Por ALBERT RECIO
1.- Problemas comunes
Que la izquierda en su conjunto está en crisis en todo el mundo, es algo evidente. Se trata de un problema que viene de lejos, que se agudizó tras el triunfo de las políticas neoliberales a principios de los años 1980s y que, con altibajos, ha seguido agudizándose en la mayor parte del mundo. Las razones de esta crisis son en gran medida estructurales, entendiendo por ello que son un producto de las transformaciones generadas por la propia dinámica del capitalismo. Aunque estas se han reforzado por los propios fracasos de los intentos de implantación de alternativas no capitalistas y, en menor medida, por las propias miserias de las organizaciones políticas de izquierda.
Entre los cambios estructurales más importantes, vale la pena destacar:
- Los cambios en la actividad productiva gestados al calor de la globalización y las políticas neoliberales.Deslocalizaciones productivas, reorganización de las empresas, cambios en las políticas de contratación y gestión de la fuerza de trabajo,variación del peso de los diferentes sectores de actividad. Unos cambios en los que se combinan elementos tecnológicos, organizativos y sociales, y que han tenido un efecto directo sobre la correlación de fuerzas entre capital y trabajo, sobre los espacios de la actividad productiva, sobre el crecimiento de la precariedad laboral. En suma, han desestabilizado las condiciones de vida y los sistemas tradicionales de relación en los que centraban la organización social de la clase trabajadora, la organización sindical y la izquierda política.
- Cambios en la estructura de clase, en los que juega un importante papel el sistema educativo y el crecimiento del empleo de gente educada. El enfoque de clases tradicional se basaba en la existencia, por un lado, de una clase dominante más un grupo social, reducido numéricamente, de clases educadas, que formaban el núcleo amplio de las clases burguesas; y por otro lado, una inmensa masa proletaria, fundamentalmente poco educada, y en condiciones de vida relativamente homogéneas (más una inmensa masa de campesinos, artesanos y comerciantes que el desarrollo capitalista ha tendido a eliminar). La situación actual es bien diferente por cuanto entre las elites empresariales y la clase obrera manual de la industria y los servicios existe un amplio segmento de asalariados con una elevada educación formal y que ocupan un espacio intermedio en las empresas y, especialmente, en el sector público. Su crecimiento se debe tanto a las necesidades de la empresa capitalista como al desarrollo de los Estados del bienestar, en parte generados por las demandas sociales de los de abajo. Un desarrollo que ha ido paralelo a la expansión de la educación formal, que en los países desarrollados alcanza al 100% de la población. El resultado de este proceso sobre la política de izquierdas es complejo: sin duda ha aumentado la segmentación de las condiciones laborales, se ha generado más espacio a la percepción de que es posible una mejora por los méritos de cada uno, y el paso por el sistema educativo ha transformado las expectativas de la gente (no solo de los que aspiran a carrera, también de los que salen “fracasados” de la experiencia social).
- La extensión del consumo de masas y el consumismo. La cuestión no es sólo ideológica. Componentes como la difusión del automóvil privado o las tecnologías de la comunicación (desde la televisión a los móviles avanzados) han transformado las formas de vida (por ejemplo en términos espaciales), los procesos de socialización y, en general, refuerzan las dinámicasindividualizadoras que alimentan los procesos que anteriormente he comentado.
En definitiva toda la dinámica del sistema ha tendido a disolver las estructuras de clase del capitalismo tradicional, ha tendido a aumentar la individualización de los comportamientos y ha disuelto, o cuando menos debilitado, losprocesos de agregación social que ayudaban a cohesionar las estructuras de los partidos y organizaciones sociales de izquierdas.
A todo ello se suman otras cuestiones claves. Unas ligadas al propio desarrollo social y a la percepción de cuáles son las cuestiones sociales más relevantes. Me refiero con esto a la eclosión de problemáticas que la izquierda mantenía en segundo plano o tendía a ignorar, y que ahora aparecen como cuestiones clave de la lucha social; en primer lugar, a la eclosión del feminismoy al reconocimiento del patriarcado como una estructura social que ha generado enormes desigualdades sociales a lo largo de la historia. Los problemas del género no son extraños a la tradición de la izquierda, pero a menudo han quedado subsumidos en la confianza que una futura sociedad sin clases liquidaría la cuestión. Pero el fuerte empuje del feminismo obliga a reformular muchas cuestiones.
En definitiva toda la dinámica del sistema ha tendido a disolver las estructuras de clase del capitalismo tradicional, ha tendido a aumentar la individualización de los comportamientos y ha disuelto, o cuando menos debilitado, los procesos de agregación social
En la misma línea se sitúa el ecologismo, la creciente conciencia de la relación existente entre desarrollo humano y entorno natural. Esta es una cuestión aún más compleja de integrar, no sólo porque estaba aún menos pensada que la cuestión feminista, sino porqueintegrarlaobliga a revisar muchas de las políticas que han formado parte del núcleo central de la mayoría de programas transformadores.
Y, también, en menor medida la cuestión de la etnia y la nacionalidad, que siempre ha estado presente, ha ganado presencia a medida que las migraciones internacionales asociadas a la globalización han acabado por generar sociedades cada vez más complejas. Esto es especialmente importante en Europa, donde todas las formaciones de izquierdas habían adoptado una orientación “nacionalista”que ahora es cuestionada en muchos aspectos.
Este segundo tipo de transformaciones aumenta la dificultad de la respuesta a los cambios de la estructura social. Genera identidades fragmentadas y hace más difícil generar un programa que sea capaz de unificar los distintos segmentos sociales que tradicionalmente han constituido la base social.
Por último están las propias debilidades. No tanto las tendencias al fraccionalismo que siempre han caracterizado a la historia de la izquierda (empezando por la ruptura entre bakuninistas y marxistas, todo el desarrollo posterior es una continua pelea entre líderes, faccionesy corrientes), que también. Me refiero especialmente al fracaso de las diferentes experiencias postcapitalistas, empezando por la Rusia soviética, siguiendo por la China “comunista” convertida en núcleo central del capitalismo neoliberal, y pasando por los deprimentes experimentos de Cuba, Nicaragua o Venezuela.Ninguno de ellos ha sido capaz de eludir un autoritarismo represivo inaceptable ni de desarrollar una economía que garantice bienestar y sostenibilidad. La quiebra de estos modelos no solo afecta a la deseabilidad social de los proyectos alternativos. También ha paralizado el pensamiento crítico respecto a cómo organizar y gestionar un mundo post-capitalista. No sólo hay que hacer frente al descrédito de las experiencias pasadas, tambiéna la ausencia de proyectos creíbles de transformación.
Todos estos problemas son transversales a la izquierda transformadora en todo el mundo.Y son realmente dolorosos porque la crisis organizativa,política y social de toda la tradición transformadora es contemporánea a la conciencia de los grandes retos que afectan a la sociedad en cuestiones sociales ─desigualdades, pobreza, racismo─ y medioambientales. Cuando es evidente que la barbarie es hoy, de nuevo, una amenaza creciente, ya palpable en las tensiones racistas, en los desastres naturales locales, en la precarización de muchas vidas, que afectan a sectores importantes de la población. Cuando más se requiere un proyecto transformador a escala planetaria, más débiles son las fuerzas. Pero este no es un proceso lineal. Cada país tiene su experiencia concreta, fruto de la tradición, de su recorrido histórico, de las respuestas que ha dado la gente a estos problemas. Y esto se ha visto en Europa en los últimos años,con la aparición en algunos lugares de nuevas experiencias de acción de izquierdas (como serían, salvando todas las distancias entre ellos, los casos de Grecia, Portugal, el renacimiento del ala izquierda del laborismo británico o de los demócratas estadounidenses,y donde también se incluye el caso español), frente a lugares donde la crisis ha alcanzado niveles insoportables (Italia es en este terreno el caso paradigmático). Por esto tiene interés ver que ha ocurrido en cada país y discernir qué posibilidades existen de un cambio de situación.
2.- La “vieja” izquierda
España sigue siendo, a pesar de todo, un país con una persistente tradición de izquierda.Incluso más allá de su expresión electoral. Aunque esta actitud se expresa de muchas formas contradictorias: persiste un viejo poso de cultura anarquista, antipolítica, en parte de la base social, de la misma forma que una buena parte del nacionalismo periférico se autoconsidera asimismo de izquierdas. Quizás por esto en el país se generan de vez en cuando movidas de cierto relieve y persiste un cierto empuje de movimientos sociales diversos. En lo que sigue me limitaré a analizar la expresión política de la izquierda.
Por “vieja” izquierda me refiero a lo que ha constituido durante años el eje no sólo de la izquierda política organizada (el espacio en torno a Izquierda Unida) sino también al magma de personas que han animado muchos de los movimientos sociales alternativos.
Aunque existía una tradición anterior, sin la cual no sería posible entenderla, esta vieja izquierda se conformó fundamentalmente en torno a la década de 1960s. Fue el momento del auge del movimiento universitario antifranquismo, del renacimiento del sindicalismo de la mano de Comisiones Obreras, de los movimientos cristianos progresistas, etc. Eran tiempos donde en todo el mundo occidental se olían vientos de cambio, de anticapitalismo y de cambio cultural.De un enorme empuje juvenil dispuesto a cambiar lo que hiciera falta. Y toda esta fuerza se organizó en España mayoritariamente en base a una cultura marxista que fue esencial en todos los movimientos sociales de la transición (fundamentalmente el movimiento obrero y el vecinal, pero también el feminismo emergente). Hay que considerar en este espacio no sólo la fuerza hegemónica del PCE-PSUC, sino también la enorme miríada de organizaciones y grupúsculos marxistas que en conjunto agrupaban a una buena cantidad de activistas.
Las enormes movilizaciones de los años del período 1973-79 eran vistas por muchos activistas europeos con una enorme nostalgia de una experiencia que para ellos había acabado. Las elecciones además cambiaron la perspectiva de mucha gente
La transición cambió en buena parte el panorama, pero no tan radicalmente como a veces se considera. Hay que constatar que, cuando se produjo, el clima mundial había cambiado con bastante fuerza, no sólo por la irrupción de la crisis económica en 1973, sino también porque los movimientos de la década anterior habían perdido gran parte de su vigor en muchas partes. Las enormes movilizaciones de los años del período 1973-79 eran vistas por muchos activistas europeos con una enorme nostalgia de una experiencia que para ellos había acabado.Las elecciones además cambiaron la perspectiva de mucha gente. En la clandestinidadtodo el mundo se creía formar parte de una vanguardia social preparada para dirigir la sociedad. El hecho que la gente de la izquierda organizada estuviera efectivamente dirigiendo los movimientos sociales más activos contra la dictadurareforzaba aquella percepción. Pero cuando llegaron las eleccionesse pudo ver la enorme dificultad de traducir movilización y militancia social en presencia institucional. El PSOE, un partido creado de la nada, recogió gran parte del voto de izquierda al vender la ilusión de un cambio sin sobresaltos.
El cambio institucional debilitó al conjunto de la izquierda por diversas vías. Una fue la del desencanto, no sólo porque las concesiones de la transición fueron vistas como “traiciones” sino sobre todo porque mucha gente constató la debilidad real de las organizaciones en las que había confiado. Lo más habitual fue la deserción, que llevó a la desaparición paulatina de todas las organizaciones a la izquierda del PCE y a un importante debilitamiento de este. Otra vía fue el enfrentamiento interno en el área PCE y PSUC que llevó a sucesivas rupturas dolorosas (la del sector prosoviético, el posterior distanciamiento entre Izquierda Unida e Iniciativa per Catalunya…),tanto por cuestiones estratégicas como por la forma de abordar el peso de las instituciones. La tercera, la readaptación de los movimientos sociales con suerte diversa. Mientras los sindicatos consiguieron al menos un fuerte respaldo institucional (no solo en recursos también en la forma de una legislación laboral que les concede un importante marco de acción), otros, especialmente el movimiento vecinal, fuero debilitados para impedir que se pudiera consolidar un cierto doble poder a escala local. Si a ello sumamos la incidencia de la crisis económica, resulta casi un milagro que no se produjera un colapso total.
Que a pesar de todo había una base social dispuestaa movilizarse se ha hecho evidente en sucesivas experiencias, empezando por la enorme movilización anti OTAN (y sus secuelas en las movilizaciones contra la guerra del Golfo y la guerra de Iraq, así como la lucha antimilitarista), la huelga del 14 D (y la posterior de 1994), la persistencia de algunos movimientos vecinales, etc.En todas estas luchas el liderazgo ha estado en manos de esta “vieja izquierda”, de gente formada en las diversas variantes de la tradición marxista, bregada en las luchas del tardofranquismoy mayoritariamente votante del entorno IU-ICV. (Aunque a menudo su posicionamiento no se corresponde en todo a los postulados de estas organizaciones.)
Como en todo este tiempo no he estado organizado políticamente, es posible que mi juicio sobre la izquierda organizada esté distorsionado.Explico por tanto mi visión del tema.La continuidad organizativa del espacio de Izquierda Unida ha estado fundamentada en gran medida en la fidelidad y consistencia de la cultura marxista tradicional. Si bien es cierto que mucha de la gente de este entorno ha evolucionado en su pensamiento y ha sido capaz de articular su tradición con alguno de los nuevos retos del presente (y esto explica en parte la persistencia institucional del proyecto), no se ha producido una transformación que dé lugar a una nueva izquierda a la altura de los tiempos. Persiste la dicotomía PCE-IU, que refleja en buena medida la existencia de una base que sigue pensando según un modelo organizativo y político tradicional, clásico. Personas que en algunos casos mantienen una cierta nostalgia del pasado soviético (y se convierten en entusiastas de cualquier nueva experiencia que se venda como “revolucionaria”) y que entroncan con dificultad con toda la gente que se mueve en el exterior. La inercia de esta corriente, su dificultad para reinterpretar las propuestas emancipatorias,es, a mi entender, el mayor lastre para que IU pueda en algún momento alumbrar un proyecto de mayor calado. No desmerezco su importancia. Que IU no haya desaparecido del mapa institucional ha sido una enorme cobertura para todo lo que se mueve en un espacio alternativo.Pero sí creo que en otro terreno su modelo supone un lastre para generar el tipo de movimiento que necesitamos.
La continuidad organizativa del espacio de Izquierda Unida ha estado fundamentada en gran medida en la fidelidad y consistencia de la cultura marxista tradicional
ICV quizás ha sido la experiencia que más ha tratado de avanzar en esta transformación. Con aspectos contradictorios. En algunos aspectos ha aparecido como excesivamente institucional, demasiado apegada a la gestión de los espacios en los que ha actuado. En otros, ha tratado de innovar transformándose en un partido verde, aunque conservando lazos con su vieja tradición. Lo que es cierto es que en los últimos años ha experimentado una acelerada renovación de cargos y un rejuvenecimiento importante de sus líderes. Quizás esto explica que haya realizado una apuesta más decidida por un cambio organizativo y su integración a Comuns, que comentaré más adelante.
En todo caso lo que parece claro es que el entorno IU-ICV había tocado techo, no solo electoral, tras el 15-M, y que pensar en mantener indefinidamente una organización de viejo estilo es una apuesta por la desaparición paulatina. Y en este sentido la opción tanto de Izquierda Unida como de ICV de buscar acuerdos con Podemos y las confluencias muestra tanto que sus dirigentes leyeron el signo de los tiempos, como un cierto reconocimiento de lo inevitable. La cuestión es si este movimiento será suficiente.
3.- La “nueva” izquierda
Para casi todo el mundo, incluidos los propios protagonistas, el 15-M fue el movimiento fundacional. En mi opinión el 15-M fue el momento de cristalización de algo que ya venía gestándose anteriormente. Se trata de un nuevo grupo de gente, mayoritariamente de formación universitaria (o procedente de familias de clase media) que habían empezado a generar movimientos al margen de los espacios tradicionales. El movimiento “okupa” fue posiblemente la antesala. Y el movimiento antiglobalización su primer lanzamiento.Hasta la eclosión del movimiento antiglobalización, todas las grandes movidas o bien partían de los sindicatos o bien de espacios donde predominaba la gente de la vieja izquierda (en Barcelona, casi todas las movidas alternativas nacían de plataformas que tenían alguna relación con el antiguo Centre de Treball i Documentació de Gran de Gràcia; allí se fraguaron por ejemplo los movimientos contra las guerras del Golfo y de Iraq). Cuando nació el movimiento antiglobalización los líderes, los lugares de encuentro y la composición, eran otros.Y la gente que llevó el grueso del esfuerzo estuvo también presente en otras iniciativas y movimientos, como los desarrollados en torno a los problemas de vivienda, o los relativos a la deuda. Tenían en común no sólo un elemento generacional y de educación, sino también un cierto, a veces abierto, rechazo a la “vieja izquierda”. Explícitamente porque la consideraban demasiado acomodada, reformista, poco atrevida (algo que implicaba tanto a la organización política como a sindicatos y organizaciones vecinales). Implícitamente, y en esto elucubro, porque no querían hacerse cargo de la derrota del viejo socialismo, porque el horizonte socialista había dejado de formar parte del paisaje y porque la clase obrera ha dejado de ser vista como la vanguardia del campo (son tiempos donde los que cuentan son los pobres o los excluidos). Una muestra de esta ignorancia es que la manifestación que en Barcelona desembocó en el 15-M se organizó al día siguiente de la que habían montado sindicatos y organizaciones tradicionales más o menos por las mismas cuestiones. Ni juntos ni revueltos, aunque nos preocupe lo mismo.
El 15-M fue sin duda el gran “salto adelante” del movimiento. En plena crisis, cuando los problemas acuciaban y el clima social era proclive a una eclosión reivindicativa. Lo que seguramente resultó más atractivo para mucha gente del 15-M fue su ingenuidad. Estas asambleas donde se podía decir de todo, este reinventarse la política, comunicaban bien con toda la generación de gente desenchufada de la izquierda, individualizada, pero deseosa de un mundo mejor. Un mundo, esto sí, sin mediaciones, donde el yo se manifiesta tal cual.
Hay que reconocer el acierto de muchos de los nuevos líderes del 15-M de optar por transformar un movimiento, que como tal duró pocos meses, en uno o varios proyectos políticos. El primer éxito electoral de Podemos en las elecciones europeas no solo ayudó a su asentamiento a escala nacional, sino que también propició la creación de plataformas municipales que fueron el germen de la gran victoria electoral en 2015. Madrid, Barcelona, Zaragoza, Valencia, A Coruña, Cádiz…, pasaron de manos de la derecha a manos de la izquierda. Debo confesar, y no creo ser el único, que la noche electoral de 2015 tuve la sensación de que, por una vez en la vida, los “míos y las mías” habían conseguido una victoria tangible. Después vinieron las generales de 2015, donde las diversas coaliciones de izquierdas alcanzaron un importante avance. Pero la marea bajó y ahora estamos, de nuevo, en una situación de enorme incertidumbre.
El 15-M fue sin duda el gran “salto adelante” del movimiento. En plena crisis, cuando los problemas acuciaban y el clima social era proclive a una eclosión reivindicativa. Lo que seguramente resultó más atractivo para mucha gente del 15-M fue su ingenuidad
Por lo que respecta a esta “nueva izquierda”, creo que hay algunos defectos de nacimiento que han lastrado su evolución. Mucho de inexperiencia, bastante de vanidad y de ausencia de reflexión. Problemas organizativos y políticos a la vez.
En el plano organizativo se percibe una falta de reflexión en lo que para toda organización es crucial. De una parte cómo generar un mínimo de cultura común, de sentimiento de pertenencia que haga posible el trabajo en común, aunque persistan diferencias (que serán mayores en una organización gestada más por aglutinación que por adscripción a una determinada línea). De otra, cómo resolver los conflictos y generar un debate serio cuando es necesario. La adscripción a las tecnologías de la información, a la creencia que votar es la forma básica de participación, a un modelo organizativo basado en las ganas de participación individual, ha conducido a un modelo organizativo que da la impresión de que ha entrado en crisis en cuanto han surgido los problemas. Un modelo que resulta bastante inocuo para favorecer que la gente se organice eficazmente de forma sostenida en el tiempo, pues descansa en gran medida en un entusiasmo participativo que siempre suele ser inestable. El problema viene además amplificado por la ausencia de fórmulas consensuadas, racionales, de negociar las discrepancias. Y ante esta falta, los abundantes “egos” que son habituales en toda fauna política son una fuente permanente de conflictos.
A estos defectos organizativos se suma una debilidad para entender la situación política y sus cambios. Podemos nació con la idea de que el descrédito de las elites era tan grande que bastaba plantear una propuesta de políticas decentes, de democratización, para que la gente respondiera. Y es cierto que ahí radica buena parte de su éxito electoral.Pero la construcción de esta política del éxito encerraba una enorme debilidad en diversos campos. En primer lugar dependía crucialmente de los estados de ánimo de la población: mientras Podemos fuera una fuerza percibida como ganadora la gente le votaría, pero cuando las cosas se complicaran, o el acceso a las instituciones no conllevara cambios drásticos en las políticas, es posible que los ánimos se volvieran en contra (como parece haber ocurrido en los últimos tiempos). En segundo lugar,esta tendencia al conflicto está reforzada por la existencia de proyectos diferentes en el seno de la organización. Una corriente situaba la posibilidad de victoria en un proyecto de regeneración democrática, para otra corriente había la posibilidad de ir mucho más allá y avanzar en un proyecto anticapitalista. La primera corriente quería situar a Podemos en un espacio externo al eje izquierda-derecha. Y tras haber quedado en minoría, ha vuelto a renacer tras el pacto Carmena-Errejón para, cuando menos, generar la enésima crisis al espacio. La otra presiona una y otra vez a radicalizar posiciones, y aunque en general es minoritaria (quizás con la excepción de Andalucía), constituye un elemento permanente de confrontación. El caso más llamativo es el de Catalunya, donde todas las familias del trotskismo, una de las cuales tiene una importante influencia en Podem, han sido abducidas por el independentismo. Considero que se trata de una opción en parte programática (su defensa cerrada del derecho a la autodeterminación) y mayormente instrumental: creen que el movimiento independentista puede abrir una ventana para cambios más radicales. Y esto ha conducido a una crisis permanente de Podem en Catalunya, que ha enviado a casa a mucha gente.
El resultado de estas debilidades de nacimiento ha marcado la trayectoria política de esta nueva izquierda. Sus éxitos iniciales abrieron una ventana de oportunidad que en parte ellos mismos han cerrado con sus perpetuas crisis internas y sus cambios de rumbo. El éxito inicial posiblemente fue tan súbito que en lugar de ayudar a la consolidación favoreció la confusión. El éxito reforzó más los egos que la capacidad reflexiva. Y el tener que llenar tanto espacio institucional consumió energías y dejó huérfana la labor de consolidación organizativa.
4.- Confluencias, oportunidades y debilidades
La realidad a la larga se impone. Y esto en parte ha ocurrido entre la “vieja” y la “nueva” izquierda. Los primeros, al menos un sector significativo, entendieron que su espacio político estaba estancado, por razones de imagen, demográficas, políticas. Yla “nueva” izquierda tomó conciencia de la importancia del otro sector, organizativa,y de espacio político y social por su relación con movimientos sociales aún activos. La creación de confluencias primero a escala local, con exitosas candidaturas en ciudades como Madrid y Barcelona, favoreció el avancehacia una mayor concreción organizativa como el de la coalición Unidos Podemos y, de forma más consolidada en Catalunya en Comú. A ello también contribuyó la evidencia de que la propia dinámica política situaba a Podemos en la izquierda, y resultó evidente la imposibilidad de construir un espacio intermedio. Puestos a ocupar un espacio, es más razonable no tener que competir permanentemente por el mismo, dividiendo fuerzas.
La oportunidad de una confluencia de izquierdas donde se combine la experiencia organizativa, política, de loviejo y el empuje, la apertura, de lo nuevo, es ciertamente alentadora. En una sociedad donde la amenaza de la barbarie cotidiana ya está presente, donde se requiere un fuerte impulso social para hacer frente a los graves problemas generados por las políticas neoliberales, porun capitalismo depredador,por la evidencia de la insostenibilidad ecológica del modelo dominante de crecimiento, es necesario más que nunca el impulso de redes organizativas, de solidaridades, de propuestas que reorienten el devenir social. Nadie tiene un proyecto organizativo, social y político claro para hacerle frente. Por esto es necesario tejer tramas que ayuden a desarrollar reflexión, aprendizaje, solidaridad, experiencias que faciliten un cambio de época. Y para ello,son tan necesarias la vieja como la nueva izquierda. Y si algunas confluencias funcionan, ayudarán a reforzar una dinámica positiva.
La oportunidad de una confluencia de izquierdas donde se combine la experiencia organizativa, política, de lo viejo y el empuje, la apertura, de lo nuevo, es ciertamente alentadora
Pero una cosa son los deseos, las necesidades,y otra el devenir real. Y lo que hemos experimentado en los últimos meses suena a una repetición de “lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no se consolida”. Hay demasiados sectores en la vieja izquierda empeñados en mantener su chiringuito, incapaces de revisar sus ideas y su posicionamiento. En ellos se mezclan esclerosis intelectual, sectarismo e inconfesables ambiciones personales. Y algo parecido ocurre en el otro sector, donde la ignorancia de la experiencia pasada, la inexperiencia y un personalismo desatado han generado batallas autodestructivas de todos conocidas. El sectarismo entre familias persiste y puede poner en riesgo toda la posibilidad de confluencias. No es posible realizar un balance de los males que generan estas actitudes. Pero hay ejemplos tan llamativos como el envite madrileño de Carmena- Errejón, o el de Llamazares y sus amigos, o el de Nuet y los suyos. Y otros más soterrados, como el abstencionismo de determinados sectores de Izquierda Unida en las últimas elecciones generales o los bloqueos organizativos que impiden a Catalunya en Comú consolidarse como un proyecto unitario.
A toda esta complejidad, que nace de la dificultad de leer la situación, de los problemas generales apuntados en la primera sección, se unen elementos externos. Particularmente en Catalunya, donde el envite independentista ha generado una situación política y emocional que complica aún más la situación y genera nuevas fracturas o líneas de tensión. Y enturbia las perspectivas que se abrieron con las elecciones municipales de 2015
A pesar de ello,deberíamos ser conscientes de que en el panorama continental, la situación de España ofrece más posibilidades que en muchos otros sitios. De hecho aunque ahora las perspectivas electorales van a la baja, el nivel sigue estando por encima de lo que había sido el techo electoral en bastante tiempo. Deberíamos tomar esto como punto de partida. Y ante una situación tan difícil como la que puede darse en los próximos meses, desarrollar vías de actuación que sirvan para empezar a resolver alguno de los problemas centrales que nos tienen encerrados en una especie de laberinto. Cuando menos para romper las trampas que la misma gente de izquierdas se pone a sí misma en forma de sectarismo, de personalismo y de falta de diálogo.
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Albert Recio. Profesor de Economía en la Universitat Autonoma de Barcelona. Especialista en Economía laboral con investigación y publicaciones sobre condiciones laborales, salarios, modelos nacionales de empleo etc. Impulsor de las Jornadas de Economía Crítica. Miembro del equipo editorial de la Revista de Economía Crítica y de la revista digital Mientras Tanto. Actualmente es Vicepresidente de la Federació d’Associacions de Veïnes i Veïns de Barcelona, a la que representa en diversos organismos de participación.