Por JAVIER PUEYO
La cuestión juvenil ha vuelto a entrar en los últimos tiempos en el debate público. Hay quienes se preguntan cómo es posible que las generaciones que constituyen “el futuro” de España -¿qué hay de su presente?- vayan a vivir peor que sus padres y deban soportar estas tasas de paro y temporalidad tan disparatadas, esta imposibilidad de emanciparse y planificar proyectos de vida propios y estos niveles de incertidumbre que perturbarían la serenidad del más avezado de los seguidores de la escuela estoica. “¿Qué herencia estamos dejando a quienes vienen detrás?”, deslizan algunas voces con la impotencia con la que se observa un desastre meteorológico.
Ocurre hoy, como ocurrió tras la crisis de 2008 y -en términos diferentes, pero no opuestos en el fondo- desde dos décadas antes de que el sistema financiero arrastrara tras de sí las ilusiones cebadas ya en los noventa por aquella coalición perfecta de apóstoles del fin de la historia y de pretendidos artífices de milagros económicos. Milagros, por cierto, que acabaron resultando burdos trucos de magia no mucho más sofisticados que los de los tahúres que nos entretienen en las calles preguntándonos dónde está la bolita.
Pero el problema de algunos de estos debates es que tienden a quedarse en explicaciones superficiales, cuando no interesadas: si la causa del desastre no es una crisis financiera, es el impacto de la pandemia sobre la economía. Y si no la dualidad del mercado de trabajo que debe resolverse a través de la demolición de los derechos de quienes aún los conservan o la falta de formación o de espíritu emprendedor de la juventud. En síntesis: fenómeno meteorológico, conflicto intergeneracional o carencias de los propios jóvenes que en el mejor de los casos habrán de abordarse a través de las políticas activas de empleo o de algún plan de choque ideado al efecto.
Hay quienes se preguntan cómo es posible que las generaciones que constituyen “el futuro” de España -¿qué hay de su presente?- vayan a vivir peor que sus padres y deban soportar estas tasas de paro y temporalidad tan disparatadas, esta imposibilidad de emanciparse y planificar proyectos de vida propios
Sin embargo, la cuestión es más compleja. No parece posible realizar una aproximación comprehensiva a la situación global de la juventud española obviando su propia heterogeneidad -en términos de capital cultural, económico y social- y sus distintos orígenes de clase. ¿El código postal en el que nacemos y nos criamos no influye en nuestra renta, en el nivel de estudios alcanzados o en nuestra trayectoria laboral en la edad adulta? ¿El conjunto de las políticas públicas de cada país y la fortaleza de sus estados de bienestar no juegan un papel relevante para asegurar la equidad desde la infancia y compensar la herencia social derivada de los recursos -no sólo económicos- de nuestra propia familia?
También es necesario reflexionar sobre por qué las tasas de paro y temporalidad juveniles en España llevan lustros doblando la media general, de igual modo que vienen descendiendo los salarios, y eso después de multitud de reformas desregularizadoras justificadas precisamente con el pretexto de favorecer la creación de empleo, reducir la dualidad laboral y mejorar la inserción en el mercado de trabajo de quienes han concluido sus estudios. ¿Cuáles han sido las consecuencias de las políticas desarrolladas en las últimas décadas, incluidas las dos últimas reformas laborales? ¿Han contribuido a avanzar hacia el pleno empleo o tal aspiración ya ni siquiera se sitúa en el horizonte? ¿Han empeorado o mejorado nuestra realidad? ¿O es que no han tenido ningún efecto y han resultado ser reformas homeopáticas?
A nuestro juicio, del debate sobre la cuestión juvenil no puede tampoco escapar un análisis del tejido productivo español, de la pérdida de peso de la industria, de la insuficiente relevancia del sector público en el conjunto de la economía y de la sociedad y del escaso desarrollo de los sectores más vinculados al conocimiento. ¿Una parte de la juventud está sobrecualificada o es que nuestro tejido empresarial no es capaz de absorber el conocimiento y de competir si no es a través de la intensificación del trabajo, de una creciente devaluación salarial y de un intento cada vez más descarado de huir del Derecho del Trabajo para avanzar en la mercantilización de las relaciones asalariadas?
¿Cuáles han sido las consecuencias de las políticas desarrolladas en las últimas décadas, incluidas las dos últimas reformas laborales?
Sería ingenuo, por otra parte, pensar que las identidades vinculadas al trabajo -y no sólo al trabajo- de quienes hoy son más jóvenes no se han visto, se ven o se verán afectadas de un modo u otro por una realidad tan condicionada por el paro y la precariedad; por la crisis de expectativas derivada de aspiraciones quebradas y trayectorias laborales y vitales que ya no se pueden dar como en generaciones precedentes; por la dificultad para acceder a una vivienda, emanciparse y planificar proyectos de vida autónomos; o por las transformaciones productivas y tecnológicas, también culturales, registradas en las últimas décadas. En este sentido, creemos que resulta más que oportuno preguntarse de qué manera se articulan hoy las biografías y subjetividades de quienes están ahora transitando hacia la juventud o hacia la edad adulta.
Fruto de todos estos interrogantes y reflexiones nos lanzamos meses atrás a pensar y elaborar el libro Vidas low cost: ser joven entre dos crisis, editado por la Fundación 1º de Mayo y La Catarata de los Libros. Con el propósito de analizar con rigor algunas cuestiones que nos parecen pertinentes para enriquecer el debate al que aludíamos al inicio contamos con la valiosa aportación de varios académicos que, con sus distintos enfoques, diseccionan en tres capítulos -diferentes pero del todo complementarios- asuntos relacionados con el ascensor social y la equidad educativa, como elementos fundamentales para asegurar la igualdad y evitar que nuestro origen de clase condicione el resto de nuestras vidas; con la precariedad juvenil pero también con sus condiciones de posibilidad y de agravamiento, vinculadas tanto a la naturaleza como a las transformaciones del capitalismo; y con la configuración de las trayectorias, percepciones e identidades juveniles en el presente, y el rol que el trabajo juega en ellas.
Y, más allá del análisis académico, dos jóvenes periodistas, Sara Montero y Ana Iris Simón, contribuyen a poner en relación todas estas cuestiones con la historia reciente y con el actual contexto de nuestro país, en el primero de los casos, y con la propia experiencia vital de quien ha padecido en carne propia ese desconcierto social y laboral que en última instancia es ya la triste realidad de más de una generación.
No parece que la degradación social y laboral constituya ya sólo un peaje temporal; más bien se observa que se va articulando como una condición vital con vocación de permanencia
Con este libro, en definitiva, tratamos de dar algunas claves que ayuden a entender que no estamos frente a un fenómeno meteorológico ante el que sólo quepa la resignación (hay políticas que nos han traído hasta aquí; escojamos otras para salir) ni tampoco ante una problemática de la que se deba responsabilizar a quienes hoy son jóvenes.
Porque hasta ahora nos hemos referido a la “cuestión juvenil”, dando continuidad a aquella presunción que nos llevaba a pensar que la precariedad era un peaje más o menos asumible que había que pagar -y posteriormente superar- para incorporarse al mercado de trabajo. Pero no parece que la degradación social y laboral constituya ya sólo un peaje temporal; más bien se observa que se va articulando como una condición vital con vocación de permanencia. Se trata de un problema estructural que hoy afecta mayoritariamente -aunque ni siquiera de forma exclusiva- a las personas jóvenes, pero que si no se ataja de forma decidida afectará mañana al conjunto de la clase trabajadora. Es un debate de fondo, profundamente ideológico, en absoluto coyuntural, sobre qué sociedad tenemos y qué sociedad queremos.
La obra a la que nos referimos, lejos de ser ajena al movimiento sindical, nace de la preocupación, pero también de la ocupación cotidiana de las Comisiones Obreras, que ya vienen actuando con fuerza para mejorar las condiciones de la periferia del mundo del trabajo y de quienes se hallan en una situación más precaria. ¿Qué si no son las batallas por la subida del salario mínimo, por una Ley que entienda la vivienda como un derecho humano y constitucional y no como un bien de mercado o por la laboralización de los falsos autónomos y de los falsos becarios, por citar sólo algunas de las más visibles en la actualidad?
Este escenario de salida de la pandemia resulta particularmente propicio para cuestionar la hegemonía neoliberal
Sin embargo, la acción que desarrolla el sindicato -también promoviendo la organización colectiva de la juventud- debe acompañarse de un análisis que nos permita tomar algunos pasos de ventaja. Y este escenario de salida de la pandemia resulta particularmente propicio para cuestionar la hegemonía neoliberal que nos ha traído hasta aquí y, de tal modo, repensar también las bases estructurales sobre las que queremos construir la España -y la Europa- de las próximas décadas.
A los jóvenes, y con ellos al resto de quienes vivimos o aspiramos a vivir de nuestro trabajo, nos va la vida en ello.
[Este texto es una revisión de la presentación que el propio autor realizó para un estudio colectivo de publicación reciente sobre la situación de la juventud española y que, desde nuestro punto de vista, vale mucho la pena conocer; se trata de Javier Pueyo, Sara Montero, Xavier Martínez-Celorrio, Jaime Aja Valle, José Hernández Ascanio, Eduardo Sánchez Iglesias, Elsa Santamaría-López, Izaskun Artegui-Alcaide, Ana Iris Simón (2021) Vidas low cost: ser joven entre dos crisis. Madrid, Fundación 1º de Mayo – Los libros de la Catarata]
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Javier Pueyo. Periodista, coordinador de ‘Vidas low cost»: ser joven entre dos crisis (2021) y adjunto a la Secretaría Confederal de Juventud y Nuevas Realidades del Trabajo de CCOO.