Por MARTHE CORPET
* La expresión «huérfanos de una gran idea» hace referencia a una tribuna titulada Carta a los huérfanos de una gran idea que publicó Benoît Hamon en Le Monde.
Yo nací después de la caída del muro de Berlín. Lejos de ser este un simple indicio temporal, se trata sobre todo de un cambio de los referentes ideológicos, del fin de un mundo articulado alrededor de dos bloques, que dividía la izquierda entre el partido comunista y el partido socialista según la pertenencia y reconocimiento del bloque soviético, en el marco de la confrontación de dos visiones antagónicas. Con la caída del muro quien ganó fue el pensamiento único, una marea capitalista en la que el ‘There is No Alternative (No hay alternativa)’, se reafirma con cada nueva crisis. A pesar de que el modelo fracasa y muestra su incapacidad de responder a retos económicos fundamentales de nuestra sociedad, este mismo modelo no es considerado como responsable , y, más que nunca antes, se esgrime como la solución que, año tras año, se hace esperar.
¿Qué es lo que no hemos comprendido? A medida que el mundo de la política fracasa, la ciudadanía se desinteresa. Y no le falta finalmente razón, porque no emerge ninguna alternativa, y, frente a la propuesta política dominante, no hay respuesta, y si la hay es de perspectivas fracasadas. El pragmatismo de la acción política no permite dar respuesta a los retos económicos y sociales. El pueblo se aleja, se vuelve hacia aquellos que reivindican el radicalismo, hacia la extrema derecha, y acusan a sus vecinos, a la inmigración, de la pérdida de control sobre los problemas inherentes a sus propios modelos de sociedad, problemas a los que sus propias soluciones no han sabido responder. Finalmente, en masa, acaban por considerar que tan sólo su expresión colectiva es útil para hacer evolucionar sus decisiones políticas.
Dado que ya he escrito dos veces la palabra ‘alternativa’ en este texto, y que he subrayado especialmente la ausencia de la misma, la cuestión que se plantea es: ¿Pero qué hace la izquierda?, ¿Qué hacen aquellos que deben construir la utopía? ¿Aquellos cuya responsabilidad es la de proponer transformaciones de fondo para la sociedad? La Izquierda…
Resulta difícil escribir en singular una palabra que, si biense supone que designa una dinámica, una opción, una esperanza, hoy día define una multitud de conceptos, de partidos, de personas, de ideas, de posicionamientos, de estrategias, o tal vez, nada. La izquierda ha perdido significación, ya no es la confluencia del imaginario colectivo. Y no porque la ciudadanía no crea más en los valores que le son propios, sino porque la Izquierda ya no encarna un imaginario colectivo poderoso.
La izquierda francesa decididamente ha renunciado a su electorado. Se ha concentrado en la búsqueda del poder y no en responder a las necesidades de su electorado. Los valores que plantea son electoralistas y no se centran en las batallas reales de transformación de la sociedad. A lo largo de los últimos veinte años ha cambiado su base electoral. Fundada en el voto obrero, popular, en realidad hoy la izquierda descansa en un voto de la clase media alta, de las ciudades y de las regiones históricamente católicas.
La izquierda ha perdido significación, ya no es la confluencia del imaginario colectivo. Y no porque la ciudadanía no crea más en los valores que le son propios, sino porque la Izquierda ya no encarna un imaginario colectivo poderoso
La izquierda francesa está hundida. En el fondo no es capaz de responder a las diferentes problemáticas que atraviesan la sociedad. Ha intentado ampliar su programa hacia la la transición ecológica, pero parece pasar por alto los grandes retos económicos y sociales de este periodo. A imagen y semejanza de la socialdemocracia europea, ya no es más que la caracterización de una correlación de fuerzas cambiante, que actualmente es desfavorable a las franjas más populares, y ya no es capaz de responder y encarnar la lucha de clases. Mientras un numeroso grupo de ciudadanos de las franjas populares se moviliza desde noviembre en las rotondas de las pequeñas ciudades y pueblos, con reivindicaciones sociales en relación con el poder adquisitivo, el empleo, el paro, la izquierda permanece silenciosa. Algunos han intentado recuperar el movimiento, incorporándose a las movilizaciones, pero en su mayor parte, los diferentes partidos no han dado respuesta. No son ya los receptáculos del clamor popular.
También está hundida por la división. A pesar de estar en la franja baja de los sondeos de popularidad, Macron no hace sino alimentar el desinterés por la vida política, porque frente a él no existe una oposición. No hay fuerza política que sea capaz de crear un contrapoder. La izquierda francesa está dividida y volcada en sus guerras intestinas, de capillitas, concentrada antes en la supervivencia que en la conquista.
¿Por qué? ¿De dónde viene este fuerte distanciamiento con la sociedad? ¿Cómo se explica esta desconexión?
El hundimiento de la izquierda durante el quinquenio de François Hollande
La victoria del Partido Socialista, en 2012, estuvo lejos de ser una anécdota para la historia de la izquierda. Hacía entonces cerca de 20 años que no gobernaba (al margen de una experiencia de cohabitación entre 1997 y 2002). François Hollande fue elegido con el apoyo de las clases populares urbanas y periurbanas (y fue precisamente el voto de la población en el medio rural el que le permitió batir a Martine Aubry en las primarias de designación de candidatos del PS). Considerado la franja derecha del Partido Socialista en las primarias, oponiéndose a aquellos que habían luchado por las 35 horas, en la campaña presidencial se situó más a la izquierda, haciendo de la lucha contra el capitalismo financiero su prioridad. “En esta batalla que se prepara os diré quien es mi adversario, mi verdadero adversario. No tiene nombre, ni cara, ni tampoco partido. Nunca presentará su candidatura ni será tampoco elegido, y sin embargo gobierna. Este adversario no es otro que el mundo de las finanzas” (F. Hollande en su discurso en Bourget, el 22 de enero de 2012). Al mismo tiempo, su elección se entendió como un voto de castigo al presidente saliente N. Sarkozy, criticado por sus problemas judiciales, su sentido autoritario del poder y su comportamiento presidencial. La noche de su victoria se pudo ver en la capital, grandes expresiones de la alegría popular. La plaza de la Bastilla fue invadida por numerosos ciudadanos, militantes, con el puño alzado y la rosa en el corazón.
Lo que siguió fueron 5 años de desencanto y de críticas, cinco años de renuncias en la mayor parte de los compromisos de la campaña presidencial. 5 años durante los cuales las oportunidades para iniciar cambios en profundidad en el país fueron sacrificados a la austeridad, a una política que ha comportado más desigualdades y que no ha dejado de hacer legítimas las críticas a la impotencia de nuestro estado a la hora de contrarrestar la historia europea. La izquierda no tiene por tanto excusa alguna. Durante tres años tuvo todo el poder, la mayoría en la Asamblea Nacional, en el Senado, en las comunidades.La llegada de Manuel Valls al puesto de primer ministro no hizo sino acentuar esta orientación, y acabó por matar todo espíritu de cambio de rumbo: estado de excepción tras los ataques terroristas, privación de la nacionalidad, reformas en materia de seguridad, liberalización del mercado de trabajo… Algunos diputados intentaron, a lo largo del periodo, devolver su sentido a la democracia y hacer evolucionar las políticas en la Asamblea Nacional, pero sin llegar a votar una moción de confianza para destituir el gobierno «por temor a lo que venía después».
La llegada de Manuel Valls al puesto de primer ministro no hizo sino acentuar esta orientación, y acabó por matar todo espíritu de cambio de rumbo: estado de excepción tras los ataques terroristas, privación de la nacionalidad, reformas en materia de seguridad, liberalización del mercado de trabajo…
Por miedo a alentar aún más a la extrema derecha que se refuerza a medida que la izquierda se hunde. El Frente Nacional será la amenaza permanente, el chantaje sistemático al estatus quo y al inmovilismo. Si François Hollande renuncia a presentarse a un nuevo mandato da fe de la desconfianza inmensa que se ha instalado entre el pueblo y su Presidente, y será finalmente Benoit Hamon, figura del ala izquierda del Partido Socialista (PS), contestatario en la Asamblea quien desplace a Manuel Valls en las primarias del PS. Esta victoria sorprendente se debe a una movilización anti-Valls, pero también a lemas innovadores alrededor de la renta básica, del trabajo y de las nuevas formas del trabajo, que supieron apelar a una parte de la población, especialmente los más jóvenes.
Cuando la izquierda parecía haber reencontrado al fin los colores de la victoria, cuando la campaña de las primarias permitía augurar una hermosa campaña presidencial, la realidad fue muy diferente. Las guerras intestinas causaron estragos en el seno del viejo Partido Socialista, y la mayor parte de sus representantes dieron la espalda a un Benoit Hamon cada vez más debilitado para ir a apoyar al candidato Emmanuel Macron. Hamon se encontró atrapado en un partido que se identificaba con el quinquenio de F. Hollande y a duras penas consiguió mantener sus propuestas innovadoras. Se encerró en un discurso más tradicional y que consideraba más mayoritario, pero que recordaba las promesas incumplidas del último Presidente. Al mismo tiempo estaba poco preparado para una campaña en la que se produjeron errores estratégicos importantes, intentando encarnar al candidato providencial de la izquierda, dedicando una buena parte de la campaña a buscar acuerdos con los verdes (que consiguió), y con la Francia Insumisa (que no obtendrá). Tras algunas semanas de campaña quedó por detrás de Jean-Luc Mélenchon, portavoz de la Francia Insumisa, a quien se le ofrecía la oportunidad de encarnar el espíritu de la izquierda. JL Mélenchon personaliza entonces una campaña bastante populista, retomando los temas de la extrema derecha para darles una respuesta ‘de izquierdas’, y apoyándose en un discurso mayormente antieuropeo. Benoit Hamon se mantuvo pero consiguió los peores resultados del partido socialista en la 5ª república, el 6%. Mélenchon no pasó la primera vuelta de las elecciones presidenciales y fue Emmanuel Macron quien se enfrentó a un Frente Nacional, que llegaba por segunda vez a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales (después del 2002). Macron hizo una campaña con un programa resueltamente liberal en las cuestiones económicas, centrada en superar el discurso de derecha e izquierda, y apoyada en la renovación del método de hacer política. La izquierda no salió indemne de esta experiencia. Cada uno fue por su lado. Hamon rompió definitivamente con el PS, y fundó su movimiento con la voluntad de conectar con la sociedad civil, pero en el fondo se basa en la reedición de la vocación militante. Mélenchon ha intentado ejercer una cierta oposición, pero no ha conseguido estructurar un proyecto político que dé respuesta a las aspiraciones sociales y se pierde en una búsqueda personal de poder. La izquierda ecologista, los comunistas, intentan sobrevivir apoyándose en su grupos parlamentarios.
La (auto)destrucción de los diferentes cuerpos intermedios que estructuran la sociedad
Desde la década de los ochenta, las asociaciones cuya misión era construir una red social en los territorios más aislados, ya fuera en el medio urbano o rural, se han visto muy afectadas. Estas fueron la clave de la victoria de Miterrand en las elecciones del 81, así como el origen del arraigo territorial de la izquierda, que, a pesar de las dificultades para llegar a la presidencia, siempre mostró una gran fortaleza en las elecciones locales. El sector asociativo, cuyo modelo en parte se basa en la subvención pública, en la década 70/80 estructuró los barrios populares alrededor de los centros sociales, de las casas de la cultura, etc. Las diferentes asociaciones fueron de este modo un vector de la emancipación, de vínculo colectivo, pero también de estructuración de fondo, promoviendo el compromiso con el progreso, frente al repliegue individualista. Indispensables para el pensamiento de transformación social, sufrieron, en veinte años, numerosos varapalos desde la derecha, pero también desde la izquierda, principalmente por su modelo financiero. Esto se tradujo principalmente en el paso de las subvenciones de funcionamiento a subvenciones por proyecto a través de la concurrencia competitiva entre asociaciones, y una disminución del perímetro de sus acciones, que ahora debían tener objetivos precisos, definidos y ‘financiados’. El empleo asociativo no hizo sino bajar a lo largo de diez años (con algunas inflexiones gracias a empleos subvencionados, que hoy se han abandonado definitivamente). Sin estos actores, la izquierda perdió su instrumento de reclutamiento y también elentramado activista para sus consignas en los barrios populares.
La culpa es también de la izquierda, que no hace sino ignorar a los sindicatos y permanece sorda a sus reivindicaciones, privilegiando las relaciones directas con el ‘pueblo’, hasta caer en un populismo peligroso y absolutamente insostenible
El debilitamiento de los cuerpos intermedios se caracteriza igualmente por el retroceso importante en el mundo sindical que ha tenido lugar en los últimos veinte años, retroceso tanto en el número de afiliados como en la capacidad de movilización por parte de las organizaciones. La ausencia de perspectivas políticas, los combates perdidos, el envejecimiento de los sindicatos y su falta de adaptación a la financiarización de las empresas, hicieron cada vez más difícil la credibilidad de un compromiso sindical como vector en la correlación de fuerzas y especialmente para las victorias sociales.
La culpa es de las propias organizaciones pero también de los poderes políticos, de la derecha, pero también de la izquierda, que no hace sino ignorar a los sindicatos y permanece sorda a sus reivindicaciones, privilegiando las relaciones directas con el ‘pueblo’, hasta caer en un populismo peligroso y absolutamente insostenible.
Hay que sumar a esto, una crisis profunda de la democracia representativa, que no ha hecho sino acelerarse en estos últimos años. Abstención en las elecciones republicanas (de todos los escrutinios, incluido el sufragio universal directo que había escapado a este fenómeno, Emmanuel Macron ha sido el candidato menos votado de la Quinta República), desinterés por los partidos políticos y desconfianza hacia las instituciones (que se traduce singularmente en violencia exacerbada en las manifestaciones sociales). La crisis de los chalecos amarillos ilustra de manera bastante llamativa esta situación. Las reivindicaciones de los chalecos amarillos tienen un claro carácter social, por el aumento del poder adquisitivo, lucha contra el paro, etc. Poco conectados con los sindicatos, los ciudadanos se organizan solos, siguiendo un principio de agregación de individuos hasta configurar la creación de un colectivo, poco estructurado, al que le cuesta plantear reivindicaciones claras y un marco de debate sereno con los poderes públicos. La izquierda no responde a su llamada. Es incapaz de estructurar su dinámica para construir una verdadera fuerza social de contrapoder a la política actual, y cede el espacio al presidente de la república para dar una respuesta ‘bonapartista’, eso es, de poner fin a la representación colectiva para organizar un diálogo directo con la ciudadanía, apelando a su individualidad y rompiendo al mismo tiempo la fuerza del colectivo. Con el gran debate, en su carta a los franceses va incluso más lejos, reduciendo la palabra ciudadana a la respuesta a un cuestionario prefijado, o a la participación en una reunión. La historia social de nuestro país no se basa en ningún caso en la agregación de la individualidad de los ciudadanos, sino en su capacidad de organizarse y de construir trayectorias colectivas. Sería sin embargo erróneo responsabilizar al presidente del fracaso de los cuerpos intermedios, cuando de ellos depende el encontrar soluciones y prepararse para la lucha. Pero desafortunadamente eso nos queda bastante lejos.
¿Una esperanza para las elecciones europeas?
La preparación de las elecciones europeas hace visible hoy la creciente crispación entre los diferentes partidos de izquierda, lo que vaticina un aumento (más aún) de la extrema derecha como fuerza de oposición al gobierno Macron, y la recuperación de la protesta social en su nombre. Una izquierda dividida entre diferentes partidos y movimientos. Los nombres cambian para mantener finalmente siempre los mismos sistemas: Generacion.s, plaza pública, los verdes, EELV, la Francia Insumisa, el PCF presentarán cada uno su lista. Más allá de la división, con el escrutinio proporcional que favorece las listas pequeñas (lo que les permite sobrevivir), está la cuestión de los grupos en el Parlamento Europeo, que es una cuestión estratégica central para la recomposición de la izquierda a nivel europeo, y por tanto de la capacidad de constituir un contrapoder real. Para eso las alianzas han de trascender las divisiones nacionales y ha de ser posible encontrar un consenso y espacios comunes en Europa. ¿El llamamiento de Benoit Hamonpara apoyar la candidatura de Varoufakis a la presidencia de la Comisión Europea podría suponer una oportunidad para unir la izquierda a nivel europeo?
Es seguro que nuestra generación estáahora más que nunca “huérfana de una gran idea”, huérfana de una izquierda poderosa y capaz de presentar batalla en la sociedad. Si nuestros padres tienen aún una idea de su significado, construir la izquierda pasa por encarnar las aspiraciones de su electorado y de volver a conectar con las necesidades de las clases populares. Es verdad que es más fácil de decir que de hacer… continuará.
[Traducción de Ricard Bellera]
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Marthe Corpet. Tiene 27 años. Ha sido dirigente del sindicato de estudiantes UNEF y consejera política de la CGT. Hoy es responsable de promoción en una organización de la economía social y solidaria.