Por WOLFGANG STREECK
La descomposición del estado moderno ha alcanzado una nueva etapa, en el mismo país en el que fue inventado el estado moderno. Fue el Reino Unido, bajo el mandato de Thatcher, el que bloqueó el despliegue de la Unión Europea como un estado del bienestar supranacional según el modelo británico de posguerra asociado a Keynes, Beveridge y T.H. Marshall. Desde entonces la revolución neoliberal, dirigida por Estados Unidos y el Reino Unido, ha cerrado para siempre esa ventana.
En lugar de proteger a los europeos de las turbulencias del mercado mundial, la UE se ha convertido en una poderosa máquina de liberalización al servicio de una profunda reestructuración economicista de la vida social. Bajo la égida de la UE, el Reino Unido se ha desdoblado en dos naciones distintas: una nación de ganadores que utiliza el mundo globalizado como amplio terreno de juego, y una nación de perdedores expulsados de sus bienes comunes por una nueva tempestad de acumulación primitiva. Tratando de encontrar refugio en las garantías democráticas, en el gobierno del pueblo, en la autonomía local, en los bienes de propiedad colectiva y en las tradiciones igualitarias, los perdedores bajo el internacionalismo neoliberal, reencontrados inesperadamente con la participación política, han vuelto a poner sus esperanzas en el estado-nación. Pero la arquitectura estatal existente ya no está diseñada para servirles, y menos aún en la tierra de Thatcher, Blair y Cameron. Aquí, quienes son lo bastante afortunados para gestionar recursos políticos e institucionales subnacionales, en Escocia en particular, confían en poder utilizar el régimen estatal supranacional de la UE para quebrar el régimen estatal nacional del Reino Unido, nota bene con el fin de recuperar y extender el control local, y decididamente no con la intención de entregarlo a una autoridad más lejana incluso que Londres.
Los perdedores bajo el internacionalismo neoliberal, reencontrados inesperadamente con la participación política, han vuelto a poner sus esperanzas en el estado-nación. Pero la arquitectura estatal existente ya no está diseñada para servirles
El descontento se extiende. En muchos otros países europeos, un referéndum similar habría tenido un resultado también similar. Está claro que la construcción de un superestado supranacional ha fracasado como programa político, y lo mismo, como ahora se está evidenciando, ha sucedido con el estado-nación de mercado centralizado, diseñado por Thatcher. ¿Qué vendrá a continuación? Las dimensiones de la confusión post-referéndum en la Gran Bretaña muestran hasta qué punto son difíciles las alternativas. El hecho de que, por razones diferentes, los partidarios del ‘Exit’ no tuvieran un Plan A, y el gobierno no tuviera un Plan B, no ha representado ninguna sorpresa. Lo sorprendente es la llamada a otro referéndum al estilo de Bruselas, ‘hasta que voten lo correcto’. Y más sorprendente todavía es el putsch anti-Corbyn montado por los mismos Blairistas que sufrieron en sus carnes una deserción en masa por parte de los votantes laboristas. La agenda es desalentadora. ¿Cómo equilibrar la identidad local y la cosmopolita, y cómo encajar las diferentes combinaciones de lugares, clases, intereses? ¿Cómo combinar la protección local y la participación global? ¿Cómo distinguir la protección de las formas tradicionales de vida y la diversidad, de la xenofobia y el racismo; y el progresismo, del elitismo? ¿Dónde habría que cerrar las líneas, dónde abrirlas, para defender fronteras, negociar compromisos, aceptar vivir con conflictos y contradicciones, y respetar pasiones e intereses que no compartimos?
Diseñar una Europa más flexible, menos jerárquica, más voluntaria, y más en línea con lo que se conoce como ‘subsidiariedad’ en la eurolengua. Una Europa de ‘geometría variable’
En último término, será tarea de la izquierda encontrar respuestas constructivas. En el nivel de la definición de instituciones europeas, cabría pensar en utilizar las negociaciones pendientes sobre las relaciones entre la Gran Bretaña y el bloque de la UE para diseñar una Europa más flexible, menos jerárquica, más voluntaria, y más en línea con lo que se conoce como ‘subsidiariedad’ en la eurolengua. Una Europa de ‘geometría variable’ podría resultar atractiva no solo para el ex miembro Gran Bretaña y para el candidato a miembro Escocia, sino también para los pequeños países situados en los márgenes de la UE actual, como Dinamarca y Suiza, para no hablar de países aspirantes tales como Cataluña o, tal vez, Gales. Me atrevo a imaginar algo parecido a una plataforma “unioneuropeísta” para la cooperación voluntaria entre países y regiones por medio de tratados y convenciones, un conglomerado social flexible de unidades políticas autónomas, muchas de ellas menores que los grandes estados-nación de hoy, y que aprovecharían su pequeño tamaño y la facilidad de movimientos y de toma de decisiones asociada a esa característica, para posicionarse de forma eficaz en el sistema global, de acuerdo con sus recursos y capacidades específicas. Una estructura así debería crearse de abajo arriba, puenteando al Leviatán, o Behemoth, de Bruselas; y ofrecería un modelo alternativo de integración europea y tal vez, por añadidura, de estructuración estatal internacional moderna, situado por debajo de las proporciones colosales del superestado proyectado bajo la fórmula de la ‘unión cada vez más estrecha’ de los viejos tratados, hoy desfasados, y abierto a todos los países miembros de la UE, incluidos los miembros de la Unión Monetaria Europea. (Circulan actualmente modelos interesantes de una unión monetaria de dos niveles.) No una Europa de dos velocidades, como han propuesto en ocasiones integracionistas franceses y alemanes, sino de dos especies, que compitan por la adhesión nacional y subnacional hasta que Francia y Alemania sean los únicos miembros supervivientes de la primera fundación en Bruselas.
[Artículo publicado originalmente en la London Review of Books, julio 2016. Traducción de Paco Rodríguez de Lecea]
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Wolfgang Streeck. Director del Max Planck Institute for the Study of Societies con sede en Colonia (Alemania). Sociólogo que estudió en la Escuela de Frankfurt es autor de numerosos ensayos y libros sobre la crisis del capitalismo contemporáneo.