Por IDA DOMINIJANNI
En 1981 Norberto Bobbio escribió para la revista mensual socialista Mondoperaio un largo artículo titulado “Viejo y nuevo liberalismo”, pronto incluido en el volumen “El futuro de la democracia”1, que he vuelto a leer recientemente. Se me despertó la curiosidad por esas páginas tras la ola de revalorización de la cultura liberal en aquellos primeros años ochenta gracias a autores de izquierda desilusionados por los resultados políticos de la propia formación marxista.
Bobbio, sin embargo, no era de ninguna manera un entusiasta de aquella revalorización. Saludaba positivamente la posibilidad de que la recíproca desconfianza entre la cultura liberal y la marxista pudiera disolverse, y que la segunda se abriese a la primera ante los resultados del socialismo real, tal y como la primera se había abierto a la segunda ante los resultados del fascismo. Pero desconfiaba del contexto político –la revolución conservadora dirigida por Reagan y Thatcher– en el que estaba tomando forma el redescubrimiento de los liberales así como el descubrimiento de los “nuevos” liberales.
Partiendo de la distinción entre liberalismo político y liberalismo económico, Bobbio subrayaba cómo este último se había impuesto al primero, desplazando en consecuencia el objetivo polémico del campo liberal en su conjunto: no se criticaba ya, a comienzos de los años ochenta, el Estado autoritario de los países socialistas del Este sino el Estado intervencionista en economía, o sea, el Estado de bienestar de las democracias occidentales bajo dirección socialdemócrata o laborista. Pero siendo el Estado de bienestar el resultado necesario de las democracias de masas, la intención de abolirlo, o de reducirlo, significaba de hecho –y este es el punto central del análisis– tener como blanco la democracia misma. «La ofensiva de los liberales históricamente ha sido dirigida contra el socialismo, su enemigo natural en la versión colectivista (que por lo demás es la más auténtica); en estos últimos años también ha sido orientada contra el Estado benefactor, es decir, contra la versión moderada (según un sector de la izquierda, falsificada) del socialismo. Ahora la democracia es pura y simplemente atacada; la insidia es grave. No solamente está en juego el Estado benefactor, o sea, el gran compromiso histórico entre el movimiento obrero y el capitalismo maduro, sino la misma democracia, es decir, el otro gran compromiso histórico anterior entre el tradicional privilegio de la propiedad y el mundo del trabajo organizado, del que directa o indirectamente nace la democracia moderna (mediante el sufragio universal, la formación de los partidos de masas, etc.)2».
El liberal-socialista Bobbio había captado consecuente y lúcidamente los dos nudos que, sin embargo, hasta el presente la cultura de la izquierda no ha conseguido desvelar: primero, que liberalismo político y liberalismo económico son distintos, pueden converger pero también divergir en las intenciones y en los resultados; segundo, que el neoliberalismo, en el que el liberalismo económico prevalece sobre el liberalismo político, es a su vez distinto del liberalismo clásico y no solo no es coherente de por sí con la democracia sino que precisamente pretende destruirla. Y, en consecuencia, «el peligro es grave». Me gustaría decir ya de inicio que en la ulterior y permanente ceguera de la cultura de la izquierda italiana y europea sobre estos nexos está la clave de sus fracasos de los últimos treinta años, y de su “error de diagnóstico”, como recientemente y de forma notable Dardot y Laval han señalado en relación con la naturaleza y los efectos de la hegemonía neoliberal de los últimos cuarenta años3. Pero llegaremos a ello tras una parada sobre aquel 1989 y sobre el debate que se desarrolló entonces en la izquierda italiana en torno al giro del PCI.
El liberal-socialista Bobbio había captado consecuente y lúcidamente los dos nudos que, sin embargo, hasta el presente la cultura de la izquierda no ha conseguido desvelar: primero, que liberalismo político y liberalismo económico son distintos (…) Segundo, que el neoliberalismo, en el que el liberalismo económico prevalece sobre el liberalismo político, es a su vez distinto del liberalismo clásico
Como el treinta aniversario de la caída del muro de Berlín no ha dejado de recordarnos, aquel suceso fue visto y diagnosticado entonces como el triunfo definitivo y final («el fin de la historia», escribió Francis Fukuyama) de la democracia y del capitalismo sobre el socialismo. Y no solo sobre los resultados totalitarios de los regímenes del Este sino sobre cualquier tipo de injerencia pública en la economía, y sobre cualquier posibilidad de imaginar una hipótesis alternativa al binomio democracia/libre mercado. Ocurre que, como no hace mucho nos ha recordado ese treinta aniversario, y a despecho de Fukuyama, la historia se ha vuelto a poner en movimiento, desmintiendo o dándole la vuelta a buena parte de las promesas y premisas de aquel diagnóstico.
Por referirnos a Europa, y omitiendo ahora la parte del relato que tiene que ver con el orden mundial global nacido de las cenizas de aquella tensión bipolar, con la distancia de treinta años, la Europa surgida de las ruinas del muro aparece unificada más por la crisis que por el triunfo de la democracia, del mercado y de la “sociedad abierta”: dividida como está por la brecha Este-Oeste que pasa entre las “democraturas”4 de Visegrad y las democracias occidentales, sin impedir el contagio recíproco de derivas autoritarias, soberanistas y populistas; o por la brecha Norte-Sur que explotó hace diez años con la crisis de la deuda y que está lejos de haberse superado; por los nuevos muros de intolerancia y xenofobia que estallan por todas partes y que parecían impensables la noche de la reunificación sobre el cielo de Berlín.
Un vuelco tan importante del relato mainstream del 89 tiene razones complejas, que hay que buscar a lo largo de todo el proceso de reunificación europea, en el cruce entre la ambigüedad de las “revoluciones de terciopelo” de los países de la Europa centro-oriental y las modalidades de su asimilación al modelo occidental, un tipo de anexión insensible a sus propias historias. Así lo explica de forma excelente un reciente libro de Jacqques Rupnik, al que por razones de espacio solo puedo aquí citar5. Lo cierto es que si en la percepción de los países del Este el liberalismo, como recientemente ha escrito The Guardian, ha sustituido al comunismo en el rol de “dios que ha fallado”, las responsabilidades de esta sustitución no están solo en la adhesión acrítica de aquellos países a la democracia occidental y al consenso de Washington: están también y sobre todo en las flagrantes contradicciones entre el modelo liberal/liberista presentado por los países occidentales como el único horizonte posible y su práctica efectiva de una democracia cada vez más pobre, reducida solo al hecho electoral, sobrepasada por la tiranía de los mercados y por la tecnocracia de Bruselas. Y reprochan, obviamente, a las izquierdas europeas su incapacidad por delatar, controlar y corregir esta contradicción.
Es inevitable reflexionar hoy, en este marco, sobre la historia de la izquierda italiana a partir del nuevo rumbo que el PCI originó, desde la caída del muro de Berlín, y que quiso imprimir hasta en el nombre del partido, incluso de los partidos posteriores, y que trajo al mundo de manera absolutamente incondicional la transformación de la Welttanschauung democrática.
Conversión por un lado superflua y, por el otro, excesivamente genuflexa, al haber sido el PCI, durante toda la postguerra, un pilar de la democracia italiana, y por lo que, precisamente, tenía que haber sido consciente de los límites, además de los méritos, del modelo liberal-democrático. Modelo que, además, a finales de los años ochenta se encontraba ya bajo tiro de la ofensiva neoliberal, como demuestra el artículo de Bobbio del que he partido.
Es inevitable reflexionar hoy sobre la historia de la izquierda italiana a partir del nuevo rumbo que el PCI originó, desde la caída del muro de Berlín, y que trajo al mundo de manera absolutamente incondicional la transformación de la Welttanschauung democrática
Pero ninguno de los argumentos de Bobbio, que curiosamente se convirtió en un nombre de referencia en el panteón de aquel giro político, se usó en el largo debate que lo acompañó. Y que silenció, además, como minoritarias y carentes de influencia, las voces que invitaban a concebir la democracia como problema más que como solución: como las de aquellos diversos intelectuales –en primer lugar Mario Tronti, que había lanzado su programa de “crítica de la democracia política” nada más clausurar el XVIII Congreso–, provenientes de culturas políticas -especialmente el feminismo de la diferencia- curtidas en la denuncia de los límites del universalismo democrático. Prevaleció, por el contrario, la adhesión a una democracia que se daba por sentada, reducida en buena medida al principio mayoritario y a la regla de la alternancia a nivel político-institucional, y naturaliter acoplada con la aceptación del lenguaje neoliberal (liberista) en el plano económico. Con un efecto doblemente paradójico: por un lado, de alejamiento de las correcciones hechas por el constitucionalismo de postguerra al modelo democrático liberal, y por el otro de ceguera ante las transformaciones profundas que la democracia venía sufriendo y que, desde comienzos de los años ochenta en adelante, se transformaba de liberal en neoliberal.
Aquí está el quid del “error de diagnóstico” al que me refería más arriba, que consiste en considerar al neoliberalismo como una reedición del liberalismo económico clásico, compatible con el liberalismo político, o sea como una doctrina cargada de efectos en el nivel económico y social, pero sin consecuencias directas en el sistema político e institucional democrático liberal. Sin embargo, el neoliberalismo es una forma de racionalidad política que somete y conforma al código económico, a la ley de la competencia y a la ética del autoemprendimiento y la autovaloración, todo el edificio democrático, desde la base antropológica al vértice institucional. Así, la democracia liberal, sus sujetos y sus formas tradicionales –el individuo politizado, el demos forjado por la participación y por los valores compartidos, los partidos como base de organización de los intereses y de la práctica regulada del conflicto, la división de poderes como garantía del estado de derecho– no resultan modificados de forma contingente sino estructuralmente.
Si el neoliberalismo ha sido la última ideología hegemónica del siglo XX, para salir de su extenuante crisis necesitamos una iniciativa contrahegemónica de similar potencia y alcance, que sepa a su vez rediseñar el pacto social desde la base antropológica al vértice institucional
Las nuevas derechas populistas y soberanistas han aprovechado la ocasión, con su crítica del individualismo, su reinvención del pueblo soberano, su explícito desprecio del estado de derecho, y de hecho transitan sin obstáculos por el camino de la democracia iliberal. Es en la izquierda donde continúa faltando una propuesta a la altura de los tiempos, que no puede limitarse a la ilusión de volver a separar lo que ya no es separable, rechazando el liberalismo económico para salvar el liberalismo político. Si el neoliberalismo ha sido la última ideología hegemónica del siglo XX, para salir de su extenuante crisis necesitamos una iniciativa contrahegemónica de similar potencia y alcance, que sepa a su vez rediseñar el pacto social desde la base antropológica al vértice institucional. De esta innovación depende la posibilidad de imprimir una dirección de izquierda a la revuelta anti-neoliberal que en Europa está secuestrada por la derecha soberano-populista pero que en otras partes del mundo parece tomar vías distintas. Se trata, treinta años después del 89, de darle la vuelta al eslogan que lo marcó, «There is not alternative», reiniciando la imaginación política hacia una alternativa posible.
_________________
Ida Dominijanni. Periodista y filósofa italiana. Fue candidata al Senado en las elecciones de 2013 por el partido Sinistra Ecologia e Libertà. Sus libros y artículos tratan de diversos aspectos de filosofía social. Entre sus recientes publicaciones citamos Il trucco – Sessualità e biopolitica nella fine di Berlusconi, Ediesse, 2014.
NOTAS
1.- N. Bobbio, N. Bobbio, Il futuro della democrazia, Einaudi, Torino 1984. (Traducc. español en FCE, 1986). [^]
2.- La cita es copia literal de la edición de 1986 de FCE, pág. 99, traducción de José F. Fernández Santillán. [^]
3.- P. Dardot, C. Laval, La nuova ragione del mondo, DeriveApprodi, Roma, 2019. [^]
4.- Término inexistente en castellano que pretende describir ciertos regímenes del este mediante la unión de “democracia” y “dictadura”. [^]
5.- J. Rupnik, Senza il Muro. Le due Europe dopo il crollo del comunismo, Donzelli, Roma 2019. [^]
Deja una respuesta