Por FRAN G. MATUTE
A principios de este año, el célebre músico californiano David Crosby vio como su perfil de Twitter, desde donde se muestra de lo más activo, se le llenaba de reprimendas. “¿Por qué no estás haciendo tu trabajo?”, le venían a echar en cara buena parte de sus más fieles seguidores. La figura del presidente Donald Trump se erigía entonces más amenazante que nunca, no solo porque había ya anunciado su candidatura a la reelección del cargo sino porque parecía estar alcanzando un inusual grado de impunidad tras quedar absuelto por el Congreso de los Estados Unidos del proceso de impeachment al que había sido sometido unos meses antes.
Lo que los sufrientes fans de David Crosby pretendían en realidad no era otra cosa que forzar la refundición del mítico cuarteto Crosby, Stills, Nash & Young, que tan militante se mostró durante los años duros del mandato de Richard Nixon. David Crosby había afirmado en alguna que otra ocasión que Trump le parecía mucho peor presidente que Nixon, mucho más dañino para su país y para el mundo entero, de ahí que estuviera más que dispuesto a “hacer su trabajo”, como le requerían desde las redes sociales. Ocurría no obstante que su amistad con Stephen Stills, Graham Nash y Neil Young llevaba mucho tiempo rota por múltiples vicisitudes, tanto personales como profesionales, todas expuestas sin paños calientes en el magnífico documental David Crosby: Remember My Name, realizado en 2019 por A. J. Eaton. Con todo, las noticias de que el odio conjunto hacia Donald Trump podía lograr el milagro de volver a subir a estos cuatro músicos legendarios a un mismo escenario no se hicieron esperar, por más que a fecha de hoy sigamos pendientes del advenimiento.
La situación actual nos habilita en todo caso para tratar de lanzar una breve reflexión sobre la capacidad de influencia que pudiera tener ahora la música de un grupo como Crosby, Stills, Nash & Young, representantes definitivos del espíritu pacifista de Woodstock –al fin y al cabo son uno de las pocas bandas supervivientes de aquel evento que tuvo lugar en el verano de 1969–, sobre todo si tenemos en cuenta que el propio Donald Trump ha venido utilizando en su campaña algunas canciones compuestas por Neil Young. El músico canadiense ya dejó bien claro que no le hacía ninguna gracia que esto sucediera, si bien las vías legales emprendidas hasta la fecha han tenido poca influencia. No ha sido Young el único músico ofendido por el uso partidista que Trump ha hecho de su cancionero. Muchos otros grupos o artistas surgidos también en las décadas de 1960 y 1970 –The Beatles, The Rolling Stones, Elton John, Prince, Queen, Aerosmith, Tom Petty, Leonard Cohen…– han levantado su voz (algunos, claro, a través de sus herederos) con la intención de evitar que su música sirva para que el presidente número cuarenta y cinco de los Estados Unidos se mantenga en el poder. No deja de resultar llamativo que en 2016 la prensa especializada se atreviera a afirmar que el mandato de Trump estaba revitalizando “lo peor de la América de los años sesenta”. Quizás tengan entonces razón los seguidores de Crosby, Stills, Nash & Young. Quizás sea el momento de contrarrestar, de acudir a la música de aquellos años tan combativos –tan contraculturales– para tratar de entender en toda su dimensión lo que supone tener al frente de un país a un tipo como Donald Trump.
Cuando Richard Nixon fue nombrado presidente de los Estados Unidos en enero de 1969, el grupo psicodélico The Electric Prunes le dedicó una canción: “Hey, Mr. President”. “Eh, señor presidente, ¿qué vas a hacer ahora que lo has conseguido? ¿Vas a estar a la altura de las promesas que has hecho? ¿Te vas a quitar la máscara y vas a dar por fin la cara o vas a seguir escudándote en la inocua cháchara de esos viejos maestros que lo único que predican es la procrastinación? ¿Vas por fin a unirnos a todos, blancos y negros, ahora y para siempre? ¿Vas a conseguir la paz, vas a hacer que cese todo el odio que nos rodea? ¿Vas a ganar la guerra o a vas a perder un país? Dime, señor presidente”. Estos dardos son perfectamente lanzables hoy día a Donald Trump, por más que ya conozcamos su posicionamiento al respecto. Basta comprobar la insensibilidad mostrada al iniciar este año su actual campaña presidencial en Ohio, en el mismo estado en el que en 1970 se produjo el asesinato de cuatro estudiantes a manos de la Guardia Nacional, siendo precisamente Crosby, Stills, Nash & Young de los primeros en reaccionar públicamente ante semejante atrocidad, publicando a los pocos meses la canción “Ohio”, en la que se hacía directamente responsable del suceso al presidente Nixon.
En 1971, el gran Marvin Gaye hacía ya referencia a la policía de “gatillo feliz” en “Inner City Blues (Make Me Wanna Holler)”, incluida en su contestataria obra maestra What’s Going On
Podrá pensarse que dramas como el ocurrido hace cincuenta años en la Universidad de Kent ya no tienen cabida en los Estados Unidos del siglo XXI, fundamentalmente al no existir de fondo un conflicto tan polarizante como fue la Guerra de Vietnam. Sin embargo, a finales del pasado mes de mayo, George Floyd, un hasta entonces anónimo ciudadano afroamericano, perdía la vida asfixiado en plena detención por parte de la policía de Minnesota. Su asesinato llevó a los más viejos del lugar a recordar otro escándalo de abuso policial ocurrido en diciembre de 1969, protagonizado en este caso por el FBI y la policía de Chicago: el asesinato a balazos –en su cama, mientras dormía– de Fred Hampton, uno de los líderes más carismáticos del Black Panther Party, cuya trágica muerte ha sido simbólicamente recordada en numerosas ocasiones por respetadas celebridades de la música negra como Jay-Z o Kendrick Lamar. En 1971, el gran Marvin Gaye hacía ya referencia a la policía de “gatillo feliz” en “Inner City Blues (Make Me Wanna Holler)”, incluida en su contestataria obra maestra What’s Going On. Cierto es que Fred Hampton era entonces todo un activista, un conocido líder revolucionario del movimiento Black Power, por lo que su asesinato se interpretó desde los ambientes contraculturales como toda una agresión del sistema. George Floyd, en cambio, solo era un simple trabajador con antecedentes penales que había perdido su empleo por culpa de la pandemia del coronavirus. La superestrella Kanye West anunció entonces que se encargaría de costear la educación de la hija de Floyd. Contra todo pronóstico, a los pocos días del suceso, West confirmaba públicamente su apoyo a Donald Trump. Pocos meses después, tras confesar haber estado infectado por la COVID-19, dicho apoyo era de nuevo retirado ante los medios.
El asesinato de George Floyd tuvo en cualquier caso una influencia directa en el desarrollo de la campaña presidencial, pues el mismo día de la tragedia estaba previsto que el actual presidente de los Estados Unidos diera un mitin en Tulsa, Oklahoma. A pesar de conocer lo ocurrido en Minnesota Trump quiso celebrar su acto de campaña, pero sus asesores lo convencieron finalmente de que hacerlo podría dañar su imagen ante la opinión pública. El acto se celebró entonces al día siguiente del asesinato de Floyd, coincidiendo con el anuncio oficial de que los Estados Unidos superaba la barrera de los cien mil muertos por coronavirus. A los asistentes se les hizo llegar de hecho una notificación según la cual debían renunciar a todo tipo de reclamación futura de daños en caso de quedar infectados. Recientemente hemos sabido que ha sido el propio presidente Trump y su esposa quienes han terminado ingresados en el hospital por culpa de la COVID-19. Pareciera que Frank Zappa hubiera escrito su clásico “Plastic People” pensando en verdad en esta ocasión: “¡Señoras y señores, con ustedes el presidente de los Estados Unidos! / Queridos americanos (cof, cof, cof)… / ¡El presidente está enfermo! (cof, cof) / Parece que su mujer va a traerle un poco de sopa de pollo / ¡Gente de plástico!”. Compuesta en 1967 e incluida en su muy político álbum Absolutely Free, grabado junto a The Mothers of Invention, la canción pretendía ser una suerte de manifiesto anticonformista y antimaterialista, perfectamente aplicable a los miles de votantes-zombis que Trump consiguió congregar aquel fatídico día en Tulsa, que por otro lado no fueron ni mucho menos tantos como se esperaban.
Días antes, Brad Parscale, el entonces director de campaña de Trump, había anunciado que más de ochocientas mil reservas se habían recibido para atender al acto de Tulsa, a pesar de que el recinto solo tenía capacidad para albergar a unas veinte mil personas. Finalmente, de acuerdo con la información facilitada por el departamento de bomberos de la ciudad, poco más de seis mil asistieron al evento. El origen de este baile de expectativas no fue otro que un indiscriminado “troleo” promovido desde TikTok, que consiguió que cientos de miles de Kpopers se inscribieran falsamente para el mitin. Parscale dio por buena la avalancha de registros previos para acudir al acto, la hizo pública y puso en ridículo a Trump, permitiendo así que resonaran de fondo las risas maliciosas de “Laugh, Laugh”, aquella preciosa canción de desamor grabada por los Beau Brummels en 1965 y que, ligeramente descontextualizada, vendría a reflejar cierto pensamiento colectivo: “Me río, me río / Casi me muero de la risa / Me ha parecido tan divertido / Me río, me río / Porque has conocido a un tipo que te ha enseñado lo que es sentirte solo / Oh, muy solo”.
Pareciera que Frank Zappa hubiera escrito su clásico “Plastic People” pensando en verdad en esta ocasión: “¡Señoras y señores, con ustedes el presidente de los Estados Unidos! / Queridos americanos (cof, cof, cof)… / ¡El presidente está enfermo! (cof, cof) / Parece que su mujer va a traerle un poco de sopa de pollo / ¡Gente de plástico!”
Las tensiones entre Parscale y Trump venían no obstante de lejos, siendo quizás el primer gran encontronazo público la reprimenda que le brindó el presidente a su asesor el pasado mes de abril tras compartir una encuesta realizada por el Comité Nacional del Partido Republicano en la que se otorgaba la victoria electoral a Joe Biden en ciertos estados clave. El enfado de Trump fue mayúsculo, llegando a confesar ante los medios (al parecer irónicamente) que se estaba planteando demandar a su jefe de campaña. Para rebajar la tensión mediática, Parscale terminó respondiendo a la amenaza de Trump con un “Yo también te quiero”, dando así validez a la premisa sobre la que se basaba la canción “Somebody To Love” de Jefferson Airplane, uno de los grandes himnos hippies del verano de 1967, del verano del amor: “Cuando se descubre que la verdad está fundada sobre mentiras / Y que todo con lo que fuiste feliz se desvanece / ¿No te gustaría tener a alguien a quien amar? / ¿No crees que es necesario tener a alguien a quien amar? / ¿No te encantaría amar a alguien? / Más te vale que encuentres a alguien a quien amar”.
Parscale dejó de ser jefe de campaña de Trump a los pocos días del descalabro de Tulsa. Bien podría haber estado entonces tarareando: “Mis noches han sido muy solitarias desde que estuve en el estado de Tulsa / No sé ahora adónde voy a ir / Quizás haga un viaje a algún lugar de la frontera con el Sur / Pues lo único que sé es que debo alejarme de ti”, como cantaban The Byrds en 1969 en “Tulsa County Blue”.
Además de con sus jefes de campaña, Trump ha venido también manteniendo una tortuosa relación de amor-odio con los medios. En marzo, Facebook eliminó una serie de anuncios de su campaña tras comprobar que en el fondo eran intentos de recaudar dinero. En abril, se lanzó una app que ofrecía recompensas económicas a quien compartiera tweets de Donald Trump. En mayo, un anuncio de campaña destinado a la televisión por cable enojaba enormemente a la CNN por el uso descontextualizado de unas afirmaciones vertidas en una de sus entrevistas, motivo por el cual solicitaron el cese inmediato de las emisiones de American Comeback, como así se tituló el vídeo publicitario. La jugada empleaba las mismas reglas maliciosas que aquella grabación humorística realizada en 1967 por Earle Doud y Allen Robin titulada Lyndon Johnson’s Lonely Hearts Club Band, en claro homenaje-parodia al célebre álbum de The Beatles –recién publicado entonces–, en la que los dos cómicos se dedicaban a utilizar entrevistas realizadas a numerosas personalidades políticas del momento inventando nuevas preguntas a respuestas ya dadas en otros contextos para así generar situaciones jocosas. Entre las “víctimas” de aquel experimento sonoro se encontraba, claro está, quien era en ese momento presidente de los Estados Unidos Lyndon B. Johnson más su “club de corazones solitarios”, formado entre otros por su vicepresidente Richard Nixon, el senador Robert F. Kennedy y el gobernador Ronald Reagan. Curiosamente, desde la Ronald Reagan Presidential Foundation & Institute se terminó solicitando al Comité Nacional del Partido Republicano que se dejara de utilizar con fines propagandísticos el nombre del expresidente, a quien Trump ya le había robado (y manoseado) el famoso lema “Make America Great Again”.
Lo que al final han puesto de manifiesto todos estos tira y afloja es que el medio sigue siendo el mensaje, como ya vaticinara el profesor Marshall McLuhan en 1964. La frase, ya icónica, escondía en su idioma originario un juego de palabras muy (valga la redundancia) mcluhaniano, en la medida en que message –mensaje– podía también leerse como mess age –la era del desconcierto–, de ahí que el propio McLuhan, junto al diseñador gráfico Quentin Fiore, publicara en 1967 un libro-collage titulado The Medium is the Massage, donde de nuevo volvía a jugar con el doble sentido de las palabras, al ser massage –masaje– convertible en mass age –la era de los medios de masas–. Dicha publicación tuvo su correlato sonoro, al acabar transformada en un álbum experimental en 1968, una suerte de audiolibro musical, a medio camino entre el free jazz y la música concreta, y que uno imagina sonando de fondo en las cabezas de los asesores de campaña de Trump mientras intentan dilucidar qué demonios están haciendo tan rematadamente mal.
Cuando los medios se te resisten, queda siempre la opción de atacar directamente a tu oponente. En agosto, en un mitin de campaña celebrado en su club de golf de Bedminster, Nueva Jersey, Trump preguntó a los asistentes cuál de estos dos motes, “Sleepy Joe” o “Slow Joe”, definía mejor a Joe Biden. “Sleepy Joe” fue el elegido por la masa, seguramente sin conocer que el grupo Herman’s Hermit había publicado en 1968, con ese mismo nombre, una suerte de himno optimista dirigido a la clase trabajadora, en el que se decía: “Levántate y que te vean, adormilado Joe / Ahora es el momento, ¿no lo sabes? / De entrar en otro tipo de sueño”. ¡La canción no podía ser más esperanzadora para los intereses de Joe Biden!
No contento con ridiculizar en público a su oponente, a los pocos días de imponerle su mote, Trump se dedicó en los medios a realizar acusaciones conspirativas contra él, dando a entender que se trataba de un político controlado por “gente de la que nunca hemos oído hablar, gente que realmente se mueve en las sombras más oscuras”. Trump le acusó, también falsamente, de estar empeñado en debilitar al cuerpo de policía, lo que a la larga provocaría “un incremento de allanamientos y violaciones en el hogar”. Para dramatizar lo anterior, se ordenó realizar un anuncio en el que se mostraba una futura llamada al 911, la cual era atendida por un mensaje de voz que decía: “Lo sentimos: debido al desmantelamiento de nuestro departamento de policía, no hay nadie aquí para atenderle”. Si Trump hubiera sido músico a mediados de los años sesenta hubiera seguro querido formar parte del grupo The Peanut Butter Conspiracy, que en 1967 publicó dos álbumes inequívocos para todo buen “conspiranoico” que se precie, The Great Conspiracy e Is Spreading, dos ideas que juntas vendrían de algún modo a justificar lo que el actual presidente se atrevió a decir el pasado 4 de julio en el Monte Rushmore: “Nos encontramos en plena batalla contra un nuevo fascismo de extrema izquierda”. En 1968, el grupo Mount Rushmore publicó su único disco, High on Mount Rushmore, cuyo título quizás explique por sí solo el delirante parlamento que Donald Trump lanzó en el último Independence Day, mientras que de fondo hacía sonar, ahora sí, el “Rockin’ On The Free World” de Neil Young.
Según David Crosby, a Trump lo que le iba era la hierba, no el LSD: al parecer, los dos coincidieron hace años en una desmadrada fiesta de alto standing en la que el hoy día presidente de los Estados Unidos llegó a ponerse “realmente paranoico” mientras escuchaban The Dark Side of the Moon de Pink Floyd
Con todo, no deja de resultar curioso que fuera Trump quien el pasado mes de septiembre solicitara a Biden que se realizara un test de drogas como paso previo al próximo debate televisivo que tenían programado. Según Trump, Biden solía actuar de forma “irregular” en los últimos debates electorales que habían realizado juntos. Trump rememoraba así, sin pretenderlo, a los célebres acid tests que el escritor Ken Kesey puso en marcha California a mediados de los sesenta y que quedaron documentados sonoramente en un disco de vinilo publicado en 1966, hoy pieza de coleccionistas. No obstante, según David Crosby, a Trump lo que le iba era la hierba, no el LSD: al parecer, los dos coincidieron hace años en una desmadrada fiesta de alto standing en la que el hoy día presidente de los Estados Unidos llegó a ponerse “realmente paranoico” mientras escuchaban The Dark Side of the Moon de Pink Floyd. “The lunatic is on the grass” siempre fue una de las frases más carismáticas de aquel LP. Aunque el mayor día de paranoia vivido nunca por Trump quizás tuviera lugar el pasado mes de septiembre, cuando The New York Times hizo públicas sus últimas declaraciones de la renta y quedó patente el delicado estado de salud de sus finanzas. Eso sí, ahí estuvieron The Split Ends en 1966 cantando aquello de “Rich With Nothin’” para su consuelo.
Todas las encuestas –esas a las que Donald Trump ha venido denegando su valía a lo largo de toda la campaña– dan ahora mismo (15 de octubre) una pequeña pero significativa ventaja a Joe Biden. ¿Habrá que salir a la calle cantando “It’s A Beautiful Morning” de The Rascals o “We’re Going Wrong” de Cream?
* Playlist en Spotify con canciones referenciadas, directa o indirectamente en el artículo: https://spoti.fi/34RJHNc
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Fran G. Matute (Mérida, 1977). Es periodista, crítico y gestor cultural. Colabora habitualmente con la revista Jot Down y El Cultural de El Mundo. En 2017 realizó el libro de entrevistas Días de Viejo Color. Testimonios de una Andalucía pop (1956-1991) y fue comisario de la exposición itinerante del mismo nombre que organizó al año siguiente el Centro de Estudios Andaluces.