Por RAMON ALOS
Joan Coscubiela1 expresa su sorpresa al “comprobar cómo el trabajo como categoría social ha desparecido, o mejor dicho, nunca ha existido en los nuevos proyectos políticos”; y concluye que le “resulta difícil imaginar un proyecto político que no sitúe el trabajo y el conflicto social que le es inherente en el eje de su relato, de su marco mental, de su estrategia”. En el texto Coscubiela se interroga sobre el desencuentro entre trabajo, sindicalismo, movimientos sociales y política emergentes, una ajenidad que es de dominio público. Para reflexionar sobre la cuestión precedente creo que resultan útiles las lecturas de Erik Olin Wright2 y Maite Tapia3, a las que me remito a continuación.
La utopía ha sido fundamental, ha dado vida y razón de ser a los diversos movimientos de emancipación a lo largo de la historia. Ha estado presente también, desde sus orígenes, en el movimiento obrero y sindical, en formas variadas, alimentadas desde los diversos anarquismos, socialismos y comunismos. En sus primeros momentos la utopía se presentaba como un futuro posible por el que merecía luchar. Más tarde, a partir de la revolución rusa y el advenimiento de la Unión Soviética, las utopías mantuvieron o incluso ganaron espacio en las expectativas de las clases explotadas y de sectores desfavorecidos por el capitalismo, ayudado ya sea como referencia directa de sus concreciones en los países del socialismo real, ya sea como alternativas a dichas experiencias, alternativas que debían evitar todos los errores y horrores de las mismas. El sindicalismo en esos años se confrontaba, en su lucha diaria por la mejora de las condiciones de empleo de los asalariados,con la perspectiva de una sociedad sin la explotación capitalista, en unos casos, en otros con la perspectiva de un capitalismo de rostro humano, como podían apuntar las sociedades con estados de bienestar más avanzados, un camino entonces en construcción.
La utopía ha sido fundamental, ha dado vida y razón de ser a los diversos movimientos de emancipación a lo largo de la historia. Ha estado presente también, desde sus orígenes, en el movimiento obrero y sindical,
La rápida caída de los regímenes del socialismo real vació de referentes reales en unos casos, en otros debilitó enormemente las precedentes utopías. Como ya he dicho, unas utopías no todas ni mucho menos identificadas con aquellas experiencias; pero experiencias que, en definitiva, apuntaban que algo distinto al capitalismo era posible. Es así como desde finales del siglo XX se pierde o diluye la utopía,lo que repercute en las crisis de los partidos tradicionales de izquierda, desde los comunistas hasta los socialistas ylos socialdemócratas. Para los primeros los referentes reales, insisto, aunque críticos o muy críticos con los mismos, habían abierto expectativas de que otro modelo de sociedad socialista o comunista era posible; la pérdida de dichos referentes contribuye auna pérdida de atractivo de dichos partidos, huérfanos de un imaginario por el que luchar. En definitiva, se desvanecióla idea de una utopía, más o menos difusa, de unasociedad socialista o comunista, con sus parámetros o ejes sobre los que asentar una futura sociedad. Para los socialdemócratas y socialistas las pérdidas de referentes son otras. Tras la caída del muro de Berlín el capitalismo se halla de pronto sin alternativa, se convierte en el único modelo existente, que se extiende además rápidamente por todo el planeta. Aunque la ofensiva neoliberal había empezado años antes, se consolida en los años posteriores a la caída del muro y con ello empieza un serio retroceso de los estados del bienestar, también en aquellos países escandinavos en los que parecía más consolidado. Se pierde o debilita extremadamente, pues, la utopía de un capitalismo con rostro humano.
Es en este contexto que Wright plantea su propuesta de una teoría para el cambio social, que se fundamenta en aparcar la Utopía (en mayúscula, de que otro mundo es posible) que ha caracterizado y estado presente hasta el momento en los movimientos de emancipación, también en el movimiento obrero, y que, como expone, ya no convence a una mayoría de la población. De ahí parte su propuesta de trabajar en la construcción de utopías (en plural) o utopías reales parciales, en proyectos de avance con objetivos de igualitarismo democrático “asociables a la idea de socialismo” o visión de que otro mundo es posible a partir del empoderamiento de la sociedad civil. Utopías reales que Wright ejemplifica en las experiencias democráticas y participativas municipales, en la economía solidaria, en la construcción de una gran enciclopedia libre (Wikipedia), en el cooperativismo laboral o en las políticas redistributivas como la renta básica, entre otros ejemplos. Más allá de hasta qué punto estas experiencias son avances significativos en el control de la economía, para Wright muestran que otro mundo ajeno a la lógica capitalista es posible, a la vez que mejoran las opciones de generalizar ciertos valores y que refuerzan instituciones desde la propia sociedad civil. Este tránsito de la Utopía a las utopías al que apunta Wright es a mi entender una cuestión crucial para entender el desencuentro entre trabajo, sindicalismo y losactuales movimientos sociales.
Por una parte, observamos que sobre todo a partir del 15M cobran fuerza movimientos sociales que, más allá de sus actividades cotidianas, se han arropado deutopías parciales. La PAH con la utopía de un mundo sin desalojos y con el objetivo de que la vivienda sea un bien social de primera necesidad, no un producto sujeto a la especulación capitalista. La marea blanca lucha por su utopía de una sanidad pública y de calidad. La marea verde por su utopía de una enseñanza pública y de calidad. Otros construyen su utopía en un mundo de energías limpias, renovables. Otros por un mundo solidario con las poblaciones de los países más pobres del planeta; ahí caben numerosas ONGs. Otros, por un mundo solidario con refugiados e inmigrantes. Aún otros por un mundo solidario en el propio país, como son los movimientos por la renta básica. Otros,por un ejercicio de la política limpia de corrupción, al servicio de la población (Podemos) o por una política urbana de proximidad al ciudadano, de participación y exenta de corrupción (Barcelona en Comú, Ahora Madrid, entre otros). Y los ejemplos podrían seguir. Todos ellos son expresiones de utopías parciales, que se distinguen de la Utopía que durante tantos años ha acompañado y motivado a muchos movimientos sociales y luchas políticas. Y lo que es importante, cada utopía parcial da razón de ser a la gente que semoviliza y participa en la misma. En la medida en que yo me identifico con una utopía, ésta entra a formar parte de mi vida, contribuye a darle sentido, a luchar por algo positivo, por la justicia y los derechos sociales, por el bien de la humanidad. Es importante también tener en cuenta que se trata de utopías complementarias y en general solidarias, luchas con horizontes de una democracia igualitaria, como plantea Wright; no entran en la consideración de luchas corporativas, por más que elementos corporativos no sean del todo ajenos a estos movimientos, aunque estos puedan aparecer menos visibles y explícitos. Pero en todo caso, la energía limpia es útil para todo el mundo, de modo parecidola educación, la sanidad, los servicios sociales públicos y gratuitos, la política sin corrupción y al servicio de la ciudadanía y con la ciudadanía; y en otros casos pueden estar más presentes valores altruistas, que también encajan en horizontes parecidos.
Trabajar en la construcción de utopías (en plural) parciales (…) en las experiencias democráticas y participativas municipales, en la economía solidaria, en el cooperativismo laboral o en las políticas redistributivas como la renta básica
Por su parte, el sindicalismo en este nuevo contexto se ha quedado desprovistodel armazón utópico en el que podía situar su perspectiva de trabajo cotidiano. Sin este armazón, el sindicalismo reduce su horizonte a la lucha por la mejora de las condiciones de empleo yenacotar el autoritarismo empresarial. Esta es una lucha ciertamente por la democracia (en la empresa) pero con un peso importante de componente instrumental (la paga, el horario, los tiempos de descanso, las condiciones higiénicas de trabajo, la no discriminación en el empleo, la seguridad, la promoción, la formación, etc.). Una instrumentalidad que puede reforzarse en la medida en que el sindicalismo requiere la participación de los trabajadores, pues al empresario no se le convence con argumentos, es necesaria la movilización. Y la movilización de los trabajadores en una empresa implica que éstos tengan el convencimiento de que la lucha que van a emprender tiene posibilidades de conseguir mejoras en sus condiciones de empleo. No puede olvidarse que un trabajador se expone a represalias empresariales, que van desde, por ejemplo, el veto a promocionar en la empresa, sanciones temporales de empleo y sueldo, cambio de horario o turno, hasta otras de consecuencias más graves, como las amenazas de reducción de plantilla, el despido, la no renovación del contrato, entrar a formar parte de listas negras, incriminación penal, además de otras formas de castigo como la humillación, el mobbing, el aislamiento, el traslado y un largo etcétera. Esta particular circunstancia en la que tiene lugar la actividad sindical, esto es, la necesidad de obtener una amplia implicación de los trabajadores, como más amplia mejor, y los riesgos asociados a dicha implicación, contribuyen a que en el sindicalismo adquieran protagonismo las reivindicaciones más instrumentales y apremiantes, en detrimento de aquellas que plantean objetivos de ganar democracia en las empresas.Si a ello se añade la pérdida de un imaginario utópico en el que insertar sus actividades, se explica que el sindicalismo pierda atractivo como sujeto de transformación social.
Así, pues, y como constata Tapia, el sindicalismo tiene un componente corporativo del que no puede sustraerse. De hecho, el sindicalismo no puede evitar un permanente conflicto entre corporativismo y solidaridad. Más allá de aquellos sindicatos que son manifiestamente corporativos, losde clase no escapan a demandas y luchas corporativas, como por ejemplo cuando se priorizan los intereses de determinados colectivos de trabajadores. Asimismo, es constatable una mayor tendencia hacia el corporativismo por parte de las bases y un mayor énfasis en la solidaridad, la implicación emocional y los valores por parte de los dirigentes. Así, una dinámica propia de los sindicatos de clase es dar una perspectiva solidaria a reivindicaciones que fácilmente podrían encajar en una perspectiva corporativa. Pero en todo caso, si no se alcanzan mejoras en las condiciones de empleo en una empresa, difícilmente los trabajadores se afiliarán al sindicato y participarán en movilizaciones. Como se ve, esta es una rueda: no hay movilización de los trabajadores si no se obtienen resultados y no se obtienen resultados si los trabajadores no se movilizan. En este punto está la capacidad del dirigente sindical, esto es, su capacidad para romper ese círculo. En definitiva, sólo algunos sindicatos minoritarios, de militantes, pueden mantener su utopía y construirse sobre la base de una participación emotiva, pero eso les aleja de una acción de masas, y en este sentido transformadora.
A este respecto aún cabe añadir un par de cuestiones más. Primera, la referencia de las luchas sindicales, más allá de aquellas orientadas a decisiones políticas o legislativas, es habitualmente la empresa capitalista. Ahí recae, como plantea Richard Hyman, una de las grandes contradicciones del sindicalismo: su combate es contra el capitalista, pero no persigue su destrucción, pues en definitiva el trabajador depende de éste para su subsistencia; en otras palabras, el sindicalismo debe defender los puestos de trabajo en la empresa capitalista, lo cual, en nuestros días ysin un imaginario alternativo, se constituye en ejecentral. Segunda cuestión, los intereses y las aspiraciones de unos y otros trabajadores no siempre concuerdan, mucho más en el complejo y cambiantemundo laboral de hoy. De ahí las dificultades de generar solidaridad, o mejor dicho implicación conjunta, entre los mismos trabajadores: entre trabajadores en situaciones de empleo distintas, entre trabajadores de empresas que compiten entre sí, o entre trabajadores de unos y otros países. De ahí también que en las últimas décadas se refuerce la tendencia a que una parte no pequeña de la actividad sindical aparezca con objetivos de solidaridad limitada a determinados grupos o colectivos de trabajadores, no de amplia solidaridad de clase.
El sindicalismo, pues, sin una utopía de referencia, queda parcialmente desarmado, ocupando ese vacío la mejora de las condiciones de empleo para trabajadores, o grupos detrabajadores, y poco más. Así como los nuevos movimientos sociales han hallado sus utopías, por el momento no está en el horizonte que el sindicalismo encuentre la suya; no es pensable hoy por hoy que la empresa colectivizada sea un ideal compartido a perseguir en sustitución de la empresa capitalista. En nuestros días se colectiviza una empresa cuando el capital la abandona, y éstos son casos que no responden a una utopía, sino a la lucha por la supervivencia.
Si una gran parte de los trabajadores adquiere compromiso con el sindicato cuando ve en éste el instrumento adecuado para la mejora de sus condiciones de empleo, entre los dirigentes sindicales los horizontes suelen ser más amplios, pues la propia lucha sindical y la construcción del sindicato suelen formar parte de su razón de ser, dan pie a motivación e involucración por convencimiento ideológico en dichas actividades, a consciencia de clase. Ello, claro está, dejando al margen aquellos casos de dirigentes, presentes en cualquier organización o movimiento, que como apuntaba Michels, acaban confundiendo medios con fines, y su presencia en calidad de dirigentese convierte en finalidad por sí misma, por motivos de reconocimiento social, también desubsistencia. Pero esto ocurre o puede ocurrir, como plantea Robert Michels, en cualquier tipo de organizacióno movimiento en la medida en que requieren dedicaciones y responsabilidades.
Todo ello repercuteen un contraste importante entre el sindicalismo y los movimientos sociales y la nueva política en aspectos como son las motivaciones de unos y otros, y en los procedimientos de trabajo. Por una parte, como expone Tapia, los movimientos sociales se construyen sobre un sustrato ideológico, cultural, que llama a las emociones y por ello quienes participan en los mismos se involucran, se identifican con el movimientou organización, participan, muchos de ellos dedicando tiempo y esfuerzos sin contrapartidas materiales a cambio. De ahí que el movimiento o la organización sea la razón de ser para una buena parte de las personas que participan en los mismos.Una implicación que, cabe añadir, está la mayoríade las veces, por supuesto no siempre, exenta de riesgos en la vida personal y familiar de los activistas, a diferencia de la amenaza o represalia siempre latente, cuando no efectiva, que afecta al trabajador o sindicalista. Entran en contraste, pues, los valores más presentes en los movimientos sociales, con las reivindicaciones más instrumentales y materiales de los trabajadores; la utopía por parcial y limitada que sea de los primeros frente a los mundano y carencia de utopía de los segundos; una cultura relacional y de participación de los primeros frente a una cultura más de servicio de los segundos. Todo ello sin olvidar, como apunta Coscubiela, que en ese desencuentro no son ajenos los cambios en las formas hoy muy extendidas de empleo, esto es, el empleo precario, contingente, en sus variadas modalidades, y la no socialización en el trabajo asalariado de muchos participantes en los nuevos movimientos sociales.
Por otra parte, cabe destacar los medios y tiempos con los que intervienen unos y otros. Para el movimiento sindical básicamente sirve en sus objetivos la movilización, ya sea la participación en asambleas, manifestaciones, ejercicios de visualización del descontento, hasta la huelga; una movilización que no es permanente, pues debe convocarse en momentos oportunos. La implicación, cuando se da, debe ser siempre amplia, si de ella se esperan resultados. En cambio, los movimientos sociales pueden desempeñar su trabajo de modo másconstante, con tiempos no siempre obligados por factores externos,a través de declaraciones y manifestaciones públicas, de actos más simbólicos y mediáticos, inclusoalgunos llevados a cabo por unos pocos, en espacios públicos, de recogida de firmas, etc.; en definitiva, no siempre se requieren o son necesarios compromisos amplios, pues participaciones minoritarias pero intensas pueden suponer respuestas ajustadas a los objetivos perseguidos. Sin olvidar las grandes diferenciasen el recurso a las redes sociales que existen hoy entre el sindicalismo y los movimientos sociales, para los cuales las redes son parte constitutiva.
Para el sindicato pueden existir dificultades de acercamiento a los movimientos sociales, básicamente por las distintas culturas participativas (…) Para los movimientos sociales el trabajo es visto hoy como un espacio dominado por la instrumentalidad, de solidaridad limitada, desprovisto o debilitado de valores
De ahí un distanciamiento entre sindicato, movimiento social y nueva política. Un desencuentro que, como recuerda Coscubiela, no siempre ha estado presente. Durante muchos años el sindicalismo y los movimientos sociales han tenido puntos relativamente fáciles y cómodos de confluencia. Así en los movimientos de barrio, ambos con sus propias reivindicaciones específicas y bajo la expectativa de una utopía compatible. En otros casos, con los llamados nuevos movimientos sociales a partir de los 70 del siglo pasado,cada uno con su utopía, las relaciones han sido ocasionalmente más tensas, como por ejemplo entre sindicalismo y movimientos ecologistas o feminismo, debido a distintas posibilidades de encaje. Por ejemplo, la relación del sindicalismo con los movimientos ecologistas ha hallado dificultades de entendimiento cuando la lucha de estos últimos podía comportar la pérdida de empleos en una empresa concreta. Y con el feminismo el sindicalismo históricamente ha tenido problemas de comprensión, en muchos casos hoy ya en fases de ser superadas; no puede olvidarse que el sindicalismo tradicional ha tenido un componente masculino dominante, que en alguna medida ha influido en comportamientos machistas y poco comprensivos con las aspiraciones hacia la igualdad de géneros.
Sin embargo, hoy el sindicalismo y los movimientos y organizaciones sociales post 15M hallan puntos de desencuentro evidentes. Para el sindicato pueden existir dificultades de acercamiento a los movimientos sociales, básicamente por las distintas culturas participativas, por las formas de activismo, también por los tiemposde unos y otros. Para los movimientos sociales el trabajo es visto hoy como un espacio dominado por la instrumentalidad, de solidaridad limitada, desprovisto o debilitado de valores, de utopías; lo material, como el aumento salarial, la paga, es visto hasta con cierta desconsideración por quienes dedican parte de su vida a luchar por ideales de justicia social. Raramente se entiende que reivindicaciones como, por ejemplo, el cobro de atrasospor parte de un trabajador funcionario es una cuestión también de justicia social, aunque carezcadel áurea de un valor compartido, de igualitarismo social, hasta de altruismo, sobre todo en un contexto como el actual conuna amplia precarización del empleo.
Con todo, resulta fundamental romper barreras, hallar puntos de encuentro. Este es uno de los grandes retos de nuestros días, pues en una sociedad capitalista, el capital y la empresa son espacios dominantes y en ellos los trabajadores y el sindicalismo son sus principales protagonistas, quienes más posibilidades tienen de poner cotos a la explotación de las personas y generar conflicto social en la lucha contra las desigualdades, quetienen su origen en la empresa capitalista. En otros ámbitos de desigualdades e injusticias, no olvidemos,en su mayoría derivados también de la empresa capitalista, adquieren mayor protagonismo los movimientos sociales, que aportan valores y utopías, dan nacimiento a espacios e instituciones que son ejemplos de igualitarismo democrático, y con ello generan empoderamiento social. La respuesta a mi entender es clara. Ambos espacios, el mundo del trabajo y el mundo de la vida, forman parte hoy de la cuestión social, por lo que es imprescindible entender el ser de unos y otros, y a partir de ahí realizar los esfuerzos necesarios, desde ambas partes, para generar los encajes que hagan posible romper los desencuentros.
_________________
Ramon Alós. Sociólogo e investigador del “Centre d’EstudisSociològics sobre la Vida Quotidiana i el Treball” (QUIT) y del “Institutd’Estudis del Treball” (IET), de la UniversitatAutònoma de Barcelona. Especializado en sociología del trabajo, del empleo y de las relaciones laborales.
1.- Joan Coscubiela (2017) “El trabajo y la nueva política”. Bloc del Coscu, en www.joancoscubiela.cat/2017/01/el-trabajo-y-la-nueva-politica.html. [^]
2.- Erick Olin Wright (2014) Construyendoutopíasreales. Madrid, Akal. [^]
3.- Maite Tapia (2013)“Marching to Different Tunes: Commitment and Culture as MobilizingMechanisms of Trade Unions and Community Organizations”. British Journal of Industrial Relations, v.51, n. 4. [^]