Por LILIANA SEGRE
[El 29 de enero de 2020, Liliana Segre, superviviente de Auschwitz y senadora vitalicia en Italia, pronunció este discurso en el Parlamento Europeo en Bruselas en el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto. El texto es una transcripción libre del mismo]
Empiezo dando las gracias a mi amigo David Sassoli [Presidente del Parlamento europeo] que me invitó a hablar hoy aquí.
No puedo ocultar la profunda emoción al ver las coloridas banderas de tantos Estados hermanadas en este Parlamento donde hablamos, debatimos y nos miramos unos a otros a los ojos.
Al día 27 de enero a veces se le ha dado una importancia que en el fondo no tiene. Auschwitz no fue liberado ese día. Ese día el Ejército Rojo entró en él y es muy bonito el discurso de Primo Levi en su relato La tregua de los cuatro soldados rusos que no liberan el campo porque los nazis ya habían escapado, pero se encuentran ante este increíble espectáculo.
Un espectáculo más tarde increíble para todos los que quisieron verlo, mientras que alguien no quiere verlo ni siquiera ahora y dice que no es verdad. Es una cuestión de asombro ante el mal de los demás.
Estas son las extraordinarias palabras de Primo Levi y que ningún prisionero de Auschwitz ha podido nunca olvidar. El 27 de enero, yo tenía 13 años y era trabajadora esclava en la fábrica de municiones Unión.
De repente vino la orden inmediata de comenzar lo que se llamó la «Marcha de la Muerte». El Ejército Rojo no me liberó el 27 de enero, formé parte de ese grupo de más de 50 mil prisioneros aún vivos obligados a una marcha que duró meses.
Cuando hablo en las escuelas, digo que todos en la vida deben poner una pierna delante de la otra, que uno nunca debe apoyarse en nadie porque en la «Marcha de la Muerte» no podíamos apoyarnos en el compañero vecino que se arrastraba por la nieve con los pies doloridos y que si se caía era rematado por la escolta. Muerto.
La fuerza de la vida es extraordinaria, eso es lo que debemos transmitir a los jóvenes de hoy
La fuerza de la vida es extraordinaria, eso es lo que debemos transmitir a los jóvenes de hoy. No queríamos morir, estábamos locamente apegados a la vida fuera lo que fuera esta, así que continuábamos una pierna tras la otra, arrojándonos a los montones de estiércol, comiendo incluso la nieve que no estaba sucia de sangre.
Primero cruzamos Polonia y Silesia, luego fue Alemania. Después de meses y meses llegamos al Jugendlager en Ravensbruck. Sólo éramos jóvenes, pero parecíamos viejos, sin sexo, sin edad, sin pecho, sin menstruación, sin ropa interior. No debes tener miedo de estas palabras porque es así como se le quita la dignidad a una mujer.
Día tras día, campamento tras campamento, me encontré a finales de abril de 1945.
Qué lejano estaba el 27 de enero, cuántas compañeras habían muerto en esa marcha, nunca socorridos porque nadie nos abrió la ventana ni nos tiró un pedazo de pan.
No fue sólo el pueblo alemán, sino los pueblos de toda la Europa ocupada por los nazis, donde vimos a nuestros vecinos ser extraordinarios colaboradores de los nazis.
En Italia nuestros vecinos nos denunciaron, tomaron posesión de nuestra vivienda, incluso del perro si era de raza.
Todavía escuchamos esta palabra, raza, y por ello debemos combatir este racismo estructural que permanece.
Todavía escuchamos esta palabra, raza, y por ello debemos combatir este racismo estructural que permanece
La gente me pregunta por qué seguimos hablando de antisemitismo. Respondo que siempre ha habido, pero no ha sido el momento político para expulsar el racismo y el antisemitismo inherentes en la mente de los pobres de espíritu.
Y luego vienen los momentos apropiados, los flujos y reflujos históricos, cuando nos volvemos hacia otro lado. Y entonces, todos los que se aprovechan de esta situación encuentran el terreno más adecuado para presentarse.
Cuando inmediatamente después de la guerra conservé por casualidad la vida y regresé a mi ciudad de Milán con los escombros humeantes, yo era una chica herida, salvaje, que no sabía ya comer con un tenedor y un cuchillo, todavía habituada a comer como las bestias.
También me criticaron los que me querían: querían de nuevo a la chica burguesa con una buena educación.
Es difícil recordar estas cosas y tengo que decir que durante treinta años he estado hablando en las escuelas y ahora siento una dificultad psíquica para continuar haciéndolo, aunque mi deber debe ser este hasta la muerte. Vi esos colores, escuché esos gritos y olores, conocí gente en ese Babel de idiomas que sólo puedo recordar aquí hoy, donde tantos idiomas se encuentran en paz.
En los campos era posible comunicarse con compañeras que venían de toda la Europa ocupada por los nazis sólo mediante la búsqueda de palabras comunes, de lo contrario sólo había la soledad absoluta del silencio. Y las banderas de las que hablaba al principio me recordaron ese deseo de encontrar una palabra común con los holandeses, franceses, polacos, alemanes y húngaros.
En húngaro, aprendí sólo una palabra, kenyér, «pan». Es la palabra principal que significa hambre, pero también lo sagrado de algo desperdiciado hoy sin siquiera mirar lo que se tira a la basura.
Desde hace al menos tres años siento que los recuerdos de aquella niña que he sido no me dejan en paz. No me dan paz porque desde que me convertí en abuela, hace treinta y dos años, esa niña que hizo la «Marcha de la Muerte» es otra persona comparada conmigo: soy la abuela de mí misma. Y es un sentimiento que no me deja. Es mi deber hablar en las escuelas, testificar. Pero no puedo evitar hablar de mí y de mis compañeras. Yo soy la que salta. Esa niña flaca, esquelética, desesperada y solitaria.
Que la mariposa amarilla vuele siempre sobre alambres de púas
Y ya no puedo soportarlo porque soy la abuela de mí misma y siento que si no dejo de hablar, si no me retiro por el tiempo que me he ido a recordar solo y disfrutar de las alegrías de la familia redescubierta, ya no podré hacerlo. Porque no lo lograré más. Incluso hoy me resulta difícil de recordar, pero me pareció un gran deber aceptar esta invitación para recordar el mal de los demás. Pero también para recordar que puedes, una pierna delante de la otra, ser como esa niña de Terezin que sacó una mariposa amarilla volando sobre alambres de púas. No tenía lápices de colores y tal vez no tenía la maravillosa fantasía de la niña de Terezin.
Que la mariposa amarilla vuele siempre sobre alambres de púas.
Este es un mensaje muy simple de la abuela que me gustaría dejar a mis futuros nietos ideales. Que sean capaces de tomar la decisión. Y con su responsabilidad y su conciencia, ser siempre esa mariposa amarilla que vuela sobre las alambradas de púas.
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Liliana Segre (Milán, 1930). Doctora en filosofía, senadora vitalicia en Italia. En 1943 fue arrestada y deportada al campo de Birkenau. Un infanzia perduta, La Nuova Italia 1996. Traducción: Javier Aristu.