Por Grace Blakeley
Asamblea 15M Barcelona
Con una inflación por encima del 5 por ciento por primera vez desde la crisis financiera, los políticos están perplejos. La respuesta ortodoxa a la alta inflación es aumentar los tipos de interés. Se supone que aumentar el coste de los préstamos reduce el gasto y la inversión, reduciendo la presión sobre los recursos que pueden hacer subir los precios cuando la economía crece rápidamente.
Pero la inflación no siempre es causada por altas tasas de crecimiento económico que chocan con unos recursos limitados. Puede ser causada por cualquier cosa que genere un desequilibrio repentino entre la demanda y la oferta de un producto en particular. Hoy, estos productos básicos son los combustibles fósiles.
El aumento de los precios del petróleo y el gas natural —el legado de una pandemia en la cual la actividad económica y, por lo tanto, el consumo de combustible, cayeron a niveles muy bajos, provocando una reducción de la oferta— que afectó los precios de casi todos los otros productos básicos. Este efecto dominó ha sido especialmente claro en el caso de los alimentos como resultado del papel clave de los fertilizantes derivados del gas natural.
El resultado se observa en el aumento particularmente fuerte en la inflación de los alimentos, el combustible y otros bienes de consumo importados al Reino Unido, un efecto que se ha visto exacerbado por las interrupciones en las cadenas de suministro causadas por la pandemia. Este tipo de inflación afecta predominantemente a los pobres; casi 5 millones de personas en el Reino Unido1 tienen dificultades para alimentarse como resultado del aumento de los precios.
Esta situación inusual plantea una pregunta importante: ¿Qué se supone que tienen que hacer los políticos cuando la inflación es alta, pero el crecimiento y la inversión son moderados?
Preguntas parecidas se plantearon durante la década de 1970, justo en el momento álgido de la revolución neoliberal. En el Reino Unido, el crecimiento y la inversión fueron bajos, pero la inflación fue alta, causada una vez más por el aumento de los precios de la energía, resultado en este caso de la formación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).
¿Qué se supone que tienen que hacer los políticos cuando la inflación es alta, pero el crecimiento y la inversión son moderados?
La ruptura de la relación entre niveles de ocupación laboral e inflación que tuvo lugar durante este periodo se considera como la sentencia de muerte del consenso keynesiano. Dado que la inflación no estaba siendo impulsada por una alta demanda, no podía resolverse el problema simplemente recortando el gasto público, elevando los tipos de interés o negociando una moderación salarial con los sindicatos. El problema era la energía.
Naturalmente, este hecho dio a los trabajadores del sector energético mucho más poder. Los mineros en particular se organizaron durante este periodo para asegurar aumentos salariales y poner freno al declive de su sector de actividad.
Simultáneamente, los economistas neoliberales usaron la denominada «crisis de estanflación» como una oportunidad de oro para acabar con los últimos vestigios del consenso socialdemócrata. Argumentaron que la inflación estaba siendo impulsada por gobiernos irresponsables que inyectaban demasiado dinero a la economía y que eran incapaces de enfrentarse a unos sindicatos excesivamente militantes que exigían salarios más altos.
Las diferentes interpretaciones de la crisis llevaron a una confrontación épica entre capital y trabajo que dio lugar en el «Invierno del Malestar»2, a la introducción de una semana de tres días y, en última instancia, a la elección de Margaret Thatcher.
los economistas neoliberales usaron la denominada «crisis de estanflación» como una oportunidad de oro para acabar con los últimos vestigios del consenso socialdemócrata.
Thatcher inmediatamente se dispuso a institucionalizar la visión neoliberal de enfrentarse a la inflación aumentando drásticamente los tipos de interés. Los neoliberales argumentaron que la inflación era «siempre y en todas partes un fenómeno monetario»: en otras palabras, cuando los precios subían, era porque los gobiernos habían perdido el control de la oferta monetaria. El aumento de los tipos de interés, junto con los recortes en el gasto público, tenía que desincentivar el endeudamiento y, por lo tanto, limitar el crecimiento de la oferta monetaria.
Esta teoría nunca funcionó en la práctica. Gracias a la desregulación financiera, los préstamos aumentaron más rápido bajo el gobierno de Thatcher que en cualquier otro momento de la historia. Pero, realmente, este drástico aumento de los tipos de interés no buscaba reducir la oferta monetaria: su función era generar una crisis económica que disciplinara a los trabajadores organizados.
Durante los años 80, cuando quedó claro que no había una forma fácil de utilizar los tipos de interés para controlar la oferta monetaria, el monetarismo cayó silenciosamente en desgracia entre los banqueros centrales. Pero el choque de los tipos de interés de Thatcher, repetido por el choque de Volcker que tuvo lugar en los Estados Unidos, es recordado como un paso necesario y decisivo para parar la «espiral de salarios y precios» de la década de 1970.
Quizás Thatcher acabó con la crisis de los 70, pero lo hizo hundiendo a millones de personas en la pobreza y creando una economía funcional solo para una pequeña élite del sur de Inglaterra. Una parte significativa de la agitación política y económica que estamos viviendo hoy en día se remonta a las decisiones tomadas bajo su gobierno.
Además, la inflación acabó cayendo a largo plazo a causa de la estabilización de los precios del petróleo, cosa que habría sucedido de todas formas con la normalización del rol de la OPEP en los mercados energéticos mundiales.
La única gesta de Thatcher no fue descubrir cómo usar la política monetaria para reducir la inflación, sino descubrir cómo usar la política monetaria para disciplinar a la clase trabajadora. Hoy, sus descendientes están intentando hacer exactamente lo mismo.
Los defensores de un aumento de los tipos de interés saben que el problema al cual nos enfrentamos no es un sobrecalentamiento de la economía, sino las olas provocadas por el impacto del aumento de los precios de la energía. Encarecer los préstamos simplemente encorsetará todavía más una economía que ya se encuentra estancada, frenando el consumo y la inversión y, por lo tanto, los salarios y la creación de puestos de trabajo.
La única gesta de Thatcher no fue descubrir cómo usar la política monetaria para reducir la inflación, sino descubrir cómo usar la política monetaria para disciplinar a la clase trabajadora. Hoy, sus descendientes están intentando hacer exactamente lo mismo.
Pero, de la misma forma que lo necesitaba en la década de 1980, el capital necesita ahora disciplinar al trabajo para proteger sus beneficios. En la pandemia, algunos trabajadores han disfrutado de considerables bajas remuneradas o han pasado más tiempo trabajando desde casa, y ahora no están dispuestos a volver a las pésimas condiciones laborales de los años anteriores.
Otros han tenido menos suerte y han pasado los últimos años ganando salarios miserables en condiciones inseguras. Ahora, sin embargo, muchos de estos trabajadores se están organizando: podemos ver un ligero aumento en la afiliación y la actividad sindical que podría empezar a revertir un declive que dura décadas.
Es poco probable que, de momento, veamos una terapia de choque monetario al estilo de Thatcher. El trabajo organizado se encuentra en una posición tan débil que un aumento drástico de los tipos de interés (a diferencia del anunciado recientemente) sería una táctica innecesaria dado el caos que causaría.
Pero la derecha, con la intención de justificar una respuesta disciplinaria del Estado, ya está intentando difundir un relato que culpa a los trabajadores del aumento de la inflación. Solo hay que escuchar la petición de moderación salarial realizada por el gobernador del Banco de Inglaterra (ridiculizada — con razón— desde que se supo que gana más de medio millón de libras al año).
Uno de los pocos ‘problemas’ que la economía del Reino Unido no sufre en absoluto es el de los salarios hinchados. Los trabajadores en Gran Bretaña han experimentado el periodo más largo de estancamiento de salarios desde el siglo XIX. Y si bien ha habido aumentos salariales posteriores a la pandemia asociados a la escasez de mano de obra en algunos sectores, estos han sido limitados y es probable que reviertan a medida que los trabajadores respondan a la demanda de las empresas.
El último análisis del Congreso de Sindicatos (TUC)3 muestra que el salario semanal se ha reducido en 3 libras respecto de la crisis financiera de 2008. A pesar de que la trayectoria general de los salarios después de la pandemia todavía no es clara, los primeros indicadores sugieren que su crecimiento, particularmente en los sectores peor pagados, está volviendo a los niveles previos a la pandemia.
En este contexto, subir los tipos de interés tendrá dos efectos. En primer lugar, aumentará el impacto de la inflación en los hogares más pobres al encarecer sus préstamos. De hecho, es probable que empuje a millones de familias a endeudarse todavía más.
En segundo lugar, desalentará la inversión en una economía donde la inversión productiva ya era peligrosamente baja antes de comenzar la pandemia. Esto significará reducción de puestos de trabajo, menor productividad y menor crecimiento de los salarios a largo plazo.
En otras palabras, los tipos de interés más altos se traducirán en niveles de vida todavía más bajos para los millones de personas que ya están gravemente afectadas por la alta inflación. Es más, no incidirán en la inflación hasta que no bajen los precios de la energía, cosa que solo sucederá con un incremento de la oferta de ésta.
En lugar de aumentar los tipos de interés, tendríamos que optar por un control de precios a corto plazo y por el apoyo público a la provisión de necesidades básicas a largo plazo, posiblemente a través de algo similar a un servicio nacional de alimentación.
La inversión en energía renovable es fundamental por muchas razones: mantener los precios bajos, conservar la seguridad energética, descarbonizar, crear puestos de trabajo y recuperarse de la pandemia.
Los trabajadores han asumido los costes de cada una de las crisis de —como mínimo— los últimos cincuenta años; no pueden ser obligados a asumir los costes de ésta. En lugar de aumentar los tipos de interés, tendríamos que optar por un control de precios a corto plazo y por el apoyo público a la provisión de necesidades básicas a largo plazo.
La inflación siempre es política: tanto la inflación en sí misma como la respuesta que le damos benefician a algunos grupos y perjudican a otros. No podemos permitir que la derecha se salga con la suya culpando a los trabajadores de un conjunto de problemas causados por el capital.
Al final, no tendríamos este problema si los gobiernos anteriores se hubieran tomado seriamente la necesidad de invertir en fuentes de energía renovables. Y las empresas de energía como Exxon Mobil y BP están obteniendo beneficios extraordinarios como resultado del aumento de los precios del petróleo y el gas natural.
Los trabajadores han asumido los costes de cada una de las crisis de —como mínimo— los últimos cincuenta años; no pueden ser obligados a asumir los costes de ésta, y no lo serán.
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Grace Blakeley es redactora de Tribune Magazine y autora de varios libros, entre ellos The Corona Crash: Cómo la pandemia cambiará el capitalismo y Stolen: Cómo salvar al mundo de la financiarización. Ha sido comentarista económica del New Statesman y ha aparecido con frecuencia en medios británicos e internacionales, como BBC Question Time, Good Morning Britain de ITV y MTV News. Este artículo se publicó originalmente en Jacobin; en nuestro caso hemos traducido del catalán gracias a la amable colaboración de la revista Catarsi magazin https://catarsimagazin.cat/apujar-els-tipus-dinteres-es-un-atac-als-treballadors/
NOTAS
- N T: A pesar de que el artículo se refiere al caso del Reino Unido, los procesos que describe son, salvo las distancias, similares para la mayoría de economías de Europa occidental.
- N.T: El invierno del malestar, o del descontento siguiendo la obra Ricardo III de Sahkespeare, en el Reino Unido fue el de 1978-79, una época de huelgas generalizadas exigiendo incrementos salariales para recuperar la capacidad adquisitiva perdida.
- El Trade Union Congress, es la cúpula coordinadora del conjunto amplio de sindicatos del Reino Unido.
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