Por KATE ARONOFF, ASAD REHMAN, THEA RIOFRANCOS, RICHARD KOZUL-WRIGHT, OLÚFÉMI O. TÁÍWÒ
La perspectiva de un Green New Deal global exige un serio esfuerzo para limar las profundas desigualdades del orden económico internacional.
Kate Aronoff: La vacuna para el Covid-19 ha proporcionado un ejemplo de cómo la financiación pública y la política industrial pueden posibilitar el rápido desarrollo de tecnologías para salvar vidas. Pero las vacunas están siendo acaparadas por los países ricos, concentrados en su mayor parte en el Norte Global. ¿Es esto un anticipo de lo que sucederá con la política climática a continuación?
Asad Rehman: El Covid-19 es, en efecto, un indicio de lo que podría ocurrir con la crisis climática. Durante una pandemia global, cuando se supone que todos deberíamos estar unidos y se nos dice que “ninguno estará seguro hasta que todos nosotros lo estemos”, la respuesta se ha limitado en gran medida al nivel de los Estados-nación. Los países más ricos han competido con los más pobres, primero por recursos muy necesarios —equipamientos para la protección personal, tratamientos vitales—, y ahora por la vacuna. El 14% de la población mundial que vive en los países más ricos ha acaparado el 53% de las vacunas. La distribución de vacunas suficientes para el Sur Global no se completará probablemente hasta 2024. Los países más ricos también han bloqueado los intentos de suspender las patentes de las vacunas del Covid-19. Sus gobiernos no están interesados en una respuesta global coordinada, orientada a priorizar la salud de las personas en primer lugar. Los países ricos siguen declarando que es necesario proteger los beneficios de las grandes empresas farmacéuticas que han obtenido miles de millones de beneficios en este último año. La Unión Europea está pagando aproximadamente 2 dólares por dosis de vacuna, mientras Uganda las compra a 7 dólares.
Asad Rehman: «El Covid-19 es, en efecto, un indicio de lo que podría ocurrir con la crisis climática»
Todo esto representa una lección importante para los activistas del clima. Cuando se hagan más patentes los efectos del cambio climático en el mundo, posiblemente la respuesta consista en replegarse detrás de las fronteras nacionales y sacrificar al Sur Global para proteger las economías y a los ciudadanos del Norte Global. Los países ricos han roto en su favor las reglas y emprendido un gasto público masivo en planes de salvaguarda del empleo y la sanidad pública, mientras a los países más pobres se les ha ofrecido, en el mejor de los casos, una reestructuración de la deuda, y unos préstamos del Fondo Monetario Internacional (FMI) en los que se fijan cláusulas para el regreso a la austeridad tan pronto como finalice la pandemia, incluidos los mismos recortes que dejaron al Sur Global sin buena parte de los servicios públicos necesarios para proteger a sus ciudadanos. En cambio, el mensaje del FMI al Norte Global es: “No hay necesidad de ser austeros, inviertan ustedes en fondos para la recuperación.” Desde luego, las desigualdades económicas, raciales, sociales y de género han quedado en evidencia también en el Norte Global. Si esto es un flash de lo que puede ocurrir con la crisis climática, vamos camino de un apartheid climático.
Thea Riofrancos: Exacto, estamos viendo un preestreno, pero el preestreno podría no ser tan malo como la película misma. La crisis climática, más incluso que el Covid-19, se caracteriza por un reverso profundamente injusto y trágico entre, por una parte, complicidad y responsabilidad, y por otra, entre vulnerabilidad y daño. Debido a la torpeza de unos gobiernos neoliberales y neofascistas en el Reino Unido, en Estados Unidos y en otros países ricos, el Covid-19 ha afectado seriamente a las personas en el Norte Global, incluidos los más ricos, si bien sus efectos han sido profundamente desiguales en función de las razas, las clases sociales y el género. Pero creo que el impacto desigual de la crisis climática será incluso más crudo.
Hemos de tener en cuenta también a China, que ofrece un modelo distinto sobre cómo afrontar tanto el Covid-19 como el clima. Existe obviamente un elemento represivo y autoritario en la manera como el gobierno chino maneja muchos temas políticos, incluido el covid-19; pero hay también una capacidad institucional inigualada —la coordinación dentro del sector público, y entre los sectores público y privado— y una conciencia aguda de lo que tenemos delante. El gobierno chino empezó a promover la electrificación del tráfico mucho antes que nadie en el Norte Global. China ha realizado inversiones preventivas en áreas como las energías renovables y otras tecnologías verdes, y en las cadenas de suministros que las producen. Para un país del Sur Global que observe de qué maneras tan diferentes han enfocado los poderes globales estos problemas, China puede ofrecer un modelo a seguir. No solo eso: China ha mostrado una gran sintonía con las perspectivas geopolíticas del momento. Se está ofreciendo para solucionar la crisis de la deuda de los países del Sur Global, a cambio del establecimiento de relaciones comerciales.
Richard Kozul-Wright: Vivimos en un sistema neo-mercantilista en el que los Estados han sido capturados por los grandes grupos de empresas, y no es sorprendente ver que esa situación se ha extendido también a la esfera multilateral. Es, con mucha claridad, el caso con las vacunas. Lo es también con las finanzas. Pensemos en la negativa a admitir acreedores privados en la Covid-19 Debt Service Suspension Initiative (“Iniciativa para la suspensión de la deuda por motivo del Covid-19”), del G20. Se han repartido unas ayudas mezquinas a setenta y tres de los países más pobres del mundo. Las economías avanzadas, mientras tanto, están tomando las mismas medidas sobre las que aleccionan a los países en desarrollo para que se abstengan de hacerlo. La Unión Europea habla de la necesidad de autonomía estratégica en lo que se refiere a fortalecer sectores necesarios para garantizar su propia resiliencia. Es lo que los países en vías de desarrollo han estado pidiendo durante dos decenios. Robert Lighthizer, consejero de Comercio con Trump, sostuvo que “América” necesita un espacio político mayor si quiere estar en condiciones de afrontar algunos de los impactos y los problemas a los que se enfrenta, y para gestionar el comercio exterior. Al mismo tiempo, los países ricos siguen promoviendo un programa de la Organización Mundial del Comercio dirigido a una mayor liberalización del comercio, a reforzar los derechos a la propiedad intelectual, y a liberalizar los servicios en la economía digital. Es muy fácil caer en el pesimismo, dadas las asimetrías del poder puestas al descubierto por esta crisis; pero hay oportunidades para una mayor nivelación, si se adopta el tipo adecuado de programa progresista y se forjan las alianzas oportunas.
Richard Kozul-Wright: «Es muy fácil caer en el pesimismo, dadas las asimetrías del poder puestas al descubierto por esta crisis; pero hay oportunidades para una mayor nivelación, si se adopta el tipo adecuado de programa progresista y se forjan las alianzas oportunas»
Olúfẹ́mi O. Táíwò: La captura de las instituciones decisorias por parte de los intereses de las élites ha tenido, en los Estados y en las instituciones multinacionales, efectos difíciles de exagerar. Un estudio reciente de la Northeastern University concluyó que, de haberse efectuado una distribución igualitaria de las vacunas, era factible esperar más del 60% de reducción en la tasa de muertes; mientras que la distribución elegida de la vacuna prioriza a las élites del Norte Global, lo que reducirá esos porcentajes solamente en un 33%. Al priorizar las pulsiones de la “seguridad nacional”, los Estados-nación del Norte Global están yendo en contra de sus mismos intereses. Vista desde una perspectiva a largo plazo, más comprensiva, esa política es profundamente irracional. Pero la estructura de los incentivos en esas instituciones responde mucho más a los intereses de AstraZeneca que a los de las poblaciones de los países que esos dirigentes aseguran representar.
Aronoff: En Estados Unidos, se habla de la justicia global sobre el clima como si fuera una cuestión estética para incluir en las políticas climáticas, caso de que resulte adecuado hacerlo. Aunque, de hecho, no se incluye. ¿Podríamos pensar en una política de reparación, que tenga en cuenta la responsabilidad histórica de los países que han contribuido a esta crisis, como una característica necesaria de las políticas climáticas, más que como un añadido caritativo?
Táíwò: Me tranquilizaron muy poco los repetidos llamamientos de Biden durante la campaña electoral a hacer del cambio climático un tema de seguridad nacional. Existe un creciente sentimiento eco-fascista en algunas naciones del Norte Global. Creo que esos países no atenderán bien a la protección de sus propios intereses si evalúan las decisiones a través del prisma del proteccionismo, de los intereses particulares de las grandes empresas, o incluso de los intereses de la seguridad nacional en el marco de una competencia entre Estados, por ejemplo, la competencia entre Estados Unidos y China. Necesitamos un marco político que separe por completo la toma de decisiones de cualquier cuestión de competitividad. Las reparaciones climáticas son una vía particularmente potente para hacerlo. Las iniciativas políticas concretas conectadas a esa perspectiva más colaborativa son los planes globales bilaterales o multilaterales de estímulos verdes. Este enfoque elevaría nuestras apuestas en la dirección de una transformación social más seria y comprensiva.
Riofrancos: Los argumentos pertinentes para el Green New Deal en una escala doméstica —abordar la desigualdad y la crisis climática de forma simultánea, como fenómenos interconectados— son similares a los argumentos que se podría barajar en una escala global. No es posible manejar la crisis sin ir a la raíz del problema, que es la de una economía política global desigual, que produce lo que Andreas Malm llama “naturaleza azarosa”: una reacción de la naturaleza que incide en el sistema social. Y no se pueden crear las coaliciones amplias que serían necesarias para abordar esos problemas, sin tener en cuenta el hecho de que la mayoría de la población mundial se encuentra en el Sur Global. Hay personas que están luchando por la supervivencia en el día a día, y los gobiernos que representan a esas personas se ven obligados a buscar soluciones para sus necesidades básicas. Un enfoque basado en la competitividad y en la seguridad, y enraizado en la dominación, niega esas realidades y reproduce el problema.
Thea Riofrancos: «Los argumentos pertinentes para el Green New Deal en una escala doméstica —abordar la desigualdad y la crisis climática de forma simultánea, como fenómenos interconectados— son similares a los argumentos que se podría barajar en una escala global»
Kozul-Wright: Hay aquí un dilema para el progresismo que se remonta a los orígenes del multilateralismo en el decenio de 1930. Roosevelt necesitaba sacar a Estados Unidos de un sistema internacional deflacionario, con unas características reaccionarias en aquella época, y reconstruir el Estado en torno a un programa progresista. Yo aseguraría incluso que esa fue la base desde la que se repensó el multilateralismo en Bretton Woods en los años 1940, que nos encaminó definitivamente en una dirección progresista. En los últimos treinta años hemos pasado de un sistema multilateral diseñado para reforzar la soberanía nacional y promover las estructuras necesarias para ayudar a los países a cooperar, a un sistema multilateral cuya función es en esencia constreñir a los Estados-nación. Comprendo las razones por las que Biden lanzó la campaña “Compre americano”, pero la idea podría resultar perjudicial para los intereses del Sur Global a menos que se establezcan leyes diferentes para el sistema internacional, de modo que los países en desarrollo no se vean penalizados por integrarse en la economía global.
En un sentido, Roosevelt tuvo suerte. Tuvo tiempo para reconstruir las estructuras de Estado. El fascismo se convirtió en una amenaza grave a partir del final del decenio de 1930, y él hubo de redoblar sus esfuerzos, pero el New Deal ya había reconstruido el Estado, de modo que pudo reajustarlo a fin de crear el “arsenal de la democracia”. No dispondremos de todo ese tiempo cuando la crisis climática llegue a su punto álgido y existe la preocupación real de que los países, ocupados en reconstruir sus estructuras domésticas, se olviden de la clase de arreglos, normas y prácticas internacionales de apoyo que serán necesarias para afrontar el desafío climático.
Rehman: Dos principios fundamentales surgieron en la convención-marco de las Naciones Unidas de 1992 sobre el Cambio Climático, a saber: una responsabilidad común pero diferenciada, y quien contamina paga. Hubo un reconocimiento de que el Sur Global no solo tenía una responsabilidad menor que los países ricos, sino que además debía afrontar una crisis de pobreza y desigualdad. El actual discurso de “tolerancia cero para el 2050” es en potencia la propuesta más ambiciosa susceptible de ser adoptada. Pero en ese marco, hay margen suficiente para que los países ricos eludan sus responsabilidades. Ese presupuesto sin carbono para 2050 es un presupuesto “global” sin carbono. La cuota justa de ese presupuesto global sin carbono para el Reino Unido alcanzaría en 2030 un nivel negativo del 200% respecto de sus niveles de emisiones en 1990. No es solo descarbonizar; ese objetivo requiere el apoyo de los países del Sur Global, a los que les costaría cerca de un billón de dólares, que habrían de entregar al Reino Unido. Eso solo del lado de la mitigación; sin contar el costo de las políticas adaptativas, o las increíbles pérdidas y estragos que acarrearán estas últimas.
Asad Rehman: «¿qué estamos intentando resolver? ¿Es un problema de carbono, o un problema de desigualdad e injusticia?»
Todo el mundo se ha centrado en alcanzar un objetivo universal. Olvidando la equidad, porque la equidad no te conduce allí; lo más importante era seguir la vía rápida. El problema, desde esa lógica e incluso si prescindes de la justicia, es que nuestra capacidad para alcanzar esa meta no mejora con la exclusión de la equidad. Los países ricos están haciendo menos de lo necesario, y los países del Sur Global, con responsabilidades menores, están haciendo mucho más, pero sin los mismos medios de implementación, financiación y tecnología.
La urgencia se convierte en un recurso que refuerza las desigualdades globales y el poder del Norte Global. Esto nos plantea una cuestión fundamental: ¿qué estamos intentando resolver? ¿Es un problema de carbono, o un problema de desigualdad e injusticia? Si crees que es un problema de carbono, entonces deberías utilizar tecnologías de emisiones negativas con geoingeniería, en lugar de buscar la conexión entre las emisiones de carbono y la riqueza y el consumo en el Norte Global.
Un Green New Deal global necesita incluir una política de reparto equitativo de las cargas, y además un objetivo hacia el que enderezar las desigualdades estructurales y las injusticias. Sin esos elementos, solo estaríamos planificando un aumento de las temperaturas no superior a los 3 grados Celsius.
Aronoff: Un estudio reciente sobre la huella del carbono mostró que cuarenta países cuyos presupuestos públicos dependen de los ingresos por las rúbricas del petróleo y gas natural, deberían afrontar un déficit de 9 billones de dólares con una limitación del calentamiento de 1,65 grados. Muchos de esos mismos países están luchando contra el peso aplastante de una deuda que ha empeorado de forma grave en el último año. ¿Cómo debería influir ese déficit masivo en el debate sobre la transición energética?
Riofrancos: Es importante no subestimar la profundidad de la relación mutua entre la deuda y el deterioro medioambiental. Los acuerdos sobre la deuda entre deudores privados e instituciones financieras multilaterales públicas, como el FMI y el Banco Mundial, limitan las políticas y el margen de maniobra fiscal en el Sur Global. Una y otra vez, han impedido a los gobiernos llevar a cabo las inversiones necesarias en sanidad pública, medidas ecológicas, y energías renovables. En Ecuador, que es un país petróleo-dependiente, el FMI sugirió recortes drásticos en el sector de la sanidad pública, que se llevaron a cabo bajo el gobierno actual. No es ninguna sorpresa que Ecuador haya padecido uno de los peores y más rápidos brotes de Covid-19.
El volumen de la deuda incentiva un pensamiento económico a corto plazo. Los sectores más atractivos en el corto plazo son los extractivos, con fácil acceso a los mercados globales; siempre puedes extraer materia prima y vendérsela a alguien. La deuda limita tanto la planificación económica a largo plazo, como la construcción de un sector público necesario para prevenir lo peor de la crisis climática y asegurar la transición a energías limpias. En el marco de nuestras políticas de Green New Deal global, se debe incluir una sección sobre las vías realistas que podrían facilitar la eliminación de los condicionamientos políticos, disminuir la deuda soberana, y, en última instancia, cancelarla.
Kozul-Wright: Siempre ha sido un problema qué tratamiento dar a la deuda soberana en el sistema multilateral. Después de la II Guerra Mundial, el tema se manejó desde presupuestos pragmáticos, como en el caso de Alemania, que se benefició de una cancelación masiva de su deuda y llegó a ser una potencia económica. (Ahora, Alemania se niega a admitir que la misma lógica podría resultar útil a otros países, que se encuentran en bastantes aspectos en una situación mucho peor).
Sin disponer de un mecanismo que no esté orientado hacia los acreedores, no puedes tratar con los volúmenes de deuda que muchos países en desarrollo han sufrido desde finales de los años 1970 y principios de los 1980. Y eso es cierto tanto si los acreedores son instituciones multilaterales o bilaterales, como si están en el sector privado. Ignorar este problema no hace más que agravar la carga que soportan muchos países en desarrollo. Se necesita un mecanismo que trate el problema de una forma a un tiempo justa y rápida. Pero los modestos intentos de perfeccionar los contratos de bonos u otras clases de instrumentos financieros han sido las únicas ideas que los estamentos políticos de las economías avanzadas han estado dispuestos a escuchar.
Hemos argumentado en favor de mecanismos independientes desde la crisis de la deuda latinoamericana de principios del decenio de 1980, pero excepto un momento muy breve a principios de los 2000, cuando el mismo FMI llegó a plantearse la idea, esta ha sido descartada. Cuanto más poder adquieren los acreedores privados, menos dispuestos están los cuerpos políticos de las economías avanzadas a considerar esto como una opción seria.
La privatización del sistema crediticio forma parte de la hiper-globalización. Los intereses financieros privados han ganado más y más influencia en la gestión política. El problema que afecta ahora a muchos países en desarrollo es grave; no son solo las Argentinas o los Líbanos del mundo, sino países mucho más pobres, como Mozambique y Zambia. Ya antes de la pandemia era sencillamente imposible para los países en desarrollo abordar objetivos de desarrollo sostenible. El impacto del Covid-19 ha multiplicado este problema. Los países en vías de desarrollo no tendrán la capacidad de generar y movilizar recursos en la escala de un Green New Deal bajo el peso de su deuda actual.
Rehman: Tenemos que acabar con los daños generados por los flujos de capital sin restricciones, los programas de ajuste estructural, los paraísos fiscales, los sistemas tributarios desiguales —todo lo que ha permitido a las corporated extraer beneficios ingentes del Sur Global—, y empezar a hablar de una transformación auténtica, basada en las energías renovables. Y hemos de empezar a hablar de la energía como un bien público. ¿Cómo puedes producir energía dentro de unos límites materiales acordados, de modo que el Sur Global no se vea colocado frente a otro ciclo de extracción en el nombre de la solución de la crisis climática, en tanto que no se toman medidas para solucionar la crisis de la pobreza energética, que ha dejado a 3.500 millones de personas sin acceso a la electricidad o a formas no contaminantes de cocinar los alimentos? Solo puede hacerse eso a partir de la pregunta de qué es energía socialmente útil. ¿De cuánta energía deberíamos disponer? ¿En qué medida es equitativa la distribución de la energía en el mundo?
¿Hay que decir a los países del África subsahariana, que tal vez acaban de descubrir combustibles fósiles en su subsuelo y los ven como una vía hacia el desarrollo, que no les está permitido extraer esos recursos, que han beneficiado al Norte Global durante siglos? ¿Todos deben parar al mismo tiempo? Los países del Sur Global necesitan plazos más largos para poder prescindir de los combustibles fósiles, y necesitan medios que les permitan acceder e implementar nuevas tecnologías de la energía. Siempre ha sido un problema para los líderes de los países más pobres conseguir para su población las escuelas, los hospitales, la educación, la salud y la vivienda necesarias para una vida más digna. Deben cubrir primero las necesidades más básicas. Y si tú no tienes capacidad para dar solución a esas necesidades, aparecerán los movimientos populistas de la ultraderecha y les dirán, nosotros les proporcionaremos los medios, con la condición de que ignoren la crisis climática.
Táíwò: También necesitamos más realismo en torno a la situación que puede crear un fracaso en garantizar una distribución justa de las inversiones de los países del Norte Global. Aproximadamente el 80% del presupuesto del gobierno de Guinea Ecuatorial viene de la extracción de combustibles fósiles; Sudán del Sur es más dependiente incluso en ingresos por este rubro, con un 90%. En Nigeria supone más del 60%, y en Angola más del 30%. Esa es la letra pequeña del debate sobre una transición justa. En el Norte Global hablamos del giro hacia las renovables, sin mencionar en absoluto las consecuencias fiscales de ese giro en lugares como Sudán del Sur y Guinea Ecuatorial. Han carecido del lujo de unas condiciones históricas y geopolíticas propicias para desarrollar una economía plenamente diversificada, y se ven constreñidos por el volumen de su deuda externa, por no hablar de las fluctuaciones de la demanda global de combustibles fósiles.
Estos lugares están ya en el límite, desde un punto de vista social. Hemos visto docenas de conflictos en torno al petróleo, en especial cuando se han recortado los subsidios desde el lado de los consumidores para el acceso a la energía. En países donde es posible llevar a cabo una política industrial ambiciosa para cambiar los sistemas de acceso y distribución, no basta con decir “vamos a apoyar las energías renovables, y al diablo con las compañías petroleras”. Necesitamos respuestas sobre lo que eso representa para Ecuador, Nigeria y Angola; puede proponerse una combinación de transferencias de capital, transferencias de tecnología, cancelación de la deuda, deuda por crédito, deuda por cambios en política climática o alguna otra cosa. Pero no podemos seguir situando el problema en el marco del nacionalismo, de la política de seguridad nacional, de una política preferencial hacia las corporated. Es algo en lo que tenemos mucho que mejorar desde una óptica de izquierda. Si no es así, condenaremos a cientos de millones de personas a vivir en condiciones dramáticamente peores en nombre del progreso.
Thea Riofrancos: «Los sindicatos tienen capacidad para hacer, de cualquier tipo de empleo, un empleo decente. Si los trabajadores tienen control y autonomía sobre las condiciones de su centro de trabajo, sus empleos serán mejores»
Aronoff: Hay una corriente de pensamiento conectada al Green New Deal que mira embelesada a los Estados Unidos de mediados del siglo pasado, con su rápido crecimiento de una economía manufacturera, e imagina una movilización económica similar en torno al clima. El programa de Biden “Build Back Better” (“Reconstruir mejor”) pretende revivir la gran época de la industria manufacturera en el país, con la esperanza de que este podrá alcanzar una posición dominante en los mercados de exportación de las energías limpias. ¿En qué medida es errónea la visión de lo que ocurrió entonces, y de lo que es necesario que ocurra ahora? ¿Hay algo correcto en todo ello?
Riofrancos: El error parte de un malentendido sobre lo que caracteriza a un buen empleo. Se da con frecuencia una confusión entre la manufactura, que tiene determinadas connotaciones de género, de raza y geográficas en la historia de los USA —varones blancos con casco protector—, y el “buen empleo”. Los sindicatos tienen capacidad para hacer, de cualquier tipo de empleo, un empleo decente. Si los trabajadores tienen control y autonomía sobre las condiciones de su centro de trabajo, sus empleos serán mejores.
Ahora mismo, existe un gran margen para más empleos verdes en la industria manufacturera. Hay escasez de tecnologías verdes en el mundo, y los gobiernos y las políticas industriales tendrían que estimular su producción en todas partes. El peligro está en la idea de que el único tipo de buen empleo se encuentra en la industria manufacturera. Simplemente, no es ahí donde están empleadas las clases trabajadoras ahora, en el Norte Global. En Estados Unidos, la mayoría de la clase trabajadora está ubicada en los servicios. En esos sectores están sobrerrepresentadas las mujeres, mujeres de color en particular, e inmigrantes. Bien poco puede decirles a todas ellas esta visión del empleo.
Hay un montón de otros tipos de empleo necesarios en la transición a una economía baja en carbono; en la reconstrucción total de nuestro entorno edificado, instalando tecnologías verdes en nuestros edificios de viviendas, nuestros centros comerciales y factorías, y readecuándolos para hacerlos más eficientes desde el punto de vista energético. Se crea un montón de puestos de trabajo por dólar invertido en esa clase de proyectos para la construcción. Y también necesitamos montones de puestos de trabajo en los cuidados. Ese es un sector bajo en carbono.
Kozul-Wright: Una de las cosas que el viejo modelo captó adecuadamente fue la idea de que un Estado desarrollista estaba en condiciones de elegir una vía para un crecimiento más inclusivo y sostenible (por lo menos en un determinado sentido económico de ese término). Si Estados Unidos está dispuesto a hablar sobre políticas industriales y sobre el Estado desarrollista, eso supondrá un giro con relación a esa otra narrativa a la que nos oponemos, en un sentido muy significativo. Yo aplaudo el giro, tanto si Biden tiene un plan real, como si no.
Los neoliberales reducen la desigualdad en el mundo multilateral a la idea de que se está dejando atrás a algunas personas, pero bastará con educar mejor a la gente para que todos puedan beneficiarse de las cosas buenas que ha traído la hiper-globalización. Hablas con ellos y les dices, “Sabemos que unos sindicatos fuertes y una fiscalidad progresiva traerán menos desigualdad. ¡Lo sabemos porque la historia nos lo ha mostrado durante más de 150 años!” Pero no quieren ni oír hablar de eso.
Richard Kozul-Wright: «Sabemos que unos sindicatos fuertes y una fiscalidad progresiva traerán menos desigualdad»
Rehman: “Build Back Better” es una frase fascinante, pero yo no quiero reconstruir. Quiero avanzar hacia algo diferente. Reconstruir conduce en último término a un populismo de derechas. En momentos de crisis, la gente vuelve la mirada a algún pasado que aparece pintado de rosa. Para las minorías de muchos países del Norte Global, esa imagen es falsa; volver atrás es algo relacionado también con la exclusión de diversas comunidades.
No estamos intentando reconstruir el empleo en la industria manufacturera. Intentamos pensar qué tipo de economía queremos. Cómo apoyamos una forma diferente de relación con el trabajo, un equilibrio trabajo-vida diferente. Cómo colocamos el bienestar en el centro de todo. Plantear estas cuestiones en el Norte Global nos permitirá reconstruirnos internacionalmente.
Esto implica un gran desafío para los sindicatos, porque los sectores que agrupan más fuerza laboral en una economía de trabajo desregulado son precisamente los sectores que decimos que es necesario impulsar. De modo que necesitamos dejar claro que la manufactura no es el único sector con buenos empleos y alta sindicación. Luchar por buenos empleos sindicados en los cuidados es asimismo importante, y estos empleos tienen el mismo valor que el trabajo hecho por los camioneros o los mineros.
Kozul-Wright: El punto débil de ese argumento, con el que estoy de acuerdo en gran parte, es que ofrece una visión romántica del precariado. Existe un paralelo ahora entre el Norte y el Sur, en las discusiones sobre el trabajo informal. Para mí, el principal desafío al que nos enfrentamos es la increíble concentración de poder económico y político en sectores como las finanzas, la tecnología y las farmacéuticas. No puedes luchar contra eso si no tienes alguna clase de columna vertebral fuerte, y no me parece que el precariado proporcione esa columna vertebral. La vieja visión del sindicalismo puede dejar herencias problemáticas. Pero las nociones de solidaridad y de fuerza que sostienen la visión sindical serán imperativas para construir la clase de alianzas que pueden forzar los cambios que queremos ver, y combatir a las personas que se oponen con todas sus fuerzas a que esos cambios tengan lugar.
Rehman: Durante el período de recuperación económica, los equilibrios entre empleo, justicia, y clima se vendrán abajo, en particular en las tasas de empleo. Ese va a ser el principal objetivo a corto plazo de todos los gobiernos. Hay un estudio que examina cuánta parte de los paquetes de ayudas contra el covid-19 han ido a parar a las industrias extractivas y los combustibles fósiles, y en qué porcentaje se han dedicado a favorecer la creación de empleos verdes; para estos últimos, el porcentaje ha sido más bajo que en 2008. Es algo totalmente increíble. Señala el miedo que tienen los gobiernos, incluidos los de derechas, de que se dé una revuelta social cuando millones de personas se vean sin empleo.
Aronoff: Un boom verde hacia las energías limpias disparará la demanda de nuevas materias primas, como el litio y el cobalto. ¿Abordará la economía política esta clase de extracción verde de forma similar, o diferente, de la elegida para los combustibles fósiles? ¿Entraremos en una nueva era de internacionalismo de los recursos o seguiremos en el mismo nacionalismo de siempre en el tema de las materias primas?
Riofrancos: Es difícil soslayar hasta qué punto son intensivas en minerales las tecnologías verdes. Se prevé que el boom esperado en la producción de estas tecnologías (ya en curso, en China y en menor medida en la UE y Estados Unidos) dispare otro super-ciclo comercial del tipo del que tuvo lugar en el primer decenio y mitad del segundo, del actual milenio. La demanda extraordinariamente alta empujará al alza los precios de los minerales estratégicos, del cobalto al cobre, el litio y las tierras raras, y también los de los terrenos mismos, debido por una parte a que las energías renovables son intensivas en terreno, y por otra, a los programas de compensación.
Existe la preocupación de que ese ciclo reproduzca la desigualdad territorial de la extracción bajo el capitalismo “fósil”. Es decir, una extracción que dañe a unos lugares y personas particulares en beneficio de otros lugares y personas. Esto conduce a la existencia de zonas sacrificadas, sobre todo en el Sur Global, aunque algunos movimientos indígenas en Canadá y Estados Unidos han dejado claro que también en el Norte Global existen esas zonas sacrificadas. Su estructura obedece a una marginalización preexistente, en torno a gentes y lugares considerados propicios.
Se dan, sin embargo, algunas diferencias con la era de los combustibles fósiles. Una diferencia clave es que la UE, Estados Unidos y China, todos, quieren situar esos sectores extractivos dentro de sus fronteras, algo bastante inesperado dado que la globalización neoliberal siempre había trasladado y externalizado la producción a cualquier lugar donde el trabajo y la naturaleza resultaran más baratos. Las grandes potencias quieren ahora un control territorial y político total sobre los sectores extractivos debido a su preocupación por la seguridad y la resiliencia de las cadenas de suministros, y también a las guerras comerciales. Pienso que ese factor va a abrir nuevos teatros locales de conflicto, desde Portugal hasta Nevada, por ejemplo, donde hay comunidades que se oponen a la extracción de litio.
Los efectos de esta tendencia a la nacionalización para el Sur Global son ambiguos. Por un lado, podríamos considerar bueno que el Norte Global vaya a pagar su propio coste, desde el punto de vista medioambiental, por más que los lugares de extracción están estructurados según una desigualdad tan profunda en el interior del Norte Global, que el argumento es difícil de sostener. Pero un viejo adagio marxista sostiene que la única cosa peor que ser explotado es no ser explotado; en otras palabras, la marginación absoluta de la economía global, la desarticulación de las cadenas globales de suministros, el abandono y el olvido.
Vamos a ver aún mucha extracción en el Sur Global; y también la habrá en el Norte Global, porque se necesita mucha materia prima al ritmo de producción actual de estas tecnologías. Buscar la forma de reducir la intensidad de utilización de los recursos en estas tecnologías sería una solución mejor que promover el nacionalismo en la ubicación de la cadena de suministros; como lo sería también mejorar con controles rigurosos las condiciones de la prestación de trabajo indígena, y fijar derechos y estándares medioambientales en los lugares de extracción, dondequiera que se encuentren estos.
[Publicado originalmente en la revista Dissent, número de Primavera 2021]
Traducción: Paco Rodríguez de Lecea
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Kate Aronoff. Redactora de plantilla en New Republic y miembro del consejo editorial de Dissent. Es coautora de A Planet To Win: Why We Need A Green New Deal, coeditora de We Own The Future: Democratic Socialism, American Style, y autora de Overheated: How Capitalism Broke the Planet—And How We Fight Back, aparecida el pasado mes de abril de 2021.
Richard Kozul-Wright es director de la División de Globalización y Estrategias de Desarrollo en la UNCTAD y responsable de su informe anual Trade and Development Report. Doctor en Economía por la Universidad de Cambridge, ha publicado numerosos trabajos sobre temas económicos, los más recientes como coeditor del Oxford Handbook of Industrial Policy.
Asad Rehman. Director ejecutivo de la ONG radical anti-pobreza y por la justicia social War on Want y co-coordinador del Proyecto Green New Deal Global. En los últimos treinta y cinco años ha trabajado, tanto en un entorno global como en el Reino Unido, con los movimientos anti-racistas, alter-globalización y contra la guerra.
Thea Riofrancos. Profesora ayudante de ciencia política en el Providence College. Es autora de Resource Radicals: From Petro-Nationalism to Post-Extractivism in Ecuador, y coautora de A Planet to Win: Why We Need a Green New Deal. Es miembro de Democratic Socialists of America y trabaja en el comité de organización de la Campaña Green New Deal Global.
Olúfẹ́mi O. Táíwò. Profesor ayudante de Filosofía en la Universidad de Georgetown, donde imparte cursos de filosofía social y política y de ética. Es también miembro de Pan-African Community Action, y uno de los organizadores de los Undercommons.