Entrevista a SARA MESA con motivo de la publicación de su libro Silencio administrativo. La pobreza en el laberinto burocrático. Por Javer Aristu
La narradora andaluza Sara Mesa (1976), reconocida ya como una de las escritoras más sugestivas de estos tiempos, acaba de publicar un pequeño relato titulado Silencio administrativo. La pobreza en el laberinto burocrático donde cuenta su experiencia acompañando a una sin hogar en busca de una ayuda social del Estado. A través de la crónica verídica de esta desesperada pesquisa por conseguir poco más de 400€ al mes para Carmen (nombre supuesto), protagonista de su relato, Sara Mesa nos plantea una reflexión sobre diversos momentos de nuestra actual sociedad española: el papel de la Administración del Estado, la hipocresía de una sociedad que hace caridad pero no quiere repartir sus impuestos, el miedo al extraño, al pobre (la aporofobia), la carencia o disminución de vínculos solidarios en el interior de nuestra convivencia social.
La joven narradora nos sitúa ante una problemática social que a veces aparece muy distorsionada en los medios de comunicación y que nunca se resolverá desde la acción caritativa. Este relato se sitúa en la estela de la literatura al servicio de la denuncia de las tragedias sociales de esta crisis, continúa la senda de títulos como El muelle de Ouistreham, de Florence Aubenas, o el recientísimo Safari en la pobreza, de Darren McGarvey. Sara Mesa apuesta por una Renta Básica Universal como solución estructural y general. Una tarde de febrero, en una Sevilla que comienza a apuntar luces primaverales y que va dejando atrás el invierno, nos vimos con ella y hablamos de su libro.
JAVIER ARISTU.- Sara Mesa es ya persona conocida como representante de una nueva narrativa, una generación de jóvenes escritores que cada vez comienzan a ocupar más las páginas de los periódicos culturales. Con este breve cuaderno que te publica Anagrama te introduces en una temática sorprendente para una narradora como tú y utilizando una técnica que tiene poco que ver con la literaria y a la que nos tienes acostumbrados. ¿Por qué te decides a escribir este texto sobre la pobreza y los mecanismos burocráticos? ¿Cuáles fueron las razones que te motivaron a ello?
SARA MESA.- La indignación. La indignación es lo que me lleva a escribir sobre el mundo de la pobreza, del que no tenía información previa alguna. Nunca me había planteado investigar sobre este tema. Fue la peripecia de conocer a esta mujer, a Carmen [es un nombre supuesto], lo que me llevó a hacerlo. La indignación de conocer la experiencia de esta mujer es la que incitó a comentarlo con mis editores y fueron ellos los que me plantearon escribir un texto para estos Cuadernos. No aporto ningún conocimiento nuevo sobre esta problemática; simplemente trato de transmitir la experiencia terrible de esta mujer.
Nunca me había planteado investigar sobre este tema. Fue la peripecia de conocer a esta mujer, a Carmen [es un nombre supuesto], lo que me llevó a hacerlo
JA.- ¿Fue verdaderamente así lo que te ocurrió? ¿La indignación surge de encontrarte con ese ejemplo concreto de una vida desvalida como la de Carmen?
SM.- Sí, es cierto que el caso de esta mujer, un caso concreto que yo conozco, que la voy tratando durante una serie de días, en ese estado de pobreza absoluta, me provoca una primera reacción de rabia, de indignación ante ese asunto personal concreto y ante el cual trato de ayudar en una primera reacción de tipo caritativo. Pero, a su vez, trato de superar este caso individual, esta rabia particular, para hablar de otros muchos casos. Al escribir sobre este caso he tratado de no quedarme en él, de elevarme por encima de él. Es decir, al tratar de este caso me doy cuenta de lo que es la burocracia, de cómo funciona el sistema administrativo frente el ciudadano. Y me doy cuenta de que cuanto más débil es ese ciudadano más dura es la burocracia que trata con él. Y, siendo una gran admiradora de Kafka, me doy cuenta con este caso de que el fenómeno que Kafka analizó hace muchos años sigue existiendo. Y este caso y esa sensación kafkiana me cambió profundamente. Te digo que cuando me puse a escribir la indignación aumentaba, y cuando repasaba las pruebas de imprenta seguía en aumento, y cada vez que vuelvo al texto o lo releo, esa indignación no cesa. Fue muy indignante lo que vivimos este grupo de personas que coincidimos en torno al caso de Carmen.
JA.- En Silencio administrativo citas a dos autores clásicos: Dickens y Kafka. Dickens como narrador de ese mundo social del pobre del siglo XIX, hoy revivido en tu relato. Y Kafka como el analista de la moderna sociedad burocrática. Dentro de esa perspectiva kafkiana de una administración sorda y ciega ante el desvalimiento del individuo, es evidente que el sector de la administración pública de los servicios sociales, del llamado trabajo social, no sale muy bien parado en tu relato. En cierto modo, eres implacable con ese sector de la administración. ¿Crees en verdad que es así la administración, tan ciega y sorda con el desvalido?
SM.- Siendo como ha sido una experiencia individual, nadie me puede negar nada de lo que yo cuento porque yo lo he vivido. Pero es que, además, creo que no es algo anecdótico, no es un capítulo de “mala suerte” de una persona. Cuando comienzo a conocer la experiencia terrible de esta persona me pongo a investigar y voy a la ley, me pongo a investigar cómo está hecha la ley y me doy cuenta de las trampas que contiene en su interior. Y veo cómo están construidos los pasos para, por ejemplo, poder optar a beneficiarte de una renta mínima. Y deduzco que en esa ley está todo matemáticamente pensado para que sea difícil acceder a sus teóricos beneficios. Es más, hablé con gente de la Asociación de Derechos Humanos, con personas que trabajan en el Defensor del Pueblo, y comprobé que el caso de Carmen no era el único y ni siquiera el más dramático. Era un caso entre otros muchos. El mecanismo que está usando generalmente la Administración en España –y hay que matizar que los sistemas de rentas mínimas son gestionados por las autnomías– para resolver estos casos de pobreza extrema viene cuestionado por la Unión Europea porque no están sirviendo para resolver ese problema social. La norma que hoy rige la concesión de las rentas mínimas es literalmente diabólica, parece que está hecha para agotar al ciudadano. Nadie me puede discutir que, con esta legislación y estos mecanismos administrativos, la pobreza severa –lo dicen las estadísticas– está aumentando. Es cierto, también, que he recibido apoyo desde gente que trabaja en esos medios de la administración social, que me dicen que tengo razón. Es evidente también que en esos ámbitos hay personas que trabajan con vocación y que ven que los mecanismos burocráticos están fallando. El engranaje es muy potente y el funcionario individual puede hacer muy poco, es verdad. Algunos, ante esa potencia avasalladora del modelo burocrático, incluso terminan por insensibilizarse ante el problema humano. Por eso lo que hay que cambiar es el sistema, un sistema que se protege y arma ante la ira del ciudadano. El sistema te pone una inmensa cantidad de obstáculos burocráticos que, lógicamente, provocará la ira, el enfado del ciudadano que se volverá contra el funcionario concreto y personalizado que está atendiendo ese problema. Por eso es muy fácil que ese funcionario se insensibilice, no quiera “quemarse” con cada caso particular de un ciudadano desvalido que le llega a su puesto de trabajo.
La norma que hoy rige la concesión de las rentas mínimas es literalmente diabólica, parece que está hecha para agotar al ciudadano
JA.- La pobreza hoy es un caso bastante general, son muchos miles de personas afectadas por esa situación de exclusión. Pero tú tratas un caso particular, haces el relato de ese caso individual. Y la Administración trata con cada una de esas personas “a título individual”. No existe ninguna organización social que intermedie entre esos casos individuales y la Administración. Por ejemplo, en el caso del consumidor afectado éste puede recurrir a una organización que le represente ante el estado, lo mismo en el usuario de sanidad, no digamos en el caso de un trabajador que tiene el recurso a su sindicato. Aquí no estamos ante el mismo caso. Estamos no solo ante un pobre, sino ante una persona completamente aislada, y ante ella el Estado, representado por ese funcionario personal, tiene que hacer de solucionador de problema o incluso de “padre”. Y a eso, a hacer de “padre”, el funcionario no está dispuesto…
SM.- Claro, estamos ante un colectivo muy especial y abandonado. El Estado no tiene que hacer de “padre”; tiene simplemente que cumplir su papel para facilitar un nivel de vida digna a las personas. De eso, de facilitar una vida digna, se está jactando todos los días el Estado pero en verdad hay una inmensa grieta entre lo que se dice y lo que se hace. La no acción del Estado está provocando un empeoramiento en la vida de esta gente. Y tengo que sumar a ello el papel de los medios de comunicación que, por las condiciones de trabajo de sus periodistas, no dedican tiempo a investigar este tipo de casos que desgraciadamente son muy frecuentes hoy día. Los medios se están convirtiendo en los altavoces del discurso del político, de la Administración, acerca de las inversiones, sus acciones a favor de los ciudadanos, etc. pero luego no se investiga que esas acciones no se llevan a cabo, esas inversiones sociales no se ponen en marcha. Por eso, si el Estado quiere empezar a resolver el problema de esta gente lo primero que debe hacer es reconocer el problema, constatar que efectivamente estos sistemas de renta mínima están fallando. Lo primero es admitir que existe el problema, que los datos de la pobreza son reales, que la Administración no está resolviendo el drama de la pobreza y, luego y a partir de ahí, comenzar a diseñar soluciones al problema. No se pide que el Estado haga de “padre”, simplemente que cumpla su función. Cuando se producen retrasos de ocho o diez meses en la tramitación administrativa de estos casos es que el Estado está fallando, porque esos meses son vitales para impedir, por ejemplo, que esa persona desvalida entre en el mundo de la prostitución. La Administración –y esto lo acaba de denunciar el Defensor andaluz del Pueblo– no cumple ni los propios plazos que marca la ley.
JA.- Lo dices en el libro, tú estás a favor de la Renta Básica Universal…¿crees que esa fórmula puede ser la solución a este tipo de casos extremos?
SM.- Yo, tras haber estudiado y analizado el problema, creo que sí que aquí está la solución. Pero no para acabar con la pobreza sino para acabar con la desigualdad, con la precariedad en el empleo, con un montón de problemas que hoy están presentes en nuestras vidas. Vidas por cierto sometidas a un sistema capitalista salvaje. Hay incluso economistas de derecha que ven en la RBU una solución y que no ven tanto problema entre costo y beneficio. Es evidente que las rentas altas tendrán que hacer ciertos sacrificios, pagar más impuestos, no va a ser gratis para todos. He leído a Daniel Raventós y lo que dice yo me lo creo, creo que eso funcionaría. Resulta que tenemos asumida la gratuidad de la sanidad, de la educación; sabes que si tu hijo se parte una pierna tienes acceso a un hospital público. Esto de la RBU es lo mismo, sería la cobertura de las necesidades básicas. No va a permitir enriquecerse a nadie a costa de nadie y va a posibilitar resolver este tipo de casos, va a impedir que se explote laboralmente a personas, que se trabaje a 4 euros la hora, va a liberar una fuerte cantidad de puestos burocráticos y va a contribuir a que poco a poco se acometa y se apliquen medidas que resuelvan situaciones de desigualdad. Porque al final de todo la pobreza es un asunto de desigualdad. Es posible que ya no se pueda resolver el problema del alcohólico que está en la calle, o de la mujer que se prostituye en la calle, pero al menos se podrá contribuir a que los hijos de estas personas no vayan por el mismo camino de la derrota.
Hay incluso economistas de derecha que ven en la RBU una solución y que no ven tanto problema entre costo y beneficio. Es evidente que las rentas altas tendrán que hacer ciertos sacrificios, pagar más impuestos, no va a ser gratis para todos
JA.- El libro, sin duda, tiene además el valor de que se incorpora a ese grupo de narradores o literatos que con vuestros textos, con este tipo de relatos, estáis acercándoos a la realidad de la España de la crisis. Frente a “la marca España” que trata de venderse a través de bonitos logos, de un marketing muy optimista, vosotros, tu libro, aporta una perspectiva del país real, un país que sin duda ya no es el mismo de antes de la crisis. Y lo enlazo con el asunto de la actual sociedad española. Citas en tu libro la aportación de Adela Cortina acerca de la aporofobia, el rechazo al pobre. Y este problema ya no es de la Administración, es nuestro como sociedad de seres vivos que rechazamos al que es pobre porque no es como nosotros. Si rechazamos al mendigo en cierto modo estamos provocando y aumentando la marginalidad de ese pobre. Y ese asunto no lo podemos achacar al funcionario sino que es problema nuestro, como sociedad que cultiva unos determinados valores.
SM.- Es evidente que la aporofobia la vemos cada día, en cada uno de nosotros, en el miedo a entrar en un cajero cuando hay un mendigo durmiendo, en la sensación de rechazo cuando observamos a este tipo de persona mal vestido…pero yo he tratado de desvelar la responsabilidad de la Administración y de los medios de comunicación. Estamos hartos de oír y leer acerca de las ayudas que se dan para el emigrante que recogemos en el mar, los albergues existentes para atender a esos necesitados, y decimos con descaro que esos pobres no quieren ir a los albergues y prefieren dormir en la calle. Y la realidad nos dice, que, por ejemplo, los albergues están colapsados, saturados, con sistemas de rotación que dejan a muchos en la calle. O bien oímos hablar de las ayudas económicas que se dan a esas personas. Se cree que estas personas están recibiendo en demasía y que es su propia responsabilidad no superar esa situación. Y no digamos de los bulos que se multiplican por las redes sociales, donde sale a la luz el auténtico odio de algunos por esos pobres a los que se considera beneficiarios del Estado. No es extraño, por tanto, que un reponedor de un supermercado, que cobra 800 euros al mes, se cabree cuando oye esos bulos y llega a convencerse de que esos pobres que duermen en el cajero del banco cobran 500 euros de la Administración, “sin hacer nada”, dirá ese trabajador mal pagado del súper. Toda esa red de informaciones sesgadas y de falsas noticias lo que hace es poner al pobre contra el más pobre. Y sí, creo que el estado tiene su responsabilidad en la extensión de esta creencia falsa. Por otra parte, yo no soy partidaria, me crea cierta desazón, la palabra caridad. Sí soy partidaria de la compasión, de la solidaridad, la existencia de ciertos sentimientos relacionados con eso, pero no me gusta la caridad.
Es cierto que el miedo a ese pobre es algo que nos sale de dentro. Cuando yo me enteré del caso, de la experiencia terrible de Carmen, en principio no me lo creí. No daba crédito a esa noticia de que Carmen no tuviera ningún tipo de ayuda del Estado. Eso se escapaba a mi manera de entender la vida social. Alguna ayuda tendrá, me decía. Le pregunté si había ido a Caritas para pedir algo, una manta, zapatos –porque cuando yo la conocí no tenía ni zapatos– pero me dijo que al no estar empadronada no podía acceder a nada. Pensé que era mentira. Le pregunté que por qué no iba al albergue y me contestó que había ido pero que ya no podía volver. Y pensé que era mentira. Pero todo era verdad, fui comprobando punto por punto y todo lo que me decía respondía a la verdad, lo que ocurría era que mis prejuicios ocultaban aquella realidad. Tenemos una visión de ese mundo social que nos impide aceptar ciertas realidades. Si vemos a un pobre con un móvil pensamos que es una incongruencia y no somos capaces de entender que ese móvil le es necesario para su seguridad, para que la Administración le pueda localizar. Vemos a esas personas desde nuestro mundo y no somos capaces de percibir la desgracia o la tragedia que hay tras esas vidas, tragedia que las ha llevado seguramente a esa situación de marginalidad. La pobreza es un estado vital y lo queremos resolver dando un saco de arroz en el banco de alimento. Como dice Amartya Sen la pobreza es la ausencia de libertad.
Sí soy partidaria de la compasión, de la solidaridad, la existencia de ciertos sentimientos relacionados con eso, pero no me gusta la caridad
JA.- Siguiendo con Adela Cortina…es interesante ese ejemplo de cómo la sociedad percibe la dualidad u oposición entre diferentes personas. Por un lado, el extranjero turista es bienvenido porque algo nos aporta, mientras que el mendigo, el extranjero pobre, es rechazado porque no nos da, solo nos pide algo de nosotros, sin nada a cambio. Sabemos que el turista es extraño a nosotros, habla otra lengua, tiene otras costumbres, pero nos trae algo, nos beneficia en algo. Es una pura relación mercantil, lo trato bien porque me aporta algo bueno para mí, para mi economía. Pero otra cosa es el emigrante pobre, que no me aporta nada, no me da nada. Simplemente me pide, y yo por ello lo rechazo. No existe la mínima solidaridad, esa transferencia de mí, un privilegiado, hacia el otro, que no tiene nada. Estamos levantando una sociedad donde la agresividad contra el pobre y la carencia de la mínima solidaridad puede agravar la situación de estos.
SM.- Fíjate que todo viene de esa desigualdad básica, de ahí viene ese rechazo. La sociedad permite, ve bien, lo que yo llamo el espectáculo de la caridad que incluso llega a programas de televisión seguidos por millones de personas, los bancos de alimento, los rastrillos benéficos…todo eso la sociedad lo contempla estupendamente. Está hasta dispuesta a dar dinero al pobre, cada uno de nosotros, voluntariamente. Ahora bien, si tú defiendes que ese pobre tiene derecho a recibir una renta básica por el hecho de ser un individuo que vive entre nosotros, y que eso saldrá de tus propios impuestos, la cosa cambia. Porque todo lo que supone atacar la pirámide social genera rechazo. Lo espectacular cae bien, es positivo, por ejemplo esa anécdota del cocinero de fama que da una comida espléndida a los pobres, una anécdota repulsiva pero que cae bien a parte de nuestros conciudadanos. Ponga un pobre en su mesa. En general, este tipo de espectáculos les encanta a los partidos y medios de la derecha –no sé verdaderamente ya lo que hoy significa ser de izquierdas–, entra dentro de la llamada caridad, cuando tú decides si le das o no le das dinero al pobre. Pero a la hora de plantearte que una parte de tus impuestos debe ir a financiar esta situación, que Hacienda te quita parte de tu renta para políticas sociales, entonces la cosa cambia y rechazamos esa vía. Estas contradicciones entre caridad y justicia son llamativas. Fíjate cuando te pones en la puerta del Mercadona el día que están los del banco de alimentos (la verdad es que le hacen bastante publicidad al Mercadona). Te miran mal si sales de comprar y no has metido tu colaboración en el carrito de los del banco de alimentos porque ese gesto de dejar el saco de arroz se considera positivo, pero si tú les hablas de la RBU te miran de forma extraña.
JA.- Te lo voy a preguntar directamente, en esos casos, ¿no dejas tu colaboración alimentaria a los del banco de alimentos?
SM.- No, no lo hago. Yo le he comprado comida a Carmen, le he pagado con una amiga durante un tiempo una habitación donde pudiera dormir, y le he llevado a su perro –lo cuento en el libro– al veterinario pagando la factura. Pero eso no me hace mejor persona, simplemente me ha aliviado mi malestar. La caridad sirve precisamente para aliviar ese malestar, es un parche. Yo entiendo que salgamos en ayuda de esas personas con ese tipo de acciones, yo lo he hecho y probablemente lo volveré a hacer. Pero eso no va a resolver el problema de la desigualdad aparte de que no creo en la llamada caridad institucionalizada. Yo doy cuando yo quiero y a quien me da la gana y desconfío y me generan mucho rechazo esas grandes instituciones dedicadas a la caridad. Aparte de que resuelven, lavándole la cara, la mala acción del Estado, le hacen el trabajo sucio que debería ser responsabilidad primera del Estado. La derecha favorece esa caridad porque de ese modo cronifica la pobreza, le da estatus de permanencia.
JA.- La imagen del hámster con la que culmina el libro es muy interesante. Este asunto de la pobreza es como ese animal que no deja de darle a la rueda y por eso nunca se para, nunca va a cesar. ¿Eres pesimista en este asunto? ¿Crees que el mecanismo burocrático va a ser imposible de cambiar?
SM.- La imagen del hámster y la rueda viene a partir de la constatación de que Carmen tenía que empezar a solicitar la renovación de su ingreso social meses antes de que este cumpliera porque en caso contrario perdería esa ayuda y tendría que volver a empezar todo el proceso desde cero. Es un mecanismo terrible. Las ayudas de la administración tienen más letra pequeña que una hipoteca y si no estás listo para leerla y entenderla puedes perder esa ayuda en un momento. Aparte de que tienes que estar continuamente demostrando que estás en esa situación de necesidad, que requieres esa ayuda y que, para colmo, no la puedes incorporar a otros ingresos, no es acumulativa. Si tienes otro ingreso por muy pequeño que sea pierdes automáticamente la ayuda social del Estado. Son dos cosas: por un lado, en cuanto te llega la ayuda tienes que empezar a solicitar la renovación (el hámster y la rueda) y, por otro, este medio no va a acabar con la pobreza, es simple subsistencia en condiciones ínfimas. Tal como está planteado, el sistema de rentas mínimas no funciona ni va a funcionar. Hay que cambiarlo por completo.
[Sara Mesa ha publicado ya una buena serie de novelas y libros de relatos y cuentos. Destacan Cicatriz, Mala letra y recientemente Cara de pan. Su crónica Silencio administrativo está publicada en nuevos cuadernos Anagrama]