Por WOLFGANG STREECK
Tiempo ganado es la versión ampliada de las lecciones sobre Adorno que di en junio de 2012 en el Instituto de investigaciones sociales de Frankfurt, casi cuarenta años después de haber obtenido mi licenciatura en Sociología. No puedo decir que haya sido precisamente un “alumno” de Adorno. Frecuenté algunas de sus lecciones y seminarios pero no comprendí mucho; entonces las cosas eran así, y así se aceptaban. Solo después, debido a una serie de circunstancias más bien casuales, me quedó claro todo lo que me había perdido por ello. Por eso, el recuerdo más importante que tengo de Adorno es el de la profunda seriedad existencial con la que desempeñaba su trabajo, en fuerte contraste con la íntima indiferencia con la que la sociología muy frecuentemente es practicada desde hace decenios, cuando comenzó su proceso de profesionalización.
Afortunadamente nadie me pedirá que dé cuenta del valor de la obra de Adorno. Incluso he renunciado a buscar en los aspectos concretos las conexiones entre lo que yo tengo que decir y lo que nos dejó Adorno; parecería forzado y presuntuoso. Si hay puntos en común, son muy genéricos. Uno de ellos es mi rechazo instintivo a creer que las crisis tienen siempre una solución positiva, una intuición que con bastante certeza creo poder encontrar también en Adorno. Él renunció a una visión ‘funcionalista’ tranquilizadora, como la vemos en Talcott Parsons; en Adorno no hay ninguna garantía de que todo vuelva a su equilibrio. No consiguió identificarse con la profunda fe de Hölderlin, que pensaba que “donde crece el peligro, surge también la salvación”. También es así para mí, no importan las razones. Los ordenamientos sociales me parecen por norma frágiles y precarios, y las catástrofes, siempre posibles. Me parece equivocado pretender que quien particulariza y analiza un problema ofrezca también la solución; y sin embargo, en este libro no me someto a tal imposición, si bien en relación con un aspecto particular de la crisis trato de presentar una propuesta, por más que no sea inmediatamente realizable. Los problemas pueden presentar unas características para las que no existen soluciones o, en cualquier caso, las soluciones no son alcanzables aquí y ahora. Si alguien me pregunta, en tono de reproche, dónde está entonces mi contribución “positiva”, tendré que referirme a Adorno, cuya respuesta —naturalmente expresada con términos más brillantes— sería, sin duda: ¿y si no hubiese nada positivo?
Cuanta menos confianza se tiene en una observación estática del mundo, más igual a sí misma podrá aparecer una formación social a lo largo de los decenios, si se la considera como un proceso en evolución que mantiene estructuras en transformación y cuya lógica, aunque no se preste a previsiones, puede ser comprendida mirando el pasado
Este libro trata de la crisis financiera y fiscal del capitalismo democrático contemporáneo a la luz de las teorías sobre la crisis elaboradas en la Escuela de Frankfurt a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, un periodo en el que Adorno todavía estaba activo y que, de otro lado, es por supuesto el periodo de mis estudios en Frankfurt. Las teorías a las que me refiero constituían intentos de comprender los primeros cambios radicales en la economía política de posguerra como momentos de un proceso histórico ligado al desarrollo global de la sociedad, sirviéndose de una manera más o menos ecléctica de la tradición teórica marxista. Las explicaciones que se desarrollaron en ese contexto no eran en absoluto uniformes; frecuentemente se formulaban solo en forma de hipótesis y se modificaban, como se puede imaginar, en función de los acontecimientos, a manos de los propios autores. Si miramos atrás podemos encontrar repetidamente una obstinada insistencia en diferencias menores dentro de una misma familia teórica, que hoy parecerían irrelevantes o incluso absolutamente incomprensibles. Ya solo por esto el asunto no puede consistir en indagar quién podía entonces tener más o menos razón.
Los esfuerzos teóricos de los años de Frankfurt demuestran también de qué manera el conocimiento científico está inevitablemente ligado a su tiempo. No obstante esto, o precisamente por ello, al ocuparnos de los sucesos contemporáneos tenemos la posibilidad de recurrir para explicarlos a la teoría de la crisis del “tardo capitalismo” de los años setenta, y no solo porque hoy se redescubre y se reafirma lo que durante decenios ha sido olvidado y considerado irrelevante: que el orden social y económico de las democracias ricas es todavía de tipo capitalista, y por esa razón solamente podemos comprenderlo, en el caso de que esto sea posible, con la ayuda de la teoría del capitalismo. A posteriori podemos también comprender cosas que entonces se daban por descontadas, bien porque aparecían como demasiado obviaso bien porque no se quería entender que implicaban proyectos muy precisos de carácter político. El hecho de que, a pesar de todos los esfuerzos teóricos, no se haya percibido lo que tenía mayor importancia y haya pasado inadvertido lo que se anunciaba en el horizonte, puede servir para recordarnos que la sociedad tiene ante sí un futuro abierto y que la historia es imprevisible; una condición de la cual los sociólogos modernos no tienen todavía plena conciencia. Otra cosa es reconocer en el presente, aun con todas las diferencias, algunos aspectos que habían sido ya observados en el pasado. Cuanta menos confianza se tiene en una observación estática del mundo, más igual a sí misma podrá aparecer una formación social a lo largo de los decenios, si se la considera como un proceso en evolución que mantiene estructuras en transformación y cuya lógica, aunque no se preste a previsiones, puede ser comprendida mirando el pasado.
Mis análisis sobre la crisis financiera y fiscal del capitalismo contemporáneo tratan este fenómeno en su continuidad y como momento de la evolución de la sociedad en su conjunto. Sitúo el inicio del fenómeno a finales de los años sesenta y lo describo, partiendo del hoy, como un proceso de disolución del régimen del capitalismo democrático de la posguerra. Mi contribución a la comprensión de tal fenómeno enlaza, como ya he dicho, con el intento teórico que trató de dar una explicación de lo que se estaba perfilando recurriendo a una tradición más antigua, sustancialmente marxiana. Entre estas investigaciones se contaban las que provenían del Instituto para la Investigación Social dirigido posteriormente por Adorno, pero en las que en cualquier caso Adorno no tomó parte directamente. Característico de la teoría de la crisis de la Escuela de Frankfurt era el presupuesto heurístico según el cual se da una tensión estructural entre la vida social de una parte y, de otra, un tipo de economía gobernada por los imperativos capitalistas de la explotación y del crecimiento; una tensión que en la formación del capitalismo democrático de la posguerra venía mediada por las políticas estatales según modalidades siempre distintas e históricamente condicionadas. Las instituciones sociales, sobre todo las de tipo político-económico, aparecían como compromisos, siempre discutibles y provisionales, entre distintas orientaciones sustancialmente incompatibles, y los sistemas sociales se mostraban dominados por contradicciones internas, de modo que parecían fundamentalmente inestables y solo temporalmente en equilibrio, si tal equilibrio se daba en efecto. Finalmente, en la tradición de la economía política, la economía de una sociedad era considerada como un sistema de acción social, por tanto no solo una estructura de tipo técnico o un mecanismo gobernado por leyes naturales, sino un conjunto complejo, constituido por potentes interacciones entre partes con intereses y recursos distintos.
Sitúo el inicio del fenómeno de la crisis a finales de los años sesenta y lo describo, partiendo del hoy, como un proceso de disolución del régimen del capitalismo democrático de la posguerra
Al referirme a las teorías de los años setenta y tratar de actualizarlas a la luz del desarrollo capitalista de los siguientes cuarenta años, en este libro trato la crisis contemporánea del capitalismo democrático integrándola en una perspectiva dinámica, y volviéndola a colocar dentro de una secuencia evolutiva (Streeck 2010). Que este sea el camino obligado para practicar la macrosociología y la economía política, creo haberlo aprendido como sociólogo y estudioso de política social en numerosas investigaciones en diferentes campos (Streeck 2009b). Lo instructivo desde el punto de vista de las ciencias sociales no son las condiciones sino los procesos, o bien las condiciones en relación con los procesos. Las teorías que toman en consideración estructuras o sucesos como hechos únicos, aislados en un espacio cuyas propiedades y posibilidades se suponen definidas de una vez para siempre, pueden llevarnos a graves errores. Todo lo que es social se desarrolla en el tiempo, se desarrolla con el tiempo y se hace cada vez más igual a sí mismo en y con el tiempo. Podemos comprender lo que tenemos delante de los ojos solo si sabemos cómo se presentaba ayer y si comprendemos qué camino ha recorrido a lo largo del tiempo. Todo aquello con lo que nos encontramos está siempre en movimiento por un camino de desarrollo. Este es el aspecto crucial, como mostraré; por esta razón en los tres capítulos de este libro hay tantos diagramas de flujo y breves digresiones históricas.
Lo importante no es solo el hecho de que todo necesite de tiempo, sino además que todo ocurre en un tiempo y un espacio bien precisos. El espacio, el contexto social determinado por la cercanía, no es menos importante que el tiempo para la sociedad, y no solo cuenta el tiempo cronológico, sino también el histórico. Los resultados de las ciencias sociales llegan a ser tales solo cuando van acompañados de un índice temporal o espacial. La crisis que examinaremos en estas páginas es la crisis del capitalismo en el contexto de las democracias ricas del mundo occidental tal como se ha ido constituyendo tras la experiencia de la Gran Depresión, tras la refundación del capitalismo y de la democracia liberal que tuvo lugar al concluir la Segunda guerra mundial, tras la destrucción en los años setenta del orden constituido en la posguerra, tras la crisis petrolera y la inflación, etc. También para otras sociedades, presentes y futuras, la crisis es un hecho relevante y cargado de consecuencias; pero la naturaleza precisa de esas consecuencias dependerá de la acción histórica práctica y específica, y para comprenderlas será necesaria una investigación empírica. Lo que sabemos a propósito de las crisis en general —tanto políticas como económicas— puede servirnos de ayuda; pero tiene por lo menos la misma importancia lo distintivo, es decir, lo que sucede por primera vez en esta crisis, determinando su carácter específico, y que se hace claro desde el punto de vista interpretativo solo a partir del contexto temporal y espacial.
La inclusión del factor tiempo, tanto histórico como cronológico, en el estudio de la crisis financiera y fiscal contemporánea se revela esencial por numerosos aspectos. Dentro del contexto histórico se relativiza sobre todo el significado de numerosas diferencias, subrayadas por las investigaciones sociológicas sectoriales, entre las diversas sociedades del capitalismo democrático constituidas por estados nacionales, tal como están esquematizadas en la literatura de las “Variedades del capitalismo” (Hall y Soskice 2001), gracias a rasgos categoriales reconducibles a distintos modelos de capitalismo. Si se considera la crisis como un estadio intermedio dentro de una secuencia evolutiva que se prolonga en el tiempo, entonces es evidente que los paralelos y las interacciones recíprocas entre países capitalistas prevalecen sobre las diferencias institucionales y económicas. La dinámica subyacente es la misma, con variantes locales, incluso para países considerados tan distintos como Suecia y Estados Unidos. Si tomamos en consideración el tiempo, queda particularmente claro el papel de guía del país más grande y más capitalista de todos, Estados Unidos. Todos los desarrollos que han definido la dirección hacia la que se ha movido el conjunto de las democracias capitalistas tuvieron su origen allí: el fin del sistema de Bretton Woods y la inflación, la aparición del déficit presupuestario debido a la resistencia a la imposición fiscal y a la bajada de las tasas, el aumento de la financiación de la deuda mediante la actividad estatal, la oleada de consolidación fiscal de los años noventa, la desregulación de los mercados privados de las finanzas como parte de la política de privatización de funciones estatales, y, naturalmente, la crisis financiera y fiscal de 2008.
Si se considera la crisis como un estadio intermedio dentro de una secuencia evolutiva que se prolonga en el tiempo, entonces es evidente que los paralelos y las interacciones recíprocas entre países capitalistas prevalecen sobre las diferencias institucionales y económicas
Los nexos causales y los mecanismos que interesan a los sociólogos también operan en una dimensión temporal; y cuando entra en juego una adecuación o una transformación de las instituciones sociales, los tiempos son aún más largos. Tendemos a infravalorar el tiempo necesario para que las causas sociales desplieguen sus efectos. Cuando se pregunta demasiado pronto si una teoría sobre la transformación o sobre el fin de una formación social es correcta o equivocada, se corre el riesgo de impugnarla antes de que haya tenido oportunidad de probarse a sí misma. Un buen ejemplo es la literatura sobre la globalización producida por la ciencia política comparativa de los años ochenta y noventa, que, en base a algunas observaciones empíricas de la época, llegó a la conclusión de que la apertura de fronteras entre las economías nacionales no implicaba repercusiones negativas en el estado social. Hoy sabemos que era solo cuestión de tiempo. Y que era equivocado creer que una institución tan sólida y enraizada como el estado social europeo se encontraría ante la disyuntiva de, o bien desaparecer tras pocos años de globalización económica, o bien transformarse en algo completamente distinto. En la mayor parte de los casos, la transformación institucional se produce de forma tan gradual que durante muchos años puede ser despreciada como un hecho marginal, incluso cuando el hecho marginal llega a ser tan esencial como para determinar toda la dinámica evolutiva.
Aparte de la larga duración y la naturaleza incremental del cambio social e institucional —pero ¿cómo de larga es la “larga duración”?—, los desarrollos sociales se encuentran continuamente con factores antagonistas, que pueden ralentizar, desviar, modificar o detener aquellos. Las sociedades observan las tendencias que actúan en su interior y reaccionan en consecuencia. En esto muestran una capacidad inventiva que va más allá de la fantasía propia de los estudiosos de la sociología, incluidos aquellos que han identificado correctamente las tendencias más imperceptibles y socialmente controvertidas. La crisis del capitalismo tardío de los años setenta tuvo que haber sido visible incluso para aquellos que no tenían interés en su final o en su autodestrucción. También ellos se dieron cuenta de las tensiones que habían sido diagnosticadas de forma más o menos eficaz por la teoría de la crisis, y reaccionaron en consecuencia. Desde el punto de vista actual, estas reacciones aparecen como el intento —conseguido solo a medio plazo, lo que quiere decir normalmente para un periodo de cuarenta años— de ganar tiempo comprándolo con dinero. “Ganar tiempo” (Zeit kaufen, literalmente “comprar tiempo”) es la traducción de la expresión inglesa buying time —que significa aplazar un hecho inminente con el intento de evitarlo. Para alcanzar este objetivo, por lo general no es necesario emplear dinero. En nuestro caso, al contrario, sí se utilizó dinero, incluso en grandes cantidades. Y ese dinero, la más misteriosa de las instituciones de la modernidad capitalista, fue empleado para desactivar conflictos sociales potencialmente desestabilizadores, al principio mediante la inflación, después a través del aumento del endeudamiento público y la expansión de los mercados crediticios privados, y finalmente —ahora— mediante la compra por los bancos centrales de las deudas de los estados y de los bancos. Como veremos, la “compra de tiempo” que retrasó y amplificó la crisis del capitalismo democrático de posguerra estuvo estrechamente conectada con el proceso histórico de desarrollo del capitalismo que denominamos ‘financiarización’ (Krippner 2011).
La crisis del capitalismo tardío de los años setenta tuvo que haber sido visible incluso para aquellos que no tenían interés en su final o en su autodestrucción. También ellos se dieron cuenta de las tensiones que habían sido diagnosticadas de forma más o menos eficaz por la teoría de la crisis, y reaccionaron en consecuencia.
Si nos situamos en un arco temporal suficientemente largo, es posible concebir el desarrollo de la crisis actual como un proceso evolutivo e incluso dialéctico. Retrospectivamente, si encuadramos el fenómeno en una perspectiva más amplia, lo que en el corto plazo podía entonces aparecer como el fin de la crisis —y de forma simultánea como la refutación de la versión corriente de la teoría de la crisis— se revela como la simple transformación del modo en que se expresan los conflictos subyacentes, y el déficit de integración que estos producen en cada ocasión. En ningún caso ha pasado más de un decenio para que las soluciones, o lo que se consideraba como tales, se transformaran en problemas, o mejor dicho, volvieran a plantear el viejo problema de una forma nueva. Cada victoria sobre la crisis se ha convertido más pronto que tarde en el preludio de una nueva crisis, debido a cambios complejos e imprevisibles que, de forma provisional, habían hecho olvidar que todos los mecanismos de estabilización solo pueden ser provisionales mientras la expansión del capitalismo —la “colonización” a través del mercado (Lutz 1984; Luxemburg 1913)— continúe chocando con la lógica del mundo de la vida.
Uno de los recuerdos menos agradables de mis años de estudio en Frankfurt es el de que mis clases y seminarios se centraban demasiado en los ‘enfoques’ teóricos, al menos en mi opinión, y demasiado poco en el problema de fondo que esos enfoques debían ayudarnos a entender. Como estudiante de la Escuela de Frankfurt eché frecuentemente de menos la adherencia a la realidad que encontramos, por ejemplo, en un libro como el de C. Wright Mills, The Power Elite (Mills 1956). Y todavía hoy me parece aburrida una sociología sin historia, sin color local, sin atención a lo exótico y muchas veces absurdo de la vida social y política. Por esta razón tiendo a no sobrecargar demasiado mi trabajo desde el punto de vista teórico. Por otra parte, es evidente que mi tema —la crisis financiera y fiscal de las democracias capitalistas ricas— exige necesariamente referirse a la tradición de la economía política. Es insensato dedicarse a la teoría macrosociológica de las crisis y a la teoría política de las democracias sin hacer referencia a la economía como organización política y social, igual que debería parecer insensata cualquier concepción de la economía en la política y en la sociedad que no tomase en consideración la forma de organización capitalista contemporánea. Tras lo ocurrido desde 2008 en adelante nadie puede comprender la política y las instituciones políticas sin ponerlas en relación con los mercados y los intereses económicos, además de con las estructuras de clase y los conflictos que se han desarrollado en su interior. Me es indiferente que este posicionamiento se pueda definir como “marxista” o “neomarxista”, y es una cuestión que me parece carente de interés y en la que no quiero entrar. Entre los resultados del desarrollo histórico hay que incluir el hecho de que hoy nadie puede decir con certeza dónde acaba el “no marxismo” y dónde comienza el marxismo, en el intento de explicar los acontecimientos actuales. En cualquier caso, la sociología moderna, sobre todo cuando se ocupa de sociedades globales y de su desarrollo, no puede evitar recurrir a elementos fundamentales de las teorías “marxistas”, incluso en los casos en que se define como contraria a estas. Estoy por tanto convencido de que no es posible comprender ni siquiera de manera aproximativa el desarrollo actual de las sociedades modernas sin servirse de determinados conceptos claves de la tradición marxiana; y que será mucho más necesario servirse de los mismos cuanto más claro aparezca el papel propulsor de la economía de mercado capitalista en la sociedad global emergente.
Mis consideraciones sobre la crisis del capitalismo democrático abarcan un amplio campo; la imagen mostrada aparece esbozada a grandes rasgos. El contexto y la secuencia de hechos ocupan el centro, mientras que los datos particulares se hallan en los márgenes del cuadro. Se resaltan parecidos aproximativos que ocultan sutiles diferencias, y los casos particulares reciben menos atención que las relaciones entre ellos; la síntesis prevalece sobre el análisis; y en muchos casos no se respetan las fronteras disciplinares. La argumentación abarca una amplia gama: desde la oleada de huelgas de los años sesenta hasta la introducción del euro; desde la contención de la inflación a finales de los años ochenta, hasta el rápido aumento de la desigualdad de rentas a finales de siglo; desde la ‘política de contención’ en tiempos del eurocomunismo, hasta la presente crisis fiscal de los países mediterráneos, pero no solo ellos. No todo, en este marco, podía dar lugar de la misma forma a un estudio especializado; es el riesgo que he corrido, riesgo que afecta a cualquier intento de tratamiento sinóptico de hechos contemporáneos. Pero confío que a fin de cuentas la mayor parte del libro sea consistente.
La estructura del libro consta de tres partes, que se corresponden con las clases que impartí. Por esta razón hay solapamientos y tal vez algunas transiciones sorprendentes, que no se encontrarían en un texto elaborado de forma más sistemática. Pero quizás entonces este libro habría sido menos legible. Los hechos y datos utilizados para documentar o ilustrar son todos ellos más o menos conocidos, al menos en la literatura especializada; mi contribución, si la hay, ha sido la de encuadrarlos en un contexto histórico y teórico más amplio. Cada una de las tres lecciones ha sido completada y desarrollada más allá de lo que era posible plantear en una hora de clase, con la intención de ser más claro y concreto. Para mantener la fluidez del texto he utilizado las notas, expediente que permite no interrumpir demasiado el flujo del discurso cuando se trata de citar noticias de actualidad tomadas del New York Times o de presentar hechos particularmente grotescos considerados ya normales y que sin embargo no se sabe si inspiran risa o llanto. Otras veces la utilización de notas me permite crear un espacio no del todo oficial, pero potencialmente más productivo, para especulaciones audaces, sin dar a las mismas droit de cité en el cuerpo principal del texto.
Tiempo ganado, como he dicho, está estructurado en tres capítulos. El primero se inicia con una breve descripción, que ya ha pasado a ser de sentido común, de la conexión entre las tres crisis, financiera, fiscal y de desarrollo, un nexo que impone nuevos interrogantes a la política y que se ha resistido hasta ahora con éxito a cualquier forma de crisis management. Después trato las teorías de los años setenta que hablaron de una inminente “crisis de legitimación” del “tardo capitalismo”, y trato de explicar por qué estas teorías han resultado insuficientes para describir ciertos desarrollos sociales que, aparentemente, las desmintieron en las décadas siguientes. Uno de esos desarrollos fue la transformación del capitalismo social de posguerra, que se alargó hasta desembocar en el neoliberalismo de comienzos del siglo XXI. También subrayo las etapas a través de las cuales se ha desarrollado la crisis diagnosticada en los años setenta y ha adquirido con el tiempo nuevas características, hasta llegar en 2008 a su forma actual.
El aumento del endeudamiento estatal en realidad debería ser visto como un aspecto entre otros de la transformación neoliberal, o ‘involución’, del capitalismo democrático que surgió tras 1945
El segundo capítulo del libro se centra principalmente en la crisis de las finanzas estatales y en sus orígenes y consecuencias. Comienzo con la crítica de las teorías ‘económico institucionales’ que situaron la causa del aumento de la deuda estatal a partir de los años setenta en un exceso de democracia, y opongo a las mismas el argumento de que el aumento del endeudamiento estatal en realidad debería ser visto como un aspecto entre otros de la transformación neoliberal, o ‘involución’, del capitalismo democrático que surgió tras 1945. Lo que me lleva a citar la “crisis del estado fiscal” de la que se habló, a nivel de hipótesis, ya en tiempos de la Primera guerra mundial (Schumpeter 1953 [1918]). Propongo después un análisis del estado deudor en cuanto formación institucional real que más tarde, en los años ochenta, llevó a la disgregación al estado fiscal clásico. Para ello me he basado en la relación entre el estado deudor y la estructura de clases o la distribución de las oportunidades de vida en la sociedad, así como en los conflictos de relaciones de poder que se desarrollan entre los ciudadanos y los ‘mercados’ dentro de la formación socio-política del estado deudor. Concluye el capítulo con una discusión sobre la dimensión internacional, central desde el punto de vista del sistema, del estado deudor, y sobre el papel de la diplomacia financiera internacional en la gobernanza de ese tipo de procesos.
El tercer capítulo vuelve a la forma de organización política que ha comenzado a reemplazar al estado deudor, y que defino como “estado consolidado”. Su construcción en Europa está estrechamente relacionada, por razones contingentes, con el progreso de la integración europea, que funciona ya desde hace mucho tiempo como mecanismo de liberalización de las economías nacionales europeas. Mi análisis describe el estado consolidado como un régimen europeo de gobernanza a varios niveles, y el proceso de consolidación fiscal como un proceso de reestructuración radical, que de hecho transforma los fundamentos del sistema estatal europeo. Concluyo con algunas observaciones sobre las posibilidades y límites de una oposición política a esta reestructuración.
En la parte conclusiva que se contiene en el cuarto capítulo resumo mi tesis central y discuto la posibilidad de una respuesta a la crisis tomando como ejemplo la Unión monetaria europea y el futuro del euro, refiriéndome también a las discusiones públicas del verano y otoño de 2012; se trata de una posible respuesta a la crisis que podría detener el proceso de expansión capitalista, de ‘globalización’ en resumen, y dejar abierta la opción de un control democrático de los “mercados”.
[Introducción del libro Tiempo ganado. La crisis aplazada del capitalismo democrático. Traducción de Javier Aristu y Paco Rodríguez de Lecea]
_________________
WOLFGANG STREECK es director del Max Planck Institute for the Study of Societies con sede en Colonia (Alemania). Sociólogo que estudió en la Escuela de Frankfurt es autor de numerosos ensayos y libros sobre la crisis del capitalismo contemporáneo.
Bibliografía citada por el autor:
– HALL, Peter A., Soskice, David (2001), An Introduction to Varieties of Capitalism, in Hall, Peter A., et al. (a cura di), Varieties of Capitalism. The Institutional Foundations of Comparative Advantage, Oxford: Oxford University Press, pp. 1-68.
– KRIPPNER, Greta R. (2011), Capitalizing on Crisis. The Political Origins of the Rise of Finance, Cambridge (MA): Harvard University Press.
– LUTZ, Burkart (1984), Der kurze Traum immerwährender Prosperität. Eine Neuinterpretation der industriell-kapitalistischen Entwicklung im Europa des 20. Jahrhunderts, Frankfurt/ M.: Campus.
– LUXEMBURG, Rosa (1913), Die Akkumulation des Kapitals. Ein Beitrag zur ökonomischen Erklärung des Imperialismus, Berlin: Buchhandlung Vorwärts Paul Singer (hay versión en castellano La acumulación del capital, en Edicions internacionalsSedov, en http://grupgerminal.org).
– MILLS, C. Wright (1956), The Power Elite, Oxford et al.: Oxford University Press (hay traducción en castellano, La élite del poder, FCE, 1973)
– STREECK, W. (2009b) Re-Forming Capitalism. Institutional Change in the German Political Economy, Oxford: Oxford University Press.
– STREECK, W. (2010), Institutions in History. Bringing Capitalism Back In, in Campbell, John, et al. (a cura di), Handbook of Comparative Institutional Analysis, Oxford: Oxford University Press, pp. 659-686.
– SCHUMPETER, Joseph A. (1953 [1918]), Die Krise des Steuerstaates, in Schumpeter, Joseph A. (a cura di), Aufsätze zur Soziologie, Tübingen: Mohr Siebeck, pp. 1-71.
Además, en castellano se han publicado los siguientes artículos de W. Streeck en la New Left Review: Las Crisis del Capitalismo Democrático (NLR, 71, pp. 5-26), Mercados y pueblos (NLR 73, pp. 55-62), Los ciudadanos como clientes (NLR 76, pp. 23-41), ¿Cómo terminará el capitalismo? (NLR 87, pp. 38-68), La política de la salida (NLR 88, pp. 129-137) y ¿Por qué el euro divide a Europa? (NLR 95, pp. 7-30).