Por JAVIER VELASCO
En los Estados Unidos durante el año 1998 se trabajó en el sector privado 194 billones de horas, repito, billones. En 2013 el valor de los bienes y servicios producidos por ese sector ascendía a 3,5 trillones de dólares constantes (descontando la inflación). Eso supuso un 42% más de crecimiento económico respecto a 1998 y para cuya producción se necesitaron los mismos 194 billones de horas trabajadas. No cambió la carga de trabajo y se produjo mucho más con el mismo número de horas. La población, mientras tanto, aumentó en 40 millones de habitantes. En enero de 1989 existían 103 millones de empleos, que pasaron a ser 116 millones al final de 2013. Las estadísticas dieron, pues, una cifra de aumento de 13 millones de empleos pero con las mismas horas trabajadas. El precio de la hora se estancó alrededor de los 20 dólares, a igualdad de poder adquisitivo del dólar, como podemos ver en el gráfico que sigue.
Sin embargo, esa media no nos dice todo. Los salarios han descendido en las categorías más bajas, precisamente las que han ido aumentando numéricamente desde 1980, y en las clases medias, que, paralelamente, han descendido de manera constante tanto en salarios como en su peso numérico. Mientras tanto, los asalariados de alto nivel han visto crecer sus ingresos de forma notable. Podemos verlo en el siguiente gráfico.
En resumen: en el periodo que va de 1989 a 2013 ha aumentado de forma significativa la producción; se han estancado las horas trabajadas para ese mismo lapso de tiempo; la media horaria que han ingresado los trabajadores ha seguido siendo la misma, pero la distribución de la masa salarial global se ha quebrado dramáticamente a favor de las categorías más altas. Hay que indicar que durante ese tiempo se han creado y destruido infinidad de empresas, como consecuencia de la búsqueda desesperada de negocios que compensen el ocaso de las remuneraciones. Si aceptamos que el patrón de comportamiento en EEUU es el de los países desarrollados, incluido España, tenemos que deducir, y no es aventurado, que lo que se contempla en los EEUU se contempla en nuestros países. Por eso es útil tenerlo como referencia.
Se puede aventurar la hipótesis de que este escenario está causado por la respuesta, llamémosla intuitiva, del sistema capitalista para mantener su tasa de ganancia. La herramienta que ha utilizado, porque no encontró otra, fue la innovación y aplicación de las tecnologías emergentes derivadas de las Tecnologías de la Información (TI). Ese racimo innovador fue aplicado no a nuevos productos, de manera esencial, porque no los había, sino a nuevos procesos tanto en la producción, como en la distribución y comercialización, lo que ha llevado a la situación que hemos observado en los datos y gráficos anteriores. En consecuencia, podemos afirmar en primer término que el tipo de innovación que todo el mundo venera, con un asombro injustificado, pertenece a una estrategia perturbadora del sistema capitalista y, seguidamente, que la naturaleza de la tecnología que la acarrea es letal para la humanidad y para el propio sistema, lo cual supone, sin duda, conflictos políticos, sociales y económicos que ya empiezan a aflorar. La tecnología actual podría ser distinta y aplicada de otra forma pero, no nos engañemos, hay que cambiar todo para que todo cambie.
Podemos afirmar en primer término que el tipo de innovación que todo el mundo venera, con un asombro injustificado, pertenece a una estrategia perturbadora del sistema capitalista y, seguidamente, que la naturaleza de la tecnología que la acarrea es letal para la humanidad y para el propio sistema
Un segundo aspecto, fuertemente relacionado con la innovación, es el problema del cambio climático. Las compañías de seguros se niegan a asegurar viviendas en zonas que se estiman vulnerables en algunos puntos de cada país. Se estima que durante este siglo la temperatura media aumentará 2 puntos, lo que, indudablemente, va a ser una catástrofe Lo seguro es que la naturaleza de la innovación, el sistema actual capitalista y el impacto medioambiental actúan en paralelo y se refuerzan el uno al otro. Cualquier perspectiva de control del cambio climático tiene que tener en cuenta la índole de la innovación que hay que modificar y la transformación del actual sistema de producción y de consumo. En pocas palabras: hay que idear un nuevo paradigma que sustituya al actual. Reto de envergadura.
Ante este estado de cosas, ¿qué respuestas políticas se están ofreciendo?
La respuesta liberal. Queda poco del ímpetu de los años de hierro del liberalismo de los 80, pero subyace en muchos análisis su cosmovisión. Para ellos, estas crisis recurrentes forman parte de la naturaleza del mercado y hay que dejar que, por medio de ajustes, se vuelva a la situación de equilibro con pleno empleo, que es la que se considera normal en el sistema capitalista. Se considera que la tecnología y el medio ambiente pueden producir perturbaciones temporales que el propio mercado resolverá. El Estado no tiene que intervenir porque provocaría daños mayores, en todo caso solo algunas intervenciones contingentes de carácter social y por causas graves.
Dentro de esta concepción se puede incluir a la corriente schumpeteriana liberal que identifica las crisis como perturbaciones normales causadas por la innovación permanente y que llevarán a mejoras en el futuro, aunque a corto plazo haya grandes colectivos perjudicados. Es lo que se ha llamado destrucción creativa. Una ironía.
La respuesta keynesiana. Es la que, de forma casi general, adopta la izquierda institucional. Esta corriente de opinión afirma, de forma confusa y contradictoria, que las causas de la crisis las tienen las formas de gobierno liberales y que la forma de resolver el problema estriba en adoptar un papel más activo del Estado gastando e invirtiendo para crear puestos de trabajo y avivar la economía gracias al efecto multiplicador de esas inversiones sobre el empleo. Este grupo es acrítico con el sistema capitalista y se centra en el comportamiento de las élites y en las consecuencias inaceptables de la crisis realmente existente. Es el movimiento antiausteridad, salpimentado con la condena moral a la codicia en todas sus manifestaciones.
Los partidos de esta izquierda eluden el problema tecnológico y, lo que es peor, aceptan el improbable concepto de innovación, proponiendo, en exclusiva, opciones cuantitativas de tantos por ciento. Implícitamente están aceptando la hipótesis de la destrucción creativa como un hecho objetivo, desgrasado de intereses ideológicos.La respuesta de una izquierda necesaria. Es muy pretencioso este apartado, entre otras cosas porque es hablar de lo que no existe, pero imaginemos que se pone en marcha un grupo que intenta hacer un programa hacia el año 2050. Es importante precisar que una fase de crecimiento como la producida en la fase de implantación de la sociedad de consumo de masas no se va a reproducir. Ese espejismo hay que apartarlo. Entonces,¿qué tendría qué hacerse? Solo me atrevo a una reflexión metodológica.
Un acuerdo base es indispensable para esta opción: el tecnopesimismo. No hay solución a la crisis de empleo y de cambio climático con el modelo tecnológico actual y con las formas de consumo que vivimos. El modelo de consumo se ha agotado y la persistencia en sacar más jugo crea desempleo y nos hunde en términos de medioambiente.
Un primer paso sería imaginar el futuro a partir de la prolongación de lo actualmente existente. Este es un punto de partida fundamental e implica un profundo conocimiento de la realidad material y tecnológica, y de sus potencialidades. Un análisis de este tipo tiene que ser resultado del estudio, investigación y debate entre los conocedores profesionales y los políticos (en el sentido amplio del término). De él se derivarían los puntos fatales que surgirían de seguir el rumbo actual. Hay que apartarse del corto plazo para, después, volver con sentido a largo plazo.
Un segundo paso nos llevaría a plantear medidas para modificar el rumbo que nos lleva hacia esos puntos fatales. Esto comportaría que el grupo de análisis estratégico se componga de personas que pudiesen ofrecer caminos prácticos para esos cambios de rumbo, a través de la discusión social y política. Hablamos del comienzo para elaborar una urdimbre de un nuevo paradigma y un esbozo de programa.
El tercer paso debería ser la elaboración concreta de un programa que sería motivo de discusión y agitación, no solo nacional. Se trata de desvelar y conseguir consenso a medio plazo, antes que sea demasiado tarde.
Es evidente que tres factores deberían condicionar ese programa: una nueva utilización de la tecnología y sus instituciones; una nueva forma de convivencia social, entre la que se encuentran las formas de trabajo y los modos de consumo; y, por último, una vigilancia viva sobre los efectos de las dos anteriores sobre el medio ambiente.
No hay futuro con el modo de vida de la sociedad actual desarrollada. Si no conseguimos pensar de otra forma el futuro no habrá más que conflictos y destrucción.