Por RICHARD WILKINSON / KATE PICKETT
Pocas personas comprenden lo dañinas que pueden llegar a ser las grandes desigualdades. Lo normal es considerar que la desigualdad solo importa si crea pobreza, o bien si va asociada de forma patente a la injusticia. Pero en realidad, la desigualdad genera efectos mucho más profundos y poderosos sobre el bienestar de la gran mayoría. El presente trabajo, y los de otros muchos investigadores de todo el mundo, muestran que casi todos los problemas sociales y de salud que aparecen con mayor frecuencia en los peldaños inferiores de la pirámide social tienden también a agravarse en las sociedades con mayores diferencias de renta entre ricos y pobres.
Como seres humanos, hemos introyectado respuestas psicológicas a la desigualdad, y estas tienden a reflejarse en peor salud y bienestar de la población, menor cohesión social, más violencia y muchos otros problemas1. Cuanto mayores son las diferencias de renta, más se agravan sus efectos en términos de estatus y clase social. Todos los medios a través de los cuales la clase impregna a las personas, desde la primera infancia en adelante, se ven reforzados por un incremento en las diferencias de renta entre ricos y pobres. Y la cuestión no afecta solo a los pobres, sino que los efectos de la desigualdad se extienden a la gran mayoría de la población, porque deterioran todo el tejido social.
Este breve trabajo se dirige, partir de una amplia variedad de pruebas de una gran consistencia, a examinar el papel del movimiento sindical en la consecución de una sociedad más igualitaria. El debilitamiento del movimiento sindical a lo largo del último cuarto del siglo XX ha tenido un impacto significativo en la capacidad de los trabajadores para influir en los estándares y en la calidad de vida que les afectan. Lo que se propone en este artículo es la necesidad de recrear ahora un movimiento con la influencia política y social que permitió al anterior movimiento sindical alcanzar las importantes reducciones de la desigualdad experimentadas durante los decenios centrales del siglo XX. Por esa vía se posibilitará un futuro mejor y más sostenible.
La creación de una sociedad más igualitaria
Es posible abordar la reducción de las desigualdades desde varios enfoques distintos. La mayor parte de la gente piensa en términos de una tributación más progresiva y unos sistemas de seguridad social más generosos. Por supuesto debemos evitar la evasión de impuestos, acabar con los paraísos fiscales e incrementar la progresividad del sistema tributario, de modo que los ricos paguen en impuestos una proporción mayor de sus ingresos que los menos favorecidos. Sin embargo, este enfoque presenta dos debilidades: la primera, que cualquier avance en las tasas impositivas sobre los beneficios puede ser anulado con mucha facilidad por un nuevo gobierno; y la segunda, que mucha gente piensa aún que los impuestos son una especie de robo legalizado, que el gobierno les está quitando su dinero. Ello a pesar del hecho de que casi toda la producción y la creación de riqueza es un proceso cooperativo. Todos dependemos del conjunto de la sociedad y de las infraestructuras en la consecución tanto de nuestros ingresos individuales como de nuestros estándares de vida. Los ricos no serían ricos si no fuera por la existencia de una población educada, por el suministro de electricidad, por los sistemas de transporte, por los conocimientos técnicos y científicos acumulados, etcétera. Los estándares de vida son el producto de los esfuerzos combinados de un gran número de personas.
Las crecientes diferencias de renta perceptibles en muchos países son básicamente un reflejo de la tendencia de las rentas más altas a crecer más deprisa que las de todo el resto de la sociedad. En los últimos decenios las grandes corporaciones internacionales han sido generadoras poderosas de desigualdad
Un enfoque mucho más fundamental para reducir la desigualdad es reducir las diferencias en los ingresos de las personas antes de impuestos. Algunas de las sociedades más igualitarias alcanzan esa mayor igualdad mediante la redistribución, pero otras parten de diferencias menores en los ingresos antes de impuestos2. Los beneficios sociales de una mayor igualdad no parecen depender del método utilizado.
Las crecientes diferencias de renta perceptibles en muchos países son básicamente un reflejo de la tendencia de las rentas más altas a crecer más deprisa que las de todo el resto de la sociedad. En los últimos decenios las grandes corporaciones internacionales han sido generadoras poderosas de desigualdad. En los años setenta y comienzos de los ochenta del siglo pasado, los altos directivos de las 350 mayores compañías estadounidenses recibían una remuneración entre 20 y 30 veces superior a la media de un trabajador manual. En el primer decenio del siglo XXI recibían entre 200 y 400 veces más3. En las 100 mayores empresas británicas (índice FTSE 100), un director-gerente recibía por término medio una cantidad superior en 300 veces al salario mínimo4. Estos niveles salariales, que en el mejor de los casos tienen solo una relación muy remota con la medida real de las prestaciones de sus beneficiarios, son un signo de que los sistemas de remuneración de los altos ejecutivos no son efectivos5. Aunque la brecha es más profunda en Estados Unidos que en la mayoría de los demás países, las diferencias han aumentado en la mayoría de estos. Esa brecha en aumento parece reflejar, ante la ausencia de unas organizaciones sindicales fuertes y de un movimiento sindical eficiente, la falta de todo control democrático efectivo sobre las rentas más altas. Si eso es cierto, entonces una parte de la solución consiste en crear frenos eficaces mediante la extensión de la democracia en el interior de nuestras instituciones económicas.
La importancia del movimiento sindical
Los cambios a largo plazo en lo que se refiere a la desigualdad en varios países desarrollados se muestran en el Cuadro 1. La pauta es similar en líneas generales para muchos países diferentes y resulta perceptible a través de todas las mediciones de la desigualdad. Los cambios en la desigualdad siguen una pauta en forma de ‘U’ durante el siglo XX. Es alta hasta los años treinta, en los que se inicia un largo declive en la desigualdad. El momento exacto del inicio del declive varía en 5-10 años de un país a otro y de una medición a otra. La desigualdad sigue reduciéndose en todos los casos hasta encontrar un punto de inflexión en algún momento de los años setenta. Luego, a partir de 1980 o un poco más tarde en ciertos casos, la desigualdad vuelve a crecer, hasta que, en los inicios del siglo XXI, algunos países han retrocedido a niveles de desigualdad no vistos desde los años veinte del siglo anterior.
Esta pauta refleja el periodo de mayor fuerza, y más tarde el debilitamiento, del movimiento sindical a lo largo del siglo XX. Si consideramos la proporción de la población asalariada afiliada a los sindicatos como una medida de la fuerza del movimiento sindical en tanto que voz y fuerza equilibradora dentro de la sociedad, la relación con la desigualdad emerge con mucha claridad. El Cuadro 2 muestra la relación entre la desigualdad y el porcentaje de fuerza de trabajo sindicalizada en 16 países de la OCDE en distintos momentos entre 1966 y 19946. Cada punto representa un país en una fecha particular. A medida que decae la afiliación a los sindicatos, la desigualdad aumenta. En algunos países concretos es posible reseguir las cifras de afiliación a los sindicatos a lo largo del siglo XX, y encontrar algo parecido a una versión invertida de la tendencia a la desigualdad mostrada en el Cuadro 1. Así puede verse con claridad en el caso de Estados Unidos, en un estudio realizado en 2012 por el Economic Policy Institute, que se muestra en el Cuadro 37.
La conexión entre afiliación sindical y desigualdad no debe ser vista, sin embargo, simplemente como un reflejo de las mejoras salariales que los sindicatos son capaces de conseguir para sus miembros. En efecto, la relación mencionada indica además la fuerza, y más tarde el debilitamiento, de la influencia global política e ideológica de la izquierda en la sociedad. El ascenso de la desigualdad desde los años ochenta es, desde luego, atribuible en gran medida al poder político de la ideología neoliberal preconizada por Reagan y Thatcher. Para conseguir una reducción sustancial de la desigualdad, en el futuro será necesario recrear un nuevo movimiento político fuerte y sostenido.
El papel de la política – en tanto que poder opuesto a las estrictas fuerzas del mercado – en la reducción de la desigualdad en el siglo XX y su posterior crecimiento, también se ve confirmado por un Informe del Banco Mundial sobre los ocho países (Japón, Corea del Sur, Taiwan, Singapur, Hong Kong, Tailandia, Malaysia, Indonesia) a los que se solía etiquetar bajo el nombre de ‘economías tigre’8. El informe describe cómo, mediante la utilización de programas muy publicitados de “crecimiento compartido”, todos ellos redujeron deliberadamente sus diferenciales de renta en el periodo 1960-1980. Los procedimientos utilizados, muy variados, incluyeron reformas agrarias, subsidios a la compra de fertilizantes para incrementar las rentas en zonas rurales, programas sanitarios, programas de vivienda pública a gran escala, y fomento de las cooperativas de trabajadores. El informe del Banco Mundial señala cómo, en cada caso concreto, los gobiernos redujeron la desigualdad acuciados por la necesidad de afrontar amenazas a su legitimidad, con frecuencia por parte de una oposición de signo comunista, y con el fin de granjearse un apoyo popular más amplio. Por ejemplo, Corea del Sur estaba enfrentada a Corea del Norte, Taiwan y Hong Kong a las reivindicaciones territoriales de China, y las guerrillas comunistas actuaban un poco en todas partes. De modo que también aquí, como en los países ricos y desarrollados, es un error pensar que los cambios de fondo en las dimensiones de la desigualdad son sencillamente el resultado del juego de las fuerzas impersonales de los mercados, y no la consecuencia de procesos políticos e ideológicos. Una correlación similar de fuerzas políticas aparece también de forma evidente detrás de la reducción de las desigualdades de las rentas en Gran Bretaña durante las dos guerras mundiales, y en el anterior desarrollo de los sistemas de bienestar social con Bismark.
El fortalecimiento del papel del movimiento sindical
Las empresas tienen dos funciones. Una es producir los bienes y servicios que todos necesitamos, y la otra es concentrar la riqueza y el poder en el sector de los altos ejecutivos y generar beneficios para los accionistas. La primera de esas funciones es necesaria, pero la segunda no lo es. La segunda ha sido la fuente principal de la desigualdad creciente, y ha generado unos incentivos poderosos y perversos en las esferas de la alta dirección.
Aumentar la representación de los empleados en los consejos de administración e incrementar la cuota de presencia del llamado tercer sector de la economía, compuesto por mutuas, cooperativas y empresas que son propiedad colectiva de sus empleados, podría empezar a erosionar la creciente desigualdad y la concentración de la riqueza en los estamentos superiores. Las empresas que cuentan con mayor democracia interna tienden a ratios mucho más cortas en la remuneración de su staff. En el grupo de cooperativas Corporación Mondragón, en España (que cuenta con 84.000 empleados y unas ventas anuales de 11.875 millones de €), las ratios salariales medias se sitúan en una proporción aproximada de 1:5. En grandes organizaciones del sector público las ratios están por lo general entre 1:10 and 1:20. Más o menos la mitad de los países pertenecientes a la Unión Europea se han dotado de alguna especie de provisión legal para la representación de los empleados en los consejos de administración de las empresas. Las diferentes provisiones establecidas en los países europeos han sido recogidas por Eurofound9. Algunas de ellas son muy deficientes, necesitan ser reforzadas sustancialmente y universalizadas. Los indicios disponibles sugieren que la representación de los trabajadores en los consejos directivos tiende a reducir las ratios salariales en las empresas10.
Además de unas diferencias salariales menores y unas buenas prestaciones económicas, las cooperativas y las empresas cuya propiedad comparten los trabajadores y otros stakeholders (personas o grupos con intereses asociados a los de la empresa pero diferentes de los del accionista común) poseen otras ventajas. La vida comunitaria se ha debilitado sustancialmente en los países ricos durante la última generación pero, como señala Oakeshott, una compra financiada de acciones por empleados puede transformar una empresa, de una mercadería, en una comunidad11. Tal vez un sentido más arraigado de comunidad en el trabajo podría reemplazar el sentido de comunidad que va perdiéndose en las áreas residenciales. También es juicioso pensar que el funcionamiento de unas estructuras menos jerárquicas conseguiría empezar a cambiar toda la experiencia de trabajo, posibilitando que más personas adquiriesen un sentido íntimo de autoestima y de ser valorados en su empleo. Es seguro que la sensación de carecer de control sobre el propio trabajo, de injusticia, o de desequilibrio entre el esfuerzo realizado y la recompensa obtenida a cambio, está relacionada en todos los casos con un deterioro de la salud y del bienestar.
Las dimensiones adquiridas por la remuneración de los directivos y la evasión de impuestos son dos indicadores de lo problemática que puede llegar a ser la contradicción entre la búsqueda del beneficio y el interés público. Otros indicadores del mismo problema son la oposición, promovida y financiada por las corporaciones, a los estudios que denuncian daños asociados a productos de las compañías, como es el caso de la hostilidad de las empresas petroleras hacia las evidencias científicas del cambio climático; la manipulación de los institutos reguladores creados para salvaguardar el interés público, y el tráfico de influencias políticas en una escala que amenaza el funcionamiento efectivo de las instituciones democráticas. En su libro Letal pero legal: Corporaciones, Consumo y Protección de la Salud Pública (Lethal but Legal: Corporations, Consumption, and Protecting Public Health)12, Freudenberg sostiene que el conflicto entre el interés público y la búsqueda del beneficio en las grandes corporaciones se ha convertido en nuestros días en una amenaza grave para la salud pública.
Consideraciones parecidas a las mencionadas han influido en un rebrote general del interés por estructures económico-institucionales más democráticas. Pero al mismo tiempo, los sistemas tradicionales de propiedad accionarial se han mostrado cada vez más inadecuados para controlar las empresas modernas. El informe titulado Trabajadores en el Consejo (Workers on Board)13, del Trade Union Congress, detalla cómo en los años sesenta la mayor parte de las acciones eran propiedad de individuos interesados en la trayectoria a largo plazo de un número pequeño de empresas. En cambio hoy, en muchos países, la gran mayoría de las acciones está en manos de instituciones financieras que reparten sus inversiones entre cientos o incluso miles de empresas, ganan dinero con la compraventa de acciones en el corto plazo, y tienen muy poco o ningún conocimiento ni interés en las perspectivas de futuro de las empresas. El informe del TUC señala que la situación ha llegado a un punto en el que una gran empresa puede contar con miles o incluso decenas de miles de accionistas, y tener dificultades para contar con una información completa y adecuada de quiénes son en realidad sus propietarios.
Al mismo tiempo, los sistemas productivos modernos implican de forma creciente la integración de la experiencia y los conocimientos de muchas personas diferentes, hasta el punto de que el valor de una sociedad es ahora menos cuestión de sus inmuebles y de sus equipamientos que del valor del grupo nuclear de sus empleados, dada la complementariedad de sus oficios y la panoplia de conocimientos que incorporan. Lo cual significa que comprar y vender una empresa se resume en último término en la compra y la venta de un grupo de personas, un proceso terriblemente anacrónico, en especial cuando ese grupo de personas podría estar haciendo funcionar su propia empresa de una forma democrática. Es interesante señalar que estudios de campo muy amplios han mostrado que la ausencia de control sobre el propio trabajo es un riesgo significativo para la salud14. Puede parecer utópico imaginar que empresas gestionadas por stakeholders puedan llegar a competir con las corporaciones multinacionales, pero es cierto que cuentan con algunas ventajas comerciales y con una productividad más alta. Probablemente no resulta una insensatez pedir a los gobiernos que creen incentivos fiscales y marcos legislativos favorables para la expansión de la democracia económica.
Favorecer la igualdad y la solidaridad social frente al consumismo
Al aumentar la ansiedad social y las actitudes competitivas en relación con el estatus, la desigualdad sustituye al sentimiento de comunidad genuino y deteriora el compañerismo humano que es fundamental para el bienestar de las personas. Muchas evidencias sugieren que los estándares materiales globalmente considerados no suponen ningún riesgo para el bienestar de las sociedades más ricas, pero en cambio la calidad de la vida social y comunitaria sí se ha reducido hasta niveles críticos para el bienestar, en particular en las sociedades más desiguales. La importancia de este hecho difícilmente puede ser sobreestimada, porque implica que las sociedades ricas, si desean llevar a cabo mejoras reales en la calidad de vida, deben dirigir sus esfuerzos prioritarios a la calidad del entorno social y a las relaciones sociales.
El consumismo no es el reflejo de una naturaleza humana básicamente adquisitiva. Se configura más bien como un indicador del potencial de disfuncionalidad implícito en una situación de competencia exacerbada en las relaciones sociales. Reducir la desigualdad no es solo crucial para la mejora de aspectos de la vida social y el bienestar, sino también la clave para reducir el consumismo. La gente, en sociedades con una mayor desigualdad, trabaja más horas15, se endeuda en mayor medida y tiende con mayor facilidad a caer en la bancarrota16 17, debido a las presiones societarias del consumismo. La reducción de la presión para consumir puede traducirse en las personas de las sociedades más ricas en una mayor disposición a usar los beneficios de un incremento de la productividad para regalarse a sí mismas más tiempo de ocio, en lugar de niveles más altos de consumo material. La Fundación para la Nueva Economía (New Economics Foundation) ha sugerido como norma deseable una semana laboral de 21 horas18. A medida que se ha hecho más evidente la existencia de un déficit social en la vida moderna, numerosos sondeos de opinión revelan una percepción muy extendida de que el consumismo implica el sacrificio de un tiempo que estaría mejor empleado en la compañía de los amigos, la familia y la comunidad19.
Reducir la desigualdad no es solo crucial para la mejora de aspectos de la vida social y el bienestar, sino también la clave para reducir el consumismo. La gente, en sociedades con una mayor desigualdad, trabaja más horas, se endeuda en mayor medida y tiende con mayor facilidad a caer en la bancarrota, debido a las presiones societarias del consumismo
Mediante la reducción de la desigualdad, no solo podemos reducir el consumismo, sino además mejorar la calidad de vida real para la gran mayoría. Si los principales esfuerzos para reducir la desigualdad se centraran en la expansión de la democracia económica en todas sus formas –representación de los sindicatos y los trabajadores en los consejos de administración, sociedades mutuas, empresas dirigidas por sus trabajadores y cooperativas –, entonces también empezaríamos a transformar la experiencia del trabajo de la gente. La vida comunitaria se fortalecería, y la ansiedad provocada por las inseguridades de todo tipo se reduciría.
Conclusión
Es hora de cambiar de forma drástica nuestra mentalidad. Los cambios necesarios para alcanzar la sostenibilidad económica y medioambiental son también cambios necesarios para mejorar la calidad real de nuestras vidas. A pesar de que la gente de los países desarrollados vive con unas comodidades y un lujo que no tienen precedentes en la historia, sin embargo está inmersa en problemas sociales y económicos que suponen un coste humano muy alto. Pensemos como ejemplos en la terrible frecuencia de las enfermedades mentales, la depresión y la ansiedad; en la pobreza de la vida comunitaria, o en problemas tales como la violencia, la drogadicción y la marginación de personas a las que se da un trato de castas inferiores. Los datos muestran que todo ello ha empeorado de forma sustancial en unas sociedades que se han hecho más desiguales, y que la situación nos perjudica a todos.
Desde el crash financiero de 2008, think tanks, organizaciones sin ánimo de lucro y grupos de investigación de todo el mundo han generado un aluvión de publicaciones que apuntan a la necesidad de una transformación fundamental en la forma de plantear la vida económica y social, desde el reconocimiento de que se ha vuelto imposible seguir con la misma ‘rutina de los negocios’20.
El debilitamiento del movimiento sindical durante el último cuarto del siglo XX coincidió con un declive en la reflexión sobre cómo mejorar nuestras sociedades. Las políticas progresistas perdieron de vista la dirección hacia la que deberíamos intentar mover el cambio social y económico para generar una calidad de vida mejor para todos. En lugar de una economía al servicio de la gente, la sensación predominante era la de que no teníamos más opción que ponernos nosotros al servicio de la economía y de un cambio que se situaba fuera de nuestro control. La política perdió el sentido del idealismo y la capacidad de generar entusiasmo. Los intentos de reforma fueron tímidos, carentes de coherencia y de propósito.
Necesitamos recrear ahora un movimiento con la influencia política y social que permitió al anterior movimiento sindical conseguir las mayores reducciones de la desigualdad durante los decenios centrales del siglo XX. Necesitamos una nueva visión capaz de confrontarse a la desigualdad a través de vías que contribuyan a mejorar la calidad de vida real para todos nosotros. En el último periodo de política progresista, en los años sesenta y setenta del siglo pasado, no se llegaron a generar los cambios estructurales que habrían garantizado la imposibilidad de un retroceso en las conquistas. Será necesario trabajar más en la discusión, el desarrollo y la puesta a punto de una visión que asegure que en el futuro logremos progresos auténticos en la maximización de un bienestar humano sostenible. Progresos que dependerán no solo de la acción de los gobiernos, sino de una sociedad civil más amplia. Los sindicatos habrán de desempeñar un papel central en esa alianza de progreso.
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Publicado originalmente en Centre for Labour and Social Studies, www.classonline.org.uk. julio 2014. Por la traducción, Paco Rodríguez de Lecea
NOTAS
1.- Wilkinson, R.G. y Pickett, K.: The Spirit Level: Why Equality is Better for Everyone. Londres, Penguin, 2010. Capítulo 3. [^]
2.- Ibid. [^]
3.- Mishel, L. y Sabadish, N.: Pay and the top 1%: How executive compensation and financial-sector pay have fuelled income inequality. Issue Brief: Economic Policy Institute, 2012. [^]
4.- One Society. A third of a percent. Londres, The Equality Trust, 2012. [^]
5.- Tosi, H.L., Werner, S., Katz, J.P. y Gómez-Mejía, L.R.: How much does performance matter? A meta-analysis of CEO pay studies. Journal of Management 2000;26(2):301-39. [^]
6.- Gustafsson, B. y Johansson, M.: In search of smoking guns: What makes income inequality vary over time in different countries? American Sociological Review 1999:585-605. [^]
7.- Eisenbray, R. y Gordon, C.: As unions decline, inequality rises, Economic Policy Institute, 2012. Available: http://www.epi.org/publication/unions-decline-inequality-rises/. [^]
8.- World Bank. The East Asian miracle. Oxford, Oxford University Press, 1993. [^]
9.- Ver http://www.eurofound.europa.eu/eiro/1998/09/study/tn9809201s.htm. [^]
10.- Vitols, S.: Board level employee representation, executive remuneration and firm performance in large European companies. European Corporate Governance Institute and European Trade Union Institute., 2010. [^]
11.- Oakeshott, R.: Jobs and fairness: the logic and experience of employee ownership. Norwich: Michael Russell, 2000. [^]
12.- Freudenberg, N.: Lethal but Legal: Corporations, Consumption, and Protecting Public Health: Oxford University Press, 2014. Y Oreskes, N, y Conway, E.M.: Merchants of Doubt: how a handful of scientists obscured the truth on issues from tobacco smoke to global warming. Nueva York, Bloomsbury, 2010. [^]
13.- J. W. Workers on Board: The case for workers’ voice in corporate governance. In: Congress TU, editor. TUC. UK, 2013. [^]
14.- Bosma, H.; Marmot, M.G.; Hemingway, H.; Nicholson, A.C.; Brunner, E. y Stansfeld, S.A.: Low job control and risk of coronary heart disease in Whitehall II (prospective cohort) study. British Medical Journal 1997;314(7080):558-65. [^]
15.- Bowles, S. y Park, Y.: Emulation, inequality, and work hours: was Thorsten Veblen right? The Economic Journal 2005;115:F397-F412. [^]
16.- Kumhof, M. y Rancière, R.: Inequality, Leverage and Crises. Working Paper: International Monetary Fund, 2010. [^]
17.- Adkisson, R.V. y Saucedo, E.: Emulation and state-by-state variations in bankruptcy rates. The Journal of Socio-Economics 2012;41(4):400-07. [^]
18.- Coote, A., Franklin, J., Simms, A. y Murphy, M.: 21 Hours: Why a Shorter Working Week Can Help Us All to Flourish in the 21st Century: New Economics Foundation, 2010. [^]
19.- The Harwood Group: Yearning for balance: Views of Americans on consumption, materialism, and the environment. Takoma Park, Maryland: Merck Family Fund, 1995. [^]
20.- Consejo Asesor Alemán sobre el Cambio Global: World in Transition – A Social Contract for Sustainability. Berlin, 2011; Instituto Medioambiental de Estocolmo: Great Transition: The Promise and Lure of the Times Ahead. Estocolmo, 2002; y Share The World’s Resources. Financing the global sharing economy. Londres, 2012. [^]