Por ALBERT JIMÉNEZ
Introducción
La evolución de la situación “post-covid” que parece irse consolidando ha traído consigo una coyuntura en la que los escenarios políticos, sociales y económicos derivados son capaces de aunar una situación de bloqueo y debilidad política institucional con una depresión económica prolongada y, de forma especialmente notable, con la ausencia de un impulso de movilización significativo.
En este sentido, y a falta de ver el posible desarrollo y la dirección de los hasta ahora puntuales estallidos de descontento social y laboral, las diferencias -a la baja- con el periodo iniciado en 2008 son patentes tanto en el alcance como en la intensidad de la respuesta social. Pese a que a estas alturas sería seguramente precipitado aventurar una hipótesis que explique esta situación de aparente impasse, sí parece plausible señalar como relevantes la ausencia tanto de un sujeto político colectivo en auge como la de un contexto organizativo favorable a su desarrollo. En este sentido, la agudización de los procesos de individualización y fragmentación social que, lógicamente, ha traído consigo una situación de aislamiento forzoso y de incapacidad física para la interacción social colectiva nos permite apuntar, al menos, a la importancia de la relación entre los espacios de socialización política (en un sentido tanto físico como organizativo), el desarrollo de sujetos políticos colectivos y la conflictividad de clase.
En esta línea, tiene sentido retomar el análisis de algunas de aquellas organizaciones que, durante el último ciclo de movilización importante (2009-2016, aproximadamente), fueron más capaces de desarrollar espacios desde los que ofrecer una respuesta organizativa adaptada al contexto socioeconómico y a la composición de su base social. Para ello, el caso de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) supone un ejemplo excelente en tanto que su actividad, centrada en la defensa del derecho a la vivienda a través de -aunque no exclusivamente- la desobediencia civil1, atacaba la que había sido la principal arteria del capitalismo español de las últimas décadas: la financiarización del mercado de la vivienda y la extracción de rentas a través de los mercados del suelo e hipotecario. Esta enmienda a la totalidad de lo que había constituido los cimientos tanto de la acumulación de capital como del modelo social hegemónico en el estado español (la renombrada “sociedad de propietarios”) produjo, entre otras cosas, la articulación de un sujeto político colectivo que, a través de su propia composición como sujeto de clase en lucha, suponía un amplio cuestionamiento de la base de las relaciones de poder estructural del capitalismo español contemporáneo.
Ahondando en esto, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y la Crisis (PAHC) -la asamblea de la PAH en Sabadell-, ha sido una de las asambleas con mayor capacidad organizativa y de movilización del estado, además de una de las más explícitas en su formulación de la lucha por el derecho a la vivienda como una forma de lucha de clases
Ahondando en esto, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y la Crisis (PAHC) -la asamblea de la PAH en Sabadell-, ha sido una de las asambleas con mayor capacidad organizativa y de movilización del estado2, además de una de las más explícitas en su formulación de la lucha por el derecho a la vivienda como una forma de lucha de clases. No obstante, un análisis de la actividad de la PAHC realizado con la perspectiva histórica que los años ya nos ofrecen3 debe, necesariamente, incorporar elementos para una revisión crítica de la trayectoria del movimiento que incluya tanto los periodos de mayor actividad e intensidad como las fases de declive en la capacidad de movilización e impacto. Esta revisión crítica ha de permitirnos entender no sólo los motivos por los que una organización movimentaria como la PAH fue (y hasta cierto punto sigue siendo) capaz de plantar cara al modelo de acumulación capitalista español y a las consecuencias de su derrumbe, sino también de qué forma reaccionaron estado y capital ante ese embate y hasta qué punto y de qué forma fueron capaces de alterar los procesos que había permitido a la PAHC (y a la PAH en general) desarrollar su actividad. Esto es crucial en tanto que la articulación y/o desarticulación del sujeto político que encarnaba la PAH se vincula de forma inextricable a una combinación entre la organización (y práctica) del movimiento, la composición social del mismo y el contexto en el que este se desarrolla (incluyendo la actividad de las élites políticas y económicas).
Este análisis nos permite centrarnos en dos cuestiones fundamentales para entender los procesos de lucha de clases y su relación con la formación de sujetos políticos: La organización de la experiencia y la experiencia de la organización. En primer lugar, cuando consideramos la organización de la experiencia de clase debemos tener en cuenta como las experiencias derivadas de los múltiples efectos que la clase ejerce en la vida cotidiana varían enormemente, no solo en su naturaleza, sino también en cómo son percibidas y procesadas por quienes las viven. Per se, estas experiencias no ofrecen garantía alguna de su traslación ni en luchas efectivas ni en movimientos de clase capaces de articular sujetos políticos en los términos teóricamente correspondientes. Es la organización de esas experiencias lo que faculta para sentar las bases para una subjetivación colectiva de clase. Sin embargo, esta organización de lo vivido no ocurre en un vacío social o político, sino que responde a una triangulación cambiante entre las fuerzas externas al movimiento (incluidas estructuras, instituciones y otros actores), las condiciones materiales en que este se desarrolla y sus necesidades (determinadas por la composición de clase de su base social). La naturaleza de las luchas de clases depende pues en buena medida de cómo se organizan las experiencias que forman su base.
Este análisis nos permite centrarnos en dos cuestiones fundamentales para entender los procesos de lucha de clases y su relación con la formación de sujetos políticos: La organización de la experiencia y la experiencia de la organización
En segundo lugar, al considerar la experiencia de la organización de clase debemos partir del punto anterior, entendiendo que las diferentes formas de organizar las experiencias de clase pueden, a su vez, producir diferentes formas tanto de los movimientos sociales como de las luchas que encarnan. Estas variaciones (que incluyen el discurso, las estrategias, las relaciones personales, etc.) condicionan la naturaleza, praxis y disposición política de una organización (desde lo corporativo a lo hegemónico, usando aquí la terminología gramsciana [Gramsci, 1971]), y ejercen una cierta influencia sobre qué aspectos subjetivos de la lucha de clases (subalternidad, antagonismo o autonomía) dominan una formación específica. En conjunto, todos estos factores informan las experiencias y la subjetivación política de los miembros de un movimiento, determinando su capacidad para fomentar (o no) la articulación política de un sujeto de clase. Este proceso de subjetivación es crucial puesto que la existencia de sujetos y organizaciones de clase es condición sine qua non para una lectura de clase del poder del capital financiero que, en última instancia, permita el desarrollo de una política emancipatoria.
Siguiendo este razonamiento es posible afirmar que la organización de la experiencia es la experiencia de la organización, y que esta conjunción de ambas cuestiones forma la base de la articulación de un sujeto político colectivo fundado en el antagonismo de clase y, por lo tanto, capaz de cuestionar la estructura profunda de la extracción capitalista. Ahora bien, para sentar las bases de un análisis de la formación de sujetos en la PAHC, es necesario examinar la evolución de las complejas interacciones en juego entre los tres vórtices de un triángulo analítico formado, como ya hemos apuntado, por la organización del movimiento (incluidas la práctica y el discurso), el contexto en que este opera y, finalmente, su composición. A este efecto se ha dividido el análisis siguiente tres grandes categorías (subdivididas a su vez en varios elementos) exploradas a lo largo de tres grandes etapas (2011-2012, 2013-2015 y 2016-2017).
La PAHC Sabadell
En primer lugar, el período inicial de la PAHC (2011-2012), que podríamos describir como una fase ofensiva del movimiento en el momento más crudo de la crisis hipotecaria, se caracteriza por una composición con un dominio claro de la tipología hipotecaria (de tempos lentos), un tamaño reducido de la asamblea (pero con un crecimiento muy rápido) y una alta solidaridad interpersonal. La organización combina un liderazgo informal fuerte alrededor de un núcleo activista comprometido ideológicamente con una estructura de toma de decisiones horizontal y una estrategia y relato altamente politizados y orientados al conflicto. La combinación de estos factores nos permite observar el paso, al nivel de la experiencia subjetiva, de algunas formas de subalternidad presentes en el creciente número de recién llegados -la mayoría de los cuales necesitan ser convencidos para dejar de pagar (Muriel, 2018)-, al dominio del antagonismo y la aparición de un sentido colectivo del yo emergente en lucha frente a un “otro” antagonista esencialmente representado por las entidades financieras. Acciones como impedir desahucios o demandas como la “dación en pago” delimitan la frontera y la transición entre un tipo de resistencia más pasiva y una lucha más ofensiva. Se produce una combinación fluctuante entre estrategias esencialmente defensivas (mantener la propiedad/posesión del domicilio, o canjearla al menos por una condonación de deuda), una cierta aceptación -condicional- de la dominación (por ejemplo, las campañas orientadas al uso de canales legales/institucionales, como la primera gran Iniciativa Legislativa Popular) y un creciente rechazo a la dominación estructural. Esta última cristaliza en tácticas de desobediencia civil y de una incipiente acción directa, que acabaran produciendo un relato anclado en la llamada generalizada a la insubordinación, así como a la formación de un contrapoder creciente capaz de desarrollar y desplegar una agenda propia.
En segundo lugar, el período intermedio (2013-2015) se caracteriza por la transición del predominio del antagonismo a la creciente relevancia de la autonomía como principal experiencia impulsora de la subjetivación en la PAHC. Durante estos años observamos dos fenómenos paralelos: por un lado, una estabilización interna, con una PAHC de mayores dimensiones que alcanza aquí su madurez organizativa (en una estructura que mantendría de forma más o menos definitiva) y su máxima capacidad de movilización e impacto político y social. Por otro lado, observamos también una estabilización externa, con la (re)composición del sector financiero-inmobiliario, el inicio de algunas reformas del marco legal y la estabilización del número de desahucios hipotecarios, aunque verá también el paulatino incremento de los casos derivados de alquiler y el consiguiente cambio en la composición del movimiento. Este aumento (e incipiente cambio) de las necesidades organizativas, combinado con la consolidación del ejercicio de contrapoder de la organización obligó a iniciar un cierto giro “técnico” -menos horizontal-, pero a la vez permitió a la asamblea el desarrollo de un enfoque más auto-centrado, tanto en términos estratégicos como desde una perspectiva de autogestión, posibilitando la plena implementación y el despliegue sistemático de la campaña de “Obra Social”, que implicó la “recuperación” (ocupación) y gestión de varios bloques de viviendas vacías propiedad de entidades financieras (García-Lamarca (2017a, 2017b)) que, en algunos casos, se convirtieron (o al menos intentaron convertirse) en comunidades autorreguladas y modelos prefigurativos (Ribera-Almandoz, 2019). Durante este período, el conflicto abierto con el Estado y la decepción con los resultados de las campañas orientadas hacia la participación institucional (como las ILP’s) y la representación política (como las campañas de “escrache”) llevaron a una creciente convicción en la necesidad de actuar de manera independiente, fomentada por una narrativa que denunciaba la connivencia entre el capital financiero y el Estado. En este sentido, es posible identificar una transición desde “la negatividad del antagonismo” hacia la “positividad de la autonomía” (Modonesi, 2014) que se apoya tanto en la noción de autonomía como de “independencia de clase” como en su concepción en términos de “emancipación (…) [o] prefiguración”.
La organización del movimiento (incluidas la práctica y el discurso), el contexto en que este opera y, finalmente, su composición. A este efecto se ha dividido el análisis siguiente tres grandes categorías (subdivididas a su vez en varios elementos) exploradas a lo largo de tres grandes etapas (2011-2012, 2013-2015 y 2016-2017).
En estos momentos de transición del antagonismo a la autonomía es donde, a un nivel más concreto, el proceso de subjetivación de clase alcanzó su máxima expresión, con un sujeto colectivo capaz de afirmarse de forma consciente en el autoabastecimiento de sus necesidades y la autotutela de sus derechos. Sin embargo, el movimiento en su conjunto (la PAH) no fue capaz de configurarse como un sujeto de clase plenamente articulado, y el desarrollo de la transición antes mencionada hacia un proyecto de clase emancipador fue, de hecho, desigual y muchas veces limitado a ciertos sectores de izquierda dentro de la organización, de entre los cuales la PAHC fue probablemente el ejemplo más notable. Una vez que el campo y los actores antagónicos lograron adaptarse y recomponerse por sí mismos, el movimiento mostró notables dificultades para adaptarse a la nueva triangulación entre organización, contexto y composición.
El tercer período (2016-2017), al que podríamos caracterizar por el pleno despliegue de la respuesta del estado y del capital, se define por un retorno de la autonomía a una especie de subalternidad renegociada. Un “ajuste de la relación de dominación» a través de reformas controladas, regulación y concesiones menores (por ejemplo, la moratoria de desalojo), que conducen a una restauración parcial y progresiva del orden en los mercados hipotecarios y un desplazamiento de la extracción de beneficios hacia los mercados de alquiler y la provisión pública de soluciones, que recae en las administraciones locales. Los cambios que esto provocó tanto en la composición como en las formas organizativas de la PAHC favorecieron la delegación técnica en detrimento de la toma de decisiones autónoma (es decir, un giro «asistencialista»), mientras que el creciente conflicto con la administración local (esencialmente a través del circuito de servicios sociales) sobre la gestión de unos recursos públicos escasos contribuyó a desdibujar las claras relaciones de antagonismo con las élites políticas y financieras.
En general, podemos afirmar que los tres periodos analizados corresponden esencialmente con cambios en el estado lucha de clases que, a su vez, apuntan a procesos de transición entre momentos de dominio de la subalternidad, el antagonismo y la autonomía. A la vez, estos desarrollos se corresponden con un doble proceso de articulación y desarticulación política de un sujeto de clase. Estos desarrollos han sido -si bien parcialmente y en diferentes momentos- causa y efecto de cambios en el contexto económico y político que, a su vez, han traído cambios en la organización del movimiento (en su estrategia, táctica y discurso) ligados a cambios adicionales en las necesidades derivadas de la composición social de la PAHC. Las principales características de ambos momentos se pueden resumir de la siguiente manera.
En general, podemos afirmar que los tres periodos analizados corresponden esencialmente con cambios en el estado lucha de clases que, a su vez, apuntan a procesos de transición entre momentos de dominio de la subalternidad, el antagonismo y la autonomía
En primer lugar, la articulación del sujeto se produjo gracias a una combinación de ‘empoderamiento’ colectivo (es decir, la recuperación de la autodeterminación y, en última instancia, de la autonomía), el intercambio de experiencias y la acción directa. Esto tuvo lugar en el marco de una política narrativa deliberadamente desplegada en términos de clase y orientada al conflicto por parte del núcleo fundador informal (aunque muy unido) de miembros activistas, provenientes de la izquierda anticapitalista. Asimismo, estos procesos se organizaron y canalizaron a través de un conjunto de instituciones autónomas y, en su mayoría, horizontales, diseñadas para maximizar la autonomía colectiva de los miembros, así como los elementos políticos contrahegemónicos4 del sujeto colectivo emergente. La composición social de este incluía una mezcla de miembros recién endeudados de la clase obrera tradicional junto con nuevos miembros de las clases medias que, a raíz de la crisis, experimentaban una repentina e inesperada movilidad social descendente. Durante este período, una estrategia basada en el conflicto dirigido contra las entidades financieras y acompañada de un relato consecuentemente politizado dominó la asamblea de la PAHC Sabadell. Esta configuración organizacional fue la respuesta a un contexto político y económico donde los cambios estructurales en los mecanismos de extracción de beneficios alteraron el peso relativo entre las formas directas de extracción (características de la esfera productiva) y las formas indirectas o secundarias (características de la esfera de la reproducción social) a favor de estas últimas. La ‘marea alta’ de la crisis de desahucios, sumada a la inacción de la administración -cuando no directamente a su hostilidad abierta- abrió la posibilidad de una combinación virtuosa de factores que posibilitó el desarrollo de potentes procesos de subjetivación de clase.
En segundo lugar, la posterior interrupción de estos procesos de subjetivación debe entenderse como una consecuencia de los cambios en el contexto político y económico en el que operaba la PAHC, especialmente en lo que se refiere a la (re)configuración de los sectores financiero y habitacional (sumado a la evolución natural a la baja del número de desahucios llegado un cierto punto). Estos cambios dieron lugar a una considerable modificación de la composición interna de la PAHC y, por tanto, de las necesidades que enfrentaban la mayoría de los nuevos miembros (con perfiles sociales muy diferentes, a menudo de origen migrante), así como la tipología de la mayoría de los casos, pasando de una mayoría de propietarios -hipotecarios- a inquilinos y ocupantes ilegales. Esto generó nuevos cambios en la organización de la PAHC, con un giro ‘técnico’ y un aumento de los niveles de delegación interna que fomentaron la aparición de una lógica asistencialista de prestación de servicios y, en última instancia, dificultaron considerablemente los mecanismos (prácticos y discursivos) que permitían la subjetivación política. A estos cambios en las necesidades abordadas por la organización debemos añadir un cambio en los antagonistas frente a los que se constituía la PAHC, que pasó de enfrentarse a las élites políticas y financieras nacionales5 a tener que redirigir buena parte de sus esfuerzos hacia una combinación de fondos buitre internacionales sin presencia física territorial, capital inmobiliario de nivel medio e incluso un buen número de pequeños propietarios y, en especial, a la administración pública local (a través del circuito de servicios sociales). Todos estos cambios en el contexto, la composición y la organización del movimiento ahondaron en la ruptura de las relaciones de clase sobre las que había operado la actividad de la PAH en fases anteriores, reforzando un círculo vicioso de cambios en las formas organizativas de la asamblea, en sus tácticas y en su discurso que las separaban cada vez más del éxito de sus contrapartidas previas.
Debemos concluir pues que no sólo las relaciones materiales de clase son fundamentales para comprender y combatir la dinámica de un modo de acumulación de capital, sino también la experiencia concreta y diversa de esas relaciones
En resumen, las tres fases analizadas son un buen indicador del estado del equilibrio relativo de fuerzas entre clases en diferentes coyunturas. Primero, un momento de ofensiva social y de desarrollo de una fuerte praxis antagónica; segundo, un punto muerto o impasse que permite la implementación de una estrategia prefigurativa basada en la autonomía, así como un movimiento defensivo de las élites para la (re)composición del capital y el reajuste del marco legal; y tercero, un momento reactivo en el que la combinación de todos los cambios introducidos hasta el momento condujo a la disrupción de la mayoría de procesos de subjetivación de clase articulados en la PAHC. En suma, el capital financiero supo y pudo movilizar el poder estatal para desplazar el foco del conflicto -centrado hasta ahora en las viviendas hipotecadas por el capital financiero nacional- hacia, por un lado, las rentas (como es típico de las coyunturas recesivas (Naredo, 2012; Rodríguez, & López, 2010), y, por el otro, hacia actores internacionales e individuales. Al mismo tiempo, el despliegue de la estrategia del estado suavizó la presión sobre la clase trabajadora endeudada a través de la acumulación calculada de reformas legales menores que, entre otras cosas, lograron alterar la composición del movimiento, entorpeciendo así su capacidad de subjetivación y fomentando -al menos parcialmente- la descomposición política del sujeto de clase.
Conclusiones
Finalmente, intentando razonar de forma algo más abstracta, podemos afirmar que, a la luz del giro financiero del capitalismo contemporáneo, el papel fundamental que las dinámicas de explotación de la reproducción social han asumido en el sostenimiento de las tasas de ganancia evidencia dos cosas: primero, su incapacidad para sostener un crecimiento estable, con una -creciente- tendencia inherente hacia la crisis y la inestabilidad. Segundo que, ante una crisis en el modo de acumulación, el conflicto de clases seguirá al capital (Silver, 2003) no solo geográficamente sino a través de los diferentes momentos y esferas del ciclo de acumulación, con aquellas poblaciones al borde de convertirse en excedentarias encabezando nuevas formas de lucha y, a su vez, suscitando más respuestas de parte del capital. Dicho esto, si bien parece claro que tanto el trabajo como el capital reaccionan el uno frente al otro, la relación entre ellos está lejos de ser mecánica, y ninguno de los dos opera en el vacío político, separado del estado y su conjunto institucional; sino que lo hacen en, a través y/o contra él (Jessop, 2007) en función de la coyuntura y la capacidad de sus agentes para desplegar el poder estatal; capacidad que, a su vez, dependerá de su lugar en la estructura de clases.
Debemos concluir pues que no sólo las relaciones materiales de clase son fundamentales para comprender y combatir la dinámica de un modo de acumulación de capital, sino también la experiencia concreta y diversa de esas relaciones. Y, aun así, las meras experiencias, incluso en las circunstancias extremas provocadas por el colapso económico, no son suficientes para producir, per se, sujetos de clase. Si la experiencia es la base sobre la que se supone que deben articularse estos sujetos colectivos, la experiencia debe organizarse. Y, sin embargo, la organización de un movimiento de base subalterna no implica, por sí misma, la formación de un sujeto de clase que se erija como una fuerza emancipadora además de antagónica. La identificación de las contradicciones centrales del conflicto de clases y, lo que es más, la superación de la explotación que fundamenta un determinado modo de acumulación, sólo puede ser llevada a cabo por un sujeto de clase plenamente articulado. La experiencia concreta de la organización configura la subjetivación de sus miembros (Modonesi, 2014) y, en estos términos, sólo una institución de clase autónoma capaz de armonizar su propia organización con su composición y su contexto (como la PAHC durante los periodos 2011-2012 y 2013-2015) podrá hacer florecer a ese sustrato subalterno más allá del antagonismo y hacia la emancipación.
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Albert Jiménez. Investigador pre-doctoral en el Departament de Ciències Polítiques i Socials de la Universitat Pompeu Fabra, es miembro del Grup de Pensament Crític, activista social y antiguo miembro de la PAH Sabadell. Se ha especializado en movimientos sociales urbanos y ha escrito para publicaciones como Catarsi Magazine.
BIBLIOGRAFÍA
García-Lamarca, M. (2017a) «Creating political subjects: collective knowledge and action to enact housing rights in Spain», Community Development Journal, 52(3): 421–435.
García-Lamarca, M. (2017b) «From Occupying plazas to recuperating housing: Insurgent practices in Spain». International Journal of Urban and Regional Research, 41(1): 37-53.
Gramsci, A. (1971). Selection from the prison notebooks. New York: International Publishers.
Jessop, B. (2007) State Power. A Strategic Relational Approach. Cambridge: Polity.
Naredo, J.M. & Montiel, A (2011) El modelo inmobiliario español y su culminación en el caso valenciano. Capellades: Icaria-Antrazyt.
Modonesi, M. (2014) Subalternity, Antagonism, Autonomy: Constructing the Political Subject. London: Pluto Press.
Ribera-Almandoz, O. (2019) Searching for Autonomy and Prefiguration. Resisting the Crisis of Social Reproduction through Housing and Health Care Struggles in Spain and the UK. Phd Thesis, Department of Political and Social Sciences, Universitat Pompeu Fabra.
Rodríguez, E. & López, I. (2010) Fin de ciclo. Financiarización, territorio y sociedad de propietarios en la onda larga del capitalismo hispano (1959-2010). Madrid: Traficantes de Sueños.
Muriel, I.S. (2018). To repay or not to repay: financial vulnerability among mortgage debtors in Spain. Etnográfica: Revista do Centro em Rede de Investigação em Antropologia, 22(1): 5-26.
Silver, B. (2003). Forces of Labor: Workers Movements and Globalization since 1870. New York: Cambridge University Press.
NOTAS
1.- Incluyendo desde la más famosa de sus campañas, “STOP desahucios”, hasta la ocupación sistemática de vivienda vacías propiedad de bancos (“Obra social”) o las campañas de señalamiento público conocidas como “escraches”, pasando por el impulso y presentación de varias Iniciativas Legislativas Populares (ILP) tanto al congreso de los diputados como a varios parlamentos autonómicos, así como decenas de mociones locales y la intervención activa en varias campañas electorales (“Las cinco de la PAH”).. [^]
2.- Sólo por detrás en este sentido de la fundadora PAH Barcelona y, puntualmente, por el conjunto de colectivos y asambleas que formaban el movimiento en Madrid. [^]
3.- Al fin y al cabo, pronto se cumplirán trece años desde la fundación de la organización en 2009. [^]
4.- Sin ir más lejos, el rechazo de los mecanismos de extracción de ganancias alimentados por la deuda. [^]
5.- Capaces finalmente en este punto de controlar -o al menos administrar- sus activos más tóxicos. [^]