Por GOFFREDO ADINOLFI
Con la aprobación, el pasado noviembre, del cuarto y último Orçamento (Presupuesto), la legislatura iniciada en 2015 llega ahora a su término, y se abre una larga fase electoral. La revolucionaria alianza entre los partidos de izquierda Partido Socialista (PS), Bloco de Esquerda (BS) y Partido Comunista Português (PCP), ha llegado, por lo que parece y salvo eventuales dificultades de última hora, a puerto sin incidentes destacables.
Pocos apostaban por algo así; muchos, por el contrario, consideraban contra natura dicha alianza. Era la primera vez que se intentaba algo parecido desde 1976, es decir desde el momento en que el país, apenas salido de la larga dictadura salazarista, consolidaba su democracia. En cambio se ha llegado hasta el final de un trayecto que, es de esperar, va a poder continuar incluso después de 2019. No es que en estos años no haya habido puntos de fricción, incluso muy duros. Y además las posiciones de los tres partidos se han mantenido invariables en estos años en cuestiones no secundarias, como el euro, la redistribución de la renta o el capitalismo. El punto importante es que para todos siempre ha estado muy clara la diferencia entre “nosotros” y “ellos” y, en consecuencia, cuáles podían ser los temas de acuerdo posibles. Sobre el trasfondo de una derecha que, durante el gobierno del conservador Passos-Coelho (2011-2015), había desmantelado el estado social y reducido de forma drástica los derechos sociales. Una actitud, la de los conservadores lusitanos, que había desplegado un encarnizamiento todavía más feroz que el FMI y el BCE, y que prometía, para el cuatrienio siguiente, llevar las cosas aún más lejos.
Para entender la situación y orientarse en ella es preciso razonar por medio de paradojas, o bien, mucho más sencillamente, aceptar las contradicciones debidas a unas mediaciones difíciles. Por lo demás los mercados internacionales no están castigando a nadie, al contrario: las agencias de rating han premiado en estos años los bonds lisboetas. La última, aunque no en orden de importancia, ha sido Moody’s, que ha garantizado con su voto la buena salud de las cuentas públicas.
Volviendo al Orçamento 2019 (OE2019), el primer dato, el indicador respecto del cual todos los demás deben someterse, el déficit, está estimado para 2019 en un 0,2% (en 2018 fue del 0,7%). Segundo, el crecimiento se situará en torno al 2,5%; y finalmente, la deuda pública ha descendido al 120% del PIB.
Para entender la situación portuguesa y orientarse en ella es preciso razonar por medio de paradojas, o bien, mucho más sencillamente, aceptar las contradicciones debidas a unas mediaciones difíciles
De esta manera, en el interior de un cuadro marcado por el fetiche del déficit, el primer ministro socialista António Costa ha podido permitirse aumentar el gasto público, invirtiendo en el Serviço Nacional de Saúde (SNS) un 5% más (500 millones de euros) y otro 5% para la previsión social. También ha habido un desbloqueo de las remuneraciones de los funcionarios públicos, una medida que por sí sola supone 50 millones de euros, y un aumento de las pensiones mínimas en 10 euros. Otra medida dirigida a aumentar el poder adquisitivo es el descenso, con el consiguiente incremento relativo de la renta, en la tributación de las horas extraordinarias, que serán tasadas en el IRS (el impuesto sobre las personas físicas) con un tipo fijo inferior.
En resumen, en línea con los años anteriores aumenta el gasto para el estado social y se da un respiro al poder adquisitivo de los trabajadores dependientes. Se sigue así una línea clara adoptada por el gobierno ya desde el primer Orçamento y los que vinieron detrás: eliminación del impuesto extraordinario sobre los salarios públicos, recorte de la sobretasa en el IRS respecto de la de los trabajadores del sector privado, subida del salario mínimo y aumento de numerosas partidas de gasto relacionadas con la protección social (como por ejemplo subsidios familiares y vales sanitarios). Un gasto que ha sido posible gracias a un crecimiento económico consistente, pero también a retoques en el sistema impositivo: aumento de la carga fiscal sobre productos derivados del petróleo, tabaco, crédito al consumo, transacciones financieras y bancos.
Se habría podido hacer más, es un hecho innegable. Se habría podido por ejemplo aumentar el salario mínimo a 650 euros, un proyecto apoyado por el PCP y derrotado en el parlamento. Habría hecho falta más valor en el capítulo de las políticas de vivienda; la propuesta del Bloco de Esquerda de abolir las exenciones fiscales para quienes cambian de residencia en el interior de Portugal no fue aprobada, y otras reformas, como por ejemplo alargar los plazos mínimos para los contratos de alquiler, siguen aún pendientes.
Sin embargo, conviene no olvidar que de momento los márgenes de maniobra son muy restringidos, y que todo lo que se ha hecho ha sido calificado por muchos medios de comunicación, y por el centro-derecha en bloque, como una actitud “electoralista” que no tiene en cuenta el futuro del país.
En consecuencia, y dadas las constricciones del contexto actual, el juicio global sobre el OE2019 y, más en general, sobre el conjunto de la legislatura, no puede sino ser positivo. Como ha subrayado el primer ministro Costa: “Ha sido posible mejorar la vida de los portugueses, respetando al mismo tiempo las reglas y participando activamente en la zona Euro; y si esto ha sido posible para Portugal, con las salvedades obligadas también será posible hacerlo en otros países.” ¿Una alusión a España e Italia? Es probable, aunque a preguntas directas el jefe de gobierno socialista ha respondido sibilinamente con el deseo de que simplemente “todos los países se comporten de una manera responsable”.
Hablábamos de una larga fase electoral: parlamento europeo, comicios regionales en las islas de Madeira y renovación de la Assembleia da Republica.
¿Qué se puede esperar? Hay que decir de entrada que, contrariamente a lo que sucede en buena parte de Europa, Portugal es hasta el momento uno de los pocos países donde no existen movimientos y partidos de extrema derecha con una fuerza significativa. Los sondeos se muestran ampliamente favorables al partido socialista, y en menor grado al BE y al PCP. Así pues, si se votara en las próximas semanas, para Costa la única duda sería si las urnas le otorgan o no la mayoría absoluta (es poco probable, pero no excluible en principio).
¿Qué se puede esperar? Hay que decir de entrada que, contrariamente a lo que sucede en buena parte de Europa, Portugal es hasta el momento uno de los pocos países donde no existen movimientos y partidos de extrema derecha con una fuerza significativa
El plano europeo y el nacional presentan perspectivas diferenciadas. Respecto de la Unión Europea los tres partidos de la izquierda mantienen posiciones muy encontradas, que van desde un antieuropeísmo rígido, el de los comunistas, a posiciones decididamente mucho más ortodoxas, como las de los socialistas. Entre ambos, el Bloco busca construir alianzas continentales capaces de superar las mil y una fracturas actuales, y tejer una malla en la que, hasta ahora, pocos parecen estar dispuestos a colaborar. En suma, de momento lo que parece distinguir a las izquierdas portuguesas de las de otros países, es la conciencia de estar viviendo un periodo extremadamente complejo, en el cual resulta fundamental buscar un mínimo denominador común, dejando a un lado todo lo que les divide.
El problema, sin embargo, es que no se vota todavía y el recorrido va a ser largo, complejo y plagado de obstáculos. Será fundamental detectar si en el horizonte no se está moviendo alguna fuerza susceptible de desafiar desde el exterior el sistema de partidos; o si este, nacido al día siguiente de la revolución de los claveles en la primavera de 1974, se verá confirmado, aun con equilibrios diferentes.
Podría parecer superfluo hablar de extrema derecha cuando esta, en teoría, en el momento actual ni siquiera existe. Sin embargo, sobre todo después de la repentina consolidación de Vox en Andalucía, hay miedo a que la onda larga del populismo pueda llegar hasta tierras lusitanas.
El hecho de que en Portugal no existan partidos populistas, ni de extrema derecha ni de extrema izquierda, es fruto de una paradoja que aún no ha encontrado una explicación convincente. Porque la opinión pública da muestras de compartir ideas que están en la base de partidos como el Movimento 5 Stelle, o de figuras como Jair Bolsonaro. Hay desconfianza hacia los partidos, se querría una democracia con menos intermediarios, menos liberal, en la cual los diputados vinieran a ser una especie de procuradores y no representantes. La opinión no es, de otra parte, del todo refractaria a la idea de un líder fuerte capaz de gobernar prescindiendo de la influencia del parlamento. En suma, existe un país profundo pero silencioso en el cual la antipolítica de derecha, de rasgos autoritarios, tiene cierto predicamento. Sin embargo este sentimiento sigue hasta el momento inexpresado, y va a engrosar el océano muy extenso de la abstención (cerca del 45%). Así, el único partido de extrema derecha, el Partido Nacional Renovador, tiene una audiencia prácticamente nula, poco menos de 30 mil votos, el 0,5%.
En consecuencia, la pregunta es: ¿existe un aprendiz de brujo capaz de despertar de su sopor a esta franja de población? La respuesta es difícil, en parte porque, con el nacimiento del movimiento de los Gilets jaunes (chalecos amarillos) en Francia, en las redes sociales portuguesas ha empezado a abrirse paso, con escasísimos resultados a decir verdad, un proyecto de revuelta contra el gobierno y, en consecuencia, contra las izquierdas. Aunque con tácticas de lucha parecidas a las de Francia, el movimiento de los Coletes amarelos es en realidad muy diferente, ya que hunde sus raíces en los cenáculos de la extrema derecha.
Existe un país profundo pero silencioso en el cual la antipolítica de derecha, de rasgos autoritarios, tiene cierto predicamento
Un rasgo común entre quienes han animado y participado en el Bloqueio, es decir el intento de ocupar algunos puntos clave para paralizar parte del país, parece ser la pertenencia al sector privado (tanto pequeños empresarios y medios de comunicación, como trabajadores parasubordinados). Es un hecho que entre lo público y lo privado se da una disparidad profunda: en términos de precariedad, de asistencia sanitaria, de salarios y de horarios de trabajo. Una cuestión nunca resuelta, de la que no es de extrañar que nazcan y se reproduzcan cíclicamente rencores muy enconados. Cuando hablamos de Coletes amarelos, nos estamos refiriendo a un sector de la sociedad –que no se debe confundir con la mayoría silenciosa– ciertamente no acomodado, de hecho a menudo muy pobre, disperso y, en sustancia, abandonado a sí mismo.
En el trasfondo están los medios de comunicación que determinan, a su criterio y por lo general en función anti-Costa, cuándo es necesario apretar el acelerador y cuándo no. La derecha moderada portuguesa está en crisis, y en algunos sectores parece emerger la conciencia de que la única posible vía de salida del gobierno de las izquierdas es la de apostar por la extrema derecha, en línea con lo que está sucediendo en otros países. Así, por más que desde el principio estaba claro que los números de la protesta de los Coletes amarelos iban a ser insignificantes, la cobertura que han recibido de la prensa y los telediarios ha sido fuerte, desproporcionada. Algunos periodistas han llegado a equiparar a los Gilet Jaune lusitanos con el movimiento Que se lixe a Troika, los indignados portugueses que, alineados en la izquierda, entre 2011 y 2013 recorrieron durante meses todo el país, sacando a la calle a millones de personas. Sospechosa insistencia, la de los medios.
Reciente aún está la aparición en uno de los mayores canales generalistas privados, la TVI, de Mario Machado, una de las figuras más polémicas en el planeta de la extrema derecha. Antigua figura destacada del movimiento Hammerskin y actual líder de Nova Ordem Social (NOS), ha sido condenado en varias ocasiones por actos violentos; entre ellas, una condena de cinco años en un proceso relacionado con el homicidio de Alcino Monteiro, un portugués de origen caboverdiano. Durante su aparición televisiva, sin embargo, no hubo ninguna alusión a estos aspectos; fue una entrevista edulcorada y descontextualizada, en la que uno de los temas planteados, ya de por sí preocupante, fue: ¿sería o no necesario un nuevo Salazar?
Es una manera de dirigirse a aquel país profundo antes mencionado, que en algunos rasgos parece sentir nostalgia del Estado Novo; el de un sector que no va a votar a las elecciones pero sí vota en las tertulias televisadas, permitiendo que el ex dictador se afirme como el personaje más influyente del siglo xx.
La derecha moderada portuguesa está en crisis, y en algunos sectores parece emerger la conciencia de que la única posible vía de salida del gobierno de las izquierdas es la de apostar por la extrema derecha
Finalmente se da un último elemento, el más inquietante: la idea de que “antes o después sucederá”, dado que, si ha ocurrido en la vecina España, que se creía inmune, ¿por qué no puede suceder también en el otro lado de la península ibérica? Lo que sabemos al respecto es que el contagio de la extrema derecha se mueve con rapidez y de modo inesperado. Podríamos preguntarnos, de hecho, si no hay una estrategia transnacional detrás de la rápida afirmación de fenómenos como Trump, Bolsonaro o Salvini. De momento es pronto aún para dar una respuesta fundamentada, pero los indicios que apuntan en esa dirección son numerosísimos, y la presencia de Steve Bannon parece confirmar la existencia de un grupo de think tankers, si no único, por lo menos cohesionado y repartido entre distintos países europeos.
En conclusión, la valoración que la opinión pública haga del OE2019 no va a ser el único elemento a tener en cuenta para determinar cuáles pueden ser las eventuales mayorías políticas que gobernarán el país lusitano en el cuatrienio 2019/23. El cuadro es aún muy fluido, cierto, y no existe un problema de inmigración con el que poder contar, pero no es de descartar que la extrema derecha pueda abrir una brecha a través de un escándalo ligado a la corrupción, como ha sucedido en Brasil.
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Goffredo Adinolfi. Investigador de Historia Contemporánea en el Instituto Universitario de Lisboa.