Por TARSO GENRO
En uno u otro lugar las dos experiencias de cambio que impactaron el siglo pasado y guiaron las luchas proletarias sucumbieron. La socialdemocracia cedió ante el liberalismo económico sin dejar de ser políticamente democrática, y el comunismo histórico -como lo designaba Bobbio- fue destituido por “revoluciones liberales”en los países que estaban bajo su dominio.
La NEP “oriental” de la China -referenciada a la “Nueva Política Económica” en la Revolución Rusa después del “Comunismo de Guerra”- prolongó, formalmente, la idea socialista como transición al comunismo, pero lo hizo generando desde un punto de vista económico un competente capitalismo de Estado, sin democracia política tal y como se conoce la democracia en Occidente. Lo hicieron con instituciones públicas, mixtas y privadas, orientadas para combatir la pobreza y distribuir renta para centenares de millones de personas (Para la implementación de estas reformas, China contó con el apoyo del Occidente capitalista y hoy todavía promete la “retomada” del socialismo de aquí a 50 años).
La idea de un proyecto de nuevo socialismo democrático que estábamos decididos a construir en el PT -apremiados no obstante por las circunstancias de “gobernar” y presentar respuestas dentro del“orden”- fue fruto de un acuerdo político destinado a solucionar los impasses que atravesábamos. Eran impasses típicos de un partido que estaba rechazando, tanto la social democracia clásica, como el comunismo realmente existente. Este acuerdo fue concretado con la fórmula “revolución democrática”. Era una solución práctica y honesta, en medio de un vacío de paradigmas socialistas, que revelaba un deseo pero que no enfrentaba el enigma de “cuál socialismo”, sino una inspiración de compromiso con el ideario abstracto de socialismo.¿Socialismo sueco? ¿Transición chilena? ¿Modelo cubano? ¿Restauración de los “soviets”? ¿Restauración de Mitterrand? Nada de eso aparecía de manera transparente.
La idea de un proyecto de nuevo socialismo democrático que estábamos decididos a construir en el PT fue fruto de un acuerdo político destinado a solucionar los impasses que atravesábamos
La fórmula elegida no respondía, por tanto, a los interrogantes sobre lo que sería esta “revolución democrática”, formulada más de 200 años después de la Revolución Francesa y más de 150 años después del Manifiesto Comunista. ¿Qué novedades habría en las instituciones del Estado? ¿Cómo quedarían las relaciones entre lo público y lo privado? ¿Cuáles serían las formas de organización de la producción? ¿Cómo sería el sistema político, que al mismo tiempo fuese democrático y estable, para oponerse a retrocesos a través de golpes de Estado, como ocurrió en Chile? Y también, cómo sería un sistema de poder democrático, con control “de abajo hacia arriba”, pues, como partido de la democracia y del pluralismo, la ayuda a la estabilidad política no podría ser la “excepción” permanente.
II
La crisis del PT (Partido de los Trabajadores), sin embargo, no es una crisis exclusivamente de este partido, ni siquiera una crisis específica de los partidos de izquierda. Aunque ella tiene sin duda sus “motivos propios”, estimulados por la incorporación -en las prácticas del Partido- de métodos de gobernabilidad tradicionales y por la asimilación de las formas de financiación espuria que acompañaron históricamente la vida republicana en Brasil.
De forma diferente a una organización política que solo pretende adaptar y acomodar el país al orden definido por el capital financiero, el PT pretende integrarlo de manera soberana y cooperativa en el mundo. Pero como este impasse permanece, él constituye uno de los motivos de fondo de esta crisis que se conjuga con otros motivos no exclusivos del PT. Me refiero a la falta de capacidad de los partidos, dentro del actual sistema político, para superar la decadencia del sistema de representación política. Incapacidad que se agudiza por la superación de la “forma partido” -típica de la modernidad capitalista industrial- común a todas las democracias. Los nuevos procesos de organización de la producción y la reestructuración fragmentaria de las clases y de los procesos de trabajo, mediante los cuales las personas se relacionan con la totalidad social, no se compatibilizan ya con la forma de partido construida en la modernidad, lo que fragiliza la representatividad política de los partidos. Los partidos modernos, verticalizados a partir de un núcleo superior, se apoyan en estructuras intermedias enraizadas regionalmente, que se vinculan a su vez a una base militante -permanente o intermitente- capilarizada en la sociedad. Lo más habitual es que ellos quieran representar “intereses de clases”, definidas a priori, por la doctrina y por la práctica de estas direcciones. Pero las “clases” no son ya las mismas de la modernidad industrial y estas relaciones y pretensiones de representatividad se vuelven artificiales.
La crisis del PT sin embargo no es una crisis exclusivamente de este partido, ni siquiera una crisis específica de los partidos de izquierda. Aunque ella tiene sin duda sus “motivos propios”, estimulados por la incorporación -en las prácticas del Partido- de métodos de gobernabilidad tradicionales y por la asimilación de las formas de financiación espuria que acompañaron históricamente la vida republicana en Brasil
El PT fue fundado con esta pretensión de nexo clasista. Los nexos de representatividad política, sin embargo, hoy ya no se realizan mediante fórmulas doctrinarias previamente definidas ni, incluso, por la participación cotidiana en las luchas económicas de los diversos sujetos. En las condiciones actuales, el nexo partido-clase no se deshace aunque se relativiza y se hace más complejo. Los cambios en la estructura de las clases y en la relación entre ellas también generan crisis de proyectos históricos. El debate sobre la reforma política, sobre los cambios sociales, sobre los derechos de la sexualidad, sobre las cuestiones ambientales, sobre los nuevos y los novísimos movimientos, sobre el conflicto de los informales con los trabajadores formalizados, sobre la inmigración, o sobre los efectos de las tasas de interés, son ejemplos de eso.
Las clases y los sectores de clase vinculados con el mundo asalariado hace décadas que se vienen relacionando de forma diferente con aquello que fue la base “ideal” del mundo del trabajo en la Segunda Revolución Industrial: la “vigilancia del jefe” fue sustituido por el control de los resultados, la cooperación horizontal entre las empresas sustituyó a las grandes plantas unificadas; el empleo permanente disminuyó; la autonomía formal de los prestadores de nuevos servicios -apoyados en nuevas tecnologías- es una importante novedad; los servicios externos y las subcontrataciones rompieron los conceptos de categorías económicas y profesionales prexistentes; la intermitencia, la jornada parcial y la precariedad constituyen nuevas necesidades del proceso de acumulaciónen un mundo que es rehén del capital financiero globalizado.
III
En estas nuevas condiciones sería de extrañar que las instancias políticas del Estado y de los partidos -que intermedian y transitan desde la sociedad civil para el Estado y de este para la sociedad civil- no sufrieran impactos profundos. No sólo en su capacidad de representar a su base social y electoral, sino también en su capacidad de implementar sus “promesas”, las cuales dependen de fondos públicos generalmente indisponibles, así como de la necesidad de apoyar sus programas en la burocracia estatal y en el parlamento.
De otro lado la identidad de los trabajadores no viene ya determinada principalmente por su inserción en el trabajo. Ella se origina en una relación más compleja que, si todavía tiene como “base” el trabajo, deriva de nuevas influencias, consecuencia de los cambios en los procesos de producción en la era digital, por la robótica, las TIC, el surgimiento de las redes sociales, el imperio de la subcultura mediática de la violencia y del individualismo, por la fuerza mítica que adquirió el consumo, incentivado por la obsolescencia programada.
En las condiciones actuales, el nexo partido-clase no se deshace aunque se relativiza y se hace más complejo. Los cambios en la estructura de las clases y en la relación entre ellas también generan crisis de proyectos históricos
Estas transformaciones culturales, económico-financierasy productivas, imprimen en el sujeto político “burguesía” (“financiarizada”), en los asalariados y en los demás prestadores de trabajo, la necesidad subjetiva de nuevas representaciones, exigidas, inclusive, por las profundas alteraciones producidas en su modo de vida. La necesidad de aumentar la oferta de empleo industrial, por ejemplo, ya está en contradicción con la necesidad de preservación de la vida en el planeta y con la preservación de las comunidades originarias. Estas nuevas polaridades son las que más alimentan el cotidiano de la política. La impermeabilidad burocrática del Estado a las formas directas de participación ciudadana, articuladas con la representación política tradicional (buscando con ello la producción concertada de políticas públicas), profundiza el desgaste del sistema político, de los partidos que lo sustentan y estimula la aparición de agendas de los nuevos movimientos sociales (Boaventura de Sousa Santos) que ya señalan formalmente: “no nos representan”.
Utopía socialista
La polarización clásica entre burguesía industrial y proletariado que originó el contrato social-demócrata y proporcionó fundamentos teóricos y bases prácticas a las revoluciones socialistas del siglo pasado, cambió. Y lo hizo en la forma de disolver con frecuencia las polarizaciones clásicas en nuevas y diversas luchas fragmentarias por derechos dentro del “orden”. La integración de los inmigrantes, las luchas por la producción de alimentos saludables, la cuestión del disfrute de los espacios urbanos en las grandes metrópolis, la movilidad urbana, la vivienda digna, la inclusión-exclusión digital, la lucha contra la actuación de “excepción” policial (que alcanza especialmente a los más pobres de las periferias urbanas), los derechos de género y de condición sexual, las discriminaciones culturales y raciales, la protección del empleo y de la actividad laboral autónoma o cooperativa, así como el surgimiento de una cierta vocación fascista en los sectores medios de un número importante de países son grandes desafíos para la izquierda contemporánea.
En un partido como el PT vinculado a la utopía socialista (o a una visión social-demócrata de izquierda), la crisis puede tener un efecto demoledor, ya que el motor de estos partidos es la subjetividad humanista, que moviliza a su militancia voluntaria. A menos que el partido se vuelva un cínico ejército de militantes a sueldo, aquella subjetividad militante en defensa de sus utopías es lo que puede mover a estos partidos. Por el contrario, en los “realistas” no utópicos, la cuestión es más de tener un “mercado” de apoyo que de una subjetividad libertaria.
La crisis del PT llama más la atención que la crisis de los demás partidos por su largo período de gobierno y por los enfrentamientos que sostuvo con las visiones neoliberales: el bloqueo de privatizaciones salvajes, las políticas de “cuotas” para favorecer la inclusión de sectores de población históricamente discriminados (pobres y negros), los importantes recursos destinados a la agricultura familiar, la expansión de las universidades públicas, el programa de la bolsa-familia para la inclusión social de millones de pobres, la espectacular revalorización del salario mínimo, la promoción de sindicalistas a la condición de gestores públicos (al lado de grandes empresarios), el reconocimiento de los movimientos sociales en la escena pública de la democracia y, finalmente, la política externa soberana fueron conquistas importantes que permitieron madurar a la democracia brasileña. Estas políticas, entretanto, despertaron un profundo repudio del elitismo conservador brasileño de tradición esclavista, incluso a pesar de que el país se mantuviera dentro del esquema predatorio de la economía financiera global. Mas o menos adecuado al tiempo histórico que hoy vivimos, la verdad es que aquél modelo, con todas sus limitaciones, cambió para mejorla calidad de vida de millones de personas y abrió un nuevo ciclo de modernización democrática y social en la sociedad brasileña.
Pero por otro lado, el Partido emergió en la escena política del país como si pudiese mantener -dentro del escenario político tradicional -un patrimonio ético, no sólo “distinto” (lo que seria posible), si no radicalmente “opuesto” al que siempre caracterizó el mediocre republicanismo brasileño. Tal “opuesto” moralista y muy poco realista para actuar en los escenarios políticos tradicionales no prosperó y supuso para el PT un gran perjuicio. La realidad obvia, que no fue considerada cuando esta posición “udenista”1 se impuso en el PT, es que la democracia que establece y garantiza las libertades también carga, como hermanos siameses, con los mecanismos de neutralización de estas mismas libertades. Y lo hace a través de la fuerza del dinero y de los poderes reales de clase sobre las instituciones del Estado.
Con una visión metafísica de sí mismo y una confianza santificadora en los suyos, el PT no creó mecanismos de control realistas sobre la conducta de sus dirigentes y militantes, repitiendo al respecto la actitud de los partidos a los cuales se oponía en el campo ético (de forma idealizada), aunque sí se confrontara con ellos en el campo político y social (con políticas sociales concretas). Los núcleos dirigentes do PT tampoco favorecieron la reinvención de los fundamentos republicanos de lo que debía ser un nuevo partido socialista y democrático-revolucionario en el Estado de Derecho. Esta laguna vino tanto de una limitación por la desaparición de los viejos paradigmas socialdemócratas, como de nuestra incapacidad para evaluar los acontecimientos revolucionarios y reformistas del siglo pasado. El gran liderazgo de Lula, carismático, pragmático y politizado -con su pleno reconocimiento por encima de las corrientes y tendencias partidarias- fue lo que permitió al PT, sin una doctrina socialista definida y sin una hegemonía interna legitimada, dotarse de una cierta cohesión para hacer avanzar el país aunque sin reformar el Estado para volverlo más democrático y sin promover una reforma política que permitiera hacerlo más controlable por la representación elegida por los ciudadanos.
El gran liderazgo de Lula, carismático, pragmático y politizado fue lo que permitió al PT, dotarse de una cierta cohesión para hacer avanzar el país aunque sin reformar el Estado para volverlo más democrático
El debate serio de nuevas formulaciones doctrinales -reconocida la quiebra de los paradigmas de la Revolución rusa y la victoria ideológica del neoliberalismo- permitiría abrir un debate clarificador sobre la naturaleza de un nuevo “partido de los socialistas”, para ejecutar reformas dentro del capitalismo y, después, transitar para un nuevo modelo socialista y democrático. Seria como buscar otro resultado, con propósitos unitarios (no de aplastamiento de los divergentes) del debate del inicio del siglo XX, entre la socialdemocracia, comprometida con elecciones libres y desiguales, en la democracia llamada burguesa, y el comunismo histórico, comprometido con la dictadura burocrática de partido-estado, subordinado al ritual de los “soviets”.
El desafío de construir un partido nuevo
El objetivo seria llegar a una síntesis coherente, para superar el bolchevismo tradicional (por ser, este nuevo partido, democrático), pero también que fuese adecuada (por ser, también, este nuevo partido, socialista) para superar las formas pasivas de adhesión a un Estado de Derecho ajeno a las promesas de su Constitución. Internamente, el acuerdoinformal histórico de convivencia del PT -entre el bolchevismo tardío y el economicismo sindical. quemó el debate sobre la utopía democrático-socialista y, externamente, promovió un sistema de alianzas de convivencia dentro del orden. El PT quedó así encuadrado en este fin de ciclo como partido de izquierda, progresista y democrático, pero ya “tradicionalizado” y conformista. El fin de la utopía comunista, tal cual fue constituida en el Este, de una parte, y la decadencia de la socialdemocracia, tal como fue conformada en Europa, de otra, tuvieron gran influencia en este resultado. Su derrota en el interior del Partido no es una “traición” a sus orígenes, como podría querer concluir una determinada lectura de la crisis, pues es consecuencia de la impotencia de la izquierda -no sólo brasileña- para enfrentar, con nuevos contingentes sociales, no sólo oriundos del mundo del trabajo asalariado, el dominio pleno del capital financiero sobre el Estado, nuevo regulador “materialista” de la vida en una situación dramática e instalado en su dominio en un corto período de tiempo histórico.
Aún se mantiene en la realidad brasileña el desafío de construir un partido nuevo, que pude ser un PT refundado, apropiado para la democracia y para el socialismo democrático, como lo fueron en su tiempo, el partido leninista y los partidos socialdemócratas de algunos países europeos. Aquél para enfrentar la autocracia (en su “eslabón más débil”) -situación histórica específica de la Rusia zarista- aquellos otros para construir nuevos modelos de democracia social con libertades políticas. Ese desafío, por lo que todo indica, no será respondido exclusivamente por el PT, mas si fuera respondido, será por el conjunto de la izquierda partidaria y no partidaria, a partir de las experiencias de gobierno, de las nuevas experiencias de lucha y de la renovación de nuestro arsenal teórico, para interpretar los desafíos del mundo de la globalización financiera cada vez más cruel, violento y militarizado.
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1.- El término “udenista” en el lenguaje político brasileño proviene de los partidarios de la Unión Democrática Nacional (UDN), partido político fundado en 1945 y opuesto al corporativismo de Getúlio Vargas, defensor del liberalismo clásico y la moral conservadora, que pervivió hasta 1964, año del golpe militar brasileño. [Nota del Traductor] [^]
Tarso Fernando Herz Genro. Nació en São Borja, estado de Rio Grande do Sul (Brasil), en marzo de 1947. Abogado, con libros y artículos publicados en el área de Derecho y de la Teoría Política, fue diputado federal, alcalde de Porto Alegre en dos ocasiones, ministro de Estado, entre otras carteras, las de Educación y de Justicia, durante los gobiernos del presidente Lula. Fue gobernador del Estado de Rio Grande do Sul entre 2011 e 2014 y presidió en 2005 el Partido de los Trabajadores (PT). Profesor invitado en diversas universidades brasileñas, latinoamericanas y europeas. Lidera, con otros dirigentes nacionales del PT, la corriente “Mensagemao Partido” (Mensaje al Partido), que postula una radical renovación programática y ético-política de este Partido de la izquierda brasileña.
El presente artículo, que analiza la actual situación del Partido de los Trabajadores y sus perspectivas de futuro, con el transfondo de una grave crisis institucional en Brasil, ha sido publicado originalmente en portugués en el número 33 (abril-junio de 2016) de la revista digital brasileña Interesse nacional. Con la publicación de este artículo se inicia la amable colaboración de Tarso Genro con la revista Pasos a la Izquierda. El artículo ha sido traducido por Gabriel Abascal.