Por Richard Hyman
Palau Güell
En los países nórdicos, los sindicatos y las organizaciones empresariales suelen describirse como las «partes del mercado laboral». En Gran Bretaña, ha sido tradicional hablar de las «dos partes» de las relaciones laborales. En muchos otros países europeos, el término normal es el de «interlocutores sociales». Estas diferencias en el vocabulario recogen claramente una de las principales preocupaciones de este libro. En diferentes contextos nacionales y periodos históricos, los sindicatos pueden ser vistos –por sus propios miembros y dirigentes y por las personas ajenas a ellos– principalmente como organismos económicos dedicados a la negociación colectiva de las condiciones de empleo habituales; o bien como organizaciones de lucha que se enfrentan a los empresarios en una lucha entre clases hostiles1; o, también, como componentes del tejido del orden social. En algunas épocas y lugares, pueden ser percibidos en todas estas formas simultáneamente.
El triángulo eterno: Mercado, Clase, Sociedad
Los sindicatos en la Europa del siglo XX han mostrado una multiplicidad de formas organizativas y de orientaciones ideológicas. El pluralismo sindical (Dufour, 1992) se asocia a definiciones contradictorias con la naturaleza propia de un sindicato, a concepciones que rivalizan con la finalidad de la organización colectiva, y a modelos opuestos de estrategia y táctica. Las identidades dominantes adoptadas por determinados sindicatos, confederaciones y movimientos nacionales –que reflejan los contextos específicos en los que han surgido históricamente las organizaciones nacionales (Crouch, 1993)– han dado forma a los intereses con los que se identifican; a las concepciones de la democracia que influyen en los miembros, activistas y líderes; a la agenda sobre la que trabajan, y al tipo de recursos de poder que cultivan y aplican. El choque entre las distintas visiones ideológicas de la identidad sindical ha conducido en casi todos los países europeos a la fragmentación de los movimientos sindicales.
Identifico tres tipos ideales de sindicalismo europeo, cada uno de ellos asociado a una orientación ideológica distintiva. En el primero, los sindicatos son organizaciones de intereses con funciones predominantes en el mercado laboral; en el segundo, vehículos para elevar el estatus de los trabajadores en la sociedad de forma genérica y, por tanto, promover la justicia social; en el tercero, «escuelas de guerra» en la lucha entre el trabajo y el capital.
Para simplificar el análisis de esta compleja diversidad, identifico tres tipos ideales de sindicalismo europeo, cada uno de ellos asociado a una orientación ideológica distintiva. En el primero, los sindicatos son organizaciones de intereses con funciones predominantes en el mercado laboral; en el segundo, vehículos para elevar el estatus de los trabajadores en la sociedad de forma genérica y, por tanto, promover la justicia social; en el tercero, «escuelas de guerra» en la lucha entre el trabajo y el capital (Hyman, 1994 y 1995).
Los sindicatos, como organizaciones sustantivas, fueron producto de la revolución industrial, aunque en algunos países evolucionaron sin diferencias significativas respecto a las asociaciones artesanales precapitalistas. De hecho, la propia palabra trade union2 –sindicato– (que no se traduce de forma literal en la mayoría de las lenguas europeas) denota una combinación de trabajadores con un oficio o una habilidad común. En un principio, su carácter y sus orientaciones reflejaban las circunstancias de su formación: en la mayor parte de Europa, la resistencia brutal de los empresarios a las afirmaciones de independencia y oposición por parte de los trabajadores se acompañó a menudo de represión estatal. Esta hostilidad, a su vez, fomentó en los sindicatos disposiciones militantes, de oposición, a veces explícitamente anticapitalistas, hacia los empresarios; y actitudes políticas radicales que –en circunstancias de concesiones restringidas y gobierno autocrático– no se distinguían claramente del socialismo revolucionario. Esto, como no es de extrañar, reforzó el antagonismo de los oponentes a los sindicatos.
Sin embargo, los sindicatos sobrevivieron a la represión; a lo largo de décadas, incluso de generaciones, la supervivencia se vio favorecida y apoyada por alguna forma de adaptación. Sus características variaron entre los países (y a menudo dentro de ellos), pero normalmente la segunda mitad del siglo XIX vio cómo los sindicatos más exitosos marginaban o ritualizaban su radicalismo y buscaban entendimientos con los empresarios sobre la base de la máxima de «un salario justo por un día de trabajo justo», un principio cuyo significado concreto, según denunciaba Marx, estaba determinado por el funcionamiento de las leyes (burguesas) de la oferta y la demanda.
El caso más claro de esta desradicalización se dio en Gran Bretaña, y subyace a la definición clásica de sindicato de los Webb3: «una asociación estable de asalariados con el propósito de mantener o mejorar las condiciones de su empleo» (1894: 1). Lenin, como es bien sabido, se vio muy influido por el análisis de los Webb a la hora de redactar en 1902 su polémico “¿Qué hacer?” Si se les deja desarrollarse espontáneamente, argumentó, los sindicatos se preocuparían sólo por la defensa de los intereses profesionales inmediatos de sus miembros. La tendencia al «sindicalismo puro y simple» (Nur-Gewerkschaftlerei) –un economicismo acomodaticio y típicamente sectorial– solo podría contenerse mediante la intervención deliberada de un partido revolucionario.
Los debates de hace un siglo se asociaron a la triple polarización de las identidades sindicales. Un modelo pretendía desarrollar el sindicalismo como una forma de oposición anticapitalista. Este era el objetivo de una sucesión de movimientos de izquierda: socialdemocracia radical, sindicalismo y comunismo. A pesar de las sustanciales diferencias de énfasis –y de los a menudo agrios enfrentamientos internos– la cuestión común de todas las variantes de este modelo era la prioridad de la militancia y la movilización sociopolítica. La misión del sindicalismo, en esta configuración, era promover los intereses de clase.
Un segundo modelo evolucionó en parte como rival del primero, en parte como mutación de este: el sindicalismo como vehículo de integración social. Su primera articulación sistemática se produjo a finales del siglo XIX como expresión del catolicismo social, que contraponía una visión funcionalista y organicista de la sociedad a la concepción socialista del antagonismo de clases. Sobre esta base ideológica surgió en muchos países una división entre sindicatos de orientación socialista y sus rivales confesionales antisocialistas. Sin embargo, irónicamente, el sindicalismo socialdemócrata asumió habitualmente muchas de las orientaciones de estos últimos, ya que la propia socialdemocracia pasó –explícita o implícitamente– del objetivo de la transformación revolucionaria al de la evolución reformista. Ya en 1897, los Webb (que eran socialistas fabianos) pidieron que los sindicatos se convirtieran en agencias para la democratización gradual de la industria; y en toda Europa, ese programa era cada vez más atractivo para los líderes sindicales que seguían proclamando sus credenciales socialistas, pero que estaban ansiosos por legitimar sus diferencias frente a sus críticos de izquierda. Al mismo tiempo, muchos sindicalistas cristianos adoptaron perspectivas críticas respecto del capitalismo, argumentando que «la industria… debería tener como objetivo no el beneficio privado, sino las necesidades sociales» (Lorwin, 1929: 587). De este modo, a pesar de su confrontación organizativa, los sindicalismos socialdemócratas y democristianos llegaron a compartir importantes atributos ideológicos comunes: una prioridad para la mejora gradual del bienestar y la cohesión social, y por tanto una imagen propia como representantes de los intereses sociales.
Un tercer modelo, no siempre claramente delimitado en la práctica del segundo –en parte porque sus fundamentos ideológicos han sido más implícitos que explícitos– es el sindicalismo empresarial. Este modelo, articulado con más fuerza en los Estados Unidos, pero con variantes en la mayoría de los países de habla inglesa, puede considerarse como la búsqueda autoconsciente del economicismo. Su argumento central es la prioridad de la negociación colectiva. Los sindicatos son, ante todo, organizaciones para la representación de los intereses profesionales, función que queda subvertida si su funcionamiento se subordina a proyectos sociopolíticos más amplios: por ello deben evitar toda implicación en la política. La articulación más clara de una ideología sindical empresarial se encuentra en la Teoría del movimiento obrero de Perlman (1928), donde condena las intervenciones de los socialistas, tanto revolucionarios como reformistas, como obstáculos para la «maduración de una «mentalidad» sindical» basada en la necesidad de los trabajadores de controlar colectivamente las oportunidades de empleo. Sin embargo, se pueden encontrar argumentos análogos en los esfuerzos de muchos sindicatos europeos continentales por afirmar su autonomía respecto de los partidos socialistas que los habían engendrado; o en la relación, a veces tensa, entre los sindicatos británicos y el Partido Laborista, en la que una estricta demarcación entre «política» y «relaciones industriales» a menudo se afirmaba celosamente a ambos lados de la división. La noción británica de «libre negociación colectiva» y el concepto alemán de «Tarifautonomie» implican que debería haber, como mucho, una relación de proximidad entre la esfera de la política del partido y la de la acción sindical.
En muchos aspectos, las ideologías históricamente enfrentadas del sindicalismo pueden considerarse variantes de un mismo tema: una triple tensión en el corazón de la identidad y la finalidad del sindicato. El triángulo eterno.
Tradicionalmente, la confrontación ideológica de los modelos de sindicalismo que compiten entre sí, ha poseído una dinámica autosuficiente. Cada modelo, encarnado en organizaciones sustanciales con tradiciones, principios y modos de funcionamiento heredados, ha adquirido con el tiempo una considerable inercia institucional. Sin embargo, en muchos aspectos, las ideologías históricamente enfrentadas del sindicalismo pueden considerarse variantes de un mismo tema: una triple tensión en el corazón de la identidad y la finalidad del sindicato. El triángulo eterno (figura 1).
Todos los sindicatos se enfrentan a cuestiones que se extienden en tres direcciones. Como asociaciones de asalariados, tienen como preocupación central regular la relación trabajo-salario: el trabajo que realizan y la remuneración que reciben. Los sindicatos no pueden ignorar el mercado. Pero como organizaciones de trabajadores, los sindicatos encarnan además una concepción de los intereses colectivos y de la identidad colectiva que separa a los trabajadores de los empresarios.
Independientemente de que respalden o no una ideología de división y oposición de clases, los sindicatos no pueden eludir su papel como agentes de clase. Sin embargo, los sindicatos también existen y funcionan dentro de un marco social que pueden aspirar a cambiar pero que limita sus opciones actuales. La supervivencia requiere la coexistencia con otras instituciones y otras constelaciones de intereses (incluso con las que algunos sindicatos pueden proclamar un antagonismo inmutable). Los sindicatos forman parte de la sociedad.
Todos los sindicatos se enfrentan a cuestiones que se extienden en tres direcciones. Como asociaciones de asalariados, tienen como preocupación central regular la relación trabajo-salario: el trabajo que realizan y la remuneración que reciben. Los sindicatos no pueden ignorar el mercado. Pero como organizaciones de trabajadores, los sindicatos encarnan además una concepción de los intereses colectivos y de la identidad colectiva que separa a los trabajadores de los empresarios.
En cierto sentido, cada punto del triángulo eterno conecta con un modelo distintivo de sindicalismo. Los sindicatos empresariales se centran en el mercado; los integradores, en la sociedad; los radicales-opositores, en la clase. Sin embargo, un organismo que se apoya en un solo punto es inestable. El sindicalismo empresarial puro rara vez ha existido, si es que lo ha hecho alguna vez; incluso si dedican principalmente su atención al mercado laboral, los sindicatos no pueden descuidar del todo el contexto social y político más amplio de las relaciones de mercado. Esto es especialmente evidente cuando las condiciones del mercado laboral se vuelven adversas, cuando los empresarios ya no aceptan corresponder en una negociación colectiva ordenada, o cuando grupos ocupacionales hasta entonces sólidos ven erosionada su posición tradicional. Los sindicatos, como vehículos de integración social, mantienen su existencia como instituciones autónomas solo en la medida en que sus identidades y acciones reflejan el hecho de que sus miembros, como empleados subordinados, tienen intereses económicos distintivos que pueden chocar con los de otros sectores de la sociedad. Aquellos sindicatos que abrazan una ideología de oposición de clase deben, no obstante (como se ha indicado anteriormente), buscar al menos un acomodo tácito dentro del orden social existente; y también deben reflejar el hecho de que sus miembros normalmente esperan que sus intereses económicos a corto plazo estén adecuadamente representados.
Los sindicatos realmente existentes han tendido a inclinarse hacia una mezcla, a menudo contradictoria, de dos de los tres tipos ideales. En otras palabras, se han orientado hacia un lado del triángulo: entre la clase y el mercado; entre el mercado y la sociedad; entre la sociedad y la clase.
De ahí que, en la práctica, las identidades e ideologías sindicales se sitúen normalmente dentro del triángulo. Los tres modelos suelen tener cierta aceptación; pero en la mayoría de los casos, los sindicatos realmente existentes han tendido a inclinarse hacia una mezcla, a menudo contradictoria, de dos de los tres tipos ideales. En otras palabras, se han orientado hacia un lado del triángulo: entre la clase y el mercado; entre el mercado y la sociedad; entre la sociedad y la clase. Estas orientaciones reflejan tanto las circunstancias materiales como las tradiciones ideológicas. En tiempos de cambio y desafío para los movimientos sindicales, puede producirse una reorientación cuando la tercera dimensión (sociedad), hasta ahora muy descuidada en la geometría del sindicalismo, ejerce quizás una mayor influencia. Esta es la principal explicación del carácter dinámico de las identidades e ideologías sindicales.
En los capítulos que siguen exploro esta dinámica evolutiva. Primero examino, a través de un amplio espectro de experiencias nacionales, las formas en que el mercado, la clase y la sociedad han dado forma a la identidad y la práctica sindical; luego, ofrezco una descripción sucinta de los desarrollos recientes en tres países: Gran Bretaña, Alemania e Italia. En cada caso –y en la experiencia internacional más genérica– la creciente inestabilidad en la relación triangular ha generado importantes retos para los sindicatos, al tiempo que quizás también ha abierto nuevas oportunidades.
Bibliografía
CROUCH, C. (1993) Industrial Relations and European State Traditions. Oxford: Clarendon Press.
DUFOUR, C. (1992) ‘Introduction’ en IRES, Syndicalismes: dynamique des relations professionnelles, pp. 9–32. Paris: Dunod.
HYMAN, R. (1994) ‘Changing Trade Union Identities and Strategies’ en R. Hyman y Ferner (eds.), New Frontiers in European Industrial Relations, pp. 108–39. Oxford: Blackwell.
HYMAN, R. (1995) ‘Changing Union Identities in Europe’ en P. Leisink, J. van Leemput y J. Vilrokx (eds.), Innovation or Adaptation: Trade Unions and Industrial Relations in a Changing Europe, pp. 53–73. Aldershot: Edward Elgar.
KRAVARITOU, Y. (1994) European Employment and Industrial Relations Glossary: Greece. Londres: Sweet and Maxwell.
LORWIN, L.L. (1929) Labor and Internationalism. Londres: Allen and Unwin.
PERLMAN, S. (1928) The Theory of the Labor Movement. Nueva York: Macmillan (hay traducción española, Aguilar 1962).
WEBB, S. y WEBB, B. (1894) The History of Trade Unionism. Londres: Longman. (hay traducción española, Ministerio de Trabajo 1990)
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Richard Hyman es profesor emérito de Relaciones Industriales en la London School of Economics, y una de las figuras más destacadas en la investigación de las relaciones laborales británicas y europeas durante las últimas cuatro décadas. Ha escrito extensamente sobre cuestiones de relaciones laborales comparadas, negociación colectiva, sindicalismo, conflicto industrial y política del mercado laboral. Destacan entre sus publicaciones: Strikes (Palgrave, 1989); con Rebecca Gumbrell-McCormick Trade Unions in Western Europe: Hard Times, Hard Choices (Oxford University Press, 2013); en español Relaciones industriales. Una introducción marxista (Blume, 1981). El texto aquí reproducido es el capítulo 1 de Richard Hyman Understanding European Trade Unionism. Between Market, Class and Society. London, Sage 2001. Traducido por Pere Jódar. Agradecemos al autor su autorización.
NOTAS
- Si esto parece una interpretación demasiado fuerte del término «dos partes», se puede hacer referencia al vocabulario griego de las relaciones industriales; aunque el término «interlocutores sociales» se ha hecho popular en algunos círculos, «los sindicatos y sus partidarios rechazan o evitan el término, y prefieren utilizar κοινωνικοí ανταγωνιοτε′ζ (antagonistas sociales) o κοινωυικοí αντíταλοι (adversarios sociales)» (Kravaritou, 1994: 132-3).
- N.T.: Trade union, sindicato en español; en su traducción literal trade es comercio, oficio, industria; y union, unión, organización. Por tanto, hace referencia a los primeros sindicatos de oficio.
- Sidney Webb (economista) y Beatrice Webb (socióloga) fueron un matrimonio de pensadores y activistas fundadores de la Sociedad Fabiana, embrión socialista del Partido Laborista británico; también militaron en el ámbito de los sindicatos (con algunos textos básicos sobre la cuestión) y el cooperativismo.
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