Por LLUÍS CAMPRUBÍ
El mundo y la UE pre-COVID-19
Queda ya muy lejos el mundo y la UE de antes de la pandemia. La Comisión Von der Leyen arrancaba dejándonos expectantes en cómo pasaría de las palabras a los hechos en distintos frentes, entre ellos en ambición climática, en la construcción del pilar social y en superar las malas políticas sobre la crisis económico-financiera anterior. En el mundo seguían aumentando las tensiones entre potencias, debilitándose el marco y los instrumentos multilaterales.
Países muy relevantes (USA, Brasil, India, Rusia,…) seguían bajo un vector de repliegue nacional-populista y las relaciones internacionales tendían a un enfoque de suma-cero (“no hay cooperación beneficiosa, lo que tú pierdes yo gano y al revés”) aumentando el uso conflictual de las interdependencias (“guerras” comerciales y monetarias, ir por libre en el la lucha frente al cambio climático…). Pero llegó la pandemia. Una pandemia que está teniendo un impacto muy desigual en todas estas tendencias, acelerando algunas, o dotándolas de un nuevo marco y sentido, y por supuesto frenando a otras.
Esta vez podría ser diferente: Nuevos vectores para la salida de la crisis
Dentro de la desolación por las crisis sanitaria, humana, económica, ambiental y social, parecería que un ligero optimismo estratégico y de la necesidad nos recorre. Hay una intuición extendida que esta vez las cosas pueden ser diferentes, y que lo que a muchos nos parece natural y lógico -que la salida a las crisis sanitaria y económica sea con mayor rol de lo público- podría ser posible. Por primera vez desde muchos ámbitos –con un consenso creciente entre economistas de distintas tradiciones- se plantea una salida a la crisis económica diferente al esquema habitual seguido desde las crisis de los 70s y se apuesta por políticas contracíclicas, de inversión vía la movilización de recursos públicos. No es anecdótico en este sentido señalar como van cambiando los consensos, cambios que se pueden intuir por ejemplo en lo que va emitiendo en distintos canales el FMI: en sus documentos analíticos más recientes va aceptando la importancia de los estímulos fiscales y relativizando en el actual contexto el impacto de la deuda pública, destaca la importancia de la inversión pública bien dirigida, recomienda una fiscalidad más progresiva y asume como precondiciones para el crecimiento económico la salud y el clima.
Dentro de la desolación por las crisis sanitaria, humana, económica, ambiental y social, parecería que un ligero optimismo estratégico y de la necesidad nos recorre. Hay una intuición extendida que esta vez las cosas pueden ser diferentes
Varias son las razones para estos cambios de fondo en el pensamiento hegemónico. En primer lugar, la magnitud de las caídas de PIB, su afectación y extensión a todos los sectores y territorios, y la intuición que su alargamiento en el tiempo puede no tener precedentes. En segundo lugar, el hecho que el causante sea una pandemia evita relatos moralizantes y culpabilizaciones basadas en supuestos excesos fiscales y de ambición del sector público, y por lo tanto hace decaer el marco de evitar el “riesgo moral” en las políticas económicas a seguir. Y, finalmente, el paradigma de la “austeridad” está seriamente debilitado intelectualmente, especialmente en Europa después del exceso de daño económico y social que la austeridad ha generado desde 2008. Sin embargo, en este sentido es importante señalar que la batalla contra el “austeritarismo” no ha acabado, y que con el tiempo reaparecerá (seguramente cuando se vayan concretando los fondos europeos y/o el sentimiento de emergencia se atenúe). Aunque ahora sus abanderados estén en retirada por la conjunción de la evidencia viva y reciente del desastre causado y por la efectividad de la complementariedad de la confrontación política y social con la laminación gradual desde posiciones de concertación (no es menor el rol que posiciones progresistas han tenido en su desmontaje desde puestos de mando en grandes coaliciones tanto en Alemania como en la institucionalidad europea).
El estado anímico de la ciudadanía también es un poderoso vector
En un momento de máxima incertidumbre y preocupación por el futuro hay una fuerte necesidad de certezas, seguridades y garantías para los distintos horizontes vitales. Si bien es cierto que no hay una opinión pública homogénea entre todos los países europeos, especialmente fuerte es la divisoria norte-sur (o centro-periferia), sí que observamos ciertas tendencias compartidas.
Desde los países del sur, con una ciudadanía que durante los años más duros de la anterior crisis valoraba muy críticamente las instituciones europeas (aunque no está de más recordar que peor valoradas salían las instituciones nacionales respectivas), se mira ahora exigentemente a Europa como paraguas y garante de respuestas, seguridad y de estabilidad. Por su parte, las opiniones de los países centrales o acreedores, envían señales interesantes. Aún con una pulsión significativa refractaria a la esfera europea, se ha adquirido consciencia que esta crisis es diferente, que no hay un “sur derrochador”, que estamos juntos e interconectados tanto en las causas como en los impactos. Alemania y su opinión pública parecen ya plenamente insertadas en esta nueva visión de interdependencia interna dentro de la UE. El caso de los Países Bajos es más complejo, pero parece apuntar una tendencia similar, aunque más incipiente e incierta. Si bien sigue siendo muy popular el reflejo frente a transferir más capacidades a la UE, aparecen matices que rompen anteriores casi-unanimidades. Voces de los sectores más dinámicos (sociales y económicos) ya entienden que los automatismos acreedores-deudores aquí no dan respuesta al reto. Pero en el caso holandés es quizás como refugio de seguridad global y protector en defensa donde aparecen cambios de fondo y se empieza a mirar más a Europa. En un país tradicionalmente muy transatlántico, una encuesta reciente entre su población sitúa que la población va mirando más a la UE y menos a los Estados Unidos en todo lo relacionado con la defensa, la seguridad exterior y las amenazas militares.
Para muchos Estados, lo quieran o no sus grupos dirigentes, la UE se está convirtiendo en un factor estabilizador. Es remarcable en el caso de España -el contrafactual de una España sin el anclaje de la UE parece dantesco: sin recursos para hacer frente a la pandemia y sus derivadas- y una polarización y confrontación política enconadísimas.
Parece que en general y en todos los lugares haberse silenciado las voces directamente euroescépticas o eurófobas y se podría decir que los partidarios de los repliegues nacionales están modulando y redefiniendo sus visiones. Es posible que acaben cristalizando en una trinchera antagonista y defensiva frente a los cambios y profundizaciones democráticas paneuropeas. Suena ya extraño oponerse completamente a un paraguas de certidumbre, seguridad y protección como el que garantiza la Unión Europea a ojos de la ciudadanía. Mientras, se extiende un nuevo sentido común que dice -como plantea Andreu Missé- que conviene no alejarse de la UE.
Cambios en las dinámicas políticas
La pandemia está acelerando algunas tendencias que veníamos observando en las dinámicas políticas.
Para muchos Estados, lo quieran o no sus grupos dirigentes, la UE se está convirtiendo en un factor estabilizador. Es remarcable en el caso de España -el contrafactual de una España sin el anclaje de la UE parece dantesco: sin recursos para hacer frente a la pandemia y sus derivadas- y una polarización y confrontación política enconadísimas. Pero también es un factor estabilizador en Hungría y Polonia, frenando sus pulsiones autoritarias y antipluralistas.
La estabilidad y la sorprendente robustez de la institucionalidad europea se debe a muchos factores. Pero hay uno que debe analizarse con finura, y es el funcionamiento por mayorías amplias vinculadas a “Gran Coalición”. Lo que desde posiciones de izquierdas se ha criticado -con razón- que dificulta el contraste entre políticas y la lógica de mayorías alternativas, se ha convertido en un factor de estabilidad y de consenso en las orientaciones y en los cambios estratégicos que se acuerdan.
Las instituciones actualmente están gobernadas tradicionalmente por un tronco central formado por las familias conservadora, socialdemócrata y liberal. Pero es con esta misma articulación que se ha ido superando el paradigma de la austeridad (parte se debe también a la acción de las voces progresistas desde dentro, y como se ha visto fruto también del desprestigio y daño causado) y se han marcado objetivos ambiciosos respecto a la emergencia climática (por supuesto fruto también de la presión externa). Es pues con este contexto -y viendo la dificultad/imposibilidad para formar una mayoría o bloque alternativo- y atendiendo a las prioridades que se han marcado la institucionalidad europea que el ecologismo político y la izquierda a la izquierda de la socialdemocracia deberían evaluar su rol político. Más si consideramos que el cambio climático es una emergencia y requiere una acción política excepcional e inmediata de todos los poderes. De momento, los verdes ya están intentando influir y empujar con ambición constructiva en la actual mayoría, implicándose hasta dónde se puede (y le dejan) y asegurando que se pasa de las palabras a los hechos en el European Green Deal.
Es importante señalar, sin embargo, que los progresos y avances se han seguido haciendo con lógica intergubernamental (y en base a un acuerdo entre los grandes países) y que el método y las instituciones comunitarias (Comisión y Parlamento) principalmente los han acompañado (en algunos casos ciertamente han empujado para ponerlo en la agenda). Sabemos que es difícil salir del paradigma dominante intergubernamental (de hecho, hay quién dice que toda esta actividad ha renovado y profundizado su legitimidad). Pero, por primera vez, está en la mesa de discusión mecanismos para superar las unanimidades de bloqueo (especialmente en fiscalidad y política exterior) y avanzar en mayorías cualificadas o cooperaciones reforzadas entre países dispuestos. Las voces euroescépticas que se sientan en el Consejo Europeo a frenar cualquier avance o algunos bloqueos sistemáticos en política exterior y para autoprotección de paraísos fiscales, o el rol obstruccionista de los frugales señalan los límites de la unanimidad a los actores que tienen voluntad de implicares en el interés general europeo. Así, el método comunitario tiene aquí una oportunidad de oro para reivindicarse si encuentra a manera que sus instituciones intervengan en los procesos decisionales de tales mayorías o cooperaciones.
La respuesta de la UE a la pandemia y a la crisis económico-social
Si algo está demostrando la pandemia es la interdependencia radical y global en la que estamos inmersos. Lo que está en disputa en las relaciones internacionales es si esta interdependencia se usa como arma ventajista o se asume que hay bienes públicos globales como son el clima o las potenciales vacunas -y que también hay “malos” públicos globales- que debemos gestionar conjuntamente, ya que sus impactos no entienden de fronteras.
En el espacio UE se ha visto como fundamental y única solución posible adoptar soluciones de mancomunación del gasto/deuda pública y proponer un ambicioso Plan/Fondo de Recuperación si se quería preservar la propia UE (tanto en lógica continental como en el orden multilateral global), ante el riesgo cierto de colapso que algunos países podían haber experimentado si se les dejaba a su suerte. Después de unas primeras respuestas de dejar hacer a los estados, parece que desde la institucionalidad europea (y de los Estados Miembros centrales) se ha visto que para salvaguardar la UE frente a un reto existencial se debía buscar una respuesta solidaria, de apoyo fuerte a los países con más dificultades (económicas y/o sanitarias), asumiendo en el fondo que “estamos juntos en esto”, y que los impactos están interconectados, aunque sean diferidos en el tiempo.
Sabemos que es difícil salir del paradigma dominante intergubernamental (…) Pero, por primera vez, está en la mesa de discusión mecanismos para superar las unanimidades de bloqueo y avanzar en mayorías cualificadas o cooperaciones reforzadas entre países dispuestos
Se puede observar como ello se expresa en la nueva centralidad de “Una Europa que proteja”, en la puesta a disposición de una cantidad ingente de recursos para salir de la crisis y en unos primeros intentos tímidos de formulación de un pacto social, a través del pilar social (intensificación de la red de protección, SURE para el reaseguramiento del paro, empuje para armonización de mínimos en rendas y servicios públicos,…). El otro aspecto central en la respuesta de la UE es que la respuesta debe ser palanca además para dos transiciones, la ecológica-climática, y la digital. Ambas transiciones forman parte del enfoque del Fondo de Recuperación.
El Fondo de Recuperación y Resiliencia Europeo
La combinación -aún en fase de concreción- del Plan/Fondo de Recuperación Europeo (Next Generation UE) y del Marco Financiero Plurianual (MFF) dibujan un cambo histórico. El acuerdo de Julio del Consejo Europeo no tiene precedentes, ni por su enfoque, ni por sus cantidades: Un plan de inversiones de 750 mil millones -para la salida de las crisis sanitaria y económico-social-, a ser financiado con la emisión de deuda conjunta por la UE. La cantidad es importante pero es igual de relevante el hecho que los recursos vengan de la decisión de mancomunar deuda (futura). Este salto cualitativo -que algunos han denominado “momento Hamiltoniano” permite abordar el reto -no ya como un juego de transferencias entre países- sino como un futuro con herramientas compartidas y unos recursos significativos. Aunque si bien es cierto que esa mancomunación de deuda (y la capacidad vinculada al Banco Europeo de Inversiones, entre otras) dibujan una mayor potencia en recursos, en el futuro deberá abrirse la cuestión impositiva, con la introducción de nuevos impuestos europeos y por supuesto los correspondientes mecanismos de legitimación democrática.
En el momento de escribir estas líneas se están definiendo y concretando dos cuestiones centrales sobre Next Generation UE, que como siempre pasa con estas cuestiones, pueden desnaturalizar parte de su ambición inicial. Como es sabido son unas negociaciones complejas a tres bandas: Consejo, Comisión y Parlamento con un resultado abierto. La primera es el grado de exigencia climática, su vinculación a objetivos de transición ecológica medibles, el bloqueo de inversiones no sostenibles, y su interrelación con el European Green Deal. La segunda cuestión es sobre la/s condicionalidad/es. Se evitó una condicionalidad macroeconómica con sesgos austeritarios o neoliberales, y ahora la condicionalidad que se está discutiendo es sobre la necesidad de vínculo las inversiones con garantías hacia el respeto al estado de derecho, el pluralismo y la división de poderes (“rule of law”), donde Hungría y Polonia están planteando objeciones. Estas objeciones, que ralentizan su necesaria y rápida aprobación, coinciden con los intentos de rebaja y dilución por parte de los países “frugales” (de la “Liga Hanseática”), en una curiosa pinza. La dificultad de encontrar el equilibrio entre lo urgente y lo importante marcará la acción de los países impulsores frente a los bloqueadores.
La combinación -aún en fase de concreción- del Plan/Fondo de Recuperación Europeo (Next Generation UE) y del Marco Financiero Plurianual (MFF) dibujan un cambo histórico. El acuerdo de Julio del Consejo Europeo no tiene precedentes, ni por su enfoque, ni por sus cantidades
El Banco Central Europeo: la política monetaria no lo puede todo pero abre camino
Con la gestión de la crisis anterior, pudimos observar que después del mandato Trichet -que contribuyó a la profundización de la crisis-, con el arranque del mandato de Draghi a partir del “whatever it takes” se abrían algunos caminos no tradicionales para estabilizar y salvar la eurozona, así como para revertir la recesión (compras de deuda pública en los mercados secundarios “OMT”, y “Quantitative Easing”, y en definitiva toda la batería de intervenciones antideflacionistas y de aseguramiento de la liquidez… ). Pasando de ser parte el problema a parte de la solución. Ya en los últimos años, la política monetaria fue mostrando su potencia y efectividad pero también sus límites, lo que llevó en los últimos tiempos a Draghi a insistir en todos los foros posibles en la necesidad también de una política y capacidad fiscal europea alineada con la política monetaria para seguir una senda de crecimiento. Emplazamiento que las autoridades europeas deberían recoger con la máxima urgencia ya que con sólo la acción monetaria del BCE no se puede.
En este sentido, después de un arranque titubeante del mandato de Lagarde – y con unos errores comunicativos serios en el inicio de la pandemia- observamos señales interesantes que vienen del BCE. Con la perspectiva de una crisis sin precedentes derivada de la pandemia, se visualiza el reforzamiento de sus compromisos anti-recesión y la insistencia en una pata fiscal europea. Y también vemos que de forma explícita se van promoviendo y encauzando los debates estratégicos de futuro, no sin resistencias enormes de los “halcones”.
En un contexto secular de baja inflación, se va abriendo camino la necesidad de poder intervenir simétricamente sobre los objetivos de inflación (con las derivadas que ello tiene), entrando ya en la discusión pública como perseguir objetivos inflacionarios que estiren hacia el famoso 2% o más allá. Y en la conversación en la burbuja del BCE (tanto dentro como con los actores que la rodean) ha empezado a romperse el precinto sobre su “mandato”. La singularidad de tener como único mandato/objetivo/función la estabilidad de precios empieza a ser cuestionada. Y lo más interesante es que se hace recordando lo que también dice el artículo 127 del Tratado de Funcionamiento de la UE: “ (…) el Sistema Europeo de Bancos Centrales apoyará las políticas económicas generales de la Unión con el fin de contribuir a la realización de los objetivos de la Unión establecidos en el artículo 3 del Tratado de la Unión Europea “. Ello implica pues acompañar aquellas políticas y objetivos de crecimiento, empleo, impulso de mercados, sostenibilidad,… que se fijen. Vale la pena en este sentido leer voces autorizadas como las de Adam Tooze o Martin Sandbu. Y en particular, en aquello relativo a política climática, parece que el BCE está asumiendo los riesgos sistémicos y para la estabilidad económica y monetaria que supone el cambio climático. Ya se va más allá de simplemente incorporar el cambio climático en los análisis. Isabel Schnabel -del Comité Ejecutivo de BCE- en una reciente conferencia señalaba la necesidad de intervención en la acción colectiva por parte de los Bancos Centrales para acelerar la transición a una economía neutra en carbono y corregir los fallos del mercado relacionados.
Ambición frente la emergencia climática: lo verde como aglutinador
El European Green Deal se ha convertido en el gran proyecto de las instituciones de la UE. Se es consciente de la amenaza civilizatoria que supone el cambio climático y se ha visto además que la transformación ecológica puede ser palanca de cambio para reorientar modelos productivos y laborales agotados y dotarse de un proyecto económico de futuro. Este hecho dota de compás estratégico la agenda europea, y ofrece una oportunidad para dotarlo de contenido social y democrático.
Se ha entendido que el clima no espera (y que cada gramo de CO2 no emitido cuenta) y a la vez se ha visto la agenda de transformación ecológica como oportunidad de reinvención económica, abandonando el falso dilema “economía o clima”
De las actuales negociaciones entre Consejo, Comisión y Parlamento Europeo saldrán unos acuerdos concretos con la necesaria complejidad y transacción. El Parlamento de momento ha aprobado que su propuesta para la Ley Climática asuma una reducción del 60% de emisiones para 2030, el final de los subsidios para el carbón, petróleo y gas, un presupuesto de CO2 para la UE, y el impulso de un Consejo Científico Climático que lo acompañe. Estos “máximos” de ambición seguramente se verán rebajados en los acuerdos finales. Pero lo relevante y novedoso (e inesperado) es que no se ha impuesto la tentación de dejar para más adelante la cuestión, cuando se “solucione” la pandemia y la crisis económica. Se ha entendido que el clima no espera (y que cada gramo de CO2 no emitido cuenta) y a la vez se ha visto la agenda de transformación ecológica como oportunidad de reinvención económica, abandonando el falso dilema “economía o clima”. De hecho, es interesante señalar que en los meses que llevamos de pandemia los objetivos de descarbonización se han ido volviendo más ambiciosos.
Una UE geopolítica y constructiva
El futuro global es más incierto e impredecible que nunca, lo que también implica que está más abierto, está menos determinado y es susceptible de tomar un camino u otro en función de multitud de fuerzas, en algunas de las cuáles podemos intervenir. Muchos analistas y académicos -a modo de ejemplo es interesante la prospectiva reciente publicada de Joseph Nye- intentan dibujar cuáles podrían ser los escenarios de futuro globales en las próximas décadas. Lo que se concluye de la mayoría de prospectivas es que hay múltiples escenarios factibles, extremadamente diferentes entre ellos. Aún sin una coincidencia total entre autores, los principales posibles serían -a modo de resumen no exhaustivo- : Una disgregación/degradación del orden liberal y multilateral sin que emerja ninguna alternativa clara (o según los autores una continuación con sus crisis de “como hasta ahora”); una hegemonía global de China; un auge de autoritarismos regionales sin una polaridad clara global con sus respectivas zonas de influencia; un mundo bipolar con China y USA (o “Occidente” depende de los autores) como polos; o un mundo con un gobernanza global multilateral reforzada y en construcción continua a partir de la emergencia climática. Es en este último escenario donde la UE -sus gentes y sus Estados Miembros- tienen alguna posibilidad de ser actores -y no mero territorio subalterno donde otros libran sus conflictos- y poder situar una agenda de mínimos civilizatorios.
En lo que sí hay consenso es en la tendencia de fondo del vínculo transatlántico con USA, que será más débil y circunstancial (aunque dependiendo de quienes sean los futuros presidentes de USA se module la intensidad de la tendencia). Ello tiene implicaciones en seguridad y defensa, en la acción para la gobernanza global, en las alianzas y en las políticas económicas.
De aquí la necesidad que la UE se dote de “autonomía estratégica”. Para poder perseguir sus intereses (divergentes de otros actores globales) y hacer una contribución autónoma al orden y gobernanza global, que deberá basarse en el multilateralismo y los derechos humanos. Afortunadamente en los centros de decisión europeo parece que se está interiorizando con un alto consenso la necesidad de la “autonomía estratégica” (aunque se venga de culturas de relaciones internacionales muy diferentes entre los distintos países) y la convicción -como insiste Josep Borrell- de que la UE actúe como actor geopolítico, con todos sus poderes.
A nadie se les escapa que la UE puede acabar siendo un actor geopolítico irrelevante si no encuentra la manera de ser efectiva, asertiva y constructiva, o incluso podría llegar a ponerse en subalternidad respecto a China. Si se quiere ser un actor geopolítico relevante pues una de las cuestiones a clarificar es las relaciones con China. En el plano teórico eso parece resuelto y ha hecho fortuna la idea/estrategia denominada “hedging” es decir, como señalan diversos académicos, combinar -dependiendo del tiempo y del ámbito- la competición y la cooperación. La competición claramente se puede dar en la visión en derechos humanos, o en la hegemonía comercial o tecnológica. Pero la cooperación será imprescindible en los marcos para la gobernanza global -también la económica-, en la preservación del multilateralismo y especialmente en la lucha contra el cambio climático. Es en este último aspecto que es fundamental aprovechar el compromiso solemne y relevante de China con la neutralidad en carbono para 2060. Es significativo que este aumento de ambición sea en estos momentos y contexto. Y ciertamente -tanto por su impacto doméstico como por su impregnación al resto de países- puede ser la palanca necesaria para un abordaje global y quizás suficiente de la emergencia climática de forma cooperativa.
Optimismo “ma non troppo”
Todo lo aquí comentado podría parecer voluntarista o del subjetivismo de la ilusión si olvidáramos algunos “pero” fundamentales. Sigue habiendo retos complicadísimos por el camino y además el partido sigue en disputa. Y tendrá toda la razón del mundo quién diga que bienvenidos todos los cambios pero que vienen muy tarde.
Es cierto que aparecen fisuras y fallas en la hegemonía ideológica del neoliberalismo. Y más, en una crisis múltiple como la que nos afecta, dónde son evidentes los fallos de mercado, especialmente en la crisis sanitaria y económica. Pero eso no implica ninguna tendencia secular hacia más libertad, igualdad y fraternidad, ni un mayor peso de la democracia económica. Pudiendo ser bien factible la tendencia contraria, una degradación sin alternativa de la actual fase del capitalismo en un escenario de distopía climática. Y aunque en esta primera fase de la pandemia domine un sentimiento de solidaridad, de aproximaciones comunitarias y de “estamos junto en esto”, no es descartable que si la situación socioeconómica y/o sanitaria se endurece vayan apareciendo respuestas basadas en salidas en lógica individual o de “nosotros versus ellos”. Ya en la vertiente sanitaria empezamos a ver repliegues, con un nacionalismo de las vacunas emergente en distintos países, que anula la lógica de la cooperación optando por la mala solución en lo que podría ser un ejemplo de manual del dilema del prisionero.
Además, estructuralmente hay relevantes barreras, intereses y obstáculos que entorpecen el reforzamiento de lo público y del vector igualitario. El caso más evidente es en la fiscalidad, insuficiente y menos progresiva de lo necesario para la ambición exigida al poder democrático, al sector público y a la administración. Superar esa insuficiencia requiere voluntad política doméstica y europea (y acompañamiento de actores sociales relevantes como los sindicatos) pero también arreglar el desajuste entre una fiscalidad que es estatal y un mercado interior y un área monetaria que son europeas (evidentemente por elevación hacia una mayor fiscalidad europea). En clave doméstica española también es una barrera la actual dinámica política de bloqueo, crispación y polarización, que no permite impulsar reformas consensuales y de calado necesarias, y donde la inercia y el seguir como siempre (por ejemplo con las prórrogas de presupuestos) no juegan a favor de lo público.
Pero es en clave europea y global donde encontramos –junto con la fiscalidad- uno de los retos más importantes a superar si queremos que lo público y la capacidad democrática sean el timón del desarrollo: Cómo regulamos los grandes monopolios y disponemos de unas leyes de la competencia efectivas y que respondan frente a los grandes monopolios y oligopolios; y cómo ordenamos las cadenas de valor transnacionales.
A nadie se le escapa que el contexto geopolítico es muy hostil, con pulsiones para deconstruir el orden multilateral y con muchos actores activamente intentando dinamitar o debilitar a la UE
A todo ello tenemos que añadir la dificultad de un orden internacional cada vez más transaccional y conflictivo y menos cooperativo y multilateral y con los conocidos ataques furibundos a las actuales instituciones y organismos globales. A nadie se le escapa que el contexto geopolítico es muy hostil, con pulsiones para deconstruir el orden multilateral y con muchos actores activamente intentando dinamitar o debilitar a la UE. Además, poderosísimas fuerzas domésticas europeas intentan sabotear cualquier cambio de tendencia u orientación, dificultando posibles políticas favorecedoras de una integración democrática, y cualquier política de cohesión, progresista o igualitaria. Por supuesto las inercias y multitud de barreras estructurales no acompañan a dar pasos a la izquierda. Y ante un escenario incierto, de alargamiento de años de la pandemia y recrudecimiento de la crisis económica, no podemos descartar un rearme de las fuerzas reaccionarias partidarias del repliegue en Europa si fallan las políticas de cohesión y emergen llamamientos a soluciones segregadoras (sea por país, por grupo social, o por territorio).
Sin embargo, por primera vez en décadas parece posible revertir la tendencia deconstituyente en derechos que recorría Europa, y poder construir una Unión Europea con mayor integración política democrática y un cierto pilar social, y con un rol positivo tanto como abanderada de la lucha contra el cambio climático como actor geopolítico global. Es pues una buena oportunidad para que la Conferencia sobre el Futuro de Europa incorpore estos cambios y encuentre los mecanismos para una profundización en la UE de su legitimación democrática.
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Lluís Camprubí. Máster en Salud Pública. Co-coordinador del Ámbito de Europa e Internacional de Catalunya en Comú.