Por JAN ROVNY
Puede ser tentador conectar el fracaso de la izquierda europea con la reciente recesión económica. Fue durante esta recesión o sus secuelas cuando muchos gobiernos de izquierda (en Gran Bretaña, España, Dinamarca) perdieron sus mandatos. No se puede negar que la recesión, con su costo social masivo causó mucha inestabilidad, y abrió una puerta política a los diversos desafíos populistas. Sin embargo, sería ingenuo sugerir que la crisis económica fue más que un catalizador. Fue un acelerador que activó el arranque de las consecuencias de un desarrollo estructural del que hemos sido testigos durante al menos tres décadas.
El debilitamiento de la izquierda política ha tenido un largo proceso de desarrollo. Ha sido causada en gran medida por un profundo cambio estructural y tecnológico que ha alterado el rostro de las sociedades europeas, ha cambiado los patrones económicos del continente y ha dado un renovado vigor a las políticas de identidad. En este proceso, los partidos tradicionales de izquierdas han perdido no sólo la capacidad de hacer entender su principal narrativa política, sino que también han perdido gran parte de sus electorados tradicionales. Estos electorados no es que“cambiaron de marca” en relación con la izquierda, sino que han desaparecido como grupo social comprensible.
¿Qué ha quedado atrás?
Empecemos por el principio preguntándonos qué fue la izquierda europea en su apogeo. La característica definitoria de la izquierda europea de posguerra (que era distinta de la izquierda de Europa oriental de la época) era la lucha democrática por los derechos de los trabajadores. Poco después de la Segunda guerra mundial, la mayor parte de la izquierda europea dominante rechazó el comunismo, y aceptó un camino democrático hacia la emancipación y apoyo de la clase obrera. Durante la edad de oro del desarrollo de posguerra, la izquierda participó en la construcción de los estados de bienestar europeos, y donde ha sido más exitoso – en Escandinavia – se construyó universalista, igualitario, financiado predominantemente por el impuesto y de gestión estatal de sus sistemas de previsión social.
El debilitamiento de la izquierda política ha tenido un largo proceso de desarrollo. Ha sido causada en gran medida por un profundo cambio estructural y tecnológico que ha alterado el rostro de las sociedades europeas, ha cambiado los patrones económicos del continente y ha dado un renovado vigor a las políticas de identidad
En dicha construcción, los partidos de izquierda se apoyaron principalmente en un grupo significativo y relativamente homogéneo de electores de clase obrera. Estos electorados estuvieron marcados desde finales del siglo XIX por un fuerte sentido de pertenencia al grupo, o «conciencia de clase». Esta conciencia se construyó desde la cuna y duró hasta la tumba. Se pasó de padres a niños, y a través de una plétora de organizaciones vinculadas al partido, como guarderías, clubes deportivos, sociedades corales, clubes de mujeres y otros. Junto con los sindicatos de trabajadores que organizaban el trabajo en ls plantas de la fábrica, y más tarde en las oficinas, estas organizaciones ayudaron a construir una subcultura de clase obrera que impregnaba tanto a lo social como a lo político, y que garantizó la estabilidad electoral de la izquierda europea.
Seymour Martin Lipset apuntó que el mayor logro de la izquierda había sido el alejamiento de la clase obrera del autoritarismo y su tendencia hacia el cosmopolitismo propugnado por intelectuales de izquierda. De hecho, el éxito generalizado de la izquierda al captar y «educar» a los estratos sociales más bajos marcó profundamente el sistema de partidos europeos. En Europa occidental, la izquierda política se asoció de manera uniforme y continua con políticas progresivas no sólo en el ámbito económico, sino también en cuestiones no económicas como el medio ambiente, los derechos de las mujeres y, lenta y tímidamente, los derechos de las minorías, tanto étnicas como sexuales.
Algo paradójicamente, el éxito de la izquierda precipitó su propia desaparición de una manera dialéctica. En primer lugar, la emancipación de la clase obrera – principalmente la extensión del acceso a la educación superior – cambió la clase obrera y su dependencia de las subculturas y organizaciones de izquierda. En segundo lugar, la tendencia de la izquierda hacia la búsqueda de derechos permitió a las generaciones más jóvenes tratar de encontrar la liberación personal de las jerarquías tradicionales, incluyendo las de la izquierda.
Del proletariado al ‘precariado’
Cuando vivía en Gotemburgo, Suecia, la casa del Volvo, visité con entusiasmo la fábrica de Volvo, deseando conocer al proletariado contemporáneo. ¿Qué es lo que vi? Salas y salas de cintas transportadoras que arrastraban esqueletos que luego se convertirían en lujosos coches SUV en aproximadamente una hora, mientras que brazos robóticos de plata ensamblaban las diversas partes. ¿Y la clase obrera? Vi a unos pocos de ellos. En su mayoría eran mujeres jóvenes, sentadas en cómodas sillas rodeadas de pantallas de ordenador y teclados, escuchando sus iPods… Más tarde supe que estos trabajadores ganaban tanto como los profesores de universidad suecos (lo que quiere decir mucho).
La clase obrera tradicional como la imaginamos desde los tiempos de Henry Ford ya no existe. La mayoría de los trabajadores de Volvo con su salario por encima de la media, la comodidad y la seguridad laboral difícilmente pueden considerarse como tales. La clase obrera de hoy es mucho menos visible y mucho más atomizada. La clase obrera de hoy son las masas de trabajadores de servicios no cualificados que predominantemente cocinan, limpian o conducen. A menudo, sus trabajos son a corto plazo o a tiempo parcial, y de bajo salario. Estas personas no entran en contacto unos con otros como ocurría con los trabajadores tradicionales de aquellas fábricas. Proceden a menudo de sectores y orígenes minoritarios, y por tanto están separados entre sí por fronteras culturales. En resumen, esta gente hanvisto reducida significativamente su capacidad de organizarse, y no lo hacen. Como muestra mi investigación con Allison Rovny, su pertenencia política es débil, y – al no disponer de una subcultura formativa – es maleable.
La clase obrera tradicional como la imaginamos desde los tiempos de Henry Ford ya no existe (…) La clase obrera de hoy es mucho menos visible y mucho más atomizada
La extensión de la educación superior ha aumentado la capacidad individual de las personas para procesar información más compleja y tomar sus propias decisiones. A medida que la educación ofrecetambién mejores empleos, este proceso ha creado ciudadanos cognitiva y financieramente más independientes. La generación 1968 optó por una política socialmente más liberal y menos jerárquica, constituyendo nuevos movimientos sociales y más tarde partidos políticos que abrazaron la economía de izquierdas, pero que se definieron por su apertura social y cultural.
En el contexto de una clase obrera en transformación y de unaporte político en desarrollo, los partidos tradicionales de izquierda se convirtieron en partidos de la nueva clase media, principalmente del creciente número de empleados estatales de cuello blanco. Al hacerlo, la izquierda tradicional respondió al desafío verde adoptando perfiles más ambientales y en general liberales en lo social, pero también abandonó lenta pero seguramente al nuevo ‘ precariado ‘ – la nueva clase obrera de servicios y aquellos en empleo pobre o irregular. Arrastrado políticamente por el social-liberalismo (el de la «nueva» izquierda), y por la moderación económica al centro (preferido por ese nuevo grupo de trabajadores urbanos de cuello blanco y «yuppies»), la izquierda tradicional abrió una brecha política, un vacío político enorme alrededor de ellos,que buscaban protección económica y un cierto tradicionalismo cultural. La importancia de este espacio político tradicional y de izquierda, desocupado por los partidos dominantes en la izquierda, sería impulsada por otro desarrollo estructural importante-el crecimiento del intercambio transnacional.
Transformaciones transnacionales
La caída del muro de Berlín en 1989 fue un hito simbólico, abriendo no sólo la Europa Oriental comunista, sino todo el mundo desarrollado en la direccióndel aumento del intercambio internacional. Mi investigación en curso con Gary Marks, Liesbet Hooghe y David Attewell muestra que las tres décadas transcurridas desde entonces han sido testigos de una importante liberalización del comercio internacional, expresada en la formación de la OMC, y en la profundización de la integración europea, que prácticamente siempre se ha centrado en la libre circulación de mercancías, del capital y de la gente. La apertura de las fronteras europeas, así como los diversos conflictos en el umbral de Europa y más allá, incrementaron aún más la migración hacia y dentro de Europa.
El surgimiento del transnacionalismo – de extensos flujos transfronterizos de bienes, servicios, dinero y personas – es, en primer lugar, un fenómeno económico. Sustituye los productos domésticos y a los trabajadores con alternativas extranjeras más baratas. Por tanto, el transnacionalismo divide a la sociedad en los que, por un lado, a la vez que consumen prósperamente productos más baratos, obtienen sus rentas en sectores protegidos (públicos) o internacionalmente competitivos, y los que, por otro lado, ven amenazado su sustento por la competencia extranjera en forma de productos importados y trabajadores importados. De este modo, el transnacionalismo crea ganadores y perdedores económicos, cada vez más conscientes de su estatus en nuestras sociedades globalizadas.
El transnacionalismo es también un fenómeno cultural. Mientras los privilegiados disfrutan de viajes transfronterizos por negocios y placer, adquieren experiencias, aprenden idiomas, construyen amistades y, en ocasiones, forman familias más allá de fronteras y culturas, otros, con medios financieros y educativos limitados, viven en un mundo definido por fronteras, costumbres y lenguaje nacionales. La afluencia de migrantes culturalmente distintos a los centros urbanos fomenta esta alienación
El transnacionalismo, sin embargo, es también un fenómeno cultural. Mientras los privilegiados disfrutan de viajes transfronterizos por negocios y placer a una escala incomparable, adquieren experiencias, aprenden idiomas, construyen amistades y, en ocasiones, forman familias más allá de fronteras y culturas, otros, con medios financieros y educativos limitados, viven en un mundo definido por fronteras, costumbres y lenguaje nacionales. La afluencia de migrantes culturalmente distintos a los centros urbanos fomenta esta alienación. Esto forma un abismo cultural entre los cosmopolitas transnacionales, concentrados en las grandes ciudades, que abrazan cada vez más el pluri-culturalismo, y los tradicionalistas nacionales,presentes sobre todo en lugares más pequeños, periféricos, temerosos de los inmigrantes y escépticos de la aceptación del inmigrante por parte de sus compatriotas cosmopolitas.
El transnacionalismo redefine el espacio político disociando el progresismo económico de la apertura sociocultural. El transnacionalismo asociapor un lado el cosmopolitismo con el intercambio económico abierto, y por el otro el tradicionalismo nacional con el proteccionismo económico. Al hacerlo así, el transnacionalismo destruye efectivamente la antigua coalición electoral de la izquierda. Los trabajadores naturalmente proteccionistas se alejan de los intelectuales naturalmente cosmopolitas. Esto nos lleva de nuevo al gran vacío político, a la pregunta de quién representará al nuevo ‘ precariado’, que la protección económica, y al tradicionalismo cultural. El transnacionalismo aumenta también la prominencia del anti-elitismo populista, como se sienten los sectores tradicionales rurales,carentes de representación,rechazados, y distintos de la élite en gran parte urbana, cosmopolita. La llamada populista al ‘hombre común’ es una llamada de protección económica y cultural contra las transformaciones del transnacionalismo.
La izquierda excluida
Al desplazar su enfoque hacia las nuevas clases medias, la izquierda dejó que el nuevo «precariado» se inclinara hacia el proteccionismo nacionalista, convirtiéndose en terreno fértil para la derecha populista radical. La derecha populista radical ha existido desde hace ya bastante tiempo. En primer lugar, lo fue como una crítica anti-impuestos, contra la izquierda del estado de bienestar, pero más tarde, en los albores de la globalización, aprovechó el delicado tema de la inmigración para cambiar de juego con determinación. Al atraerse una amplia coalición de intereses económicos a través de sus vagas propuestas económicas, como mi citada investigación muestra, la derecha radical unió su electorado tradicional pequeño burgués a las capasdel nuevo ‘precariado’, y superó a la izquierda como la voz política dominante de las clases trabajadoras contemporáneas.
Al desplazar su enfoque hacia las nuevas clases medias, la izquierda dejó que el nuevo «precariado» se inclinara hacia el proteccionismo nacionalista, convirtiéndose en terreno fértil para la derecha populista radical
La transformación de la izquierda, sin embargo, ofrece oportunidades para diversos promotores políticos. Como mi próximo trabajo con Jonathan Polk, Bruno Cojinete y Allison Igual demuestra, en los países que experimentaron una desaceleración económica particularmente drástica durante la recesión económica, como Grecia y España, y donde el ‘precariado’, en consecuencia, incluye a muchos ciudadanos jóvenes y educados, los contendientes populistas son en su mayoría partidos izquierdistas radicales que reclaman un retorno a la política verdadera –económicamente intervencionista y culturalmente liberal – de izquierdas. En otros sitios, los populistas que se escapan a etiquetas políticas evidentes obtienen apoyo electoral en gran medida a través de los votos de los «precarios» que la izquierda ha abandonado.
La transformación del proletariado en «precariado», junto con el inicio del transnacionalismo, ha reformulado el ámbito político. La política de la posguerra vio los intereses económicos – sobre todo la extensión y los contornos del estado de bienestar – como el combate político dominante que subsumó o ignoró en gran medida otras divisiones no económicas. La nueva política del transnacionalismo promete ser una política de identidad, con las líneas de clivaje definidas por etiquetas etnonacionales, así como por la distinción entre grandes centros urbanos y la periferia rural. Como mi trabajo con Gary Marks, Liesbet Hooghe y David Attewell sugiere, estas divisiones pueden ser tan profundas, pegajosas y en formación, como lo fueron las tradicionales líneas de clase del siglo XX. Si bien estas divisiones están arraigadas económicamente, al sertambién culturales, los nuevos promotores políticos encontrarán más fácil encuadrar sus narrativas en términos basados en la identidad. Por lo tanto, habrá queesperar que afloren los problemas económicos en los discursos no económicos de la identidad nacional y local.
Este marco de competencia es ajeno a los partidos de izquierdas tradicionales, cuya identidad siempre estuvo arraigada en la clase económica. Se enfrentan a una lucha para adaptarse a esta estructura de dimensión cambiante. Las recientes elecciones presidenciales en Francia y en la República Checa demuestran el cambio, ya que ambos países vieron a un autoritario izquierdistaenfrentado a un liberal centrista en la segunda ronda, mientras que la izquierda tradicional implosionó. Curiosamente, en el contexto de esta nueva competencia política, el oeste se asemeja al este, la izquierda establecida ha quedado excluida.
[El artículo salió publicado en el blog EUROPP política y política europea London School of Economics en febrero de 2018. Traducción al español de Pasos a la Izquierda]
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Jan Rovny. Profesor de Ciencias políticas en París.