Por PERE JÓDAR coeditor de Pasos a la Izquierda
Un bloguero en la senda de la autoayuda, la ‘espiritualidad’ y el tele-márquetin, Christophe Roux, populariza en un breve folleto de 37 páginas, la vieja consigna Travailler moins pour travailler tous; desde su ‘refugio en la naturaleza’ explica numerosas maneras de ganarse la vida en Internet; de ser rentista, vaya. Sí una demanda tan mítica, trabajada y sufrida por el movimiento obrero, como es la reducción de jornada -recordemos el Primero de Mayo de 1886 y la jornada de 8 horas, entre otros hitos-, ha caído también en manos de charlatanes (¡cómo si internet no implicara trabajo dependiente, incluso gratuito pero igualmente subordinado), es necesario y conveniente ofrecer un repaso sobre las virtudes, problemas, ventajas y desventajas de la demanda contenida en el título de este artículo. Para ello ofrecemos en las páginas que siguen, algunos textos seleccionados de diversas etapas de la historia del debate sobre la reducción de jornada a los que añadimos algunos comentarios de contraste con la actualidad.
La lucha por la jornada
Escribía Marx, en El Capital1, “La fijación de una jornada laboral normal es el resultado de una lucha multisecular entre el capitalista y el obrero. La historia de esta lucha, empero, muestra dos tendencias contrapuestas.” Unos pretenden alargarla y otros acortarla.
El autor ofrece una cronología histórica de dicha lucha secular que es importante retener aquí. Sitúa uno de los primeros hitos legislativos en Inglaterra, tras la Peste Negra (1349), debido a -recoge Marx el texto de un escritor tory-: «la dificultad de encontrar obreros que trabajasen a precios razonables… De ahí que se fijaran por ley, coactivamente, salarios razonables y también límites de la jornada laboral”. Esto se repite en 1497 o 1562, con modificaciones sobre el transcurso de la jornada, o limitaciones a la misma que no necesariamente se cumplían. Cita Marx a Petty que, a finales del XVII, afirmaba que los trabajadores tenían una jornada de 10 horas por día, con tres comidas diarias los días de trabajo y dos comidas el domingo. Marx destaca, no obstante, diversas intervenciones de próceres de la época quejándose de las dificultades que suponía que los trabajadores aceptaran las propuestas patronales de jornada y salario. Uno se expresaba así: “Que la humanidad en general se inclina naturalmente a la gandulería y la indolencia, es algo que experimentamos fatalmente cuando observamos la conducta de nuestro populacho manufacturero, que no trabaja, por término medio, más de 4 días por semana, salvo cuando se encarecen los medios de subsistencia … La cura no será completa hasta que nuestros pobres, ocupados en las manufacturas, se contenten con trabajar 6 días por la misma suma que ganan ahora en 4». Asimismo, menciona Marx la aplicación de la jornada de 12 horas a los jóvenes de 14-16 años, en otros países europeos durante la primera mitad del XIX, como Francia (1852), Suiza o Austria (1860), no siempre llevadas a término. O reducciones oficiales de la jornada aplicadas de forma oportunista en ciclos recesivos, como en la industria inglesa, lo que permitía a los fabricantes reducir los salarios y resarcirse en cuestión de los tiempos, por la obligación de los obreros a hacer horas extras hasta las 12 o las 15 horas diarias para garantizar un salario de subsistencia; y, naturalmente, sin pausas para comer y reponer fuerzas. A pesar de esta capacidad de disposición patronal, las protestas empresariales arreciaron hasta que en 1850 consiguieron la derogación de la ley de las 10 horas.
Escribía Marx, en El Capital, “La fijación de una jornada laboral normal es el resultado de una lucha multisecular entre el capitalista y el obrero. La historia de esta lucha, empero, muestra dos tendencias contrapuestas.” Unos pretenden alargarla y otros acortarla.
En definitiva, para Marx, “El ansia del capital por una prolongación desmesurada y despiadada de la jornada laboral”, encuentra el campo abonado en “el trabajador aislado, el trabajador como vendedor ‘libre’ de su fuerza de trabajo”. Cita también Marx el Congreso Obrero Internacional de Ginebra (1866) en el que se recoge la fórmula de Robert Owen de las 8 horas: “ocho horas de trabajo, ocho horas de recreo, ocho horas de descanso”. Una demanda que comenzará a concretarse tras la huelga del Primero de Mayo de 1886, tres años después de la muerte de Marx; aunque siempre acompañada de las artimañas que permitían jornadas reales de 12, 14 o más horas.
Sobre la jornada y su significado de subordinación y dependencia, Marx dejó este párrafo memorable: “Es preciso reconocer que nuestro obrero sale del proceso de producción distinto de como entró. En el mercado se enfrentaba a otros poseedores de mercancías como poseedor de la mercancía «fuerza de trabajo»: poseedor de mercancías contra poseedor de mercancías. El contrato por el cual vendía al capitalista su fuerza de trabajo demostraba, negro sobre blanco, por así́ decirlo, que había dispuesto libremente de su persona. Cerrado el trato se descubre que el obrero no es «ningún agente libre», y que el tiempo de que disponía libremente para vender su fuerza de trabajo es el tiempo por el cual está obligado a venderla; que en realidad su vampiro no se desprende de él «mientras quede por explotar un músculo, un tendón, una gota de sangre». Para «protegerse» contra la serpiente de sus tormentos, los obreros tienen que confederar sus cabezas e imponer como clase una ley estatal, una barrera social infranqueable que les impida a ellos mismos venderse junto a su descendencia, por medio de un contrato libre con el capital, para la muerte y la esclavitud. En lugar del pomposo catálogo de los «derechos humanos inalienables» hace ahora su aparición la modesta Magna Charta de una jornada laboral restringida por la ley, una carta magna que «pone en claro finalmente cuándo termina el tiempo que el obrero vende, y cuándo comienza el tiempo que le pertenece a sí mismo». Quantum mutatus ab illo! [¡Qué gran transformación!]”.
Para Marx, “El ansia del capital por una prolongación desmesurada y despiadada de la jornada laboral”, encuentra el campo abonado en “el trabajador aislado, el trabajador como vendedor ‘libre’ de su fuerza de trabajo”
En España la jornada de 8 horas se implantó en 1919, tras la huelga de la Canadiense; no obstante, tras la guerra civil, el movimiento obrero derrotado tuvo que aceptar de nuevo jornadas interminables; en 1983 se fijó por ley las 40 horas. Tal como relataba Marx para los siglos 18 y 19, no es la jornada en sí, sino una ‘lucha por la jornada’. En 2005, por ejemplo, el Reino Unido proponía fijar la jornada laboral máxima en 65 horas; la Unión Europea rechazó la propuesta, pero varios estados miembros exponían su criterio de mantener excepciones a la jornada laboral máxima de 48 horas.
Una visión optimista de la reducción de jornada
En el plano intelectual, y tras la crisis de 1929, Einstein y Keynes abogaban por formas de reducción de la jornada laboral. Keynes2 se atrevió a pronosticar la semana de 15 horas en 2030 fruto del progreso tecnológico, naturalmente sin contar con la interminable lucha por la jornada de la que advertía Marx. Más cercano a nosotros, André Gorz en Ecología y libertad3, ponía en boca del presidente de una utópica República francesa un mensaje a la población que hiciera posible la realización de ambas cuestiones. La primera medida: “Vamos a trabajar menos… se tratará de trabajar en el futuro menos, mejor y de otro modo”, concluye con un, “hemos conquistado, el derecho al trabajo libre y al tiempo libre”. En 1983, el mismo autor ahora sin ficción de por medio, propone un máximo de 20.000 horas de trabajo dependiente repartido durante una vida entera4. Gorz5 también avanza que: “El interés común de todos los asalariados… consiste en no hacerse competencia, en organizar su unión frente al patronato y en negociar colectivamente con él las condiciones de su empleo. El sindicalismo es la expresión del referido interés común. En un contexto en el cual no hay trabajo remunerado a tiempo completo para todo el mundo, para el movimiento sindical, el abandono de la ideología del trabajo se hace un imperativo de subsistencia. Dicho abandono no significa de modo alguno una negociación. El tema de la liberación del trabajo, tanto como el lema de «trabajar menos para que todos puedan trabajar», han motivado las luchas del movimiento obrero desde sus orígenes”. En este párrafo, tal vez el autor, expresa su voluntad, más que la realidad, sobre el conflicto desarrollado alrededor de la jornada por trabajadores y sindicatos que, como no podía ser de otra manera, ha sido compleja y contradictoria.
Remarquemos que Gorz distingue entre trabajo y empleo, que muchos confunden “como se confunde el derecho al trabajo, el derecho a un salario y el derecho a una renta”. Por ello él sí habla del trabajo de la reproducción (trabajo doméstico), normalmente no pagado, ni reconocido, “muchas veces, dicho trabajo ha sido y sigue siendo impuesto a las mujeres encima de su trabajo con fines económicos”. Y, por ello, argumenta a favor de la lucha de las mujeres al enfatizar que la reducción de la duración de la jornada laboral ha de “ir a la par de un reparto nuevo y equitativo de las tareas no remuneradas de la esfera doméstica”. Además, Gorz distingue las actividades realizadas libremente que denomina “actividades autónomas”; estas actividades exigen para su realización tiempo liberado de las ocupaciones subordinadas como las que caracterizan al trabajo asalariado. Y alrededor de esta distinción y de la necesidad de conseguir tiempo liberado centra su propuesta.
En un contexto en el cual no hay trabajo remunerado a tiempo completo para todo el mundo, para el movimiento sindical, el abandono de la ideología del trabajo se hace un imperativo de subsistencia
A diferencia de Keynes, Gorz nada determinista, ve en el progreso tecnológico una tendencia hacia el aumento de la desocupación y el auge del pensamiento tecnocrático. En el prologo al libro de Guy Aznar6, Gorz insiste en distinguir la propuesta de los dos autores en torno a la redistribución del trabajo y del tiempo liberado, de la tecnocrática iniciativa de ‘repartir el trabajo’ (una catástrofe semántica según Aznar), en la que “la necesidad se hace ley”, para “repartir el pastel del empleo y del salario entre un número mayor de cabezas”; un reparto que se sitúa “bajo el signo de las privaciones y de los sacrificios”.
Por su parte Guy Aznar remarca, en la obra mencionada, que hay tres estrategias posibles ante los cambios sobrevenidos en el trabajo y la ocupación: la reducción del tiempo de trabajo, el reparto del paro y el trabajo con jornada a la carta. Se trata de elegir aquellas que eviten la dualidad mediante la cual uno trabaja toda su vida a tiempo completo y otro no trabaja nada, de manera de conseguir que ambos trabajen la mitad o menos a lo largo de su vida, según modalidades y ritmos variados. Por ello, dice Aznar, redistribuir el trabajo se convierte en una necesidad. Y, así, el autor apunta diferentes formas de media jornada: la clásica en la que un trabajador decide trabajar a tiempo parcial o el job sharing (tiempo compartido autogestionado por dos personas; tan expandido hoy día y no en el sentido más beneficioso para el trabajador); la destinada a encargarse de los hijos o el cuidado y atención en el hogar de un familiar; aquella previa a la jubilación; la destinada a la formación y cualificación profesional; la media jornada de inserción; el tiempo compartido entre funcionarios; el año sabático; un servicio civil para todos para satisfacer necesidades sociales; hasta un total de 20 propuestas.
Ahora bien, una vez enumeradas las posibles soluciones, de nuevo el objetivo de Aznar: “conquistar el tiempo libre”. En este sentido se trata de “reinventar el trabajo”. El autor entiende que “el trabajo es la vida, o al menos es uno de los aspectos de la vida que consiste en gastar la energía sobre la realidad para transformarla. Vivir es jugar, es dormir, es cantar, es soñar, pero también es trabajar… Vivir también es activarse, es producir”. Remarquemos esto, porque es uno de los aspectos clave de la lucha emancipatoria, tener derechos y protecciones en plano de igualdad, para mantener relaciones sociales (incluidas las relacionadas con el trabajo y el trabajo de ganarse la vida) en un respetuoso marco de libertad incondicional7.
El trabajo del que nos hablan Gorz y Aznar, la ocupación remunerada, es un trabajo alienado, que la automatización hace aún más abstracto; de manera que ya no importa de qué trabajas o donde trabajas, sino tener un empleo para seguir viviendo, una orientación puramente instrumental hacia un escenario -el de la ocupación- en el que empeñamos necesariamente una buena parte de nuestra vida. Es un esfuerzo en el que no nos implicamos y a ello anteponen un trabajo implicado -trabajo liberado en Gorz-, en el que poder realizarse.
Gorz insiste en distinguir la propuesta de los dos autores en torno a la redistribución del trabajo y del tiempo liberado, de la tecnocrática iniciativa de ‘repartir el trabajo
En definitiva, “vivir en dos tiempos, un proyecto de sociedad”, un modelo bipolar, una disociación (compartida con Gorz) que, a juicio del autor, permite un futuro en el que se pueda abordar de manera más abierta dilemas como: global/local; productores/consumidores; cuantitativo/cualitativo respecto al crecimiento y el horizonte ecológico; y, también, individual/ colectivo; público/privado. Para Gorz y Aznar partir de los dos polos opuestos: vida dependiente/ autónoma y empleo subordinado/trabajo libre, es la única posibilidad de buscar nuevos escenarios de autonomía y solidaridad, transformando los tiempos. Así que los autores propugnan: “todos a media jornada…trabajar a media jornada es vivir el tiempo por partida doble”. Por un lado, las exigencias del sistema que implican unas relaciones sociales condicionadas y, por otro, las exigencias propias enmarcadas en unas relaciones sociales libres. Su sociedad bipolar en la que todos trabajan a medias se distingue de la sociedad dual en la que unos trabajan y otros no. Y, sin embargo, en 19888, Gorz escribe: “el movimiento sindical, como en el pasado, tiene que luchar sobre dos planos a la vez: uno, por la ‘humanización’, el enriquecimiento del trabajo [empleo] y, otro, por la reducción de su duración, sin pérdida de rentas”. Puede resultar chocante el énfasis en la bipolaridad frente a este papel del sindicato que, necesariamente ha de enfrentar a la vez el humanizar la ocupación y el conseguir tiempo para el ‘trabajo liberado’; cuestión que como veremos Trentin no deja pasar desapercibida. Un apunte de actualidad es que, dado que ciudadanos y trabajadores, son contemplados más como consumidores que como productores, se va expandiendo un trabajo gratuito, inconsciente en el ‘tiempo libre’, por medio de TIC, algoritmos, IA, que permiten engrosar la cartera de las tecnológicas cada vez que utilizamos un artilugio de nueva tecnología. Una más de las formas de empleo gratuito que se van extendiendo.
El texto de Aznar cuenta, además de la colaboración de Gorz, con la de dos sindicalistas españoles que también contribuyen al debate, matizando el optimismo. Salce Elvira por CCOO comparte la idea de que el crecimiento ya no servirá para combatir el paro; no es sólo la automatización y las TIC que inciden en la industria, sino también en los servicios; es, además, la sucesión de reformas laborales que recortan derechos y reducen el poder negociador de los trabajadores y sus organizaciones. No obstante, insiste en la idea de ‘repartir el trabajo’, como una medida necesaria para conseguir el derecho a un trabajo digno y al pleno empleo. Para avanzar en ello, propone: la reducción de la jornada hacia las 35 horas; la reordenación de la jornada para controlar las medidas de flexibilidad del tiempo unilateral; eliminar el pluriempleo; fomentar la jubilación anticipada y la jubilación a los 60 años; planes de vacaciones y años sabáticos, etc.
El crecimiento ya no servirá para combatir el paro
La autora se detiene en la reducción de jornada con el objetivo de ‘trabajar menos para trabajar todos’. Así propone una reducción general de la jornada en el marco europeo. No obstante, es consciente de que los planes de Gobierno y patronal van por el camino de la precarización, la temporalidad y el trabajo a tiempo parcial; en definitiva, por la vía de permitir un mayor control de los tiempos por parte del empresariado y la consiguiente reducción salarial y de prestaciones sociales. Por ello, argumenta que el reparto del trabajo exige tener en cuenta conjuntamente: salario, productividad, organización del trabajo en la empresa, y el fomento de los instrumentos de participación de los trabajadores en la empresa.
Por último, Salce Elvira, teniendo en cuenta algunos de los argumentos de Gorz y Aznar habla de pensar la jornada laboral en el conjunto de la vida activa y del reparto del empleo como una forma de solidaridad, en la que se incluya el reparto del producto social y de la riqueza. Pero, atención a la advertencia: “si no cuestionamos el ‘modelo de producción’, el reparto del trabajo sólo será un reparto de la miseria, que ampliará la dualidad social y la marginación de amplias capas de la población”.
Por parte de UGT interviene otro dirigente histórico, José María Zufiaur. Según el autor las movilizaciones alemanas de los 70, las 35 horas propuestas por la CES en 1979, la consigna italiana del 78: lavorare meno per lavorare tutti9, son ejemplos que rompen con la tradición sindical que entendía la reducción de jornada como medio “para reducir el sufrimiento del trabajo, mejorar la calidad de vida y ganar tiempo libre para el disfrute y el cultivo personal fuera de las empresas”, en nada relacionada con empleo y desempleo como si lo fue la demanda a finales de los 70. Y, de nuevo en los años 90, la discusión de las 35 horas en Francia y la Volkswagen alemana, para combatir el desempleo. La aparición de tasas de desempleo altas en sistemas de pleno empleo, su persistencia, incluso en el ciclo económico de crecimiento, exigían tal vez nuevos planteamientos.
El pensamiento y la práctica neoliberal enfrentaba la cuestión del desempleo, de forma interesada desde la óptica de la rigidez del mercado de trabajo, el estado del bienestar y el poder sindical. Como dice el autor, es una alternativa basada en ‘repartir el salario’. El consenso de Washington tras los triunfos electorales de Reagan y Thatcher se expandía por el mundo a remolque de las embestidas de las organizaciones internacionales (FMI, OCDE, más tarde la OMC, el BCE o la Comisión Europea), imponiendo la desregulación y mercantilización bajo el eufemismo de reforma de la ocupación, del salario, las pensiones, las políticas sociales, la negociación y la participación colectiva de los trabajadores, los sindicatos.
Frente al tsunami mercantilizador, la alternativa sindical y de algunas fuerzas de izquierda plantearon, según Zufiaur, un modelo de construcción europea más equilibrado; una política económica centrada en el empleo; un reparto equitativo y solidario de los incrementos de productividad; énfasis en la flexibilidad cualitativa e interna y no en la cuantitativa y externa. Y la reducción de jornada y su reorganización, que sólo serán instrumentos para crear empleo, si se cumplen dos condiciones: que sea una reducción “drástica y no uniforme”; y que se “financie por diversos medios” (y agentes) la reducción.
Zufiaur resalta, un aspecto importante que Gorz y Aznar dejan muy claro: no confunden “la reducción del tiempo de trabajo y su redistribución con el reparto de los salarios o… el reparto del paro”. Ese mantra que desde que lo lanzara el señor Milton Friedman se repite aquí y allá, en escenarios gubernamentales, empresariales y académicos, de que los trabajadores con empleo, por su protección y altos salarios, son los ‘creadores’ de la precariedad y el desempleo, mientras los directivos y empresarios son los verdaderos ‘creadores’ de empleo. Endiosamiento empresarial, demonización de los trabajadores y sus organizaciones, una de las claves del éxito, junto a la individualización y el fomento de identidades diferenciadas, de la propagación del sentido común neoliberal. Y, sin embargo, la demanda y acción empresarial en pro de la flexibilidad laboral, no sólo no ha acabado con el desempleo, sino que ha traído, además, la precariedad, el trabajo pobre, la desigualdad, la inseguridad y nuevos escenarios de sufrimiento laboral. Este es el verdadero final al que nos conducen aquellos que hablan de contrato único neoliberal.
La reducción del tiempo de trabajo es una cuestión estratégica para los sindicatos: para extender la solidaridad y como alternativa a los despidos, también para preservar su papel interlocutor
Zufiaur remite a la paradoja clave señalada por Aznar: progresión geométrica de la productividad, reducción en cuentagotas de la jornada. Y añade que el empleo, no sólo depende de las condiciones productivas y de los mercados internacionales, sino “de la forma en que socialmente se organiza el trabajo”. Finaliza Zufiaur con algunas cuestiones prácticas para plantear el debate sindical sobre la reducción y redistribución del tiempo de trabajo: necesidad de coordinación sindical a nivel europeo; relacionar la reducción de la jornada y la utilización intensiva de las instalaciones; vincular la reducción del horario de trabajo y el salario; ¿qué nivel de negociación: centralizado o de empresa? En todo caso, opina que la reducción del tiempo de trabajo es una cuestión estratégica para los sindicatos: para extender la solidaridad y como alternativa a los despidos, también para preservar su papel interlocutor. Finalmente, porque es una vía para acabar con la exclusión social, la fragmentación de los trabajadores y la alienación del trabajo.
Trentin: una posición compleja y matizada
Desde Italia Bruno Trentin10 planteó, dada su perspectiva de sindicalista y teórico, que el problema no es sólo conseguir tiempo libre sino, fundamentalmente, qué tipo de trabajo -ocupación- hacemos: ¿cómo se organiza?, ¿es creativo, es estimulante?, ¿permite actuar con autonomía y capacidad de decisión?, ¿facilita las relaciones entre las personas, dentro y fuera de las organizaciones?, ¿en la vida laboral y en la cotidiana? En definitiva, para Trentin el problema no es tanto la cantidad del tiempo que pasamos en nuestras ocupaciones destinadas a ganarnos la vida, como la calidad de éstas.
Esta es una manera diferente de abordar la cuestión a la de los franceses Aznar y Gorz que insisten en su Trabajar menos para trabajar todos, en la necesidad de disminuir el número de trabajadores y las horas que trabajan. Frente a ello, Trentin piensa en un cambio profundo de la relación laboral, en transformar sus términos, no en plantear una dualidad o polaridad vital entre servidumbre, subordinación y dependencia en el tiempo ocupado para ganarse la vida, y una vida de libre expresión de la personalidad, creatividad y capacidad de relacionarse socialmente en el lapso temporal fuera de esas ocupaciones.
Para Trentin es fundamental cambiar el carácter del trabajo remunerado que se desarrolla en las ocupaciones, en los lugares de trabajo dependientes de las decisiones de las empresas; sin esa transformación el resto de ‘conquistas’ se difuminan. Remarquemos: “una persona que, incluso durante una hora de su vida, es sometida a un trabajo fragmentado, en el que se le expropia su capacidad creativa o su autonomía de decisión, es una persona marcada en toda su vida y en sus actividades diarias, sean o no libres. Una maldición que, si fuera inevitable, marcaría por sí misma, independientemente de la cantidad de tiempo, toda la vida de la persona. Sus posibilidades de expresión en otros campos también serían limitadas, tanto en su actividad voluntaria como en sus formas de evasión”. No hay dualidad justificable, vida y trabajo se unen en la misma persona trabajadora.
Para Trentin el problema no es tanto la cantidad del tiempo que pasamos en nuestras ocupaciones destinadas a ganarnos la vida, como la calidad de éstas
Cuestiones muy razonables las que plantea Trentin, que matizan el ‘optimismo voluntarioso’, de Gorz y Aznar. La reducción de la jornada no es ninguna varita mágica, sino una iniciativa compleja que ha de vincularse a muchas otras medidas necesarias para que redunde en beneficio de los trabajadores. No obstante, Trentin propone una idea, tras hablar de los riesgos psíquicos y nerviosos que sufren en mayor medida desempleados y jubilados, que puede ser, y de hecho es, muy debatida: “alguien que pierde su trabajo generalmente no mejora sus relaciones familiares, sus relaciones emocionales y sus aptitudes para la actividad creativa. Porque el trabajo social define el lugar que ocupa el trabajador en toda la red de relaciones interpersonales”; la ocupación, en definitiva, contribuye a la “realización de la identidad de la persona”. Ciertamente diversos sociólogos del trabajo han puesto sobre el papel la existencia de orientaciones y comportamientos diferenciados de las personas ante el trabajo y las ocupaciones organizadas; la familia, la educación recibida, el ambiente social, la misma experiencia profesional, contribuyen a la diversidad. Sin embargo, también existen abundantes ejemplos de autores y colectivos que tienen “el sueño de vivir sin trabajar”11, o que son muy críticos hacia el trabajo; quizás con un entusiasmo poco meditado vislumbran como ‘vía de escape’ el ‘derecho a la pereza’ de Lafargue. Aquí, entre muchos otros se puede citar el ejemplo del grupo alemán Krisis12: “Con la crisis de la sociedad del trabajo también ha quedado completamente en ridículo la afirmación de que el trabajo es una necesidad eterna, impuesta a los hombres por la naturaleza… No es ya la maldición del Antiguo Testamento ‘comerás el fruto del sudor de tu frente” … sino, ‘no comerás, porque tu sudor no es necesario y es invendible”. Diversos autores, entre ellos Castel o Linhart13, remarcan la existencia de esa penuria del empleo, mientras se sobrevalora el trabajo remunerado, de manera que sin él eres estigmatizado. Los dos polos aquí presentados, el trabajo remunerado necesario para vivir, así como para crear identidad y relacionarnos y el polo de prescindir del empleo, continúan muy presentes hoy día en las discusiones sobre renta básica, trabajo garantizado, alternativas de emancipación, etc.
Queda claro, pues, que para Trentin, conseguir relaciones sociales armoniosas y no conflictivas, depende de conseguirlas dentro y fuera de las organizaciones en las que desarrollamos nuestras ocupaciones. La mercantilización creciente de nuestros escenarios de vida privada: hogar, ocio, cultura, también nos acercaría a las tesis del autor.
Los dos polos aquí presentados, el trabajo remunerado necesario para vivir, así como para crear identidad y relacionarnos y el polo de prescindir del empleo, continúan muy presentes hoy día en las discusiones sobre renta básica, trabajo garantizado
Trentin apunta que Gorz y Aznar continuaron contemplando el taylorismo, a pesar de que ambos lo caracterizaron de instrumento de coerción, como un componente inmutable de la sociedad capitalista; justo cuando el taylorismo mostraba claros síntomas de crisis. Para Trentin quizás ello se debió a que, tras la efervescencia de los movimientos sociales de finales de los 60 y principios de los 70, siguió “el largo invierno de la acción reivindicativa en Europa … cuando los temas de la condición obrera, de la salud, de la reducción del trabajo desaparecen de las luchas sindicales y sociales”, condicionando quizás la obra de ambos autores. En este contexto, para Trentin, la consigna “Lavorare meno, lavorare tutti, equivale a un abandono de la protección de la condición obrera”. De hecho, nos dice que no es un eslogan nuevo, ya que formó parte de las ideas difundidas por los utopistas del XIX; también en cierta manera de Marx. No obstante, dice Trentin: “Marx tuvo, de hecho, la intuición de que la reapropiación del saber, la formación profesional, junto a la reducción del horario de trabajo y la movilidad profesional de los trabajadores, transformarían radicalmente la clase trabajadora y su papel en la sociedad ya en el sistema industrial existente”. Mientras que Gramsci, en Americanismo y fordismo, dibujó una trayectoria exactamente opuesta: “la liberación se produce por medio de una sufrida movilidad de una profesión a otra, de un oficio a otro, acompañada de un horario de trabajo que se reduce a la reconquista de espacios para la formación y el conocimiento, para la construcción de una cultura no solo profesional”.
Trentin ve otros obstáculos a la reducción generalizada del horario de trabajo dirigida al aumento de la ocupación y a la reducción del tiempo de vida en el empleo. Primero, los avances organizativos y tecnológicos pueden incrementar el trabajo y la producción, pero mientras se reducen las horas de trabajo, no tiene porqué aumentar el empleo; desde los 90 del pasado siglo se evidencia aún más esta disyuntiva. El progreso técnico acelerado, la subcontratación, o la deslocalización han sido respuestas tradicionales, desde las empresas, a la reducción de jornada. Segundo, la fragmentación de la clase trabajadora, el aumento de precarios y desocupados, las diferencias entre manuales y no manuales, hombres y mujeres, inmigrantes y autóctonos, cualificados y no cualificados, subcontratados y, ahora también, teletrabajo, plataformas (crowdsourcing, riders, etc.), incrementan de manera extraordinaria la división y segmentación de los trabajadores asalariados y autónomos. Aunque no lo cita sabemos de las reducciones de jornada de la Volkswagen a mediados-finales de los 80 que, aunque preveían una creación sustancial de empleos, generaron un efecto perverso, de manera que los trabajadores Volkswagen, cualificados y con tiempo libre, fueron pluri-empleados por pequeñas empresas que, de otro modo, hubieran empleado a trabajadores menos cualificados desempleados. Estos problemas son más perentorios en la actualidad que cuando escribió Trentin.
También refiere Trentin la batalla por la reducción de la jornada a finales de los 60. Y observa dos tipos de limitaciones: objetivas y subjetivas. En aquella etapa se trataba de las 40 horas, un contenido que se unía a la modificación de las condiciones de trabajo para disminuir las penalidades de las normas tayloristas-fordistas en las industrias; una reducción vinculada a la demanda de facilidades para la educación y formación de los trabajadores, laboral, social y asociativa. Sin embargo, dice el autor -y, de ahí, la limitación objetiva-, las reducciones de jornada conseguidas fueron paulatinamente reabsorbidas por las empresas, al aplicar medidas unilaterales de flexibilidad temporal: desde los turnos, la distribución horaria y de jornada diferenciada según la temporada o las necesidades productivas.
El progreso técnico acelerado, la subcontratación, o la deslocalización han sido respuestas tradicionales, desde las empresas, a la reducción de jornada
En la Italia de la época se ganó la batalla de las 40 horas, junto con “la negociación preventiva de las horas extraordinarias, de las pausas en el horario, de los tiempos y ritmos de trabajo… de prevención y control de la salud”, fruto de la movilización del autunno caldo del 69 y la capacidad organizativa y negociadora conseguida por los sindicatos. Trentin subraya que, en el caso italiano, se priorizó fortalecer la organización y la negociación, lo que permitió el mantenimiento de cierto poder negociador, pese a la tradicional reacción vengativa del sistema. En contraste en Francia, un planteamiento más radical (mayo del 68) puso el acento en el aumento salarial que permitió, poco tiempo después, su reabsorción por el gobierno De Gaulle. En un caso, se mantuvieron los lazos de cohesión y de solidaridad; en el otro, surgieron brechas entre colectivos de trabajadores y entre sus organizaciones.
Las limitaciones subjetivas se relacionan con la capacidad del sindicato de generar solidaridad entre los diversos estratos de la clase trabajadora, para enfrentarse con garantías a una patronal opuesta a la demanda de reducción de la jornada. “La cohesión es, desde el punto de vista del sindicato el elemento determinante de la relación de fuerza. Cuando se deshace la cohesión entre los trabajadores, esto generalmente determina inmediatamente, también una fractura entre los sindicatos. Y así se debilita, cualitativamente, no sólo cuantitativamente, la relación de fuerza frente a las contrapartes”.
Para Trentin el problema que se hizo evidente en aquella época, convertido en más acuciante con el paso de los años, es que la reducción de jornada (por ejemplo, la batalla narrada por las 40 horas) se corresponde con una “época de organización del trabajo y de composición social y profesional de la clase trabajadora relativamente homogénea en los grandes sectores industriales”; el fordismo. La posterior fragmentación de los sectores y empresas industriales, el auge de los servicios, la heterogeneidad acusada de la clase trabajadora dificulta conseguir éxitos en ese tipo de demanda. Incluso las pequeñas reducciones conseguidas por convenio, argumenta, “fueron monetarizadas y se acompañaron de un aumento de las horas extras, alterando las reglas establecidas en los convenios”. “En suma, la patronal consiguió en muchos casos intercambiar la reducción efectiva de la jornada laboral por un aumento salarial, tal vez acompañado de una ampliación del horario semanal efectivo”.
Cuando se deshace la cohesión entre los trabajadores, esto generalmente determina inmediatamente, también una fractura entre los sindicatos
La demanda de flexibilidad laboral impulsada por las grandes agencias internacionales, los gobiernos más o menos próximos al canon neoliberal y las patronales, conlleva una elevada flexibilidad de la gestión de los tiempos de trabajo dirigida, unilateral y discrecionalmente, por unas empresas crecidas en su capacidad dispositiva mediante la descentralización de la negociación colectiva. Aún más acusada por la desconcentración de las unidades productivas (de bienes y servicios), en conglomerados empresariales de centros de trabajo y subcontratas, mientras las TIC permiten un perfecto control centralizado (nacional o global). Los modelos horarios y de jornada se han trastocado mientras que el tiempo parcial, el trabajo temporal, o el trabajo autónomo heterónomo se han expandido, al tiempo que el sindicalismo se debilita.
Por ello, concluye Trentin: “Las reducciones generalizadas de la jornada definidas de manera negociada pueden, ciertamente, continuar siendo importantes ‘líneas guía’. Pero su realización efectiva dependerá siempre de la capacidad de negociar en el lugar de trabajo las diversas especificidades- de las prestaciones laborales y de la organización del trabajo”.
Una reflexión final
Decía Marx que la cuestión de la jornada laboral es una lucha. Un conflicto que implica avances y retrocesos. Lo conseguido, por ejemplo, en el siglo XIX, mediante una reducción horaria podía implicar un descenso efectivo del salario a destajo (fabricar más piezas por el mismo precio), y la necesidad empujaba a los obreros a las horas extra. Los derechos y protecciones, las regulaciones, conseguidas durante los años de bienestar, en algunos países y algunos colectivos, y refrendadas en convenios colectivos y leyes, son ‘puenteadas’ en la actualidad, de forma acelerada y anárquica por la explosión de nuevas formas de ‘ocupación creativa’ impulsada por iniciativas empresariales e inversoras con objetivos exclusivos de ganancia rápida e impaciente. La capacidad de exploración de las nuevas vías abiertas de precarización, explotación y expropiación recuerda aquella frase del Manifiesto comunista de “todo lo sólido se desvanece en el aire”.
A juicio de Trentin, “Las reducciones generalizadas de la jornada definidas de manera negociada pueden, ciertamente, continuar siendo importantes ‘líneas guía’. Pero su realización efectiva dependerá siempre de la capacidad de negociar en el lugar de trabajo las diversas especificidades- de las prestaciones laborales y de la organización del trabajo”
En ese contexto queríamos ofrecer esta reseña de autores que con sus intervenciones han marcado diversas etapas de reflexión sobre la reducción de jornada. Marx y su descripción descarnada; Gorz y Aznar y su apuesta decidida y relativamente optimista por el Travailler moins pour vivre mieux, no sin matices y complejidades añadidas. La prevención, aún estando de acuerdo, de los sindicalistas españoles en el impulso del Trabajar menos para trabajar todos. Y en particular la llamada a la prudencia, repasando dos momentos muy significativos de la lucha de los trabajadores por la reducción de jornada, (los 60-70 y los 90), que nos ofrece Trentin. Para él, sólo en momentos de fortaleza y capacidad negociadora, el movimiento de los trabajadores ha conseguido avances relativamente estables; pero no eternos, como muestra la breve cronología aquí apuntada. La demanda Lavorare meno, lavorare tutti, por sí sola no es solución.
Hoy vuelve la reivindicación de la jornada, pero recordemos que hay una historia detrás. Remarquemos que, en la Gran Recesión de 2008, sólo algunas minorías reivindicaron la reducción de jornada como una de las posibles soluciones; la izquierda, los sindicatos, los trabajadores, se enfrentaron con relativa impotencia, más allá de movilizaciones puntuales, al muro austeritario, a la impudicia inamovible de las agencias internacionales, de la Unión Europea, del sector financiero y los fondos de inversión. Ahora con la crisis Covid-19, una más desde las de 1970 en la que el capitalismo neoliberal va imponiendo sus maneras de hacer, resurge tímidamente el debate. ¿Es una demanda para llenar el ‘significante vacío’?, ¿una necesidad de hallar objetivos optimistas y esperanzadores (como nos plantean en otro artículo Larrouturou y Mèda al estilo de Gorz y Aznar)? ¿una reflexión ante la necesidad de reaccionar y avanzar en distintas direcciones generando organización y poder negociador como dijo Trentin? Más allá de las soluciones que sirven para todo (semana de cuatro días, 35, 32 horas…), la complejidad del capitalismo financiero, globalizado y neoliberal conduce a la degradación de los empleos y al gobierno de nuestras vidas precarizadas; nuestro tiempo supuestamente libre es ahora también escenario condicionado de pingües ganancias. Los liberales de los siglos 18 y 19 querían trabajadores pobres, ahora nos quieren también como consumidores pobres y endeudados; población excedente, de relleno, posibles votantes o directamente excluidos. Urge pensar y organizar alternativas. Como expresa Stiglitz14: “no es demasiado tarde para salvar al capitalismo de sí mismo”. O, como diríamos otros, los más fieros anti-sistema son los que actualmente lo gobiernan. La práctica neoliberal ha invadido nuestras vidas, condiciona nuestra libertad, capacidad de decisión y de elección, es momento de integrar trabajo y empleo a una vida con más autonomía e incondicionalidad.
________________
Pere Jódar. Profesor Sociología UPF. Coeditor de Pasos a la Izquierda.
NOTAS
1.- Karl Marx (2010). El Capital. Libro I, Volumen I. Madrid, Siglo XXI. Capítulo VIII. La jornada laboral. [^]
2.- Robert Skidelsky and Edward Skidelsky (2012) How Much is Enough? Money and the Good Life. New York, Other Press. [^]
3.- Michel Bosquet (André Gorz) (1979) Ecología y libertad. Barcelona, Gustavo Gili. Primera edición francesa, 1977. [^]
[4] 4.- André Gorz (1983) Les chemins du Paradis. L’agonie du capital. Paris, Editions Galilée. [^]
5.- André Gorz (1987) Los sindicatos entre el neocorporativismo y la ampliación de su misión. El Proyecto, núm 2. [^]
6.- Guy Aznar (1993) Trabajar menos para trabajar todos. Madrid, HOAC. [^]
7.- David Casassas (2018) Libertad incondicional. La renta básica en la revolución democrática. Barcelona, Paidós. [^]
8.- André Gorz (1988) Métamorphoses du travail. Critique de la raison économique. Paris, Éditions Galilée. [^]
9.- Nicola Cacace, Luigi Frey, Raffaele Morese (1978). Lavorare meno per lavorare tutti.Roma, Edizioni Lavoro. Ver también, Domenico De Masi (1997 Sviluppo senza lavoro, Roma, Edizioni Lavoro, 1997. [^]
10.- Bruno Trentin (1994) Il coraggio dell’utopia. La sinistra e il sindacato dopo il taylorismo. Un’Intervista di Bruno Ugolini. Milán, Rizzoli. [^]
11.- Título del libro de Daniel Fridman (2019) El sueño de vivir sin trabajar. Una sociologia del emprendedorismo, la autoayuda financera y el nuevo individuo del siglo XXI. Madrid, Siglo XXI. [^]
12.- Grupo Krisis (2018) Manifiesto contra el trabajo. Barcelona, Virus. Edición original en 1999. Ver también el capítulo titulado Fin del trabajo: vida mágica de los franceses Comité Invisible (2017) Ahora. Madrid, Pepitas de calabaza editorial. Para estos últimos las transformaciones recientes del capitalismo han reconvertido la teoría del trabajador como muerto de hambre, tan cara al liberalismo inicial, en teoría del capital humano en el neoliberalismo rampante; individuo en permanente optimización, cada vez menos como productor y cada vez más como consumidor. Su pregunta esencial es ¿cómo vivir? [^]
13.- Robert Castel (2009), La montée des incertitudes, Paris, Seuil; Danièlle Linhart (2021) L’insoutenable subordination des salariés, Toulouse, Érès. [^]
14.- Joseph Stiglitz (2020) Capitalismo progresista. La respuesta a la era del malestar. Madrid, Taurus. [^]