Las victorias laborales duraderas dependen de la coordinación de diversas estrategias y de la creación de las relaciones necesarias para mantenerlas.
Por Leo Casey
Dos huelgas ilustran el apogeo del movimiento obrero estadounidense del siglo XX: la huelga de brazos caídos de 1936-37 de la incipiente United Auto Workers (UAW) contra la que entonces era la mayor empresa del país, General Motors, y la huelga de 1981 de la Professional Air Traffic Controllers Organization (PATCO) contra la Federal Aviation Administration, una agencia gubernamental. El éxito de la huelga de la UAW no sólo condujo a la sindicalización de General Motors, sino que abrió la puerta a la sindicalización de la industria básica en toda la economía estadounidense, desde la automovilística, la siderúrgica y la textil hasta importantes componentes del transporte, la producción alimentaria y las comunicaciones. La huelga de PATCO, rota por el presidente Ronald Reagan, no sólo condujo a la desaparición de ese sindicato, sino que marcó el inicio de un periodo durante el cual los sindicatos industriales fueron diezmados y las huelgas en Estados Unidos se redujeron a un mero puñado.
«el poder de los trabajadores se deriva totalmente de su ubicación estructural en el proceso de producción, ya que esta posición determina su capacidad para interrumpir las operaciones de un empleador con huelgas y otras acciones laborales»
En el medio siglo transcurrido entre esas dos huelgas, el sindicalismo estadounidense alcanzó su punto álgido, tanto económica como políticamente. A mediados de la década de 1950, uno de cada tres trabajadores estadounidenses estaba afiliado a un sindicato, y a finales de la década de 1970, la afiliación sindical, incrementada por la afluencia de trabajadores del sector público, alcanzó su punto más alto en términos absolutos. Los sindicatos proporcionaron gran parte del músculo político que respaldó los programas socialdemócratas del New Deal (Roosevelt) y la Gran Sociedad (Johnson). No por casualidad, estas décadas de pujanza del movimiento obrero fueron el periodo que los economistas denominan la «Gran Nivelación», en la que las disparidades de riqueza en Estados Unidos se redujeron a su punto más bajo desde el inicio de la Revolución Industrial.
Hoy, tras las cuatro décadas de declive del poder sindical que siguieron a la huelga de PATCO, sólo uno de cada diez trabajadores estadounidenses está sindicado. Y la desigualdad de ingresos en Estados Unidos es, según los cálculos de Thomas Piketty, «probablemente mayor que en cualquier otra sociedad en cualquier momento del pasado, en cualquier parte del mundo».
La fuente del poder laboral
«El pasado nunca está muerto», escribió William Faulkner. «Ni siquiera es pasado». El estado actual del movimiento obrero estadounidense está firmemente anclado en su historia, tan vívidamente plasmada en los resultados divergentes de estas dos huelgas. Hoy en día, todas las propuestas importantes para la revitalización del movimiento obrero se basan en una cierta comprensión de lo que salió mal y cómo podría arreglarse. Uno de estos marcos se encuentra en Labor Power and Strategy, un libro concebido como un diálogo sobre la dirección estratégica del movimiento obrero estadounidense.
«el poder de los trabajadores no se basa en su organización política ni en sus redes culturales -las relaciones sociales de producción-, sino en su relación con la tecnología»
En la primera mitad de Labor Power and Strategy1, dos veteranos organizadores y estrategas sindicales, Peter Olney y Glenn Perušek, entrevistan a John Womack Jr. distinguido profesor emérito de historia de Harvard, conocido por sus estudios sobre la Revolución Mexicana. La entrevista aborda una teoría del poder obrero que Womack desarrolló en un manuscrito inédito de 2006, Working Power over Production, y cómo esa teoría podría ser de utilidad para la organización obrera. En la segunda mitad de Labor Power and Strategy, diez destacados activistas sindicales y académicos responden y comentan la teoría de Womack y sus posibles aplicaciones. El libro concluye con una breve réplica de Womack.
Olney y Perušek se centran en una tesis fundamental del manuscrito de 2006: el poder de los trabajadores se deriva totalmente de su ubicación estructural en el proceso de producción, ya que esta posición determina su capacidad para interrumpir las operaciones de un empleador con huelgas y otras acciones laborales. Este poder de perturbación no se distribuye uniformemente entre los trabajadores. Basándose en gran medida en el análisis de John Dunlop, especialista en relaciones laborales de Harvard, Womack sostiene que existen «puntos de estrangulamiento» económicos en los que una huelga puede paralizar toda una industria, incluso la economía en su conjunto. Los trabajadores de estos puntos estratégicos poseen más poder que otros trabajadores, simplemente porque el impacto perturbador de sus huelgas y acciones laborales es de gran alcance. Womack utiliza el término «poder técnico» para caracterizar la influencia que se deriva de la capacidad de provocar trastornos económicos. Este término pretende subrayar su opinión de que el poder de los trabajadores no se basa en su organización política ni en sus redes culturales -las relaciones sociales de producción-, sino en su relación con la tecnología. Labor Power and Strategy hace referencia a menudo a los trabajadores logísticos del transporte, la distribución y las comunicaciones como ejemplos de trabajadores que poseen este elevado poder.
«Es importante pensar estratégicamente sobre la organización de los trabajadores y dar prioridad al trabajo de organización y a las campañas que puedan tener el mayor impacto»
Para aumentar su poder, concluye Womack, los sindicatos y la izquierda deben dar prioridad a la organización de los trabajadores en estas intersecciones críticas de la economía. Además, deberían emplear la influencia que se deriva de su posición estratégica para promover la organización de los trabajadores y los objetivos de la mano de obra.
Pensamiento estratégico, pasado y presente
La teoría de Womack no carece de sentido. Es importante pensar estratégicamente sobre la organización de los trabajadores y dar prioridad al trabajo de organización y a las campañas que puedan tener el mayor impacto. La perturbación puede crear un efecto multiplicador para los trabajadores, y la perturbación a escala masiva, afectando a varios sectores de la economía, puede producir un efecto multiplicador mayor. Hay que pensar seriamente en cómo acumular y desplegar la influencia obtenida a través de huelgas disruptivas y otras acciones laborales.
«Lo que falta no es una teoría de por qué es importante organizar a Amazon, Apple, Google, Microsoft y Walmart, sino un inventario crítico de estos esfuerzos: qué éxitos han tenido, dónde y por qué se han quedado cortos, y qué podría hacerse para impulsarlos»
Nada de esto es totalmente nuevo o ajeno al movimiento obrero estadounidense. En las dos últimas décadas se han llevado a cabo numerosas iniciativas organizativas -por parte de Change to Win, Teamsters, UNITE HERE, Communications Workers of America, International Longshore and Warehouse Union, United Food and Commercial Workers, Retail, Wholesale and Department Store Union y, más recientemente, por sindicatos independientes- centradas en los sectores logísticos: transporte, distribución y comunicaciones. Lo que falta no es una teoría de por qué es importante organizar a Amazon, Apple, Google, Microsoft y Walmart, sino un inventario crítico de estos esfuerzos: qué éxitos han tenido, dónde y por qué se han quedado cortos, y qué podría hacerse para impulsarlos.
Del mismo modo, la organización sindical contemporánea con más visión de futuro emplea una planificación estratégica y campañas basadas en las ideas que se encuentran en Labor Power and Strategy, con la vista puesta en identificar y explotar las vulnerabilidades de los empleadores recalcitrantes. Las huelgas disruptivas y las acciones sindicales son puntos clave de riesgo para un empresario. Pero no son en absoluto los únicos puntos débiles que pueden atacar los sindicatos. Las campañas estratégicas consiguen el apoyo de la comunidad, emplean la influencia política, atacan la reputación de las marcas, generan boicots de los consumidores, organizan revueltas de los accionistas contra la dirección y utilizan la presión de los medios sociales. Cuantas más de estas tácticas puedan aplicarse y cuanto más trabajen en tándem, mayor será la presión sobre el empleador y más probable será que una campaña termine en victoria.
Una de las respuestas a Labor Power and Strategy, «Treinta y dos mil cerdos y ni una gota para beber» (“Thirty-Two Thousand Hogs and Not a Drop to Drink”), de Gene Bruskin, ofrece un breve relato de una exitosa campaña estratégica en este sentido, emprendida por la UFCW y los trabajadores del mayor matadero del mundo contra la empresa de procesamiento y envasado de carne Smithfield. Tras muchos años de esfuerzos infructuosos por conseguir el reconocimiento del sindicato frente a un empleador que ignoraba la legislación laboral, la UFCW organizó una campaña estratégica utilizando muchas de las tácticas enumeradas anteriormente, que condujo a un acuerdo con el empleador para detener sus acciones antisindicales y a la victoria.
Este ejemplo pone de relieve las limitaciones del enfoque singular de Womack sobre la creación de influencia a través de interrupciones de la producción: las campañas estratégicas están diseñadas para emplear muchos tipos diferentes de presión sobre los empresarios, la mayoría de los cuales son externos al proceso de producción.
Los defectos de la teoría de Womack se ponen de manifiesto cuando se aplica a la historia laboral, incluidas las dos huelgas históricas que delimitan el periodo de poder laboral de Estados Unidos. La huelga de brazos caídos de 1936-37 tuvo como objetivo aquellas fábricas indispensables para la fabricación de automóviles en todas las instalaciones de General Motors. Womack analiza detenidamente la organización de la huelga por parte de la UAW -especialmente su decisión de centrarse en la fábrica de Flint- como ejemplo de cómo funciona su teoría en la práctica.
«estar en una posición estructural de poder técnico no servirá de nada a los trabajadores si no están organizados para emprender acciones colectivas»
La huelga de PATCO de 1981 se centró en un punto estratégico con un impacto potencial mucho mayor: al negarse los controladores aéreos a realizar su trabajo, esencial para la seguridad aérea, podían paralizar todo el sistema de transporte aéreo del país, tanto el de pasajeros como el de mercancías. El cierre tendría efectos perturbadores en toda la economía. Sería difícil imaginar un contexto más acorde con la teoría de atacar los «puntos de estrangulamiento». Sin embargo, la huelga de PATCO acabó en derrota total.
A pesar de su gran importancia en la historia laboral de Estados Unidos, Womack no habla de la huelga de PATCO en Labor Power and Strategy; aunque en un pasaje breve y casi parentético del manuscrito de 2006, se queja de que ninguno de los relatos de la huelga había producido «un análisis estratégico de las razones industriales o técnicas de [su] fracaso». La idea de que los investigadores que estudiaron la huelga pudieran no haber encontrado «razones industriales o técnicas» para su derrota -que los problemas estuvieran en otra parte- parece impensable.
Sin embargo, es obvio que la huelga de PATCO se perdió políticamente, con la decisión de Reagan de romper la huelga. El principal error de cálculo de PATCO no fue su capacidad para interrumpir el sistema de transporte aéreo, sino su ingenua creencia de que Reagan no respondería a tal desafío con un órdago total para acabar con el sindicato y su incapacidad para tener un plan que abordara tal eventualidad. Este problema no puede explicarse adecuadamente en los términos de la teoría del poder obrero de Womack.
Visto así, el contraste entre la huelga de PATCO de 1981 y la huelga de la UAW de 1936-37 es instructivo. Después de que General Motors obtuviera órdenes judiciales contra la huelga de la UAW y de que los huelguistas rechazaran un intento de la policía de retomar la fábrica de Flint por la fuerza, tanto el gobernador de Michigan, Frank Murphy, como el presidente Franklin Roosevelt rechazaron las peticiones de General Motors de utilizar tropas para romper la huelga. La UAW había programado la huelga para que coincidiera con la toma de posesión de Murphy; esta planificación y su influencia política con el nuevo gobernador resultaron fundamentales, y General Motors no tuvo más remedio que reconocer y negociar con la UAW.
«el sector manufacturero ha perdido aproximadamente el 60% de su cuota de empleo total en EE.UU. desde su máximo de 1979″
La política no es el único factor marginado por el singular enfoque de Womack sobre las relaciones técnicas de producción. Varios colaboradores de Labor Power and Strategy analizan la importancia del poder asociativo, un concepto tomado del sociólogo Erik Olin Wright2. Interpretan que denota tanto los lazos de solidaridad entre los trabajadores (parte de las relaciones sociales de producción, que Womack ignora) como las conexiones de los trabajadores con la comunidad en general. Por decirlo sin rodeos, estar en una posición estructural de poder técnico no servirá de nada a los trabajadores si no están organizados para emprender acciones colectivas. Womack intenta abordar esta cuestión de la agencia de los trabajadores apelando a una formulación estructuralista de Marx: los trabajadores son «educados, unidos y organizados por el mecanismo del propio proceso de producción capitalista». Pero la organización de los trabajadores y la acción colectiva no son un subproducto reflexivo de los procesos económicos; requieren una actividad autoconsciente por parte de los trabajadores y sus sindicatos de construcción de los lazos de confianza y propósito común que están en el corazón de la solidaridad.
Una economía y una mano de obra cambiantes
Los escritos de Womack tienen la virtud de ser explícitos sobre el marco teórico que emplea, que se inspira en el sindicalismo y en un marxismo de influencia leninista. Pero estas corrientes ideológicas -con su enfoque único en la producción industrial y su visión instrumentalista del Estado y la política- son particularmente inadecuadas para reconocer y comprender los profundos cambios en la economía y en el orden político de Estados Unidos, producido en las últimas cuatro décadas. En vísperas de la huelga de PATCO, el sector manufacturero estaba en su punto álgido de empleo en Estados Unidos, con unos 19 millones de puestos de trabajo; hoy, más de un tercio de esos puestos han desaparecido. En cierto modo, estas cifras subestiman el alcance de esta tendencia: el sector manufacturero ha perdido aproximadamente el 60% de su cuota de empleo total en EE.UU. desde su máximo de 1979.
«hoy en día más de la mitad de los estadounidenses tienen un título universitario u otra titulación postsecundaria. También es una mano de obra más diversa desde el punto de vista racial y étnico»
Con el declive de los sectores manufacturero e industrial, los sectores sanitario, educativo y de alta tecnología han ocupado su lugar. Ahora son el principal motor de la economía estadounidense, y las previsiones económicas predicen su continuo crecimiento. La mano de obra que ha surgido de este cambio está más formada: en la época de la huelga de 1936-37, la media de años de estudio en Estados Unidos era de ocho, mientras que hoy en día más de la mitad de los estadounidenses tienen un título universitario u otra titulación postsecundaria. También es una mano de obra más diversa desde el punto de vista racial y étnico, como resultado de la inmigración posterior a 1965 procedente de América Latina, África y Asia y de la Gran Migración de afroamericanos fuera del Sur rural que tuvo lugar a lo largo del siglo XX. Y con la incorporación de las mujeres al trabajo remunerado tras la Segunda Guerra Mundial, y de nuevo en la década de 1960, es ahora una mano de obra dividida casi a partes iguales por sexos.
«En la actualidad, uno de cada tres trabajadores del sector público está afiliado a un sindicato, una densidad más de cinco veces superior a la del sector privado. Esos trabajadores del sector público se concentran en la educación y la sanidad»
Estos cambios en la economía y la mano de obra han transformado el panorama del movimiento obrero estadounidense. A medida que los sindicatos industriales han disminuido en tamaño y poder, los sindicatos del sector público que surgieron en los años 60 y 70 se convirtieron en el centro de un movimiento obrero debilitado y en la fuente principal del dinamismo que aún conservaba. En la actualidad, uno de cada tres trabajadores del sector público está afiliado a un sindicato, una densidad más de cinco veces superior a la del sector privado. Esos trabajadores del sector público se concentran en la educación y la sanidad: la cara más común de un trabajador sindicalizado hoy en día es la de un profesor o una enfermera. La educación pública K-123 es el único gran sector de actividad de la economía estadounidense que tiene una densidad sindical mayoritaria significativa. Al igual que los sectores en los que se basan, estos sindicatos del sector público tienen una afiliación más educada, más diversa racial y étnicamente, y más femenina que los antiguos sindicatos industriales y artesanales. La ola de huelgas de maestros en 2018 y 2019 fue uno de los primeros signos de un resurgimiento en el movimiento obrero estadounidense en los últimos años, señalando la posibilidad de que la huelga pueda ser restaurada como una táctica importante.
«En la oleada huelguística de finales de los sesenta y principios de los setenta, los sindicatos de profesores siguieron el modelo de los sindicatos industriales progresistas como el UAW; entendían que su poder radicaba en la capacidad de sus huelgas para perturbar»
Sin embargo, en el manuscrito de Womack de 2006 no hay ni una sola mención a profesores o enfermeras, y ni una sola referencia a un sindicato de la educación o de la sanidad. Ni una sola. En Labor Power and Strategy, Peter Olney extrae algunas ideas de Womack sobre la huelga de profesores de Virginia Occidental de 2018. Reconoce la importancia de las huelgas de maestros de 2018 para un movimiento obrero que tuvo muy pocas buenas noticias en las décadas anteriores, y elogió la huelga de Virginia Occidental como una «acción independiente y públicamente desafiante de la clase obrera.» Si bien los maestros no encajan fácil o cómodamente en su marco de poder técnico, Womack introduce una nueva categoría ad hoc para explicar cómo podrían adquirir influencia: los maestros son «socialmente estratégicos», en el sentido de que la declaración de huelga por su parte «amenaza con perturbar la vida social de toda familia con hijos.»
Huelgas de profesores e influencia
Por muy bienintencionadas que sean, las formulaciones de Womack revelan una falta de familiaridad con la historia de las huelgas de profesores. A finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, los profesores protagonizaron una oleada de huelgas militantes, organizando más de mil huelgas en el conjunto de Estados Unidos. Estas huelgas se fundamentaron en la consecución del reconocimiento sindical y en los nuevos contratos, que se tradujeron en mejoras espectaculares en los salarios de los docentes. Establecieron el sindicalismo docente, y más ampliamente el sindicalismo del sector público, como una fuerza importante en la economía y el movimiento obrero de Estados Unidos.
«estos sindicatos del sector público tienen una afiliación más educada, más diversa racial y étnicamente, y más femenina que los antiguos sindicatos industriales y artesanales»
No obstante, a medida que se desarrollaba la crisis fiscal del Estado a mediados de la década de 1970 y los gobiernos estatales y locales recurrían a políticas de austeridad, las huelgas se hicieron más largas y enconadas, y las tácticas que tanto éxito habían dado a los sindicatos del sector público en la década anterior fueron perdiendo eficacia. Aun así, en 1979 se batió de nuevo el récord de huelgas en el sector público. Sólo a raíz de la derrota del PATCO la actividad huelguística se reduciría a una fracción de lo que había sido.
«la huelga del Sindicato de Profesores de Chicago de 2012 demostró que una huelga de profesores bien concebida, organizada y ejecutada podía tener éxito»
En la oleada huelguística de finales de los sesenta y principios de los setenta, los sindicatos de profesores siguieron el modelo de los sindicatos industriales progresistas como el UAW; entendían que su poder radicaba en la capacidad de sus huelgas para perturbar, de forma muy parecida a como lo hace Womack. Pero mientras que una huelga de la UAW perjudicaba exclusivamente los resultados de General Motors o Ford, una huelga de profesores afecta sobre todo a la educación de los estudiantes y a las vidas de los trabajadores que confían en las escuelas públicas para enseñar y cuidar a sus hijos. Los efectos sobre la economía en su conjunto son secundarios (esto es generalmente cierto en las huelgas del sector público). Cuando las huelgas de profesores se consideraban totalmente interesadas, como fue el caso durante este periodo, se volvieron profundamente impopulares en las comunidades atendidas por las escuelas públicas. Cuanto más se prolongaban las huelgas, mayor era el distanciamiento con la comunidad y más difícil resultaba obtener beneficios reales. Una teoría del poder de los profesores que se basara únicamente en el poder de perturbar el orden social resultó ser fundamentalmente errónea.
A principios del siglo XXI, las huelgas de profesores -y las huelgas en general- eran poco frecuentes. Sin embargo, la huelga del Sindicato de Profesores de Chicago de 2012 demostró que una huelga de profesores bien concebida, organizada y ejecutada podía tener éxito. Y al hacerlo, cautivó la imaginación de los docentes estadounidenses. Las huelgas de profesores de los últimos años se inspiraron en el ejemplo de Chicago. Hoy en día, la huelga se está convirtiendo en una táctica que los sindicatos de profesores pueden volver a utilizar, y de hecho lo hacen.
¿Qué diferencias hubo entre la huelga de Chicago de 2012 y las huelgas que le siguieron? Rompieron con el modelo de sindicato industrial y adoptaron una filosofía de «negociación por el bien común», en la que los profesores y sus sindicatos abogaban no solo por sí mismos, sino también por sus alumnos y sus escuelas. Una de sus principales reivindicaciones era la financiación completa y equitativa de la educación pública, así como la adecuación de las escuelas y de las condiciones de enseñanza y aprendizaje que sus alumnos necesitaban y merecían. Se dedicó un gran esfuerzo organizativo a conseguir el apoyo de la comunidad a esas reivindicaciones. El resultado fue un apoyo público sin precedentes a las huelgas -de alrededor del 75%-. Los más perjudicados por la interrupción de las huelgas -las familias de los alumnos de las escuelas públicas- fueron los que más apoyaron, porque creían que los profesores estaban en huelga para conseguir mejores escuelas para sus hijos.
«Rompieron con el modelo de sindicato industrial y adoptaron una filosofía de «negociación por el bien común», en la que los profesores y sus sindicatos abogaban no solo por sí mismos, sino también por sus alumnos y sus escuelas»
Imaginemos por un momento cómo habría evolucionado la historia del movimiento obrero estadounidense si en 1981 PATCO no hubiera confiado únicamente en su poder técnico para perturbar el sistema de transporte aéreo, sino que se hubiera convertido en la voz pública sobre la seguridad de dicho sistema y hubiera organizado al movimiento obrero y a la comunidad en nombre de ese programa de seguridad. No podemos deshacer nuestra historia, pero podemos elegir aprender de ella, comprender cómo ha cambiado nuestro mundo y forjar una visión estratégica para los sindicatos basada en esa comprensión.
***
Leo Casey es un veterano dirigente sindical de la enseñanza American Federation of Teachers, emérito del Albert Shankler Institute (vinculado al sindicato) y autor de The Teacher Insurgency: A Strategic and Organizing Perspective. Artículo publicado en Dissent, primavera de 2023. Traducción Pere Jódar.
NOTAS:
1.John Womack Jr. (2023) Labor Power and Strategy. Ed. Peter Olney y Glenn Perušek, PM Press.
2. N del T: Ver Erik Olin Wright (2018) Comprender las clases sociales. Madrid, Akal, p. 225.
3. N del T: K–12 designa la escolarización primaria y secundaria en algunos países como Estados Unidos.
Deja una respuesta