Por JAVIER ARISTU
Recordemos el adagio lampedusiano: “Hace falta que algo cambie para que todo siga igual”. ¿Es realmente ese proverbio el que retrata la situación actual del país vecino? Francia está padeciendo un tránsito que se arrastra desde hace unos años y que posiblemente puede durar algunos más. La elección de Macron como presidente de Francia es la fotografía instantánea de una parte de ese proceso. Pero debajo de la misma se suceden fenómenos y movimientos en el interior de la sociedad que son los que en verdad están cambiando la faz de Francia.
Los apuntes que siguen son notas desordenadas y redactadas al calor de estos dos meses cargados de novedades electorales. No pretenden sistematizar nada y solo ofrecen una serie de elementos, barajados a veces de forma intuitiva, que en un futuro tendrán que confirmarse o habrán desaparecido de los análisis más permanentes. Algunas de las notas son meras lecturas de otros libros y artículos periodísticos a los que hacemos mención.
En el momento de redactar este texto no se habían celebrado las elecciones legislativas (convocadas para el 11 de junio en primera vuelta y el 18 en segunda). Habrá tiempo de comprobar si sus resultados ratifican o desmienten lo que aquí exponemos.
Un país que está cambiando
Francia ha celebrado unas elecciones presidenciales que imprimen un giro histórico en relación con todas las anteriores habidas desde la elección de Mitterand (1981). Varios elementos inciden en este carácter decisivo: la debilidad, al menos electoral, de los dos partidos que han sostenido la V República en los últimos decenios; la elección de un presidente de la República tras el cual, en el momento de las elecciones, no había ningún partido sino un difuso movimiento ciudadano aunque, eso es evidente, con poderosos recursos financieros y mediáticos; la fuerte presencia social y electoral del Frente Nacional, un partido de corte ultranacionalista y xenófobo, presente en la sociedad francesa desde los años sesenta pero que nunca había alcanzado los resultados que ha obtenido esta vez; la cohesión de toda la izquierda radical (“La izquierda de la izquierda”) en torno de una sola candidatura, fenómeno que igualmente no se había producido casi nunca, al menos desde la década de los setenta.
Las transformaciones o reestructuraciones en el mundo industrial, las nuevas localizaciones territoriales de los procesos económicos a nivel global, la inserción/desajuste de la integración de la economía nacional francesa en el mundo global y la creación de nuevas divisiones sociales
Los resultados electorales del 22 de abril y 5 de mayo pasados son la superficie de cambios más profundos en la sociedad francesa, parecidos a los de otras sociedades europeas pero con variantes nacionales, y que tienen que ver con las transformaciones o reestructuraciones en el mundo industrial, las nuevas localizaciones territoriales de los procesos económicos a nivel global, la inserción/desajuste de la integración de la economía nacional francesa en el mundo global y la creación de nuevas divisiones sociales provocadas por estos dos fenómenos históricos, la revolución tecnológica-productiva y la globalización.
Francia y el proyecto europeo
Leamos lo que dice Anton Costas en La Vanguardia el pasado 3 de mayo:
¿Qué está en juego en las elecciones francesas? ¿Únicamente la presidencia de la República o una revolución política que marcará el camino que seguir para otras naciones europeas? A mi juicio hay algo más que la presidencia. Lo que está en juego es cómo se articulará en las próximas décadas la relación entre la UE y los estados que la forman. Y, en un sentido más amplio, la inserción de las naciones en el nuevo orden económico global.
Efectivamente, todo apunta a que, pase lo que pase con la presidencia Macron, triunfe o pierda en su objetivo, Francia ha comenzado un camino que no le puede llevar a otro sitio que no sea el de recomponer sus relaciones dentro de Europa y, especialmente, con Alemania. De la opción que tome Francia ante la cuestión europea, entendida dentro de la economía mundial, dependerá la misma Europa.
Es significativo, y preocupante en mi opinión, que las dos fuerzas electorales que han salido provisionalmente reforzadas o renovadas de esta batalla —al margen de Macron, por supuesto— apuesten por un replanteamiento completo de la Unión europea. Le Pen, por un lado, ofrece un camino diseñado a la manera de hace medio siglo, recogiendo la vieja tradición chauvinista francesa y el discurso gaullista de Francia como entidad independiente de Europa. Mélenchon apuesta por un futuro de nueva unidad europea, basada en una refundación democrática, social y ecológica de la UE que parece más bien un proyecto de No-Europa que de Nueva Europa.
Lo cual, tanto la posición de Le Pen como la de Mélenchon no es novedosa: ya en 2005 se produjo una convergencia anti tratados europeos que recogía posiciones de todo el arco político francés. Y aquella vez los favorables al NO ganaron el referéndum. No es ocioso decir que, después del Brexit, un replanteamiento radical de la apuesta europea en Francia que pudiera suponer la ratificación de ese “antieuropeismo galo” sería el final del mismo proyecto de Unión Europea. No del actual —sujeto a la hegemonía de una Alemania poderosa y de una filosofía burocrático-liberal— sino de cualquier otro por mucho tiempo.
Después del Brexit, un replanteamiento radical de la apuesta europea en Francia que pudiera suponer la ratificación de ese “antieuropeismo galo” sería el final del mismo proyecto de Unión Europea
Una globalización que destruye viejas cohesiones
El proceso globalizador está provocando en Francia un conjunto de tensiones y fracturas cuyos resultados más negativos repercuten sobre las capas populares. Dicho nuevo orden económico está provocando rupturas de los tradicionales equilibrios sociales, culturales y territoriales. Este proceso de integración de la economía francesa en el mundo globalizado está generando ganadores y perdedores. Algunas características de esta guerra social las ha descrito Christophe Guilluy en su Le crépuscule de la France d’en haut (Flammarion, 2016) y pueden ser las siguientes:
- La metropolización o tendencia al crecimiento de las urbes está provocando que estas se conviertan en las nuevas fortalezas económicas, absorbiendo la mayor parte de la riqueza producida frente a las zonas periféricas (rurales o periurbanas) que serían los auténticos perdedores del conflicto.
- Se está configurando una nueva clase urbana, o composición social de clases burguesas, que al calor de dicha metropolización y haciendo uso de sus capitales culturales y sociales está beneficiándose casi en su totalidad del beneficio económico producido en la nueva economía global, financiera y de servicios. No se trataría tanto de plantearlo como la tensión entre una elite y un pueblo. Es algo más complejo. Es que una parte de ese pueblo apuesta claramente por una dualización social, por el beneficio exclusivo, sin considerar otros criterios de igualdad o solidaridad.
- Este proceso puede venir desde los años 80. El cambio de rumbo del gobierno de Unidad de la Izquierda, cuando Mitterand giró y estableció en 1983, a través del gobierno Fabius, una agenda que venía a marginar las políticas de izquierda. Son bastante claras las señales de que a partir de aquellos momentos se pudo iniciar en Francia una deriva económica y social hacia posiciones privatizadoras, antiestatalistas y poco sociales.
- Este modelo globalizador y metropolitano se ha impuesto sobre la histórica división izquierda/derecha y se ha creado de esta forma una nueva tensión que es a la vez territorial y social: metrópolis frente a periferias. Tal metropolización arrastra los clásicos fenómenos de gentrificación y reordenación social de las ciudades, más nuevas tendencias como la concentración del 60% de los inmigrados en las primeras quince ciudades, aportando de esa manera una mano de obra barata y fácil. La nueva clase burguesa urbana se ha apropiado del empleo, la riqueza, el poder político y la cultura. Los nuevos Rougon-Macquart zolianos se vienen expandiendo por las antiguas zonas obreras y populares, rompiendo las tradicionales conexiones que allí se habían desarrollado y generando nuevos modos de vida urbana (lofts, barrios populares pijos, viejos barrios mercantilizados y encarecidos). París sería la expresión emblemática de este proceso: una ciudad que fue feudo chiraquiano durante 18 años, desde que en 1977 se devolvió el estatuto de alcaldía a su territorio, hasta su inclinación hacia el socialismo con la llegada de Bertrand Delanoë en 2001, tendencia que ha continuado en la actualidad con Anne Hidalgo. En esta ciudad emblema del socialismo francés, “ciudad abierta” que ha votado muy mayoritariamente contra Le Pen, hay zonas donde el metro cuadrado alcanza los 15.000€.
- Tal modelo conlleva una cultura basada en el individualismo, en lo que se puede denominar “liberalismo libertario” que supone que las viejas y clásicas conexiones mutualistas y societarias del movimiento obrero han sido sustituidas por procesos de inserción individual en el mercado global: uno se socializa a través de las redes de Internet, el consumo es estrictamente individual aunque perfectamente ensartado en la estandarización, lo que se consume no es ya para “sobrevivir” sino para alimentar el narcisismo de cada cual y donde lo que predomina es la “meritocracia” individual, pastiche ideológico construido para ocultar las divisiones clasistas desde la escuela. En ese sentido el patrimonio cultural y social de cada uno es decisivo a la hora de insertarse con éxito en ese conjunto social.
Vieja y nueva cuestión social
Así se ha ido formando la actual encrucijada entre la vieja y la nueva cuestión social. La primera, basada en las contradicciones claras y sintéticas del conflicto entre capital y trabajo, se localizaba en torno a la cuestión industrial y tenía unos protagonistas claros: el proletario insertado en un territorio común y solidario entregaba su confianza a un sindicato (CGT u otros) y a un partido (PCF en mayor medida) que les representaba en todas las instancias sociales e institucionales. Ese proletariado hecho a lo largo del siglo XX a partir de diversas capas de franceses inmigrados del campo y de extranjeros venidos de otros países (Italia, España, Portugal, Polonia) ha venido diluyéndose, lenta pero progresivamente, desde las grandes reconversiones de los años 70 en la siderurgia, minería o astilleros (Noiriel)
Hoy, algunos (Rosanvallon) plantean la nueva cuestión social a partir de las diversidades culturales, religiosas, de género. De esta manera es cada vez más difícil construir un eje vertebrador y unificador capaz de levantar un proyecto que articule esas diversidades en un eje solidario y cohesionador.
Dualización de las condiciones de trabajo
Un nuevo modelo social de empleo ha venido conformándose a lo largo de los últimos años, donde las metrópolis acogen a las grandes empresas de la nueva economía, del ocio, de las finanzas, del audiovisual, con empleo bien remunerado y con trabajadores cualificados frente a los segmentos periféricos que se han quedado, en unos casos, con las ruinas de la industria pesada o ligera desaparecida, y con empleos precarios y desvalorizados.
El mercado de trabajo ha concentrado en buena medida las contradicciones del conjunto social y ha sido el receptáculo donde se está produciendo la verdadera guerra social de este modelo de globalización: los despidos masivos, la robotización bestial, la deslocalización de industrias y de mano de obra, la introducción de toda una panoplia de fórmulas de subempleo (bien conocidas en España) han hecho que este sea en verdad el auténtico campo de batalla. Habría que leer otra vez aquel relato-crónica de Florence Aubenas titulado El muelle de Ouistreham (2010), espejo de una Francia abandonada a su suerte.
Los otros conflictos (cultural, de género, islamismo, etc.) son pantallas que en cierta medida ocultarían lo que hay en el fondo: una dualización brutal de las condiciones de trabajo. Por un lado, un empleo global cualificado, muy bien remunerado, sin arraigo territorial, dispuesto a moverse por todo el hexágono o incluso el mundo y que suministra mano de obra necesaria a una economía globalizada. Por otro, un empleo descualificado y mal remunerado, temporal e inestable, sometido a leyes y procedimientos cuasi-esclavizadores. Surgen así dos países: la Francia moderna, metropolitana y globalizada, y la Francia clásica, marginada de estas plataformas de creación moderna de riqueza.
La verdadera guerra social de este modelo de globalización: los despidos masivos, la robotización bestial, la deslocalización de industrias y de mano de obra, la introducción de toda una panoplia de fórmulas de subempleo (bien conocidas en España)
Además, el paro y la precarización afectan sobre todo a las clases populares y a los jóvenes, no a las clases superiores. La polarización del empleo (desplazamiento hacia las metrópolis abandonando las periferias, lo cual provoca una creciente desigualdad socio-cultural entre estos dos ámbitos). En las metrópolis, el empleo ha crecido el 4,7% mientras que en las zonas más débiles ha crecido solo el 0,8%. Estaríamos así instalados en un modelo de dos sociedades: por un lado, la sociedad de trabajadores y, por otro, la sociedad de los asistidos. Insiders y Outsiders.
Combatir esta dualización no es fácil. Sorprende, sin embargo, que entre las medidas propuestas en el programa de Francia Insumisa no he encontrado nada parecido a la Renta Básica. Sí bastante sobre la responsabilidad del Estado en caso de pérdida de empleo. Algunas de las propuestas de la candidatura presidencial de Mélenchon eran las siguientes:
- Asegurar la continuidad de los derechos fuera del contrato de trabajo (derecho a la formación, antigüedad, etc.)
- Garantizar la continuidad de los ingresos en caso de pérdida del empleo o fin de la actividad, en el marco de una Seguridad social profesional.
- Implantar el «derecho al empleo» haciendo del Estado el empleador en último término: en caso de paro de larga duración, el Estado debe proponer un empleo al parado de acuerdo con su cualificación, para una función de interés general. La indemnización por el subsidio de paro se tendrá hasta que tal empleo sea ofertado por el Estado.
Francia dual
Durante los últimos treinta años, si no antes, Francia ha venido sufriendo un proceso de americanización en sus dinámicas económicas, sociales y culturales. Frente a una “Francia moderna”, subyugada y embarcada en los nuevos lenguajes del management, de los mass media, del e-business, ha ido quedando otra “Francia clásica”, nacida de los procesos industrializadores de los años cincuenta y sesenta y de la modernización del campo, que se ha quedado sin “clase media”. Esta, sus hijos, se han mudado a las metrópolis y han promocionado en ellas; otra parte de esas capas medias rurales o periurbanas ha permanecido en territorios que veían cómo se iban empobreciendo y marginando de aquellos centros decisorios. Las desigualdades territoriales han aumentado y dentro de las zonas más marginadas los conflictos multiculturales y religiosos han ido en aumento.
El proceso de relocalización de la fuerza de trabajo, que Enrico Moretti (The new geography of jobs) ha descrito en relación con los Estados Unidos durante los últimos treinta años, se puede aplicar, en buena medida, a Francia. En ese estudio, Moretti muestra el auge de una serie de entornos urbanos norteamericanos ligados a las nuevas tecnologías y a nuevas empresas globales (Apple, Google, Microsoft, etc.). La reubicación de los nuevos procesos tecnológicos, relacionados con la economía de la información, tiene un componente territorial y social que no se puede segregar. En Francia hay procesos similares: concentración de esas actividades en áreas determinadas (París, Île de France, Lyon, zonas urbanas del oeste), emigración de las áreas marginales a los nuevos enclaves tecnológicos y de negocios, bolsas territoriales de pobreza estructural, etc.
No es extraño, por tanto, que hayan tenido tanta difusión en estos últimos tiempos los mapas electorales que tratan de explicar las tendencias de voto de Clinton/Trump en 2016 o las de Macron/Le Pen en 2017: el cinturón del óxido en EE.UU (Rust belt) o el nordeste francés como imágenes poderosas de territorios abandonados.
¡Obreros, fuera!
En las últimas décadas los obreros han sido marginados de la vida representativa y política. Ha penetrado con éxito el discurso del “fin de la clase obrera”. El sindicalista es considerado el diablo en las más altas instancias del Estado (nos lo cuenta Dominique Méda en esta misma revista)..
La cuestión no es por tanto que en las estadísticas haya menos obreros que antes —lo cual es cierto; el problema es que estos han perdido capacidad de resistencia colectiva.
Pero, a la vez, como nos explica Gérard Noiriel (Les ouvriers dans la societé franáise) se está produciendo una mutación sociológica dentro del mundo productivo que refuerza cierta identidad colectiva, con características nuevas pero similar al proceso de identificación simbólica que se produjo en las décadas de 1930-1950 en torno a la CGT y el PCF, por citar las organizaciones más potentes entonces. Hoy la “nueva” clase obrera francesa hereda el oficio de sus padres, son ellos mismos hijos de obreros, vienen de medios cerrados donde el mestizaje ha sido menor que en el resto de la sociedad francesa, se ha reforzado la “masculinización y afrancesamiento” de ese proletariado y es, en consecuencia, más homogéneo que antes.
Ahora bien, todos esos factores no pueden contrarrestar el potente proceso de atomización de ese grupo. La revolución tecnológica y productiva en curso, con las nuevas técnicas de producción y las acciones en el mundo del trabajo que producen mayor fragmentación y atomización de la actividad, está afectándole de forma decisiva.
El otro fenómeno, paralelo al anterior, es la progresiva debilidad que ha venido sufriendo el componente industrial clásico. En 1979, la fábrica Peugeot-Citroen (grupo PSA) de Sochaux-Montbélierd tenía 42.000 obreros trabajando en la planta. En 2015 no llegan a la mitad. Parte considerable de la carga de trabajo mecanizado y manual se ha derivado a empresas subsidiarias o a través de trabajo temporal. No es de extrañar, como en otras geografías, la crisis del militantismo obrero, el envejecimiento de la afiliación y, consecuentemente, la desmoralización que ha invadido a las organizaciones de trabajadores.
Un conjunto de consecuencias sociales y culturales que están sin duda tras el voto político del pasado mayo: miedo al paro, desclasamiento social tras quedarse fuera del circuito productivo, ausencia de horizontes políticos
Todas las medidas que desde 1980 ha venido poniendo en pie la patronal francesa, con la ayuda inestimable de los diferentes gobiernos se insertan en el proceso de globalización y de adaptación al nuevo ciclo tecnológico-productivo. A su vez provocan un conjunto de consecuencias sociales y culturales que están sin duda tras el voto político del pasado mayo: miedo al paro, desclasamiento social tras quedarse fuera del circuito productivo, ausencia de horizontes políticos tras los sucesivos derrumbes de la Unión Soviética y del PCF, etc. Lo cual ha podido llevar a sectores de trabajadores a votar por opciones que suponen primar lo francés, lo nacional, por encima de cualquier otra bandera. Como nos advierte Jean-Pierre Le Goff (La gauche à l’agonie? 1968-2017), si la izquierda ha abandonado a los pobres estos vuelven su cara a quien les ofrece una aparente seguridad aunque venga de la extrema derecha.
El movimiento obrero no era simplemente una clase; era un “mundo” en sentido antropológico, con sus propios valores de solidaridad y cooperación, su moral y sus comportamientos, sus asociaciones y organizaciones propias, y todo bajo un fuerte sentido de dependencia e identidad de sus miembros. Hoy ese mundo ha muerto, lo que no quiere decir que los obreros como categoría social hayan desaparecido. (Jean-Pierre Le Goff).
“Soy el Señor Macron. Soluciono problemas»
Recordemos Pulp Fiction, la película de Tarantino, cuando el señor Lobo (Harvey Keitel) interviene: «Estoy a 30 minutos de allí, llegaré en 10. Soy el Señor Lobo. Soluciono problemas.»
¿Es Macron el encargado de resolver el desastre dejado por Hollande y Sarkozy?
¿Es Macron el encargado de dotar de legitimidad y legalidad las intervenciones en el mercado de trabajo?
Sin duda —afirman muchos— es necesario aligerar y actualizar el Código del Trabajo, documento legal muy extenso y pesado, a la nueva economía. Pero aligerar no debe suponer debilitar el propio carácter protector de ese Código.
Veamos qué nos dicen algunos especialistas (Réforme du droit du travail : «Abaisser les protections pour accroître la compétitivité», por Emmanuel Dockès, Dominique Méda y Marie-Laure Morin, Le Monde 7.06.2017).
Hay una obsesión de los gobiernos y de los empresarios, desde hace más de treinta años, por situar la negociación a nivel de empresa, sorteando marcos más amplios o sectoriales. Ha sido constante la destrucción de ventajas o derechos, incluso a través de mecanismos de concertación, que existían en la legislación previa. Bloques enteros de la legislación laboral han venido siendo anulados. Sin embargo, lo que se pretende ahora es ir incluso más lejos aún.
Uno de los borradores filtrados en estos días hace mención a acuerdos de empresa sobre contratos precarios, creando nuevas causas de despido, destruyendo las protecciones de los convenios de rama, incluyendo salarios, y podrían incluso borrar ciertas normas relativas a la seguridad de las personas. Es decir, se podrían traspasar límites hasta ahora infranqueables en las condiciones de trabajo.
Asimismo, se abre la posibilidad de que el empresario, traspasando o sorteando los canales de interlocución y concertación clásicos con los sindicatos, pueda someter su propuesta a referéndum de los trabajadores. Otra propuesta va en la línea de simplificar canales y órganos representativos de los trabajadores en el interior de la empresa con la paradoja de decir que se potencia el diálogo con los trabajadores debilitando precisamente a los representantes de estos. Frente a modelos como el alemán o los nórdicos donde se abre la posibilidad de una codeterminación o cogestión de la empresa se desposeería a los representantes sindicales de los atributos que ahora tienen.
Aspecto grave sería el de limitar las indemnizaciones por causa de despido sin causa. Más que proteger a las empresas en dificultades económicas o avalar despidos por causas profesionales se procede a despidos a la carta, lo cual abre precisamente la veda de despidos por edad o permanencia sustituyéndolos por precarios, temporales y otros. En este momento estas prácticas son ilegales; si se aprobase el Código con esas innovaciones la situación de protección de trabajadores cambiaría de forma significativa, abriéndose un terreno de mercantilización de los despidos (indemnizaciones manejables por el contratador).
Un aspecto gravísimo es la relación que se establece entre el Estado y el parado: este es considerado objeto de castigo (exclusión de la lista de desempleados) solo por el simple hecho de haberse retrasado en su cita con la oficina de paro. Es una filosofía de rebajas en la protección al parado por un incremento de la mal llamada competitividad en el mercado de trabajo. Todo ello, como están demostrando los casos de España, Grecia o Italia, provoca un aumento de la pobreza sin combatir el desempleo.
En conclusión, lo que el gobierno Macron trataría de introducir en Francia, a través de esta reforma rápida y por decreto del Code du Travail, es un mercado de trabajo más liberalizado, más debilitado en sus garantías y seguridades de cara al trabajador, más pendiente de los intereses del empresario que de la formación, estabilidad y oportunidad del factor trabajo. Medidas que ya conocemos en España y que están dando como resultado un mapa de pobreza y deterioro del trabajo como nunca antes habíamos conocido. La eliminación de las protecciones del Código (o de los otros estatutos del trabajo todavía existentes en Europa) no traen consigo más empleo. Incluso la OCDE demuestra que no hay relación entre desregulación del mercado y descenso del paro (Anne Eydoux, en Alternatives Economiques, 2 de junio).
Insha’Allah
Europa tiene en la actualidad 500 millones de habitantes. Un 9 por ciento de ellos son inmigrantes, unos 44 millones (cifras de 2011)
Hace tiempo se preveía que a partir de 2015 la población en la UE tendría un crecimiento negativo. La inmigración debía ser por tanto un factor positivo para la consolidación poblacional.
Por el contrario, debido a diversas razones (pérdida de empleo, religiosas, terrorismo) parte importante de la opinión pública se resiste a esta inmigración.
En Francia el mercado de trabajo se configura de esta manera:
- El francés tiende a ocupar los segmentos cualificados mientras que el inmigrante ocupa los empleos descualificados.
- La tendencia a conceder títulos de residencia en Francia está en torno a los 200.000 personas por año. Un 10% suele ser por motivos profesionales o laborales
- Existe una caja de seguridad social que se puede calificar de “generosa” en los temas de salud, menos en empleo y desempleo.
- El inmigrante no va ser el que pague las pensiones del europeo a no ser que su cifra doble la población europea en 2050. La financiación de las pensiones no vendrá por tanto del inmigrante sino del alargamiento de la duración de las cotizaciones.
Una solución que algunos plantean es abrir la puerta a una inmigración escogida, seleccionada en virtud de las demandas del mercado de trabajo.
En cualquier caso, la inmigración no es la causante del desempleo estructural en francia.
(Fuente: Eric Le Boucher, Les bienfaits de l’inmigration. Artículo en Slate 2011]
La noche americana
A estas alturas de la película es fácil percibir cómo el modelo francés de la V República venía estallando desde hacía al menos una década. Cuando en 2002 perdía el Primer ministro socialista Lionel Jospin en primera vuelta de las Presidenciales frente e Jean Marie Le Pen, hoy ese acontecimiento que a muchos nos impactó, nos parece la campanada de un primer asalto del combate que va a tener su solución final, de momento, en 2017, quince años después. En cierto modo, Sarkozy por la derecha y Hollande por la izquierda, han sido los últimos exponentes de un sistema político construido en 1958 para superar una fase histórica también crítica. Hoy, en 2017 comprobamos que los restos de aquel sistema, los socialistas y los republicanos provenientes de la amalgama gaullista y de derecha, han quedado desbancados de las opciones de los franceses, mientras que dos exponentes de “otra” nación, la izquierda también amalgamada en torno a Mélenchon y, en el otro polo, la extrema derecha y otros sectores perdedores en torno a Le Pen, han subido, recogiendo una parte consistente de apoyos y propugnando cambios institucionales considerables: Le Pen propone (de manera contradictoria, es cierto) salir de la UE y Mélenchon apuesta por una VI República no presidencialista y, también, por un abandono de los actuales tratados europeos. En medio, el ganador Macron se alza con un discurso ambiguo y nebulosos pero que también quiere dejar tierra atrás la República de 1958, especialmente en sus aspectos de contrato social.
Los principales partidos de derecha e izquierda han dejado hace tiempo de “representar” el clásico modelo republicano y han pasado al campo “globalizador” y americanizado. Han desarrollado a lo largo de estos años pasados un modelo de política inspirado en los Estados Unidos y en sus pautas de acción: ello les ha acarreado la pérdida del voto popular, que no entendía por qué tendría que votar a “un Clinton” para presidir sus vidas de franceses. Es algo similar a lo que ocurrió en Italia hace años cuando un Walter Veltroni se inspiraba en Robert Kennedy para implementar su campaña electoral como candidato referente del partido heredero del PCI (incluso escribió un libro en 1993, Il sogno spezzato. Le idee di Robert Kennedy. Siendo justos, hay que reseñar que al año siguiente dedicó otro libro a su antiguo líder: La sfida interrotta: le idee di Enrico Berlinguer). El argumento de la americanización como causa de la derrota, de todos modos, no parece convincente al cien por cien: habría que plantearse por qué ganó en Italia la expresión de la máxima americanización (Berlusconi), por qué en España tiene éxito un partido socialista importando deprisa (lo de “prisa” no es casualidad) y corriendo el republicanismo americano (el caso Zapatero y Philip Pettit) o por qué Sarkozy se impuso a comienzos de esta década con un estilo claramente americanizado.
Es cierto, no obstante, que Le Pen “representa” o dice representar el corazón de esa Francia de toute la vie pegada a sus conquistas sociales, a su tierra y a su cultura, frente a la otra Francia más cosmopolita pero que ha abandonado a los débiles a su suerte. ¿Esa será la senda que debe recorrer la izquierda?
Chez Nous (en nuestra casa)
La clásica diversidad de la izquierda (socialismo/comunismo) se fundamentaba en un paisaje común: la existencia de un movimiento obrero y unas ideas fuerza. Se compartía un cierto patrimonio común, la superación de la sociedad existente y el destino final de la historia, la apropiación de los medios de producción, la resolución de los problemas mediante la socialización, etc. Y la clase obrera como sujeto histórico central.
La actual diversidad de la izquierda no es signo de riqueza sino de fragmentación sobre un fondo de crisis de doctrina. No es solo el comunismo lo que está en crisis sino el conjunto de ideas y representaciones que han discurrido a lo largo del siglo XX. Primero se hundió el comunismo de estirpe staliniana, la ideología de un partido ligado, especialmente, al destino de la URSS y, al mismo tiempo, a una Francia proteccionista. Luego, el mitterandismo y el hollandismo han constituido la tumba de esta crisis. Estamos al final de un ciclo histórico (Jean-Pierre Le Goff, La gauche à l’agonie?).
¿Qué supone Jean-Luc Mélenchon? ¿Es el resurgimiento de una nueva izquierda, limpia y depurada de sus viejas excrecencias de la política de bloques? La última trayectoria seguida por el candidato de la Francia Insumisa, impulsado por la lectura y el contacto con Chantal Mouffe y Podemos, de ir hacia la construcción de “un pueblo francés” dotado de plena soberanía, que está dispuesto a abandonar los tratados europeos, apunta a horizontes problemáticos. Como dice Eric Fassin, «antes de pretender construir un pueblo hay que construir una izquierda» (Eric Fassin, entrevistado por Christian Salon, Mediapart, 16.04.2017, en Sin Permiso, versión española)
Y esta no se construye cuando se presentan diversas listas de izquierda en unas elecciones legislativas. Tras la primera vuelta de estas presidenciales de 2017, en que Mélenchon y la Francia Insumisa, cuando se reunió todo el conjunto de una izquierda no socialista hasta ahora dividida, obtienen un magnífico resultado — pero sin conseguir alcanzar la segunda vuelta, que era el objetivo de la última semana de campaña, no lo olvidemos— llegamos a las legislativas de este junio de 2017. Solo un mes después, en un conjunto determinados de circunscripciones las izquierdas no socialistas —comunistas del PCF, trotskistas, verdes e insumisos— se presentan divididas, lo cual provocará sin duda pérdida de escaños y una sensación de desmoralización. Al votante de las zonas tradicionales (los llamados antes cinturones rojos) de la izquierda, que tuvo claro a quién votar en la primera vuelta de las presidenciales, se le somete ahora en las legislativas a la incertidumbre o perplejidad de tener que optar entre varios candidatos de diferentes listas de izquierda, comunista por ejemplo, o de Francia insumisa. Un indudable paso atrás.
Suenan perfectamente acertadas las palabras que acaba de lanzar Roger Martelli «Una izquierda de la izquierda no puede ser mayoritaria por sí sola. Ella no puede marcar el paso a toda la izquierda si a su vez no se agrupa ella misma. La unión de la izquierda como la hemos conocido en el pasado es un camino bloqueado pero la desunión de la izquierda alternativa es una auténtica calamidad» (Roger Martelli, Regards, 8.06.2017). No hay fuerza en la actualidad en Francia capaz de imponer por sí sola su capacidad de dirección al conjunto de la sociedad alternativa a la derecha; ni siquiera Mélenchon y su FI; y, por tanto, ninguna fuerza puede ser recusada en el proyecto de construirla. Lo contrario sonaría más a afanes hegemonistas de una parte ansiosa por conquistar los espacios del otro; no por levantar proyectos unitarios.
No estoy seguro de que esa reflexión sea escuchada por los dirigentes de la vieja y de la nueva izquierda francesa. ¿Cuántas derrotas más habrá que padecer para llegar a ese convencimiento?
Aubervilliers, ¿un ejemplo o una excepción?
Aubervilliers es un municipio del departamento de Seine-Saint Denis, en la conurbación de París. Localidad enclave de una población mayoritariamente votante de izquierda desde la postguerra. Tradicional feudo del PCF (pero que en 2002 y 2007 solo votó el 8,1 y el 4,7 a los ex-secretarios PCF Hue y Buffet) puede ser un ejemplo de lo que está ocurriendo en las inclinaciones de voto de la gente de izquierda y en las respuestas que las nuevas formaciones de la izquierda están dando a las demandas de cambio.
En las pasadas elecciones presidenciales los resultados han sido los siguientes:
Merece la pena destacar el escaso nivel de captura de votos de otras latitudes que tiene Marine Le Pen: de 2.000 en primera vuelta solo aumenta 600 votos más en segunda. Al contrario, Macron tiene una enorme capacidad de atrapar votos: de los casi 4.000 pasa a más de 12.000, lo cual indica que una parte muy mayoritaria del votante de izquierda introdujo en segunda vuelta la papeleta del candidato de En Marche!: ¿educación republicana?
Ahora, en las elecciones legislativas, las izquierdas se presentan divididas: por un lado, una candidata del Partido socialista (Elisabeth Guigou), otro del Partido comunista (Patrick Le Hyaric), un tercera de Francia Insumisa (Bastien Lachaud ), la cuarta es la inevitable trotskista de Lutte Ouvrière (Nathalie Arthaud). Como diría Monsieur Hulot: “C’est magnifique!”.
Y ¿quién es el candidato de France En Marche en esta circunscripción obrera y enclave de la inmigración? Pues el ingeniero Alexandre Aïdara, de origen senegalés, educado en la elitista École Nationale d’Administration y gran activista y seguidor de Macron. El candidato del neoliberalismo es un inmigrante africano. Eironeia!
Y en esto llegó…Macron
La manera más simple, o simplista, al menos para una parte de las opiniones de izquierda, de denominar a Macron ha sido la de identificarle con el manido neoliberalismo conservador. De esta forma se resuelve el problema, categorizándolo de acuerdo con las etiquetas al uso. Nosotros pensamos que hay que superar esos esquematismos que simplifican pedagógicamente pero no aportan nada que no sepamos.
Macron representa una apuesta diferente a las mantenidas hasta ahora por las derechas clásicas (…) Puede significar la superación del marco de alineamientos políticos que ha dominado en Francia desde 1979. Más aún, es el intento de situarse a nivel global, como economía afectada por la globalización y como país
No vamos a decir que el actual Presidente de Francia se alinee con las posiciones de izquierda pero, en mi opinión, Macron representa una apuesta diferente a las mantenidas hasta ahora por las derechas clásicas: sean las conservadoras autoritarias (Thatcher en un principio, Sarkozy o Fillon en modo francés), sean las más liberales en lo político (Merkel, en cierta medida). Macron puede significar la superación del marco de alineamientos políticos que ha dominado en Francia desde 1979. Más aún, es el intento de situarse a nivel global, como economía afectada por la globalización y como país, de forma determinante. Los procesos de globalización que he tratado de resumir anteriormente estaban llevando a una ruptura del tradicional acuerdo entre las fuerzas económicas y el proyecto político bipartidista (gaullismo-derecha/socialismo).
Por un lado, estaban reforzándose sectores descontentos y afectados por dicho proceso que se articulan en torno al polo del Frente Nacional de Marine Le Pen. Por otro lado, un polo de sectores sociales tradicionales soportes de la izquierda (comunista, izquierda trotskista, verdes, socialistas) se habían agrupado tras la Francia Insumisa de Mélenchon. Todo ello ha llevado al hundimiento o desarticulación del bloque institucional clásico: derecha gaullista-chiraquiana-sarkozista por un lado y socialismo por otro.
La manera de superar el nuevo enfrentamiento extrema derecha/izquierda insumisa (45% de los votos) ha sido mediante una apuesta por romper el equilibrio histórico y apostar por un nuevo proyecto que no se deje atrapar en las redes del tradicional enfrentamiento derecha/izquierda (Chirac-Mitterand). Una parte consistente de los poderes económicos más implicados en la economía globalizada —y por tanto europea— han apostado por un discurso político de apertura de fronteras, de integración europea, de reestructuración económica y de intervención sin complejos sobre el mercado de trabajo: el discurso y la propuesta de Macron.
Por eso creo que lo que se ha producido en estas pasadas elecciones -y que posiblemente se ratificará en las legislativas de junio- es una completa y profunda reestructuración del campo de juego político en Francia. La derecha más modernizadora o global apostará nítidamente por Macron mientras permanecerá como residual aquella ligada a la visión nacionalista y retórica del antiguo gaullismo (Véase como ilustración de esta postura el artículo de Arnaud Teyssier en Le Monde de 23 de mayo). Y en la izquierda queda mucho trabajo por delante si se quiere responder con solvencia a los problemas sociales y configurarse como una alternativa verdadera a ese paradigma representado hoy en Macron.
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Javier Aristu. Ha sido profesor de Lengua y Literatura Española. Fue secretario provincial del PCE en Sevilla (1982-1988). Participó en la fundación de Izquierda Unida (1986). Coordina el blog de opinión En Campo Abierto y es coeditor de Pasos a la izquierda.