Por PERE JÓDAR
Comprando tiempo. La crisis pospuesta del capitalismo democrático, de Wolfang Streeck (Katz editores, Madrid 2016. 222 páginas)
El libro, como el mismo autor expone, trata de la crisis financiera y fiscal del capitalismo democrático contemporáneo inspirándose en las teorías de las crisis del capitalismo tardío, avanzadas por la Escuela de Frankfurt en los años 1960 y 1970. Básicamente por la importancia que otorgan a una evidencia muchas veces olvidada: “el orden económico y social de las democracias ricas sigue siendo un orden capitalista, por lo cual sólo puede entenderse (sí es que eso es posible) recurriendo a una teoría del capitalismo”. El texto tiene una escritura amena y, dentro del rigor, apunta intenciones divulgativas, con ejemplos bien situados y gráficos ilustrativos y fáciles de interpretar.
Aunque hoy día no es fácilmente tolerado, el autor confiesa su pesimismo, una perspectiva que comparte con Adorno, no sólo porque piensa que las crisis no siempre acaban bien, sino porque quiere diferenciarse del “optimismo”, basado más en la creencia y la fe que en la razón, de la economía neoclásica o de la sociología funcionalista. También porque practica una aproximación crítica que no necesita de alternativas: “creo equivocado exigir que cualquiera que identifique un problema deba también ofrecer la solución”.
El punto de arranque del autor es el final del capitalismo de rostro amable. Como reacción a las fuertes demandas de democratización y de protección social, que culminaron con las protestas y manifestaciones sucedidas en la Europa de fines de 1960 y principios de 1970, así como con el auge del feminismo y el ecologismo, el capital comenzó a librarse del sistema de regulación impuesto tras la II Guerra Mundial. En el arco de tiempo de implantación neoliberal que nos acerca a la actualidad, 2008 es un punto de inflexión en el que se acelera el proceso de disolución del sistema democrático de posguerra. Y aquí reside uno de los atractivos del libro, la tesis del autor de que la liberalización del mercado se debe, en parte, a las iniciativas destinadas a “comprar tiempo” para aplazar el problema de la difícil relación entre capitalismo y democracia. Una transacción que no se realiza con dinero, sino mediante regulaciones destinadas a expandir la mercantilización, la globalización y la financiarización. En este proceso evolutivo cada crisis superada es sólo el preludio de una nueva crisis.
Como reacción a las fuertes demandas de democratización y de protección social, el auge del feminismo y el ecologismo, el capital comenzó a librarse del sistema de regulación impuesto tras la II Guerra Mundial
A pesar de sus méritos, dice Streeck, la perspectiva de la crisis de la Escuela de Frankfurt falló en su diagnóstico, por renunciar a una parte clave del legado de Marx, al subestimar al capital como actor político y fuerza social estratégica, y sobrestimar el papel del Estado y de la democracia (crisis de legitimidad). Por ello no estaba preparada para explicar tres acontecimientos principales: el triunfo neoliberal y la expansión de los mercados autorregulados; la aceptación cultural de los modos de vida ajustados al mercado, es decir acompañados de un intenso individualismo y consumismo (al que, en parte, también contribuyeron las reivindicaciones de libertad de los sesentayochistas, el feminismo, el ecologismo); las sucesivas crisis económicas a partir de 1970 al margen de la crisis de legitimación que sostenían autores como Habermas u Offe. Para Streeck desde los años 70 se asiste a una verdadera rebelión del capital contra la economía de posguerra, en la que se suceden crisis de acumulación, no de legitimidad, que tensan la vieja cuestión de la relación entre capitalismo y democracia.
Mientras que el keynesianismo subordinó la economía a la política, la nueva etapa, que Streeck denomina neohayekiana, separa la democracia de la economía capitalista mediante mecanismos impulsores de codicia y miedo, de manera que la democracia redistributiva y social keynesiana es sustituida por una combinación de Estado de derecho1 y medios de entretenimiento público.
En 2008, la coincidencia de una triple crisis (bancaria, de las finanzas públicas y de la economía real) cambia las condiciones de existencia de arriba abajo. La crisis bancaria debido a las malas prácticas y al hecho de que los bancos eran demasiado grandes para quebrar; la crisis fiscal debido a los préstamos para solventar la crisis bancaria, y que provoca una deuda estatal que se solventa discutiblemente con austeridad; y la crisis de la economía real que se manifiesta en forma de estancamiento, precariedad, desempleo y pobreza.
Las prácticas de economía social y mixta se vieron arrastradas por la financiarización. De modo que las interpretaciones optimistas sobre la reforma del capitalismo, basadas en la estabilidad que aportaban las grandes corporaciones y la planificación y regulación estatal, quedaron sin argumentos. Con ello, tal y como sostiene Streeck, arrastraron las esperanzas de la época basadas en las posibilidades de una mayor democratización y desmercantilización. Las élites capitalistas reaccionaron a las revueltas y nuevos movimientos sociales de 1968 y de los principios de los setenta, iniciando un prolongado proceso de liberalización y mercantilización, que substrajo a los gobiernos de sus responsabilidades sociales.
Streeck parte de una perspectiva conflictual. Los intereses de los “dependientes de los beneficios” enfrentados a los “dependientes del salario”. Tras la segunda guerra mundial diversas circunstancias dieron lugar a la priorización de la paz social y la estabilidad política, a las regulaciones y prácticas corporativas de capital y trabajo para asegurar el crecimiento. Pero, a partir de los setenta, asistimos a una revuelta del capital para revertir el papel del Estado y el regreso al mercado. Las crisis de los setenta y el alto desempleo generado facilitaron que el neoliberalismo se encontrara con una resistencia relativamente débil; por un lado las mujeres frente a los insiders masculinos, pero también los nuevos empleos de la sociedad de servicios y del conocimiento encontraron partidarios, pese a la precariedad y la inseguridad, entre mujeres y jóvenes, dado que habían asimilado una concepción del mundo meritocrática y competitiva. Hasta el punto que, retomando la dinámica de relaciones sociales trazada por Polanyi (el doble movimiento de mercantilización y desmercantilización)2, Streeck afirma que: “en las dos últimas décadas del siglo XX la tolerancia cultural a las incertidumbres del mercado creció contra toda expectativa”.
Realizadas estas consideraciones Streeck acomete la tesis central del libro: la compra de tiempo por parte del capital para encontrar una solución favorable en su relación crítica con la democracia. Compra de tiempo o aplazamiento de los problemas que comienza a partir del momento en que el pleno empleo, el salario de consumo y las políticas de bienestar disminuían la rentabilidad del capital. El plan de rescate de la rentabilidad y la compra de tiempo por parte del sistema, se realiza bajo el paraguas del éxito neoliberal y de sus cómplices en la arena política (cabría añadir también en la académica), mediante tres modos y en tres etapas sucesivas que el autor ilustra para el caso estadounidense, alemán y sueco, con sendos gráficos que muestran la asociación entre inflación, deuda privada y deuda pública. Cabe añadir que cada una de las etapas supone una derrota de la población asalariada.
Compra de tiempo o aplazamiento de los problemas que comienza a partir del momento en que el pleno empleo, el salario de consumo y las políticas de bienestar disminuían la rentabilidad del capital
En la primera etapa, en los 70 se salvaguardó la paz social desarrollando políticas monetarias inflacionistas. Pero la estanflación posterior condujo a prácticas estabilizadoras que se saldaron con alto desempleo y debilitamiento del poder negociador de los asalariados. En la segunda etapa, Reagan y Thatcher mostraron el camino provocando un desempleo masivo, recortes sociales, privatización de los servicios públicos y un duro ataque a los sindicatos; es el comienzo de la era de la deuda pública debido al alto desempleo, la precarización y la moderación salarial (que se aleja absolutamente de los aumentos de productividad), también de reformas que anulaban derechos y protecciones de los trabajadores con el objetivo de aplacar su capacidad de resistencia; también comienza la liberalización de los mercados financieros. Finalmente la tercera etapa de consolidación presupuestaria, conseguida mediante una nueva ola de liberalización del mercado de capitales (financiarización) que incrementó rápidamente la deuda privada de empresas y hogares; en particular se favorece el endeudamiento familiar para compensar la pérdida de los ingresos del trabajo y la privatización de los servicios públicos. Todo ello supone una pérdida de ahorros y, con la crisis de 2008, un aumento del desempleo y el subempleo, junto a una nueva oleada de recortes debido a la austeridad. Pero quizás más grave aún, la pérdida de participación democrática de la ciudadanía.
Para Streeck “la triple crisis actual resulta del colapso de la pirámide de deuda consistente en promesas de crecimiento que el capitalismo ya no es capaz de satisfacer… puesto que también la reforma neoliberal alcanzó un punto de crisis. Después de años de privatización y desregulación el posible colapso del sistema bancario internacional en 2008 obligó a las autoridades públicas a volver a entrar en las refriegas económicas”. La intervención del gobierno en las prácticas neoliberales no es ninguna novedad, puesto que desde los inicios de su ofensiva, la mercantilización no habría tenido tanto éxito sin la acción decisiva del Estado para acabar con regulaciones y protecciones o para impulsar privatizaciones y actividades de mercado. Lo que resulta remarcable, en el sentido que le otorga Streeck, es que: “Hoy es virtualmente imposible afirmar dónde termina el Estado y dónde comienza el mercado, o si los gobiernos han nacionalizado los bancos o los bancos han privatizado el Estado”. Y esta es la cuestión que le conduce a contraponer reforma neoliberal y fracaso de la democracia, en la senda de la compra de tiempo.
Efectivamente, la intelectualidad neoliberal parte de la idea de la tragedia de los comunes, tesis que sostiene que si un recurso no es propiedad de alguien y es de libre disposición para todos, rápidamente quedará agotado por sobreexplotación. Es decir que el fracaso de las finanzas públicas del capitalismo democrático sería producto de un exceso de democracia3. Pero como argumenta Streeck el problema no fue que el electorado exigiera más pensiones o prestaciones, sino que los bancos tras el fracaso de sus prácticas especulativas y “siendo demasiado grandes para quebrar” presentaran como inevitable su rescate para evitar el empobrecimiento colectivo. Cosa, esta última, que inevitablemente sucedió. Además la financiarización había comenzado tras debilitar el poder colectivo de los trabajadores. Asimismo, la crisis del 2008 tiene lugar cuando las prácticas neoliberales se han extendido ampliamente y de ello es indicador el aumento de la desigualdad de ingresos, correlacionada con la disminución del poder de negociación sindical. Finalmente, la tesis de la tragedia de los comunes queda invalidada por el hecho de la caída dramática de la participación electoral, dado que la política del no hay alternativa (TINA) desmoviliza o resigna a los sectores más desfavorecidos4.
Y aquí aparece otra de las ideas fuerza del libro. Para Streeck el capitalismo democrático de posguerra instituyó dos principios de distribución que compiten entre sí y a los que denomina justicia de mercado (determinada por precios y contratos) y justicia social (determinada por normas sociales y estatus). Lo que es justo para el mercado, no es necesariamente justo para la sociedad. La justicia social necesita de la movilización popular y de la decisión en términos de poder, mientras que un sistema basado sólo en la justicia de mercado cumple el principio de Mateo: “Porque a todo el que tiene más le será dado, y tendrá abundancia; pero al que nada tiene, aun lo que tiene se le quitará”. Y esto es lo que ha aportado el neoliberalismo una autonomía absoluta de la economía y el mercado respecto de la política y la sociedad.
Ya en los tempranos años 1970 el modelo chileno mostró el camino; aunque la ideología neoliberal se acompaña de principios asépticos, neutros y científicos sobre el funcionamiento de mercado, ciertamente cuestiona la justicia social por ‘política’, particularista o corrupta. Cita Streeck aquí a diversos economistas alemanes del primer cuarto del siglo XX que sostenían la necesidad de intervención del Estado para incrementar el nivel civilizatorio, al tiempo que advertían que “los poderosos tendrán modos de evitar los impuestos, mientras que la masa de la población tendrá que cargar con todo el peso fiscal”. Una advertencia que se une a la de Kalecki (1943)5 sobre el interés del capital en mantener una tasa elevada de desempleo estructural para así controlar las demandas de los trabajadores.
“La pobreza del Estado es la riqueza de los inversores” y ello facilita que el control de los mercados sobre las políticas se superponga al control de los ciudadanos
Según Streeck el neoliberalismo necesita un Estado fuerte, pero no un Estado democrático6. La política de derechas no se preocupa por un Estado endeudado siempre y cuando los mercados tengan ‘confianza’ en el repago de los préstamos. El problema es lo poco que recauda el sistema fiscal de quienes tienen altos ingresos, lo que acrecienta las desigualdades al imposibilitar la redistribución. Dice Streeck que “la pobreza del Estado es la riqueza de los inversores” y ello facilita que el control de los mercados sobre las políticas se superponga al control de los ciudadanos. Esta cuestión, crisis fiscal y transición del Estado fiscal al Estado deudor, inaugura a ojos del autor una nueva etapa en la relación entre capitalismo y democracia, dando lugar a una nueva constituency.
Aquí Streeck distingue entre dos tipos de pueblos a los que sirve el Estado deudor democrático (una nueva e interesante idea fuerza). Por una parte, el Staatsvolk, basado en elecciones, que sirve a los ciudadanos nacionales, garantiza los derechos sociales y ofrece servicios de interés general, a cambio de lealtad de voto o de apoyo de la opinión pública (legitimación). Por otra parte, el Marktvolk, basado en subastas (calificaciones y tasas de interés), que proporciona un servicio a la deuda para ganarse la confianza de inversores y acreedores internacionales a los que está vinculado mediante contrato. No esconde el autor el conflicto entre esos dos pueblos y el papel preponderante que está alcanzando el globalizado pueblo de los mercados, que se traduce en una pérdida de soberanía7 al poner a los Estados al servicio de la deuda, detrayendo su dedicación a la provisión de servicios de interés general. Unos Estados que deben ganarse, mediante reformas y ajustes que repercuten negativamente en la ciudadanía, la confianza de unos mercados insaciables, que exigen la “cuadratura del círculo”, es decir combinar austeridad y crecimiento. Y ello en un contexto en el que la comunidad de mercado internacional tiene enormes ventajas organizativas, respecto de unos Estados casi imposibilitados para ejercer la solidaridad internacional. Los gobiernos nacionales son sustituidos por una gobernanza globalizada, planteando un escenario post-democrático: “En el mundo del revés de la diplomacia financiera y fiscal inserta en los mercados financieros internacionales, la cesión de soberanía nacional a instituciones supranacionales, así como la asistencia internacional y la regulación transfronteriza, se vuelven no sólo una herramienta para la protección de la inversiones financieras y el cobro de las deudas sino también para el aislamiento de ‘los mercados’ respecto de la intervención política que pretenda realizarse en nombre de una justicia social redistributiva”.
Y así acomete Streeck la tercera parte de su texto: el neoliberalismo en Europa; la sustitución del Estado keynesiano por el Estado hayekiano. Hayek, en una obra de 19398, planteó un orden internacional pacífico y estable, basado en la libertad de movimientos de personas y capital y con menos gobierno, dado que la competencia de mercado garantiza un funcionamiento eficaz y exento de conflictos de intereses. Streeck utiliza una cita muy ilustrativa del pensamiento de Hayek: “Una vez que las fronteras dejen de estar cerradas y se asegure la libre circulación, todas esas organizaciones nacionales, ya sean sindicatos, carteles o asociaciones profesionales, perderán su posición monopólica y su capacidad de controlar la oferta de sus servicios y productos a través de organizaciones nacionales”.
Según Streeck el plan trazado por Hayek puede ser aquél sobre el que se ha construido la Unión Europea actual, dado que se ha constituido como una democracia liberal que por encima de todo garantiza el juego de los mercados, mostrando un déficit de democracia social. La Comisión Europea y el Tribunal de Justicia de la UE serían los actores principales de la liberalización del capitalismo europeo. Así, la pérdida de soberanía monetaria obligó a la devaluación interna: recortes salariales y de prestaciones sociales, eliminación de regulaciones, protecciones y derechos en aras a las reformas flexibilizadoras. Medidas como el Six Pack (2011) o el Pacto Fiscal Europeo de 2012, que obligaron a los países miembros a modificar sus constituciones, suponen un paso más en la pérdida de democracia frente a los mercados. El autor apunta a la integración de los Estados “en un régimen supranacional no democrático”, dado que las instituciones nacionales democráticas “no tienen más remedio que obedecer sin chistar las decisiones tomadas por la diplomacia internacional en las cumbres”.
Gobernanza en lugar de gobierno, democracia domesticada por los mercados, deber de pagar por encima del deber de proteger. Todo ello está significando un aumento de los impuestos para los menos ricos y una reducción del gasto, sobre todo en aquello referido a prestaciones sociales o servicios públicos, así como una intensa privatización y mercantilización. Streeck retoma la idea de Crouch para calificar esto de keynesianismo privatizado. Cuestión que ilustra con el ejemplo de lo sucedido a los países del Mediterráneo. Tras una enorme afluencia de dinero al inicio del euro, en 2008 esos Estados, sus familias y sus empresas se enfrentaron a la situación del impago de sus deudas. Coyuntura aprovechada por la UE, para aplicar políticas de rescate a cambio de reformas estructurales de carácter neoliberal que, al parecer del autor, han neutralizado las democracias nacionales.
El proceso hayekiano de transformación de la democracia se basa en el dominio de los grandes gigantes financieros, en la desigualdad social y económica, en el desempleo, la precariedad, la pobreza
Streeck realiza un excurso sobre programas regionales de crecimiento que le sirve para comparar las tensiones sobre el pago de la deuda, o sobre la solidaridad, entre países pobres y ricos de la UE, con las tensiones entre regiones pobres y ricas de las diferentes naciones. Todo ello subsumido en el programa europeo de lo que el autor denomina proceso de hayekización, orientado con base a cuatro líneas tácticas: 1) Ahorrar a los mercados el rescate de los Estados insolventes, para que sean los otros Estados o, sobre todo, sus ciudadanos los que paguen. 2) Rescate con medios públicos (es decir, de nuevo pagando los ciudadanos), pero no estatización, de los bancos en dificultades. 3) Evitar que los Estados insolventes se declaren en quiebra o que intenten reestructurar unilateralmente la deuda. 4) Suavizar la crisis financiera y fiscal mediante una devaluación general de las deudas públicas y su distribución en el tiempo. En definitiva se aplica un “sentido común”, surgido de “organizaciones como Goldman Sachs y alrededores”, basado en la creencia de oligarcas, tecnócratas y expertos de que así es posible gobernar Europa. Dice Streeck: una fantasía. Pero un fetiche que se apoya en el ejercicio del ocultamiento, de la intimidación y de la marginación moral de toda oposición, por muy democrática que sea. Los ciudadanos cuentan cada vez menos.
El proceso hayekiano de transformación de la democracia se basa en el dominio de los grandes gigantes financieros, en la desigualdad social y económica, en el desempleo, la precariedad, la pobreza, que debilitan los valores sociales y comunitarios frente a una plutocracia que se sirve de la industria cultural para manipular las voluntades. Un proceso que imposibilita la oposición constructiva o responsable (el modelo socialdemócrata) y que aumenta la indignación de los ciudadanos. Citando la obra de David Graeber sobre la deuda9, Streeck comenta el hecho de que las democracias se deben a sus ciudadanos y que pueden declararse en quiebra para comenzar de nuevo. Aquello razonable (proteger la sociedad) se convierte en perverso y populista, mientras aquello irrazonable (naturalizar el mercado) se convierte en el dogma del establishment que nos desliza por una pendiente plagada de incertidumbres poco amables con la democracia y con sus habitantes.
Recapitulando, gracias a la magia del dinero moderno, dice Streeck, el capitalismo ha comprado tiempo. “La crisis financiera, fiscal y económica actual es, hasta el momento, el punto final de la larga transformación neoliberal del capitalismo de posguerra. La inflación, la deuda pública y la deuda privada fueron soluciones transitorias a través de las cuáles la política democrática sostuvo la ilusión de un capitalismo con crecimiento económico que ofrecía iguales oportunidades y el mismo progreso material para todos e, incluso, una gradual redistribución desde arriba hacia debajo de las posibilidades en el mercado y en la vida”. Pero las tres vías empleadas se han agotado. Hay que reemplazarlas. Ahora el poder se desplaza hacia los bancos centrales, detrás de los cuáles siempre están Goldman Sachs y aledaños. Pero su intervención, o su ayuda, se acompañan de exigencias de reformas estructurales y, hoy por hoy, austeridad junto a crecimiento es imposible, tampoco hay opciones de un ajuste adecuado entre la justicia de los mercados y la justicia social. El efecto Mateo se multiplica, las deudas crecen y el crecimiento se ralentiza. El desarrollo capitalista siguiendo la utopía de Hayek está acabando con la democracia; a ello se opone, fuera de la tendencia histórica, la utopía de una democracia sin capitalismo que para revertir el devenir tendrá que emplear años de movilización política y social.
Austeridad junto a crecimiento es imposible, tampoco hay opciones de un ajuste adecuado entre la justicia de los mercados y la justicia social
Para Streeck lo que ocurre en la actualidad parece extraído de un libro de imágenes dibujado por Polanyi. Los pueblos protestan por la sumisión a las leyes del mercado internacional, o por defender sus formas de vida y particularidades culturales. La plutocracia alude a problemas de ingobernabilidad y agita su creencia fetichista de que ¡el mercado completamente liberalizado hará posible la justicia social! Como alternativa Streeck plantea una loa a la devaluación, lo que equivaldría a la desaparición del patrón oro en la década de 1920 y de nuevo el recurso a Polanyi, advirtiendo del pernicioso dogma de un mercado sin instituciones reguladoras: “El euro representa un proyecto tecnocrático de modernización sin consideraciones sociales, que expropia políticamente y divide económicamente a los ciudadanos que conforman el pueblo europeo realmente existente. La idea de desmontar esa unión monetaria sería una respuesta democráticamente plausible frente a la crisis de legitimación de la política neoliberal de consolidación y racionalización presentada como única alternativa. El peligro quizás ya no es el nacionalismo, el alemán en particular, sino el liberalismo hayekiano”.
Llegados hasta aquí algunos apuntes críticos finales sobre esta interesante obra. El primero es que, aunque no cree necesario acompañar los diagnósticos con alternativas, el autor ofrece como hemos visto algunas ideas interesantes para el debate de oposición: quiebra unilateral, desmontar la unión monetaria…
Otro elemento de interés es su perspectiva metodológica, de la que ofrece algunos apuntes. Dice el autor que tener tiempo significa poder trabajar en ciencias sociales con seriedad y profesionalidad, conscientes de las limitaciones. No por denominarnos científicos y utilizar una jerga específica alcanzamos la comprensión de la complejidad de la acción humana. Tampoco se distingue a un científico social sólo por sus métodos, si estos no se acompañan de la “terrenalidad” de la descripción o de la explicación de la realidad de la vida social, política y económica (en este sentido se declara admirador de C. Wright Mills). Quizá por ello, el autor recurre a conceptos clave de la teoría marxiana y analiza la sociedad en términos de procesos que se suceden en el tiempo y en espacios concretos. También dedica un pequeño excurso a la ciencia política, que “tiende a subestimar la productividad política de la indignación moral. Se abandona a una estudiada indiferencia que toma por imparcialidad; se esfuerza por desarrollar teorías según las cuáles no puede haber nada nuevo bajo el sol, y aquello que denomina ‘populismo’ no le inspira sino un desprecio elitista que comparte con las élites del poder, en cuya cercanía anhela mantenerse. De ahí que no sea capaz de hacer nada al constatar que los viejos y nuevos regentes del Estado de consolidación no temen a casi nada tanto como la ira de quienes sienten que los expertos explotadores del capitalismo financiero global les han tomado por tontos”.
Sin embargo, Streeck muestra incapacidad de comprender el papel de las mujeres; olvida que no sólo están sometidas al capitalismo, sino también al patriarcado, o a un marco keynesiano-westfaliano opresor10; su capacidad de decisión o de negociación, como la de los jóvenes o los inmigrantes, no es la misma que la del hombre autóctono, maduro e impermeable a las tareas domésticas. Son una muestra de ello frases como que la aceptación de los nuevos modos de vida ajustados al mercado se expresa “en la ansiosa demanda femenina de trabajo asalariado alienado” (p. 19), pero también diversos párrafos (p. 30) en los que vincula el aumento de la ocupación de las mujeres a los salarios bajos, a la desregulación de los mercados de trabajo, o a la desestructuración familiar. También afirma Streeck que la integración social y el reconocimiento de las mujeres van a la par de la estigmatización del rol de ama de casa o, muchas veces, de la combinación de trabajo en el hogar y carrera sólo para llegar a trabajar “de cajera de supermercado”. Todo ello muestra para Streeck, citando a Adorno, que las mujeres, como los consumidores, están atrapadas por el “bienestar de la alienación”. Quizás debiera tener en cuenta a Axel Honneth uno de los principales exponentes actuales de la Escuela de Frankfurt11, y a las autoras feministas, a las que parece criticar veladamente; ya que no se trata de una ansiosa demanda femenina, sino más bien de una condena. La misma, quizás, de la que según Streeck ahora participan todos los trabajadores en general al aceptar el nuevo espíritu del capitalismo12; dado que, en una situación real de precariedad y desempleo, hacen suyos los valores del éxito o del nuevo gerencialismo (individualidad, creatividad, autonomía). Alienación, fetichismo, sí, pero también patriarcalismo y, quizás, una mirada distante desde la torre de marfil académica; las demandas, la movilización son justas, los resultados han sido otros, pero no sólo para el movimiento feminista, sino también para el movimiento obrero, la socialdemocracia…
Para finalizar, retengamos la metáfora: el capitalismo compra tiempo. Un tiempo que para los más es agresión social, ecológica, económica, política. Añadiremos, fruto de la voluntad, que una estrategia de emancipación necesita devolver a la humanidad (hombres y mujeres, jóvenes y viejos, de aquí y de allá) todo el tiempo que la vida nos concede, para vivir ésta en plenitud.
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Pere Jódar. Sociólogo del Departamento de Ciències Polítiques i Socialsde la Universitat Pompeu Fabra. Especializado en sociología económica, sindicalismo y ocupación.
1.- Streeck elude hablar de expansión del estado autoritario o del autoritarismo, en el que insisten autores relacionados con el marxismo gramsciano o neogramsciano. [^]
2.- Karl Polanyi (2016) La gran transformación. Madrid, La Llevir-Virus. [^]
3.- Si queréis participar en una película de terror mirad las primeras posiciones del ranquin de países con mayor libertad económica del canadiense y conservador Fraser Institute: http://www.freetheworld.com/2015/economic-freedom-of-the-world-2015.pdf; ahí destacan Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Singapur, Bahrein, junto a algunos países anglosajones y nórdicos. Naturalmente, la estadística da mucho de sí, la libertad económica, tal como la entiende este think thank neoliberal, está asociada a más libertad civil, a pobres menos pobres, a mayor esperanza de vida. Por cierto, España continúa aún con poca libertad económica en su mercado de trabajo. [^]
4.- Habría que revisar esta conclusión a la luz de los resultados y previsiones electorales de diversos paises occidentales; el texto de Streeck es de 2013. [^]
5.- Existe una versión española Michal Kalecki. Aspectos políticos del pleno empleo. Revista de Economía Crítica, nº12, segundo semestre 2011. [^]
6.- Steve Keen cita el manual de microeconomía líder del mercado publicado por Andreu Mas- Colell y otros en el que se sostiene que la teoría de la oferta y la demanda neoclásica sólo funciona si una autoridad central benévola (un dictador, vaya) redistribuye renta. Steve Keen (2015) La economía desenmascarada. Madrid, Capitán Swing. 768 pp. [^]
7.- Streeck cita aquí al que fuera presidente de la Reserva Federal norteamericana, Alan Greenspan, en 2007: “ya casi no importa quién será el próximo presidente (de los Estados Unidos). El mundo es gobernado por las fuerzas de mercado”. [^]
8.- Friedrich A. Hayek. Derecho, legislación y libertad, tres volúmenes publicados por Unión Editorial. [^]
9.- David Graeber (2012) En deuda. Una historia alternativa de la economía. Barcelona, Ariel. [^]
10.- Nancy Fraser (2015). Fortunas del feminismo. Madrid, Traficantes de Sueños, 279pp. [^]
11.- Nancy Fraser y Axel Honneth (2006) ¿Redistribución o reconocimiento? Madrid, Morata. [^]
12.- Luc Boltanski y Eve Chiapello (2002) El nuevo espíritu del capitalismo. Madrid, Akal. [^]