Por Achille Occhetto
El defecto original del PD1 es el de haber sido una mera superposición de las trayectorias ideales de las distintas izquierdas laicas y católicas que han atravesado el siglo XX y que, sin embargo, como he ido argumentado desde su origen, se tradujo en una fusión fría de aparatos orgánicos. Y esto ha distorsionado la presencia legítima de diferentes sensibilidades culturales en un choque anticipado de acordes de poder autoreferenciados. Las corrientes internas pierden su valor virtuoso si no se ponen de acuerdo sobre los «fundamentos», es decir, sobre la identidad común, la única que justifica la existencia misma de un partido.
El defecto original del PD1 es el de haber sido una mera superposición de las trayectorias ideales de las distintas izquierdas laicas y católicas que han atravesado el siglo XX.
En la búsqueda de la identidad deben tenerse presentes ambas necesidades, la de reactivarla en un mundo y una sociedad totalmente cambiados, y la de revertir, en lugar de perder, los valores originales de la historia de la izquierda italiana. Y es precisamente la referencia a los valores originales lo que, en mi opinión, debería empujar a la izquierda a considerar como requisito de su identidad el hecho de que, si en una democracia la libertad no coincide con la igualdad de todos los seres humanos, no basta con llamarse demócrata. Este presupuesto nos aconseja situar en el centro de la misión histórica de toda la izquierda la cuestión de la igualdad y, por tanto, de una justicia social que se mueva decididamente en la dirección de una redistribución estructural, y no meramente asistencial, de la riqueza, de la igualdad de oportunidades y de conocimientos.
Aquí están las raíces de la palabra socialismo. Todo el problema teórico radica en el significado que deben adquirir en las denominadas sociedades posmodernas y del «capitalismo de la vigilancia». Ello implica, entre otras cosas, la capacidad de ver que si la aspiración a una sociedad diferente, a finales del siglo XIX, se situaba exclusivamente en el centro del conflicto de clases, ahora se caracteriza también como la resolución de esa relación cada vez más problemática entre el hombre y la naturaleza que empuja a los más jóvenes, incluso antes que a los poderosos de la Tierra, hacia una mayor conciencia de las interdependencias globales. Hay que reconocerlo: la rareza del momento no es que la derecha haya decidido ser derecha, sino que no hay izquierda capaz de decidir hacer de izquierda. En lugar de entregarse a la extravagante aspiración de hacer de Giorgia Meloni una draghiana, sería más rentable, si queremos cambiar el equilibrio de poder en la sociedad y no sólo en el Palacio, contrarrestar lo que consideramos los disvalores de la derecha mediante una batalla cultural masiva sobre valores opuestos, destinada a iniciar una fase de los asuntos humanos capaz de cambiar significativamente la relación entre individualismo y solidaridad, entre individuo y comunidad, de manera que la competencia salvaje, el acoso social del éxito y la ideología rapaz de los winners den paso a una percepción más elevada, y al mismo tiempo más similar, del destino humano. Todo ello implica una batalla permanente, y no sólo poético-retórica, por el cambio del actual modelo de desarrollo y por la calidad del crecimiento dentro de un horizonte que no niegue la posibilidad de «otras sociedades», como quiera que las llamemos.
La izquierda tiene una tarea más difícil que la derecha a la hora de hablar con sencillez y claridad a la gente, porque no puede permitirse el lujo de saltarse la complejidad.
¡Y basta ya de la letanía facilona de que hay que volver a hablar con los últimos, que hay que volver a los territorios! Son condiciones necesarias, pero no suficientes. Hay que saber lo que se va a decir en los territorios sin querer imitar el populismo de las derechas. La izquierda tiene una tarea más difícil que la derecha a la hora de hablar con sencillez y claridad a la gente, porque no puede permitirse el lujo de saltarse la complejidad. Se trata de saber combinar la razón con los sentimientos. Y la única manera de hacerlo reside en la coherencia de los comportamientos, volviendo a calentar los corazones con la utopía de lo posible.
Es inherente al ser humano el deseo de un horizonte en el que situar los pequeños pasos del reformismo, la necesidad de una idea de futuro en la que mirar la dura realidad del presente. Si no fuera así, no se explicaría por qué miles de millones de seres humanos confían en las religiones. El mero pragmatismo es una lobotomía del alma, va contra natura. Por eso se sigue sintiendo la necesidad de una religio secular, en el sentido etimológico de la palabra. Hablo de una utopía de lo posible en un contexto en el que los contrastes sociales, hijos de una desigualdad cada vez más desoladora, no se desvanecen, sino que adquieren nuevas formas en el marco de contradicciones universales, hasta ahora desconocidas, que contribuyen a desvelar la incapacidad congénita del mercado para resolver por sí solo la complejidad del cortocircuito que causan la guerra, las migraciones bíblicas estructurales y la catástrofe medioambiental, al borde de un mismo abismo. Dentro de este arco de problemas se encuentran las facturas, el coste de la vida y la necesidad de poner fin a la guerra con un nuevo orden mundial basado en la seguridad compartida. Este es un tema que el llamado Occidente ha sido incapaz, o no ha querido, plantear desde la caída del Muro de Berlín.
Se trata de saber combinar la razón con los sentimientos. Y la única manera de hacerlo reside en la coherencia de los comportamientos, volviendo a calentar los corazones con la utopía de lo posible.
Entonces la izquierda, en lugar de limitarse a reaccionar a la agenda que nos impone la derecha, debería hacer el movimiento del caballo, cambiar el terreno de juego y empezar desde la cima de lo universal para «subir» a lo concreto. Lo que significa luchar contra el nacionalismo señalando el camino de un globalismo renovado, en el fuego de una acción permanente de reforma de una Unión Europea atacada por la peste de su propio nacionalismo interno; para reactivar la ONU, para abolir el derecho de veto, para devolver a las Naciones Unidas los poderes de intervención en las crisis ya previstos en la Carta fundacional y nunca aplicados, confiar a la propia ONU el «monopolio de la violencia» en lo que se refiere al respeto de la legalidad internacional, retirando esta función a las «alianzas militares», eliminando de raíz el chantaje atómico mediante la prohibición de todas las armas de destrucción masiva y avanzando hacia un desarme equilibrado. En esencia, es necesario que el planeta se convierta en un sistema mediante una gran sinergia de los inmensos recursos científicos y tecnológicos de que dispone, y que han sido arrojados culpablemente a la incineradora sangrienta de la guerra criminal de Putin. Y todo ello para concentrar fuerzas contra el principal enemigo de nuestra seguridad: la posible destrucción del Planeta. Resulta descorazonador comprobar cómo todo el debate actual se encierra unilateralmente en la asfixiante división entre quienes han redescubierto a los pobres de forma rapsódica y declamatoria y quienes se presentan como defensores de un desarrollo poco diferenciado. El destino mismo de los pobres está ligado a la visión global nacional e internacional de las sociedades. Vivimos en un mundo con dos caras: la del atraso deshumanizante con condiciones de vida bestiales, y la de las expresiones deslumbrantes de una modernidad que nos proyecta hacia lo desconocido de un futuro cuyos contornos aún desconocemos. La principal debilidad del reformismo actual reside precisamente en su incapacidad para ver la doble cara de la modernidad. Es decir, poder contemplar simultáneamente el retorno del ‘caporalato’ 2 y de la ‘banda ancha‘ [internet]. Se trata de perseguir el objetivo de socializar la inteligencia científica. Difundir sus frutos por toda la sociedad. Golpear en el corazón de la apropiación privatista e incontrolada de los frutos de la inteligencia social global.
Golpear en el corazón de la apropiación privatista e incontrolada de los frutos de la inteligencia social global.
De ahí nace el actual abismo de desigualdad. Que sólo puede salvarse mediante otra síntesis entre la cuestión social y la cuestión medioambiental en la dirección del ecosocialismo, situando «ecología, trabajo y justicia social» en una única perspectiva. Derechos sociales y derechos civiles, finalmente no contrapuestos. Lo que significa tener, con la pasión de una política humana y no tecnocrática, la misma empatía por los «diferentes» y los migrantes y por los invisibles, los nuevos esclavos y los explotados en Italia. Demostrando de la forma más sencilla posible que una cosa no sustituye a la otra. Estas son algunas consideraciones que me hacen decir que el drama de la izquierda no está del todo resuelto dentro del PD. Que sería necesario, incluso después de la elección del nuevo secretario, contar con una verdadera Asamblea Constituyente, abierta a todas las izquierdas democráticas y a todos aquellos dispuestos a participar en la sociedad civil. Para una refundación, un «nuevo comienzo». Con la conciencia de que sólo en el enfoque de la «ciudadanía activa» está la «sal de la tierra» del renacimiento.
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Achille Occhetto fue el último secretario del PCI hasta 1991 y el primero del Partido Democrático de Izquierdas. Fue diputado, senador y miembro del Consejo de Europa. Artículo publicado en la Repubblica Quotidiano el 28 de noviembre de 2022. Agradecemos al autor el permiso para la publicación. Traducción Pere Jódar.
NOTAS
1. Partido Demócratico (PD), fundado en 2007 e integrado por diversas corrientes de la izquierda italiana desde miembros del antiguo PCI, la socialdemocracia o la izquierda cristiana.
2. N.T.: El caporalato en Italia hace referencia, según el diccionario Garzanti, a un sistema de reclutamiento de la mano de obra campesina por un capataz (caporale), al margen de la ley y con bajos salarios. Un sistema que en España se utilizaba para el reclutamiento de campesinos para los cortijos andaluces o, también, visible en algunas plazas de nuestras ciudades para la contratación de jornaleros de la construcción.
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