Por Pere Jódar
Robert Capa. Milicianos
En los números 23 y 24 de Pasos a la Izquierda tuvimos la ocasión de contrastar diferentes voces autorizadas en torno a la situación actual y posibles vías de exploración futura del devenir de la izquierda. El debate, sugerido e impulsado por nuestro añorado Javier Aristu, no ha tenido por ahora el recorrido pretendido. Nos han faltado voces, sobre todo desde el ámbito de las mujeres; no hay ninguna excusa para ello, sólo se llega hasta donde se alcanza, por salvar la situación mediante una obviedad. En todo caso no queda más que agradecer el esfuerzo de todos aquellos (y aquella) que colaboraron. Así, por orden de publicación, en el número 23, Albert Recio, César Rendueles, Jorge Riechmann e Ignacio Sánchez-Cuenca; en el número 24, Juanma Agulles, Brais Fernández, Paola Lo Cascio, Giaime Pala y Emilio Santiago Muiño. Sus reflexiones son valiosas, individualmente y, sobre todo en conjunto; el abanico de pensamiento reflejado es amplio, no suficiente quizás, pero francamente riguroso y constructivo. Diagnóstico, crítica, valoración y propuestas se suceden y engranan, revelando coincidencias clave y también puntos de vista diferenciados. Incluso algunos de ellos parecieran a simple vista irreductiblemente contrarios. Pero una observación más detenida revela un fundamental punto de común, desde la preocupación por la trayectoria del mundo que vivimos, que no es otro que la necesidad de cambio y transformación de nuestra relación con la sociedad y la naturaleza para, desde el pesimismo, intentar revertir lo que parece imparable y, desde un cierto y moderado optimismo, proponer un camino más humano, igualitario y sostenible; que aunque fuera necesariamente austero, sería una austeridad1 compartida, menos individualista, consumista y material y más relacional, colectiva y solidaria.
Esta comparación, resumen, o estado de la cuestión del debate mantenido, naturalmente es responsabilidad de los editores de Pasos, dado que extraer frases del contexto de un relato siempre entraña el peligro de cometer equívocos, omisiones o errores indeseados. Por ello pedimos disculpas; si, finalmente, este escrito tiene algún merito será exclusivo de quienes escribieron en primera persona. Y, sí por un casual, sirviera para proseguir el debate no podríamos imaginar mejor desenlace.
En primer lugar, una cuestión previa que algunos autores apuntaron en torno a qué es o qué se entiende por izquierda. Así, Paola Lo Cascio afirma que no hay que ser puristas y distingue dos vertientes; la izquierda política que incluye desde la socialdemocracia hasta las izquierdas alternativas y la izquierda social que incorpora sindicatos de clase y movimientos sociales, al tiempo que recuerda el papel “motor” del movimiento feminista actual. Para Juanma Agulles la “izquierda política es un producto relativamente reciente de la forma histórica capitalista, y afronta su declive con ella”; dado que sólo pretende regular los aspectos más nocivos del capitalismo, sin cuestionarlo. Albert Recio lo plantea en forma interrogativa, citando a Bobbio, argumenta que quizás podría ser “igualdad frente al predominio de la libertad”; no obstante, “si bien la mayoría de las fuerzas de izquierdas se declaran igualitarias, su compromiso real con la cuestión es en muchos casos pobre: no cuestionan la meritocracia, ni el enriquecimiento “decente” ni a menudo los derechos de los no nacionales. Y en cambio el compromiso, en términos de libertad, en la vida extra-mercado es mucho más sólida que en la derecha”. Jorge Riechman no insinúa una definición, pero se refiere a la izquierda en términos del “partido de la igualdad (o de la igualibertad)”. También se podría profundizar entre los polos: libertad real de decisión, que necesita de un marco tendente a la igualdad (que no uniformidad) y propiedad-libertad del privilegio; el primer polo admite la negociación y la cooperación, el segundo no sólo las excluye, sino que necesita de la dominación y la sumisión (también en el campo de las ideas y la cultura).
¿Cómo valora la situación actual de la izquierda política y social en Europa?
Situación
Brais Fernández reflexiona sobre la socialdemocracia exponiendo que es irrecuperable por su “incapacidad de reformar el capitalismo”, constituyendo gobiernos negados para frenar la precarización y la desigualdad. Mientras que, para Ignacio Sánchez-Cuenca, desde un cierto pesimismo, “parece haber cumplido su ciclo histórico”, aunque “lo que hay a la izquierda de la socialdemocracia no tiene el empuje suficiente para remplazarla”. Según Pala, tampoco la “tercera vía” de Blair y otros ha podido resistir tras 2008. Estos autores trazan el arco que enmarca los extremos de lo que entendemos por izquierda.
Dentro de ese arco se distingue, en los textos, entre la izquierda tradicional que incorpora la socialdemocracia diferenciada de comunistas, trotskistas, anarquistas, sindicalistas…, y las más recientes izquierdas alternativas (feministas, ecologistas…); en cierta manera, también se plantea una linde más conceptual entre izquierdas tradicionales y alternativas respecto de la confianza en el progreso frente al problema de los desastres naturales y sociales del crecimiento; o también, en torno al papel de la clase obrera con relación al que deben jugar las nuevas identidades y subjetividades.
Comenzando por la izquierda tradicional, Fernández valora que “la situación es de crisis y retroceso”. Emilio Santiago añade argumentos críticos y expone que el fracaso del socialismo real (URSS, China, Cuba) implicó un “retroceso político y social de la izquierda europea”, fruto de la alteración de “la correlación de fuerzas geopolíticas a nivel global… y del capital y el trabajo en las naciones capitalistas avanzadas”. Desaparecida la ‘amenaza’ comunista y los mitos que alimentaban la revuelta, la capacidad negociadora de la clase trabajadora, las perspectivas de transformación desaparecieron del horizonte y “la contrarrevolución neoliberal” hegemonizó el panorama. Para el autor, además, esta derrota refleja que la teoría marxista “no ha pasado el banco de pruebas del siglo XX”; y, aun declarándose marxista, sintetiza su fracaso teórico en que “ni lo social se deja pensar en términos de unidad o totalidad, ni lo material se puede concebir en términos de abundancia”, reflejando con lo primero el fin del mito de la clase obrera y con lo último la crítica al economicismo basado en la idea de progreso. Con ello remite al problema ecológico y al problema de la multiplicidad de sujetos colectivos presentes en la actualidad, de difícil (o imposible) síntesis en un marco común. Recio coincide en que el problema de la debilidad organizativa de la izquierda no sólo se deriva de la dinámica del capitalismo y de los nuevos modos de vida que conducen al individualismo, sino de su incapacidad de crear nuevos marcos de ideas y de prácticas; ello se observa “en la fragilidad de todos los proyectos de izquierda: los éxitos suelen ser de poca duración y las movilizaciones siguen más una pauta de “explosiones” de corta duración que una línea de presión y cambio sostenidos”.
Ignacio Sánchez-Cuenca expresa un dilema crucial: “a la izquierda de la socialdemocracia han surgido, o se han reforzado, algunas fuerzas políticas radicales, pero no tienen el impulso suficiente para reemplazar a los partidos moderados de izquierda”.
César Rendueles, es más explícito sobre los límites de las experiencias recientes protagonizadas por una izquierda alternativa en el sur de Europa que hasta hace poco era “laboratorio de contrahegemonía”. Así entre sus aportaciones destaca su estilo de argumentación política que apuesta por la transversalidad para “ampliar el apoyo social más allá de las lealtades ideológicas tradicionales”; dicha “apuesta por difuminar las dinámicas identitarias para intentar construir mayorías sociales amplias es una lección duradera que podría sobrevivir a las peripecias electorales y activistas de la última década”. Sin embargo, el problema es que esta izquierda alternativa proponía una transformación organizativa basada en propuestas no jerárquicas, ni burocráticas, más próximas, participativas y flexibles; mientras que, “con muy pocas excepciones, estas innovaciones han concluido con un fracaso sin paliativos: han servido para concentrar el poder tanto o más que en los partidos tradicionales y han propiciado un faccionalismo autodestructivo que ha alimentado una crisis permanente”. Participar en el gobierno no esconde “la enorme debilidad de los movimientos sociales progresistas” reflejada en la dificultad de movilización social.
Introduciendo un horizonte más concreto, la respuesta a la pregunta revela bastantes coincidencias entre los autores, en torno a la debilidad actual de la izquierda, aunque cada cual incorpora matices propios. Una de las vertientes de respuesta (Sánchez-Cuenca, Santiago, Giaime Pala) pone énfasis en la pérdida de votos de la izquierda en general (socialdemocracia, tradicional y alternativa); en un panorama en la que mayor parte de los ciudadanos, como apunta Sánchez-Cuenca, “piensan que sus hijos vivirán peor que ellos”. Otros autores también enfatizan el declive orgánico mostrado por la dinámica defensiva, que Lo Cascio vincula con la dificultad que plantean determinadas dicotomías como Europa/estado-nación/ ciudades, o entre centro-norte de Europa y el sur, entre visión tradicional/ cosmopolita, polarización generacional, o la misma construcción de una izquierda europea y, sobre todo, la dificultad de asumir la transversalidad de todas ellas. Sobre dicotomías también se pronuncia Agulles, en el sentido de que un proyecto de emancipación ha de cuestionar la dicotomía derecha/ izquierda, naturaleza/sociedad y urbano/rural.
Santiago destaca que la tendencia al declive es robusta y afecta a todo tipo de partidos por encima de estrategias orgánicas (más o menos democráticas y participativas) y de posiciones ideológicas diferenciadas (rupturistas o moderadas); pero también menciona a la izquierda social, asimismo afectada por el descenso de la afiliación sindical (sobre todo juvenil), lo que sitúa a los sindicatos “bajo la presión de una auténtica “bomba de relojería demográfica”.
Agulles destaca el “fatalismo de base” que supone “la integración final de las corrientes más radicales que se enfrentaron al ascenso del capitalismo”, en el momento en que asumen el Estado y el crecimiento económico, y afirma con pesimismo que sólo compensan culturalmente la realidad capitalista. Fernández coincide con esto último al repasar la situación de las izquierdas alternativas que, tras la Gran Recesión tuvieron su auge hacia 2011, pero adoptaron un falso pragmatismo que no representa la transformación radical; en definitiva, alternativos y anticapitalistas no están en su mejor momento. No obstante, constata que, si bien no hay partidos de masas del estilo de los viejos partidos comunistas (en esto coincide con Santiago), debe destacarse la fuerte presencia de movimientos sociales interclasistas como el feminista y el ecologista; aunque deben cultivar la convergencia con el movimiento de los trabajadores para consolidar perspectivas antagonistas radicales.
En definitiva, el conjunto de los autores y autora que responden a las preguntas están de acuerdo en que hay un declive generalizado tanto en términos políticos, como en términos sociales. Las explicaciones, como veremos seguidamente, se basan en causas externas como las transformaciones capitalistas y las políticas neoliberales y sus efectos sociales, políticos y culturales que afectan al sentido común de la época, introduciendo un clima individualista y competitivo. También se apuntan causas internas derivadas de la inadecuación del marco teórico, las ideas o las prácticas organizativas y de acción colectiva. No obstante, Lo Cascio traza un apunte esperanzador cuando expone que la crítica al neoliberalismo está superando el marco de los expertos, tras las prácticas de austeridad y la pandemia, las izquierdas deben aprovechar “con humildad, pero también con determinación”, el clima más favorable en el sentido común.
Causas
Sánchez-Cuenca atribuye el problema de la izquierda a la pérdida de peso de la política frente a la economía; en su artículo de CTXT, también menciona la concentración oligárquica de poder (económico, mediático y cultural) que ‘inclina el tablero’ hacia las prácticas neoliberales de la UE, “un entramado institucional que, en la práctica, supone una especie de camisa de fuerza para la política”, al blindar “la actividad económica frente a interferencias políticas”. Además, “este debilitamiento de los apoyos a las izquierdas se produce en un contexto de creciente desigualdad y tras años de políticas de austeridad, regresivas en tantos sentidos. Da la impresión de que las izquierdas, más o menos reformistas, más o menos rupturistas, no logran ofrecer un mensaje atractivo a una mayoría social”. Aunque seguramente esta última no está satisfecha con la situación actual, es éste quizás “el indicador más rotundo de que el antiguo equilibrio entre capital y trabajo se ha quebrado”. Todo ello hace que “las izquierdas no hayan sido capaces de capitalizar de forma duradera el descontento generado por la crisis de 2008”. Pala también enfatiza la UE y su variante ordoliberal, en la que el Estado es fundamental para liberar empresas y mercados, o para implementar la austeridad. Los estados están atados a los tratados de la UE y ello impide la posibilidad de hacer políticas progresistas. Esto se reflejó en sus prácticas de austeridad o la displicencia del trato a Grecia en 2015. En definitiva, “la última década se ha acabado con un doble fracaso: el de las izquierdas que creyeron posible hacer una política progresista dentro de los tratados comunitarios en función, y el de los partidos populares-socialistas-liberales, que creyeron que se podía hacer política solo dentro y a través de esos tratados”.
Aun expresando el acierto de este tipo de diagnóstico Santiago añade a las causas externas, causas internas; remarcando que estamos ante un cambio de época que cambia “la cartografía clásica de la modernidad” y, ante esto, la izquierda viaja “con un mapa antiguo por un país que ha sufrido un terremoto devastador”, tanto en el terreno material como en el social y simbólico. Un panorama en el que se conjugan tres conjuntos de factores: el fracaso del socialismo real, la consolidación del neoliberalismo y el nuevo marco de relaciones socio-naturales bautizado como Antropoceno. La digitalización y la microelectrónica podría ser un cuarto conjunto, aunque para Santiago la crisis ecológica puede comprometerlo. En definitiva, para Santiago, la izquierda no está preparada para hacer frente a la “transformación antropológica” conseguida por el sentido común, individualista y competitivo producto de la aceptación generalizada del neoliberalismo [una cuestión a tener en cuenta aquí podrá ser el éxito de la dicotomía ganadores/ perdedores]. El autor destaca dos implicaciones de dicha transformación: “la pulverización de la vida colectiva en miles de archipiélagos atomizados que además la digitalización ha intensificado” y “la generación de un modelo de felicidad parcialmente exitoso, que pese a sus sombras en forma de sufrimiento psíquico y desórdenes mentales no puede categorizarse solo bajo la categoría de alienación”. Para Santiago no es que se eliminen las fuentes del malestar colectivo, tales como la explotación laboral, la precariedad material o el sometimiento a poderes arbitrarios e irracionales; sin embargo, “los procesos de solidaridad primaria de signo comunitario” base de “la energía de la vieja cultura obrera, serán mucho más anecdóticos” y, por tanto, habrá más dificultad de movilización. Además, el mencionado patrón de felicidad “basado en el consumo expresivo de mercancías”, levanta un “nuevo paisaje cultural” que cambia la relación entre agravios y revuelta. Santiago apunta a otras causas, no sólo debidas a la debilidad en la correlación de fuerzas que ejemplifica en la constatación de que “el programa de la izquierda más radical con representación institucional hoy está más a la derecha que el de la democracia cristiana de los años sesenta” (en lo que coincide con Sánchez-Cuenca). Sino también porque países, comunidades y psiques “han sido arrasadas por el tsunami neoliberal” y “los lazos sociales de cooperación política que son imprescindibles para revertir la situación” se han debilitado. Y advierte que todo esto “encaja mal con mantener el maximalismo discursivo, programático y cosmovisivo que siempre ha acompañado a la tradición emancipadora”.
De todos modos, en una mirada larga, el paso de las revueltas y motines campesinos, a las huelgas y movilizaciones obreras, no fue ni rápido, ni estuvo exento de dificultades y contradicciones; con prudente optimismo, podemos esperar que nuevas movilizaciones populares se vayan consolidando a medio-largo plazo, renovando demandas, formas y expresiones. Por otra parte, si bien la homogeneidad en el proceso de trabajo productivo aumentó el poder negociador de la clase trabajadora y sus sindicatos, la debilitadora fragmentación actual, puede que se compense con el tiempo. La mercantilización neoliberal de la vida cotidiana, los hogares y el proceso de trabajo reproductivo, de hecho, homogeneiza la situación vital de una clase obrera fragmentada laboralmente; aunque en este último campo no habría que descuidar asimismo la creciente exposición de ocupaciones y sectores a la precariedad en condiciones de empleo y trabajo, así como el aumento y ampliación del riesgo de desempleo. Las organizaciones representativas y los movimientos sociales debieran tener en cuenta que lo que el capitalismo separó (empleo y vida cotidiana; o empresa y hogar) el mercado libre y la ‘libertad’ neoliberal los ha unido de nuevo mediante la mercantilización y ello puede abrir nuevos espacios de movilización.
Siguiendo con las causas internas, coinciden en el problema organizativo y las dificultades de movilización social Recio y Rendueles. Recio apunta también a las ideas; coincide en ello Santiago mediante su crítica a un determinado marco marxista aún anclado en una clase obrera mitificada y en la visión economicista del desarrollo de las fuerzas productivas; en todo caso, el fracaso del socialismo real sigue dificultando las alternativas de izquierda. Frente a ellos Sánchez-Cuenca afirma que “la incapacidad de la izquierda para ganarse la confianza de la mayoría social no tiene que ver ni con errores en la línea ideológica ni con modelos organizativos”; la economía ha fagocitado lo social y lo político, también en el terreno cultural y del sentido común. Más crítico con la izquierda se muestra Riechmann, expresando que no atina “en el Siglo de la Gran Prueba, ni con el diagnóstico, ni con las propuestas de acción”; el problema principal es enfrentarse al mito del crecimiento y salvar la crisis ecológica y social. La cuestión para Agulles es el proceso de acumulación capitalista, siempre un juego de suma cero, apoyado en la escasez y en un fuerte aparato burocrático y represor; por ello la tarea de la izquierda debiera ser criticar al Estado y la tecnología y hacer frente al problema del neofascismo “que desnuda la división artificial entre izquierda y derecha”. El punto de vista optimista lo introduce Pala expresando que “hoy sí es posible realizar una política de izquierdas dentro de la UE y de la zona euro, siempre y cuando tengamos fuerza militante y una propuesta convincente para cambiar unos tratados anacrónicos y disfuncionales”.
La cuestión ecológica es mencionada por todos. Así, Recio: “el “éxito” del productivismo capitalista entra en crisis con las capacidades naturales de nuestro planeta y a lo que conduce es a una crisis civilizatoria y a poner en peligro la pervivencia de la especie humana”; y Sánchez-Cuenca afirma “la cuestión más acuciante es cómo gestionar la tensión entre capitalismo y medioambiente”. Riechmann enfatiza la cuestión y observa una débil respuesta de las izquierdas a la Gran Recesión que agravó dos problemas cruciales para la humanidad actual: el overkill: la capacidad de “sobremuerte” por las armas de destrucción masiva y el overshoot: la extralimitación ecológica y desbordamiento de los límites biofísicos del planeta Tierra (Santiago alude a la “La Gran Sobrecarga” y a “La Gran Aceleración”). Cuestiones ambas que la guerra actual, sin duda, tensiona y recrudece; “las izquierdas del siglo XXI deberían ser antiproductivistas, antiextractivistas, decrecentistas, pero apenas sectores minúsculos se sitúan en esas posiciones”; es urgente, para el autor, enfrentar dos ejes de debate estratégico: 1) “las constricciones ecológicas, especialmente el descenso energético; y 2) el hecho de que ya no hay (apenas) tiempo”, como se desprende de la tragedia climática en curso; en todo caso advierte que “descarbonizar de verdad quiere decir aceptar empobrecerse” o “gobernar una austeridad material más igualitaria”.
Santiago menciona el impacto de la crisis ecológica en el cambio de época mediante los siguientes impactos: 1) catástrofe, bien por colapso del orden socioeconómico y político, bien por involución autoritaria y violenta; 2) desastre ecológico y de la vida: exclusión, conflictos, futuro incierto; 3) inestabilidad social y política; 4) fin expectativas de progreso y abundancia; 5) la dinámica acelerada del capitalismo en la actualidad no sólo genera desigualdad, sino que genera unas “expectativas culturales de vida buena tan populares como insostenibles”; 6) El modelo de felicidad neoliberal choca con el hecho de que “más derechos y menos recursos es una fórmula conflictiva”; 7) el dilema final (que también podría titularse siguiendo a Rosa Luxemburgo “socialismo o barbarie”) sería decidir entre seguir con las “dinámicas depredatorias” o avanzar en “comportamientos cooperativos” en términos de humanidad y de su relación con la naturaleza, que implican austeridad y empobrecimiento. Este es uno de esos dilemas en los que la extrema derecha y los neoliberales de turno tienen ventaja sobre los diagnósticos realistas en torno al posible desastre al que nos conduce el crecimiento capitalista, tanto en términos sociales como ecológicos.
Una cuestión que aparece también en el debate es la preocupación por el radicalismo de derechas y el autoritarismo. No es causa de la crisis de la izquierda, pero en la medida en que se consolida el voto a la extrema derecha y se extiende la dinámica autoritaria, se acrecienta la debilidad de la izquierda. Agulles argumenta que “la culminación del proceso de modernización capitalista” es “su transformación en un régimen de administración de muerte, en el que el ascenso de distintos partidos neofascistas es solo la punta del iceberg de un fascismo social”. Fernández apunta que“al contrario que tras la crisis de 2008, hemos entrado en un ciclo en el que la extrema derecha está en ascenso político y canaliza el malestar de amplios sectores de las clases medias, en un intento por salvaguardar a la baja ciertos privilegios relativos, en un contexto en el que Europa sufre un fuerte declive en su estatus global. La extrema derecha adquiere varias formas, desde el iliberalismo radical de Orban hasta el posfascismo, pasando por fenómenos ultraconservadores, pero marca la dinámica proponiendo una alianza entre la burguesía y las clases medias a costa de los sectores subalternos: mujeres, migrantes, colectivos LGTBI y la gran mayoría de la clase trabajadora”.
Rendueles expone que no se aprovechó la “ventana de oportunidad” de la Gran Recesión de 2008 y “el laboratorio de contrahegemonía” que puso en marcha, mientras que si apareció un fenómeno de tendencia contraria; “el ascenso de la derecha radical“, que consigue aliarse con sectores perdedores de la crisis, con un discurso racista, nacionalista y autoritario. Sin embargo, a su parecer, lo más “alarmante es la incapacidad de la izquierda para disputar esas reconfiguraciones del tablero ideológico a través de la autoorganización y la movilización social”. En la exposición de Rendueles, el ascenso de la derecha radical no sólo supone un desafío a la democracia, sino también por la intersección “entre las dinámicas de movilización de la izquierda y la nueva extrema derecha”, dado que una parte de la clase obrera cada vez más empobrecida y excluida vota o apoya directamente a la nueva extrema derecha. En este sentido apunta que “es posible que estemos a las puertas de una reconfiguración de las bases sociales del conflicto político con el desarrollo de una división cultural entre un comunitarismo tradicionalista neautoritario y un cosmopolitismo liberal y universalista, que se añadiría al eje económico tradicional de redistribución frente a libre mercado”. Repasando el conjunto de dilemas ecológicos expresado, el cortoplacismo de la nueva extrema derecha y su ruta de escape autoritaria se ciernen como flagrante amenaza.
2. Desde su punto de vista: ¿cuál debería ser el Plan de Acción de la(s) izquierda(s) europea(s) si pretende que su proyecto emancipatorio alcance la hegemonía?
Las diferentes respuestas permiten contemplar algunas cuestiones previas. Así, para Rendueles, la suerte también es importante, no sólo los programas y la estrategia. Siguiendo a Riechmann, las élites han puesto en marcha el Green New deal como base de una transición verde y digital. Pero ello implica el encarecimiento de suministros y servicios y aumenta el temor a la revuelta social; y, atención, ni el viento ni el sol pueden sustituir la energía fósil. Fernández coincide en que la crisis actual es sobre todo la de la emergencia climática; sin embargo, la salida al desastre ha de ser anticapitalista, dado que ni “el capitalismo, ni la clase dominante pueden resolver esta crisis”. Lo Cascio, de manera más clásica, advierte que más que de un plan de acción, se tienen que identificar ámbitos prioritarios, tanto en términos organizativos como programáticos: “lo más importante será el método del debate, dentro las fuerzas políticas y sociales y también entre ellas. Probablemente haya que aplicar aprendizajes procedentes de muchos espacios diversos, en los cuales lo más importante es en primer lugar la selección de los objetivos y, en segundo lugar, unos buenos mecanismos de cooperación y la disposición a la federación de competencias y al aprendizaje de los otros”.
¿Hegemonía?
Sobre la posibilidad de alcanzar hegemonía el diagnóstico es pesimista. Para Recio no hay posibilidades de transformación; la izquierda se muestra fragmentada y “no está en condiciones de ofrecer una respuesta ni coherente ni fácilmente entendible”, “carece de un discurso coherente frente al poder”, y todo ello dificulta una propuesta que sirva para recuperar hegemonía social. En el mismo sentido, se expresa Sánchez-Cuenca, aunque la misión histórica de la izquierda no haya terminado. Rendueles remarca “el fracaso del populismo de izquierdas como estrategia organizativa y su éxito como forma discursiva”, ya que “en España, la gente sigue identificándose en términos de izquierda y derecha”. Aquí Santiago matiza que la ‘onda social expansiva del 15M’ se ha agotado, pero a posteriori por el problema energético y la pandemia; no obstante, a su parecer la hipótesis nacional-popular puede volver a plantearse en el clima de crisis en el que nos movemos en la actualidad. Agulles argumenta que “toda agenda política (sea verde, violeta, roja, rojiparda, o de cualquier otro color) que pretendiese la hegemonía acabaría contribuyendo, desde mi punto de vista, a la opresión que es necesario combatir”. En todo caso para Pala “deberíamos desterrar por un buen tiempo la palabra “hegemonía” del vocabulario de la izquierda” …” Si la entendemos en un sentido clásico gramsciano, es decir, como dirección sociopolítica y económica de una sociedad sustentada en un dominio en los ámbitos cultural y moral, entonces es un objetivo totalmente inalcanzable a corto plazo”.
A pesar de las dificultades señaladas los autores apuntan posibles vías de salida. Por un lado, trazan algunos objetivos genéricos y, por otro, añaden posibles instrumentos necesarios.
Cambios generales necesarios
Así se señalan cambios o transformaciones sociales vinculadas con la cuestión ecológica. Recio propone la necesidad de “una transformación social en clave igualitaria tanto en términos de producción y consumo como en términos de reparto del trabajo”. Rendueles precisa la construcción de “un proyecto político ecosocialista que impulse una transición ecológica rápida, eficaz y justa”; lo que se corresponde en cierta manera con Riechmann en torno a “un decrecimiento rápido con niveles inéditos de igualación social”. En una línea similar, Sánchez-Cuenca: “la actividad económica requiere límites y debe transformarse profundamente para garantizar la sostenibilidad del planeta, la izquierda podrá aportar una visión propia sobre cómo llevar a cabo los cambios y resolver los problemas distributivos que surjan”, también reformular su proyecto igualitarista y emancipador para enfrentarse al “gran desafío medioambiental”. Santiago plantea que “el objetivo quizá podría sintetizarse en lo siguiente: hacer coincidir la batalla macroeconómica desatada por la muerte teórica del neoliberalismo con la propuesta de aplicación de un Green New Deal ambicioso en lo ecológico-climático y posneoliberal en la gobernanza económico-social, que permita ir cerrando las brechas de la desigualdad y desarrollar transformaciones técnicas y sociales necesarias para ganar cotas de sostenibilidad real”.
Con una expresión más radical se muestra Agulles que propone cuestionar la naturalización o modernización del capitalismo, dado que no es sólo el problema ecológico: “los límites del modelo capitalista son los límites de sus relaciones sociales, no solo de los recursos o de la energía o de la capacidad de redistribución o de integración de diferentes grupos sociales. El núcleo íntimo del proceso de acumulación es la violencia y la desposesión, y, para el escenario presente, de agotamiento de un modelo histórico, las formas autoritarias gozarán de un mayor consenso social”, dado que “el capitalismo y la clase dominante no pueden resolver esta crisis. Es objetivamente imposible que los mismos que han causado este desastre bajo el régimen del capitaloceno resuelvan esta encrucijada para la humanidad. En ese sentido, cualquier fuerza social que aspire a frenar el desastre debe ser por necesidad anticapitalista”. Para Fernández “debe ser una clase trabajadora vertebrada en torno a la producción y la reproducción social la que lidere los grandes retos de nuestra época, en torno a la conquista de la igualdad, y frenar la catástrofe ecológica” pero teniendo presente a otros sectores oprimidos por cuestiones raciales, de origen o de sexo, aunque remarca que sin “este bloque de clase, no podremos hablar de emancipación ni constituiremos una fuerza social y política con capacidad transformadora en un sentido radical”; lucha organización y formas de acción más contundentes serían cuestiones básicas junto a un “proyecto anticapitalista basado en la redistribución del trabajo productivo, la socialización del trabajo reproductivo y la planificación económica democrática desde una perspectiva ecosocialista”.
Instrumentos y objetivos de horizonte cercano
En el terreno de los instrumentos o de los objetivos con un horizonte más cercano Lo Cascio propone cinco áreas de acción prioritaria: Fortalecer las instancias políticas de la Unión Europea (parlamento), frente a las grandes corporaciones alejadas de la democracia; la clave aquí sería “dotar a la ciudadanía europea de instrumentos para intervenir que tengan una dimensión y una efectividad adecuada”. Abordar la cuestión fiscal necesaria, acometiéndola “en términos de transición ecológica y restructuración de los sectores productivos”; se trata, por un lado, de impedir el dumping y la competencia fiscal entre países y, por otro lado, de realizar una propuesta fiscal ambiciosa para acometer los retos sociales y ecológicos. Transformar el papel de las fuerzas del trabajo en las transformaciones económicas y productivas; por ejemplo, ampliar la democracia social de manera que trabajadores y sindicatos participen en el control y la gestión de las empresas. En el terreno de las migraciones, dada la ofensiva de la derecha que actúa mediante el rechazo y la criminalización, es fundamental la apertura y la dotación de derechos. Finalmente, la lucha contra la extrema derecha, a través “de la protección y fortalecimiento de los servicios públicos, así como de la. estimulación de la ocupación”.
Para Pala la primera cuestión sería elaborar un plan de acción viable; partir de un método (también Lo Cascio lo reclama) para recuperar capacidad política, orgánica, cultural; para ello, la izquierda debe dedicarse a la dinámica electoral y al parlamento, pero sobre todo a cultivar el cuerpo social de la izquierda. A su parecer no se trata sólo de aumentar el salario mínimo o los derechos sociales, sino también de ayudar a las clases subalternas a adquirir una visión autónoma frente a las clases dominantes y, así, aspirar al cambio social. En segundo lugar, desarrollar un plan de acción funcional basado en el aprendizaje de la crisis de la nueva política post 15M. Ésta pasó de un movimiento colectivo y participativo, a centrarse en unos lideres, o élites, al asalto el poder. Romper esa dinámica necesita de la construcción de estructuras sólidas más apegadas al territorio y las personas. Otra cuestión es la reorientación hacia el mundo del trabajo. La izquierda asumió acríticamente las teorías post-trabajo de los 90: automatización, renta básica frente a plena ocupación y salario digno; sin embargo, los problemas de energía y escasez de materiales pueden cuestionar la automatización, aunque la izquierda por encima de todo debe volver su mirada hacia el trabajo y “conceptualizar el ecologismo como un nuevo laborismo que jerarquiza las actividades productivas verdaderamente útiles para una sociedad con recursos naturales finitos. Y, por supuesto, que asegure dignidad moral y material a todos los trabajadores… en un escenario como este los sindicatos tienen que recuperar protagonismo y un carácter sociopolítico”. Finalmente, los medios de comunicación deben incluir la presencia de representantes del mundo de trabajo; además, las izquierdas europeas en su conjunto han de construir un proyecto periodístico común: “las izquierdas europeas tienen recursos suficientes para llevar a cabo una iniciativa de este tipo, que ayudaría a apuntalar los vínculos entre partidos, sindicatos y movimientos sociales del continente”. A todo ello añade con un cierto optimismo que, “a diferencia de hace un lustro, hoy sí es posible realizar una política de izquierdas dentro de la UE y de la zona euro, siempre y cuando tengamos fuerza militante y una propuesta convincente para cambiar unos tratados anacrónicos y disfuncionales… potencialmente, hoy tenemos una situación política más favorable para incidir en Europa”.
Santiago, como Pala que habla de modestia, propone: “como premisa general, la izquierda debe asumir una disposición generosa, ideológicamente flexible y permeable a los aprendizajes nuevos en sus alianzas y pactos para impedir el crecimiento de las respuestas depredatorias al binomio Antropoceno-mundo lleno”. En segundo lugar, hay que revertir la victoria antropológica neoliberal actuando en dos frentes, por un lado, el de “la reparación de los vínculos comunitarios fuertes y la solidaridad social”, coincide en esto también con Pala; por otro lado, “la izquierda debe empujar desde todas las facetas de la sociedad civil … para disputarle al neoliberalismo la idea de la vida buena desde coordenadas ecológicamente fundamentadas y socialmente más justas”. En tercer lugar, el mencionado “Green New Deal ambicioso en lo ecológico-climático y posneoliberal en la gobernanza económico-social”. Finalmente, en el terreno teórico, la izquierda “debe asumir, sin abandonar sus contribuciones imprescindibles, la pérdida de centralidad de la teoría marxista en el proyecto emancipador del siglo XXI. Este es un trabajo que ya está en marcha, desde hace muchas décadas, gracias a los aportes del pensamiento feminista, el pensamiento decolonial, el posestructuralismo, y otras muchas corrientes, que sigue necesitando horas de estudio y trabajo por parte de miles de buenas cabezas”. En esta tarea las relaciones sociales y las relaciones de las sociedades humanas con la naturaleza son fundamentales.
Recio expone la necesidad de un trabajo organizativo, de creación de una coalición transformadora que favorezca el debate entre la izquierda tradicional, el feminismo, el ecologismo y la nueva izquierda, “hay ciertamente mucho malestar y mucha gente que entiende aspectos importantes de la situación. Pero hace falta también un trabajo organizativo, no dogmático, paciente para construir una auténtica coalición transformadora. Tenemos la realidad que está dando la razón a los que han previsto la crisis ecológica y este es un buen punto de partida. Pero hace falta mucho más”.
Por su parte Rendueles destaca que “ambos aprendizajes –la transversalidad discursiva y los déficits de institucionalidad– me parecen esenciales para que las izquierdas europeas afronten su mayor desafío: luchar contra la crisis ecosocial – y evitar así los peores efectos del colapso ambiental – mediante un proyecto político ecosocialista que impulse una transición ecológica rápida, eficaz y justa”.
Riechman en su párrafo final plantea el dilema entre catástrofe vital o climática, una conlleva a la otra, y ninguna fuerza política se hace cargo de la realidad; el realismo no se halla ni “en las élites capitalistas, pero tampoco en las confundidas mayorías sociales”. La salida sería “un decrecimiento rápido con niveles inéditos de igualación social (es decir, una rápida transición a una sociedad post-capitalista energética y materialmente austera: lo que yo llamo ecosocialismo descalzo)”.
Sánchez-Cuenca sostiene que “junto con la dimensión medioambiental, y como complemento a la misma, parece razonable que la izquierda considere que la renta básica universal debería ser una prioridad. Eso le distinguirá del resto de fuerzas políticas, mientras que no convierte a la izquierda en una opción rupturista que atemorice a las clases medias, y, más allá de las justificaciones habituales en términos de justicia social, servirá para hacer frente a la incertidumbre que siempre produce un cambio económico y social a gran escala”. A propósito, la renta básica sólo es comentada por Sánchez Cuenca que se muestra favorable y por Pala que crítica que dicha propuesta deja de lado, en muchas ocasiones, la cuestión laboral.
Agulles se muestra más pesimista, “es probable que la forma que adopte la disidencia frente al declive del sistema capitalista, en un contexto de crisis recurrentes, estados de excepción y degradación de las condiciones de vida para una gran mayoría, no se atengan a las agendas de la izquierda política y social tal y como la hemos conocido. De poco sirve lamentarse por el paulatino encuadramiento de las antiguamente conocidas como clases trabajadoras en las filas de la nueva derecha, o por la «desafección política de la juventud», o por el «descrédito» de los Estados de derecho liberales”. No obstante, añade que “todos estos fenómenos forman parte de la larga decadencia de un modo de producción y un proyecto de dominación de clase con al menos cinco siglos de antigüedad. Allá donde surjan los espacios sustraídos a la lógica de acumulación, allá donde la sociedad se enfrente al monopolio jurídico del Estado, se estará expresando la lucha histórica por la emancipación. Probablemente con unos modos y unos argumentos que, como los tiempos que vivimos, resultan contradictorios, paradójicos y altamente inestables”.
Y así finaliza este repaso al debate sobre las izquierdas desarrollado hasta el momento aquí en Pasos. Quedan pendientes muchas cuestiones, aún y la riqueza de las aportaciones. Hemos visto factores externos que permiten hacer avanzar o retroceder las ideas y prácticas de izquierda. También cuestiones internas, como los valores, las formas organizativas y de acción, sobre las que todavía queda mucho camino por recorrer respecto de las formas de participación (directa) y de representación (indirecta); el dilema entre democracia y burocracia; la importancia del reconocimiento de las identidades y, a la vez, la dificultad de construir plataformas de confluencia y coalición, tan necesarias. En conjunto, el debate se ha centrado más en cuestiones de ámbito colectivo: cambio, transformación, retos (naturaleza, sociedad, humanidad). Sin embargo, aunque la cosa de la persona o del hombre nuevo mejor arramblarlo en el baúl de la distopia, es evidente que cualquier cambio o transformación de calado social, implica una transformación cultural que nos compete individualmente. Así la igualdad real -con todos sus matices- entre hombres y mujeres no sólo es una cuestión de la esfera pública, sino y fundamentalmente de la privada; acabar con la desigual división sexual del trabajo en hogares y familia, repartir con equidad las cargas domésticas, las tareas de cuidados… Atención con el envejecimiento y la ceguera con la que se está enfocando; quizás lo de las muertes Covid en residencias sólo sea un síntoma. También rescatar tiempo para las relaciones sociales, propagar valores y normas de comportamiento de solidaridad, colaboración, cooperación, empatía, en lugar de individualismos, competición, egoísmos, sufrimientos y odios. Está claro que nos prefieren divididos por sexo-género, generaciones, orígenes, precio que no valor (las penosas distinciones entre ganadores y perdedores o entre insiders y outsiders). Desde un punto de vista antropológico no hay cosa más absurda que la división social por sexos, cuando unas y otros nos necesitamos, sin dominación, sin paternalismos; o que la división generacional, cuando todas las personas pasan por las mismas etapas vitales en las que de forma alternativa dependemos unos de otros. Aprender a convivir de forma armoniosa y cooperativa con las personas más allá de su edad, orientación sexual, su origen étnico o geográfico, construyendo derechos asumibles, planteando protecciones no discriminatorias en un sentido u otro. Esta vertiente cultural requiere un discurso más cercano al terreno de la realidad de las personas, familias y hogares. Su encaje con programas y alternativas sociales de más largo alcance en el camino de la emancipación, sin duda es una tarea difícil y compleja, pero quizás más apasionante que la pelea por el liderazgo, por un quítame allá esa idea del programa, por la apariencia o el espectáculo.
Finalmente, desde nuestro punto de vista, además de destacar la complementariedad de gran parte de los diagnósticos y propuestas, cabe remarcar el talante de los participantes. Así para finalizar subrayamos algunos de los conceptos o ideas que confirman la voluntad de avanzar más allá del espíritu divisivo y sectario: sobriedad, decencia, modestia y empatía, heterodoxia, cooperación, aprendizaje, experimentación, coalición, alianza, método de debate, austeridad…
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Pere Jódar, es co-editor de Pasos a la Izquierda.
NOTAS
1 Al respecto ver Enrico Berlinguer (1977). La austeridad. Conclusiones ante la convención de intelectuales, publicado en Mientras tanto: https://www.mientrastanto.org/boletin-101/documentos/la-austeridad-1977, que reproducimos en este número. También Antonio Tató (2018) Dos recuerdos sobre Berlinguer: La “austeridad” y la “cuestión moral”, publicado en Pasos a la Izquierda 13: https://pasosalaizquierda.com/dos-recuerdos-sobre-berlinguer-palabras-y-formulas-que-marcaron-la-linea-del-pci-la-alternativa-la-cuestion-moral-y-el-no-a-los-partidos-tal-como-son-por-antonio-tato/