Por PERE JÓDAR
Para el obrero es, pues, mortal la separación de capital, renta de la tierra y trabajo
Karl Marx
Nuestra tarea es ahora, por tanto, la de comprender la conexión esencial entre la propiedad privada, la codicia, la separación de trabajo, capital y tierra, la de intercambio y competencia, valor y desvalorización del hombre; monopolio y competencia; tenemos que comprender la conexión de toda esta enajenación con el sistema monetario.
Karl Marx1
Corría el siglo XIX y para muchos sociólogos y el mismo Papa León XIII, el problema principal no era otro que el denominado “problema social del trabajo”. Hoy día gracias a autores como Marx y Polanyi o, más recientemente, a autores y autoras como Burawoy, Fraser o Silver, podemos traspasar el velo y hablar del problema social que aparece cuando se impone la creencia de los mercados libres y autorregulados; sea con el liberalismo, a caballo de los siglos 18 y 19, sea con el nuevo liberalismo entre los siglos 20 y 21; sobre todo, cuando la estrategia de acumulación se basa sobre todo en la especulación. El denominado capitalismo impaciente o de casino.
He encabezado expresamente con unas citas de Marx, aunque hoy día probablemente al enumerar al unísono estos tres elementos: trabajo, tierra y dinero, la referencia de muchas personas inquietas y críticas se incline por Polanyi. Marx, como los economistas clásicos cita a los tres como factores de producción, en cambio Polanyi los califica como mercancía ficticia. Para Marx la producción es clave y es ahí donde aparece el fetichismo de la mercancía que esconde la explotación y la alienación asociadas a la producción capitalista y al trabajo asalariado. Para Polanyi quizás el capitalismo no es el problema, lo menciona repetidas veces, pero su preocupación es la mercantilización y el papel que juegan las clases, y sobre todo la sociedad, ante la necesidad de formar una voluntad común para protegerse. La epistemología de uno y de otro, sin embargo, tiene varios puntos en común, el mundo de las ideas, la cultura, los intelectuales, la identificación de las clases y el Estado, con mayor o menor énfasis en una u otra y, por tanto, con diagnósticos diferenciados pero con valiosos encuentros. Comencemos con el concepto marxista de fetichismo de la mercancía, para seguir con el concepto de Polanyi de mercancía ficticia.
Marx, en El Capital y concretamente en el apartado El carácter fetichista de la mercancía y su secreto2, nos ofrece un párrafo de enorme belleza y, a la vez, cargado de sentido crítico:
A primera vista, una mercancía parece ser una cosa trivial, de comprensión inmediata. Su análisis demuestra que es un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas. En cuanto valor de uso, nada de misterioso se oculta en ella, ya la consideremos desde el punto de vista de que merced a sus propiedades satisface necesidades humanas, o de que no adquiere esas propiedades sino en cuanto producto del trabajo humano. Es de claridad meridiana que el hombre, mediante su actividad, altera las formas de las materias naturales de manera que le sean útiles. Se modifica la forma de la madera, por ejemplo, cuando con ella se hace una mesa. No obstante, la mesa sigue siendo madera, una cosa ordinaria, sensible. Pero no bien entra en escena como mercancía, se trasmuta en cosa sensorialmente suprasensible. No sólo se mantiene tiesa apoyando sus patas en el suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías y de su testa de palo brotan quimeras mucho más caprichosas que si, por libre determinación, se lanzara a bailar.
El secreto del comportamiento de esa mercancía-fetiche, en el capitalismo, estriba en el hecho de que las creencias racionales de economistas, filósofos, estadistas e industriales, aparentan que las relaciones sociales entre personas (trabajador y empresario, por ejemplo), son relaciones entre cosas, mientras que las relaciones entre cosas (mercancías que vienen y van) son tratadas como si fueran relaciones sociales. Hasta tal modo es la magia creada que pareciera que estamos ante una nueva religión; ahí tenemos una transubstanciación inversa: el cuerpo del asalariado convertido en cosa (mercancía) y la mercancía producida y naturalizada mediante la producción y el intercambio, adquiriendo vida propia. Aunque, ciertamente, Marx nos proporciona un antídoto para no dejarnos seducir por semejantes visiones ilusorias: “Lo que aquí reviste, a los ojos de los hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre objetos materiales no es más que una relación social concreta establecida entre los mismos hombres.” A mí parecer, ahí reside una de las características básicas de la vigencia de un enfoque que subraya el papel de las relaciones sociales, con sus contradicciones, su base material y objetiva y su componente subjetiva, para comprender la sociedad.
Marx sitúa la ficción en el ámbito de la producción y en la forma concreta que adopta el trabajo en el capitalismo (asalariado). Más tarde, Polanyi en una nota a pie de página en el capítulo de La Gran Transformación en el que introduce las mercancías ficticias, se desmarca de esta visión: “La afirmación hecha por Marx acerca del carácter fetichista de la mercancía se refiere al valor de cambio de las mercancías reales y no tiene nada en común con las mercancías ficticias a las que se refiere este texto3”. Para Marx, una mercancía es algo que se produce para ser vendido por su valor de cambio, que es diferente de su valor de uso y que, conceptualmente, también es diferente de su precio. Para Marx, la fuerza de trabajo no solamente es una mercancía, sino que es la mercancía clave del sistema, porque es precisamente la única capaz de generar valor; ello como sabemos es muy discutido en el ámbito de la generación del valor, aunque continua siendo útil cuando intentamos trazar la trayectoria de dominación que implica explotación y alienación. De todos modos, la crítica académica a la teoría del valor de Marx, quizás debiera centrarse más en aquellas corrientes que hoy dominan la economía y que sustituyen una teoría que sigue criterios objetivos (trabajo) de los clásicos, por otra centrada en criterios subjetivos (el precio señala el valor) de los neoclásicos (Mazzucato4).
El secreto del comportamiento de esa mercancía-fetiche, en el capitalismo, estriba en el hecho de que las creencias racionales de economistas, filósofos, estadistas e industriales, aparentan que las relaciones sociales entre personas (trabajador y empresario, por ejemplo), son relaciones entre cosas, mientras que las relaciones entre cosas (mercancías que vienen y van) son tratadas como si fueran relaciones sociales
Para Marx la degradación del trabajo y los trabajadores reside en el proceso de trabajo capitalista que necesariamente degrada, explota y aliena. En cambio, para Polanyi el capitalismo, o la explotación, no son el problema; la clave es la mercantilización dado que, a su parecer la economía de libre mercado finalmente consigue construir una sociedad de mercado; algo que, como revela su investigación antropológica, es una absoluta novedad en la historia de la humanidad; por ello sitúa la causa de la degradación en la mercantilización que desintegra el entorno cultural. El párrafo que sigue es elocuente (Polanyi 1989:190):
Desde el punto de vista económico, el obrero se encuentra evidentemente explotado: no recibe lo que le corresponde en el intercambio. Este es un hecho sin duda muy importante, pero no lo es todo. A pesar de la explotación, el obrero puede, desde el punto de vista financiero, encontrarse en una situación mejor que la que tenía con anterioridad, lo que no es óbice para que un mecanismo, absolutamente desfavorable al individuo y al bienestar general, cause estragos en su medio social, en su entorno, arrase su prestigio en la comunidad, su oficio y, destruya, en una palabra, sus relaciones con la naturaleza y con los hombres, en las cuales estaba enraizada hasta entonces su existencia económica.
Y, sin embargo, Polanyi es consciente de que a partir de observar el trabajo en las colonias, los propietarios de las fábricas adoptan el “aguijón del hambre” como técnica para crear un mercado de trabajo y un rendimiento adecuado en la producción. Marx, como sabemos, va más allá y proporciona una explicación de la degradación basada en la acumulación originaria de capital y en la creación de un ejército industrial de reserva. Algo similar sucede, en el caso de Polanyi, con el capitalismo; está ahí, pero es contingente y, ese, es un problema que señalan tanto Burawoy como Fraser, centrado el autor en la mercantilización, la explotación o la dominación pasan a un segundo lugar. El conflicto puede ser interclasista y surge como una reacción protectora de la sociedad frente a la destrucción propulsada por el libre mercado.
Polanyi, por otra parte, utiliza la distinción entre valor de uso y valor de cambio, pero su originalidad consiste en decir que la tierra (naturaleza), el trabajo y el dinero no son sino mercancías especiales, concretamente ficticias. No han sido creadas para ser vendidas en el mercado5, y por tanto su construcción social como mercancías es problemática y violenta. Las mercancías especiales a las que hace referencia Polanyi son ficticias porque, aun siendo “componentes esenciales de la industria” no son en propiedad mercancías: El trabajo acompaña a la propia vida de las personas y las personas son procreadas para garantizar la supervivencia de la humanidad, no para su venta; la naturaleza da soporte material a la humanidad pero no ha sido creada por ella; el dinero, no es un producto, es una convención social basado en la confianza en la banca y, sobre todo, en la garantía que proporciona el Estado. Es, por tanto, “ficticio tratarlos como mercancías”, dice el autor, pero esta ficción “permite organizar los mercados de trabajo, de tierra y de capital” y, de ahí la legitimación de los mercados libres. Polanyi sitúa la ficción en el ámbito del intercambio de mercado aunque, como se desprende de sus argumentos, la creencia o fe ciega en las bondades de los mercados libres autorregulados no habría hecho posible la conversión de trabajo, tierra y dinero en mercancía sin la inestimable intervención del estado; es decir, siguiendo a Weber, sin la ayuda decisiva del monopolio de la violencia.
Recopilando, el fetichismo de la mercancía, producto del trabajo humano, surge de la manifestación de ésta como valor de uso (satisfacción de necesidades) y como valor de cambio (destinada a ser intercambiada); y está en la base de la concepción de Marx de explotación y alienación. Polanyi, al conceptualizar las mercancías ficticias, no habla de alienación, ni de explotación (producción), pero si tiene en cuenta la diferencia entre valor de uso y valor de cambio (intercambio de mercado). Por tanto, más allá de lo que le pareciera a Polanyi, sí que hay una raíz común entre esos dos conceptos, que no es otra que la intervención de un elemento cultural, ideológico, como es la creación de un sentido común (Gramsci), o un interés general (Polanyi) basado en una ficción, encantamiento o misterio, pero que se mantiene (o esconde) también mediante una manifestación de fuerza y coerción; sin la acción de este elemento compartido, por ejemplo, no se hubiera formado el mercado de trabajo. Marx tuvo la genialidad de aplicarlo a la producción, yendo más allá de la observación superficial del comportamiento de los precios (oferta y demanda) y, a partir de ahí, nos legó el potente enfoque del proceso de trabajo, junto a su análisis del cambio social a lo largo de la historia, primando contradicciones y crisis; también su perspectiva de las relaciones sociales desde el punto de vista del conflicto, mediante el que el poder y la dominación hacen acto de presencia, para disciplinar a los trabajadores en sus ocupaciones. Polanyi, por su parte, tuvo la magnífica intuición de aplicar su concepto a la mercantilización y, a partir de ahí, nos dejó la potente idea del doble movimiento, aquél que absorbe cualquier elemento cultural, social, económico, natural y político y lo convierte en mercancía y aquél que responde intentando proteger a la sociedad, restituyendo a las cosas su valor social. Marx pone el poder y la dominación ex ante: el capitalismo como problema; Polanyi las relaciones sociales y políticas ex post al desarrollo de una economía desintegrada de lo social; de manera que el problema no es el capitalismo, ni el mercado (al fin y al cabo en sus investigaciones antropológicas subrayan la existencia del intercambio en todo tipo de sociedades), sino que la cuestión está en la ficción del libre mercado, sin cortapisas y regulaciones sociales y políticas; aunque paradójicamente haya sido creado a partir de ellas.
Dos investigadoras nos ayudan a recorrer otros caminos que permiten observar las bondades de ir más allá de lo que dice Polanyi y entrever nuevas cuestiones que sustentan la idea de que Marx y Polanyi, tienen más de complementario que de opuesto6.
Así, Beverly Silver7 expresa que las relaciones de poder o de control (conflicto) entre trabajadores asalariados y empresas se basan en una dimensión temporal y en una dimensión espacial. La dimensión temporal fija la capacidad de control y poder de negociación de la clase trabajadora, y se deriva de la concepción del conflicto industrial marxista (Erick Olin Wright,2000), que une el poder asociativo (organizaciones colectivas como los sindicatos) al poder estructural (en el mercado y el lugar de trabajo); pero que también tiene en cuenta el conflicto pendular de carácter laboral-social de Polanyi, que genera un contra-movimiento desmercantilizador – en cierto modo contra-hegemónico-, en respuesta a la creación y desregulación de los mercados de trabajo, tierra y dinero. Para la autora, estas concepciones del conflicto, marxista y polanyiniana, se derivan de las relaciones entre unos bloques sociales en transformación en función de dinámicas que oscilan entre la rentabilidad (capital) y la legitimidad (trabajadores-ciudadanos). Y, aún más interesante para los análisis actuales en tiempos de división y fragmentación, la dimensión espacial del conflicto crea fronteras sociales entre los trabajadores según cualificación, raza, género, etc.: “De hecho, precisamente porque el proceso de descomposición y recomposición de la clase obrera crea fracturas y presiones competitivas sobre los trabajadores existe, también, una tendencia permanente a que éstos establezcan fronteras y límites que no responden a un criterio de clase, como fundamento de sus reivindicaciones de protección frente a la catástrofe” (Silver, 2005:35).
La otra autora, Nancy Fraser (2014) argumenta que: “la noción de mercantilización ficticia ofrece la posibilidad de una teoría integrada de las crisis que abarque de una sola vez las preocupaciones de feministas, de ecologistas y economistas políticos [a lo que se puede añadir personas y organizaciones del movimiento de los trabajadores y otros movimientos sociales]. Capaz de conectar esos cuerpos de pensamiento, promete superar los separatismos, que actualmente dividen y debilitan las teorías críticas”. Al mismo tiempo, sostiene que además se debe enlazar la forma en que ecología, financiarización y reproducción social se entrelazan, para explorar la posibilidad de que las tres mercancías ficticias se deriven de una fuente común, a la que Polanyi dedica poco espacio crítico, el capitalismo. Y, con ello, la autora vincula la crítica de la mercantilización con la crítica de la dominación (Marx y Gramsci), con el objeto de incorporar un tercer movimiento, el de la emancipación, al péndulo de Polanyi. Si el movimiento de protección se deriva de la necesidad de defenderse de la mercantilización, el movimiento emancipador es necesario para incorporar a los trabajadores y ciudadanos marginados por los lindes y fronteras que levanta la protección; también mencionadas por Silver.
A la luz de lo afirmado por estas autoras, tanto si tomamos en cuenta a Marx, como a Polanyi, las luchas actuales, como muestra Peter Evans8, quizás no van más allá de “poner arena en los engranajes del proyecto global neoliberal”. Construir contra-hegemonías globales no es tarea fácil y las fuerzas que se oponen son titánicas. En este sentido advierte Burawoy9 que en los análisis de uno y otro autor:
… hay una tensión inexplorada. Por un lado, está el proyecto marxista de internacionalismo laboral que trata de vincular a las clases trabajadoras en fábricas, localidades, naciones, regiones y en el mundo, para unirlas frente a su explotación común. Por otro lado, existe el esquema polanyiniano que une a los participantes en un contra-movimiento contra la mercantilización de la tierra, el dinero y el trabajo, un contra-movimiento basado en la experiencia del mercado a diferencia de la experiencia de producción.
Y, de ahí, surge según el autor una pregunta fundamental: “¿cuál es la experiencia que deberíamos destacar: la explotación que potencialmente reúne a los trabajadores como trabajadores asalariados a escala geográfica o la mercantilización que reúne a trabajadores, agricultores expropiados, y a las personas que luchan por el acceso al agua y la electricidad?”
Es aquí donde resulta interesante seguir a Burawoy y su apuesta por el marxismo sociológico, con base a un marxista heterodoxo como Gramsci10 y a Polanyi, un autor aún menos fácilmente clasificable. La vivencia personal de ambos permite observar diferencias y paralelismos que, finalmente, pueden dar lugar a complementariedades interesantes para alimentar la necesaria resistencia y posible construcción de alternativas ante las catástrofes sociales, ecológicas y sanitarias que se suceden. Polanyi crece en el entorno burgués e intelectual húngaro; mientras que Gramsci se forma en un entorno empobrecido y culturalmente poco desarrollado. Uno claramente marxista e influido por Lenin, sin conexión con la sociología (a la que desdeñaba por su interés por lo trivial); el otro más influido por Durkheim y Weber, pero también dialogando con el espectro de Marx, quizás conocedor, dice Burawoy, de la importancia que otorga Lukács a la mercantilización para comprender el capital, o quizás influido por el papel del mercado en Weber y, asimismo, cautivado por la figura de Robert Owen. Gramsci, por su parte, vislumbra una sociedad futura en la que ha dejado huella, a pesar de su derrota, el movimiento consejista de Turín y su capacidad de generar solidaridad11; algunos de sus escritos recuerdan mucho a la idea de solidaridad orgánica de Durkheim: cada individuo interconectado con el conjunto del proceso productivo a través de la participación en la división jerárquica del trabajo (aunque Durkheim tampoco escapó del diálogo con el fantasma de Marx). En el orden más teórico, vemos a Gramsci preocupado por la política y la cultura: poder, dominación, hegemonía, Maquiavelo, el partido como príncipe moderno; mientras Polanyi se inquieta por la distribución y el intercambio y no la producción, es decir intenta comprender los fundamentos sociales y políticos del mercado pero también la aspiración hacia una sociedad más humana y justa. Sin embargo, podemos observar paralelismos indudables entre ambas figuras: su nacionalismo inicial, el rechazo del positivismo tanto sociológico, como el que ya se manifestaba en algunas corrientes del marxismo, la crítica al economicismo, la mirada a la cuestión campesina… Sostiene Burawoy12 que ambos se definieron en contra de una ciencia social que eliminara la experiencia vivida, la historia, la voluntad colectiva de las clases, o que afirmara el indeterminismo de la política, mientras apostaban por un nuevo orden intelectual y moral. Ambos se definieron socialistas y pensaron en futuras sociedades reguladas. Uno se exilió de su país, a otro le condenaron al exilio interior de la prisión. Ambos preocupados en paralelo por la sociedad, los intelectuales, el papel de la cultura. Gramsci enfatizando las diferencias en la transición en Oriente y Occidente; Polanyi referenciando la distancia entre las metrópolis europeas y sus colonias. Los dos coincidentes en el rechazo al fascismo13; y, quizás también, en la raíz antropológica de sus trabajos intelectuales.
En lo que se refiere a la agencia, Gramsci sitúa la sociedad civil al lado de un estado expansivo, pero ambos en lucha continúa; de ahí la importancia del intelectual orgánico y del partido. Para Polanyi, en cambio, el mercado libre sólo puede nacer mediante un papel activo del Estado y la mercantilización sólo puede ser contenida por una sociedad que se haya activado mediante asociaciones, organizaciones e instituciones que incluyan al Estado. El terreno de análisis de Gramsci, aun partiendo de una base productiva, es claramente socio-político: examen de la hegemonía capitalista y la construcción de posibles alternativas; el de Polanyi es un análisis socio-económico, el intercambio de mercado en una sociedad de mercado. El centro de la observación gramsciana es la política y la revolución burguesa, la formación de la burguesía nacional como determinante para el funcionamiento de la sociedad civil, y su posible deriva autoritaria o, quizás, de contestación y transformación emancipadora. Mientras que para Polanyi el foco está en la economía y la revolución del mercado libre, la formación de los mercados nacionales y de un mercado internacional.
Un punto común es el papel de las clases y el Estado, bajo la idea de que el capitalismo adopta diversas formas y evoluciona generando nuevas rutas para su reproducción: liberalismo, fascismo, socialdemocracia… Pero a Gramsci le interesan sobre todo las funciones desempeñadas por la sociedad civil y el Estado en la formación de clases, especialmente los instrumentos de dominación al alcance de las clases hegemónicas en la Italia de su tiempo, sin descuidar el contexto e influencia internacional14. Mientras que para Polanyi la activación de la sociedad es producto de la movilización de clase, en especial de los trabajadores, pero no descarta la acción combinada de diversas clases en uno u otro sentido; incluso una buena parte del contra-movimiento frente a la mercantilización lo protagoniza el Estado y buena parte de las clases dominantes. Polanyi se interesa por el origen de la sociedad de libre mercado en el caso inglés; de manera que el autor traza con absoluta claridad cómo el Estado a lo largo de diferentes siglos pone en marcha mediante una gran y sostenida intervención y reglamentación, no exenta de violencia, el mercado autorregulado; será éste último el que dará origen al estado liberal, sometiéndolo a las leyes del mercado. No obstante, su preocupación no es sólo el carácter destructor de la sociedad de libre mercado, sino la tesis central que La Gran Transformación pretende probar: “los orígenes del cataclismo (el fascismo y el totalitarismo), que conoció su cénit en la Segunda Guerra mundial, residen en el proyecto utópico del liberalismo económico consistente en crear un sistema de mercado autorregulador“.
Gramsci sitúa la sociedad civil al lado de un estado expansivo, pero ambos en lucha continúa; de ahí la importancia del intelectual orgánico y del partido. Para Polanyi, en cambio, el mercado libre sólo puede nacer mediante un papel activo del Estado y la mercantilización sólo puede ser contenida por una sociedad que se haya activado mediante asociaciones, organizaciones e instituciones que incluyan al Estado
Gramsci contempla el capitalismo como una sociedad conflictiva en la que se oponen diversas fuerzas socio-económicas y militares que enmarcan las posibilidades de la acción política, en función del grado de homogeneidad, autoconciencia y organización alcanzada por las diversas clases sociales; también otorga importancia a los niveles de conciencia colectiva: el económico-corporativo vinculado a aspectos económicos y locales, el solidario de clase nacional (socioeconómico) y, finalmente, la conciencia política de la clase que aspira a la hegemonía. La hegemonía, a su vez, es la combinación de fuerza y consentimiento en el caso de las democracias; es decir un compromiso negociado entre intereses antagónicos. La hegemonía es detentada por quién domina y la dificultad para las clases dominadas es cómo, desde su punto de partida, pueden llegar a construir una contra-hegemonía que haga posible la emancipación.
Polanyi ve el conflicto bajo otro punto de vista, de modo que la mercantilización forzosa de las tres mercancías ficticias (trabajo, tierra y dinero) prepara el terreno para la movilización de clases frente a la destrucción que comporta la libertad de mercado. Pero no es un conflicto antagónico. En el caso del trabajo, son los asalariados los que fundan sindicatos y cooperativas para protegerse de los fabricantes; en el caso de la tierra, son las clases agrarias (incluyendo campesinos, arrendatarios y terratenientes) las que se movilizan por una leyes y aranceles que protejan la agricultura; en el caso del dinero, los intereses de todas las clases se ven afectados por la deflación y la crisis mundial y se movilizan para proteger la sociedad nacional. Por ello es significativo su énfasis en el interés común, de manera que las clases se movilizan de manera más efectiva cuando sus intereses defienden el interés general. Claro que quizás ese interés general tiene más probabilidades de coincidir con el del capital, en su intento por preservar la sociedad de los estragos del mercado. Sin mencionar la noción de hegemonía, está claro que hay en Polanyi una propuesta de cómo se genera la hegemonía del libre mercado, mediante la acción interventora del Estado y a través de la legitimación de las ideas que lo sostienen, de manera que la derrota de la clase trabajadora no es tanto por causa económica como por la “decadencia cultural”; de ahí que, asimismo, podamos considerar el contra-movimiento como una iniciativa contra-hegemónica, porque contiene una batalla cultural y moral.
El modelo de transición de Gramsci implica la construcción de una nueva hegemonía, pero es profundamente pesimista, entre lo viejo y lo nuevo surgen fenómenos perniciosos; muere en 1937, una época para pocas alegrías optimistas. Polanyi en cambio sostiene una perspectiva más esperanzada y optimista, pensaba que la humanidad aprendió de las guerras mundiales y de los fascismos y que la ola de desmercantilización tras 1945, llegó para consolidarse.
Una de las aportaciones a mi parecer más interesantes realizadas por Burawoy (2003) gira en torno a la hegemonía y la contra-hegemonía en Gramsci y Polanyi. Respecto del concepto de hegemonía Burawoy, resalta la contribución de Gramsci. Por diversas razones, de entrada porque su análisis social es más complejo y potente y tiene en cuenta la dominación (como hemos apuntado: relaciones de fuerza, niveles de formación de clase; configuraciones estado-sociedad); así mientras la producción es el lugar de organización de la hegemonía, la acumulación capitalista es su base material. En cambio la noción cercana a hegemonía en Polanyi (el interés general) da lugar a ‘ilusiones’ sobre la debilidad del capitalismo, así como sobre la ‘potencia’ de la respuesta de la sociedad; de hecho Burawoy subraya los defectos de la teoría de Polanyi sobre la formación de las clases por medio del mercado que no tiene en cuenta las tradiciones organizativas previas, ni la economía moral. En el caso de la contra-hegemonía, Gramsci no aporta una posición clara dada la dificultad de hacer universales los intereses de la clase trabajadora; sin recursos, sin estado, sólo con el Príncipe moderno, ¿cómo tejer las alianzas? El pesimismo abraza también la apuesta por un orden moral e intelectual alternativo basado en la producción. En cambio, subraya Burawoy que la movilización social que remarca Polanyi, permite una visión más optimista y atractiva en la actualidad, de manera que la oposición a la mercantilización atrae a los movimientos anticapitalistas (aunque Polanyi no se defina como tal) y porque, en algún momento, puede existir un interés universal en restringir los aspectos más degradantes del mercado.
Sobre este tejido que combina Marx, Gramsci y Polanyi, Burawoy (2003) hace su propuesta de enfoque que denomina marxismo sociológico y que, el autor, opone al clásico modelo de transición marxista basado en tres premisas: 1. El capitalismo siembra las semillas de su propia destrucción. 2. Sus crisis y contradicciones aumentan la desigualdad y la lucha de clases. 3. Con el tiempo maduran las condiciones materiales para el avance del comunismo en el seno del capitalismo. Frente a este determinismo economicista, Burawoy aboga por un nuevo modelo que incorpore, bajo el tamiz de Gramsci y Polanyi, no sólo aspectos productivos y económicos, sino también, sociales, políticos e ideológicos: 1. El capitalismo crea una sociedad activa o sociedad civil que puede llegar a contener, aunque no a ponerle fin, las tendencias hacia la crisis y la destrucción de la sociedad capitalista. Gramsci se centra en el funcionamiento de ésta desde la perspectiva de la dominación, Polanyi en su génesis mercantil. 2. La lucha de clases se organiza en el terreno de la sociedad activa o de la sociedad civil, en Gramsci mediante el papel activo del partido, en Polanyi a través de sindicatos, organizaciones y asociaciones. 3. El socialismo es, ante todo, un proyecto político: la subordinación de la economía a la sociedad autorregulada y aquí, en esta idea de regulación, coinciden los dos. Incluso con el hecho de que la opción socialista conviva con otros y diversos proyectos políticos en el capitalismo. como muestra la sustitución de los estados reguladores por la libertad de mercado neoliberal, o los nuevos síntomas de autoritarismo o de cuestionamiento de la democracia o, en su momento, con el fascismo.
Frente a este determinismo economicista, Burawoy aboga por un nuevo modelo que incorpore, bajo el tamiz de Gramsci y Polanyi, no sólo aspectos productivos y económicos, sino también, sociales, políticos e ideológicos
Polanyi permite vislumbrar los orígenes políticos y culturales del capitalismo –sin descuidar lo económico y material-, mientras que Marx y Gramsci ofrecen una visión más socio-económica –material, pero sin descuidar lo cultural e ideológico. Asimismo, Polanyi, sin ser abiertamente anticapitalista, ni anti mercado, aporta instrumentos que subvierten el orden establecido. Si pensamos en términos polanyinianos sale a luz que, en el tiempo, los verdaderos anti-sistema son aquellos que nos gobiernan y dominan desde la perspectiva neo-liberal y que la sociedad debe protegerse a sí misma y proteger el medio natural que la acoge. Ahora bien, bajo mi punto de vista, el marxismo de Marx y Gramsci también nos aporta unas buenas herramientas no sólo de diagnóstico de la sociedad en la que vivimos, sino también proporciona la forma de proveernos de los mecanismos programáticos y organizativos para pasar a la acción. Así argumenta Modonesi15 que Gramsci sostiene conceptos clave que unen la reflexión del marxismo sobre la acción política (subalternidad, antagonismo y autonomía) con la dinámica de formación de subjetividades (relaciones de dominación, resistencia y lucha de clases, emancipación), necesaria para la acción colectiva. Una acción colectiva que puede iniciarse de manera espontánea (conciencia económica-corporativa y solidaria), para pasar a ser organizada (conciencia política), aunque sólo como fruto de la experiencia (Thompson16). En este sentido, Gramsci aporta según Cox y Nilsen17 una interesante precisión por la que
la tensión entre la experiencia y las necesidades subalternas “puede producir una condición de pasividad moral y política». Sin embargo, esta pasividad a su vez es regularmente interrumpida y desestabilizada por el funcionamiento del «buen sentido», un concepto gramsciano que abarca las formas embrionarias de una conciencia subalterna distinta. Hacemos nuestra propia historia, en el momento y en la manera en que esto se manifiesta en la acción de oposición desde abajo.
Construir contra-hegemonía es un proceso largo y complejo que se enfrenta a fuerzas muy poderosas. Siguiendo con la propuesta de Gramsci sabemos de la dificultad de combinar la acción colectiva espontánea con la organizada, también conocemos la práctica imposibilidad de éxito de una guerra de movimientos18. Queda tan sólo la guerra de posición y ahí sólo se podrá avanzar por la fuerza del dolor, de manera que amplias capas de la población y no sólo trabajadores y campesinos, y ahora también feministas, ecologistas, post—coloniales, conscientes de lo que está en juego.
Es, éste, el terreno de la lucha por la hegemonía (relación de fuerzas sociales de producción, de las fuerzas políticas y de las fuerzas militares) en la que convergen elementos coercitivos y culturales, pero que es sobre todo una lucha ideológica. Ahí, los intelectuales juegan un papel fundamental para sostener la legitimidad del establishment… aunque también pueden jugar el papel contrario. El grupo neoliberal, la secta pseudo-mística de Mount Pelerin, entendió muy bien esta cuestión, por ello han colonizado los centros de pensamiento, las universidades, o sustituyen las humanidades por rudimentos financieros y sólo entienden las ciencias sociales en su versión positivista, supuestamente neutra y aséptica. Como expone Burawoy “la Universidad ha pasado de ser un bien público a un bien privado, sujeto a los dictados del mercado”, de manera que a su parecer “nos enfrentamos a la creación de otra mercancía ficticia…el conocimiento”.
Es, éste, el terreno de la lucha por la hegemonía (relación de fuerzas sociales de producción, de las fuerzas políticas y de las fuerzas militares) en la que convergen elementos coercitivos y culturales, pero que es sobre todo una lucha ideológica
La propuesta de Burawoy (el marxismo sociológico) es un marco de análisis, de realización de un diagnóstico social, también de perspectiva emancipadora. Quizás sea éste un enfoque ajustado para acometer el reto planteado por Nancy Fraser (2014): “La teoría crítica del siglo XXI ha de entender las crisis en su conjunto, conectando las tres dimensiones de análisis trabajo, tierra y dinero o ecológica, social-reproductiva y financiera”.
Precisamente, para esta autora, se trata de ir más allá de Polanyi y conectar la crítica de la mercantilización con la crítica de la dominación. La lectura ontológica de la mercantilización ficticia y sus elementos de defensa de las connotaciones comunitarias, propuesta por Polanyi, debe dejar paso a una lectura estructural, sensible no sólo a la destrucción de lazos solidarios, sino también a los modos de producción y reproducción de la dominación. Es ahí donde puede ser útil, la visión de Gramsci sobre el poder y la dominación; porque tal como expone la autora la protección puede ocultar marginación o exclusión. Además Fraser sostiene que “La gramática social debe desarrollarse mediante una lucha más allá del doble movimiento de comercialización y protección social, incorporando un tercer movimiento: el de la emancipación”, que sostenga una visión amplia e integradora de la justicia social.
En la actualidad contemplamos como desde 1980, pero de forma más acusada desde 2008, avanza la precarización, el empobrecimiento y la desigualdad en los países ricos, así como el mecanismo de la deuda gobernado desde las agencias internacionales, que no sólo atrapa a estados y familias en los países ricos, sino que fulmina la soberanía alcanzada por las antiguas colonias en su proceso de descolonización. Todo ello, junto a la globalización y financiarización, está dando lugar a una gran maniobra de acumulación por desposesión (Harvey) o de creación de un ejército industrial de reserva internacional (mano de obra inmigrante, desempleados). De este modo, el trabajo que permite conseguir rentas para la subsistencia, es ahora menos libre y más dependiente y está más condicionado que en el pasado (Cassasas19); la sociedad está en peligro ante la nueva ola mercantilizadora neoliberal. Pero, además, esta mercantilización ha sometido el desarrollo económico a una aceleración imparable y ello agosta los recursos del planeta, poniendo en peligro la naturaleza que nos acoge. La financiarización de la economía, la perversión de la búsqueda del rendimiento económico, principalmente por la vía de la especulación, son el combustible que favorece los desastres sociales y naturales; el mecanismo de la deuda, somete a los trabajadores a una nueva dependencia que asegura su papel de reserva de mano de obra barata; la especulación, o capitalismo de casino, arrasa con el campo, la industria, la ciudad, los comunes, los hogares. Burawoy (2003), pero también Jessop20 insisten en que se ha generado una cuarta mercancía ficticia, el conocimiento, que se acompaña de su correspondiente ola mercantilizadora; basta leer algunos informes de la Unión Europea o de la OCDE, de mediados-finales de los 1990, sobre el nicho de mercado que puede suponer la privatización de la educación.
La financiarización de la economía, la perversión de la búsqueda del rendimiento económico, principalmente por la vía de la especulación, son el combustible que favorece los desastres sociales y naturales
Los movimientos sindicales, ecologistas, feministas, anti-globalización tienen ante sí el reto de avanzar por el reconocimiento de cada identidad, interés, deseo o necesidad, algo que el sentido común neoliberal transforma rápidamente en individualización, competencia, división y miseria. O bien, el propósito de avanzar por el terreno que nos marcan los autores reseñados: unidad emancipadora respetando la diversidad y la diferencia; es decir, saltar las fronteras entre segmentos de la clase trabajadora.
Nos hemos dejado otra forma de ola destructiva del capitalismo actual, la sanitaria. Ámbito éste en el que se comprende mejor los resultados de la codicia y el egoísmo llevados a su extremo por los que gobiernan el mundo. Las crisis sanitarias hacen aún más presente que nacemos precarios y nos quieren precarios; en ellas, además se evidencian los desastres sociales y naturales que se suceden. Ello hace aún más urgente la puesta en marcha de reacciones y resistencias.
Los retos están ahí. Deshacer el encantamiento del mercado como fetiche. El mercado no es nada en sí mismo, está gobernado por instituciones y organismos sociales; sin el alimento de los estados y las instituciones ad hoc es un globo deshinchado. Un gobierno en pro del bien común dejaría que fuera el valor real de las cosas el que marcará su precio y no que el precio sustituyera al valor (Mazzucato). Tanto las concepciones marxistas como polanyinianas ayudan a ello. Construir y fortalecer un contrapoder. Una contra-hegemonía que, siguiendo los pasos de E.O.Wright21, no tiene que suponer necesariamente una revolución total, sino un conjunto de utopías posibles en marcha; algo parecido a la guerra de posiciones de Gramsci. Cansados de distopías nos podemos conformar con un proceso que se desarrolle en el tiempo y el espacio para conservar los avances sociales y políticos, mientras se purga aquellas formas económicas y políticas estúpidas que nos atontan y hacen sufrir. Para ello se necesita fortalecer el poder de los trabajadores, de los consumidores y ciudadanos, reconstruyendo la unidad desde la actual fragmentación. Volver a encantar al mundo (Federici) con una realidad de libertad, igualdad, fraternidad, emancipación.
* Agradezco los comentarios y apreciaciones de Ramon Alòs, Joan Benach, Jordi Guiu, Javier Tébar y la buena acogida de Javier Aristu y Paco Rodríguez de Lecea.
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Pere Jódar. Profesor Sociología UPF, una versión reducida de este trabajo se presentó en el CTESC el 12 de junio de 2019, en el Àgora del Dret del Treball.
NOTAS
1.- Karl Marx (1974) Manuscritos economía y filosofía. Madrid, Alianza. P. 51 y 104. [^]
2.- Karl Marx (2010) El Capital Libro I. Madrid, Siglo XXI. P. 87. [^]
3.- Polanyi, Karl (1989) La Gran Transformación. Madrid, La piqueta (nota 1, p. 113). Burawoy comenta la influencia de Lukacs en Polanyi y la elevada probabilidad de que hubiera leído los Manuscritos de Marx y, también, el volumen primero de El Capital. De todos modos Polanyi (1989:221) muestra que distingue a Marx del posterior marxismo vulgar. [^]
4.- Mazzucato, Mariana (2019) El valor de las cosas. Quién produce y quién gana en la economía global. Barcelona, Taurus. [^]
5.- Esta concepción de la mercancía ficticia es, según Fraser, la interpretación ontológica de Polanyi que, a su parecer es esencialista (una condición original: mercancías fabricadas para la venta o no), ahistórica (no da cuenta de los factores históricos y relaciones de poder en su origen), e insensible a la dominación (ya que aun estando de acuerdo, en que es una construcción social, es fruto de unas relaciones de poder). Fraser, Nancy (2014) Can society be commodities all the way down? Post-Polanyian reflections on capitalist crisis, Economy and Society, 43:4, 541-558. [^]
6.- Algo también sugerido por Burawoy, Michael (2013): Marxism after Polanyi. En Michelle Williams and Vishwas Sagar (eds) (2013) Marxims in the 21st century. Crisis, Critiques & Struggle. WITS University Press. [^]
7.- Silver, Beverly (2005) Fuerzas del trabajo. Los movimientos obreros y la globalización desde 1870. Madrid, Akal. [^]
8.- Evans, Peter (2005) ‘Counter-Hegemonic Globalization: Transnational Social Movements in the Contemporary Global Political Economy’, in T. Janoski, A. Hicks and M. Schwartz, Handbook of Political Sociology (pp. 655-670). New York: Cambridge University Press; and Peter Evans (2008) ‘Is an Alternative Globalization Possible?’, Politics and Society 36(2): 271-305. [^]
9.- Burawoy, Michael (2010) From Polanyi to Pollyanna: The False Optimism of Global Labor StudiesARCHIVES / VOL 1 N. 2 (2010): MAY EDITION 2010 / GLOBAL ISSUES. [^]
10.- Bieler, Andreas and Adam David Morton (2003). Theoretical and Methodological Challenges of neo-Gramscian Perspectives in International Political Economy International Gramsci Society Online Article (January 2003) http://www.internationalgramscisociety.org/resources/online_articles/articles/bieler_morton.shtml. [^]
11.- Antonio Gramsci (2013) “El movimiento turinés, de los consejos de fábrica”, en Antología. Selección, traducción y notas de Manuel Sacristán. Madrid Akal. [^]
12.- Burawoy, Michael (2003). For a Sociological Marxism: The Complementary Convergence of Antonio Gramsci and Karl Polanyi. POLITICS & SOCIETY, Vol. 31 No. 2, June 2003 193-261. [^]
13.- Antonio Gramsci (2019) El fascismo. La sombra negra de cien años de barbarie, Madrid, Altamarea. Polanyi, Karl (2013) La esencia del fascismo. Madrid, Escolar y Mayo. [^]
14.- Antonio Gramsci (1980) Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno. Madrid, Ediciones Nueva Visión. [^]
15.- Modonesi, Massimo (2014) Subalternity, Antagonism, Autonomy Constructing the Political Subject. London, Pluto press. [^]
16.- Thompson, E.P. (1981) Miseria de la teoría (Barcelona: Crítica). [^]
17.- Cox, Lawrence and Alf Gunvald Nilsen (2014) We make our own history. Marxism and Social Movements in the Twilight of Neoliberalism. Londres, Pluto Press. P. 67. [^]
18.- Burawoy coloca a Rosa Luxemburgo en el mismo cajón que el marxismo ortodoxo. Sin embargo, conviene rescatar la importancia de la autora, como reconoce el mismo Gramsci en sus Cuadernos de prisión; así por ejemplo sobre la relación entre acción política y acción económica, escribe Rosa: “Toda nueva iniciativa y toda nueva victoria de la lucha política se transforma en un impulso potente para la lucha económica, ampliando, al mismo tiempo, tanto sus posibilidades externas, como el deseo íntimo de los obreros por mejorar su situación, aumentando su combatividad. Cada encrespada ola de la acción política deja tras de sí un residuo fecundo, del que brotan al instante miles de casos de la lucha económica. Y a la inversa… Causa y efecto permutan sus posiciones en todo momento, y, de este modo, el elemento económico y el político, lejos de diferenciarse nítidamente o de excluirse recíprocamente,… constituyen dos aspectos complementarios de las luchas de clase proletarias en Rusia… La huelga de masas es la unidad de lucha política y económica” (Rosa Luxemburgo, 2015. Huelga de masas, partido y sindicatos. Madrid, Siglo XXI). Clara combinación de espontaneidad y de organización. [^]
19.- David Casassas (2018) Libertad incondicional. La renta básica en la revolución democrática. Barcelona, Paidós. [^]
20.- Jessop, Bob (2008) Polanyian, regulationist, and autopoiesicist reflections on states and markets and their implications for knowledge and the knowledge-based economy; en Alexander Ebner and Nikolaus Beck(Eds.) The Institutions Of The Market: Organizations, Social Systems, and Governance. Oxford, Oxford University Press. Chapter 14 (328-347). Ver en este número también el trabajo de Supiot. [^]
21.- Wright, Eric Olin (2014) Construyendo utopías reales. Madrid, Akal. [^]