Por JAVIER ARISTU
Juan Marsé: Viaje al sur. Edición e Introducción de Andreu Jaume. Fotos de Albert Ripoll Guspi. Lumen, 2020.
Para entender muchas de las cosas que ocurrían en la España franquista y bastante de lo que vino después es necesario acercarse al año 1962. Tras esa fecha, lentamente y a lo largo de la siguiente década, encontramos acontecimientos y sucesos que forman parte del complejo y lento proceso de cambio de la sociedad española. Sin las huelgas mineras de la primavera y sin la reunión de Múnich de junio de aquel año es difícil comprender buena parte de nuestra historia como país sometido a una dictadura. Aquel tiempo de silencio fue transformándose sinuosamente en un tiempo de (poca) resistencia y en una época de cambios.
Uno de esos cambios decisivos, nucleares, que marcan la médula y la faz de toda una sociedad, vino impulsado por la emigración del campo a la ciudad y, a su vez, del sur rural al norte que comenzaba a industrializarse acelerada e intensivamente, de unos millones de españoles que a lo largo de aquella década abandonaron arado y azadón, cortijo, pueblo o chozo, por una urbe cada vez más apiñada y repoblada con individuos extraños a la misma, pero necesarios para engrandecerla y enriquecerla. Barcelona y su área es epítome de este fenómeno porque fue la metrópolis que concentró la mayor parte de aquella bíblica emigración del sur y sin la cual es imposible entender las historias contemporáneas catalana y andaluza.
La emigración andaluza, mayoritaria aunque hubiera otras de zonas meridionales, tuvo que suponer un verdadero impacto cultural, social e incluso fonético entre la población autóctona catalana. Una persona con los cuatro apellidos catalanes me habló hace tiempo acerca del impacto que supuso en su familia, con raíces en una pequeña ciudad del interior de Cataluña, la presencia de los andaluces en aquellos años sesenta. La notaron de veras cuando un 24 de diciembre, Nochebuena –fiesta que no es tradición celebrar en Cataluña puesto que la verdadera fiesta es la del 25, de Navidad, pero que en Andalucía es noche fundamental que reúne a toda la amplia familia en torno a una mesa y unos cánticos– comenzaron a oír por las calles un ruido extraño, unas músicas desconocidas, unas voces que no entendían. Los sonidos se correspondían con las guitarras, panderos, botellas de anís rasgadas y villancicos que cantaban unos extraños seres venidos de un mundo ignorado por aquellos catalanes. Aquella inmigración masiva, habitantes de barrios de chabolas y poblachos pegados a los clásicos barrios de las principales ciudades, marcó a muchos catalanes y, entre ellos, a jóvenes literatos que intuyeron que tras aquellos pobres inmigrantes debía de haber un mundo desconocido que había que descubrir y procesar.
De esa curiosidad intelectual y crítica por el pobre recién llegado a Cataluña nace una interesante y precoz literatura de viajeros que desembarcan en Andalucía a partir de finales de los años 50 y que, de una manera u otra, cubre buena parte de la década de los 60, bien como relatos de ficción, bien como acercamiento a través del cuaderno de viaje o bien como ensayo sociológico. No es aventurado decir que en estas obras se hallan algunos primeros análisis sobre la Andalucía contemporánea, ciertas observaciones sobre la realidad del Sur, y cuyos autores, paradójicamente, no son andaluces; lo encabezan catalanes y en menor medida madrileños o vascos. Hagamos mención obligatoria de dos anglosajones: Gerald Brenan, aquel inglés que abandonó su patria tras la Primera guerra y vino a instalarse en Yegen, en la sierra entre Málaga, Granada y Almería; en 1957 publicaba South from Granada. (London: Hamish Hamilton, Al sur de Granada. Madrid: Siglo Veintiuno, 1974). Otro caso interesante aunque menos conocido es el del antropólogo Julian.A. Pitt-Rivers que va a Alcalá de la Sierra a comienzos de los años 50 para estudiar ese pueblo y de esa experiencia saldrá su libro The people of the sierra (1954), traducido al castellano por Grijalbo en 1971.
Solo aparecen dos andaluces en esa primera nómina de descubridores de la Andalucía contemporánea, pero esta vez mediante la ficción literaria: Alfonso Grosso, que ya en 1961 publica La zanja, y José Manuel Caballero Bonald, con Dos días de septiembre, novela publicada en 1962. Para que surja ese ensayo científico de aproximación a la realidad social de Andalucía hecho por propios andaluces habrá que esperar a principios de la siguiente década, lo cual demuestra, una vez más, que los andaluces hemos ido con retraso incluso a la hora de analizarnos a nosotros mismos. Han sido foráneos los que comenzaron a meter los dedos en nuestra realidad y a elaborar bien en forma narrativa, literaria, o más sociológicamente detallada, los primeros juicios críticos sobre la misma.
De esa curiosidad intelectual y crítica por el pobre recién llegado a Cataluña nace una interesante y precoz literatura de viajeros que desembarcan en Andalucía a partir de finales de los años 50 y que, de una manera u otra, cubre buena parte de la década de los 60, bien como relatos de ficción, bien como acercamiento a través del cuaderno de viaje o bien como ensayo sociológico
El pionero es sin duda Juan Goytisolo. Como él mismo escribió, su primera visita a Almería fue en 1956. Luego realizó su incursión por los campos del poniente y la propia capital almeriense entre 1958 y 1959 volcando aquellas notas de viaje en dos libros emblemáticos, Campos de Níjar (1960) y La Chanca (1962), además de componer un breve relato titulado El viaje que inserta en su conjunto Para vivir aquí (1960). De otra topografía, pero de una idéntica geografía de la pobreza es Caminando por las Hurdes (1960), de Armando López Salinas y Antonio Ferres, título donde reseñan sus andanzas por esa comarca extremeña también durante 1958. De nuevo Armando López Salinas, esta vez con el sevillano Alfonso Grosso como autor, realizan en el verano de 1960 un viaje por el bajo Guadalquivir, entre Sevilla y Sanlúcar de Barrameda, que dará lugar al libro Por el río abajo (1962), libro cuya publicación en España impedirá la censura y que saldrá en 1966 pero en el extranjero. El mismo Alfonso Grosso realiza a comienzos de esa década un recorrido por la costa gaditana, en busca de los hombres de la mar, cuyo resultado es también un libro frustrado por la censura, A poniente desde el estrecho. Entre dos banderas, escrito a la par con Manuel Barrios, y del que solo conoceremos edición impresa en 1990.
A la nómina anterior merece la pena añadir a Luis Martín Santos, el autor de la que será novela decisiva de la década, Tiempo de silencio, que escribe un breve relato titulado Condenada belleza del mundo (2004), también a partir de su visita a Almuñécar en 1962, acompañando al director de cine Antxón Eceiza que rodó allí su película El próximo otoño. Dos décadas después, será el poeta gallego José Ángel Valente quien realice ese autodescubrimiento del Sur también a través de Almería y el Cabo de Gata.
Y, afortunadamente, como trataré de justificar, descubrimos ahora, en 2020, la existencia de un texto fundamental de esa literatura de viajes y de observación crítica de la realidad andaluza. Gracias al puro azar y a la vez al tesón de un investigador como Andreu Jaume, podemos leer ahora, en este Viaje al Sur el resumen de aquel viaje que hicieron Juan Marsé, Antonio Pérez y Albert Ripoll Guspi en el otoño de 1962 a lo largo de una particular geografía andaluza. Sin duda, se trata de una joya literaria y editorial y de un texto aproximativo a la realidad andaluza de 1960.
El campo del análisis sociológico contiene también algunas obras esenciales. Un caso particular, que queda en simple anécdota dado que las consecuencias de este en Andalucía fueron nulas, se refiere a la visita que realizó a Sevilla la recientemente desaparecida Rossana Rossanda, en la primavera de 1962. El motivo de ese viaje era entrevistar al exministro cristiano de Agricultura durante la República Manuel Giménez Fernández y pulsar el estado de la opinión y resistencia antifranquista. De aquel viaje solo tenemos anécdotas y ningún resultado ni sociológico ni político. Los otros foráneos que aterrizan por Andalucía en aquella década son sociólogos, investigadores sociales. La metodología usada es ya científica, no literaria, y con la misma tratan de hallar algunas explicaciones a la deprimida situación de Andalucía mediante la encuesta, el análisis de tablas estadísticas, los datos de la producción, el número y extensión de las fincas andaluzas. Dos catalanes destacan o, mejor dicho, son los únicos que en aquellos difíciles años se metieron en las profundidades de la cuestión agraria y el sistema social andaluz. Hablo de Alfonso Comín y de Joan Martínez Alier. El primero, con España del Sur (1964) y desde Málaga donde está pasando unos años de estudio y de trabajo, compuso una radiografía de las grandes cuestiones que bloqueaban el desarrollo andaluz y propuso algunos puntos programáticos de indudable interés. El segundo, desde Córdoba, y a través de encuestas y documentación catastral y notarial trazó en La estabilidad del latifundismo (1968) el estudio más interesante de aquella década sobre el campo andaluz. A ellos podemos añadir un francés, Guy Hermet, al que ZYX, una joven editorial católica, le publicó en 1966 Problemas del Sur de España, versión en castellano de su libro escrito en francés (Le problème méridional de l’Espagne. 1965), y un psicolingüista catalán, Miguel Siguán, que en 1969 publicó un breve ensayo editado por el Ministerio de Agricultura titulado Nueva teoría de Andalucía, haciendo eco y contraste con el ensayo de Ortega y Gasset.
Durante los años iniciales del desarrollismo franquista, serán los viajeros catalanes, madrileños o vascos los que nos desvelen aquella realidad que estaba bajo los pies pero que pocos querían representar
Decíamos antes que entre esos nombres, a excepción de los narradores Grosso y Caballero Bonald, no aparece ningún andaluz. Es como si los propios creadores, críticos, universitarios, periodistas andaluces, vivieran fuera de su propia realidad. Como si nuestra realidad nos la tuvieran que mostrar los visitantes de fuera. En definitiva, y retrotrayéndonos en el tiempo, algo parecido al fenómeno romántico cuando los viajeros ingleses, tras la Guerra napoleónica, nos mostraron una imagen de aquella Andalucía flotando entre el tópico y la ensoñación del exotismo. Durante los años iniciales del desarrollismo franquista, serán los viajeros catalanes, madrileños o vascos los que nos desvelen aquella realidad que estaba bajo los pies pero que pocos querían representar.
Conviene aclararlo: hasta la década de los años 80 no existió en Andalucía, concretamente en Granada, una facultad universitaria dedicada a la sociología; esos estudios se añadían entonces a las cátedras de Derecho Político, como así se llamaban las que luego serían de Derecho Constitucional. Dos núcleos de estudios sociológicos andaluces se van configurando, de forma atomizada o inorgánica, a partir de finales de los años 60. Por un lado, el núcleo granadino, la llamada «escuela mudéjar», en afortunada expresión de Carlos Ollero Gómez, a cuyo frente estuvo Francisco Murillo Ferrol, continuada luego por José Cazorla y Joaquín Bosque –este desde la geografía–; por el otro, el núcleo cordobés en torno al trío Manuel Pérez Yruela, Eduardo Sevilla y Eduardo Moyano que luego derivará en el IESA.
Primera y asombrosa conclusión: las miradas críticas sobre Andalucía vienen de fuera; nunca en esta década, en esta bendita y santísima tierra existieron observatorios, laboratorios, miradores ni nada que se les parezca capaces de estudiar con detalle lo que nos pasaba y lo que nos estaba ocurriendo. El Instituto de Desarrollo Regional (IDR) nace en 1973, tardíamente y en la ola de un desarrollismo ya declinante. Ya lo dije antes: habrá que esperar más de diez años, cuando el régimen comenzaba a flaquear y a mostrar brechas más hondas, cuando un sector de una pequeña burguesía capitalina apuesta por proyectar una imagen de Andalucía que traspase, de alguna manera, el tópico religioso, coplero y folklórico, y se reúna en torno a la doliente Andalucía estableciendo un proyecto andalucista para, en el fondo, poder contraponerse al catalanismo renacido. No por casualidad, más de un millón de andaluces habían emigrado ya, asentándose especialmente en Cataluña. Pero esta es otra historia…
Solo a partir de estas primeras incursiones de extraños, y solo a partir de la agudización de las contradicciones de un modelo de desarrollismo que si aceptaba a Andalucía como participante en la fiesta era como suministradora de mano de obra y solaz turístico, y cuyos fundamentos socioeconómicos comenzaban ya a mostrar sus limitaciones a finales de los años sesenta, surgió una tímida y limitada literatura del agravio andaluz compuesta por exponentes de una pequeña burguesía andaluza, más bien sevillana, que trataba de superar la brecha frente a catalanes, vascos y madrileños a través de la denuncia de esa marginación andaluza. Es la hora de Antonio Burgos y su Andalucía ¿tercer Mundo? (1971) y Nicolás Salas con Andalucía. Los 7 círculos viciosos del subdesarrollo (1972). Solo un apunte para desconocedores de este peculiar universo sevillano y que puede explicar algo de nuestro distintivo mundo intelectual: tanto Burgos como Salas constituirán a lo largo de la década de los años 80 el núcleo duro del periódico ABC sevillano, bastión o línea Maginot del más rancio y conservador sevillanismo. A ellos se puede añadir una pequeña estirpe de narradores andaluces que evolucionan también por una línea conservadora y a la vez reivindicativa dentro de esa corriente agraviada del andalucismo retórico. Hablamos de Manuel Barrios, Aquilino Duque, Carlos Muñoz Romero, José Luis Ortiz de Lanzagorta, Juan Antonio Campuzano y otros.
El Sur
Andalucía es el sur, y si hoy esta palabra suele identificarse
con subdesarrollo, tradicionalmente no ha sido así
Antonio Domínguez Ortiz
Aquel viaje de Marsé y sus amigos que reseño tenía como objetivo contrastar, comprobar y pulsar esa materia oscura, impetuosamente surgida de un magma incandescente que no es otro que el agro andaluz y que se está expandiendo por toda España, e incluso por media Europa. Los andaluces estaban emigrando por miles hacia las zonas donde bullía el dinero y la industria de esta España del seiscientos y el acero. A Marsé, como a Goytisolo, le habrían llegado los sonidos, las estampas, las figuras humanas de esas familias andaluzas asentadas en Barcelona, en el Somorrostro, en Montjuic, en el Carmelo; del abigarrado mundo de las chabolas de Mataró o de Terrassa le llegarían hablas y expresiones desconocidas hasta ahora. Marsé capturaba en su memoria literaria a esos jóvenes xarnegos o murcianos que pululan por las plazas barcelonesas un sábado por la noche en búsqueda de juerga o de mujer. Es un universo peculiar que proviene del Sur, de aquel territorio ignoto y del que habían surgido, en décadas anteriores, poetas y literatos admirados por Marsé: Juan Ramón, Cernuda, Machado…El Deep South o la questione meridionale, donde se genera la literatura española más exquisita y moderna del siglo XX y a su vez la pobreza económica comparable a las zonas más deprimidas del subdesarrollo. Tierra de inmensos y brutales contrastes. Tierra a la que hay que conocer in situ, recorriéndola palmo a palmo.
En la primavera de 1962, instalado en París pero con planes ya de volver a Cataluña para escribir un relato que tiene en la cabeza y que protagonizará una burguesita llamada Teresa, Juan Marsé diseña este viaje al Sur y acuerda con la editorial Ruedo Ibérico que lo publique dentro de una nueva colección de viajes por España.
Y así comienza en octubre este viaje, la mayor parte de él en autobús de línea (la empresa Comes sigue haciendo hoy día las rutas de la provincia de Cádiz), que durante 25 días transporta al narrador desde Sevilla, pasando por Jerez, Sanlúcar de Barrameda, Rota, El Puerto de Santa María, Cádiz, Chiclana, Vejer, Barbate, Tarifa, Algeciras, Ronda, Marbella, Fuengirola y Torremolinos, hasta culminar en Málaga, cerrando su particular periplo. Es, por tanto, un viaje por dos Andalucías concretas y específicas: una, la Andalucía del bajo Guadalquivir, la de la desembocadura del río madre, la Andalucía de la costa del levante, la que mira al Atlántico (al fondo está América), la del estrecho; y otra, la de la Costa del sol, la mediterránea, el litoral más urbanizado y castigado por la especulación desde aquellos años sesenta. Son dos Andalucías particulares, concretas, pero que no representa al todo. Marsé dejó fuera, no sabemos las razones de esa elección, otras dos Andalucías que son nucleares en cualquier construcción arquetípica. Me refiero a, por un lado, la campiña interior, entre el Guadalquivir cordobés y los montes de Málaga, que incluye poblaciones fundamentales como Écija, Baena, Lucena, Montilla, Puente Genil, Aguilar, entre otras. Y, por el otro, la Andalucía del antiguo reino de Granada, la que se denominó en algún momento la costa de Granada y que representa un arquetipo de Andalucía muy diferente, en claro contraste con el sevillano u occidental. Esto, por supuesto, no supone ninguna crítica a Marsé –recorrer todo ese conjunto geográfico le hubiera llevado más de tres semanas– pero sí ayuda a entender al mismo tiempo la profunda diversidad y heterogeneidad del Sur, de la Andalucía que vio Marsé y que nosotros vivimos en este siglo XXI.
Frente a un intento de construir una Andalucía culturalmente compacta u homogénea –intento que viene siendo el fundamental desde 1977 impulsado por buena parte de los partidos políticos– se resiste la realidad heterogénea y múltiple de las andalucías distintas y variadas, como sus hablas. Pero si algo ha unificado a Andalucía, si algo ha vertebrado su cohesión o su uniformidad, ese algo se llama pobreza. La pobreza, la carencia o mala distribución de recursos, la dificultad para acceder por parte de la mayoría de los andaluces a los bienes que otros disfrutan, es lo que ha dado seña de identidad a los andaluces del siglo XX. Ni el flamenco, ni la copla, ni la bandera blanca y verde han sido los instrumentos de la cohesión andaluza; la pobreza, esa ha sido la verdadera bandera y la marca distintiva. Y eso se percibe perfectamente leyendo las páginas de Viaje al Sur.
Marsé logró captar la radiografía auténtica de aquella sociedad andaluza que se dividía entre, por un lado, una inmensa mayoría que gastaba su tiempo y su carencia de trabajo en los mostradores y mesas de aquellas malolientes tabernas –la taberna fue durante el franquismo el único lugar de socialización de los trabajadores en los pueblos andaluces, al margen obviamente del propio lugar de trabajo, y de la iglesia, lugar tradicional para la mujer– o bien una pequeña minoría ociosa y rentista que pasaba el día en los Círculos de Labradores o casinos oscuros. La taberna ha desaparecido ya de los pueblos y ha dejado su sitio al moderno bar de tapas o a la hamburguesería; el Círculo de Labradores sevillano o el Círculo Mercantil malagueño siguen hoy en sus mismas ubicaciones: Lo mismo permanece en lo mismo, y descansa en sí mismo (Parménides).
Marsé es claro desde el primer momento, nos lo advierte: …«nuestra intención fue la de ofrecer un libro de viajes cuyo valor, si alguno conseguía, se asentara sobre todo y de manera especial en los aspectos economicosociales [sic] que presenta el sur –problema agrario, emigración, caciquismo, cultura, etcétera– sin descuidar, por supuesto, todo aquello que entra por los ojos –tipos humanos, paisaje y anécdota– y que viene a ser como la sal de este género de libros». (Prólogo de 1963). Ahora bien, nos aclara, por si no hemos comprendido lo que trata de hacer, que «esta obra no es un ensayo socialagrario del sur, sino la nerviosa historia de un rápido viaje, de una ilusión cumplida a medias, y, sobre todo, de un intento de comprensión para con un paisaje y unos hombres». (Ídem).
Marsé cita a Pascual Carrión y a Luis Bello, dos autores clásicos en la aproximación social o antropológica a Andalucía. Del primero cita Los latifundios en España y lo tuvo que consultar en alguna edición de los años de la II República; del segundo es indicativa su obra Viaje por las escuelas de España, publicada a finales de los años 20 y que dedica especial atención a Andalucía. Aunque cita la expresión «agitaciones campesinas» no tengo constancia ni aparece en el libro que Marsé hubiera leído el libro del notario Díaz del Moral. De cualquier manera, el viajero Marsé es un paseante que se ha documentado antes, que ha leído piezas importantes de la literatura sobre Andalucía en el siglo XX. Marsé sabía de qué hablaba y venía preparado al Sur.
La geografía de la pobreza
El viajero recorre, decíamos anteriormente, una o varias de las Andalucías realmente existentes; tanto geográfica como socialmente; Marsé observa algunas de las caras de aquella región sometida desde décadas a un intenso proceso de explotación y sufrimiento. Pero esa visión, hay que subrayarlo, es contundente y clarificadora porque logra penetrar en ciertos nudos gordianos del sistema social andaluz. La nítida división en clases aparece en todo su esplendor a lo largo del recorrido. Aun estando localizada en la malla de ciudades y pueblos de una concreta y específica Andalucía (ya lo dije, la del bajo Guadalquivir y el litoral) la penetración del bisturí de Marsé es precisa y va al grano: el desempleo estructural de la gente del campo (lo vemos ya desde el principio, en las descripciones en Jerez); el estilo de vida ocioso de una burguesía rentista que se constituyó en la gran rémora de Andalucía (los círculos de labradores y mercantiles, las tertulias en torno a una manzanilla en el casino de notario, alcalde y arquitecto, con ese aire al don Guido machadiano, o el retrato de Manuel Barbadillo, o los señoritos de Antequera); la decisiva presencia de la religión como manifestación externa y ceremonial (procesión en Rota); la incapacidad y decrepitud de una pequeña burguesía sin proyecto ni futuro («la pequeña burguesía es un mundo de polichinelas»); la presencia de una clase obrera de la construcción o de la industria sometida a la frustración y la desesperanza (obreros de la Bazán «lentos y cabizbajos»); la ausencia de futuro optimista en la juventud de aquellos años (el aburrido paseo dominguero por una calle mayor cualquiera); la irrupción de una nueva clase de aprovechados y conseguidores en torno al inminente impacto del turismo y la consiguiente fiebre constructora, etc.
La pobreza, decíamos, es el trasfondo, la niebla que rodea todo el relato, la condición cuasi natural de esta tierra en aquellos años. Y la miseria, es decir, el extremo de la pobreza, expresado a través de dos lugares particulares pero representativos de otros muchos: el poblado de chabolas del Zapal en Barbate (de Franco, se llamaba entonces y así lo recoge el viajero) y el Perchel, en Málaga. El Zapal se nos presenta en una combinación peculiar entre la fealdad del lugar («fealdad demasiado honda y grave para no tomarla en serio») y la belleza de sus habitantes («torsos y muslos de fina pelambre dorada») como exponente de la contradicción entre la España sórdida y negativa y los españoles portadores de un futuro mejor.
Las fotografías de Albert Ripoll de este lugar, maravillosas y patéticas a la vez, sintetizan lo que quería transmitir Marsé. El Perchel malagueño también es representativo para el viajero de esa contradicción entre la miseria del entorno y la ilusión de un futuro mejor. Hoy, el Zapal barbateño ya no existe, fue devorado por la urbanización –también caótica, desastrosa y miserable– de un pueblo que creció de forma desordenada y salvaje en torno al negocio de la sardina y la pesca en las costas de África, la almadraba y la industria conservera, y consiguió, finalmente, en los años 70 eliminar aquel poblado de chabolas trasladando a sus habitantes a nuevas barriadas, hay que decirlo, de bajísima calidad1. Aquel Barbate de Franco ha pasado a ser el Barbate actual, con sus playas de levante (Zahara, Trafalgar, Caños de Meca, la Yerbabuena) que son objetivo de un turismo madrileño o vasco que baja de sus nortes a practicar aquí el surf y a degustar el atún rojo de almadraba. Pero Barbate sigue siendo el pueblo con tasas de paro asombrosas: de los 22.500 habitantes del municipio 3.400 declaraban en agosto de 2020 estar en paro (el 34 por ciento). El Zapal no existirá ya pero la pobreza y la miseria siguen acompañando a los barbateños. En una zona, la del estrecho, castigada por el tráfico de droga y sometida a la permanente guerra entre bandas de traficantes y unos servicios de policía que se debaten entre el voluntarismo y la corrupción interna, nuestro viajero no pudo ni atisbar levemente lo que se estaba cociendo en aquella geografía del levante. Entonces, en los años sesenta, la supervivencia se basaba en la estacionalidad de la pesca y la rebusca de las cosechas; hoy día una parte no pequeña de esas poblaciones costeras vive de la rebusca de la droga.
Del antiguo el Perchel malagueño queda poco, afortunadamente. Sus antiguos corralones desaparecieron con la fiebre constructora y las gentes que poblaron este barrio periférico al casco histórico malagueño también se han transformado e integrado en un modo de vida modernizado y estandarizado.
Frente a este mundo se levanta su antítesis: los ricos que comienzan a llegar a las costas de Torremolinos, lo que luego se constituirá en esa jet society de nuestras penas («como si fueran seres de otro mundo»; «todo este mundo mitológico pero indudablemente real»). Marsé penetra agudamente en esa fantasmagoría, en esa fauna no ibérica pero donde algunos ancestrales ibéricos quieren verse aceptados. Es un paisaje que mediante las descripciones del viajero vamos viendo cómo se está transformando y donde un catalán como el constructor de origen tarraconense José Banús Masdeu, conocido como “el tío de las gravas”, será ariete de la mutación de Marbella, un pequeño pueblo de pescadores, en la nueva babilonia del sur. Un paisaje donde junto a los turistas ricos que vienen en sus yates a sestear vive la realidad de una especie humana condenada al empleo estacional y, consiguientemente, al paro en los meses de invierno («dos camareros sin trabajo que beben coñac»).
O paro, hambre o emigración, esa es la disyuntiva de aquellos años para decenas de miles de andaluces. Una buena proporción escogió la vía del escape, de ir afuera a la búsqueda de empleo y fortuna, dejando familia, tierra y raíces. No es casualidad por tanto que el viajero despida su relato con la noticia de un barco, el Aurelia, que recoge en el puerto de Málaga a 278 españoles que van camino de Australia, una nueva tierra prometida donde tratarán de reconstruir sus vidas. Nada sabemos acerca de qué fue de ellos, si volvieron o permanecieron en Australia y fundaron nuevas raíces y se transformaron en colonos de una nueva frontera.
O paro, hambre o emigración, esa es la disyuntiva de aquellos años para decenas de miles de andaluces. Una buena proporción escogió la vía del escape, de ir afuera a la búsqueda de empleo y fortuna, dejando familia, tierra y raíces.
Juan Marsé, a pesar de su habitual austeridad y sobriedad estilística, no deja de proclamar una especial afinidad con esta tierra y con buena parte de sus gentes. Cuando escribe que Andalucía es para España «como un amor perdido» está estableciendo un lazo de solidaridad con los perdedores, con los habitantes de la región de la miseria y el atraso, esos perdedores de los que él también se sentía formar parte desde los primeros años de la posguerra por tres razones indiscutibles: «el pan, el trabajo digno y la cultura». La trilogía de un universo por el que vale la pena combatir.
Al descubrir afortunadamente en los archivos de Ámsterdam el texto mecanografiado que Juan Marsé envió a Ruedo Ibérico, el editor Andreu Jaume –redactor de una clarificadora y oportuna introducción– nos ha aportado una prueba valiosísima de la ola de curiosidad crítica y compromiso ético que movió en aquellos años de dictadura a unos pocos intelectuales a desvelar buena parte de los misterios de Andalucía. De una región, el Sur, que estaba expuesta así, con sus miserias y sus necesidades, sus vicios y sus virtudes, pero que la costra roñosa del franquismo ocultaba deliberadamente y trataba de mantener en la oscuridad. Con este feliz texto se hace un inmenso favor a la tarea de reconocer en nuestro pasado buena parte de lo que somos hoy y, a partir de ahí, acometer una tarea, difícil pero necesaria, de transformación y mejora de las condiciones de vida de los andaluces.
Entre Sevilla y Vejer, septiembre de 2020
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Javier Aristu. Ha sido profesor de Lengua y Literatura Española. Coordina el blog de opinión En Campo Abierto y es coeditor de Pasos a la izquierda.
1.- Debo algunas de estas informaciones a Antonio Aragón Fernández en su sitio web Estampas del Barbate viejo. [^]