Por JAVIER ARISTU
Esta primavera (escribo la reseña en mayo) de 2021, cargada de amenazas y tensiones por todos lados, nos trae la novedad de un librito cuanto menos “extraño” en el panorama de las publicaciones españolas de corte político o teórico. Se titula La ruptura. El fracaso de una (re)generación, y su autor es un publicista ya con cierto nombre en nuestra ágora pública, Ramón González Férriz, autor de títulos que no pasaron desapercibidos: La trampa del optimismo. Cómo los años noventa explican el mundo actual, 1968. El nacimiento de un mundo nuevo y La revolución divertida. El librito en cuestión, La ruptura, no tiene más de cincuenta páginas; podría entrar en esa serie de publicaciones que llaman los anglosajones pamphlet y nosotros folleto u opúsculo, dedicadas a resaltar y analizar una realidad muy inmediata y con ánimo de activar una determinada reacción en la sociedad. Tiene además la particularidad de que se ha editado solo en versión electrónica porque según el propio autor, dice en algún comentario que he leído en redes, «eran pocas páginas para una edición clásica en papel.»
En este texto se habla de un grupo de jóvenes universitarios, formados, muy formados, y expertos en el área de la politología y la comunicación política, con ganas de constituirse en grupo influyente en la España de la segunda década del siglo XXI y fundamentados en un marco conceptual que podemos denominar “centro reformista” o “reformador progresista”. Este grupo es paralelo al que se forma, también por los mismos años, en torno a las movilizaciones del 15M y que luego se articuló políticamente en torno a Podemos. Hablamos de los años que van entre 2014 y 2019, un ciclo que, aunque corto históricamente, tendrá una gran influencia en la esfera política española; concretamente entre las elecciones andaluzas de 2015, las generales de ese mismo año y las generales de noviembre de 2019 que dan paso al primer gobierno de coalición de izquierdas. En resumen, cuatro elecciones generales en cuatro años, un verdadero récord.
En este texto se habla de un grupo de jóvenes universitarios, formados, muy formados, y expertos en el área de la politología y la comunicación política, con ganas de constituirse en grupo influyente en la España de la segunda década del siglo XXI
Estamos, por tanto, ante un fenómeno político –el de la configuración de elites de pensamiento y acción influyentes– que si no es nuevo en la historia de España sí es desde luego desconocido por las formas, procedencias y ámbitos por donde se desarrolla ese fenómeno. Hablamos de universitarios con estudios en el extranjero, cuya influencia se debe a su capacidad intelectual individual, su difusión a través de las nuevas redes sociales y medios digitales de infopinión y, no en todos los casos, su activismo en los nuevos partidos surgidos a partir de la crisis de esos años, especialmente Ciudadanos y Podemos. De esta última formación se ha escrito bastante, para bien y para mal; mucho menos hemos leído referente a esos grupos de jóvenes intelectuales que se comprometen con la acción política desde paradigmas de liberalismo democrático, proyectos reformadores o simple centrismo político. Este libro de GónzálezFérriz habla de esto último y por ello es interesante comentar y destacar algunos aspectos.
Para empezar, y no es asunto baladí, este grupo de jóvenes graduados y casi todos profesores en centros españoles o extranjeros –nos cuenta el autor– «entonces estaban muy lejos del poder y de los puestos de decisión en universidades, periódicos o empresas, creía que podían aportar una especie de base intelectual a esa forma de modernización.». No eran militantes ni afiliados de los partidos entonces en el sistema político (PP, PSOE, Izquierda Unida…). Al contrario, «la mayoría no tenían una filiación política explícita y seguramente muchos no se habrían sentido identificados como ideólogos juniors de esa hipotética alianza entre socialdemócratas y liberaldemócratas». Estamos ya situados: esa generación de universitarios que se han integrado en la reproducción universitaria (profesores precarios, jóvenes doctorados, aspirantes a una titularidad en el departamento, escritores de artículos en revistas a fin de adquirir currículo, tertulianos en algunos casos para explicar a los indoctos los arcanos de una encuesta electoral) y que aspiran –aquí está una parte de lo novedoso– a influir en la política «para reformar España». Dicho con toda claridad: «pertenecíamos a una especie bastante común en Madrid y en todas las capitales: aspirantes a ocupar lugares relevantes en el debate público, a impulsar sus ideas y a ganarse la vida con ello.»
Descontentos con «el sistema PP-PSOE» tratan de construir unos nuevos sujetos políticos y culturales y unas nuevas palancas de acción a través de los cuales puedan aplicar su ideario y su proyecto: los suyos serán Ciudadanos y, cuando se celebren las elecciones de 2019, el PSOE dirigido por Pedro Sánchez. El momento cumbre de este proceso será tras las elecciones de diciembre de 2016 y el abortado proyecto de coalición entre PSOE y Ciudadanos (130 escaños sobre el total de 350) tras del cual se incrementará la crisis política e institucional (gobierno de Rajoy en minoría con abstención socialista, dimisión de Pedro Sánchez, competitividad en el marco del centroderecha y de la izquierda, etc.) de la que seguramente todavía no hemos salido. Aquel proyecto político que suponía el pacto entre el PSOE de Sánchez y el Ciudadanos de Rivera fue precisamente el que defendieron estos universitarios que desde diversos medios, plataformas y publicaciones apostaron por esta salida «regeneracionista y reformadora» según sus propias definiciones.
El asunto no es baladí y puede ser motivo de reflexión a largo plazo. ¿Por qué no fue posible aquel proyecto y aquel programa? ¿Era indispensable apostar por aquel «gobierno reformador» que dejara sin resolver, o aplazadas, otras cuestiones que desde una izquierda radical parecían entonces de primer orden? Visto a la altura de estas semanas de mayo de 2021, con la panorámica que da los sucesos que han ocurrido en estos cuatro años (pandemia, ascenso de Vox, aniquilación de Ciudadanos, debilitamiento hasta casi la extenuación de Podemos, protagonismo de Ayuso y alianzas de la derecha con Vox, destrucción de cualquier tipo de vida política inteligente en Cataluña, etc. etc.) uno se pregunta si aquellas elecciones de junio de 2016 –las que dieron el triunfo relativo a Rajoy y la dimisión de Pedro Sánchez– fueron necesarias o podían haber sido evitadas mediante, por ejemplo, un «gobierno amplio» de los tres partidos que se enfrentaban al PP (PSOE, Podemos, Ciudadanos) o bien mediante el apoyo externo de Podemos a aquel «gobierno reformador», que habría supuesto una mayoría, más o menos estable ciertamente, de 200 diputados. Uno ve, a la altura de hoy, ese gobierno italiano de Draghi con fuerzas tan diversas sentadas en el mismo banco y tras un programa de reformas bajo el manto del NextGenerationEU y seguramente se le eleva la melancolía. «España y yo somos así», escribió Marquina…
La mayoría son influencers que, a través de sus artículos, tertulias, informes pagados por empresas, opiniones en medios tratan de remodelar el futuro del país
Santos Juliá es cita de autoridad a la que recurre González Férriz. Cuando en aquel 2016 ya se veía el desastre al que nos había llevado el gobierno de Rajoy pero no aparecía fácil una salida parlamentaria, el historiador ya desaparecido, con el título de “Romper con la vieja política”, escribía un artículo en el semanario digital Ahora que precisamente dirigía entonces GonzálezFérriz. Allí Juliá apostaba por una solución político-parlamentaria a partir de un gobierno de PSOE-Ciudadanos: «solo un gobierno que sea capaz de quebrar la divisoria excluyente izquierda/derecha, propia de la vieja política bipartidista y presente en la política española como una especie de tabú desde hace tres décadas, estará en condiciones de emprender el puñado de reformas necesarias para sacar a la democracia de la trampa de confianza a la que se arrojó alegremente desde los años 90 del siglo pasado.» Se puede discutir y cuestionar esa perspectiva y esa propuesta que defendía Santos Juliá en 2016 pero pocos dudarán acerca de la necesidad de reflexionar a fondo y seriamente sobre esos presupuestos. El corto ciclo que nos ha traído a este terrible 2021 confirma la importancia de aquel aserto. Hoy estamos en cierto modo peor que en 2016: la brecha política se ha ensanchado, han desaparecido protagonistas mediadores y hoy, más que la técnica del diálogo y la conversación; prima la cultura populista del grito y el insulto.
Aquello, lo de un encuentro de fuerzas diversas a favor de un proyecto político reformador y moderado, no fue posible porque precisamente las dos fuerzas nuevas, los exponentes de aquella «nueva política» habían nacido no para la colaboración sino para la ruptura del marco establecido. Unos, Podemos, empeñados en una contienda antisistema que trataba de generar el sorpasso del PSOE y no se permitía, entonces, ninguna veleidad colaborativa con el mismo desde posiciones que no fueran de subordinación del partido de Pedro Sánchez; otros, Ciudadanos, lanzados a la empresa de rivalizar con el PP por la derecha y convertir a Podemos –luego sería el PSOE– en talismán de todos los males. Han pasado cinco años de aquello y tenemos delante los resultados de aquellos procesos y de aquellas decisiones. ¿Estamos mejor o estamos peor? Que el lector saque sus consecuencias.
En aquellos momentos de 2016 un pequeño grupo de jóvenes universitarios trató de, a su manera, dar un cambio a la manera de hacer política. Y, curiosamente, con un estilo político que nos recuerda más a tiempos pretéritos, de minorías ilustradas –aquellos años donde predominaban figuras como Ortega y su Agrupación al Servicio de la República– que a tiempos de democratización universal de los medios y las formas de hacer política. De todo ese grupo que nos detalla González Férriz –grupo que no es de amigos, ni compañeros de militancia, ni socios de un ateneo, son simplemente conocidos y colegas en el mercado de la political communication, unificados por el año de nacimiento– solo unos pocos, poquísimos, se afilian a un partido y pasan a formar parte de ese activismo militante (ruedas de prensa, mítines, comités, grupos parlamentarios, informes para el líder). La mayoría son influencers que, a través de sus artículos, tertulias, informes pagados por empresas, opiniones en medios tratan de remodelar el futuro del país. Ya sabemos lo que le pasó a Ortega y su Agrupación; algo similar les ocurrió, según nos dice González Férriz, a este grupo: «como grupo generacional que, unido, podría haber trabajado mejor y durante más tiempo, fracasamos.»
España como sociedad plural y diversa –no hay otra forma de entenderla, creo– ha estado sometida en estas dos últimas décadas a un intenso y profundo proceso de cambio en casi todos sus órdenes. La sociedad que hoy asiste con estupor a fenómenos políticos nuestros como el del independentismo catalán o Vox, poco tiene que ver con aquella sociedad de los años 80 o 90 que dio mayorías absolutas al PSOE y luego al PP. ¿Nadie se acuerda de aquellas mayorías de 184 diputados de Felipe González? ¿O la que tuvo Aznar en 2000 con 183 escaños? Fueron los años dorados de un bipartidismo que respondía a una sociedad acomodada y adaptada a un capitalismo de nuevo tipo (más financiero, más tecnológico, más global, más oligopólico y más “modernizado”). Quince años después casi todo estalló con la crisis financiera global, y a los veinte años una pandemia monstruosa he terminado de arrinconar las viejas recetas económicas y sociales de un neoliberalismo despiadado (aunque algunos del PP y de los restos de Ciudadanos todavía no hayan captado el mensaje de cambio de guardia que ha mandado el capitán desde Bruselas o desde Washington). Este grupo de universitarios al que se refiere el librito que comentamos es hijo de ese tempo corto de crisis, del momento de desprestigio de un universo de ideas neoliberales. A diferencia de los lobos de Wall Street, este equipo de politólogos y comunicólogos apostaron por un proyecto reformador que trataba de aunar un «liberalismo democrático» (añoraban a IsaiahBerlin y eso les honra, creo) con una «socialdemocracia clásica». Los leímos entonces en sus propuestas que publicaban en Piedras de papel-Eldiario.es, en Politikon, en Letras Libres, algunas veces en El País, en Agenda Pública, en El español, en Ahora, publicaciones la mayoría digitales que han sido reflejo de esta nueva época. Han sido españoles de mediana edad que trataron de influir en la política sin los costos que esta conlleva; tener mano, sin tener que soportar los aburridos comités orgánicos con que funciona un partido político.
Este equipo de politólogos y comunicólogos apostaron por un proyecto reformador que trataba de aunar un «liberalismo democrático» (añoraban a Isaiah Berlin y eso les honra, creo) con una «socialdemocracia clásica»
Final. ¿Qué ha quedado de ese momento y de ese grupo? Su cronista nos lo resume con una breve afirmación: «No habíamos entendido que los elementos irracionales, polarizantes y afectivos tenían un peso mucho mayor de lo que habíamos pensado, o que lo iban a tener a partir de entonces.». La concepción «científica y técnica» de la política (datos, curvas, estadísticas) era derrotada por la emoción y la ira. Y así llegamos a 2019, con el gobierno de coalición PSOE/UP. Una parte del grupo pasó a formar parte de la tecnoestructura de ese gobierno, se convirtieron en directores generales, subsecretarios, secretarios de estado, y han tratado desde dentro de hacer reales sus proyectos de socialdemocracia liberal. La otra se quedó fuera de la política, abandonó a Rivera y al partido Ciudadanos y volvió a sus orígenes profesionales. Las razones las explicó Toni Roldán, uno de sus exponentes más cualificados, en la carta de abandono del partido: «Nunca, en ningún lugar y en ningún momento, el progreso vino de los extremos. Tampoco construyendo trincheras entre los que compartimos ideas básicas de progreso y libertad.». Volvieron, o permanecieron en ellos, a sus departamentos universitarios, a sus ESADEs, ICADEs, a sus Fundaciones y plataformas mediáticas, ¿esperando una nueva oportunidad? Chi lo sà…escribo esto justo un día antes de las elecciones madrileñas del 4 de mayo. A saber lo que va a pasar ahora…
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Javier Aristu. Ha sido profesor de Lengua y Literatura Española. Coordina el blog de opinión En Campo Abierto y es miembro del Consejo de Redacción de Pasos a la izquierda.
Reseña de La Ruptura. El fracaso de una (re)generación, de Ramon González Férriz. Penguin Books (2021)