Por Daniel Cirera.
¿Y si los fracasos, al igual que los éxitos, de la izquierda se debieran también a su relación con los movimientos sociales? ¿A su respuesta al conflicto? A su capacidad de provocar, animar y dirigir la dinámica entre los movimientos nacidos de las contradicciones que funcionan en la sociedad, de formar parte de ella para transformar la realidad.
En la encrucijada entre Francia y Estados Unidos, a lo largo de los últimos 30 años, los momentos seleccionados identifican la originalidad de las cuestiones planteadas para cada país. La confrontación de estas especificidades debería permitir identificar las encrucijadas de experiencias y reflexiones que alimentan el debate sobre la refundación de la izquierda.
De la crisis de 2008 al punto de inflexión de 2016
El periodo 2008-2020 en Estados Unidos es particularmente rico. Marcado por el terremoto de la crisis de las hipotecas de alto riesgo (subprime) y del sistema financiero, ¿qué grandes acontecimientos marcan el periodo hasta la presidencia de Donald Trump? ¿Cómo se entrelazan las tensiones sociales y las polarizaciones políticas e ideológicas?
La relación entre la movilización social, la ocupación de las calles y posicionamiento ante el poder se estableció desde la elección de Barack Obama. La esperanza que llevó a la Casa Blanca al primer presidente negro se vio reforzada por el resultado. La ruptura que representó la elección liberó el sentimiento de posibilitar los cambios esperados. Un artículo publicado en noviembre en The Nation1 es esclarecedor sobre la cuestión planteada a la izquierda y a los progresistas estadounidenses: «Obama necesita un movimiento de protesta», subtitulado: » A grass-roots push for reform can make Obama a great president2”. Remontándose a los años treinta y a la elección de Franklin D. Roosevelt en 1932, Frances Fox Piven señala que «se convirtió en un gran presidente porque las protestas masivas de los desempleados, los ancianos, los agricultores y los trabajadores le obligaron a tomar decisiones que en otras circunstancias habría evitado tomar». Este recordatorio postula la dinámica de las movilizaciones «desde abajo» como decisiva para ganar el cambio. El análisis no es nuevo3. En la coyuntura de 2008, este llamamiento cuestiona las concepciones dominantes de la primacía de la estrategia política orientada a la conquista del poder sobre el movimiento social. Plantea como condición la superación de la contradicción entre política institucional e intervención popular. Resuena como una llamada a un cambio de prácticas. Los movimientos sociales de la época se constituyeron esencialmente mediante un distanciamiento teorizado de las instituciones políticas, en particular de las elecciones. Volveremos sobre ello. Reflejada en la práctica, la democracia representativa postula la primacía de la «cúpula» en las opciones políticas y en su aplicación, hasta el punto de que el pueblo se desentiende del sistema institucional. Esta concepción pesa también, por otras razones políticas e históricas, sobre la práctica del «partido guía».
La interpelación se sitúa en el contexto muy particular del otoño de 2008. Se ha elegido a un nuevo presidente, que trastorna el marco estructurado por el racismo desde el nacimiento de la nación. La polarización que siguió y que no hará sino agudizarse da la dimensión de la ruptura. Los eslóganes de campaña «Hope» y «Yes We Can» marcaron el tono de la dinámica que llevó a Obama a la Casa Blanca. La dimensión popular de este movimiento es vista por la parte estructurada de la izquierda como la promesa de una presidencia progresista. A condición de que se mantenga y se refuerce. En 2020, con la elección de Joe Biden, esta exigencia se reafirma en unas condiciones muy diferentes, de esperanza atemperada, pero también de fuertes movilizaciones sociales.
La crisis que golpeó a Estados Unidos en 2008, por su poder devastador, dejó una huella duradera en las mentes y en las percepciones. Golpeando el corazón del sistema, hizo implosionar el mito del Sueño americano para las famosas «clases medias» arruinadas y se convirtió en una crisis política. Durante la década siguiente, la explosión de desigualdad y empobrecimiento fue el fermento de la frustración y la ira. Esta fue la base de la protesta que se expresaría en la derecha con los Tea Parties. Bajo el lema del 1% contra el 99%, el movimiento Occupy Wall Street se convirtió en el símbolo de la resistencia al sistema.
Occupy Wall Street: en el corazón del Templo del 1%
El movimiento es emblemático por la ocupación de una plaza en el corazón del distrito financiero. El modo de organización y de expresión hace del Parque Zuccotti un espacio donde la utopía de una «democracia real» se haría realidad. En este caso, esta experiencia de «democracia directa» en su forma libertaria concierne esencialmente a sus participantes inmediatos, y en un momento excepcional. Por otra parte, haciéndose eco de otras ocupaciones de plazas, en El Cairo en la plaza Tahrir, de los Indignados en Madrid, en Turquía, en una multiplicidad de lugares y de formas, Occupy se convierte en una referencia de solidaridad y de aliento mutuo en el mundo4. En lo que nos interesa directamente, su relación con la política, Occupy Wall Street lleva aún más lejos lo que caracteriza a los movimientos sociales de la década anterior. La práctica teorizada de la horizontalidad, el rechazo de toda organización, de los líderes, la igualdad del tiempo de palabra, el consenso frente al voto mayoritario, todo ello se inspira en las formas de utopía igualitaria planteadas en los años 2000 por el movimiento antiglobalización, bajo la influencia de la corriente libertaria5. Más allá de esta inspiración antiglobalización, Occupy Wall Street representa el paso a un nuevo momento. Su originalidad, que le supera, reside en la naturaleza de sus objetivos, que expresa en el contexto de 2011. A través de las cuestiones concretas que plantea en esta situación de crisis extrema, Occupy denuncia un sistema. Materializa la reacción al desastre social y económico de una crisis que trastorna la vida de millones de mujeres y hombres en la primera potencia económica mundial. Una crisis cuyo epicentro está en el corazón del sistema financiero mundial y en el centro de poder del 1%. Su influencia se debe más al simbolismo de lo que representa que a su impacto político directo. También por lo que representa de legitimación de la contestación al capitalismo dominante, denunciado como responsable de la crisis, cuyas primeras víctimas son los estadounidenses. Al denunciar sus efectos devastadores sobre las personas y el planeta de forma más global, Occupy se convirtió en un punto de referencia que iba más allá del círculo de los ocupantes de la plaza Zuccotti. Además, la naturaleza de la crisis legitimó y dio una poderosa dimensión concreta a las ideas que han alimentado el movimiento contra la globalización neoliberal desde las protestas contra la cumbre de la OMC en Seattle en 1999.
Occupy denuncia un sistema. Materializa la reacción al desastre social y económico de una crisis que trastorna la vida de millones de mujeres y hombres en la primera potencia económica mundial.
Su resonancia radica en que expresa el espíritu de los tiempos en su relación con la política. En consonancia con el movimiento antiglobalización, el núcleo de los participantes en el movimiento reivindica una exigencia radical de democracia, un desafío hostil a las instituciones, en el trasfondo anarco-libertario antes mencionado6. Más allá del círculo politizado, este desafío encuentra una resonancia en las frustraciones acumuladas contra un sistema en el que el discurso sobre la democracia choca con las realidades vividas, en primer lugar, el aumento de las desigualdades.
Las experiencias de los movimientos sociales en el periodo siguiente intentaron resolver, en su diversidad, la tensión y las contradicciones planteadas por la negativa a organizarse y a tomar partido en la confrontación institucional. Para los líderes de los movimientos, la respuesta a la pregunta planteada por Frances Fox Piven no es obvia. Con respecto a la reforma del sistema sanitario, el Obamacare, parece que, frente a la moderación centrista de Obama y el poder de la oposición de las clases dominantes, era necesaria una fuerte presión. ¿Cómo organizarla sin debilitar a un gobierno «amigo», incluso desde lejos, y sin hacer el juego a los opositores emboscados? Cada experiencia será así examinada a través del prisma de los sistemas institucionales, en este caso bipartidistas, censitarios y dominados por los poderes del dinero. La batalla por la reforma del sistema de acceso a la sanidad para todos es un marcador de la confrontación con las realidades de las relaciones de fuerza, de las cuestiones planteadas por el nivel de compromiso, y por el impacto y las estrategias de las movilizaciones. También es un caso de manual en la medida en que plantea la tensión entre la decepción, la toma de conciencia de muchos sobre el sentido que hay que dar al compromiso, como aceptación de la relación de fuerzas, o como punto de apoyo.
El punto de inflexión de 2016
La votación de 2012 confirmó un nuevo mandato de Obama. Pero surgieron nuevos problemas. El resultado de Bernie Sanders en las primarias de 2016 fue atronador. Impulsado por el voto joven y de la “working class”, este candidato que se reivindica socialista se acerca sorprendentemente a Hillary Clinton. Se convirtió en una figura importante de la vida política, ofreciendo una encarnación de la esperanza y de una renovación de la izquierda. Hizo creíble una reforma posible sobre los temas planteados por las movilizaciones, los sindicatos y la izquierda, sobre la sanidad, la deuda de los estudiantes, los salarios, los derechos sindicales y los servicios públicos. Hablamos de una «radicalidad realista».
La emergencia de Bernie Sanders se debe a una combinación de factores. La originalidad de su posición en la institución responde a la exigencia de salir de un espacio político asfixiante, sacudido por la violencia de la crisis. Su marginalidad se convierte en una ventaja. La estrecha relación entre la propuesta política, su encarnación y su dinámica electoral se construye sobre los temas que marcaron la década. En sus mítines llama a seguir movilizándose, a ocupar las calles. La elección de Trump y sus opciones políticas legitimaron aún más la necesidad de organizarse y dedicarse a la política. Esta emergencia se debe también a que Bernie Sanders encarna la respuesta a los cambios que están afectando a una parte importante de la sociedad estadounidense. La nueva situación se materializa con la llegada en 2018 de representantes electos en el Congreso y en los diferentes Estados, que pertenecen a una nueva generación, con más mujeres, personas de color y activistas de movimientos sociales y a menudo de comunidades afroamericanas y latinas. Se expande bajo la presión de los acontecimientos, a través de movimientos como Black Lives Matter, las luchas feministas, las movilizaciones contra las armas, el auge de la reivindicación ecologista. Para la izquierda estadounidense, uno de los méritos esenciales de Sanders es su contribución a la politización de amplias capas de la población que no se reconocían o dejaron de reconocerse en el sistema institucional, en particular los jóvenes. Esta politización basada en una esperanza realizable conduce a la cuestión de la organización, con el fin de perpetuar el movimiento. Esta necesidad de organización se deriva también de la experiencia militante durante la campaña. Una corriente de izquierdas de demócratas y de socialdemócratas, la Democratic Socialists of America, aparece como la organización que podría responder a esta necesidad. Los 5.000 miembros originales de la DSA aumentarán a 50.000 en 2018 y a 77.000 en 2020. Algunos tienen en mente la posibilidad de avanzar hacia un nuevo partido socialista cuando se den las condiciones necesarias12.
Mientras tanto, en Francia
Si el eco del éxito de la candidatura de Sanders resuena tanto en la izquierda europea, es porque ésta se enfrenta a una crisis de credibilidad y de influencia. Una comparación del tratamiento político de la crisis de 2008 en Francia y en Estados Unidos es indicativa de las respuestas de la izquierda. La crisis no golpeó tan duramente a la población, especialmente a las clases medias. La cuestión de la desigualdad no tuvo la fuerza suficiente para una potencial protesta. En cambio, las movilizaciones sociales no estuvieron ausentes. Desde finales de 2008 hasta la primavera de 2009 se multiplicaron, en una unidad sindical excepcional. El 29 de enero, el país se paralizó por la convocatoria de las 8 organizaciones sindicales reunidas en una plataforma ambiciosa, de un alto nivel reivindicativo, centrada esencialmente en el empleo y los salarios y en la intervención pública para la recuperación económica, en el contexto de la crisis13. Al día siguiente de esta jornada, el 61% de los franceses deseaban la continuación de la movilización. El 62%, incluido el 84% de la izquierda, impugnaba la política del Gobierno de derechas14; otra encuesta revelaba que el 70% tenía una mala opinión del capitalismo, el 64% veía en la situación una incitación a la revuelta15. Las reivindicaciones y su coherencia podrían convertirla en una plataforma para una alternativa creíble a la derecha mediante una amplia concentración política en relación dinámica con el movimiento social.
Sin embargo, en la izquierda no ocurrió nada significativo. Ninguna de sus fuerzas tomaba la iniciativa. El Partido Socialista estaba dividido, lastrado por 20 años de políticas liberales, que desmovilizó al electorado popular. Por parte de la llamada izquierda transformadora, incluido el PCF, la estrategia se focalizó en aglutinar a la izquierda del Partido Socialista con vistas a las elecciones europeas de junio. La división teorizada de la izquierda, sobre la base de la división liberal/antiliberal, dejó de lado la realidad de la cólera y la combatividad que retumbaban en el país. Y lo que es más importante, no había ningún movimiento que reuniera a la gente y abriera una nueva perspectiva. Pesó otro elemento estructural, que concernía a todos los actores. La compartimentación entre las reivindicaciones sindicales y el papel de las organizaciones políticas, que en última instancia se redujo al «apoyo a las luchas» e, incluso sin convencimiento, a la representación electoral, ¿no bloqueó la capacidad y la voluntad de poner en marcha una dinámica política? Ante la ausencia de una dinámica de movimiento social/ político después de 2008, a pesar de la crisis, para responder la pregunta en Francia hay que retroceder en el tiempo. Examinada a través del prisma de las perspectivas cruzadas, la secuencia 1995-1997 hace más visibles los principales rasgos de la originalidad de la realidad francesa.
1995-1997: de la huelga a la llegada de la izquierda al gobierno
¿Qué correlación puede establecerse entre el movimiento que paralizó Francia de noviembre a diciembre de 1995 y la llegada de la izquierda al gobierno en 1997? Un poderoso movimiento social paralizó el país durante varias semanas. Sólo unos meses después, Jacques Chirac decidió disolver la Asamblea Nacional, lo que dio lugar a elecciones legislativas. La inesperada derrota de la derecha condujo a la formación de un gobierno de izquierdas dirigido por un primer ministro socialista16. Una vez establecido el esquema lineal, el examen de la realidad reveló su complejidad. El interés de la secuencia reside en la cristalización de las tensiones entre movimientos sociales y política en un contexto dominado por la confrontación clásica, mientras que unos movimientos emergentes de gran calado están en proceso de modificar el espacio social y político. Las tendencias aparentes indican una continuidad en las reivindicaciones que sustentan el conflicto social. Aunque surgen otras que ocupan el espacio hasta la década de 2000. De hecho, no existe una dinámica popular que lleve a la izquierda al poder. El movimiento de 1995 tuvo un impacto, pero más por el debilitamiento de la legitimidad del primer ministro Alain Juppé que por ser portador de una visión propia. Indirectamente, pues, pero en profundidad, la señal de resistencia a las reformas liberales enfrentó a la derecha y las clases dirigentes con la necesidad de consolidar la mayoría conservadora. Debilitada por el movimiento y por sus divisiones internas, se preparaba para afrontar la aplicación del euro en 1999 con previsibles tensiones sociales. La dimensión europea debe tenerse tanto más en cuenta cuanto que el Tratado de Maastricht fue ratificado por un estrecho margen en 1992. Bajo la izquierda pluralista, la aplicación de las directivas de desregulación del sector público y la adopción del pacto de estabilidad generaron fuertes tensiones entre los sindicatos, los movimientos emergentes y el gobierno, así como en el seno de la mayoría.
¿Qué lecciones se pueden extraer de la relación entre conflicto y política?
De la experiencia de la izquierda en el poder entre 1997 y 2002 se pueden extraer pocas lecciones estratégicas. El resultado de las elecciones presidenciales de 2002, con la ausencia de la izquierda en la segunda vuelta y el duelo Chirac-Le Pen, dejó atónitos a militantes y dirigentes. Comenzó la desafección del electorado popular hacia los «partidos del sistema»17, y en particular hacia la izquierda. Sólo el 13% de los obreros y empleados votaron al candidato socialista. Todo parecía tener que reconstruirse.
Diversos elementos merecen atención para ampliar la reflexión sobre la relación entre el movimiento social y político en una experiencia de acceso de la izquierda al poder. La falta de expectativas de muchos sindicalistas, de muchos asalariados y de la opinión pública en general hacia la izquierda se combinó con el inicio de una desvinculación popular de la política en esta mitad de la década. La decepción con Jacques Chirac, elegido sobre la cuestión de la «fractura social», se combinó con la decepción con la presidencia de François Mitterrand, expresada en la fuerza del No a Maastricht y las elecciones de 1993, catastróficas para el Partido Socialista. Al mismo tiempo, asistimos a evoluciones y tensiones en el movimiento sindical que dejaron una huella duradera en el sindicalismo francés18. Al distanciamiento del compromiso de común acuerdo entre la CGT y el PCF se añade el debate en el seno de la CFDT. El apoyo de su dirección a la reforma de Alain Juppé formaba parte de una estrategia sindical asumida por la dirección y, en particular, por su secretaria general Nicole Notat, a pesar de los debates tensos y conflictivos que suscitó en el seno de la central19. Por las razones ya mencionadas, y mientras las elecciones legislativas estaban fijadas para 1998, el movimiento de 1995 no se preocupó de una salida hacia la izquierda. Por otra parte, es interesante examinar las posiciones de las fuerzas que constituirán la mayoría en 1997. Por el lado del Partido Socialista, el debate fue zanjado por Lionel Jospin, que se opuso a la idea de «dirigir el movimiento», en favor de preparar la alternancia política en las elecciones de 1998. Se trataba de una postura socialdemócrata clásica, preocupada por no reducir su base electoral y por dejar que cada cual, sindicatos y partidos, «hiciera su trabajo». Por parte del PCF, sí se recibe apoyo. Figuras importantes del movimiento sindical obrero con la CGT, y entre los profesores con la creación de la FSU en 1993, eran comunistas o cercanos al PCF. Tras el congreso de 1994, el PCF intentó una orientación estratégica que le permitiera ocupar terreno y frenar su declive legitimando una estrategia «comunista» original. Pensó en un «contrato» que asociara el movimiento popular, las luchas sociales en sentido amplio y las fuerzas políticas en una dinámica de conquista y gestión del poder. La precipitación de los acontecimientos y el fracaso de 2002 bloquearon tal proyecto. Sobre todo, pesó la concepción tradicional del reparto de papeles entre el movimiento social y la conquista del poder político.
La autonomía del movimiento: necesidad y límites
El bloqueo es tanto más evidente cuanto que estas tentativas siguen enmarcadas en estructuras institucionales como partidos y sindicatos, mientras que en la recomposición del paisaje social e ideológico emerge un movimiento diversificado en sus temas, actores y prácticas. El periodo está marcado por el auge del movimiento feminista, del movimiento de los sintecho, de los sin papeles y, más ampliamente, del movimiento de los «sin». Crece el movimiento ecologista. Esta galaxia militante se construyó y se definió en términos de autonomía con respecto a los «aparatos» y a las organizaciones tradicionales de la izquierda. Será una de las bases de la antiglobalización y formará parte de la izquierda antiliberal de los años 2000. En 1998, la creación de Attac, la asociación para la fiscalidad de los movimientos de capitales es reveladora del momento antiliberal, y de la distancia asumida hacia la izquierda. Se trataba de plantear la posibilidad de «Otro Mundo» frente a la quiebra, la impotencia, la esclerosis e incluso la traición de las organizaciones políticas tradicionales. El impacto de la intervención de Pierre Bourdieu da la medida de lo que se estaba jugando20. Invitó al retorno de los intelectuales al compromiso y al distanciamiento crítico de la política institucional como medio de transformar el orden de las cosas. Validó con su autoridad la identificación del «movimiento social» como actor y sujeto de transformación. Un movimiento transformador que relativizaba la referencia de clase, hasta el punto de oponerse a su expresión política. El llamamiento lanzado en agosto de 1998 «por la autonomía del movimiento social» por sindicalistas, militantes asociativos e intelectuales constituye un punto de referencia. Según este llamamiento, se trata de «participar en un proyecto de transformación social sin el cual no habrá alternativa posible al liberalismo», siendo la condición «la no instrumentalización de los movimientos que lo portan (…) para que acabe convirtiéndose en un verdadero debate público». Esta posición de fondo también apunta concretamente al proyecto – en particular del PCF – de integrar a militantes asociativos y sindicalistas en las listas para las elecciones europeas de 1999. El texto es explícitamente autónomo respecto a la experiencia de la izquierda plural, que gobierna el país. Se trata de una opción estratégica para ocupar el espacio político, al margen de los partidos, que constituye la base del movimiento antiglobalización.
«La génesis y el desarrollo de una nebulosa antiglobalización no pueden separarse de un renacimiento global de los movimientos de protesta en Francia en los años 90», explica Isabelle Sommier21. Nos encontramos en un punto de inflexión. En 1995, los dirigentes sindicales, de la CGT y de la FSU, vieron en el movimiento, en la amplitud del apoyo de los asalariados del sector privado y de la población, un impulso para la revitalización del sindicalismo francés. De hecho, lo que marca el momento a largo plazo es la expresión popular de la resistencia a la presión neoliberal, a través de las reformas estructurales de las pensiones y del mercado laboral, y el cuestionamiento de los servicios públicos. El editorial de Le Monde del 7 de diciembre titulaba «La primera revuelta contra la globalización», advirtiendo del «divorcio entre las clases dirigentes y su población». El miedo a la globalización, unido a la acumulación de decepciones con la izquierda y al debilitamiento del PCF, ahondó el escepticismo sobre la posibilidad de que la política cambiara el orden de las cosas. Todo ello con el telón de fondo del hundimiento del socialismo soviético y la aceleración de la integración europea. La pérdida de confianza que golpea principalmente a los partidos políticos, hasta el punto del rechazo, tiene su origen en la teorización neoliberal del fin de la política, o al menos de su impotencia. En el movimiento de izquierdas, social, asociativo, militante o simplemente ciudadano, este distanciamiento se ve reforzado por el recelo hacia todo lo que pueda asemejarse a un intento de «recuperación». Esta reacción está legitimada no sólo por las decepciones, sino también por el auge de una exigencia democrática de reconocimiento y de participar realmente en las decisiones. ¿Qué preguntas, qué retos son necesarios para que las fuerzas implicadas en los procesos y enfrentamientos institucionales, partidos de izquierda, sindicatos, afronten la gravedad de la situación? Para recuperar la confianza. A partir de ahí, ¿cómo construir dinámicas comunes duraderas que permitan abrir un camino a la izquierda para las próximas décadas, y reconciliar a los ciudadanos con la acción política?
Desde este punto de vista, el movimiento antiglobalización ocupa un espacio complejo en su relación con la política, con lo político. La victoria del No en el referéndum sobre el proyecto de Tratado constitucional europeo nos hizo pensar que se abría la vía a una dinámica mayoritaria que ocupase el espacio de la izquierda, e incluso más ampliamente, sobre la base del antiliberalismo. Bajo el lema «Otra Europa es posible» y el «No de izquierda», el movimiento antiglobalización estuvo presente en la campaña junto a militantes y organizaciones políticas. ¿Puede el antiliberalismo convertirse en la nueva división política pertinente para refundar una «izquierda real» que asocie a militantes de la izquierda de la izquierda movimentista, del PCF, de la extrema izquierda y de los socialistas críticos? Enfrentados a la cuestión concreta de las elecciones presidenciales de 2007, los colectivos antiliberales constituidos sobre esta base y esta estrategia sorprendente se disolvieron en torno a la cuestión de la candidatura22. Mientras las fuerzas y los militantes procedentes del movimiento antiliberal se reagrupaban bajo la etiqueta del Frente de Izquierda como alternativa al Partido Socialista y a la unión de la izquierda, la brecha entre el electorado popular y la política en su expresión institucional y partidista se ensanchaba aún más. Las semillas del populismo echaban raíces en un contexto de crisis social, de desempleo masivo y de fracturas sociales y regionales, abriendo el camino al ascenso de la extrema derecha lepenista.
Portador de la proyección global de que «otro mundo es posible», con sensibilidad hacia la demanda ecológica, el movimiento no tenía una trayectoria política concreta que ofrecer en ninguno de los dos países23. En los países occidentales, no ha calado en las capas populares. Sin embargo, como expresión de los movimientos y de las contradicciones que afectan a las sociedades y a las conciencias, expresa una demanda creciente de un nuevo horizonte. Sus iniciadores y dirigentes han tenido el mérito de plantear una perspectiva de esperanza y de luchas solidarias en la dimensión global y planetaria dominada por la globalización neoliberal. A su manera, el movimiento planteó exigencias democráticas y de igualdad real que marcaron a una generación de militantes. Pero la ambición transformadora del movimiento chocó con la realidad de la cuestión del poder24.
En el punto de inflexión de la década abierta por la crisis de 2008, marcada por la embestida de los planes de austeridad en Europa, el periodo en Francia estuvo marcado por una sucesión de movimientos sociales, algunos de ellos de gran envergadura, reveladores de las tensiones que fracturaban el país. ¿Cuál es la relación entre el fracaso electoral de Nicolas Sarkozy en 2012, tras las potentes movilizaciones contra la reforma de las pensiones en 2010? ¿Qué relación hay entre la ocupación masiva de las calles contra la ley de reforma del derecho laboral y el fracaso del quinquenio de François Hollande? La respuesta es difícil. Sin duda hay un efecto. Pero la escasa diferencia entre Nicolas Sarkozy y François Hollande demuestra que no hay una dinámica positiva. Al contrario, la decepción ante lo que se percibe como derrota alimenta el sentimiento de impotencia y de cólera. Ante la creciente desorganización, la cuestión de una «salida política» para las movilizaciones y para lo que funciona en el país es cada vez más apremiante. La creación del Frente de Izquierda para las elecciones europeas de 2009 abrió un espacio de encuentro para la izquierda, y una esperanza que se concretó en torno a la candidatura de Jean-Luc Mélenchon a las presidenciales de 2012. El debate sobre el potencial y los límites de la experiencia del Frente de Izquierda a lo largo del tiempo está lejos de haberse agotado. Conocemos las tensiones entre el proyecto de Jean-Luc Mélenchon de crear una nueva fuerza política y la resistencia del PCF a esa fusión. Aunque eso no es lo esencial, la ambigüedad no es un hándicap en una fase ascendente. En cambio, sobre el tema que nos interesa, ¿el proyecto estratégico de constituir una fuerza de «la izquierda de la izquierda» a partir del hundimiento del Partido Socialista y con el apoyo del debilitado PCF, sirvió para resolver la cuestión de una dinámica mayoritaria entre la agrupación político y los movimientos sociales de la época, sobre las pensiones y sobre el derecho laboral?
Después de 2012, ¿el intento de un populismo de izquierdas inspirado en el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo en Italia y sobre todo de Podemos en España no chocó con la ausencia de un movimiento popular de soporte en Francia? ¿Era éste realmente el objetivo de los instigadores de esta estrategia? ¿O la presión de los plazos electorales, en particular las presidenciales, no alimentó, a pesar de los esfuerzos o declaraciones de intenciones, la concepción clásica de la vinculación y subordinación del movimiento social a la construcción política? Si una dinámica populista se impone en 2017, es hacia la extrema derecha, la de Marine le Pen, y el de «a la vez derecha e izquierda» de Emmanuel Macron.
Los chalecos amarillos, ¿una esperanza pesimista?
Con la elección de Emmanuel Macron, las tensiones y la cólera, incluso apagadas, se exacerban. Se manifestaron repentinamente con la erupción de los Gilets Jaunes a finales de 2018. Si queremos identificar la novedad del movimiento, es su brusquedad, su expresión de cólera, y su exigencia de ser escuchados por las categorías «invisibles» que viven lejos de las concentraciones urbanas. Y para ello, se hicieron visibles apropiándose del espacio público, ocupando rotondas, vistiendo chalecos fluorescentes. Las formas de acción mediante la ocupación de espacios públicos locales como lugares de protesta, pero también de encuentros convivenciales, y las manifestaciones semanales contrastaban con las prácticas tradicionales. Con un movimiento así no es posible definir un marco válido para todo el territorio. La exigencia de independencia de organizaciones y partidos responde a la voluntad de permanecer unidos más allá de las propias opiniones de unos y otros. Más fundamentalmente, la feroz resistencia a cualquier intento de recuperación se corresponde con el clima generalizado de desconfianza hacia los aparatos políticos. ¿No encuentran los Gilets jaunes espontáneamente su amplia capacidad de movilización en las capas maltrechas del país, y una resonancia real en el país a partir de esta ruptura con las instituciones? La revuelta contra las élites y el rechazo a identificarse con la división derecha/izquierda se corresponde con el populismo imperante. Es inevitable pensar en la rabia y la frustración que mueven a los votantes de Donald Trump25.
¿No encuentran los Gilets jaunes espontáneamente su amplia capacidad de movilización en las capas maltrechas del país, y una resonancia real en el país a partir de esta ruptura con las instituciones? La revuelta contra las élites y el rechazo a identificarse con la división derecha/izquierda se corresponde con el populismo imperante.
Esta desconfianza radical conduce a la afirmación, como movimiento, de unas reivindicaciones políticas que ratifican la ruptura con el sistema institucional basado en la representación. Se expresan en la práctica en la soberanía de las asambleas, la horizontalidad de la toma de decisiones, y a nivel institucional con el Référendum d’Initiative Populaire (RIP)26, o con la destitución de los cargos electos. Por muy «recuperables» que las juzgue el populismo, estas reivindicaciones son una de las expresiones emblemáticas de un movimiento que basa su práctica democrática en la exigencia de igualdad, proximidad, convivencia y confianza en los demás y en uno mismo27. Para la izquierda, en particular para el Partido Comunista y los Insumisos de Jean-Luc Mélenchon, el movimiento de los Chalecos Amarillos constituye un desafío, en términos de capacidad para identificarse con la fuerza que mejor responde a lo que el movimiento expresa. Por su parte, los Gilets Jaunes se enfrentan inevitablemente a los límites de sus criterios consensuados, frente a la política, fuera de las instituciones y, según algunos, contra ellas. Así, cuando un plazo político o electoral, como las elecciones europeas de 2019, se hace patente, algunos portavoces expresan la tentación de formar un movimiento político – avivado por la seducción mediática -. Como ocurrió con otros movimientos en otros momentos, estos intentos tropiezan con la diversidad de motivaciones, la vaguedad de las reivindicaciones y objetivos, el rechazo a la organización y a los líderes, dificultando su capacidad de agrupamiento28. Tanto más cuanto que otras movilizaciones ocupan el terreno en el frente social, contra la reforma de las pensiones o la defensa del hospital público. Estas movilizaciones se organizan esencialmente por iniciativa de sindicatos u organizaciones profesionales. Sea cual sea la evolución, o la erosión de sus manifestaciones públicas, la referencia a los Chalecos Amarillos se ha anclado en la realidad del país. Si bien el poder no se ha visto realmente amenazado, sí se ha visto sacudido por una ola imprevista e ingobernable. Junto con las clases dirigentes, debe tomarse en serio esta nueva manifestación de cólera que emerge de las profundidades del país. Los créditos liberados para rebajar la tensión y desmovilizar no serán suficientes. Para la izquierda, en sentido amplio, como alternativa a la derecha, este objeto político no identificado es un nuevo y serio incentivo de plantearse la cuestión de la capacidad de la acción política para aportar soluciones. ¿Cuál es la visión de futuro de este mundo diferente, aunque sea confuso, y no obstante anclado en la vida real? ¿Cómo restablecer la confianza después de tantas decepciones acumuladas? ¿Cómo salvar la distancia y salir de la espiral, en el mejor de los casos de abstención, o en el peor el de «todos podridos»?
Black Lives Matter y el «efecto espejo”
En este punto de la reflexión, observando las correspondencias entre los acontecimientos de los dos países, la onda expansiva de las movilizaciones tras el asesinato de George Floyd es una ilustración ejemplar de los problemas que plantea el «efecto espejo». La movilización para exigir «Justicia para Adama» se cruzó con el aumento de las protestas contra las violencias policiales, tanto individuales como en el mantenimiento del orden público, y contra el endurecimiento de la legislación represiva.
La asociación entre el trato policial en Estados Unidos y, en Francia, la acusación de trato discriminatorio por parte de la justicia para encubrir la violencia policial, hasta las últimas palabras de Adama Traoré «Je ne peux plus respirer«, eco del «I can breathe» de George Floyd, son elementos que establecen la identificación entre las dos situaciones.
El efecto de asimilación entre las dos víctimas juega a fondo como catalizador de una cólera silenciada y expresada. La asociación entre el trato policial en Estados Unidos y, en Francia, la acusación de trato discriminatorio por parte de la justicia para encubrir la violencia policial, hasta las últimas palabras de Adama Traoré «Je ne peux plus respirer«, eco del «I can breathe» de George Floyd, son elementos que establecen la identificación entre las dos situaciones.
La imagen proyectada por Assa Traoré, hermana de la víctima y responsable de la campaña, utilizando los códigos de los movimientos negros de los años 60 y la referencia icónica a Angela Davis, alimenta la narrativa del orgullo por la lucha antirracista. La atribución del titular de Time’s 2020 Guardian con una foto a toda página amplifica el efecto de lupa del «espejo levantado en los Estados Unidos», tal y como lo expresa el grupo de rap «La Rumeur». Este efecto de amplificación interpela sobre lo que el eco del movimiento estadounidense ha liberado en la expresión de las frustraciones y en la adquisición de confianza en uno mismo.
¿Qué expresaron y revelaron sobre Francia la rapidez de la reacción y la capacidad de movilización casi espontánea? Después de los miles de personas que se concentraron ante el Palacio de Justicia de París, las decenas de miles que se reunieron en la plaza de la República de París, desafiando las prohibiciones de manifestación, encontraron en la fuerza del movimiento lanzado por Black Lives Matter una legitimidad multiplicada para la radicalización de la reivindicación antirracista y la denuncia de la violencia policial. La participación de los jóvenes, en gran número, en las manifestaciones cuestionó la profundidad del malestar y el resultado de tales frustraciones.
Ya nos habíamos enfrentado a un debate sobre la interpretación de los disturbios suburbanos del otoño de 2005. Mientras ABC titulaba «¿Está ardiendo París?», en Francia se comparaban los disturbios con las revueltas urbanas de Watts, en Los Ángeles, o con los guetos negros de Chicago en los años sesenta (Giblin, 2006). Mientras que un sociólogo como Alain Touraine veía una «americanización» de la sociedad francesa, estudios más rigurosos trataron de identificar las diferencias esenciales en la naturaleza de las realidades evocadas tras palabras como «disturbios» y, sobre todo, en el atajo de asimilar «suburbios» y «guetos», la referencia al «Bronx», a la diferencia esencial de la naturaleza de las realidades evocadas (Wacquant 2006). La lección de las reflexiones sobre las derivas de esta asimilación a través del vocabulario sigue siendo válida. Conlleva el peligro de un análisis sesgado de las dos realidades. La minimización de la gravedad de la situación en Estados Unidos, con sus fundamentos históricos, sociales y culturales arraigados en el papel de la esclavitud en la historia de la nación. La especificidad que subyace a la gravedad de la segregación social en los suburbios franceses, con el efecto de la narrativa postcolonial en el último periodo.
Sin profundizar aquí en el análisis, ¿no podríamos sugerir que una politización de la gestión de la tensión entre lo social y la reacción ante una discriminación insoportable es una de las condiciones que les puede hacer converger? La importante participación de los blancos en las protestas antirracistas y contra la violencia policial en Black Lives Matter, así como el vínculo establecido con las reivindicaciones sociales, merecen ser tenidos en cuenta en el debate en Francia.
De la desconexión popular a la oferta política
La interdependencia entre los movimientos sociales y políticos y las cuestiones planteadas a la izquierda ponen de manifiesto las características específicas de cada situación. En el largo periodo de treinta años de inmersión en la globalización neoliberal, las secuencias de tensiones y rupturas, de cambios significativos, no se solapan entre Francia y Estados Unidos. Con el tiempo, sin embargo, podemos encontrar puntos de convergencia en la relación con la política, con lo político, más allá de las grandes diferencias en las instituciones, las culturas políticas, la historia, el peso de la esclavitud, las disparidades geográficas y el federalismo, el lugar del Estado, el sistema de partidos, la propia composición de la izquierda política.
La evolución de la desvinculación popular de la institución, del «establishment», sin ser comparable, plantea cuestiones existenciales al movimiento progresista. Del mismo modo, el debilitamiento del sindicalismo – por sus propias razones, aunque también vinculado a la desindustrialización y a la estrategia managerial compromete duraderamente la resistencia obrera, en términos de organización, pero también de ideología.
La evolución de la desvinculación popular de la institución, del «establishment», sin ser comparable, plantea cuestiones existenciales al movimiento progresista. Del mismo modo, el debilitamiento del sindicalismo – por sus propias razones, aunque también vinculado a la desindustrialización y a la estrategia managerial compromete duraderamente la resistencia obrera, en términos de organización, pero también de ideología (ver Groux en este número). Añado una cierta concomitancia hacia 2016/2017 en la desintegración de la polarización institucional bipartidista con el hundimiento de las fuerzas dominantes de Republicanos y Demócratas en los Estados Unidos, de derecha y PS en Francia. El resultado es diferente, pero ¿no es este un momento de recomposición? El edificio bipartidista está siendo sacudido, ya sea por la emergencia de una nueva fuerza en la izquierda con Bernie Sanders, o por la instalación de un populismo democrático en la izquierda, y un populismo autoritario, racista, incluso fascista con la extrema derecha y Trump29. También se puede argumentar que, en esta última secuencia, en lo que respecta a la izquierda de ambos países, nos encontramos en el lado opuesto del espectro. La ocupación del espacio por Bernie Sanders, y su reforzada influencia por la elección en el Congreso de representantes que se reclaman de la izquierda, frente a la moderación de los demócratas, da un nuevo sentido a las cuestiones en debate: la pertinencia de la reivindicación de «la izquierda» en un momento en que en Francia el tema populista, incluso desde la izquierda, declaró superada la división; la afirmación de la necesidad de organizarse, si no como partido, al menos como fuerza autónoma en el sistema existente, en un momento en que en Francia se defiende la idea de que los partidos políticos están superados y son inadecuados para la transformación social. Los puntos de partida opuestos se invocan con razón. En Estados Unidos, existe un impulso social y generacional que cuestiona el estado de cosas existente, un sistema fundamentalmente injusto y peligroso que está destruyendo a los seres humanos y al planeta. Este impulso se amplifica con la resistencia a Trump. Un presidente que lleva al paroxismo la violencia y las provocaciones racistas y machistas, negando las amenazas y desastres ecológicos, y la catástrofe sanitaria. En Francia, la acumulación de decepción y rabia tras treinta años de políticas liberales pone a las fuerzas de izquierda ante el dilema de transformarse o desaparecer. El hundimiento del voto de izquierda entre las clases populares, su abstención masiva y el aumento de la influencia del populismo de extrema derecha expresan la profundidad del desconcierto ante la ausencia de una perspectiva creíble y moderna. Por otra parte, el movimiento ecologista que vincula «el fin del mundo y el fin de mes», las luchas de las mujeres, las movilizaciones antirracistas o las que denuncian la violencia policial, indican las tendencias profundas que están actuando en las nuevas generaciones.
El movimiento ecologista que vincula «el fin del mundo y el fin de mes», las luchas de las mujeres, las movilizaciones antirracistas o las que denuncian la violencia policial, indican las tendencias profundas que están actuando en las nuevas generaciones.
La oferta política de unirse en torno a preocupaciones concretas y la necesidad de esperanza basada en una dinámica social es una de las principales condiciones para volver a movilizar el electorado popular30. Las crisis que se acumulan con una exacerbación acelerada desde 2008, financiera y económica, social, ecológica, sanitaria con la pandemia del Covid-19, a una escala nunca vista, abren la vía a una bifurcación. ¿No estamos hablando de la necesidad de una revolución política? ¿No está en la práctica y en las estrategias, que funcionan en la sociedad, la superación de la idea dominante de la primacía de la «política» sobre el «movimiento»? ¿La energía de renovación, de refundación política y estratégica, no está en las prácticas, en el encuentro de lo que se expresa en el movimiento social mediante una propuesta política mayoritaria que no ignore las limitaciones, sino que trabaje para transformarlas y superarlas? En definitiva, en esta situación de conjunción de crisis, ¿no se trata de dar un sentido emancipador a la respuesta a las urgencias y a la exigencia de esperanza en «otro mundo»?
La insaciable pasión por la igualdad
En el periodo abierto por la crisis de 2008 en Estados Unidos, y durante un periodo más largo en Francia, una visión transversal revela la originalidad de los contextos, las respuestas a las crisis y el legado histórico. En Estados Unidos, son las desigualdades las que minan la confianza en el sistema, hasta el punto de exacerbar la polarización política. En Francia, la continuidad de las movilizaciones, en sus formas diversificadas, se centra en la resistencia a las reformas estructurales que adecuan el sistema a las normas liberales. Esencialmente, la reforma del sistema de pensiones y del mercado laboral. Otras resistencias movilizan a sectores profesionales concretos, sobre todo en defensa del sector público. Todas ellas afectan, de un modo u otro, la afección al servicio público y a la intervención de los poderes públicos como base y garantía de la igualdad de derechos. En ambos casos, son marcadores del pacto social. Todos ellos plantean la cuestión del significado de la democracia en un mundo en transformación. El cruce de puntos de vista pone de manifiesto la diferencia de enfoques, pero también la tensión entre desigualdad y democracia, para la que se solicita abundantemente la referencia a «De la democracia en América» (Alexis de Tocqueville). Cuando esta tensión invade el campo del debate hasta el punto de convertirse en subversiva, la preocupación de Tocqueville por «esta insaciable pasión de los pueblos por la igualdad» adquiere una resonancia asombrosa.
Bibliografía
AGRIKOLIANSKI Eric, FILLIEULE Olivier, MAYER Nonna, L’altermondialisme en France, la longue lutte d’une nouvelle cause, Paris, Flammarion, 2005.
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BEROUD Sophie, MOURIAUX René (dirs), Le Souffle de décembre 1995. Continuités, singularités, portée, Paris, Syllepse, 1997 (et non 2001).
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DEROUBAIX Christophe, L’Amérique qui vient, Paris, Editions de l’Atelier, 2016.
FOX PIVEN Frances, CLOWARD Richard, Poor People’s Movements, Why They Succeed, How the Fail, Rand House, 1978. Extracto traducido, Revue Agone, 2015/1 n°56, pages 13 à 64.
IVOL Ambre, LE-DANTEC-LOWRY Hélène, (dirs.) Generations of social movements, The Left and Historical Memory in the USA and France, Paradigm/Routledge, 2015.
KATZNELSON Ira, KESSELMAN Mark, DRAPER Alan The Politics of Power, A critical introduction to American government, New-York, W. W. Norton & Company, 2014.
PIGENET, Michel, TARTAKOWSK, Danielle, (dirs.), Histoire des mouvements sociaux en France de 1814 à nos jours, Paris, La Découverte, 2012.
SOMMIER Isabelle, Le renouveau des mouvements contestataires à l’heure de la mondialisation, Paris, Flammarion, 2003.
TILLY Charles, TARROW Sydney, Politique(s) du conflit, Paris, Presses de Sciences Po, 2015
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Daniel Cirera, secretario general del consejo científico de la Fondation Gabriel Péri. Especialista en cuestiones internacionales y europeas, oportunidades políticas de los movimientos sociales y consecuencias políticas de la desigualdad. Entre sus textos destacan: Social-démocratie: échec et fin de cycle (2009) y Allemagne-France: de la réconciliativon au partenariat inégal (2015). Notes de la Fondation Gabriel Péri. Este texto es el capítulo 1 del libro de Daniel Cirera, Guy Groux y Mark Kesselman (dir.) (2022) Régards croisés USA-France. Mouvements et politique en temps de crises. Nancy, L’Arbre Bleu. Agradecemos a los autores las facilidades para publicar en Pasos a la izquierda. Traducción de Pere Jódar.
NOTAS
- Frances Fox Piven, The Nation, 1 diciembre 2008.
- «Un movimiento popular a favor de las reformas puede hacer de Obama un gran presidente».
- La tensión entre la primacía de las luchas sociales sobre la acción política, o la primacía de la intervención política organizada atraviesa, como sabemos, el movimiento obrero, luego el movimiento progresista y la izquierda, desde sus orígenes. Recordemos la interpelación de Marx: «¡No digáis que el movimiento social no es un movimiento político!», así como la insistencia en la dimensión fundamentalmente política de la lucha de clases en El Manifiesto. Esta tensión entre la calle o la intervención popular y la acción política está en el centro del debate estratégico. En última instancia, es la propia concepción de la acción política la que está en juego en la resolución -o no- de esta tensión, dependiendo de las circunstancias.
- … hasta Nuit Debout en la plaza de la République en París en 2013. El interés de la experiencia neoyorquina radica en lo que indica del momento, en su forma e impacto, los estratos sociales que la apoyan y sus objetivos, en relación con otras prácticas democráticas de base, populares, ampliamente experimentadas.
- Fue David Graeber, uno de los teóricos más influyentes de la corriente anarco-libertaria, antiautoritaria, quien lanzó la consigna del 1%. Occupy pretende basarse en la utopía zapatista, neolibertaria y anarquista, teorizada en particular por John Holloway en Change The World Without taking Power: The Meaning of Revolution Today (Get Political), 2002 (hay edición española en varias editoriales latinoamericanas).
- De forma menos radical, pero explícita, la Carta del FSM de Porto Alegre afirma: «Los representantes de partidos y organizaciones militares no podrán participar en el Foro como tales» (artículo 8).
- La cuestión de la cobertura sanitaria «para todos», o al menos para los más desfavorecidos, venía planteándose desde hacía tiempo. La propia Hillary Clinton propuso un «seguro sanitario para todos los estadounidenses». El nivel de exigencia en el contexto de la crisis social, económica y política de la presidencia de Obama la convirtió en una reivindicación más divisiva y políticamente conflictiva.
- La insistencia en mantener la presión tras la elección de Biden anticipa el riesgo de una cierta desmovilización de los activistas, que ya se observó en 2008.
- La noción abarca un campo más amplio que el de la «clase obrera» en Francia [o España].
- La espectacular movilización contra el desafío del gobernador de Wisconsin a los derechos sindicales de los funcionarios en 2011 es un punto de inflexión, «un crisol para una nueva izquierda, una reconexión con la gran tradición radical estadounidense» en desacuerdo con la moderación demócrata. https://www.theguardian.com/commentisfree/cifamerica/2011/mar/18/wisconsin-us-politics.
- La cuestión de la «raza» solo se integra, explícitamente, en el transcurso de la campaña.
- Conversación con Bhaskar Sunkara, editor de Jacobin, Chicago, julio de 1919.
- En el contexto de 2008, estas reivindicaciones se inscriben en una estrategia global de salida de la crisis, que va desde las políticas públicas de estímulo y las inversiones específicas para el empleo hasta la regulación de la esfera financiera internacional.
- Sondeo L’Humanité-CSA, 3/02/2009.
- L’Humanité, 27/03/2021.
- A finales de 1995, durante tres semanas, de mediados de noviembre a mediados de diciembre, Francia se vio afectada hasta la parálisis por un movimiento de huelgas y movilizaciones contra el «plan Juppé» de reforma del sistema de seguridad social y pensiones. Hubo más de 6 millones de huelguistas, principalmente en el sector público, pero también en el privado. A pesar de las molestias causadas por las huelgas, sobre todo en los transportes, el movimiento contó con el apoyo de la opinión pública. La manifestación del 2 de diciembre reunió a 2 millones de participantes. El 15 de diciembre el gobierno dio marcha atrás y Alain Juppé retiró su proyecto. 1995 sigue siendo una referencia como lucha victoriosa y como primer gran movimiento social contra el neoliberalismo. Jacques Chirac, presidente de la República, apenas obtuvo un 19,88%.
- Ver Guy Groux “Francia-Estados Unidos. Dos modelos de acción colectiva puestos en abismo”, en este número de Pasos a la Izquierda.
- El llamamiento de personalidades e intelectuales en solidaridad con los huelguistas, con Pierre Bourdieu, respondía a la petición lanzada por la revista Esprit, a iniciativa de personalidades como Pierre Rosanvallon y Paul Ricoeur, en apoyo de la reforma y de la CFDT, expresión de la 2ª izquierda liberal, de influencia rocardista.
- Guy Groux en este número de Pasos a la Izquierda.
- Isabelle Sommier. Radiographie du mouvement altermondialiste, París, La Dispute, 2005, p.35.
- Marie-George Buffet (PCF) obtuvo el 1,9% de los votos, José Bové el 1,3% de los sufragios, el candidato ecologista el 1,5%, mientras que el PS sufrió un nuevo fracaso.
- Menos en América Latina, especialmente en Brasil con la elección de Lula en 2003, con el papel determinante del Partido de los Trabajadores, pilar del FSM, que se celebró por primera vez en 2001 en Porto Alegre.
- «Lo más probable es que se produzca (…) una coexistencia duradera entre una corriente «antiglobalización» rutinizada aferrada a una lectura reductora de la Carta de Principios, excluyendo a los partidos políticos y la acción con ellos o con los gobiernos, y una corriente que, sin confundirse con un movimiento político, seguirá defendiendo la necesidad de vincular lo social y lo político». Louis Weber, L’altermondialisme à la croisée des chemins, en Cahiers du socialisme (2010) https://www.cahiersdusocialisme.org/l’altermondialisme-a-la-croisee-des-chemins/
- Mark Kesselman, “Le populisme, une réponse à la crise de la politique”, capítulo 7 del texto de Cirera, Groux y Kesselman.
- RIP: referéndum de iniciativa popular.
- https://www.huffingtonpost.fr/entry/les-gilets-jaunes-incarnent-un-mouvement-profondement-democratique_fr_5dcd82cbe4b0d43931d0fd68
- Elie Michel, « Gilets jaunes » et Mouvement 5 étoiles expriment un même ras-le-bol général, Le Monde, 10 janvier 2019.
- Ver Mark Kesselman en opus cit.
- La noción de capas populares se toma aquí en un sentido amplio.
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