Por CONRAD LLUIS MARTELL
¡Unidad, Unidad, Unidad! –desde el primer minuto del segundo congreso de Podemos, Vistalegre II, el mensaje de las bases resonó inequívoco. Después de meses de luchas internas, la militancia deseaba la pacificación interna. No le faltaba razón: todo ese poderío estratégico y movilizador que habían permitido a un partido nacido hace justo tres años, bajo el lema “Convertir la indignación en cambio político”, transformarse en una de las mayores fuerzas a la izquierda de la socialdemocracia en Europa, cosechar cinco millones de votos (21% del electorado) o conquistar los grandes municipios del país (entre ellos Madrid y Barcelona) parecían disiparse en la cruenta confrontación de dos corrientes alejadas entre sí.
En vísperas de Vistalegre II, Podemos estaba fracturado entre pablistas y errejonistas. Dos bandos con visiones sensiblemente diferentes sobre el Podemos del futuro. Pablo Iglesias y los suyos deseaban un Podemos focalizado en la movilización social, en una línea política claramente de izquierdas, dura con las demás fuerzas parlamentarias y que interpelase directamente a las clases populares, es decir: al tercio más empobrecido de la sociedad española, mediante la lucha social y una retórica directa, en ocasiones hasta grosera1. En cambio, los partidarios de Íñigo Errejón -el ‘estratega’ del partido- apostaban por continuar la línea del primer Podemos (2014-2015), aquella formación que rehuía la etiqueta de “izquierda radical” y apostaba por un populismo transversal, centrado en la dicotomía de las élites contra el pueblo, con Podemos como portavoz de este último. De esta forma, se apostaba por seguir navegando sobre el nuevo sentido común que instaló el ciclo de protesta del 15-M (2011-2013): se trataba de rearticular las demandas indignadas, tales como la crítica a la corrupción, la apuesta por la regeneración democrática, la defensa del estado de bienestar y el rechazo de la austeridad – y evitar temas más controvertidos (y minoritarios) como el debate sobre la forma de estado (monarquía o república), la memoria histórica o el anticapitalismo radical.
En conversación con el autor un día antes de Vistalegre II, Juan Carlos Monedero, una de las manos derechas de Pablo Iglesias, sintetizaba las diferencias entre Errejón y Iglesias: “El planteamiento de Errejón es: representemos el 15M. No digamos nada que pueda molestar a los indignados, hablemos solo de marcos ganadores. Y a través del discurso, seduzcamos a las mayorías para que nos voten. En cambio, nosotros planteamos que hay que reconducir el 15M. Es decir, inyectar en el cuerpo social herramientas para convertir la indignación en política. Para generar una empatía social que sea capaz de construir mayorías2.»
Pero lo que de hecho ocurrió en Podemos en los meses y semanas anteriores a Vistalegre II no fue tanto un debate estratégico, sino una turbia pugna por el poder digna de un buen culebrón. Día sí y día también, las dos corrientes enfrentadas se atacaban y descalificaban mutuamente, fuese en artículos o entrevistas, fuese en Tweets o comentarios de Facebook. La guinda final la puso el filósofo Luis Alegre, cofundador de Podemos en un artículo3 unos días antes de Vistalegre II en el que afirmaba que Pablo Iglesias estaba en manos de “un nuevo entorno” (identificado con Montero, Mayoral o del Olmo) que acabaría por destruir al secretario general y a Podemos en su conjunto. Monedero se pronunciaba de forma igualmente dura, pero contra Errejón: “¿Qué debe cambiar para que Podemos se convierta en alternativa de gobierno? En primer lugar, que el número dos deje de ser el ariete que utilizan los medios de comunicación para debilitar al número uno y destruir Podemos. Este juego electoral depredador de cualquier energía no puede continuar. Es inconcebible que en Bolivia el vicepresidente Álvaro García Linera le esté debilitando el puesto a Evo Morales. No ha ocurrido en ningún lugar del mundo, salvo aquí.”
Finalmente, el 11 de febrero comenzaba un congreso con más relevancia simbólica que real. La votación sobre los documentos estratégicos, organizativos y políticos, el consejo ciudadano y el secretario general, ya estaba en marcha desde hacía una semana mediante voto electrónico y se mantenía hasta el sábado 11 de febrero (después de la primera jornada congresual). De los 450.000 inscritos llamados a votar acabaron participando 155.000, más de la mitad del censo activo. Las bases tenían que decidir entre tres listas: además de las dos grandes corrientes de pablistas y errejonistas, concurría la corriente más minoritaria de los anticapitalistas, encabezada por la diputada andaluza Teresa Rodríguez y el europarlamentario Miguel Urbán. Las tres opciones abogaban por una reorientación estratégica, organizativa y discursiva del partido morado. A modo de ejemplo, según la lista pablista “Podemos entre todas” sólo el secretario general debía tener el derecho de convocar a los inscritos para referendos online. En cambio la lista errejonista “Recuperar la ilusión” defendía una representación más fuerte de los consejos regionales en la dirección del partido. Por su parte, los anticapitalistas demandaban un Podemos más anclado en los movimientos sociales y una amplia reducción del aparato burocrático. ¿Llegaron estas diferencias programáticas hasta la base? A ciencia cierta serían muy pocos los que se acabasen leyendo los cientos de páginas de toda la documentación o se informasen a fondo sobre todas las candidaturas al consejo ciudadano (62 miembros). La dirección de Podemos tampoco se esforzó especialmente en transmitir las diferencias entre los programas. Desde el principio, las figuras de Podemos ciñeron su campaña a unos pocos mensajes fuerza – además de enfrascarse de lleno en la pugna de los “machos alfa” del partido.
La decisión final de los inscritos se acabó dirimiendo mediante la afinidad ideológica hacia tal o cual corriente y por la simpatía personal hacia este o aquel líder. En los actos de Podemos la pregunta ¿Errejón o Iglesias? se volvió tan común como el ¿Beatles o Stones? de otros ámbitos. Ciertamente el enclave morado tuvo aires de concierto. Fue un evento de masas de alto voltaje emocional, de fervor colectivo y de mucha tensión ante el resultado de la votación, anunciado para domingo por la tarde. El estadio de Vistalegre se había vestido de lila, de toda España habían acudido unos 8.000 activistas. Algunos círculos agitaban orgullosamente sus banderas, conscientes de la importancia del momento. Pero también se alzaron voces críticas hacia un congreso sin apenas capacidad decisoria. Raúl, un veterano sindicalista, se mostraba escéptico ante el derecho a voto de todos los inscritos: “¿Por qué pueden votar todos los inscritos? ¿No sería mejor que lo hiciesen solo los activistas de verdad? ¿Cómo puede ser que alguien como yo, que apenas participa en Podemos y solo sigue al partido en los medios, tenga el mismo peso que un ‘militante real’, alguien que realmente tira adelante su círculo?”
Pero Vistalegre II no iba a ser un campo de combate, sino un bálsamo de unidad. Después de hostilidades tan crispadas, el conclave necesitaba recomponer las heridas. En los pasillos se escuchaba murmurar: “después de todos estos enfrentamientos en redes y medios, que nos veamos las caras, que nos toquemos, ayuda a rebajar la tensión.” Las breves intervenciones, muchas veces de apenas 10 minutos, no pusieron el acento en los ejes programáticos de los documentos y en los contrastes entre unas y otras listas. Más bien lanzaban mensajes de unidad y reconciliación: tanto entre las corrientes enfrentadas, como entre dirección y militancia. Como remedio sirvió recordar lo alcanzado: los cinco millones de votos, la ruptura del bipartidismo, los municipios del cambio. Para recomponer la anhelada unidad también sirvió la crítica hacia el enemigo exterior. Así lo hacía el supuestamente moderado Errejón: “Al PP le iría bien algo más de humildad, no sea que celebre su próximo congreso entre rejas” Más allá de las palabras, ayudaron los gestos: desde los saludos de la cofundadora Carolina Bescansa, pasando por la gesticulación de Monedero para enfervorizar al público, hasta el efusivo abrazo de Errejón e Iglesias después de hacerse públicos -antes de lo previsto- los resultados de la votación el domingo a media mañana.
Pablo Iglesias y su lista “Podemos para Todas” obtuvieron una victoria sin paliativos. Iglesias fue reelegido secretario general con mayoría abrumadora (89%), sus hojas de ruta se impusieron en todas las áreas (política, igualdad, estrategia, organización y ética) y los integrantes de su lista consiguieron una mayoría clara en el consejo ciudadano estatal (37 de 62 asientos). Las otras dos grandes listas, la errejonista “Recuperar la ilusión” y la anticapitalista “Podemos en movimiento”, apenas lograron un 33% y un 13% de representación. Frente a un Iglesias que se erigió como líder indiscutible del partido, Errejón y su corriente quedaron arrinconados. Así lo reflejaban los titulares de los medios, que apostaron por una narrativa belicista del líder triunfante frente al estratega derrotado: “Iglesias logra todo el control para imponer el Podemos más radical” (El País) o “Pablo Iglesias arrasa a Errejón e impone la línea dura en Podemos” (El Mundo). Ciertamente la estrategia de Errejón fracasó: reelegir a Pablo Iglesias como secretario general, pero comprometerlo con la línea errejonista. La pregunta que bullía en la cabeza de muchos se ha vuelto superflua después de Vistalegre II: ya no importa si Errejón realmente quería desbancar a Iglesias al frente del partido. Después de la indiscutible victoria de Iglesias, su corriente tomará el control orgánico, impondrá su discurso, su línea política y ocupará cargos, rebajando el peso de Errejón y los suyos en el seno de la dirección.
Es domingo, son las tres de la tarde. Después de conocerse los resultados, muchos asistentes ya han abandonado el congreso. Los periodistas marchan a escribir sus crónicas o desmontan sus equipos. Los dirigentes del partido también van desfilando. El palacio ha quedado medio vacío, en el auditorio solo quedamos unos pocos asistentes. Sandra es una de las que quedan. Me dice que está inscrita en Podemos, pero que participa poco. Está pensativa, la victoria de Iglesias la ha dejado con la ceja fruncida: “Es importante comenzar desde la realidad que tenemos, desde la realidad de los 45 millones de españoles que somos. Tenemos que empezar a trabajar desde ellos, no huir a visiones irreales. Creo que Pablo Iglesias propone una visión de conflicto con esta realidad existente que solo interpela a los activistas y no tiende puentes a todos aquellos que quizás dudan entre Podemos y los partidos tradicionales. Esos puentes hay que tenderlos, hay que ir más allá, porque si no nos quedaremos en cinco millones de votos.”
Sandra y yo somos los últimos resistentes de nuestra fila. Pero el congreso aún no ha terminado. En la tribuna los actos siguen después de conocerse el resultado de las votaciones. Ahora llega el turno de las iniciativas y movimientos sociales para que presenten sus reivindicaciones. Desde un colectivo de teleoperadores que pide apoyo para su lucha hasta los estibadores que despliegan sus demandas. Además se presentan las diversas iniciativas de Podemos para empoderar a la sociedad civil. Entre ellas, la iniciativa “¡Vamos!” que busca crear redes de fraternidad a través de acciones reivindicativas, sociales o culturales. Aquí está pues la sociedad civil combativa que tanto invocan Iglesias y los suyos -y que tan crucial debiera ser para la “segunda fase” de Podemos que ahora comienza. Pero las arengas de los activistas ante un auditorio medio vacío no parecen tanto un ejemplo de empoderamiento, sino más bien un oscuro presagio de lo que el futuro podría deparar. Aquellos que desean el protagonismo de “los de abajo” deberían ofrecerles oportunidades de expresión y brindarles atención. De otra forma el nuevo Podemos con “mil pies en la calle” será una entelequia antes incluso de nacer. Un aviso para navegantes tanto para una dirección a menudo ensimismada en sus propias discordias como para una militancia que tiende a cultivar en exceso el culto al liderazgo.
Pese a todas las entonaciones de unidad, un fantasma rondó por Vistalegre II: el fantasma de todos los que faltan. Todos aquellos millones de españoles que hasta ahora no han votado a Podemos, ni piensan hacerlo en un futuro. Y quizás también aquellos que en el pasado se decidieron por el partido morado (quizás hasta militaron en él), pero ahora se han vuelto a desencantar. Se acerca la hora de que Podemos supere su ensimismamiento interno y se ocupe de la gente y sus preocupaciones. Con humildad, vocación de aprendizaje y mente abierta. El diagnóstico de una panadera después del congreso podría servir como guía: “Podemos es diferente, pero tiene que madurar.”
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Conrad Lluis Martell. Grup de Treball per al Pensament Crític-UPF, Instituto de Sociología de la Universidad de Hamburgo y periodista independiente.
1.- Un ejemplo de esta nueva retórica serían los reproches de Iglesias hacia el presidente Rajoy en el debate sobre iniciativas parlamentarias para alterar los presupuestos del gobierno (22.3.2017). Iglesias vaticinaba las respuestas de Rajoy ante el informe de los letrados con expresiones como “me la trae floja, me la suda, me la pela, me la refanfinfla o me la bufa”. Iglesias continuaba: “A usted se la bufa el informe [de los letrados sobre la capacidad de veto del parlamento], lo importante ya lo tiene atado y son los presupuestos que tendrá con apoyo de Ciudadanos, el PNV, Coalición Canaria y un diputado socialista de Nueva Canarias. Se la bufa a usted el informe de los letrados”. [^]
2.- La conversación completa está disponible en alemán en el portal sociológico Soziopolis (www.soziopolis.de).[^]
3.- ¿Qué está pasando en Podemos?, publicado en el diario.es (7.2.2017).[^]