Por ANTONIO GRAMSCI JUNIOR
Antes del hundimiento de la Unión Soviética, Antonio Gramsci, mi abuelo, representaba para mí una figura más bien vaga y desenfocada, rodeada por un halo de leyenda. Esta circunstancia se debía al carácter de mi padre, Giuliano, gran compositor y músico, persona muy romántica. Le atraían los estudios de historia del arte, sobre todo los de la Italia renacentista, de la literatura y la poesía clásica. Su autor preferido era Giacomo Leopardi. Parecía como si se ocultase tras el clasicismo no solo por sus inclinaciones naturales sino también porque el terrible siglo XX, del que era testigo directo, estaba ligado a dolorosos recuerdos, entre los cuales el más fuerte y traumático había sido sin duda la pérdida del padre que no había conocido nunca pero al que tanto esperaba. A pesar de su cultura y admiración por la figura paterna, y siendo persona sin ninguna pasión por la política, repetía con frecuencia: «Pero, ¿por qué? ¿Por qué se dedicó a esta maldita política? ¿Por qué no siguió los consejos de su profesor, Matteo Bartoli, y no se hizo precisamente profesor de Lingüística para lo que tenía tanto talento?» Yo le respondía en broma: «Pero papá, ¡en ese caso no estarías tú aquí!»
Muy distinto de Giuliano era su hermano Delio, coronel de la Marina, profesor de Balística y miembro del PCUS. De acuerdo con su correspondencia familiar, recientemente recuperada, durante la guerra pensaba seriamente en trasladarse a Italia que, según él, tras la caída del fascismo se convertiría en socialista, para integrarse en la Resistencia, participar en la construcción de la futura marina militar italiana, etc. En resumen, quería proseguir la causa por la que su padre había dado la vida. No está excluido que estas ambiciones las alimentara Togliatti quien, al comienzo de la guerra, además de haber organizado una ayuda constante y eficaz a nuestra familia, mantuvo una amplia correspondencia con el hijo mayor de Gramsci.
Después, muchos años después, cuando el tío venía a nuestra casa, yo era testigo involuntario de las discusiones, a veces muy animadas, entre los dos hijos de Antonio Gramsci, tan distintos entre ellos. Sinceramente, no recuerdo casi nada de estas discusiones al ser yo bastante joven (cuando murió Delio yo tenía 17 años) y estar muy alejado de la política.
Junto a mis padres iba frecuentemente a casa de mi abuela, Giulia Schucht, que hasta 1980 residía en el sanatorio para viejos bolcheviques de Peredelkino, en las afueras de Moscú. A pesar de estar en cama, mi tía conservó plenamente sus facultades mentales, y se interesaba encarecidamente por la vida de los familiares y por todo lo que ocurría en el país. Sin embargo, no recuerdo que a la abuela se le hayan pasado espontáneamente por la cabeza recuerdos acerca del abuelo. Lo hacía raramente, en las cartas a los parientes italianos y durante las entrevistas.
Cuando vivió en nuestra casa, había organizado, junto a su hermana Eugenia, una especie de museo de cosas personales de Gramsci. Se trataba de una gran estantería vidriada con cuatro bandejas sobre las que se colocaban varios objetos: la carretilla sarda, los cubiertos de madera, todos fabricados por el propio Gramsci, la petaca de cigarrillos y otros objetos. Me acuerdo que aquellos viejos objetos, misteriosos a mis ojos, eran para mí una fuente inagotable de juegos de fantasía.
La mayor parte de las cosas fueron enviadas por nuestra familia, ya en los años setenta y ochenta, a la casa Gramsci de Ghilarza, pero hemos conservado algunas cosas como reliquias familiares; por ejemplo, el cenicero que mi abuelo, fumador empedernido, mantuvo con él hasta el final, o el volumen del Príncipe de Maquiavelo, obra que fue siempre fuente de inspiración para el autor de los Cuadernos de la cárcel.
Hace ya veinte años de la desaparición de la Unión Soviética que, con todos sus defectos, pequeños y grandes, representaba el baluarte del socialismo real y, paradójicamente, contribuía a paliar las contradicciones del capitalismo occidental. Me acuerdo de que en aquella época comenzó mi primer verdadero acercamiento a la figura del abuelo. Con ocasión del centenario del nacimiento de Antonio Gramsci, el PCI y la Fundación Instituto Gramsci organizaron a mi padre y a mí un viaje a Italia, estancia que duró cerca de seis meses. Tuve ocasión de frecuentar casi todos los lugares que tenían fuertes vínculos con la vida de Antonio Gramsci, desde Cerdeña a Turi. Una de las experiencias más emocionantes de este peregrinaje fue el concierto para los presos de la cárcel de Turi, donde toqué junto con Francesca Vacca, hija del profesor Giuseppe Vacca.
Hablando de nuestros días, puedo decir que precisamente en este periodo histórico turbulento noto una gran necesidad de que en mi país exista la voz de un intelectual del calibre de Antonio Gramsci
Durante esos meses, además de otros acontecimientos interesantísimos, me dejé impregnar de la cultura italiana y me di cuenta de la importancia del abuelo. Vuelto a Rusia, lleno de entusiasmo, comencé a estudiar forma sistemática la lengua italiana de y, sobre todo, lo poco de Gramsci que había sido traducido al ruso.
Después, en los años noventa mi interés por el pensamiento gramsciano aumentó cada vez más también porque a través de la obra de Gramsci he tratado de comprender lo que estaba ocurriendo en mi país. Precisamente gracias al pensamiento del abuelo ha quedado claro para mí el papel destructivo de nuestros intelectuales, autores del proceso molecular de cambio de la opinión pública a favor del nuevo régimen que ha favorecido el saqueo de Rusia, proceso iniciado ya en los años de la perestroika. No he llegado a ser un estudioso de Gramsci (soy biólogo y músico) pero mi base mental ha cambiado sensiblemente. Y, hablando de nuestros días, puedo decir que precisamente en este periodo histórico turbulento noto una gran necesidad de que en mi país exista la voz de un intelectual del calibre de Antonio Gramsci que podría unir varias corrientes, separadas y poco creativas a nivel ideológico, que de mala manera definiría como fuerzas de oposición, en el único “bloque histórico” que podría construir una justa línea estratégica en la lucha contra las fuerzas opresivas del nuevo régimen, corrupto y cínico, instaurado en Rusia desde hace ya dos décadas.
No obstante, la etapa decisiva de mi acercamiento a la figura del abuelo se sitúa en los años dos mil, cuando en el marco de la colaboración con el Instituto Fundación Gramsci comencé la investigación sobre la historia de la familia rusa de Antonio Gramsci. No sabía entonces que aquellos empeños tímidos e inconexos se transformarían en un verdadero proyecto investigador: con este confío en haber dado mi pequeña contribución a la reconstrucción tanto de la historia de mi país como de la vida de mi abuelo. De hecho, la familia de mi abuela paterna, Giulia Schucht, está estrechamente ligada con una y con la otra. Por una parte, se trataba del precedente histórico muy interesante, ya que una parte de la inteligencia rusa de extracción nobiliaria rechazó, en nombre de la Revolución, su propia clase y, alejándose de los “preconceptos” de clase, trató de insertarse en el nuevo sistema de valores.
De otra parte, la familia Schucht, como se sabe, causó una fuerte impresión en la vida de mi abuelo en el plano personal y en su formación política. De hecho, esta singular familia fue el vehículo de su estrechísimo vínculo con la Rusia revolucionaria. Y, en mi opinión, es precisamente a Rusia que se deben algunos episodios muy significativos de la vida de Antonio Gramsci y al mismo tiempo no de fácil interpretación.
Me gustaría describir estos episodios, objeto de la investigación que estoy acabando con la ayuda del Instituto Fundación Gramsci de Roma. Son importantes tanto para la reconstrucción de la vida de Antonio Gramsci como para el trabajo específico destinado a la ejecución de la Edición Nacional de sus obras que está actualmente en curso.
El primer episodio tiene que ver con el vínculo entre Gramsci y Lenin. Gracias a las investigaciones en los archivos soviéticos, se sabía ya a comienzos de los años setenta que en 1922 se había producido el encuentro personal entre el dirigente bolchevique y el futuro líder de los comunistas italianos. La entrevista se desarrolló en el Kremlin, el 25 de octubre, en el estudio de Lenin. En el acta publicada por primera vez en 1972 en las Crónicas biográficas de Lenin están relatadas las cuestiones sobre las que discutieron los dos políticos. Las mismas son de gran importancia: la especificidad del Sur de Italia, la situación del Partido socialista italiano y la posibilidad de la fusión de éste y el Partido comunista.
Durante la redacción del volumen de las Crónicas, en 1972, mi padre recibió el encargo del Instituto del Marxismo-Leninismo de buscar, con la ayuda de los comunistas italianos, otros testimonios sobre este encuentro histórico. La única carta que Giuliano recibió en relación con esto fue de Camilla Ravera que, además de la detallada descripción del encuentro relatada a ella por el propio Gramsci, formuló una hipótesis muy audaz: que probablemente ese encuentro determinó la decisión de Lenin de promover a mi abuelo como líder de los comunistas italianos, prefiriéndolo a Bordiga que con su mentalidad rígida y sectaria suscitó en el jefe del proletariado mundial una cierta desilusión.
Gracias a las investigaciones en los archivos soviéticos, se sabía ya a comienzos de los años setenta que en 1922 se había producido el encuentro personal entre el dirigente bolchevique y el futuro líder de los comunistas italianos. La entrevista se desarrolló en el Kremlin, el 25 de octubre, en el estudio de Lenin
Pero ¿por qué la misma Ravera no hizo referencia a este episodio en sus memorias publicadas pocos meses después? ¿Por qué se les ha escapado este detalle a todos los biógrafos de Gramsci, incluso a un eminente autor como Giuseppe Fiori? ¿Y por qué el mismo Gramsci no nunca hizo mención del mismo en ninguna carta ni en ningún artículo, a pesar de su admiración por Lenin y los estrechos lazos de amistad entre la familia de Giulia Schucht y la de Ulianov? No hay que descartar que este extraño silencio se debiera a la modestia y rectitud de mi abuelo en relación con Amadeo Bordiga. De hecho, Antonio Gramsci, a pesar de sus diferencias políticas, tuvo siempre en gran estima al auténtico fundador del Partido comunista por no hablar de su amistad personal. Pero quizás la explicación no debe ser tan simple ni lineal.
El segundo episodio tiene que ver con las tentativas de liberación de Gramsci. También aquí, y a pesar de todas las investigaciones de los mejores estudiosos (quisiera recordar a este propósito un libro de Vacca y Rossi de 2007)1 no se ha conseguido aclarar con absoluta certeza la verdad. No he encontrado nada significativo ni siquiera buscando en nuestro archivo familiar. Según la hipótesis más plausible, a pesar de la muy consistente ayuda material al prisionero, las autoridades soviéticas no hicieron nada serio para liberarlo de la cárcel fascista. Era una representación de la ferviente actividad en la que se veía envuelta también Tatiana Schucht, probablemente manipulada, que estaba obligada a seguir infinitas diligencias que en realidad no servían para nada. Pero tampoco esta explicación parece satisfactoria del todo. Solo tras una cuidadosa investigación en el archivo de Stalin, hasta ahora inaccesible, se podrá aclarar este asunto.
Pero el mayor misterio tiene que ver con los últimos meses de la vida de mi abuelo, desde finales de 1936 hasta su muerte. A pesar de todo lo que se ha investigado, hasta ahora no hay una respuesta concluyente a la pregunta simple pero importante desde el punto de vista histórico-político además de biográfico: ¿Qué pensaba hacer una vez obtenida la libertad? En torno a esta cuestión se han acumulado numerosos documentos, testimonios e hipótesis, algunos verdaderamente especulativos.
Según una de las hipótesis, compartida por algunos de los actuales estudiosos, Gramsci quería obtener de las autoridades italianas el permiso para expatriarse a la Unión Soviética a fin de reunirse con la familia y quizás continuar la lucha política. Esta afirmación, que se basa sobre todo en el testimonio de Piero Sraffa, en mi opinión tiende a simplificar un poco la realidad. Para una reconstrucción más ajustada a la verdad de los hechos ha sido de gran utilidad la correspondencia de Tatiana en aquel periodo, qye encontré recientemente en nuestro archivo familiar, y los documentos que el profesor Silvio Pons, director de la Fundación Gramsci de Roma, ha conseguido localizar en el Archivo del Estado Ruso a comienzos de la década del 2000. Según estos, a finales de 1936 y al inicio de 1937 los representantes de los servicios de seguridad soviéticos, el NKVD, propusieron a Gramsci que informase de todo lo que sabía sobre los trotskistas italianos. Insistieron durante dos meses. La respuesta de Gramsci fue: pónganse en buenas relaciones con los funcionarios italianos en la Embajada y sabrán todo lo que hay que saber. Sospechaba que era una nueva provocación.
Respecto a esta cuestión surgen espontáneamente las siguientes preguntas: ¿Querían las autoridades soviéticas condicionar el posible regreso de Gramsci a Moscú a su enrolamiento en los servicios secretos o en todo caso a su disponibilidad para colaborar con ellos? ¿O querían simplemente advertirle, indirectamente, de que él mismo mantenía resabios trotskistas desde que en octubre de 1926 había escrito la famosa carta dirigida al Comité central del Partido bolchevique en defensa de Trotsky?
Sea como fuere, parece que fue precisamente en ese periodo cuando Gramsci escribió la carta a la familia en Cerdeña en la cual rogaba a los suyos que le encontraran urgentemente una habitación en Santu Lussurgiu, tal como recordaba su sobrina Edmea Gramsci. ¿Pero qué pretendía hacer en Cerdeña? El 24 de marzo, en carta a Eugenia, escribe Tatiana: «Antonio cree que sería mucho más fácil huir desde Cerdeña que desde Italia. Pero de esto no puedes hablar porque, si no, comienzan las habladurías» ¿Cómo se puede interpretar este cambio? Tal y como con razón sostiene el profesor Vacca, es difícil que Gramsci hubiera sido capaz de una acción de fuga. En mi opinión, con este cambio mi abuelo quería advertir indirectamente a las autoridades soviéticas que no pretendía quedarse en Italia para retirarse para siempre de la vida política, como había hecho unos años antes Amadeo Bordiga.
Según una de las hipótesis, compartida por algunos de los actuales estudiosos, Gramsci quería obtener de las autoridades italianas el permiso para expatriarse a la Unión Soviética a fin de reunirse con la familia y quizás continuar la lucha política
No hay que excluir que los testimonios de Piero Sraffa fueran en la misma dirección, según los cuales Gramsci quería obtener la expatriación. Como se sabe, Sraffa había tenido ocasión de ver a Gramsci en 1936 y comunicarle las últimas noticias acerca del gran proceso celebrado en Moscú, culminado con las condenas a muerte de los estrechos colaboradores de Lenin, algunos de ellos acusados de ser trotskistas. La reacción de Gramsci fue el silencio, el “no comment”, que probablemente ocultaba espanto e indignación. Sin embargo, prefirió callar para no comprometer a él mismo ni a sus familiares.
De la correspondencia de Tatiana (y no solo de la misma) se deduce que las condiciones de salud de mi abuelo eran en aquel periodo verdaderamente desesperadas y que él se daba perfectamente cuenta. También esta circunstancia habría impedido el eventual traslado a Rusia. En cambio, deseaba que Julia y los hijos vinieran a verlo antes de que muriese, como testimonian las cartas de Tatiana.
Por eso, y basándome en todos estos razonamientos he llegado a la siguiente reconstrucción de los hechos. Hasta comienzos de 1936 Gramsci tenía intención en efecto de expatriarse a la Unión Soviética, pero desde finales de ese año en adelante, al agravarse tanto su salud como el clima político ruso, del que Piero Sraffa había sido testigo y los agentes del NKVD en cierto modo sus mensajeros, cambió drásticamente los planes prefiriendo retirarse a su tierra nativa, como sostenía en su lugar Giuseppe Fiori.
Mi relación con el abuelo va más allá del interés por su vida y pensamiento. Como nieto y, en cierto sentido, su seguidor, siento el deber de defender su memoria, y también la causa por la que él dio su vida, de manipulaciones y especulaciones de todo tipo. Como se sabe, en los últimos tiempos se han intensificado los empeños de enfrentar a Gramsci con el movimiento comunista, haciéndole víctima directa de este, argumento particularmente querido por no pocos de comentaristas italianos, desde Massimo Caprara a Giancarlo Lehner. Se trata, por ejemplo, del presunto abandono de Gramsci, en los años de su encarcelamiento, por parte del Partido bolchevique soviético y de su familia rusa. Por ejemplo, según Lehner2, fue el Ministerio italiano del Interior el que pagó los carísimos tratamientos de Gramsci en el periodo entre 1934 y su muerte. Sin embargo, tras haber encontrado recientemente la correspondencia de Tatiana con la familia durante ese periodo, sabemos con certeza que no fue así. De hecho, Giulia enviaba regularmente sumas ingentes a Tatiana para el cuidado del marido, dinero concedido seguramente a la familia por las autoridades soviéticas.
No quiero enumerar todas las estupideces que se han ido acumulando durante estos últimos años a partir de las fantasías de Massimo Caprara3, el ex secretario de Togliatti (Giulia Schucht como enviada de los servicios secretos soviéticos a fin de seducir a Gramsci; Tatiana Schucht, cuñada de Gramsci, encargada por los mismos servicios de vigilar al prisionero; la familia Schucht que no educaba a los hijos de Antonio de acuerdo con el pensamiento del padre, etc.) y hasta la afirmación del reverendo Luigi De Magistris acerca de la conversión de Gramsci a punto de morir y el testimonio de una anciana, también ella internada en la clínica Quisisana, según la cual mi abuelo se habría suicidado (o incluso habría sido asesinado) tirándose de la ventana.
¿Son estos en verdad los últimos mitos sobre mi abuelo y sobre nuestra familia? Desgraciadamente no, como he podido comprobar hace poco tiempo cuando me topé en una librería de Roma con el nuevo libro de Bruno Vespa. Tengo que precisar que hace cuatro años había tenido ocasión de escribir un artículo crítico sobre el anterior título de este respetable periodista, titulado El amor y el poder, donde el capítulo dedicado al abuelo se basa precisamente en las absurdas afirmaciones de Caprara4.
Siendo consciente del genuino interés que el señor Vespa tiene por Gramsci, comencé a hojear el grueso volumen esperando encontrar algún nuevo material sobre el abuelo. Y de hecho lo encontré inmediatamente. Tuve que constatar con pesar que todos mis esfuerzos por desmentir la mitología acerca de mi abuelo (he escrito dos libros, muchos artículos, he dado varis conferencias sobre este asunto) se revelaron inútiles. De hecho, en el nuevo volumen de Vespa he leído, por ejemplo, que las cartas de Tatiana Schucht a la familia no llegaban de Roma a Moscú antes de 1922 porque eran interceptadas por la Embajada rusa. Si el señor Vespa hubiese estudiado mejor la historia habría sabido que antes de 1924 no había precisamente Embajada soviética en Roma y que las cartas eran expedidas no a través de las embajadas: simplemente viajaban a través del servicio postal. No quiero cansarles con la descripción de otros absurdos de los que abunda el capítulo sobre Gramsci y probablemente todo el libro que, a pesar de mi pasión por los ensayos divulgativos de historia, decidí finalmente no comprar.
He dedicado tanto tiempo al caso Vespa para mostrar que la mitología sobre Gramsci (y no solo sobre él) continúa proliferando en el ámbito más general de degradación cultural que, reforzado por la manipulación de los medios de masas, crea ese clima que en la famosa novela de Herman Hesse, El juego de los abalorios, se describe como la denominada “época de las cursivas”, una época absurda, cuando la creatividad y el auténtico oficio investigador es sustituida por las citas recíprocas. Creo que nuestro deber —como militantes, como estudiosos y también como simples ciudadanos— es combatir también estas tendencias maléficas, si queremos sobrevivir con dignidad en «este mundo grande y terrible».
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Antonio Gramsci Jr. Antonio Gramsci Jr es el nieto ruso del homónimo dirigente comunista italiano. El texto original corresponde a una intervención oral en la presentación de un libro sobre Gramsci en 2012. Publicado en Inchiesta su Gramsci Quaderni scomparsi, abiure, conversioni, tradimenti: leggende o verità? Angelo d’Orsi (ed.) Accademia University Press, 2014. La traducción es de Javier Aristu.
1.- Se refiere al libro de Angelo Rossi e Giuseppe Vacca, Gramsci tra Mussolini e Stalin, Fazi, Roma, 2007. [^]
2.- Giancarlo Lehner, La famiglia Gramsci in Russia, Mondadori, 2008. [^]
3.- Massimo Caprara, Gramsci e i suoi carcerieri, Ares, 2001. [^]
4.- Se refiere a los libros de Bruno Vespa L’amore e il potere : da Rachele a Veronica. un secolo di storia italiana , Roma : RAI-Eri ; Milano : Mondadori, 2007, y Bruno Vespa, Il cuore e la spada. Storia politica e romantica dell’Italia unita. 1861-2011, Mondadori, Milano, 2010. [^]