Por DOMINIQUE MÉDA
El 15 de marzo de 1944, en plena Segunda Guerra Mundial, el Consejo Nacional de Resistencia (CNR) publicó un breve documento de unas pocas páginas – su programa – que presentaba tanto «un plan de acción inmediato» como las «medidas para establecer, tan pronto como el territorio sea liberado, un orden social más justo».
Ese mismo año, William Beveridge, el autor del famoso informe que había diseñado en 1942 los contornos del Estado del Bienestar, especificó en otra publicación importante, teñida toda ella de keynesianismo, Full Employment in a Free Society, el conjunto de políticas económicas e industriales que debían ponerse en marcha tras el final de la guerra destinadas organizar el mundo de acuerdo con principios que eran radicalmente contrarios a los que habían llevado al desastre. El 10 de mayo de 1944, la Conferencia General de la Organización Internacional del Trabajo, reunida en Filadelfia, Pensilvania, adoptó por unanimidad una declaración que sentaba las bases para el consenso de Filadelfia.
En la mayoría de los países occidentales, la reconstrucción se llevó a cabo sobre la base de estos principios, formulados en el corazón mismo de la crisis por aquellos que entendieron que las lecciones deben aprenderse lo antes posible no sólo para revivir la esperanza y movilizar energías, sino también para evitar que la coalición de intereses especiales obstruya las transformaciones necesarias. Por eso desde hoy debemos iniciar la batalla para evitar el regreso del business as ususal, y para que el evento que estamos experimentando se entienda no como una catástrofe natural cuyo regreso simplemente debe evitarse –por ejemplo, erigiendo muros y fronteras por todas partes–, sino como un disparo de advertencia que requiere un desvío radical.
La paradoja es que hoy en día, la drástica reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero que buscábamos se está logrando temporalmente debido a la parada de la producción y el consumo en gran parte del mundo
Los perjuicios del crecimiento
El brote del virus ha revelado las principales disfunciones de nuestras sociedades, y al mismo tiempo, su inmensa fragilidad y la loca confianza en el genio humano que le ha hecho traspasar todos los límites. Justo antes del desarrollo de la crisis sanitaria, la conciencia de la magnitud de la crisis ecológica y los daños del crecimiento habían crecido hasta el punto de que se podía esperar que nuestras sociedades se embarcaran finalmente en el camino de la transición ecológica. La paradoja es que hoy en día, la drástica reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero que buscábamos se está logrando temporalmente debido a la parada de la producción y el consumo en gran parte del mundo.
Esta transición que deberíamos haber organizado a lo largo de una o dos décadas acaba de imponerse sobre nosotros con una brutalidad increíble: el riesgo es grande porque en lugar de desempeñar un papel de alerta, esta situación puede alentar a los gobiernos a impulsar como nunca los ímpetus de la productividad destinada a sanar las heridas de los ciudadanos y a revivir la economía como antes. Existe el riesgo real de que veamos a la salida del confinamiento, por parte de los gobiernos, relanzar un estímulo masivo por el crecimiento contaminante, y, por parte de los consumidores, pulsiones de compras consoladoras, todo lo cual contribuirá a aumentar la crisis ecológica, cuyas consecuencias serán aún peores que las que estamos experimentando hoy. El riesgo es claro cuando se ven que las legítimas llamadas al post-crecimiento o al decrecimiento son dejadas de lado a medida que se anuncian recortes masivos del PIB.
Por lo tanto, debemos lograr transformar la situación actual en preludio de la reconversión ecológica de nuestras sociedades y poder pensarla y organizarla en unas semanas. La gran oportunidad que tenemos es que las lecciones que se saquen de la crisis sanitaria converjan completamente con las condiciones para la implementación de este proceso: el papel eminente del Estado, su función de anticipación y planificación; la necesidad absoluta de reubicar parte de nuestra producción y de reindustrializar nuestro país, «cueste lo que cueste», desarrollando sectores de reparación, reciclaje, fabricación de bienes y servicios duraderos para que los territorios sean lo más autosuficientes posible; la obligación de romper con la actual división internacional del trabajo y el poder exorbitante de las multinacionales; la obligación de reducir significativamente el abanico salarial y la actual brecha entre la jerarquía de la remuneración, de una parte, y su utilidad social, de otra parte: la necesidad de democratizar nuestras empresas… Necesitamos un programa equivalente al del CNR que delinee las vías que tendrá que seguir nuestro país para organizar una Reconstrucción que sea al mismo tiempo una Reconversión.
La gran oportunidad que tenemos es que las lecciones que se saquen de la crisis sanitaria converjan completamente con las condiciones para la implementación de este proceso: el papel eminente del Estado, su función de anticipación y planificación
Todos aquellos que se han beneficiado de las recomendaciones tóxicas del Consenso de Washington y París y que tienen todo que perder de una reconversión que prima la reducción de las desigualdades y la generalización de la sobriedad, se opondrán sin duda y con toda su fuerza a un proceso de este tipo. Pero es probable que las clases medias y trabajadoras tendrán todo que ganar de un proyecto que debería crear un buen número de puestos de trabajo, especialmente en la agricultura y la industria, poner primer plano las ocupaciones esenciales que satisfacen las necesidades sociales y crean valor para la sociedad en lugar de para el accionista, y promover nuevas formas de organización del trabajo.
Al igual que en 1944, el diseño de un programa de este tipo sólo puede venir a partir de una amplia coalición de actores representativos de toda la sociedad, incluidos los sindicatos, las ONG y los partidos políticos, deliberando en asamblea: ésta será capaz de resistir a las fuerzas que no dudarán en oponerse decididamente a tal proyecto.
[Artículo publicado originalmente en Le Monde, 18 de abril de 2020. Traducción Pasos a la izquierda]
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Dominique Méda. Profesora de Sociología en la Université Paris-Dauphine, de París, directora del IRISSO (Institut de Recherche Interdisciplinaire en Sciences Sociales), y titular de la cátedra “Ecología, trabajo, empleo” en el Collège d’Études Mondiales (CEM).