Por MERCEDES DE PABLOS
Daniel Ruiz, M, El calentamiento global, Editorial Tusquets (2019)
Este tipo que encuentras en el bar (hábitat que domina con desparpajo) tomando una cerveza y, tal vez, vigilando con un ojo a alguno de sus hijos, ese escritor que celebra que “a la literatura española se le ha quitado mucha tontería”, admirador sin fisura de Chiquito de la Calzada y que adora a Pérez Andújar y sus novelas “de bloque” ha escrito una novela que ha sido elegida en tercer lugar por los críticos de allá arriba, canon Madrid, aunque sea poco habitual de los cenáculos culturales al uso. Este tipo se llama Daniel Ruiz y escribe de madrugada antes de que se levante la familia, a mano y en una suerte de despacho que se ha hecho entre el dormitorio y el baño, es decir el vestidor.
Ese exitoso lugar que le dieron a finales del año pasado lo ha conseguido con una novela que es un gigantesco mapa, desde un dron narrativo, a vista de pájaro, que desciende al detalle de lo que sucede en un lapso determinado de tiempo en un paraje natural de interés donde una multinacional es el sostén de su ecosistema ecológico. Ruiz conoce muy bien las tripas de las empresas y muy especialmente sus departamentos de “responsabilidad social corporativa”, él mismo es un experto en comunicación, cosa que demostró con el retrato ácido de los coach que hizo en su anterior novela, La gran ola, que le valió el premio Tusquets en 2016. Pero también conoce bien los barrios, el interior de los pisos de protección social, los polígonos, los bares- queda dicho- y hasta los hoteles periféricos donde ejecutivos y viajantes de paso apuran copas solitarias mientras una cantante les anima la noche.
Ese universo queda minuciosamente retratado cuando en el inicio de la historia un big ben particular, el accidente de un trabajador en la poderosa Oilgas, pone en acción a todo el paisaje humano que rodea a la empresa, al pueblo y a la bella marisma donde se halla. Las alarmas saltan por los aires, – más que por el hecho trágico en sí, por el precio en imagen que pueda acarrear -y es enviado un alto directivo a la zona para paliar los efectos colaterales del accidente: calmar a la familia, templar a la prensa y aplacar las iras de sindicatos, asociaciones ecologistas y fuerzas vivas, municipales, del pueblo. Como un paracaidista, en asiento de primera clase en los aviones, zapatos de marca y hoteles de cinco estrellas, aterriza para apagar el incendio con el extintor más infalible, la cartera repleta de cheques y el semblante teñido de hondo pesar. En ese viaje homérico encuentra sirenas (o lo que queda en ellas en la persona de una cantante, madre sola y llena de moratones emocionales) polifemos (la ecologista militante, el alcalde codicioso, el periodista que quiere tener su Pulitzer local) y toda una fauna de personajes tan reales y tan reconocibles que el lector puede ponerle rostro con facilidad. El lugar es inventado, asegura el autor, aunque puede adivinarse rasgos de la marisma de Huelva, la zona portuaria de Algeciras, hasta el Delta del Ebre o cualquier otro paraje del Sur, que comparte valor medio ambiental con la implacable dependencia a una industria que lo sostiene y la destroza a un tiempo.
Lo que sucede desde la llegada del “solucionador” hasta su atribulada marcha es un disparate – absolutamente verosímil- donde no falta el humor corrosivo, marca de la casa, y una indisimulada piedad ante las flaquezas humanas. Son pobres tipos, suele decir Daniel Ruiz, porque todos lo somos aunque algunos además de desgraciados pueden ser auténticos hijosdeputa. Tal vez esa cierta ternura se retrata sin rastros de mala leche ( como ocurre en otras de sus novelas y muy especialmente en su libro de relatos “Maleza” ) con los niños, esos niños solos, no tanto malqueridos como abocados a buscarse la vida mientras sus padres, su madre en este caso, intenta sobrevivir con él, para él y a pesar de él. El hijo de la cantante nocturna, en este caso, buscará compañeros de desventura en personajes también solitarios: el músico enamorado, adicto al hachís y a la melancolía, la hija rebelde de clase obrera que quiere ser Bob Woodward y hasta un golfo macarra y fan del reggaetón que es sin duda uno de los personajes que Ruiz regala al lector para su regocijo.
Es una novela coral donde no sobra nadie y hasta los secundarios tienen una enorme fuerza, pero también lo es de atmósferas: desde la muy opresiva y amenazante de esa empresa vampírica – y única salida aparente para la supervivencia de la zona- hasta la de los barrios , el bar de los andamios y sus parroquianos habituales, el hotel de lujo de clientela de paso o esos descampados que uno imagina como el mejor escenario para que se cumplan todos los miedos.
El título engancha perfectamente con la definición, sintética, del leitmotiv de la novela , el efecto letal de cierta industria sobre el planeta pero también sobre las personas y sus estados de ánimo que arden en una combustión donde se mezclan la resignación y el hartazgo. Y la sensación que contagia al lector de que no hay más salvación que la que uno se acarree como pueda. No es sin embargo una novela distópica, tan de moda, ni tampoco brutalmente pesimista. En realidad, las pequeñas victorias de alguno de los personajes, los que mejor nos caen o los que se las merecen, compensan a la gran broma social que es el capitalismo feroz disfrazado de liberalismo amable y responsable. Todo ello envuelto en situaciones chuscas y un humor que invita a la carcajada aunque se le hiele la risa en más de una ocasión.
Daniel Ruiz ha escrito una novela llena de agilidad, de retratos coloristas y en absoluto maniqueos, con un ritmo frenético y de personajes complejos a los que, sin embargo, se acerca el lector con una facilidad pasmosa. No en vano además de un observador implacable de la realidad el escritor reconoce el magisterio de escritores norteamericanos como Cheever, referente indiscutible y reconocible en Ruiz y en otros escritores de su generación, pero también la huella del estilo realista y minucioso de Ignacio Aldecoa, al que Ruiz dice estar redescubriendo. Él pertenece a una generación nacida con la televisión en color ,y muerto el dictador, criada con la sensación de crecer, en bienestar, en status quo , en la alegría de esa clase media que olvidó por un momento que no dejaban de ser trabajadores. Que haya sido testigo de la cultura del pelotazo y de la fiebre de los pisos en propiedad y los coches enormes pagados a plazos, han hecho de Daniel Ruiz un observador con palco de honor- su trabajo y su especialización en imagen y comunicación de empresas se lo dan- pero no olvidar aquellos lugares en los que creció, las calles de su barrio y la escuela pública ni tampoco la certeza de que muchos de sus compañeros de pupitre han tenido peor suerte o mala pata, según se mire.
No es, o no lo pretende , hacer una literatura social con presupuestos previos, “ de consigna” dice él, pero sí un retrato veraz donde aparezcan los individuos más humildes y también los ejecutivos, que conviven en el juego del SIM que es la vida real, que se mezclan y a veces hasta creen parecerse. La cantante malquerida, que siempre se equivoca en el amor, llega a creer que su sueño de ser rescatada de las penurias por amor es posible, que Cenicienta existe y que Pretty Woman no es una versión edulcorada del mismo cuento, siempre falso y tramposo.
La mirada menos piadosa la dedica, sin que le tiemble el pulso, a toda esa serie de directivos y esa jerga de vende humo (en impecable inglés) de compromiso social , de participación en los objetivos, de orgullo mientras aplican, sin mover una ceja, las medidas laborales más duras, la indefensión de los trabajadores o el chantaje y hasta el matonismo si falta hiciera.
Entre el Calentamiento global o La gran ola, Ruiz parece estar construyendo la crónica de la última crisis, con especial intención de desenmascarar quienes desde cualquier situación de poder se dedican a camuflar los efectos feroces en los trabajadores, en los más desprotegidos, el abandono de los barrios, el desmantelamiento de un Bienestar que caer como una figura da naipes, igual de frágil, igual de efímero. Que existe la lucha de clases y van ganando los de siempre es una evidencia que no abandona a los lectores aunque en ningún momento el escritor eche manos de tesis o de pensamiento de tesis o lo dirija al lugar al que quiere llegar. Son los personajes, las situaciones, es la vida cotidiana con su crudeza pero también con milagrosos momentos felices, los que arman esa enorme fotografía, en movimiento, que es Calentamiento Global. Alguna venganza se permite Daniel Ruiz para, al menos en un instante, compartir con el lector la idea que los ricos también lloran y que los pobres pueden ser felices al menos un instante. Que los golpes de fortuna tal vez no sean una quimera y que alguna vez, a alguien se le cumplen los sueños.
Y que siempre estarán los bares, la patria de los que no tienen más bandera que la supervivencia.
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Mercedes de Pablos. Periodista y escritora. Licenciada en Ciencias de la Información y en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid. Reside en Sevilla desde 1978. Ha trabajado sobre todo para la radio: Cadena Ser, RCE, Radio Nacional y Canal Sur, emisora que dirigió desde 1993 a 2000. Ha sido miembro del Consejo Audiovisual de Andalucía. Desde el año 2013 al 2019 fue directora del Centro de Estudios Andaluces.