Por JAVIER ARISTU
Uno de los factores que más están influyendo en la deriva de los acontecimientos políticos en España es el que podríamos llamar factor A, por referirnos a la influencia del partido andaluz que dirige Susana Díaz, la actual presidenta de la Junta de Andalucía, sobre el resto del PSOE. El desarrollo y el resultado del Comité federal del pasado 1 de octubre ha explicitado algunos elementos que, insinuados o intuidos desde hace tiempo, nunca se habían manifestado tan claramente. Junto a lo que Enric Juliana llamaba recientemente el factor K, para referirse a Cataluña, podemos añadir el factor E, de Europa, y el factor A, por Andalucía. Los tres son los elementos diversos y que pertenecen a ámbitos distintos pero que están influyendo en el actual proceso. Hablemos un poco del factor A.
1. Andalucía es la organización más potente de la estructura española del PSOE. Junto al de Extremadura han constituido, desde 1977, el componente más cohesionado a la hora de plantar cara a las exploraciones que venían desde el PSC (Cataluña) de una mayor autonomía de Cataluña. Históricamente, el partido de Andalucía se ha situado ante el factor K como ante un espejo para repetirse o para contradecirse. Desde los primeros años de la democracia, cuando con las elecciones de 1982 el PSOE adquiere su predominio incontestado en la región, se alza como elemento de contraste con Cataluña y con la izquierda catalana. Por un lado, trata de establecer una emulación con el proceso autonómico de Cataluña donde, sin entrar ni debatir el asunto de la especificidad nacional de Cataluña, recupera un discurso de cierto y difuso agravio -algo que había sido componente fundamental de una denominada izquierda andalucista y socialista de los primeros años de la Transición identificada con el PSA de Rojas Marcos- que luego se sintetizará en un eslogan conocido y, hoy recuperado por sectores de la “nueva política” andaluza: Andalucía como la que más. Es decir, si Cataluña pide dos, nosotros pedimos dos; si Cataluña es una nacionalidad (artículo 1 del Estatuto catalán de 2006 hoy en crisis) Andalucía es una nacionalidad histórica (artº 1 del estatuto andaluz de 2007), y así se podría seguir…Desde la celebración de las elecciones primeras de 1977 y desde la reinstauración de las históricas autonomías en País Vasco y Cataluña como un hecho que, en cierta medida, trataba de recomponer la ruptura del régimen franquista en relación con esos territorios, el proceso en Andalucía ha sido, en buena parte, el de equipararse, compararse, igualarse con aquellas comunidades -la vasca y la catalana- a las que se consideraba las autoras del agravio.
¿De qué agravio hablamos? De todo lo que una abundante literatura socioeconómica e histórica producida en medios intelectuales andaluces abundó desde mediados de los años sesenta y durante la década de los setenta sobre el expolio andaluz. Con dicho término se referían al hecho de que burguesías vascas y catalanas habían extraído la riqueza de Andalucía desde las fases iniciales de la revolución industrial española. La industria y la banca se beneficiaban de la situación social en Andalucía. Ese expolio debía terminar y para eso la democracia, la finalización de la dictadura, debía ser aprovechada para resituar la relación Andalucía-Cataluña en otra perspectiva (al País Vasco, curiosamente, no se le prestaba tanto interés).
Andalucía es la organización más potente de la estructura española del PSOE. Junto al de Extremadura han constituido, desde 1977, el componente más cohesionado a la hora de plantar cara a las exploraciones que venían desde el PSC (Cataluña) de una mayor autonomía de Cataluña
Una perspectiva que contaba, además, con el otro hecho histórico identitario, según aquellos intelectuales, que daba sentido a la descolonización de Andalucía: la presencia de más de un millón de emigrantes andaluces en Cataluña. Este proceso que había durado especialmente casi toda la década de los sesenta se había cortado ya en 1975 a consecuencia de la crisis económica que estaba afectando de forma traumática también a la industria catalana. Tal emigración había tenido un extraordinario y contradictorio efecto en Andalucía. Por un lado, suponía una derrota histórica y cultural para la regiónel que una parte importante de la fuerza de trabajo andaluza tuviera que emigrar para sobrevivir. Pero, por otro, el hecho de que cientos de miles de campesinos y jornaleros de las tierras andaluzas salieran de los pueblos provocó un verdadero cambio tecnológico y productivo en la agricultura andaluza que conoció en aquellos años momentos de auge. La descompensación entre oferta y demanda de la mano de obra provocada por la emigración masiva y la intensa mecanización del campo consecuente dan como resultado una acelerada modernización del agro andaluz. Una modernización técnica que no afectó a la estructura de propiedad. Los años sesenta contemplan un intenso y profundo proceso de transformación del modo productivo y de las relaciones sociales en el campo andaluz1.
En aquellos primeros años de la Transición una parte de la izquierda andaluza trataba de encontrar al antagonista fuera de Despeñaperros y lo encontraba en aquellas burguesías de Bilbao o Barcelona que habían levantado sus industrias a partir de los recursos o la mano de obra de los andaluces. Otra trataba de encontrar y manifestar un discurso político basado más en las contradicciones internas a la propia sociedad andaluza: nuestro antagonista estaba dentro, entre nosotros mismos, formada por esa burguesía agraria que conectaba sus intereses precisamente con las de Bilbao y Barcelona pasando por Madrid. La primera posición la expresaba muy bien un partido como el PSA, que ya en 1976 proclamaba: «El tipo de acumulación capitalista montado por el franquismo y centrado en torno al capitalismo monopolista de estado ha producido unos efectos inéditos en la periferia de la formación social española; concretamente en Andalucía ha acabado de dislocar su estructura económica, ya profundamente colonizada desde el siglo pasado, o sea, ha rematado el proceso de desregionalización de la clase dominante andaluza2».
La segunda podía estar representada por un PSOE, que funcionaba todavía muy en clave de marxismo clásico (al menos en el lenguaje), y un PCE al que le costaba algo integrarse en un discurso autonomista pero que no estaba dispuesto a dejar pasar el tren de la regionalización del poder. Esta posición, por la importancia que posteriormente va a tener su partido a la hora de hegemonizar el poder andaluz, ya la expresa muy bien, también en 1976, José Rodríguez de la Borbolla, posteriormente cabeza orgánica del PSOE andaluz: «la conquista de la autonomía regional no es más que un nuevo paso, una etapa más, por la que hay que pasar para lograr la conquista del poder político. Más aún si se tiene en cuenta que en nuestro tiempo la aspiración a la autonomía regional y nacional no es el reflejo de las necesidades de las burguesías de las distintas regiones y nacionalidades, sino que se inscribe dentro de las aspiraciones de los más amplios sectores populares por el logro de una verdadera democracia3».
En aquellos primeros años de la Transición una parte de la izquierda andaluza trataba de encontrar al antagonista fuera de Despeñaperros y lo encontraba en aquellas burguesías de Bilbao o Barcelona que habían levantado sus industrias a partir de los recursos o la mano de obra de los andaluces. Otra trataba de encontrar y manifestar un discurso político basado más en las contradicciones internas a la propia sociedad andaluza: nuestro antagonista estaba dentro
La crisis de 1973 había desencadenado muchas cosas. Entre otras, el cese de la función de la industria catalana como receptora de esa mano de obra inmigrante; el proceso de reconversión de los enclaves industriales andaluces que están detrás de las movilizaciones de Comisiones Obreras; el surgimiento, una vez más, del problema del paro agrario llegando, según A.M. Bernal, a cotas alarmantes entre 1973-1974. Así que nos encontramos en 1977 con una situación en Andalucía de crisis económica de la industria (astilleros, minería, química, sectores ligados al automóvil), de freno a la emigración y de aumento de la alarma social en el campo a consecuencia del desequilibrio una vez más de las relaciones sociales por el aumento del paro agrícola. Son años de movilizaciones en la industria radicada en Sevilla, Cádiz y Huelva, y del empleo comunitario en el campo.
En ese contexto el discurso andalucista genérico, el de la reivindicación en contra del histórico agravio, el de Andalucía como la que más surte efecto y moviliza a una mayoría de su ciudadanía. A ello acompaña incluso la actuación de un sector de la burguesía andaluza que, a imitación de Cataluña y País Vasco también, deseaba hacer si no su revolución burguesa sí al menos su reforma regionalista. Son los años del PSLA de Manuel Clavero, de García Añoveros, de Soledad Becerril y otros exponentes de ese sector social que propugnarán luego, ya en la UCD de Suárez, la famosa vía del café para todos. Era una Andalucía como la que más a su manera.
Así confluyen varios elementos en ese tiempo: el afán de la clase política proveniente del franquismo, aliada con otros grupos demócratas, de no dejar que Cataluña y País Vasco “se desmandaran” (esto es, derecho de autodeterminación y esas cosas); la histórica cultura pactista catalana de alcanzar acuerdos con el antagonista (España) para seguir luego demandando más; el despertar regionalista en casi todo el país, pero especialmente, por su papel y dimensión en el conjunto, en Andalucía. Es el momento del proyecto constitucional y del establecimiento de los dos niveles de autonomía, el de las de primera (151) y el de las de segunda categoría (143). A Andalucía le correspondería el segundo…pero en el verano de 1977 sus directorios políticos -de izquierda mayoritariamente- decidieron que querían ser como la que más. Y digo bien directorios políticos porque la inmensa manifestación del 4D -considerada por muchos acto bautismal de la autonomía andaluza- no fue algo espontáneo, surgido directamente de las calles, sino más bien parece que respondió a la conexión entre las direcciones políticas de entonces, básicamente las de la izquierda, y la sociedad que despertaba de un largo sueño o pesadilla y demandaba, eso es evidente, un nuevo papel en el concierto político democrático.
Y así arrancó el proceso hacia la autonomía por la vía del 151 que cambia el diseño previsto por la UCD y por la mayoría, por no decir casi toda, de la clase política de aquella Transición. Dicho proceso es el que da la hegemonía al Partido socialista a través de una arriesgada pero eficaz transformación del discurso histórico del socialismo español por otro más en clave de partido atrapatodo, interclasista. El nuevo discurso lo personaliza en aquel momento un histórico pero joven dirigente de la época de Suresnes, Rafael Escuredo, pero cuenta con el apoyo, no sin reticencias, de la dirección andaluza en ese momento. Las reticencias estaban justificadas. Frente al discurso “oficial” del equipo directivo del socialismo andaluz que tendía a construir una estructura política de amplia regionalización se alzó en un determinado momento un discurso “nacionalista” que impregnaba a un sector minoritario pero significativo del socialismo andaluz. Se trataba de transformar el PSOE en un nuevo sujeto político denominado PSOA (Partido Socialista Obrero Andaluz) que recogiera el histórico nacionalismo depositado en un ya debilitado PSA de Rojas Marcos. Escuredo perdió aquella apuesta en el II Congreso socialista de Andalucía (1979) aunque siguió, de una forma u otra, insistiendo hasta su definitiva derrota en marzo de 1984 cuando dimitió de la presidencia de la Junta por desavenencias con el gobierno de Madrid. La propuesta ganadora en el congreso se articuló en torno al emblema “PSOE de Andalucía, un gran partido para un gran pueblo”. Más que un partido nacional andaluz se apostaba por una organización andaluza del viejo PSOE.
2. Ese partido, en cierto modo, se refundó: pasó de un discurso de partido centrado en el trabajo, un partido de clase, a convertirse en el nuevo partido interclasista regional andaluz. Suponía una síntesis, o más bien una amalgama, entre el viejo regionalismo andalucista que desde Blas Infante había pasado al PSA, con la tradición socialista, sin a la vez perder la imagen de partido de la república de los trabajadores. Fue una operación que se saldó con un éxito tal (elecciones de mayo de 1982) que ha perdurado hasta esta década de comienzos del siglo XXI, con más de treinta años de gobiernos socialistas. Era un partido que, de los 258 afiliados con contaba en 19744,se plantaba en 1981 en 25.000 militantes y conseguía en las generales de 1982 el voto de un millón y medio de andaluces, lo cual suponía el 52,5 por ciento de los electores. Antes, en las andaluzas de mayo de ese año, la proporción alcanzó el 60 por ciento. Esto se había conseguido a través de un proceso que describía así José Rodríguez de la Borbolla, su entonces secretario general andaluz:
…la práctica política que hemos desarrollado los socialistas andaluces en los dos últimos años nos permite asumir, en un proyecto nítidamente socialista, las reivindicaciones del andalucismo histórico, así como la inclusión de principios del nacionalismo de clase. En el socialismo andaluz caben tanto los que llegan a él desde posturas exclusivamente socioeconómicas, o análisis de la realidad social como los que reivindican una identidad propia de Andalucía. Hoy el PSOE está en condiciones asumir conjuntamente ambas posturas5.
Hay un dato que me parece decisivo para entender la histórica relación entre Andalucía y PSOE durante la democracia: la memoria acumulada. En las elecciones de febrero de 1936 el voto de izquierda en Andalucía había rondado la mitad del censo. Ciudades y pueblos votaron a la izquierda. El profesor Cazorla, a propósito de la descripción del tipo de sociedad rural andaluza, escribía en 1988 que los principales rasgos del comportamiento de esta cultura política tradicional eran «el fatalismo, la desconfianza en quienes no sean amigos o parientes, el escaso espíritu de cooperación, el rechazo de innovaciones y mejoras en los cultivos, el servilismo, la desconfianza en toda persona que se interese por el bien de la comunidad. Lo cual constituye además un obstáculo al propio desarrollo6». La sensación, a su vez, del abandono por parte de las clases oligárquicas hizo que la República, con sus partidos de izquierda, fuera el catalizador de las posibles soluciones: del viejo anarquismo milenarista se pasa al voto socialista con la idea de que la República resuelva el problema de la soñada reforma agraria. Esa memoria está ahí, cuarenta años después resurge en los hijos y nietos de aquellos antiguos campesinos, jornaleros y obreros republicanos, mezclándose con las nuevas oleadas de trabajadores desmemoriados pero que necesitan un “partido protector”. El PSOE aporta en 1977, en dosis adecuadas, la memoria republicana (en poca cantidad) y la oferta de partido del cambio a través de la moderación. Se convertía en el principal representante de los “humillados”, sin clara conciencia de clase seguramente, pero con un fuerte sentido histórico de haber sido los derrotados en la historia.
El PSOE, en cierto modo, se refundó: pasó de un discurso de partido centrado en el trabajo, un partido de clase, a convertirse en el nuevo partido interclasista regional andaluz. Suponía una síntesis, o más bien una amalgama, entre el viejo regionalismo andalucista que desde Blas Infante había pasado al PSA, con la tradición socialista, sin a la vez perder la imagen de partido de la república de los trabajadores
Aquel partido del tránsito entre los años 70 y 80 no tenía base orgánica de trabajadores -sí electoral- ni un conjunto de activistas en los movimientos sociales. La habilidad de su núcleo fundador -el que aparece en la foto de la tortilla- fue dotarse de un anillo de personal orgánico proveniente de las capas medias urbanas, de profesionales y universitarios, que son los que constituyen el primer armazón que hace partido durante la Transición. Frente a un partido comunista cuyo esqueleto -obreros, profesionales y estudiantes- ya lo tenía básicamente formado en 1974, el PSOE lo construye aceleradamente desde 1976 a 1982 a partir de esa clase media con ganas de convertirse en elite política dirigente. Una élite para un proyecto: el cambio político y la modernización económica y social.
Esta elite se irá renovando, regenerando, mutando y transformando durante las décadas posteriores, hasta llegar a la actual nomenclatura del socialismo andaluz caracterizada no por sus referencias o méritos profesionales sino por su veteranía y experiencia en el aparato del partido. Si en el gobierno de Borbolla de 1984-1986 el consejero de Hacienda era César Estrada, funcionario de alta categoría, un experto técnico en financiación y proveniente de los círculos de simpatizantes del PCE, en el actual gobierno de Susana Díaz tenemos algunos consejeros o consejeras a los que solo se les reconoce como mérito su supervivencia dentro del aparato del partido, o de otros partidos. No me pidan que dé nombres, por favor. Si los primeros presidentes de la Junta pertenecieron a los núcleos sevillanos de la oposición democrática, sea el de la tortilla sea el de la facultad de Derecho, y tenían tras de sí cierto pedigrí académico o profesional —sin exagerar, tampoco—, como Escuredo, Borbolla, Chaves y Griñán, hoy nos encontramos con una presidenta y máxima cabeza política del partido andaluz que ha sido funcionaria del mismo desde que tenía veinte años sin que se le conozca otro mérito académico, profesional o laboral.
3. Los estereotipos que intentan retratar el estilo político del socialismo andaluz -clientelismo, caciquismo de nuevo tipo, autoritarismo, etc.-, y que muchas veces, expuestos por reconocidas plumillas de Madrid o Barcelona, no son sino variantes del viejo paternalismo con que se ha hablado de Andalucía desde hace más de un siglo, vienen de aquellos años de comienzos de la democracia. No son inventos de Susana Díaz sino que proceden de un estilo de partido fecundado ya en aquellos tiempos y que a lo largo del tiempo ha ido evolucionando a más. Y que no son patrimonio exclusivo del PSOE andaluz, que conste en acta.
Desde mi punto de vista el PSOE andaluz -como por extensión se podría decir del nacional- nunca ha sido un partido de corte socialdemócrata. No ha desarrollado una política de este tipo. Ha levantado un armazón de estado de bienestar articulado en torno a la sanidad, la educación y los servicios sociales pero ese trabajo lo pudo haber hecho sin ningún tipo de problemas otro partido de centro o de centro derecha. Por no ir más lejos, en Castilla y León nunca ha gobernado el PSOE desde 1986 y, sin embargo, se ha levantado igualmente un sistema de servicios a la ciudadanía similar al andaluz. O en Navarra, o en Cantabria. El PSOE andaluz históricamente ha sido más bien una estructura política de elites urbanas de clase media apoyadas en segmentos de mediana y pequeña burguesía rural que, apoyados inteligentemente en los procesos electorales, conquistan la administración autonómica -de hecho ellos la construyen casi de la nada- y desde esa plataforma potentísima en Andalucía desarrollan un proyecto de consenso social a partir de los servicios que desde allí prestan. Un partido electoral -el principio y el fin es ganar las elecciones- pero sin genética socialdemócrata.
Algunos aspectos, entre otros muchos, que me inclinan a creer que este modelo de partido tiene poco que ver con el tradicional socialdemócrata serían: la incompatibilidad con el alma sindical y el despego del mundo del trabajo, la carencia de instrumentos de gestión y participación social que no sean los del Estado, y la incapacidad para construir plataformas y organismos intelectuales para la discusión y la teoría. Incluso comparando a este partido del sur español con el referente alemán tras Bad Godesberg -paradigma de la moderación del viejo socialismo democrático- no hay color. En la socialdemocracia alemana late todavía, cada vez más sordamente, ese estilo de partido del mundo social. En el PSOE andaluz ha predominado lo popular sobre lo social y, por ello, lo veo más identificado con un partido de corte populista aunque mantenga bastantes diferencias con el populismo de Podemos. Cualquiera que haya asistido a un mitin socialista en algún pueblo andaluz puede distinguir perfectamente los ecos del clásico populismo que elogia indiscriminadamente los valores del pueblo sin introducir ningún tipo de discurso crítico o educativo. ¿Recuerdan los mítines de Alfonso Guerra?
El PSOE andaluz históricamente ha sido más bien una estructura política de elites urbanas de clase media apoyadas en segmentos de mediana y pequeña burguesía rural que, apoyados inteligentemente en los procesos electorales, conquistan la administración autonómica —de hecho ellos la construyen casi de la nada— y desde esa plataforma potentísima en Andalucía desarrollan un proyecto de consenso social a partir de los servicios que desde allí prestan
La otra variante de ese modelo de partido es su presencia institucional. Sin ella, el partido sería una panda de amigos. Sin ninguna presencia social, sin actuación a través de ninguna institución cultural propia (la Fundación Alfonso Perales sería su excepción), sin medios propios de comunicación (¿para qué si tengo la SER a mi servicio y a demanda?), sin ninguna plataforma cívica o social en la que apoyar un discurso ciudadano, solo quedan las consejerías, direcciones generales, alcaldías y concejalías de los pueblos para “hacer política”. De ahí que, si perdieran la presidencia de la Junta, el partido se reduciría a un miserable estado.
4. Pero sería un error identificar los problemas actuales y el negativo rol de Andalucía con la nomenclatura partidaria que gobernó antes y gobierna ahora. Las causas de por qué Andalucía está jugando el papel que está jugando en el contexto nacional están más allá del papel de las elites políticas y superestructuras partidarias. La deriva que está llevando el PSOE andaluz bajo el mando de Susana Díaz tiene que ver con un proceso de cambio de la realidad andaluza, proceso que desde hace unos años comienza ya a ser inquietante.
La capacidad que tuvo el socialismo andaluz para encaramarse a la cabeza del proyecto político modernizador tras el franquismo es innegable. Aquel grupo directivo del socialismo sevillano fue lo suficientemente inteligente como para, desde la dirección salida de Suresnes, arrimar tras ellos a todo un conjunto de jóvenes y ambiciosos profesionales que vieron en aquel partido y en aquel proyecto la posibilidad para triunfar. Es obvio que ayudas de círculos de poder españoles y europeos tuvieron. Pero esto no quita el mérito para conformar ese núcleo de poder político.
Lo extraño es que tal preponderancia política no se acompañó de un proyecto de desarrollo para Andalucía; el grupo dirigente socialista andaluz no se preocupó especialmente de modificar la situación en Andalucía. Se interesó por mantener aquel granero de votos que era el sur y para eso, sin modificar casi ninguna de las traviesas que habían soportado el modelo andaluz de subdesarrollo, se dedicó a transferir dinero público para dotar de servicios sociales y comunitarios a un territorio que nunca había disfrutado de los mismos. Hoy se puede decir que Andalucía tiene una red de infraestructuras sanitarias, educativas, culturales y de bienestar de primer orden en relación con el resto de comunidades autónomas. Construyó, a través de una política de acuerdos concertados con sindicatos y patronal, un sistema de prestaciones sociales francamente bueno. La situación de la región como región Objetivo 1 de convergencia favoreció una transferencia de financiación europea que impulsó en gran parte todo lo anteriormente citado.
Pero todo ello se produjo sin modificar las bases constitutivas de un modelo desigual y desequilibrado. El modelo capitalista de desarrollo andaluz estaba averiado desde abajo y no podía dar como resultado un sistema de mayor igualdad y equilibrio social. El capitalismo andaluz -como han explicado repetidamente historiadores, sociólogos y economistas- era un capitalismo de tipo oligárquico, basado en la inexistencia de redes sociales integradas, dependiente de los circuitos exteriores (nacionales o internacionales) y apoyado en la existencia de un número extraordinario de la fuerza de trabajo en paro. Por mucho que los gabinetes de planificación de la Junta de Andalucía afinaran sus Planes económicos no se atacaba el núcleo de una situación donde el paro alcanzaba, en sus momentos más negativos, cifras superiores al 30%, donde la temporalidad era el modelo de empleo en tiempos de bonanza, donde el empleo es de baja cualificación, donde el paro juvenil ha llegado a cifras del 50 por ciento. Todo en un sistema productivo muy atomizado, con pocos enclaves industriales de alto valor tecnológico y menos articulados con el resto de la región, con una ineficiente política de formación para el empleo y con una alta incidencia de la economía irregular o sumergida.
La crisis de 2008 marcó una frontera estratégica. Acabado el modelo hegemónico socialista en el Estado -el PSOE viene perdiendo votos y territorios desde 2011- Andalucía -que también ha descendido en aceptación en estos últimos años- ha perdido ese papel que tuvo en el pasado. Por mucha mayoría que tenga en el interior del partido ya nada será como antes. Pretender que en el futuro el estado pueda ser gobernado “a la andaluza” es una gran ingenuidad. Ha cambiado Europa y su política de transferencia de recursos; ha cambiado el modelo capitalista que ha pasado de uno industrial y exportador a uno dominado por las finanzas globales; ha cambiado la sociedad española y su forma de relacionarse con la política, con la economía y con lo público.
Es necesario, por tanto, que los andaluces se den cuenta de que el mundo que nos rodea está en plena transformación y que hay que modificar los instrumentos y el lenguaje con los que la política ha venido actuando hasta ahora. El sistema político andaluz se ha modificado profundamente desde 2011 hasta ahora. La línea de continuidad que llevaba desde Escuredo hasta Griñán y que se identificaba con aquella Andalucía socialista invencible, con “aquel PSOE, el gran partido de todos los andaluces” está declinando. Los escándalos de los ERES, de la connivencia clientelar y de la corrupción son noticia de primera página pero no podemos verlos como la clave explicativa de lo que está pasando; al menos no es la clave fundamental. Son otras razones de tipo social y cultural que están atravesando el cuerpo social andaluz y lo están cambiando. Y no se ve por parte de la dirección política del gobierno andaluz una actitud abierta al cambio, al nuevo tiempo. Es más, representa seguramente lo más caduco del tiempo viejo.
Aquellos tiempos dieron de sí un modo y una forma de hacer política que ha dado resultados para todos los gustos. Pero que sin duda ha marcado una época. Entonces algunos de sus dirigentes consideraban a este partido como «un mediador social y político de unos sectores que acceden a responsabilidades por primera vez» (Rodríguez de la Borbolla en 1985). Hoy da la impresión de que el papel mediador ha sido sustituido por el de impositor.
En conclusión, no parece que una futura e hipotética sustitución al frente del socialismo español por parte de la actual máxima dirigente andaluza trajera nada bueno a ese partido. Y, lo que me parece más grave, al conjunto del país7.
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Javier Aristu. Ha sido profesor de Lengua y Literatura Española. Fue secretario provincial del PCE en Sevilla (1982-1988). Participó en la fundación de Izquierda Unida (1986). Coordina el blog de opinión En Campo Abierto.
1.- Antonio Miguel Bernal, «Cambios, modernización y problemas en la agricultura andaluza (ss. XIX-XX)», Revista de estudios regionales, n.o 4 (1979): 113-31. [^]
2.- Proyecto de Declaración Constitucional del Partido Socialista de Andalucía, aprobado en el Congreso de Alianza Socialista de Andalucía, 25 de julio de 1976. [^]
3.- José Rodríguez de la Borbolla, Socialismo y regionalismo, El Socialista, agosto de 1976. [^]
4.- Diego Caro Cancela, Cien años de socialismo en Andalucía: (1885-1985) (Cádiz: Quorum, 2013), 460. [^]
5.- Entrevista en Diario 16, 6 de mayo de 1982. [^]
6.- José Cazorla Pérez, «Estructura social y comportamiento político en Andalucía», Cuenta y razón, n.o 40 (1988): 61-66. [^]
7.- Algunas de las reflexiones aquí planteadas las debo a la lectura del libro de Carlos Arenas Poder, economía y sociedad en el sur (2015). [^]