Por ANDREU MAYAYO i ARTAL y PAOLA LO CASCIO
“Si este país [Cataluña] no hubiera hecho un relato en clave nacionalista, ¿cómo se hubieran podido resistir unos recortes de más de 5.000 millones de euros?”. Cuando se analiza y se reflexiona sobre el empuje independentista que ha marcado la vida política catalana de estos últimos años, cabe recordar esta observación, pronunciada en una tribuna pública a finales de 2014, por el ex-consejero de la Generalitat Santi Vila, condenado por desobediencia por el Tribunal Supremo.
La derecha nacionalista y autonomista de CiU se transformó en independentista para aguar el conflicto social dentro del conflicto identitario territorial español y, sobre todo, para continuar gobernando una Generalitat con un presupuesto de cerca 40.000 millones de euros (empresas públicas, incluidas) y de más de 240.000 empleados.
Si la periodista Concita De Gregorio hubiese querido escuchar Bella ciao! tendría que haber escuchado a los indignados del 15-M, a los trabajadores que luchan contra viento y marea por los convenios colectivos y un puesto de trabajo que les permita salir de la precariedad y la pobreza, a los ciudadanos que se movilizan contra los desahucios, por unas pensiones dignas, en defensa de una educación y sanidad públicas, a los más jóvenes que claman contra el cambio climático… La resistencia contra los derechos laborales, los recortes sociales y las privatizaciones ha sido épica y la represión feroz. Por desgracia, las lesiones y las pérdidas de visión ocular no empezaron con el tramposo referéndum independentista del 1-O. A pesar de todo, en la elecciones municipales de 2015, las nuevas propuestas políticas y electorales pasaron a gobernar las principales ciudades españolas, entre las cuales, destacaron Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Cádiz, A Coruña, Santiago de Compostela… De hecho, Bella ciao! fue la banda sonora en los mítines de Barcelona en Comú en las recientes elecciones municipales de mayo de 2019. El objetivo de los partidos independentistas, cabe recordar, era desplazar de la alcaldía a Ada Colau.
El artículo de Concita De Gregorio en el periódico La Repubblica alienta la apropiación indebida que el independentismo ha realizado sobre la memoria republicana, la guerra civil y el antifranquismo. Mientras los garibaldinos antifascistas luchaban y morían en los frentes de batalla, los independentistas catalanes intentaban pactar con Mussolini un Estado catalán satélite del fascismo italiano. Los separatistas de Nosaltres Sols! cantaban Giovinezza, no Bella ciao! La mayoría de la derecha nacionalista, procedente de la Lliga, colaboró con la dictadura franquista. Como siempre, clase antes que nación. Los independentistas antifranquistas eran de izquierdas y absolutamente minoritarios.
Para comprender mejor el proceso independentista de este último decenio es necesario ubicarlo en la ola surgida tras la parálisis del proyecto político de la Unión Europea -con el rechazado de la Constitución por Francia y Holanda en 2004- y la profunda crisis económica, de la cual todavía no vemos la luz del final del túnel. La socióloga Marina Subirats lo ha definido como “la única utopía disponible” para unas clases medias endeudadas y frustradas y por unos marginados sociales convencidos que la disminución de los recursos a la solidaridad interterritorial favorecerá la solidaridad intraterritorial. En conclusión: que el dinero que no reciban los pobres españoles irá a parar a los bolsillos de los pobres catalanes. Según el Centre d’Estudis i d’Opinió de la Generalitat (el CIS catalán), el perfil social de los independentistas eran personas con abuelos y padres nacidos en Cataluña, con trabajo fijo (muchos empleados públicos), y con ingresos superiores a los 1.800 euros mensuales. Por el contrario, el independentismo tiene su menor apoyo entre los segmentos de rentas inferiores, los parados y los que le cuesta llegar a final de mes.
Pep Guardiola ha sido y es una referencia indiscutible en el mundo del futbol, como jugador y como entrenador. También lo es, y tiene todo el derecho a vindicarlo, para los independentistas catalanes. De la misma manera que lo es Sean Connery para los independentistas escoceses. Guardiola siempre ha manifestado sus simpatías por el nacionalismo conservador y ha colaborado, desde el primer día, para difundir el mensaje independentista, incluso cerró la candidatura independentista en las elecciones plebiscitarias de 2015. En este sentido, más que presidente del Barça se comenta que aquello que le haría mayor ilusión es llegar a ser investido como Presidente de la República catalana (o, en su defecto, de la Generalitat). De esta manera, Gerard Piqué lo tendría más fácil para acceder a la presidencia del Barça. Ambos presentan un perfil similar de profesionales de éxito, ricos y envidiables. Guardiola viaja en jet privado y alquiló un avión para trasladar a sus invitados a Marrakech donde festejó su boda. Por su parte, Piqué es un empresario que compra equipos de futbol, reordena el tenis de élite y le gusta apostar fuerte al póker.
La equiparación con la situación terrible del pueblo kurdo resulta de una frivolidad insultante. Si De Gregorio quería establecer comparaciones, que siempre son odiosas, hubiera podido hacerla mejor con Hong Kong donde, con una renta per cápita que dobla a la de China, los jóvenes ven amenazados su nivel de vida. Josep Costa, vicepresidente del Parlament y mano derecha de Carles Puigdemont, lo ha dicho sin tapujos: “Aquello que sucede en Hong Kong nos ilustra, por ejemplo, que las sociedades ricas también pueden rebelarse con todas las consecuencias”. Si Concita De Gregorio se hubiera fijado con detenimiento en los jóvenes que intentaban bloquear el Aeropuerto de Barcelona hubiese podido recordar los versos de Pier Paolo Pasolini, referidos a los manifestantes del 68 italiano, Avete facce di figli di papà.
En Cataluña no es necesaria la intervención o intermediación de la Unión Europea. Claro está que hay que encontrar una solución política al conflicto existente, pero hasta que los independentistas no reconozcan el error de haber forzado la Constitución, el Estatuto de Autonomía y el reglamento del Parlament –tal como advirtieron hasta la saciedad los letrados de la Cámara e indicó el propio Consell de Garanties Estatutàries (el TC catalán) por unanimidad-, no podrá alumbrarse, por lo menos, alguna vía de salida, porque resulta imposible establecer un diálogo sin aceptación previa de las reglas que no hemos dotado. La situación actual no permite albergar esperanzas en soluciones políticas a corto plazo. No obstante, es necesario y urgente encontrar salidas acordadas, e incluso algunas soluciones parciales, que contribuyan a no dividir, todavía más, la propia sociedad catalana.
Conviene recordar que, en la actualidad, los independentistas no disponen de la mayoría electoral y, todavía menos, de la mayoría social para intentar cambiar las leyes a su gusto. El sueño de los partidos independentistas de alcanzar la mayoría absoluta de los votos en unas elecciones debería hacernos pensar en la famosa reflexión de Enrique Berlinguer (Secretario General del PCI) cuando advertía que con el 51% se puede gobernar pero no transformar el país. Los mismos catalanes, en su Estatuto de Autonomía, establecieron que son necesarias las dos terceras partes del Parlament para proponer una reforma de l’Estatut. Por consiguiente, es erróneo, además de poco democrático, pensar que se puedan tomar decisiones todavía mucho más importantes sobre el autogobierno, y no digamos sobre la secesión unilateral, con una mayoría más reducida.
Para finalizar una cuestión de fondo. Los problemas que tenemos no se solucionan con fórmulas del siglo XIX, como el Estado-nación. Hoy el gran combate democrático es, sin lugar a duda, la construcción política de la Unión Europea a partir del empoderamiento de las ciudades metropolitanas.
[Articulo publicado en Il Manifesto, 29 de octubre de 2019, con el título Pep Guardiola non è una mondina]
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Andreu Mayayo i Artal. Profesor de Historia Contemporánea de la Universitat de Barcelona.
Paola Lo Cascio. Profesora de Historia Contemporánea de la Universitat de Barcelona.