Por HARA KOUKI
Syriza, el partido de izquierda radical que gobierna Grecia, ¿es un ejemplo del fracaso de las izquierdas en marcar con su impronta la política contemporánea en Europa? ¿O es, por el contrario, la única muralla defensiva en manos de la izquierda frente a la irrupción de fuerzas de extrema derecha en todo el continente?
En Grecia, hoy por hoy, es imposible mantener un debate sobre el futuro de la izquierda. Desde 2015, la polarización se ha hecho cada vez más acusada porque solo hay disponibles dos opiniones, ambas hechas a medida: unos condenan a
Syriza por traicionar los sueños y las necesidades de la gente y llevar a la derrota a los movimientos, en el país y en Europa; otros aceptan que eso es lo mejor que era posible conseguir, en un momento en que las fuerzas reaccionarias amenazan la supervivencia incluso de las personas en toda Europa. En consecuencia, o bien gastamos todas nuestras energías en criticar a Syriza por todo a fin de mantener nuestra pureza ideológica, o nos quedamos inmóviles, y nos transformamos nosotros mismos en reformistas serviles.
Ambas opciones son tristes y tristemente predecibles, porque ninguna de las dos apuesta por un cambio social desde abajo. Después de años de movilizaciones sociales sin precedentes que paralizaron el país, ¿cómo hemos llegado a este punto?
Un ‘oxi’ que se ha convertido en un ‘yes’
Hay motivos para criticar a Syriza, desde luego. Cuando el partido de la izquierda radical entró en el gobierno en 2015, prometió habilitar una salida a la crisis de la deuda griega y acabar con la austeridad que causaba tanto sufrimiento injusto. Su actitud de desafío a la ‘troika’ ─la Comisión Europea, el Banco Central Europeo, y
el Fondo Monetario Internacional─ representó un pulso audaz a una bien asentada elite política y económica europea y a la hegemonía del ‘TINA’ (There Is No Alternative, ‘no hay alternativa’). Los argumentos esgrimidos por Syriza, basados en el sentido común y la justicia social, y su estrecha relación con los movimientos sociales, inspiraron y motivaron a mucha gente en toda Europa a sentirse parte de una ciudadanía que resistía. Incluso si la mayoría no estaba de
acuerdo con todas o incluso con la mayoría de las ideas del partido, con todo, algo parecía estar cambiando. Así empezaron cinco meses de dura negociación que culminaron en un referéndum nacional en el que el pueblo griego dio un resonante ‘no’ -‘oxi’- al trato ofrecido por la troika.
Los argumentos esgrimidos por Syriza, basados en el sentido común y la justicia social, y su estrecha relación con los movimientos sociales, inspiraron y motivaron a mucha gente en toda Europa a sentirse parte de una ciudadanía que resistía
El giro de ciento ochenta grados de Syriza en el verano de 2015 fue un shock traumático para todos. Muchos miembros del partido que habían formado parte de, o estaban en estrecho contacto con, iniciativas de base, dimitieron. El primer
ministro de Syriza Alexis Tsipras firmó un tercer acuerdo de rescate con los acreedores, que condenaba al país a una austeridad profunda, todavía más profunda. El gobierno encabezado por Syriza fue reelegido más tarde, en 2015,
para cumplir los términos del recién firmado acuerdo sin tener enfrente ninguna oposición importante.
Las medidas contra los trabajadores, los recortes de las pensiones, los altos tipos impositivos, las ejecuciones de desahucios y las privatizaciones siguieron imperturbables; eran, todas ellas, situaciones contra las cuales Syriza había hecho campaña al lado de ‘la gente’, dando forma a un programa anti-austeridad. Los campos de refugiados siguen hoy abiertos, mientras simultáneamente el discurso sobre la competitividad y el desarrollo desemboca en nuevas privatizaciones a gran escala de aeropuertos, puertos y ferrocarriles, y en planes de ‘visa dorada’ para atraer a inversores privados foráneos que ‘gentrifican’ y ‘turistifican’ los paisajes urbanos. Tres años después de 2015, la continuación de la austeridad, aunque bajo un disfraz más suave y progresista, ha traído un aumento del
cinismo, la decepción y la pasividad. La llegada al poder de Syriza ha llevado al estancamiento de los partidos y grupos de la izquierda, así como de los movimientos sociales en general, que se han visto a partir de entonces desmoralizados e incapaces de avanzar, y acusan al partido de instrumentalizar la anti-austeridad y las energías resistenciales.
¿El mal menor?
Pero ¿cómo ha conseguido el partido sobrevivir más allá de cualquier otro gobierno de la austeridad? Syriza insistió ya desde el principio en la naturaleza inevitable de este desenlace, y sugirió que la capitulación era la única manera de
avanzar. Dadas las circunstancias, era la mejor opción para el pueblo griego; o el mal menor.
A pesar de las muchas dificultades afrontadas hasta el día de hoy, debe reconocerse que Syriza ha trazado un camino viable a fin de cuentas: de acuerdo con las cifras oficiales, la eficiencia fiscal ha permitido la consecución de un superávit primario respecto de los presupuestos del Estado, y las tasas de desempleo y de paro juvenil, aunque todavía altas, han caído en un 7% y un 20% respectivamente. La economía crece, y las disfunciones en el mecanismo de los ingresos públicos están mejorando. El gobierno consiguió en agosto de 2018 dar por finalizado formalmente el periodo de los rescates, y lo que es más importante, tal como el primer ministro ha repetido en varias ocasiones, lo ha hecho con el menor coste posible para los más necesitados.
A pesar de las muchas dificultades afrontadas hasta el día de hoy, debe reconocerse que Syriza ha trazado un camino viable a fin de cuentas
¿Ha sido un éxito? Es cierto que, a pesar de las restricciones fiscales, Syriza ha podido negociar en cierta medida soluciones solidarias y de clase. Después de su elección en 2015, el gobierno abordó la crisis humanitaria tomando una serie de medidas de ‘socorro’ para aliviar la situación de los marginados: proporcionó asistencia sanitaria gratuita a dos millones de personas sin seguridad social que habían sido excluidas de la sanidad primaria mediante medidas discriminatorias de los gobiernos anteriores; también dispensó en 2017 y 2018 (y se ha comprometido a hacerlo también en 2019) una renta mínima solidaria, el llamado ‘dividendo social’, para los grupos de rentas bajas y medias, que se extiende este año al 32% de la población del país, con un costo global de dos mil quinientos millones; ha ofrecido subsidios para el alquiler a miles de viviendas familiares, además de ayudas para la luz, el agua y la alimentación; los desempleados disfrutan de transporte público gratuito, y los estudiantes de la escuela primaria, de comidas gratis. Las medidas económicas incluyen además partidas para quienes no pueden pagar sus deudas, reducciones en las contribuciones a la seguridad social para autónomos, granjeros y pequeños empresarios, la reducción del impopular impuesto a la propiedad, y la promesa de revertir los recortes de las pensiones legislados antes.
El mayor sufrimiento de los griegos procede, con todo, de un desempleo altísimo agravado por las dimensiones del trabajo a tiempo parcial, precario, irregular y en negro. La estrategia de Syriza se ha dirigido a la negociación y la atenuación del impacto de las medidas impuestas para el rescate, en particular en el caso de los jóvenes: los controles en el trabajo se han intensificado, y el superávit presupuestario ha sido utilizado para contratar personal fijo en servicios sociales públicos, como el cuidado a las personas mayores y las escuelas con necesidades especiales, y en subsidios para las contribuciones a la seguridad social de empleados jóvenes; el salario mínimo ha crecido (de 586 a 650 euros) y el salario infra-mínimo para trabajadores menores de 25 años ha sido abolido. Valga la medida por lo que valga, se ha anunciado la reinstauración de los derechos laborales para 2019; aunque tardarán mucho en notarse sus efectos prácticos.
Otras medidas socioeconómicas positivas incluyen el empeño en reconocer y fortalecer el desarrollo de la economía social y solidaria mediante la creación de un entorno legal de apoyo; la inversión en investigación en la educación superior por primera vez (más del 1% del PIB en 2017); la sustanciación de miles de contratos de personal médico y de enfermería, y la investigación de grandes casos de corrupción, que incluye listas de evasores de rentas altas que durante muchos años habían sido soslayadas.
La estrategia de Syriza se ha dirigido a la negociación y la atenuación del impacto de las medidas impuestas para el rescate, en particular en el caso de los jóvenes
Más positivo aún, según reconocen la mayoría de los sectores de la izquierda, ha sido el programa de Syriza sobre los derechos y su impacto en la vida pública. En él se incluye la legislación de una vía a la ciudadanía para los migrantes, así como para sus hijos nacidos en Grecia; la garantía del derecho al matrimonio civil y la crianza de los hijos para las parejas LGTBI, y la aprobación de leyes que posibilitan que los ciudadanos determinen su identidad de género en todos los documentos oficiales sin que tal cosa comporte, como sucedía antes, su guetización; la legalización del uso medicinal del cannabis, y la abolición de las prisiones de máxima seguridad; y los primeros pasos para desatar los apretados lazos que unen al Estado con la Iglesia Ortodoxa Griega, eliminando clérigos de la nómina funcionarial y poniendo fin a una antigua disputa sobre las propiedades de la Iglesia. Todo lo cual ha provocado agrias condenas, tanto por parte de la Iglesia Ortodoxa como de la derecha conservadora y los sectores de extrema derecha; pero en ningún caso con tanta intensidad como respecto del acuerdo histórico firmado y ratificado recientemente por Grecia y FYROM (Former Yugoslavian Republic Of Macedonia), que ha resuelto un conflicto de varios decenios en torno al nombre del país norteño vecino, puesto que Macedonia del Norte abandonará las reclamaciones basadas en el pasado clásico griego, mientras que Grecia acepta la existencia de una lengua macedonia y la designación de sus ciudadanos como macedonios. La ‘cuestión macedonia’, que los nacionalistas, la Iglesia ortodoxa y los grupos de extrema derecha habían conseguido capitalizar durante décadas, ha concluido por fin.
La extrema derecha en el centro de Europa
Frente a las abrumadoras condenas a Syriza, deben ser anotadas en su haber unas políticas de justicia social que han permitido hasta cierto punto hacer sostenible la vida cotidiana, en especial para los sectores más desasistidos. Sin embargo, nadie puede negar que esas políticas han ido dirigidas a aminorar el impacto de las estrecheces estructurales, y no a confrontarse con ellas o a subvertirlas. En 2015 quedó claro que Syriza, un partido europeísta convencido, no puede imaginar una vía situada fuera o en contra de las instituciones europeas, por muy disfuncionales o injustas que sean estas. Quedarse en Europa significa seguir sufriendo, aunque ya no tanto. Los otros partidos de la izquierda despliegan un programa anti-hegemónico contra Europa: el Partido Comunista de Grecia (KKE) mantiene su tradicional anti-europeísmo, mientras que Unidad Popular (Laiki Enotita), el partido formado después del tercer acuerdo de rescate por ex miembros de Syriza como Panayotis Lafazanis, defiende que una ideología anti-austeridad y anti-capitalista no puede ser otra cosa que combativamente anti-europeísta. Lo mismo cabe decir de Rumbo a la Libertad (Pleftí Eleftheria), el partido creado por Zoé Constantopoulou en 2016. En el polo opuesto, el partido formado por Yanis Varoufakis, Diem25, una red transnacional de afiliados y políticos, es pro-europeo por defecto, ya que su objetivo es precisamente la construcción de una idea y una práctica alternativas de Europa.
Nadie puede confiar en los resultados que ofrecen los sondeos porque, como ha sido el caso en todas las elecciones desde 2010, las encuestas de opinión no son en absoluto fiables, y su única utilidad es reflejar la polarización de la vida pública. La mayoría de los medios de comunicación pertenecen a elites políticas hostiles a Syriza y, en consecuencia, violentamente antigubernamentales. Con todo, Nueva Democracia parece situarse en las expectativas de voto por delante de Syriza; Amanecer Dorado ocuparía la tercera posición en las preferencias del electorado; el partido comunista se mantiene en torno al 5%, y la coalición encabezada por el socialista PASOK queda muy lejos de alcanzar incluso el porcentaje exigido para acceder al parlamento. Lo mismo cabe decir de Unidad Popular y Diem25, que ni siquiera aparecen en los sondeos porque no gozan de popularidad entre el electorado potencial de la izquierda, siquiera sea por su condena a Syriza. Frente a esta nueva ronda de elecciones, los ciudadanos griegos aparecen desmoralizados y desmotivados.
Grecia seguirá siendo respecto de Europa un país aplastado por una deuda inmensa que habrá de luchar interminablemente por pagar, y lastrado por altas tasas de desempleo y de desigualdad de rentas, del que los jóvenes y las personas formadas huirán para intentar sobrevivir. Syriza ha aceptado esta eventualidad, y junto al partido lo ha hecho también la mayoría, si no la totalidad, de la población.Gestionar la pobreza desde una perspectiva social democrática, ¿es esa la mejor opción con la que podemos soñar?
Bajo el gobierno de izquierda, no se ha educado a la gente a asumir responsabilidades, a sentirse como parte de su comunidad, a participar y construir colectivamente su presente
Nuestras preguntas no pueden seguir siendo las mismas, cuando las respuestas que nos rodean cambian con tanta rapidez. Defender a los pobres, a los desempleados, a los refugiados, a los homosexuales, a los discapacitados, es algo que ya no ocurre en Europa, sino, al contrario, algo sobre lo que necesitamos debatir, luchar en las calles, morir incluso, una vez más. Tres años después de 2015, la vida de cada día en Grecia sigue siendo ardua, y el futuro es más incierto que nunca. Las políticas de Syriza, sin embargo, se presentan a través de un discurso basado en el sentido común y no racista en favor de los pobres y las personas sin representación; el primer ministro, simbólicamente, pasa la Navidad con niños refugiados, y sus ministros y parlamentarios no recurren a argumentos populistas, misóginos y agresivos que justifican y nutren a la extrema derecha (Amanecer Dorado creció y se reforzó durante los gobiernos de Nueva Democracia y el PASOK). Las personas no padecen el mismo nivel de odio, patriarcado y violencia ─ verbal y corporal ─ que se ha volcado contra todos y se ha multiplicado en todas las comunidades durante los últimos años.
Aun reconociendo la necesidad absoluta de todo ello, Syriza es criticable por una razón: ha despojado a la gente de todo sentido de participación. El partido no ha confiado en la gente, no la ha dejado participar en los procesos de toma de decisiones, ya sea por designio político o por error, y no se ha relacionado con los ciudadanos de forma diferente a la de los gobiernos anteriores. Algunas de sus medidas de socorro y de reconocimiento de nuevos derechos merecen ser alabadas como producto de una voluntad política lo bastante valerosa para interponerse en el camino de la normalidad neoliberal. Sin embargo, han desarrollado sus principales iniciativas sin debatir con la gente ni proyectarlas hacia arriba desde las comunidades; limitándose a dirigirse a ellas. Bajo el gobierno de izquierda, no se ha educado a la gente a asumir responsabilidades, a sentirse como parte de su comunidad, a participar y construir colectivamente su presente. Por el contrario, la protesta, la reivindicación y la participación en la política no parecen jugar ningún papel, y menos aún un papel central, en el modo como se desarrolla en definitiva la política; y la izquierda y los movimientos refuerzan esta teleología al limitarse a criticar a Syriza. Desde 2015 se nos ha querido convencer de que no hay forma de que tengamos una influencia directa en las decisiones que determinan nuestras vidas.
Durante el transcurso de la crisis, ha emergido una gran riqueza de ideas, prácticas, y colectividades nuevas y radicales, que han liberado nuestro imaginario: la izquierda radical y los movimientos sociales necesitan con urgencia ir más allá de la polarización, revitalizarse e inventar para sí mismos un nuevo rol que les permita confrontarse con una política representativa clientelar que alimenta el fascismo; incluido el papel que pueda representar Syriza en ello.
[Traducción del inglés, Pasos a la Izquierda]
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Hara Kouki. Investigadora asociada (Research Fellow) en la Durham University; lectora adjunta en la Universidad Abierta Helénica, y miembro de Número del Open Lab, Atenas.