Por PAOLO FLORES D’ARCAIS
Renzi sostiene que su reforma constitucional tiene dos méritos fundamentales: es racional, porque elimina el duplicado legislativo entre Cámara y Senado, causa fundamental en su opinión de la lentitud, farragosidad y, en definitiva, imposibilidad de afrontar los problemas del país; y es pro-ciudadano y anti-“Casta”, porque reduce los costes de la política, quitando así argumentos a la demagogia populista que es siempre la más peligrosa (según Renzi, quien vota “No” en Italia pertenece a la misma oleada reaccionaria del lepenismo, del Brexit, de la victoria de Trump).
Dos falsedades. Dos mentiras absolutas.
El Senado no queda suprimido. Es nombrado por los consejos regionales, y continúa teniendo funciones legislativas, si bien más limitadas en teoría. Pero el nuevo artículo 70, que las enumera, está escrito de un modo tan complicado y contradictorio que los mayores juristas han dado ya cinco o seis interpretaciones incompatibles entre ellas. Es previsible un auténtico “can can” de recursos para cada ley contestada, hasta el Tribunal Constitucional. De ese modo el proceso legislativo no solo no va a ser más veloz y eficiente, sino que correrá el riesgo de parálisis.
En compensación, los presidentes o consejeros regionales, o alcaldes, que sean nombrados senadores gozarán de las inmunidades parlamentarias en relación con los arrestos, registros, detenciones, etc., un regalo preciosísimo para la “Casta”, visto que en los últimos años la tasa de corrupción (y las condenas) en las regiones y en las grandes ciudades ha aumentado de modo exponencial.
Su contrarreforma representa una nueva Constitución, de carácter marcadamente oligárquico, no solo por los poderes excesivos del ejecutivo sino por la desaparición de hecho de todo poder de control
El ahorro es risible (57,7 millones al año, fuente oficial: Contabilidad del Estado); un recorte de las pensiones de los ex parlamentarios, o de los emolumentos de los parlamentarios actuales, aportaría una cantidad mucho mayor (la ley propuesta en este sentido por el “Movimento 5 stelle” fue remitida por Renzi para su debate en comisión, es decir ¡para las “calendas griegas”!). La indecencia real del costo de la política consiste en las decenas y decenas de miles de inútiles consejeros de administración de empresas públicas (cada pequeño municipio tiene las suyas), en las decenas y decenas de miles de asesores políticos en nómina, en la maraña ciclópea de entidades inútiles, y en suma en los millones de personas que viven, y espléndidamente, de la “política”, por méritos que tienen muy poco que ver con el mérito. Una “Casta” que Renzi consolida.
Su contrarreforma (llamémosla por su verdadero nombre) cambia 47 artículos de un total de 139; representa una nueva Constitución, de carácter marcadamente oligárquico, no solo por los poderes excesivos del ejecutivo sino por la desaparición de hecho de todo poder de control (magistratura, instituciones de garantías, autonomía cultural, etc.). De hecho, junto a la nueva ley electoral (ha sido el propio Renzi quien ha presentado las dos cosas como complementarias), si se aprueba la contrarreforma de la Constitución el partido mayoritario nombrará a su propia imagen al Presidente de la República (y podrá fácilmente proceder a acusarlo, si no obedece), al Tribunal Constitucional, a todas las “authorities”, al Consejo Superior de la Magistratura (del que dependen todos los nombramientos de fiscales y jueces), y centralizará sin más contrapesos el poder sobre los bienes culturales y ambientales, transformándolos en “recursos económicos” y nada más, como ya está haciendo.
Hoy las tres fuerzas políticas principales (Renzi, Grillo, Berlusconi/Salvini) cuentan con un consenso electoral del 25/30% (el resto se reparte entre listas menores). Con menos de un tercio de los consensos (pero hoy vota solo el 60%, de modo que el respaldo real alcanza a poco más de un cuarto de los ciudadanos), el “capo” que venza (quienquiera que sea, y durante muchas generaciones) gozará de poderes que toda la tradición liberal democrática ha considerado siempre proto-totalitarios.
La demagogia de Renzi vocifera que el voto del “No” significa inmovilismo. Pero el verdadero inmovilismo es su contrarreforma, diseñada a medida para el refuerzo, el arraigo, la constitucionalización, de un sistema oligárquico que en Italia es un kombinat mercantilista-político-corruptor con flecos mafiosos cada día más amplios (según el “Tax Research” de Londres, la relación entre el dinero negro y el PIB se sitúa en torno al 27%; para el Banco de Italia, en 2008 la “economía sumergida” constituía el 31,1%, 12,6% del cual, ligado a actividades criminales). Desde que Renzi está en el gobierno, estos “mundos” paralelos han tenido una vida aún más fácil.
En Italia la verdadera bandera reformista y progresista ha sido siempre la puesta en práctica de la Constitución de 1946, hostigada y obstaculizada por los gobiernos que se han sucedido, dado el carácter fuertemente igualitario y social de esta Constitución, nacida de la Resistencia.
En Italia la verdadera bandera reformista y progresista ha sido siempre la puesta en práctica de la Constitución de 1946, hostigada y obstaculizada por los gobiernos que se han sucedido
En realidad la contrarreforma de Renzi es solo una versión (empeorada) de la de Berlusconi de hace diez años. Hoy Berlusconi dice, con palabras, “No” a la reforma (¡competencia entre proyectos oligárquicos!), pero sus televisiones se han alineado en masa por el “Sí”. Obviamente, tanto el frente del “Sí” como el del “No” son heterogéneos y contradictorios, pero el componente esencial del “No” procede de los millones de ciudadanos que, de modo autónomo (la “sociedad civil”), en los últimos veinticinco años se han pronunciado, a menudo con gigantescas manifestaciones de calle, por una política de “justicia y libertad”, contra el régimen de compromiso de facto entre Berlusconi y el PD, que se alternaban en el gobierno.
Estas fuerzas encuentran hoy expresión electoral solo en el “Movimento 5 stelle” de Beppe Grillo. Ambiguo y contradictorio, pero ciertamente no asimilable a los populismos de derecha que se extienden por el mundo, como Renzi repite en estos últimos días desde las telepantallas, para asustar, y para conquistar los votos de la derecha (lo dice abiertamente). Grillo ha recordado -con justeza- que, sin su movimiento, en Italia la protesta anti-establishment habría acabado por encontrar un “Amanecer dorado” propio, u otros lepenismos.
He aquí por qué la victoria del “Sí” significaría la perpetuación de un “conformismo de establishment” (con una nueva “casta” en el lugar de la vieja), mientras que la victoria del “No” reabriría la esperanza, por más que difícil y fatigosa.
[Artículo publicado originalmente en el periódico Le Monde (1 de diciembre de 2016). Traducción de Paco Rodríguez de Lecea]
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Paolo Flores d’Arcais. Profesor de Filosofía moral en la Universidad de Roma-La Sapienza, periodista y director de la revista MicroMega.