Por JORDI GUIU, PERE JÓDAR y RAMON ALÓS
El mercado de trabajo español ha sufrido una profunda deconstrucción que genera problemas y sufrimientos a un buen número de ciudadanos. Esto es especialmente grave en el caso de los jóvenes. Sin embargo, los medios de comunicación insertan con cierta frivolidad nuevas etiquetas destinadas a los colectivos que entran o desean entrar en el mundo laboral. La denominación millennials es una de ellas. Aunque no queda muy claro si su intención es presentar un nuevo problema social, un nuevo corte generacional, o bien, abrir paso a posibles nuevos consumidores. Nuestro objetivo es introducir las circunstancias que envuelven la realidad laboral de los jóvenes de 25 a 34 años.
Richard Sennett (2006) ya advirtió en los albores de la actual crisis económica sobre el cambio cultural (en el sentido antropológico) propiciado por la inestabilidad y fragmentación del nuevo capitalismo. Un cambio que apuntaa un nuevo tipo humano capaz de navegar en esas nuevas condiciones. Tres rasgos lo caracterizaban: su capacidad para improvisar el curso de su vida, pasando siempre de un lugar a otro sin un marco institucional a largo plazo; la readaptación y reciclaje constante de sus habilidades y el abandono de la experiencia adquirida en el pasado.Al igual que el consumidor, siempre ávido de cosas nuevas, esta persona renovada se desprende de lo viejo, aunque siga siendo perfectamente utilizable. Más en positivo, algunos años antes, Ronald Inglehart ya había detectado en sus trabajos empíricos que entre las jóvenes generaciones de entonces yaexistía una menor predisposición a la delegación y la sumisión a un orden burocrático fuertemente jerarquizado (Inglehart, 1977).
Hoy sabemos que ha sido precisamente una variante del capitalismo, especialmente antisocial y destructora la que ha disuelto en el aire instituciones, identidades, lazos sociales y los pocos vínculos comunitarios existentes
En realidad, el rechazo al orden socio-laboral fordista y el cuestionamiento de las estructuras burocráticas del estado del bienestar no es sólo una –o la principal- componente del neoliberalismo (Escalante, 2016). En los años 60 y 70 también jóvenes radicales sesentayochistas lanzaron sus dardos contra las instituciones políticas y laborales insertas en la jaula de hierro weberiana, del mismo modo que las feministas de la diferencia veían en el estado del bienestar un contrato patriarcal opresor (el modelo westfaliano del que habla Fraser, 2015). Su esperanza era que acabando con las instituciones del capitalismo (y del socialismo de estado) surgiría una nueva cultura libre, comunitaria y cooperativa, no patriarcal y no sexista. Hoy sabemos que ha sido precisamente una variante del capitalismo, especialmente antisocial y destructora la que ha disuelto en el aire instituciones, identidades, lazos sociales y los pocos vínculos comunitarios existentes. Todo ello apoyado en una movilidad del capital sin precedentes, favorecida sin duda por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Naturalmente, estamos hablando de esa parte del mundo que hemos venido en llamar occidental. La globalización unifica el dominio del capital, pero disloca, divide y descuartiza al mundo imponiendo una nueva división internacional del trabajo, que tiene su reflejo en una sociedad extremadamente desigual, en la que la pobreza, la exclusión social y la incertidumbre han adquirido dimensiones hasta hace pocos años insospechadas.
Es difícil y arriesgado trazar una línea de cambio en los procesos de transformación cultural en las sociedades contemporáneas. En primer lugar, porque estos no suceden en un momento preciso;así, aunque pueden estar afectados por acontecimientos concretos, tales como una guerra, una crisis económica o un importante cambio tecnológico, más bien suelen producirse de forma paulatina y acumulativa. En segundo lugar, porqué los cambios culturales, en una sociedad dividida, por clase, género, territorio y grupos de edad, no suelen afectar a todos por igual. El poder ahí también cuenta. Las culturas asumidas por cada grupo social tienen que ver con la imposición de ideas, valores y pautas de conducta por parte de los grupos dominantes debidamente adaptadas a la voluntad, más o menos resistente, sumisa o rebelde con que los individuos de cada grupo se enfrentan, de forma más o menos creativa, a las presiones dominantes y ambientales. Las experiencias vividas en la infancia y la juventud suelen afectar a los individuos de por vida y, en la medida en que tales experiencias son compartidas por amplios grupos de individuos, son también el marco de generaciones enteras. Es así como el cambio socio-cultural en nuestras sociedades se explica en parte por la sucesión generacional. Es por ello que, desde las ciencias sociales, pero también cada vez más desde los medios de comunicación se acuñan términos específicos para referirse a determinadas generaciones, las cuales tendrían características determinadas y serían portadoras de nuevas aspiraciones individuales y colectivas. Los “babyboomers”, la “generación X” o “generación perdida” y ahora, el último lanzamiento: los “millennials” y también la generación “Z”.Aunque cabe decir que, sobre éstas dos últimas, parece pesar un cierto determinismo tecnológico de carácter optimista que les dotaría de unas potencialidades imparables. Pero tampoco queda muy claro si el lanzamiento mediático de estas denominaciones responde a una preocupación social, o a la detección de nuevas identidades de consumidores, que pueden desembocar en una mayor dependencia y sumisión.
Lo malo de estas etiquetas es que esconden más de lo que explican. De entrada, ya es arriesgado tratar de generaciones sin tomar ciertas precauciones. Las generaciones, como la sociedad, están compuestas de ricos y pobres, de hombres y mujeres, de gentes con niveles de estudio distintos, que viven en territorios distintos (en algunas zonas de España se ha pasado de lo pre industrial a lo post industrial sin la transición deuna fase propiamente industrial). La pertenencia a una misma generación, la etiquetemos como queramos, no borra estas diferencias, aunque, sin duda existen intereses político-mediáticos que centran las causas de los problemas de la gente en el hecho de haber nacido en tal o cual fecha, con independencia de otros factores que afectan no sólo al conjunto de la generación, sino a la sociedad entera.
Las generaciones, como la sociedad, están compuestas de ricos y pobres, de hombres y mujeres, de gentes con niveles de estudio distintos, que viven en territorios distintos
La última (o penúltima) etiqueta generacional de éxito para referirse a la “generación del milenio” es la expresión, venida como tantas cosas de los EEUU, millennials. El milenarismo siempre ha ejercido un fuerte atractivo sobre la humanidad. Tiene un componente trágico de apocalipsis y de fin de los tiempos, pero también, de salvación para los creyentes. También los movimientos generados bajo su signo tuvieron esa doble vertiente de esperanza que conducía a la movilización, para finalmente acabar en una profunda represión. Acorde con el márquetin de nuestra época, el simbolismo milenarista adquiere formas más prosaicas. Primero fue el mileurismo, movimiento, generación, etiqueta, con la que se designaba a aquellos jóvenes sobradamente preparados que tan sólo cobraban mil euros y que reivindicaban razonable y esperanzadamente un estatus remunerativo superior.Sin embargo, hoy día muchos jóvenes y mayores (demasiados) suspiran por ese dichoso sueldo. Ahora se habla de los millennials para designar a esa generación nacida entre los 80 del pasado siglo y el año 2000; se trataría, de modo orientativo, de los jóvenes que a día de hoy tienen entre 16-18 y 34-35 años. Sin embargo, aquí surge una primera dificultad para tratar a todos esos jóvenes como formando parte de una misma generación: más del 70% de los que tienen de 16 a 24 años están actualmente cursando estudios, en su inmensa mayoría reglados. De ahí que resulte precipitado analizar su incorporación a la vida adulta, así como su emancipación del hogar familiar o su incorporación al mundo laboral.Por ello en la parte que sigue nos referiremos a millennials como a los jóvenes entre 25 y 34 años, unos 5,7 millones en España, el 12,3% de la población, según la Encuesta de Población Activa (EPA) del INE, que es la fuente principal de información que utilizaremos.
Es ésta una cohorte nacida aún en un bienestar que ya entraba en vuelo picado, aunque no nos diéramos cuenta. Una generación, dicen, mejor preparada educacionalmente, aunque quizás debiéramos hablar con más propiedad de la más escolarizada. Asimismo, una generación que, aludiendo al simbolismo milenarista, se mueve fuertemente polarizada entre la esperanza de sus años educativos, desde el punto de partida de los logros familiares, sociales y económicos anteriores, y lo que puede ser la tragedia de una generación repleta de vacíos en forma de desempleo, trabajo precario, vulnerable y pobre.Una generación con un acentuado individualismo,según INJUVE (2012: 399), que compensa con la conexión que le facilita la eclosión de las nuevas tecnologías de la comunicación con las que han crecido; con unos vínculos sociales más extensos y menos comunitarios o de proximidad que las generaciones precedentes, por lo tanto, más débiles (Granovetter, 2005). Son, sin duda, la generación, de Internet, las redes sociales y los smartphones. Según el barómetro del CIS de febrero 2016,prácticamente el 100% de los millennials utilizan WhatsApp de modo habitual, claramente por encima de cualquier otro grupo de edad.
Una generación, dicen, mejor preparada educacionalmente, aunque quizás debiéramos hablar con más propiedad de la más escolarizada. Asimismo, una generación que, aludiendo al simbolismo milenarista, se mueve fuertemente polarizada entre la esperanza de sus años educativos y lo que puede ser la tragedia de una generación repleta de vacíos en forma de desempleo, trabajo precario, vulnerable y pobre
Crecieron en un país que se iba incorporando al espacio europeo con una economía cada vez menos basada en la industria y más en los servicios, el turismo y la construcción. Pero en dicho proceso dilatado a lo largo de treinta años, Europa ha pasado de ser un sueño a convertirse en pesadilla. Y la crisis económica de 2009 marcó de forma seguramente irreversible su incorporación a la vida adulta. Una fase de la vida en la quegeneraciones anteriores entraban habiendo finalizado sus estudios, se emancipaban del hogar familiar, accedían a una ocupación estable y, en general, optaban por formar una familia propia. Unos objetivos que cada vez un mayor número jóvenes han ido posponiendo más y más y que otros ya ven situados en un horizonte prácticamente inalcanzable. El paro y la precariedad, su principal preocupación, es para muchos de ellos la barrera fundamental para la satisfacción de sus objetivos vitales.
Efectivamente, el paro y la precariedad son la principal amenaza al bienestar para estos jóvenes y para la mayoría de la sociedad. Aun así, no todos los miembros de la generación se ven afectados de la misma forma e intensidad por la falta de trabajo. Ni tampoco todos ellos mantienen la misma actitud frente al trabajo. A pesar de que la literatura mediática sobre la cuestión les atribuye no sólo una identidad generacional, sino también laboral- es decir, que desempeñan trabajos más o menos similares, con una actitud frente a ellos también coincidente en una buena parte de las cuestiones (más renuentes a la autoridad o la jerarquía, al trabajo monótono y aburrido, cierta tendencia a la autonomía)-, la realidad de sus ocupaciones permite agruparlos en subgrupos bien diferenciados.
El paro y la precariedad son la principal amenaza al bienestar para estos jóvenes y para la mayoría de la sociedad.
Por ejemplo y tal como ya hemos referido, uno de los mitos más recurrentes sobre los millennials gira en torno a sus niveles de estudio. Es cierto que la generación millennial, alcanza un nivel de estudios superior a los del resto de segmentos de edad. Ello sobre todo se hace evidente en la disminución a la mitad de los que sólo tienen estudios primarios y en la mayor proporción de los que han alcanzado los estudios secundarios de segunda etapa. Sin embargo, los datos de la EPA permiten constatar que hasta un 7,2% no supera los estudios de primaria, y cerca de un 35% no sobrepasa la escolarización obligatoria. Por supuesto, otro 41% dispone de estudios superiores, pero las cifras muestran la gran heterogeneidad, mejor aún polarización, que en cuanto a estudios caracteriza dicha generación. La diferencia en niveles educativos dentro de esta generación explica, en parte, la diversidad de su distribución ocupacional.
Aunque la mejora en los niveles de estudios alcanzados se ha generalizado, los orígenes de clase familiares son un condicionante que no puede olvidarse. La Encuesta de Calidad de Vida en el Trabajo, la última referida al año 2010 permite una aproximación al respecto, aunque limitada a quienes tienen un empleo. Así, mientras para el 57% de los millennials con empleo que disponen de estudios superiores el padre (¡la encuesta no proporciona información de la madre!) había estado ocupado como directivo, técnico o administrativo, para el 35,2% la ocupación paterna recaía en alguna actividad industrial o como trabajador no cualificado. Si miramos a los millennials (siempre con empleo) que no sobrepasan los estudios obligatorios, sólo para el 16,2% de éstos su padre estaba ocupado como directivo, técnico o administrativo, mientras para el 72,3% lo era como trabajador industrial o no cualificado. El origen de clase, en este caso aproximado desde la ocupación paterna, orienta pues sobre las posibilidades de estudios de la generación de los millennials, confirmando lo quediversos informes muestran para otras generaciones.
Respecto de su situación ocupacional general, el sector que más oportunidades de empleo les ofrece son los servicios de restauración, personales, protección y vendedores de comercio; por tanto, actividades caracterizadas por tareas poco cualificadas e intensivas en mano de obra. En términos de profesión, sólo un 2% de millennials ocupan puestos de directivo en empresas o administraciones públicas frente a un 4,8% de los de más edad. El factor edad y experiencia juega un papel importante en este tipo de ocupaciones. Algo parecido sucede entre las ocupaciones manuales cualificadas y semicualificadas, o entre los empleados administrativos, pero aquí las diferencias son menores. En el caso de los técnicos, la proporción entre el conjunto de millennials y el grupo de edad superior es muy parecida.
Del mismo modo los datos muestran una relación directa entre estudios y empleo entre los millennials, aunque, como veremos, con matices importantes. Así, los millennials menos preparados,que no superan los estudios obligatorios, son los que más sufren el paro (que afecta a uno de cada tres, y ¡hasta al 38% de las mujeres!); y cuando disponen de un empleo, cerca de la mitad lo tiene en sólo dos actividades: comercio y hostelería, o construcción. No es de extrañar, pues, que uno de cada cuatro esté empleado como trabajador no cualificado; por supuesto, una buena parte con contratos temporales y a tiempo parcial. También destaca una ligera mayor proporción de trabajadores por cuenta propia y empresarios entre los millennials con pocos estudios, respecto de aquellos que cuentan con estudios superiores, lo que da cuenta de la precariedad del empleo generado. Pero no todos los jóvenes con menos estudios se mueven en la incertidumbre laboral, pues en torno a un 40% tienen un empleo con más de cinco años de antigüedad en la empresa, lo que da pistas sobre una inserción laboral consolidada o en proceso avanzado. Muchos de ellos han conseguido un empleo en la industria y el transporte, aunque también los encontramos en hostelería y comercio. Cabe decir que en este colectivo menos formado se detectan más los roles de género, pues mientras la tasa de actividad masculina se acerca al 92%, la femenina es 15 puntos inferior, y a ellas, como hemos dicho, les afecta una tasa de paro muy superior.
El sector que más oportunidades de empleo les ofrece son los servicios de restauración, personales, protección y vendedores de comercio; por tanto, actividades caracterizadas por tareas poco cualificadas e intensivas en mano de obra
En sentido opuesto, si nos remitimos al colectivo con más estudios, los 2,3 millones de millennials que han obtenido un título de estudios superiores, su tasa de actividad es muy elevada, superior al 90%, tanto entre hombres como entre las mujeres. Sin embargo, puede percibirse una polarización entre quienes se mueven en la precariedad y los que han logrado acceder a empleos que debemos suponer más acordes con sus estudios. Así, hasta un 16,5% de los millennials con estudios superiores se halla en el paro y un 30% de los que disponen de un empleo trabajan en hostelería y comercio, en ocupaciones que para muchos quedan alejadas de la formación alcanzada, por lo que muy probablemente nutren la subocupación funcional. Pero otro 57% está empleado como técnico o profesional, en algunos casos de apoyo, muchos de ellos en la administración pública, sanidad y educación; aunque la temporalidad y la jornada reducida (ésta de forma más importante entre las mujeres) también están presentes en este colectivo mejor situado.
En otras palabras, la precariedad, aunque en grados diversos, parece ser un hilo conductor que caracteriza la inserción laboral de los millennials. Y es sabido, que la precariedad laboral condiciona en extremo las formas de vida. Unas dificultades que explican que cerca de medio millón de jóvenes millennials hayan emigrado de España en los tres últimos años y medio (2012, 2013, 2014 y hasta junio 2015), el doble si nos remitimos a los inicios de la actual crisis económica.
Si observamos la Encuesta de Condiciones de Vida, del INE, con datos referidos al año 2014, se constata que hasta un 29% de los millennials se halla en situación de riesgo de pobreza o exclusión social, por disponer de unos ingresos inferiores al 60% de la media o por carencia material severa o por vivir en un hogar sin empleo o en el que sus miembros en edad de trabajar lo hicieron menos del 20% del total de su potencial. Es una tasa de pobreza o exclusión social que no dista del valor promedio en España (28,6%), pero que sin embargo afecta de modo muy distinto en función de los niveles de estudio; así, mientras supone el 48,5% para los millennials que no superan los estudios obligatorios, es del 15% entre quienes alcanzan estudios superiores. Y si estos últimos viven en hogares cuya renta media para el año 2014 era de 27.635 euros (19.228 euros por persona), para los que tienen estudios hasta obligatorios la renta familiar se reduce a 16.881 euros (11.112 euros por persona). Se reproduce, pues, entre los millennials la gran desigualdad social incrustada en nuestra sociedad.
Los medios de comunicación se han afanado en destacar los aspectos más positivos de esta generación (su supuesta preparación académica, su dominio de las nuevas tecnologías, sus ganas de comerse el mundo…). Con una osadía que roza el descaro más absoluto se anuncia que las empresas deberán adaptarse al capital humano e innovador que representa esa generación, cuando las empresas están mostrando que más bien, como sucede con el resto de trabajadores, son estos últimos los que deben doblegarse o adaptarse a las crecientes exigencias de las primeras. Más tímidamente se ha señalado el paro y la precariedad como su principal amenaza, pero pocas veces se les ha presentado como potenciales aliados de aquellos otros sectores de la sociedad igualmente afectados por la crisis. Más bien se ha optado por contraponer unos supuestos intereses generacionales: “los mayores con un trabajo estable cierran las opciones laborables de los jóvenes”, “las pensiones de los abuelos superan los ingresos de los más jóvenes”, etc. Por ello se habla de dualidad o polarización intergeneracional, mientras que estas características, como se ha visto, aparecen entre y en el interior de los diferentes grupos de edad.
La precariedad, aunque en grados diversos, parece ser un hilo conductor que caracteriza la inserción laboral de los millennials. Y es sabido, que la precariedad laboral condiciona en extremo las formas de vida. Unas dificultades que explican que cerca de medio millón de jóvenes millennials hayan emigrado de España en los tres últimos años y medio
Se trata,tal como hemos descrito, de una generación claramente marcada por la crisis económica y por la ineficacia de las instituciones políticas, tanto en el momento de representarlos como en el momento de ofrecerles los medios materiales con los que encarar sus expectativas vitales. Todo ello podría conducir no ya a la desafección política, de la que también participan sus mayores, sino a unos nefastos sentimientos de impotencia, rabia y frustración.
Sí bien el falso optimismo está de más, no obstante, sí que hay atisbos de esperanza. Esésta también la generación que el 15 de mayo de 2011 inició una serie de protestas, que comenzaron en la Puerta del Sol de la capital, y que de ahí se extendieron por toda la geografía hispana, e incluso más allá. Una movilización que despertó la simpatía del 80% de los ciudadanos. Con ello se inauguró un ciclo de protesta que ha contribuido a reconfigurar el mapa político del Reino de España y a agudizar la crisis de su sistema político institucional. Hay que recordar que después del 15-M surgieron las mareas, las plataformas de afectados por la hipoteca se expandieron por todo el territorio y se impulsaron con éxito las políticas de confluencia. Movilizaciones sociales y políticas impulsadas por muchos jóvenes, pero de un claro carácter intergeneracional.
Y no podemos acabar sin mencionar a los que vienen detrás. Si los millennials, independientemente de su clase social de origen, nacieron y crecieron en un contexto de relativa euforia económica (fundamentada en la especulación, el dinero barato y el endeudamiento), hoy en día, en España, según SavetheChildren, uno de cada tres niños y niñas está en riesgo de pobreza o exclusión social. Nos hallamos, pues, ante una situación de emergencia social y de crisis institucional, un contexto en el cual las nuevas generaciones están llamadas a confluir con los viejos -y no tan viejos- movimientos sociales que se enfrentan al capitalismo neoliberal y que luchan por una sociedad más justa y decente.
Bibliografía
Fernando Escalante (2016): Historia mínima del neoliberalismo. Madrid, Turner-El Colegio de México.
Nancy Fraser (2015): Fortunas del feminismo. Madrid, Traficantes de Sueños.
Marc Granovetter (2005): “The Impact of Social Structure on Economic Outcomes”. En Journal of EconomicPerspectives, 19,1:33-50.
Ronald Inglehart (2002): Modernización y posmodernización: El cambio cultural, económico y político en 43 sociedades. Madrid, CIS
INJUVE (2012): Informe de la juventud en España. Madrid, Instituto de la juventud.
Richard Sennett: (2006): La cultura del nuevo capitalismo. Barcelona, Anagrama.
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Jordi Guiu. Sociólogo del Departamento de Ciències Polítiques i Socialsde la Universitat Pompeu Fabra. Especializado en pensamiento, educación y comportamiento organizativo. Miembro del “Centre d’Estudis en Moviments Socials” de la Universitat Pompeu Fabra.
Pere Jódar. Sociólogo del Departamento de Ciències Polítiques i Socialsde la Universitat Pompeu Fabra. Especializado en sociología económica, sindicalismo y ocupación.
Ramon Alós. Sociólogo e investigador del «Centre d’EstudisSociològics sobre la Vida Quotidiana iel Treball» (QUIT) y del «Institutd’Estudis del Treball» (IET), de la UniversitatAutònoma deBarcelona. Especializado en sociología del trabajo, del empleo y de las relaciones laborales.