Por JORGE RIECHMANN
¿Cómo valora la situación actual de la izquierda política y social en Europa?
Me parece una osadía generalizar en mi caso: me falta mucha información sobre demasiados lugares en Europa. Pero mi impresión es que la muy débil respuesta que pudo articular el “partido de la igualdad” (de la igualibertad, si se quiere precisar un poco) frente a la mayor crisis reciente del capitalismo, la crisis financiera y económica que comenzó en 2008 evidenció una debilidad extrema de la izquierda; y eso por desgracia no ha cambiado significativamente en los años posteriores.
La mayor parte de las izquierdas no acaban de situarse “a la altura de nuestro tiempo”, me temo. Dos términos clave, dos palabras inglesas, condensan el cambio de posición de la humanidad en el planeta Tierra, en la segunda mitad del siglo XX (esa fase de la historia humana que solemos llamar Gran Aceleración). La primera palabra es overkill: capacidad de “sobremuerte” con las armas de destrucción masiva. La tecnociencia pone a nuestro alcance la destrucción de la entera especie humana no una sino varias veces (si tal cosa fuese posible). Esta capacidad de destruir a un enemigo (o a la especie humana entera) repetidas veces en el contexto de una guerra nuclear existe desde los años 1950, cuando EE. UU. y la URSS podían amenazarse con la destrucción mutua asegurada; ahora “China también quiere incorporarse al club exclusivo de las dos superpotencias con suficiente munición como para destruir ellas solas el planeta entero” (noticia de prensa, 1 de agosto de 2021).
La crisis financiera y económica que comenzó en 2008 evidenció una debilidad extrema de la izquierda
La segunda palabra es overshoot: extralimitación ecológica, desbordamiento de los límites biofísicos del planeta Tierra. La demanda colectiva humana se sitúa por encima de la biocapacidad de la Tierra desde los años 1970-1980. Alguien tan sagaz como Pankaj Mishra puede escribir que “la descolonización fue el acontecimiento más importante del siglo XX” (artículo en prensa, 29 de agosto de 2021), pero diría que yerra: overkill y overshoot fueron lo más importante que pasó en el siglo XX –para nuestra desgracia.
Vivimos en las condiciones de la Gran Desproporción, en el Siglo de la Gran Prueba, y diría que no atinamos ni con el diagnóstico ni con las propuestas de acción. Las izquierdas del siglo XXI deberían ser antiproductivistas, antiextractivistas, decrecentistas –pero apenas sectores minúsculos se sitúan en esas posiciones. Para no tocar los beneficios del capital y la rentabilidad de las “inversiones” de los rentistas, se arriesga la completa destrucción del mundo. “Esto no da más de sí” sería el resumen informal con que cabe concluir los debates entre desarrollismo y decrecimiento a lo largo de los últimos decenios. Pero en el intento de seguir creciendo, destruimos la biosfera terrestre –y la atmósfera, y la geosfera, y la hidrosfera, y la criosfera… Degradamos trágicamente a Gaia.
Vivimos en las condiciones de la Gran Desproporción, en el Siglo de la Gran Prueba, y diría que no atinamos ni con el diagnóstico ni con las propuestas de acción (…) No se trata de “salvar el planeta”. Se trataría de resituar a la humanidad moldeada por el capitalismo
Crisis ecológico-social: a ver si nos enteramos, la cosa no va de pasar una ola de calor de vez en cuando. Va de morir de hambre en un mundo progresivamente inhabitable. Podemos reaccionar para evitar los peores escenarios infernales; pero eso significa que casi nada, en nuestros vínculos sociales (intramuros) y nuestra inserción en la biosfera (extramuros), puede seguir siendo como ha sido…
No se trata de “salvar el planeta”. Se trataría de resituar a la humanidad moldeada por el capitalismo (desde su mala posición o su mala postura actual) de manera que podamos tener algún futuro en el tercer planeta del Sistema solar. Hoy las perspectivas son las de un colapso ecológico-social cataclísmico: he tratado de ofrecer algunos elementos de análisis en mi libro Otro fin del mundo es posible y en otros textos e intervenciones.
Desde su punto de vista, ¿cuál debería ser el Plan de acción de la(s) izquierda(s) europea(s) si pretende que su proyecto emancipatorio alcance la hegemonía?
Hay una cuestión previa, por no decir una aporía, que apenas sabemos abordar. Para hacer frente a la crisis económica agravada por la pandemia de covid-19, y a medida que va enconándose la doble crisis climática y energética (lo que se ve venir da mucho, muchísimo miedo), las elites euro-norteamericanas han puesto en marcha algo que tiene elementos de cambio estructural: se intenta una sedicente transición “verde y digital”.
El 14 de julio de 2021 la Comisión Europea aprobó una serie de medidas encaminadas a reducir las emisiones de GEI (Gases de Efecto Invernadero), que previsiblemente encarecerán el suministro energético y todo lo que depende de él (incluyendo el transporte y bienes tan fetichizados por las sociedades industriales como el automóvil). Según comentó la prensa esos días, “las instituciones comunitarias temen que el castigo fiscal a suministros y servicios indispensables acabe provocando una revuelta similar a la de los chalecos amarillos en Francia, pero a la escala de todo el continente. ‘Es realmente fácil hacer propaganda negativa a partir de las propuestas que hemos adoptado’, reconocía el comisario europeo de Economía (…). La propuesta de incorporar los edificios y el transporte a un mercado de emisiones aumentaría ligeramente la factura de conductores y hogares si el precio por tonelada de CO2 se sitúa en 30 euros. Pero la subida sería drástica si el derecho de emisión se eleva a 70 euros (…). Las recientes polémicas en España por el incremento en la factura de la luz muestran que cualquier de las propuestas de la Comisión puede ser la chispa de un incendio difícil de controlar.”
Es obvio que el Plan A, seguir como hasta ahora (BAU son las siglas de Business As Usual) en el uso de la energía y todo lo que éste lleva consigo, ya no funciona (…) El problema es que el Plan B que despliegan iniciativas de la Comisión Europea como las ahora reseñadas, o las análogas del Ministerio de Transición Ecológica en España, tampoco sirve
Es obvio que el Plan A, seguir como hasta ahora (BAU son las siglas de Business As Usual) en el uso de la energía y todo lo que éste lleva consigo, ya no funciona –aunque la mayoría de nuestras sociedades siga sin asumirlo. Sólo razonar con un poco de realismo sobre el binomio energía-clima nos lleva rápidamente a esa conclusión.
El problema es que el Plan B que despliegan iniciativas de la Comisión Europea como las ahora reseñadas, o las análogas del Ministerio de Transición Ecológica en España, tampoco sirve. Se basa en premisas falsas (al menos según se están transmitiendo estas medidas a la sociedad): que es posible una transición energética al “100% renovable” sin merma del crecimiento económico, la prosperidad capitalista ni el bienestar ciudadano en una bien ordenada e inclusiva Sociedad de la Mercancía.
Pero no es así. Ni la fuerza del sol, ni la del viento (ni por descontado los agrocombustibles, ni nada de lo que técnicamente está a nuestro alcance), pueden sustituir a la energía superconcentrada de los combustibles fósiles, acumulada en el seno de la Tierra a lo largo de cientos de millones de años. Se trata de un regalo geológico irremplazable, y al mismo tiempo un regalo envenenado (tragedia climática). Así que la larga fase de descenso energético en cuyos prolegómenos ya nos encontramos nos llevará, o por las buenas o por las malas, a sociedades energética y materialmente más austeras.
¿No hay salida? Sí, en teoría: un decrecimiento rápido con niveles inéditos de igualación social (es decir, una rápida transición a una sociedad poscapitalista energética y materialmente austera: lo que yo llamo ecosocialismo descalzo). Ser capaces de asumir, por ejemplo, que el automóvil privado fue un lujo pasajero (para apenas una parte de la humanidad) que las sociedades sustentables sencillamente no pueden permitirse. Por ahí iría el Plan C que hoy parece del todo inabordable.
¿No hay salida? Sí, en teoría: un decrecimiento rápido con niveles inéditos de igualación social (…) Descarbonizar de verdad quiere decir aceptar empobrecerse
Hoy necesitaríamos situar los debates estratégicos sobre transiciones (y colapsos) bajo nuevas condiciones de contexto que en general las fuerzas de izquierda ignoran (porque nos complican extraordinariamente la vida, y quizá nos desesperan en extremo): 1) constricciones ecológicas, especialmente el descenso energético; y 2) ya no hay (apenas) tiempo, como se advierte de forma especial si analizamos la tragedia climática en curso (decenio 2020-2030 como plazo).
Descarbonizar de verdad quiere decir aceptar empobrecerse. Como eso está fuera del horizonte de nuestras sociedades, arremeteremos de manera aún más brutal contra la trama de la vida en Gaia, y ni aun así lograremos evitar la catástrofe climática. ¿Quién está hoy proponiendo una perspectiva semejante –vale decir, quién está haciéndose cargo de la realidad? ¿Quién dice la verdad a sociedades que padecen una intensa ceguera energética? ¿Dónde hallamos un poco de realismo termodinámico y biofísico? No en las elites capitalistas (al menos no en sus manifestaciones públicas), pero tampoco en las confundidas (y minuciosamente des-educadas durante decenios) mayorías sociales. Ni en los países del Norte ni tampoco en los del Sur global.
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Jorge Riechmann. Poeta, traductor, ensayista, ecologista, doctor en Ciencias Políticas; ejerce como profesor de Filosofía Moral y Política en la Universidad Autónoma de Madrid. Entre sus numerosísimas publicaciones destacamos: Grafitis para neandertales (Eolas, 2019), Z (Huerga y Fierro editores, 2021); Un lugar que pueda habitar la abeja. Entrevistas con Jorge Riechmann (Ed. de Alberto García Teresa; La Oveja Roja, 2018), Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros (MRA Ediciones, 2019) e Informe a la Subcomisión de Cuaternario (Árdora, 2021).