Por JUAN PINILLA
Un cielo sin salida, Álvaro Salvador. Colección Vandalia. Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2020
Cuando leí el título de la obra que hoy traemos, Un cielo sin salida, una obra que presenta esta edición sencilla, buen gramaje de papel, tipografía de cómoda lectura y editada por la prestigiosa fundación José Manuel Lara, pensé en nuestra Granada. La ciudad que solo tiene salida por las estrellas, como diría Carlos Cano, o la ciudad a la que Soto de Rojas llamaba paraíso cerrado. Pensé en esta ciudad de cármenes y miradores, en la que pudo ser y no es, en la ciudad que existe hoy únicamente en el hermoso canto de sus poetas (de los buenos poetas) y que se destruye sistemáticamente en determinada gestión, o indigestión política, y en los “palabros” de los autodenominados poetas en Facebook: “Fulanito de tal, poeta” Pero enseguida salí de dudas ante la cita inicial de Federico García Lorca, extraída del poema “Nocturno del hueco” de Poeta en Nueva York:
¡Qué cielo sin salida, amor, qué cielo!”
La dictadura estética del postureo se extiende de norte a sur y también ha alcanzado a la literatura. La postración existente entre los agentes de la poesía y el mercado, ha terminado por desfigurar la imagen de la literatura actual. Hoy pesan más las cuestiones extraliterarias que las basados en la calidad de lo escrito. Los likes en Instagram, el postureo literario y la conspiración para alcanzar un reconocimiento que ofrece quienes no leen, pueden más que el trabajo bien hecho y el esfuerzo continuado. Cuenta más el número de seguidores que las opiniones de los intelectuales y conocedores de la materia. Ya lo escribió Juan Goytisolo en su conocido artículo ‘Vamos a menos’: “la putrefacción de la vida literaria española, la existencia de fratrías, compinches y alhóndigas (…) la apoteosis grotesca del esperpento”. Por eso es tan importante la reivindicación de autores como Álvaro Salvador, antítesis de cuanto hemos reseñado en este párrafo. Leer un libro y un autor de su categoría supone un acto de fe en la poesía limpia, sin aditivos, sin contaminaciones, sin elementos externos que la influyan o que la sitúen en los olimpos artificiales del mediocre y putrefacto famoseo.
Hoy pesan más las cuestiones extraliterarias que las basados en la calidad de lo escrito. Los likes en Instagram, el postureo literario y la conspiración para alcanzar un reconocimiento que ofrece quienes no leen, pueden más que el trabajo bien hecho y el esfuerzo continuado
Se articula este “Cielo sin salida” en torno a cuatro títulos. El primero, “Nuevas canciones del OUTSIDER”, que comprende 8 poemas y está precedido por una cita del escritor judío sobreviviente de un campo de concentración, Primo Levi, que dice “…dulces cosas ferozmente lejanas”. El segundo título, “El canto del agua”, agrupa 7 poemas y arranca con una bellísima cita del chileno Gonzalo Rojas que dice “(…) la felicidad / no es sino un leve deslizarse de remos en el agua”. El capítulo “Un cielo sin salida” alberga 10 poemas y está precedido por un verso de Bécquer: “Pero sé que conozco a muchas gentes / a quienes no conozco”. El último capítulo se llama “El día en que mataron a Sharon Tate” y está compuesto por un único poema de ritmo trepidante y mayor en volumen que los anteriores. La cita de este capítulo corresponde al mexicano Bodet. “(..) esa terraza / última de la noche”.
Como lector, gusto saborear los libros con los ojos del que lee por primera vez y con el alma limpia. Así, confieso que lo primero que me llamó la atención de este trabajo es la vitalidad con que está confeccionado, aunque alguna reseña hable de libro de despedida. Para mí es un canto a la vida a través del tamiz de la memoria mágica de un poeta. La lectura pausada de esta obra me sirvió para redescubrir el compromiso irreductible del autor con la palabra más la inconfundible voz propia, algo que es una constante en la obra de Álvaro Salvador. Frente a la basura literaria de los poetas de Facebook e Instagram, con sus miles de iletrados seguidores, y sus “poemos” de autoayuda, enfrentamos joyas como esta:
“Hace un cuarto de siglo que perecí sepulto
Bajo las tripas roncas del pájaro de hierro,
Y el fuego de su sangre y el horror del descuido.
Y sin embargo ahora estoy aquí,
Escribo estas palabras.”
(Lean el poema entero varias veces y deténganse en la utilización del ritmo, las palabras, y cómo el paladar encaja los sonidos de estos versos altísimamente musicales.) O estas:
“Una brisa rebelde sacude el cortinaje,
Rayos de luz dorada taladran la ventanaç
Y desvelan la íntima soledad de la tarde.”
O esta otras:
“Hoy he vuelto a cumplir con mi destino,
A encontrarme con él en los solares
De todos mis ancestros.
Me lo dijo una noche la hechicera
A través de sus ojos que movían
La copa por encima de los signos:
Morirás devorado cuando vuelvas
Y te sientas feliz entre los tuyos”
En mis anotaciones califiqué este libro como una portentosa obra de lírica madura aunque suene pretencioso que un mero lector como este que escribe califique de maduro a un autor de la solidez de Álvaro Salvador, cuando su poesía viene cuajada desde los primeros libros. Pero me mantengo en esa primera intuición, porque creo que esa madurez del lenguaje que usa con tal solvencia, se refleja en los versos junto a los grandes temas, tales que el desvalimiento del hombre, del poeta, que sabe del sufrimiento, que lo narra a través de una banda sonora constante en la obra, fruto quizá de su vocación musical adolescente, y que escribe sobre lo duro que puede resultar el oficio de vivir tan ligado al arte de crear poemas, su visión desde la lejanía/cercanía de los años, y que recurre a su poderosísima imaginación para traer al cosmos de la literatura viejos amores, amistades, desencuentros, sensaciones antiguas, luchas juveniles, paisajes pretéritos.
Fluye la poesía de “Un cielo sin salida” desde una raíz permanente en la obra de Álvaro Salvador, desde esa actitud de resistencia en el lenguaje y con ello en la vida, frente a todas las formas de adversidad que aporta la injusticia, el desengaño “Cerré los ojos/ ante algunas mentiras/ no tuve oídos / para muchas verdades/ fui cómplice de él/ y de su historia/ le enseñé a distinguir/ los buitres en el cielo”, el paso del tiempo “Dame fuerza, Señor, para perder la vida/déjame que la cruce en el último olivo”, la devaluación de valores éticos y el empobrecimiento del sistema educativo tristemente reflejado en una parte de la juventud: (“Lolita está enroscada en el sofá / pero no tiene un libro, no le gusta leer / a Lolita apelotonada en el sofá. / Y lame un gran helado/ con la punta de su lengua color rosa/ hipnotizada por el celular. (…)” y el rechazo de la oscuridad para buscar la luz: “Tus ojos no han podido esconder /el paso de los daños, las luces/ muertas de tu rostro lo delatan/.” Ahí están algunos de los referentes del universo literario de este libro.
“Un cielo sin salida” es un libro redondo, esmerado, una breve joya literaria que se lee en una tarde y permanece durante décadas en el paladar, al modo del que decía el viejo profesor Enrique Tierno Galván, quien insistía en que debíamos leer como beben las gallinas, inicialmente con el pico hacia el agua y luego torciendo la cabeza hasta el cielo para ingerir el líquido. Así deberíamos leer poesía, primero asimilando el poema y su contenido, luego, mirando hacia el techo para conmovernos con las imágenes memorables que nos ha regalado su autor y que permanecerán en nosotros.
Y es el breve poema que le da título al libro una composición que se mueve en el terreno de la universalidad, que es una interrogación permanente en donde nunca se detiene la búsqueda, ni en las formas ni en los contenidos. La poesía no es una respuesta sino una interrogación constante, eterna, un proceso de búsqueda que pretende restaurar al sujeto poético ajado que se mantiene en la incertidumbre, acosado por preguntas sin respuestas, encontrando la salida finalmente en la solidaridad de las palabras y el compromiso de los versos:
¿La poesía nos salva?/¿Nos consuela el poema?/¿Divierten las palabras/que con palabras juegan?/
¡Levantad este mundo/ con carne de poema!/Quieren pedir los necios./ ¡Abolid para siempre / la injusticia del hombre!/ Gritan al viento los gentiles./
Y el poeta que sufre o que ama / o espera – nunca sabe qué cosa-, / sonríe para su espejo/ y dibuja en el aire / un cielo sin salida.
Los seguidores de Orfeo desarrollaron una concepción del lenguaje a través de la cual expresaban que las palabras se posan sobre las sombras para ofrecer luz o hallar la luz en ellas, y rescatar así, entre tantas cosas innombrables, lo que se halla oculto. A través de la lengua, el lector penetra en las palabras y halla un remanso en ellas. Para ello, son esenciales las formas y los símbolos. “¡Levantad este mundo / con carne de poema!/ Quieren pedir los necios. / Abolid para siempre/ la injusticia del hombre!/ Gritan al viento los gentiles” . Y es esa palabra la que media entre el yo y los otros. Junto a los enigmas de la existencia que devoran al individuo, está ese propio yo que se revela en la soledad: (“Chicas, música y drogas, contraluces / y mucha soledad”), o en la vigilancia constante de la muerte (“No logras esconderlo: / el mal se abre paso por tu rostro / y no hay espejo donde puedas / desterrar tanta oscura verdad”), en el erotismo: (“Después, como en un juego / el agua sube suave hasta sus muslos, / hasta alcanzar caderas, pieles, pechos / débilmente marcados en la menuda tela / que los cubre. Y ellas ríen gozosas”), en la relación amorosa con nombres del pasado (“Sonia quiso librarme / de un amor imposible/ Ana quiso curarme / de un dolor imperdible / Y María … ¡Ay, María! / quiso vivir por mí”), y la opción social: “En mi interior sonrío y me respondo / no tengo más patria que la lengua / porque desde la infancia / se me dieron muy mal las otras lenguas”.
La poesía no es una respuesta sino una interrogación constante, eterna, un proceso de búsqueda que pretende restaurar al sujeto poético ajado que se mantiene en la incertidumbre, acosado por preguntas sin respuestas, encontrando la salida finalmente en la solidaridad de las palabras y el compromiso de los versos
Para culminar con la palabra poética de Álvaro Salvador, surgen las estelas de su voz lírica desgarradora en un evocador poema identificado por ese carácter moral que sustenta su poesía, resuelto a veces en denuncia (“Y mucha guerra en el sudeste asiático, / nubes de napalm y pistolas para los jóvenes vietnamitas, / gases y pancartas para los estudiantes en los campus occidentales / y mucha muerte en el sudeste asiático”), al compás de una experiencia de la vida en la que se conjugan nombres relevantes de la historia, con erotismo y, sobre todo, dialécticas amorosas, sociales y políticas. Existe igualmente una visión de la historia releída y reinterpretada, con el yo adolescente como sujeto poético en medio de un poema cosido finamente al ritmo de un compás impecable: “El día que mataron a Sharon Tate”.
Decía Auden que del poema le interesaban dos cosas: su arquitectura y “un sentido amplio y moral” que te hace preguntarte por el autor de ese poema. Señalaba esas dos condiciones inexorables de la materia literaria, la formal y la moral y, aunque no deban influirnos las condiciones personales del escritor (su procedencia, su biografía o su ideología) conviene preguntarse por él, no tanto como portador de las explicaciones de su obra sino como ese ser que mantiene una actitud moral ante la escritura. Creo que es el sentido en el que debemos leer este maravilloso libro.
Decía Saramago que quizá escribía para ser querido, y en ese sentido, convendrán conmigo, amables lectores, que acabamos queriendo a nuestros poetas y escritores predilectos, porque los seres humanos que escriben como lo hacen ellas y ellos, no pueden ser otra cosa más que aquello que decía Machado: seres “en el buen sentido de la palabra, bueno(s)”.