Por MASSIMO D’ALEMA
Parece abrirse, por fin, un debate en la izquierda y en el Partido Democrático acerca de las razones de la derrota del 4 de marzo [de 2018] y sobre las perspectivas de futuro. Ha hecho falta el impulso de esos miles de militantes de la izquierda que, después de meses de frustración, han vuelto de nuevo. Tenemos que y debemos ciertamente partir de esta generosa voluntad de volver a la acción, de la disposición a comprometerse, de la necesidad de tantas personas para que la izquierda vuelva a estar ahí y a expresarse sobre las diferentes cuestiones del país. Ha hecho falta mucho tiempo para que volviera a manifestarse alguna señal de vida, no obstante creo que hay que mirar con respeto los confusos y difíciles acontecimientos que se están viviendo en el PD y en el conjunto de la izquierda desde el 4 de marzo. Sería demasiado fácil dejarse llevar por un juicio liquidador pero este no puede ser el modo de razonar de quien lleva en el corazón no solo los ideales y valores de la izquierda sino también el futuro de nuestra democracia.
Es evidente que el enormecolapso no ha sido fruto solo de la derrota electoral. El problema es que tras el 4 de marzo no se tomóel caminomás claro y razonable como es el de una discusión seria y libre sobre las razones de la derrota. El principal partido del centroizquierdatenía que haber promovido un congreso abierto,reclamandoun debate entre todas las fuerzas y personas interesadas en el futuro del país y en el destino del campo progresista.También quien se ha separado del PD no ha sabido o no ha podido plantearse como promotor de un tiemponuevo para la izquierda. Han pesado la escasa fuerza electoral, fruto de una tardía e improvisada operación, y también la incertidumbre acerca de la perspectiva, que ya afloró entre sus protagonistasal día siguiente de las elecciones. Hace falta, por tanto, reconocer que el estado de confusión y la incapacidad para componer una nueva perspectiva han pesado y pesan sobre el conjunto delcentro izquierdalo cual ha terminado por paralizar la iniciativa política y agravar la crisis. Parece también bastante vacío el argumento de que la izquierda, más que encerrarse en discusiones divisorias, debería esforzarse hoy en una dura oposición. Es verdad que hay que hacer oposición pero para que esta sea eficazhay que ser capaz de plantear una alternativa para el país; parece difícil hacer creíble la lucha en nombre de opciones políticas y de un liderazgo que los ciudadanos han descalificado hace pocos meses. Por ahora no se divisa un proyecto capaz de dar respuesta a las demandas sociales, a la exigencia de tutela y protección que han expresado los ciudadanos hace pocos meses. Sin un nuevo proyecto,las protestas, los obstruccionismos e incluso las manifestaciones es verdad que movilizan a los manifestantes pero no amplían el área del consenso. Si hoy la oposición pudiera presentarse con el rostro de un nuevo liderazgo y con una nueva dirección para el país, que supiera plantear una propuesta sólida no solo a la actual deriva sino también a los errores del pasado, la situación de Italia sería ahora muy diferente. También por esto hace falta coraje político, claridad y lealtad, porque las artimañas y engaños no ayudarán a mostrar esa señal clara de cambio sin el cual parece imposible volver a sintonizar con el país. Recordemos lo que ocurrió en 1994, cuando la izquierda fue hundida por Berlusconi, y después en 2001, cuando a la derrota electoral se unió la protesta de los girotondi contra todo un grupo dirigente. Hubo discusión, batalla política, y los cambios necesarios abrieron el camino a la recuperación, a la ampliación de las alianzas y a la reconquista del consenso.
Por ahora no se divisa un proyecto capaz de dar respuesta a las demandas sociales, a la exigencia de tutela y protección que han expresado los ciudadanos hace pocos meses
En estos días hemos oído resonar las llamadas a la oposición y a la unidad. La unidad, ciertamente, es un gran valor, pero siempre que no sea en detrimento de una discusión sincera sobre las razones de la derrota, de otra forma se convierte en un expediente para la autoconservación de una clase dirigente.La batalla de oposición conlleva también interrogarse sobre la perspectiva política. Después que ha sido arrasado el campo del centro izquierda y después que se ha decidido arrojar al Movimiento 5 Estrellas en brazos de la Liga de Salvini, ¿qué perspectiva política tenemos? De forma realista hay que reconocer que si cayera la mayoría 5S-Liga por el peso de sus errores y por la fuerza de las oposiciones económicas y políticas la perspectiva más probable para Italia sería la de la reconstitución de una mayoría de centro derecha: el “reconfortante” retorno de Berlusconia la dirección del país no me parece una perspectiva para entusiasmarse y, sobre todo, no parece una consigna que pueda motivar a la izquierda a volver al ruedo.
Se puede decir que hoy, con relación a otros difíciles momentos del pasado, nos encontramos ante un trance más complejo, es decir, ante una derrota que marca el final de un largo periodo y se sitúa en un marco internacional que confirma el carácter profundo y no coyuntural de las tendencias que están afectando a nuestro país. Con mayor razón esto exigiría una reflexión valiente y de gran alcance que no se puede reducir a la precipitación de los cotidianos twits. Es verdad que se cierra un ciclo, como ya se ha escrito, y que en consecuencia debe lanzarse la mirada más allá del alcance de estos pasados veinte años que han sido testigos del progresivo agotamiento de la base social del consenso de la izquierda. Pero eso no quita que tengamosun debate sobre las alternativas de estos años,entre otras cosas porque nos hemos movido en la dirección exactamente contraria a la necesidad de reconstruir la relación entre la izquierda y su base popular.
La gran mayoría de los trabajadores, privados y públicos, y una buena parte de los enseñantes han percibido la política del centro izquierda como hostil. A esta hostilidad se ha añadido un gradual rencor hacia aquelsujeto político del que se pensaba que estaba para protegerles y no para golpearles. Si no se entiende que para cambiar estos sentimientos hace falta una clara, neta y valerosa inversión de tendencia, además del honesto reconocimiento de los errores cometidos, no creo que se pueda iniciar un nuevo y positivo proceso. Sería en verdad un error limitar la reflexión crítica a estos años: es, lo repito, una larga fase sobre la cual debemos volver a reflexionar con seriedad.
De forma realista hay que reconocer que si cayera la mayoría 5S-Liga por el peso de sus errores y por la fuerza de las oposiciones económicas y políticas la perspectiva más probable para Italia sería la de la reconstitución de una mayoría de centro derecha
Los progresistas americanos y la izquierda europea han tratado desde los años noventa de dar un aliento político al tumultuoso proceso de crecimiento del capitalismo global. La socialdemocracia europea venía de la gran experiencia histórica del Estado social: hacer frente al reto del desarrollo capitalista, la democracia y la justicia social. La globalización se vio como un desafío inevitable pero también como oportunidad, y la idea predominantefue la de favorecer y dirigirel proceso a través de una acción de apertura de mercados junto con el refuerzo de las formas de integración y de regulación supranacional. La Unión europea aparecía como un modelo de este punto de vista. La cultura dominante fue durante mucho tiempo una visión liberal acompasada con valores solidarios de raíz socialista y cristiana. Una visión sostenida por una valoración optimista de la globalización, por la convicción de que el crecimiento del mercado mundial, la innovación tecnológica y la cooperación internacional apliarían a la vez las oportunidades y favorecerían el bienestar difuso y la movilidad social. El mismo nacimiento del PD en Italia apareció como fruto, por otra parte tardío, de ese momento político y cultural ya superado.
Queda a los historiadores valorar en qué medida el giro “liberal” de la izquierda fue la consecuencia inevitable de la caída del estatalismo soviético y de la crisis de los modelos europeos de economía mixta ante el empuje de la competencia global. Tampoco es fácilcomprender cuáles podrían haber sido las alternativas, especialmente en un país como Italia, golpeado por una crisis dramática del sistema político democrático, oprimido por el peso enorme de la deuda y teniendo que lidiar con una vasta ineficiencia del sistema público.
Lo que importa subrayar es que esta visión liberal-socialista seha mostrado en gran medida ilusoria y que el reformismo ha quedado aplastado entre el peso de la economía global y de los mercados y la limitada posibilidad de acción de las instituciones políticas que han permanecido básicamente como estructuras nacionales. Mientras, grandes grupos financieros globales y los países económicamente más fuertes obstaculizaban con éxito la construcción de instituciones internacionales capaces de regular eficazmente el funcionamiento de los mercados. Se podría por ello afirmar que la orientación predominante de las instituciones internacionales –y sobre todo las económicas de mayor peso– ha sido la de actuar decididamente a favor de consolidarprogresivamente una visión neoliberal en todos los rincones del mundo. Los efectos los hemos podido comprobar durante estos años y han sido evidentes y dramáticos a partir de la crisis de 2008. La crisis financiera y después económica no ha sido solo el efecto del fracaso de la pretendida autoregulación de los mercados sino el punto de llegada de un proceso social marcado por el crecimiento de las desigualdades, el empobrecimiento de las clases medias, la precarización y desvaloración del trabajo, mientras la riqueza financiera se concentraba en grupos cada vez más reducidos. La enorme disparidad de riqueza y oportunidades ha terminado por corroer no solo la cohesión social sino la base misma de la democracia. Vivimos, desde 2008, una larga y ruinosa crisis. La crisis de la globalización neoliberal y de la hegemonía cultural y de la cultura dominante que han marcado este periodo, sin que haya conseguido imponerse una nueva visión del mundo y del desarrollo. Como escribía Gramsci, en el interregno entre lo viejo que muere y lo nuevo que no consigue imponerse pueden nacer «los más diversos monstruos». La confusa revuelta popular a la que asistimos en Europa y que se expresa en un rencor hacia las elites políticas y, no pocas veces, en forma de regresión nacionalista y racista es uno de estos monstruos; igual que lo son el crecimiento de los conflictos y en general el desorden del mundo y la incapacidad para hacerles frente de las instituciones internacionales y de los grandes poderes. Todo ello es expresión de una larga crisis que es precisamente una crisis de hegemonía.
Sin embargo, si repasamos el optimismo con que en abril de 2009 se clausuró el G20 de Londres se podía esperar una salida distinta. Fueron Barack Obama y Gordon Brown los que anunciaron decisiones históricas contra la especulación financiera, los paraísos fiscales, los que anunciaron nuevas reglas y ambiciosos objetivos. «De la crisis –concluía el líder laborista– surgen los fundamentos de una nueva cooperación internacional, de un nuevo orden mundial». En realidad, durante los años sucesivos, poco se ha movido en aquella dirección y la recuperación económica, incierta, desigual y trabajosa, no ha corregido los desequilibrios y la desigualdad que definieronlas dos décadas precedentes.
La izquierda europea ha pagado el precio más alto, constreñida entre la derecha tecnocrática y “ordoliberal” dominante en Bruselas y la creciente impaciencia de las clases populares hacia las políticas de austeridad sobre las que cabalgan las nuevas derechas populistas y nacionalistas
Falta la fuerza política para actuar en esa dirección y, por tanto, paraimprimir un control eficaz de la globalización y consolidar una nueva visión y una nueva “filosofía”. La recuperación económica, por tanto, no se ha producido en el marco de una inédita cooperación internacional sino que por el contrario se ha acentuado la conflictividad entre los Estados, en particular entre los más poderosos, hasta la explosión de inquietantes guerras comerciales como la actual, y de imprevisibles consecuencias, entre los Estados Unidos y China. En este marco, también la solidaridad europea se ha debilitado. Por una parte, la Unión aparece cada vez más caracterizada por un equilibrio intergubernamental que termina por hacer prevalecer los intereses de los países más fuertes ante las exigencias de la integración. Lo que es más grave es la dramática reducción del consenso y de la confianza hacia la UE y su futuro, también porque las instituciones de Bruselas aparecen cada vez más, aunque no sea todo verdad, exclusivamente como garantes de las reglas monetarias y financieras y no como promotores de políticas de desarrollo y solidaridad. La crisis delos refugiados ha marcado un gravísimo punto de caída de aquellapráctica decompartir responsabilidades que fue uno de los resultados más importantes de la postguerra y de la integración europea. Una Europa vaciada de sus valores termina así por ser un fácilblanco de campañas que se definen populistas y de resucitados espíritus nacionalistas.
La izquierda europea ha pagado el precio más alto, constreñida entre la derecha tecnocrática y “ordoliberal” dominante en Bruselas y la creciente impaciencia de las clases populares hacia las políticas de austeridad sobre las que cabalgan las nuevas derechas populistas y nacionalistas. No es casualidad que, en la izquierda, hayan sabido encontrar fuerza y vitalidad partidos que permanecieron ausentes de pacto alguno conlos conservadores –pacto hecho, además,en nombre del europeísmo– y han recuperado, por el contrario, su papel crítico y una capacidad de representación del mundo del trabajo y de las clases populares más débiles. Por otra parte, el bloqueo de la izquierda tradicional no solo ha favorecido un deslizamiento de los consensos populares hacia la derecha sino también el surgimiento y consolidación de nuevas fuerzas críticas en relación con elcarácter del desarrollo capitalista y la globalización. Pienso no solo en Syriza o Podemos, o en el gradual relevo de los Verdes respecto del SPD –prisionero de la Gran Coalición– como principal fuerza de oposición en Alemania, o no solo en la nueva izquierda de Mélénchon en Francia, sino también –aunque de forma diferente y mucho más ambigua– en el Movimiento 5 Estrellas, que sería erróneo homologarlo a la derecha ya que ha podido conquistar una parte importante del electorado tradicional de la izquierda en nombre de la lucha contra la pobreza, la injusticia y los privilegios.
Es evidente que solo una izquierda capaz de interpretar su función histórica de fuerza que combate la desigualdad y la injusticia social puede pensar en disputar al populismo el consenso de las clases populares; de lo contrario se reduce a ser un sujeto exclusivamente representativo de una parte de la clase media, como está ocurriendo en distintos países europeos con la consecuente marginación de las fuerzas progresistas.Al mismo tiempo considero que hace falta una estrategia de deferencia, cuando no sea posible la colaboración, con todos esos movimientos anti-establishment que no son asimilables a la derecha racista y nacionalista. Hemos saludado recientemente el acuerdo entre PSOE y Podemos en España. Pero también en Portugal los socialistas han rechazado el acuerdo con los conservadores y han formado un gobierno junto a la llamada izquierda radical. No es casualidad quizás que, a pesar de las dificultades, en estos dos países esté la izquierda en el gobierno demostrando su vitalidad.
No creo que insistir en la necesidad de que la izquierda relance su función crítica y su proyecto de transformaciones sociales signifique marcar el camino de una regresión a los años cincuenta o sesenta del pasado siglo. Es evidente que el tema de la igualdad hay que saberlo ligar de forma innovadora con los del crecimiento económicoy el respetoal medio ambiente. Está claro que las formas de la acción pública no pueden ser las del pasado y que lo fundamental es la capacidad de estímulo del Estado junto al ineludible papel de regulación de los mercados a nivel nacional e internacional. Sin embargo, la ideología privatizadora y antiestatal, la concepción según la cual la única finalidad de la política es la de eliminar los obstáculos para permitir que la economía y las finanzas desplieguen su fuerza propulsiva, ha pasado a la historia y aparece, a la luz de la crisis, como una mala teoría que ha provocado daños sociales y fragilidad económica.
Una izquierda europea que, de forma creíble,quiera volver aimpulsar su función y reencontrar sus razones, está obligada a poner en el centro de la batalla de los próximos meses una concepción radicalmente innovadora de la UE, la necesidad de una auténtica refundación de Europa y de un renovado pacto entre las instituciones comunes y los ciudadanos.La idea de hacer piña con el establishment europeo en defensa de los statu quo contra la “barbarie soberanista” sería suicida. Por otro lado, los conservadores alemanes se mueven ya en otra dirección. No creo que el partido de Angela Merkel quiera perder el control de las instituciones de Bruselas. Y parece muy problemático pensar que después de las elecciones de 2019 pueda mantenerse el eje mayoritario entre populares y socialistas que ha dirigido la Unión durante los últimos veinticinco años. Es evidente que hay fuerzas en el PP europeo que apuestan por una alianza que incluya a parte de la derecha. En el fondo, la visión intergubernamental de Europa que ha prevalecido en estos años puede permitir un reequilibrio que no ponga en discusión la Unión pero que redimensione drásticamente las ambiciones políticas y el aliento ideal de la misma. La alternativa solo puede consistir en una propuesta valiente de reforma y de integración política. Pero para que sea creíble la idea de una Europa que tenga más, y no menos, poder hace falta que se base en un proyecto radical de democratizacióny en una nueva orientación de políticas económicas y sociales que asuma la necesidad de una revisión del Pacto de Estabilidad y Crecimientoy, más generalmente, de los mecanismos de funcionamiento del área euro.
Para que una parte del pueblo vuelva a apasionarse con Europa hace falta saber transmitir la imagen de una Europa que sea garante de inversiones, innovación y derechos sociales, no una limitación o un obstáculo a todo ello.
Y parece muy problemático pensar que después de las elecciones de 2019 pueda mantenerse el eje mayoritario entre populares y socialistas que ha dirigido la Unión durante los últimos veinticinco años. Es evidente que hay fuerzas en el PP europeo que apuestan por una alianza que incluya a parte de la derecha
Por esto, el escenario peor para la izquierda sería el de unas elecciones europeas en las que se enfrenten por una parte los defensores del europeísmo tradicional y, por otra, los nuevos profetas de la rebelión de los pueblos contra la “tecnocracia” de Bruselas. El tema solo puede ser el de un nuevo pacto fundador que derrote el nacionalismo en el nombre de los valores de la solidaridad, el progreso y la justicia social que no parecen ya ser los que inspiran la acción de la Unión europea.
Una visión audazmente innovadora de la relación con Europa es crucial también para diseñar una perspectiva política para Italia. Parece cada vez más claro que la alianza amarillo-verde [Liga-5Estrellas] que gobierna el país es la expresión de intereses y culturas que están en conflicto entre ellas por diversos aspectos. El análisis según el cual la Liga y 5 Estrellas serían dos caras de la misma derecha parece superficial y propagandística. Por otro lado, no es fácil de explicar que, de forma inesperada, la izquierda ha visto desaparecer al 80% de su electorado que se ha resituado a la derecha. En realidad, una parte de la base popular de la izquierda ha votado por un movimiento en el que se expresa, aunque de modo simplista y contradictorio, esa revuelta ética y social contra la injusticia a la que el centroizquierda no ha sabido dar respuesta; es más, en estos añosni siquiera ha sabido verla en la mayoría de las ocasiones. Estamos ante dos populismos diferentes, aunque me parece que con un único plan político, el de Salvini y la derecha. Un plan político que mira más allá de la actual transición y que no por casualidad aparece cada vez máshegemónico. Escribía Gramsci que la hegemonía se construye sabiendo captar los elementos de verdad que hay en la visión de los otros. De esta forma ha ganado Salvini el momento postelectoral (no olvidemos que el 4 de marzo la Liga fue la tercera fuerza), captando las razones de la revuelta popular y dándoles la vuelta, por un lado contra los inmigrados, en una guerra entre pobres, y por otro, contra el “globalismo progresista” de las elites europeas: es decir, dentro de las coordenadas de la derecha. Aparece en el horizonte un nuevo equilibrio político en Europa y, en Italia,elagotamiento de los 5 Estrellas y una perspectiva de gobierno duradero para la nueva derecha post-berlusconiana. En suma, hay una estrategia.
Hay que constatar con pesadumbre que el debate en la izquierda no deja ver nada comparable. Lo digo con respeto hacia la generosa evocación de nuevos “frentes republicanos” (¿con quién?) o de santas alianzas de Macron a Tsipras (sin saber si alguien ha hablado con los interesados) o de la por otra parte necesaria “apertura a la sociedad civil”. Quizás es hora de que en la izquierda italiana –que a esto estaba habituada– se vuelva a abrir una reflexión de altura sobre la sociedad y sobre Europa, una reflexión capaz de sostener una nueva visión estratégica. Italia necesita esto: una izquierda con la ambición de volver a ser fuerza impulsora y determinante para el futuro del país.
[Publicado en Italiani europei (5-6/2018). Traducción de Javier Aristu]