Por PERE JÓDAR
Branko Milanovic. Capitalismo, nada más: El futuro del sistema que domina el mundo. Taurus, 2020. 368 páginas
En plena crisis del coronavirus Slavoj Zizek1 planteaba la disyuntiva entre la barbarie del capitalismo salvaje y alguna clase de comunismo reinventado. Un poco antes, en 2019 el especialista en desigualdad Branko Milanovic publicaba su Capitalism Alone2, recientemente traducido al español. El título ya lo expresa con claridad, o capitalismo meritocrático liberal (occidental) o capitalismo político (oriental). El texto no es sólo un ejercicio comparativo, empírico, sino también una reflexión profunda a la que nos invita desde las dos citas iniciales. Una de Marx y Engels sobre el triunfo del capitalismo y, otra de Adam Smith sobre los beneficios del comercio en la reducción de la desigualdad.
El texto es provocador y hasta cierto punto contradictorio, pero, sin duda, parte de una sinceridad más propia de Maquiavelo, que del cinismo de un Mandeville o un Milton Friedman; quizás influye en ello haber conocido el comunismo yugoslavo, país en el que se doctoró en economía y del que salió para trabajar como investigador en el Banco Mundial como experto en desigualdad. Ha conocido, y en profundidad, ambos mundos. Conviene advertir también, que el autor esgrime a John Rawls (un liberal interesante) y sus teorías de la justicia como un referente.
El autor plantea dos tesis fuertes que acompañan una frase lapidaria “el capitalismo no solo como sistema socioeconómico dominante, sino como único sistema del mundo”. Primera tesis: el comunismo ha sido sólo un camino hacia el capitalismo y hoy es pasado; segunda, el comunismo no hubiera hecho posible la globalización. Y un telón de fondo, el de la desigualdad, que le sirve de marco comparativo entre uno y otro capitalismo: “Por primera vez desde la Revolución industrial, las rentas de los habitantes de estos tres continentes [Europa, Norteamérica y Asia] son cada vez más similares entre ellas” (siguiendo la estela de globalización y TIC), aunque a costa de aumentarla en el interior de los países.
Branko Milanovic plantea dos tesis fuertes. Primera tesis: el comunismo ha sido sólo un camino hacia el capitalismo y hoy es pasado; segunda, el comunismo no hubiera hecho posible la globalización
¿Qué caracteriza al capitalismo? En términos materiales, su capacidad de expansión al son del movimiento de las mercancías; en términos ideológicos, la asimilación de que “el lucro no solo es respetable, sino que es el objetivo más importante de la vida del individuo”. Como expresa Milanovic es ésta, en términos marxistas, una alineación impecable de infraestructura y superestructura. No obstante, remarca la existencia de dos formas de pensar la economía y la forma de articular la política en el capitalismo: la meritocrática liberal y la política. Ciertamente, el vínculo entre mercado y democracia nunca ha sido muy estrecho, sin embargo, el éxito de China y otros países asiáticos, pone sobre el tapete que no necesitan democracia para avanzar; lo que coincide, tristemente, con el despliegue de plutocracia y populismos ultras en Occidente.
Los beneficiados por la externalización de la industria hacia otros países forman parte de la plutocracia. Aquella que decide la desindustrialización, la financiarización (gobernar por la deuda) y la precarización de la clase trabajadora y la clase media de Europa y Norteamérica; aunque Milanovic no enfatiza estos factores. En Occidente la desigualdad creciente y la llegada de inmigrantes han generado una inestabilidad que hace aún más atractiva, a esas clases dominantes, la autonomía de la que gozan las élites asiáticas. De ahí el incremento de voces autoritarias o des-democratizadoras.
Al autor le preocupa el objetivo último del capitalismo meritocrático liberal: la acumulación de poder. A su parecer la desigualdad en el capitalismo occidental sólo disminuyó o se contuvo en la etapa socialdemócrata, mientras las élites actuales aún son más poderosas y tienden a perpetuarse [Marx llamó la atención sobre ello], “son ricas por su capital y por su trabajo”; además, como en el siglo XIX la élite se casa con la élite y, sus hijos recibirán herencia, capital social y educación en escuelas y universidades selectas. Por último, como la oligarquía descrita por Aristóteles, la riqueza comporta poder político; financian campañas y, luego, piden resultados.
La riqueza de unos es la pobreza de otros. La sociedad liberal occidental se ha polarizado por el ataque a los sindicatos y la disminución de la capacidad negociadora de los trabajadores. A ello también ha contribuido la globalización, la tecnología, la terciarización, empleadas como arietes por una clase dominante que, según el autor, se aleja de la justicia liberal de Rawls y mantiene una actitud amoral que le permite interpretar las normas de forma flexible. Riqueza, poder político, amoralidad, todo ello próximo a la corrupción.
Según Milanovic “es imposible afirmar que un sistema capaz de acabar con regularidad en guerras mundiales represente la culminación de la existencia humana, definida como la búsqueda de prosperidad y libertad”
Por su lado, China, Vietnam y otros capitalismos políticos, como los denomina Milanovic, son la piedra en el zapato de determinados intelectuales liberales. Como expresa el autor, frente al optimismo de algunas interpretaciones sobre el triunfo definitivo del capitalismo: “es imposible afirmar que un sistema capaz de acabar con regularidad en guerras mundiales represente la culminación de la existencia humana, definida como la búsqueda de prosperidad y libertad”. Frente a las tesis de Acemoglu y Robinson (Por qué fracasan los países), en China la concentración de poder político no le impide triunfar económicamente. Sin embargo, Milanovic no considera, con Alec Nove y otros (La economía del socialismo factible), la posibilidad de que Rusia hubiera podido desarrollar otra economía. China, a su parecer, es un país capitalista: tiene producción privada, trabajadores asalariados y autónomos, decide mediante mecanismos de mercado y existe una clase capitalista.
¿Qué características tiene el capitalismo político? 1) una burocracia eficiente y experta, reclutada por méritos, cuyo objetivo es el crecimiento económico; 2) la ausencia de una ley que dé cohesión al sistema; y, en términos prácticos, 3) una combinación entre el dinamismo del sector privado y la eficacia decisora de la burocracia y el partido único. Ahora bien, el sistema no está exento de contradicciones. Funciona en equilibrio precario entre una burocracia eficiente y una corrupción fuera de la ley, por ello los dirigentes periódicamente frenan (persiguen la corrupción), o aceleran (al margen de la ley) según el momento; pero mantienen el control (autonomía del Estado).
En todo caso su éxito es indiscutible. Pero ¿es un modelo exportable? Posiblemente los poderes occidentales envidian la discrecionalidad de acción de sus homólogos orientales; pero éstos últimos ofrecen a sus poblaciones un aumento del nivel de vida, salir de la pobreza, mientras que, en occidente, se experimenta justo el fenómeno contrario. Como dice Losurdo (La izquierda ausente), la Carta de Derechos Humanos, señala “la libertad de vivir sin penurias” y, posiblemente mientras se mantenga, el pueblo chino otorgará legitimidad a sus gobernantes. También destaca Milanovic la diferencia en la acción internacional entre Estados Unidos y China; uno impone agresivamente su ‘democracia’ y el otro avanza con “ruta de seda”. Aunque con los imperios nunca se sabe, en todo caso para él no es un modelo exportable, mientras que tras el Covid-19 otros (Zizeck, Byung-Chul Han, Klein) no lo ven tan lejano.
¿Cómo será la globalización del trabajo? (…) “Si las tareas que actualmente requieren la presencia física de un trabajador pueden realizarse a distancia por una persona en cualquier punto del globo, entonces la migración de los trabajadores tendrá una importancia mucho menor” y, en ese momento, se abrirá paso un mercado laboral global
Interesante su interpretación de la globalización. Así, el ‘nacionalismo metodológico’ nos impide ver la importancia de la contradicción entre el libre movimiento de capitales y mercancías y las restricciones al movimiento de los trabajadores. Y, aquí, se pregunta el autor: ¿cómo será la globalización del trabajo? [atención al teletrabajo que se va extendiendo]: “si las tareas que actualmente requieren la presencia física de un trabajador pueden realizarse a distancia por una persona en cualquier punto del globo, entonces la migración de los trabajadores tendrá una importancia mucho menor” y, en ese momento, se abrirá paso un mercado laboral global.
Otro efecto de la globalización es la extensión de la corrupción, y esgrime tres razones: 1) sólo importa el éxito económico; 2) es fácil blanquear dinero y evadir impuestos; 3) el efecto demostración, propio de las élites de los países de renta media o pobre que desean el mismo tren de vida que los ricos de los países ricos. Con ello, se difunde una ética amoral, en la que sólo importa ser rico y no cómo se llega; se acepta la ilegalidad o la corrupción ‘inteligente’. En los antiguos países comunistas, la corrupción tenía un límite; ahora no hay límites. Se deposita el dinero en paraísos fiscales y se blanquea fácilmente. Una buena parte de las grandes fortunas del mundo blanquean su dinero donándolo a las campañas electorales, laboratorios de ideas, etc., de los Estados Unidos, o a museos, escuelas, galerías de arte, en Europa.
¿Qué futuro aguarda al capitalismo global? Es este un capítulo más reflexivo, con menos datos. Recuerda al Hirschman de Las pasiones y los intereses. De entrada, apunta el lado luminoso del capitalismo anunciado por Montesquieu (doux commerce) y, prolongado por Smith, Schumpeter, Hayek. Si el lucro depende del comercio, todos somos interdependientes y la satisfacción de los intereses de unos, depende de la satisfacción de los intereses de otros. La riqueza y la jerarquía consiguiente dependen, en esa versión, de las capacidades y el trabajo de cada cuál. Además, felicidad y riqueza se equiparán.
El lado tenebroso, lo puso Mandeville, los vicios privados convertidos en beneficios públicos. El éxito depende de individuos perversos que ocultan su comportamiento egoísta y codicioso; lo que añade falsedad e hipocresía a la esencia del triunfador. Adam Smith reconoce que la codicia podía fomentar cierto comportamiento inmoral; pero la autonomía del estado (Oriente) equilibra esas pasiones. En cambio, Marx coincide con Mandeville en que la codicia es insaciable, mientras sustenta que el estado es el consejo de administración del capital (Occidente).
Weber, proporciona una versión edulcorada de esta contraposición entre vicios y virtudes. La ideología que alentó el capitalismo no fue la del avaricioso ávido de lujos, sino la del austero protestante; hormiga laboriosa dedicada en cuerpo y alma al trabajo, mientras Dios le bendice con riquezas terrenales, a las que no hace aprecio; prefiere invertir lo que gana al gasto suntuario. La famosa economía del goteo neoliberal, nunca realizada.
¿Y qué sucede en la actualidad? Según Milanovic, no sólo la élite ensalza el éxito y la ganancia basada en enriquecerse; políticos de primera fila también loan la codicia como si de virtud se tratara. “La moralidad, tras haber sido soportada interiormente, ahora se ha externalizado por completo; de ser nuestra, ha pasado a ser de toda la sociedad”. El dinero soborna fácilmente.
¿Hay alternativa al capitalismo hipercomercializado? Aquí encontramos al Milanovic más pesimista. Trabajar menos, las 15 horas pronosticadas por Keynes, es imposible por la globalización. Además, la sociedad está atomizada, la familia no garantiza la subsistencia, ni los cuidados; se ha mercantilizado. De hecho, todo es mercantilizable hoy día: tiempo, saberes, habilidades, responsabilidades. “Estamos cada vez más cerca del mundo de los sueños de la economía neoclásica, en el que los individuos, con sus características singulares, ya no existen: han sido sustituidos por agentes; avatares intercambiables que, a lo sumo, acaso se diferencien por alguna característica general como su nivel de formación, su edad o su sexo”.
A juicio de Branko Milanovic “estamos cada vez más cerca del mundo de los sueños de la economía neoclásica, en el que los individuos, con sus características singulares, ya no existen: han sido sustituidos por agentes; avatares intercambiables»
Todo ello se acompaña de unos mercados de trabajo flexibilizados (con mayores o menores dosis de desempleo, precariedad, pobreza o informalidad) en los que las relaciones humanas pierden importancia. Un mundo anónimo y hostil, “cada individuo se ha convertido en una calculadora excelente de dolor y de placer, de beneficios y de pérdidas”. El objetivo es ‘hágase empresario de sí mismo’. Aún en nuestra pobreza somos capitalistas voluntarios que asignamos “precios a nuestro tiempo, a nuestras emociones, a nuestras relaciones familiares”. También rechaza la afirmación de Nancy Fraser, “la mercantilización actual de la esfera personal es un desarrollo antinatural que presagia la crisis del capitalismo”3. Al parecer de Milanovic se ha asimilado de tal modo la idea de dinero y riqueza que es una muestra del triunfo del capitalismo; no lo dice el autor con satisfacción, sino con certeza pesimista. Vivimos “una utopía de riqueza y una distopía de las relaciones personales”; no necesitamos el capitalismo sí nosotros mismos nos hemos convertido en capitalistas.
A partir de aquí alguna matización importante. No hay determinismo tecnológico. Hasta el momento cualquier nueva tecnología sólo supone un cambio; se pierden unas cualificaciones, ocupaciones, actividades y se generan otras nuevas. Es difícil imaginar en plena época de transformación cuáles serán los nuevos empleos, pero hasta el momento todos los vaticinios sobre el fin el trabajo, tras cada nueva revolución tecnológica, no se han cumplido. Resulta más discutible, su despreocupación por la cuestión ecológica y la escasez de materiales que aseguren la energía y la producción. Aquí se muestra bastante, excesivamente, optimista, dados los sucesivos desastres ecológicos y sanitarios. También hace un repaso crítico de la RBU porque compite con la Seguridad Social. El pesimismo prosigue hasta argumentar sobre la posibilidad de guerra nuclear.
¿Qué sistema social sería preferible? El autor, no es el Olin Wright de Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI, y apuesta por un capitalismo igualitario, aunque llegar ahí, requiere controlar la concentración de riqueza y renta del capital, también ampliar la movilidad intergeneracional, para disminuir la desigualdad. Junto a ello: 1) Ventajas fiscales a la clase media para acceder al patrimonio financiero e inmobiliario y mayor presión fiscal sobre los ricos (impuesto de sucesiones). 2) Aumento de la financiación y mejora de las escuelas públicas, accesibles a las clases trabajadora y media. 3) No distinguir entre ciudadanos y no ciudadanos; la ciudadanía genera desigualdad. 4) Financiación limitada y solo pública a las campañas políticas. Propuestas que, sin duda, han de suscitar el interés de la izquierda.
Claro que, fiel a su perspectiva pesimista, Milanovic afirma que también se puede avanzar en un capitalismo plutocrático que unifique a nivel mundial las élites y les permita perpetuarse.
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Pere Jódar. Profesor Sociología UPF, una versión reducida de este trabajo se presentó en el CTESC el 12 de junio de 2019, en el Àgora del Dret del Treball.
NOTAS
1.- https://ctxt.es/es/20200302/Firmas/31388/Slavoj-Zizek-coronavirus-comunismo-capitalismo-globalizacion-economia.htm. [^]
2.- Algunos artículos del autor publicados en torno del Covid-19, no ahondan en las tesis de este libro. [^]
3.- Nancy Fraser. Can society be commodities all the way down? Polanyian reflections on capitalist crisis. 2012. halshs-00725060. https://halshs.archives-ouvertes.fr/halshs-00725060. [^]