Por CÉSAR RENDUELES
¿Cómo valora la situación actual de la izquierda política y social en Europa?
Creo que hay dos procesos que afectan a la izquierda de todo el continente de forma distinta y en diferente medida y que tienen características peculiares en nuestro país.
El primero es el cierre de lo que se llamó la “ventana de oportunidad” política que se abrió tras la crisis de 2008 en Grecia, España, Portugal y tal vez algún otro país.Aunque ya casi cuesta creerlo, hace poquísimo el sur de Europa fue percibido como un laboratorio de contrahegemonía en el que actores políticos, quizás no mayoritarios, pero sí con una amplia capacidad de interpelación social, aspiraron a aprovechar el impasse abierto por la crisis económica para impulsar transformaciones sociales de largo alcance.La izquierda europea de pronto se encontró con experiencias cercanas de movilización popular capaces de desafiar –finalmente con poco éxito–a las instituciones políticas y financieras dominantes. Ese momento histórico ha pasado, creo que es importante evitar cualquier autoengaño al respecto, pero el eco de esa posibilidad truncada explica la situación tan extraña en la que se encuentra la izquierdaespañola. Por primera vez en la historia reciente de este país hay fuerzas políticas a la izquierda del PSOE que participan del Gobierno. Es algo realmente insólito, que hace no mucho parecía ciencia ficción, en un país cuya columna vertebral política era el bipartidismo. Sin embargo, esa participación en el gobierno se da en un momento de enorme debilidad de los movimientos sociales progresistas.
Evidentemente, no es algo casual: la presencia de las fuerzas del cambio en el gobierno sólo ha sido aceptable en su momento de bajamar, cuando su capacidad de intervención transformadora se ha visto muy disminuida. Tenemos compañeros de viaje a cargo de ministerios, pero no capacidad de movilización para acompañarlos, presionarlos y defender las políticas que esperamos que pongan en marcha. Los liderazgos, por virtuosos que sean, difícilmente pueden impulsar cambios de gran calado si no van acompañados de dinámicas complejas de movilización social. Sin una masa social que exija a los partidos y a sus líderes que desarrollen una agenda ambiciosa y que defienda ese programa de los ataques de los medios de comunicación o de los poderes económicos las políticas de cambio quedan abandonadas a la habilidad legislativa y negociadora de algunas personas.
Lo alarmante es la incapacidad de la izquierda para disputar esas reconfiguraciones del tablero ideológico a través de la autoorganización y la movilización social
El segundo proceso de largo recorrido que determina la situación de la izquierda europea es, por supuesto, el ascenso de la derecha radical.No sólo porque supone un desafío para la democracia sino, más directamente, porque hay una interferencia entre las dinámicas de movilización de la izquierda y la nueva extrema derecha. Resulta simplificador y desencaminado afirmar sin más, como a menudo se hace, que la extrema derecha moviliza a las clases populares. En muchos lugares no es así: Trump se benefició de fugas muy localizadas en el voto obrero demócrata que inclinaron la balanza a su favor y Bolsonaro recibió sus mayores apoyos entre los sectores sociales más privilegiados. Lo que sí es cierto es que los partidos de la derecha radical intentan, y a veces consiguen, incluir a una parte de las clases populares en nuevas alianzas y relaciones de hegemonía, casi siempre enfrentado a los distintos perdedores de la crisis con un discurso racista, nacionalista y autoritario. Esto es particularmente cierto en Europa occidental, en donde el bastión de la extrema derecha es, desde hace un par de décadas, la clase obrera (sobre todo, industrial), seguida por los pequeños empresarios. Como ha mostrado Daniel Oesch este apoyo es simétrico al que disfrutan los partidos de izquierda verde y alternativa entre los profesionales socioculturales (trabajadores de la enseñanza, la sanidad, el bienestar o la cultura). Es posible que estemos a las puertas de una reconfiguración de las bases sociales del conflicto político con el desarrollo de una división cultural entre un comunitarismo tradicionalista neautoritario y un cosmopolitismo liberal y universalista, que se añadiría al eje económico tradicional de redistribución frente a libre mercado. En España ese es un proceso incipiente que se engarza en las propias batallas internas de la derecha –las aspiraciones de relevo generacional, la batalla entre el ayusismotrumpista y el aparato del PP–y no sabemos a dónde conducirá. Lo alarmante es la incapacidad de la izquierda para disputar esas reconfiguraciones del tablero ideológico a través de la autoorganización y la movilización social.
¿Cuál debería ser el Plan de Acción de la(s) izquierda(s) europea(s) si pretende que su proyecto emancipatorio alcance la hegemonía?
Los procesos de cambio político responden a una combinación extraña de ingeniería, astucia colectiva y suerte, mucha suerte. Creo que solemos dar demasiada importancia a los programas y estrategias y menospreciamos el efecto del azar y del contexto en las dinámicas políticas.No obstante, creo que hay algunos aprendizajes duraderos que podemos sacar de la última década y que podríamos aplicar con inteligencia y sentido común en el futuro. Tal vez el más importante es el fracaso del populismo como estrategia organizativa y su éxito como forma discursiva. Me refiero a que la idea, que en cierto momento tuvo cierta difusión, de que es posible impulsar un proyecto emancipatorio construyendo una organización “más allá de la izquierda y la derecha” se ha demostrado básicamente errónea. Al menos en España, la gente sigue identificándose en términos de izquierda y derecha hoy igual que hace treinta años y eso se refleja en la inmovilidad de los bloques electorales durante las últimas décadas.
Creo que el principal déficit que padecemos es organizativo. En ese aspecto creo que ha habido una cierta involución
Pero además de una estrategia electoral el populismo se planteó también como un estilo novedoso de argumentación pública, y esa sí me parece una innovación valiosa para la izquierda.Desde 2008 las fuerzas del cambio – en España y Grecia, pero no sólo– trataron de reelaborar la crítica de los déficits democráticos de la sociedad mediante un discurso alejado de los lugares comunes de la izquierda clásica que no repeliera a quienes no compartieran ciertos códigos simbólicos. Esta apuesta por “la transversalidad” ofrecía la promesa de ampliar el apoyo social más allá de las lealtades ideológicas tradicionales a cambio de ciertas disyuntivas: de qué asuntos prescindir, qué aspectos limar o qué marcos asumir para llegar a toda esa gente y ganar su apoyo. Seguramente, esa apuesta por difuminar las dinámicas identitarias para intentar construir mayorías sociales amplias es una lección duradera que podría sobrevivir a las peripecias electorales y activistas de la última década.
En cualquier caso, creo que el principal déficit que padecemos es organizativo. En ese aspecto creo que ha habido una cierta involución.La renovación de las fuerzas progresistas durante la década pasada se expresó a menudo como una propuesta de transformación organizativa. Frente al descrédito de los partidos tradicionales se ofrecía la promesa de una “nueva política”. De nuevo, los detalles de esa renovación nunca estuvieron claros, pero al menos, implicaba un cambio profundo de los partidos que acabara con las jerarquías y burocracias que los separaban de la gente corriente. En esa dirección iban el uso generalizado de elecciones primarias, el recurso a referéndums y consultas, y la flexibilización de las formas de participación. Con muy pocas excepciones, estas innovaciones han concluido con un fracaso sin paliativos:han servido para concentrar el poder tanto o más que en los partidos tradicionales y han propiciado un faccionalismo autodestructivo que ha alimentando una crisis permanente. De hecho, los debates internos fruto de esos problemas han contaminado los análisis y las evaluaciones de las experiencias de gobierno: se ha dedicado mucha más atención a las desavenencias estratégicas o las luchas entre camarillas que a los límites a los que se han enfrentado esos gobiernos y a los dilemas que han tenido que afrontar.
Ambos aprendizajes –la transversalidad discursiva y los déficits de institucionalidad– me parecen esenciales para que las izquierdas europeas afronten su mayor desafío:luchar contra la crisis ecosocial
Ambos aprendizajes –la transversalidad discursiva y los déficits de institucionalidad– me parecen esenciales para que las izquierdas europeas afronten su mayor desafío:luchar contra la crisis ecosocial –y evitar así los peores efectos del colapso ambiental–mediante un proyecto político ecosocialista que impulse una transición ecológica rápida, eficaz y justa.
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César Rendueles. Filósofo, sociólogo, ensayista y profesor de sociología en la Universidad Complutense de Madrid. Entre sus numerosas obras, destacamos: Sociofobia (Capitán Swing, 2013), Capitalismo canalla (Seix Barral, 2015), En bruto. Una reivindicación del materialismo histórico (Los Libros de la Catarata, 2016), Contra la igualdad de oportunidades (Seix Barral, 2020).