya envejecidos, va camino del olvido en una mayoría social andaluza que ha nacido en las últimas tres décadas y es cultivado por unas pocas organizaciones con su cívico trabajo en torno a la recuperación de los cuerpos sepultados y de su memoria.
Pero hay otras circunstancias o causas históricas que no podemos obviar porque también forman parte del conjunto de causas que han dado sentido a la Andalucía de la democracia. Me refiero a los procesos económicos, técnicos y culturales que se han venido produciendo en esta tierra a partir del gran viraje franquista de 1956: lo que se vino en llamar con términos como desarrollismo, modernización, neocapitalismo, apertura de mercados, innovaciones tecnológicas, etc. Y que afectaron tanto al mundo rural como al urbano. En el mundo rural, a través de los impactos emigratorios y las innovaciones mecánicas y capitalistas en los procesos de producción agraria; en el mundo urbano, con los procesos inmigratorios del campo, la industrialización y la implantación de la nueva economía de servicios (turismo, especialmente).
Todos estos procesos, que están bastante bien cronificados y detallados en la historiografía sobre estos temas, se fueron desarrollando durante seis décadas, desde 1960 hasta bien comenzada esta segunda década del siglo XXI, y tuvieron en cada uno de sus momentos cronistas o testigos que pusieron por escrito lo que estaba sucediendo en ese momento. De entre la buena cantidad de literatura existente sobre el asunto me voy a detener, por su carácter emblemático, en solo tres documentos.
1965. El primero lo redactó un catalán “que pasaba por Andalucía” pero que entendió bastante bien lo que estaba ocurriendo en su tiempo. Me refiero a Alfonso Carlos Comín y su España del Sur (ed. Tecnos, 1965). Libro unipersonal, trata del gran fenómeno del impacto industrial en la sociedad andaluza, entonces una sociedad atravesada por el estigma de “la cuestión agraria”. En ese libro, ya lo he dejado escrito en otra parte, Comín retrata la Andalucía que está cambiando de forma acelerada debido a esos procesos industriales, de innovación tecnológica y de nuevas culturas modernas que vienen a instalarse sobre las redes seculares de nuestro tradicional mundo andaluz. Aquel libro marcó un cambio de perspectiva en la forma de ver Andalucía; el mundo falso e impostado que se había venido construyendo a partir de absurdas teorizaciones sobre esta región ideal era desmontado mediante el análisis empírico y la visión crítica del ingeniero catalán. Lástima que aquella perspectiva no pasara al arsenal teórico de nuestra izquierda andaluza que, por el contrario, basó a partir de 1977 buena parte de su instrumental imaginario en las retóricas e historicistas visiones que aparecen en las páginas de los llamados andalucistas, sean los históricos o los advenedizos
1982. Cuando el desarrollismo franquista y el momento de su dictadura llega a su fin, hacia 1976, y cuando comienza a revigorizarse la idea de “una nueva Andalucía que salga de su atraso secular” se comienza a elaborar un libro bajo el emblema del Instituto de Desarrollo Regional sevillano y con la firma de un reconocido economista llamado Juan Velarde Fuertes; economista además de falangista y al que en la posterior democracia tampoco le fue tan mal. Aquel libro, más de mil páginas, se tituló Decadencia y crisis en Andalucía y salió precisamente en el año 1982. En sus páginas aparecen trabajos de más de treinta investigadores que trataron de analizar las causas de aquella decadencia y buscaron las vías de salida de la crisis de mediados de los setenta. Una crisis que ya en 1982 mostraba el terrible rostro de un paro, especialmente industrial y en servicios, y de un medio agrario en proceso también de reestructuración. En uno de aquellos trabajos podemos leer: «…en este incontrolado y desordenado crecimiento económico de los treinta años pasados [se refiere a los años entre 1950 y 1980], Andalucía no ha sentido duramente como en otros puntos del país (Madrid, Barcelona, Bilbao, etc.) la resultante de las grandes concentraciones humanas apretadas en espacios reducidos y de ordenaciones caóticas». El texto lo firmaba Alfonso García Barbancho y, en cierto modo, dentro del caótico modelo desarrollista del franquismo, el autor precisaba que quedaba una Andalucía vivible y acomodada a un espacio territorial no agresivo. Insisto: el volumen salió publicado cuando el PSOE alcanzaba la cumbre de toda buena fortuna, que diría el Lazarillo. Era 1982, cuando todo nació…
2002. Veinte años después, en 2002, sale publicado otro libro, esta vez editado por la propia Junta de Andalucía y dirigido por dos sociólogos, Manuel Pérez Yruela y Eduardo Moyano Estrada. Se tituló La sociedad andaluza (2000) y reunía también trabajos de más de treinta especialistas. Su objetivo era «analizar los elementos dinámicos del cambio» de Andalucía porque, se afirmaba en las primeras líneas, «Andalucía ha experimentado cambios de indudable importancia en el terreno político, económico y social…». En aquel volumen, su director Pérez Yruela proponía la conocida metáfora denominada «paradoja de la satisfacción» como instrumento conceptual que venía a tratar de entender el misterio de que el andaluz se sentía satisfecho de su realidad política, económica o cultural a pesar, decía el autor, de los evidentes atrasos de la sociedad andaluza respecto de la media española o europea. Escribía Pérez Yruela: «Se puede decir que la andaluza es una sociedad satisfecha pese a que, como también se sabe, existan no pocos problemas que resolver para que nuestros indicadores sociales o económicos se aproximen más a la media española.».
Pues bien, parece que el 2 de diciembre de 2018, aunque se venía anunciando desde al menos unos años antes, esa satisfacción ha dado paso a un gran descontento. No de otra manera se puede entender que en el plazo de diez años cerca de un millón cien mil votantes socialistas hayan dejado de votar a este partido gobernante en exclusiva. Uno de cada dos votantes ha abandonado al PSOE en este periodo, lo cual no es moco de pavo.
Tres libros, tres aproximaciones académicas y serias, en un plazo de sesenta años, que muestran, como en un escáner, las diferentes etapas y procesos que han afectado a Andalucía y que han hecho de ella una misma región geográfica pero con profundos y severos impactos medioambientales, económicos, poblacionales, sociales y culturales. ¡Qué Andalucías tan diversas y tan mudadas las que observaron gente como Comín, allá por mediada la década de los sesenta, o la de comienzos de los ochenta como la vio García Barbancho o la que, ya también sobrepasada por los cambios, radiografió Pérez Yruela y su equipo de colaboradores cuando se iniciaba el siglo actual! No entender esto por quien estaba obligado a comprenderlo es lo que ha podido llevar a que Susana Díaz no sea hoy presidenta de la Junta de Andalucía, a pesar de que siga insistiendo en que “ella ganó las elecciones”.
Trato de llamar la atención sobre este fenómeno: desde los años de la crisis, allá por 2008, la sociedad andaluza está sufriendo impactos de gran calado que están transformando su tradicional red de coexistencia y convivencia cívica. Esos impactos son económicos, culturales y tecnológicos; no diferentes a los que pueden estar influyendo en otras sociedades europeas y cuyos latidos o ecos nos llegan a través de acontecimientos como el Brexit, los chalecos amarillos, las revueltas de gremios tan peculiares como los taxistas o los bomberos. Es tarea de los investigadores y de los políticos tratar de localizar cómo esos impulsos globales están modificando nuestra sociedad andaluza, qué modelos de convivencia, productivos, reproductivos, están siendo sustituidos por otros de nueva factura que, en un principio, nos desconciertan y nos asombran.
Uno de ellos, de extraordinario alcance, es el que se produce sobre el mercado de trabajo –por llamar de esta manera a lo que es toda una concepción social de nueva esclavitud– a través de las nuevas modalidades de contratación del trabajo y de explotación, a su vez, de la vida y el tiempo libre de la gente que necesita un ingreso para sobrevivir. Habrá que estudiar las cifras de ese empleo, la dimensión de la actual economía de los nuevos servicios, los datos de las franjas sociales más afectadas por estos nuevos procesos para confirmar la hipótesis de que una profunda revolución productiva y social se está produciendo bajo nuestra superficie de normas sociales y políticas establecidas. ¿Sobre cuántos millones de personas en Andalucía está repercutiendo esta inmensa reestructuración del empleo, de la producción y, consecuentemente, de la riqueza producida por la sociedad?
El mundo rural andaluz sigue existiendo, sin duda, y conserva todavía elementos propios de una economía social peculiar y diferente a la urbana; pero cada vez menos. De forma progresiva, los procesos de la economía de servicios han ido llegando a los municipios rurales andaluces
El otro, conectado con el anterior, es lógicamente el de la o las revoluciones tecnológicas en marcha, donde el mundo de la comunicación y las redes sociales virtuales ocupan un primer plano. Solo basta pasearse por cualquier punto de encuentro de personas (metro, autobús, bares, plazas públicas, comercios, etc.) para comprobar de primer mano el colosal impacto de estos nuevos productos tecnológicos. No hablemos de lo que pocos pueden reconocer como, por ejemplo, la aplicación de lo digital a los procesos productivos. Un ejemplo: estaba pasando unos días en un pueblecito de la costa gaditana y encontré por internet un libro que me interesaba. Vi que estaba disponible en Amazon (¡perdón!); era jueves a mediodía, lo solicité, pagué con la tarjeta y me contestó el robot que lo tendría al día siguiente, viernes, en mi dirección de ese pueblo a 120 kilómetros de Sevilla y a más de 400 de Madrid. En menos de 24 horas, aquel librito atravesó media España y llegó a mis manos. ¿Cuánto trabajo invisible hay tras esa gesta logística? ¿Cuánto esfuerzo humano, cuánto de robot y cuánto de trabajo explotado en condiciones miserables o inhumanas? De ello trataba Milagros Pérez Oliva en reciente artículo. Pero la cuestión no es que esos sistemas logísticos estén al servicio de un profesional medio como yo, exprofesor y que ha vivido toda su vida del uso de procesos intelectuales, no físicos. La cuestión es que hoy, en la Andalucía todavía con imagen de señoritos a caballo y copa de manzanilla en la mano, una cada vez más numerosa población, del campo y de la ciudad, del mundo rural “atrasado” y del mundo urbano “avanzado” están sirviéndose de esos sistemas de información, de formación, de producción y de suministro de bienes. Solo hay que ver cómo los cartones de Amazon abarrotan cada vez más los contenedores azules de los pueblos y ciudades andaluzas y cómo los técnicos de las empresas subarrendadas por Movistar pululan por la geografía rural y urbana andaluza colocando puntos de conexión de fibra óptica.
El mundo rural andaluz sigue existiendo, sin duda, y conserva todavía elementos propios de una economía social peculiar y diferente a la urbana; pero cada vez menos. De forma progresiva, los procesos de la economía de servicios han ido llegando a los municipios rurales andaluces. Ya no hablamos de la “industrialización del campo”, aquella utopía de nuestros dirigentes sindicales jornaleros de los años 70 y 80, utopía que quedó en casi nada porque el proceso industrial fue yendo a menos frente a la nueva economía de servicios. Otro ejemplo: tuve que hacer un viaje de Sevilla a Málaga en el día, volviendo por la noche ya cerrada. Antes, en los años 80, aquel viaje se hacía por una incómoda carretera de vía única donde los camiones suponían el obstáculo que superar y se atravesaba un territorio oscuro, un paisaje en una buena parte sin hábitat humano, donde solo se percibían las luces de los pueblos, las denominadas agro-ciudades, cuando te acercabas a ellas (Fuente de Piedra, La Roda, Antequera, Estepa, Osuna, Puebla de Cazalla, Paradas, esa zona de campiña de la depresión de Guadalquivir que ha sido territorio clave de comunicación entre “las dos Andalucías”). Pues bien, hoy es un casi continuo corredor iluminado por las luces de los polígonos de servicios que jalonan esa ruta, polígonos que se han multiplicado por toda la geografía andaluza al calor de las diversas reconversiones de las últimas décadas y que hoy son soporte importante de los nuevos procesos productivos en el medio rural.
Unas semanas antes de las elecciones andaluzas Montabes y Cazorla, dos profesores granadinos especialistas en sociología electoral, apuntaban por dónde va la mentalidad colectiva andaluza: «los profundos cambios acaecidos en la estructura productiva de Andalucía se han traducido en importantes transformaciones de los espacios poblacionales de esta comunidad, cambios que a su vez han alterado las características de los votantes, así como los lazos de adscripción partidista en un proceso paulatino de debilitamiento de los componentes del voto de clase. Éstos eran los que más diferencias marcaban en la sociedad de esta comunidad y que se traducían en la preeminencia del PSOE en todos los estratos poblacionales, a la vez que un fortalecimiento de los anclajes de voto en los ámbitos rurales» (Agenda Pública). Es decir, la correspondencia situación productiva-habitat territorial-voto político está transformándose en la Andalucía surgida de esta crisis y está cambiando las tradicionales posiciones de los partidos andaluces. Los gráficos que acompañan este estudio son clarificadores.
Una nueva Andalucía está surgiendo, a trancas y a barrancas, como siempre ha sido. Este “parto” viene ya de lejos, al menos desde la crisis y desde la extensión de las nuevas formas de comunicación y formación de opinión en años ya más cercanos. No se trata de procesos puros, limpios, como se describirán dentro de unos años en los trabajos académicos que se hagan. Estamos hablando de procesos duros de reconversión subterránea que afectan a la vida de la gente y que ocasionan bastante dolor social, sufrimientos en los grupos tradicionales afectados por su posible desaparición, pero también impactos innovadores sobre otras nuevas franjas de jóvenes andaluces que ya no tienen a lo mejor memoria para reconocer lo que hizo el PSOE por sus familias o municipios pero tienen todo un futuro, problemático y complejo, por delante. Tienen un porvenir de nuevas expectativas que el gobierno regional ha ignorado, que le han sido totalmente ajenas y que se manifiestan en la desafección de los jóvenes por la “política”. Esa Andalucía ha comenzado a dejarse ver el 2D y ya no va a abandonar el escenario porque esa es la real, la que va a protagonizar el próximo momento histórico. Y quien no lo quiera ver está condenado a pasar al otro lado de la historia, el de la inconsistencia.
Una nueva Andalucía está surgiendo, a trancas y a barrancas, como siempre ha sido. Este “parto” viene ya de lejos, al menos desde la crisis y desde la extensión de las nuevas formas de comunicación y formación de opinión en años ya más cercanos
Tres sucesos que marcaron el fin de una época
Hay tres fechas que marcan algunos de los momentos más duros de la crisis andaluza de los últimos años: el hundimiento del sistema bancario andaluz en 2012, la crisis en 2015 de la empresa Abengoa como marca emblemática andaluza y, finalmente, en 2018 la reciente pérdida del gobierno regional por parte del PSOE gobernante desde hace 36 años.
Tras los proyectos simbólicos de una Andalucía ideal, convertida en territorio de la nueva economía, los emprendedores y la sociedad del conocimiento, proyectos que se gestaron en torno a iniciativas como el Foro Andalucía Siglo XXI (1998) y la Segunda Modernización (2001), promovidas por la propia Junta, la playa que ha quedado veinte años después es una zona de despojos y residuos. Aquello fue seguramente una representación del clásico teatrillo que desde el poder político y administrativo se suele montar para mantener la idea de que se hace algo y se es muy moderno. No es catastrofismo lo que trato de transmitir; es el contraste de la ilusión de una Andalucía bilingüe, empresarialmente pionera, con nuevos derechos y nuevas prestaciones para todos –así se definía aquel proyecto de los socialistas– que se ha transmutado en una región que sigue instalada en la cola de las estadísticas regionales de España. Un dato que nos ofrece el blog Convergencias, Divergencias, Instrumentos: el colectivo andaluz de personas activas “subcualificadas” llega a representar en la actualidad el 43% de los parados españoles con nivel formativo de primaria o secundaria. No abuso de más estadísticas que seguramente el lector conoce o dispone. El saldo de toda aquella liturgia “modernizadora” que marcó el periodo de los mandatos de Manuel Chaves ha quedado con la crisis de 2008 mermado y abreviado. En estos años Andalucía es una región de prestación de servicios. Según datos de la propia Junta, destaca el gran peso de su sector terciario, que representa el 76,4% del Valor Añadido Bruto regional, mientras que la industria y la construcción suponen un 18% y el sector primario un 5,6%. Paralelamente, aparece el mayor problema social de nuestra Comunidad, es decir, el nivel de paro (25,5% en 2017 según la Encuesta de Población Activa) o el menor PIB per cápita (18.361 euros en 2017, el 76,3% de la media española). La brecha entre Andalucía y España no se ha reducido.
2012, y los años que le rodean, fueron un periodo marcado por la reestructuración financiera, que tras los sucesos judiciales a los que hemos asistido y las informaciones que nos están llegando por los medios, podemos definir como la época del expolio del ahorro popular para enriquecimiento, más aún, de unos cuantos plutócratas y aprovechamiento de unos escaladores sociales. En Andalucía, más bien en la Andalucía occidental, la del valle del Guadalquivir, el proceso fue exactamente ese: aprovechamiento de unos escaladores que habían penetrado en las redes financieras, modestas comparativamente, del ahorro andaluz. El proceso de competencia y luego fusión de las dos cajas del occidente andaluz, la San Fernando y el Monte, ambas dirigidas por entonces dirigentes socialistas –hoy descarados críticos de todo lo que suene a socialismo– estuvo rodeado de conspiraciones, enfrentamientos y tensiones entre, por un lado la dirección regional del PSOE y el Gobierno andaluz (con Chaves de presidente y Magdalena Álvarez al frente de Hacienda) y, por otro, los dos cajeros arribistas que trataron de montar su chiringuito financiero al margen del partido e incluso al margen del gobierno regional. Ambos fueron finalmente descabezados, enviados al exilio social y político, y en 2007, ya bajo control político de Manuel Chaves, se fusionaron las dos cajas sevillanas en la que vino en llamarse Cajasol. Aquello era la base de un proyecto de sistema financiero regional andaluz que pudiera competir con La Caixa catalana y los grandes del sistema bancario español. La inmediata crisis financiera internacional obligó a que varias instituciones de ahorro públicas o semipúblicas de toda España se vieran obligadas a unificarse. Eso ocurrió con Cajasol que junto a Caja Navarra, Caja Canarias y Caja de Burgos constituyó Banca Cívica. La crisis del ladrillo, la inmensa cartera de pasivo que habían adquirido todas estas instituciones, las llevó a la ruina: unos catalanes las salvaron porque eso es lo que ocurrió cuando Caixabank se hizo cargo de aquel paquete de pasivo y, absorbiendo a Banca Cívica, se convirtió en 2012 en la primera institución regional de banca en Andalucía en número de oficinas bancarias. No hay pueblo en Andalucía donde, seguramente, no haya una sucursal de La Caixa.
Otro episodio significativo es el hundimiento de Abengoa como grupo empresarial familiar andaluz. De ser la bandera de la modernización andaluza –Abengoa ha llegado a ser empresa puntera en tecnologías de ingeniería, infraestructuras y biocarburantes– hoy la familia Benjumea, fundadora del grupo, está sometida a procesos judiciales y ha perdido todo control sobre el mismo. En solo dos generaciones –el fundador Jaime Benjumea Puigcerver es el padre de los actuales ejecutivos despedidos– la empresa pasó de la envidiable gloria a la desaparición como empresa familiar. Un ejemplo representativo de una forma de ser empresario en Andalucía en el año 2000 es la entrevista que el diario sevillano ABC hizo el pasado mes de enero al destronado ejecutivo y presidente Felipe Benjumea Llorente. Cuenta el ejecutivo destronado que en el momento –corrían los años noventa del siglo pasado– en que se está discutiendo sobre el cambio estructural y estratégico decisivo de la empresa, cambio que la llevará de ser una contratista de Telefónica a la mayor empresa mundial en tecnología medioambiental, las grandes discusiones se hacían “en el salón de casa”: «Discutíamos largas horas en el salón de la casa familiar de la Avenida de la Palmera, a veces apasionadamente, de manera incluso acalorada, hasta el punto de que una vez mi madre llegó al salón y nos cerró las puertas porque se estaba enterando toda la casa» (entrevista en el diario ABC de Sevilla). Hoy, como decimos, Abengoa ha dejado de ser “la empresa de los Benjumea” y atraviesa un duro proceso de reestructuración de su deuda. Decir que es una empresa andaluza es decir una falsedad. En todo ese proceso la Administración regional ha destacado por su ausencia. No sabemos qué hicieron los políticos que gobernaban entonces la Junta para defender el mantenimiento de una empresa que tenía importantes raíces en Andalucía y que, sin duda, representaba la opción empresarial andaluza más innovadora y más potente. Habría que preguntarse si eso hubiera ocurrido de la misma manera en Euskadi o en Cataluña. No estoy hablando de “cubrir” con dinero público los déficits de una empresa privada; estoy refiriéndome a si el conjunto social de esas comunidades (empresarios, redes empresariales y de trabajadores) hubieran permitido la pasividad de los gobernantes y de ellos mismos. Sin obviar que España, como otras sociedades cohesionadas europeas, viene pasando por un profundo proceso de reconversión-liquidación de sus elites empresariales. La mundialización del sistema productivo y el dominio de la gestión empresarial por ejecutivos que han sustituido a las viejas oligarquías familiares está diluyendo el tradicional dominio de la empresa española (vasca, catalana, andaluza, etc.) por parte de grupos familiares o nacionales. Anton Costa publicaba el pasado 6 de febrero un clarificador artículo en La Vanguardia donde explica muy bien la situación en relación con la burguesía catalana y el procés.
El tercer acontecimiento que viene a señalar esa fase oscura por la que atraviesa la comunidad andaluza ha sido la pérdida del gobierno regional por parte del PSOE. Más allá de lo emblemático de que quien presida el Comité Director andaluz de ese partido no sea ya Presidenta de la Junta de Andalucía, y más allá de las media verdades o falsedades que se han ido difundiendo sobre “la administración paralela” y “los chiringuitos”, es cierto que el 2D ha pasado ya a la historia mayor de Andalucía contemporánea. Tres décadas de gobierno ininterrumpido del PSOE en Andalucía han dado paso a un periodo incierto e inestable cuyo futuro no está de ninguna manera escrito. Si ya nos cuesta trabajo comprender el presente más difícil será hacer alguna previsión sobre el inmediato futuro.
Queda saber qué va a ocurrir a partir de ahora con la izquierda andaluza, qué proyectos van a surgir del interior de ese cada vez menos potente mundo de elaboración y de acción social influyente. Da la impresión de que la sociedad andaluza, su componente más innovador y a la vez más afectado por las mutaciones productivas, ha tomado la vereda de una evolución hacia otro universo de relaciones con la economía y con la vida real. Y en ese viaje la izquierda política se ha quedado atrás, como dice el dicho popular, “cazando moscas”.
Las elecciones del 2D nos ayudan a pensar el fracaso de dos proyectos que manifestándose como adversarios mostraban a la vez sus limitaciones propias. El «modelo socialista andaluz» que ha dado sentido y forma a la Andalucía de los últimos cuarenta años está agotado y no se ve que en su interior haya fuerza para desarrollar un nuevo proyecto más pegado a la realidad. Y su sustituto, Adelante Andalucía, que había tomado la forma mutante del viejo izquierdismo transformado en andalucismo de copla tiene también mucho que rectificar y replantear.
Da la impresión de que la sociedad andaluza, su componente más innovador y a la vez más afectado por las mutaciones productivas, ha tomado la vereda de una evolución hacia otro universo de relaciones con la economía y con la vida real. Y en ese viaje la izquierda política se ha quedado atrás, como dice el dicho popular, “cazando moscas”
Sin embargo, en el interior de la sociedad andaluza se está gestando un conglomerado de nuevas energías, ideas reformadoras y gente capaz de pensar el mundo al margen de los dirigentes de esas dos formaciones, y también, estoy seguro, dentro de esas formaciones fracasadas. Durante todos estos años de profunda crisis se han ido formando nuevos exponentes de personas y grupos que están sintonizando con el nuevo mundo social que emerge. Ejercen su actividad en las universidades andaluzas, en los sindicatos que organizan hoy al conjunto de la clase, en nuevas organizaciones dedicadas a la inmigración, al refugiado, a la lucha contra la violencia de género, por la lucha contra la desigualdad en todas sus manifestaciones, etc. La experiencia nos dice que no se puede recuperar del pasado lo que ya no tiene savia; se trata de reinsertar viejos y sólidos principios basados en la solidaridad, la igualdad y la libertad en los nuevos tejidos que comienzan a aflorar. Como escribe Selina Todd en su recientemente traducido El pueblo, a propósito de los testimonios que estudia, «la gente en este libro nos dice que podemos aprender del pasado; pero que no debemos intentar repetirlo». Y esa es la asignatura pendiente de lo que queda de la izquierda política andaluza: tratar de aprender de la historia reciente sin repetir cantinelas.
Una coda final. En el ya citado libro dirigido por Manuel Pérez Yruela La sociedad andaluza (2000) se plantea, entre las múltiples y ricas sugerencias analíticas dispersas a lo largo de las más de setecientas páginas, una visión de esta realidad meridional como «un Estado fuerte y una Sociedad débil». Y así parece que hemos sido; a los andaluces nos ha vencido más la tendencia a depender de lo que haga la administración regional, el Consejero o el Delegado territorial de la Junta que nuestras propias fuerzas asociadas autónomamente. Falta sociedad, comunidad, unidad de intereses sociales al margen del Estado. Esa tendencia viene registrada y se palpa, no solo en Andalucía sino que es representativa de una buena parte de nuestra historia española; ocurre que en Andalucía aumenta de grado, es más clara de visualizar. Por eso el gran trabajo de los andaluces del futuro será adquirir ese sentido de comunidad que nada tiene que ver con banderas, himnos o ejercicio del cargo público y de la simbología de poder que ello conlleva. Ni con la privatización de lo público, llámense colegios, hospitales o recursos del territorio. El sentirse comunidad responsable de su propio quehacer es la gran operación histórica que les queda por delante a los nuevos andaluces. Ojalá la culminen con éxito en los próximos años o décadas. Con las palabras del más sabio andaluz: Hoy es siempre todavía.
[Agradezco a Antonio Sánchez López, Paco Rodríguez y Javier Tébar sus sugerencias]
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Javier Aristu. Ha sido profesor de Lengua y Literatura Española. Coordina el blog de opinión En Campo Abierto y es coeditor de Pasos a la izquierda.