Por PAOLO MOSSETTI
Este libro está dedicado en su totalidad al reciente populismo italiano. Como dice el autor: “Italia es el primer país de Europa Occidental en ser gobernado por partidos que se declararon abiertamente ‘antisistema’”. Las experiencias políticas (a modo de laboratorio) italianas, han tenido siempre repercusión en el resto del continente, por ello merece la pena leer este texto que remonta el nacionalpopulismos a cuarenta años atrás y que acaba en un epílogo de vibrante actualidad. Un texto de fácil lectura, pleno de referencias y de originales argumentos. Atención a los conceptos de ‘partículas de resentimiento’ y de ‘masas de reacción’; también a la reflexión final, repensar la política teniendo en cuenta “la amistad como objetivo social, la compasión como método y la nobleza de ánimo como estilo”. Solidaridad. Ofrecemos aquí la introducción del texto por gentileza de Siglo XXI editores.
Entre la primavera de 2018 y la de 2020 Italia se convierte en un laboratorio de múltiples crisis que penetran unas en otras de forma compleja y en gran medida impredecible: médicas, económicas, políticas y epistémicas. Las desencadenan con fuerza dos terremotos. El primero se produce en mayo de 2018, cuando Italia se convierte en el primer país de Europa occidental en ser gobernado por una mayoría populista. A continuación, en febrero de 2020, Italia se convierte en el país del mundo con más infecciones y muertes por coronavirus en todo el mundo, aparte de China.
En el debate público que recorre ambos acontecimientos se describe a menudo la pandemia de covid-19 como una oportunidad. Según algunos es precisamente una oportunidad para la renovación de un sentido de comunidad que, con el tiempo, podría corregir algunas de las distorsiones más oprobiosas de la sociedad que han llevado a la explosión populista. Para otros, en cambio, es una oportunidad para que las elites repriman, de una vez por todas, cualquier intento de recuperación, de reconquista, de las clases más humildes, con la excusa –o incluso la planificación sobre la mesa– de una catástrofe sanitaria que, después de todo, no iba a ser tan grave.
Este libro nace de la convicción de que la condición de Italia como laboratorio de crisis no debe interpretarse como una anomalía, y de que el shock que comenzó en 2018 y continuó hasta convertirse en un estado de emergencia surrealista y semipermanente –con millones de personas (que habían perdido ya la confianza en las instituciones hacía ya mucho tiempo) sometidas a severas restricciones personales– no es nada más que el término final de unas tendencias mantenidas en el país durante décadas, así como de profundos estertores en su interior, que muchos, incluido quien escribe estas líneas, no quisieron (o supieron) anticipar en el momento apropiado para hacerlo.
Unas tendencias mantenidas en el país durante décadas, así como de profundos estertores en su interior, que muchos, incluido quien escribe estas líneas, no quisieron (o supieron) anticipar en el momento apropiado para hacerlo
Hasta el punto de que la miopía de muchos comentaristas se había convertido en un shock ya el 4 de marzo de 2018: cuando el Movimento 5 Stelle (de ahora en adelante M5S), partido «nacido» en el blog de un comediante de 60 años en 2008, y la Lega Nord (Liga del Norte), partido regionalista que se había convertido en nacionalista desde hacía cinco años, por lo menos, habían obtenido el voto de casi uno de cada dos italianos en las elecciones generales. Haciendo añicos la hipótesis de una Große Koalition (Gran Coalición) entre centroderecha y centroizquierda (solución predicha por la mayoría de los analistas políticos), estos dos partidos, que siempre habían sido vistos como extremistas y outsiders, foráneos, siempre adversarios entre sí, deciden después de meses de negociaciones intentar una alianza surrealista entre ellos. Así nació el gobierno «giallo-verde» («amarillo-verde»), llamado así por el color símbolo de los dos vencedores morales de la ronda electoral.
No obstante, lo que entra en declive después de casi un cuarto de siglo, por encima de todo, es toda una estructura política de forma bipolar y conocida informalmente con el nombre de «Segunda República», que había resistido desde el terremoto judicial de principios de la década de los noventa y pasando por la crisis financiera de 2008, sin convencer nunca a los italianos. Ahora es sustituida por una especie de «interregno» en el que tienen lugar «los fenómenos morbosos más variados» de los que hablara Antonio Gramsci, entre indicios de pánico por parte de los liberales y la izquierda, y repentinos cambios de chaqueta1. Ya desde el momento de su formación está claro que no va a ser un gobierno como cualquier otro: el gabinete está compuesto en una mitad por exponentes populistas muy puros, que actúan como elementos de perturbación con respecto al pasado, y en la otra mitad por tecnócratas clásicos, que actúan como elementos de estabilidad. Y hay un profesor de derecho desconocido, Giuseppe Conte, nombrado primer ministro. Nadie lo conoce, y para muchos va a ser un títere sin el peso de los verdaderos líderes, los principales candidatos y secretarios del M5S y de la Lega, Luigi Di Maio y Matteo Salvini. El «contrato de gobierno» que proponen estas fuerzas parece ser una difícil síntesis de las prioridades de los segmentos que votan a esos partidos: promesas de represión, derogación de las leyes buscadas por los liberales que han hecho que la economía sea demasiado flexible, amnistías, e incluso la hipótesis de la salida del euro. No es una mezcla creíble, pero refleja los deseos de los votantes.
¿Cómo se llegó a esto? La respuesta más cómoda para la parte perdedora es que los populistas italianos ganaron las elecciones dando prioridad al «sentido común» y a los instintos más bajos de la nación, prometiendo dar voz a un pueblo que siente que ha sido descuidado y menospreciado por la elite. En el banquillo de los acusados de los italianos que se constituyeron como una «masa de reacción» contra el viejo sistema estaban los dos polos cardinales de la bipolaridad: por un lado, el de centroderecha que giraba en torno a Forza Italia (FI), el partido «personal» de Silvio Berlusconi, formado por liberales demasiado centrados en defender los burdos intereses de su líder político y empresario en lugar de las necesidades de la panza italiana; pero, por otro lado, los populistas veían de forma aún más negativa al polo de centro-izquierda, centrado en torno al Partido Democrático (PD), constituido en 2007 por una clase dominante que en parte había crecido en el antiguo Partido Comunista Italiano (PCI) y provenía en parte de círculos católicos o liberales de centro.
¿Cómo se llegó a esto? La respuesta más cómoda para la parte perdedora es que los populistas italianos ganaron las elecciones dando prioridad al «sentido común» y a los instintos más bajos de la nación, prometiendo dar voz a un pueblo que siente que ha sido descuidado y menospreciado por la elite
Aunque no ganó claramente ninguna elección desde 2006, es decir, desde el año anterior a su nacimiento, este último partido, que nunca logró convertirse en serenamente socialdemócrata y que, sin embargo, fue muy fuerte en los centros históricos, entre las clases educadas y la tercera edad, logró entrar en coaliciones de gobierno que han gobernado Italia casi continuamente desde 2011 hasta 2018. Esto significó acompañarla en algunas de las fases más dramáticas de su historia reciente, en los años posteriores al choque de 2008 y los de la reacción de las estructuras de poder de Bruselas (en la llamada crisis de la deuda soberana), pasando por una crisis migratoria sin precedentes en Europa desde el final de la Guerra Fría. El PD es, sobre todo, a los ojos de los italianos más afectados por la crisis, el partido que junto con FI ha respaldado las medidas de austeridad aplicadas por el gobierno tecnocrático Monti en el bienio 2011-2013 (entre las cuales figuran la subida de los impuestos, de la edad de jubilación y de la precarización laboral en un país que ha crecido poco o nada desde hace veinte años) y, mientras tanto, ha hecho posible el desembarco de cientos de miles de inmigrantes irregulares.
Gracias a estas acusaciones, a la vez económicas y culturales, el PD ha experimentado un progresivo recorrido de distanciamiento con respecto a la moderación y el europeísmo de muchos de sus votantes, que además habían visto durante toda la «Segunda República» una sucesión de gobiernos entre bloques dominados por «berlusconianos» y «antiberlusconianos» sin que se produjese ningún tipo de ruptura radical. En esta falsa alternancia los populistas adivinaron la crisis de la democracia real y en 2018 ya estaban trasvasando un número impresionante de votantes desde los partidos tradicionales, convenciéndoles de que finalmente era posible una verdadera dislocación de las relaciones de poder.
No fue exactamente así, y tanto la burocracia europea como la presidencia de la República, y sobre todo la renuencia de la mayoría a romper del todo con Bruselas, han mantenido a raya las tentaciones más beligerantes de los recién llegados. Sin embargo, tomó fuerza con rapidez, en la oposición en su conjunto, una lectura decididamente alarmista del colapso de las democracias liberales, con la sombra de un nuevo tipo de autoritarismo que se cernía sobre Italia. Las preocupaciones tienen cierto fundamento, a partir del plan de estudios xenófobo e iliberal de la Lega, de los lazos oscuros que este partido ha tendido desde hace tiempo con algunos oligarcas rusos, del deseo de superar la democracia parlamentaria expresado en varias ocasiones por el propietario de la plataforma de internet del M5S, o del coqueteo entre Salvini y varios grupos cercanos al neofascismo. Por esta razón, en muchos casos la prensa progresista todavía asocia a los populistas con las manifestaciones populistas originarias (y bastante evanescentes) de finales del siglo XIX o de la posguerra, como el llamado «poujadismo» en Francia o el «Uomo Qualunque» («Hombre Común»2) en Italia; espacios políticos para inadaptados y provincianos, destinados a reducirse a la primera dificultad. Sin embargo, en algunas circunstancias parece justificada la ecuación entre populismo y extrema derecha, o incluso entre populismo y fascismo.
Pero estas correspondencias sólo resultan eficaces si se juzga la forma del populismo, más que los contenidos de este, y si se limita la observación del fenómeno analizando solo Italia y en el corto plazo. El capítulo I del libro está dedicado enteramente a los protagonistas de esta historia, los partidos políticos que mejor encarnan la ola populista. La base ideológica del M5S y de la Lega tiene que ver con antiguas heridas, pero al mismo tiempo es transmitida por una estructura organizativa original, distinta de los ilustres precedentes del populismo, capaz de adaptarse al momento actual de revuelta contra los expertos certificados de todo el mundo y a las especificidades italianas. Son dos partidos, M5S y Lega, cuyas «partículas» vienen de lejos, pero cambian de forma decisiva, especialmente en el último lustro, adaptando su «oferta» a un contexto en el que parecen haber desaparecido las diferencias sustanciales entre los partidos políticos establecidos y la política ha decidido delegar en instituciones aparentemente neutrales la tarea de reducir las ambiciones de la burguesía. Esto ha convertido a Italia en el primer caso en el mundo de país conducido por un partido nacido en un blog y por un partido que en nueve décimas partes de su historia había sido ferozmente regionalista e incluso separatista.
Siguiendo los trabajos que han visto ya la luz en los últimos meses, creo que el término más adecuado para describir esta síntesis, a veces inquietante, no es ni extrema derecha ni fascismo, sino «nacionalpopulismo». Esto se debe a que la fuerte sacudida telúrica que socava los cimientos de la bipolaridad de la última década del siglo XX y la primera del XXI contiene, por primera vez en proporciones decisivas, elementos agresivamente nacionalistas y elementos de extrema derecha (concentrados principalmente en la Lega) y otros puramente populistas, especialmente por lo que respecta al M5S, que parece seguir a la opinión pública dondequiera que vaya, sin procurarse una coherencia interna.
El principal problema es que gran parte de lo que se escribe sobre el nacionalpopulismo adopta un punto de vista declaradamente hostil. E, incluso cuando está justificado por la realidad de los hechos, termina muchas veces obstaculizando significativamente la comprensión del fenómeno. Quizá también debido al hecho de que la nueva estructura política está aparentemente orientada por completo a darle la vuelta a la anterior, con demasiada frecuencia los escritos críticos terminan concentrándose en lo que los nacionalpopulistas amenazan con hacer en lugar de lo que hacen o de quiénes son en realidad. De este modo, los liberales y la galaxia de las izquierdas terminan pintando a los nacionalpopulistas como un bloque tetragonal, sin darse cuenta de que el electorado que vota para derrocar la democracia liberal está formado por segmentos diversos, unos más intransigentes y radicalizados, otros más moderados y maleables.
El principal problema es que gran parte de lo que se escribe sobre el nacionalpopulismo adopta un punto de vista declaradamente hostil. E, incluso cuando está justificado por la realidad de los hechos, termina muchas veces obstaculizando significativamente la comprensión del fenómeno
Estos grupos tienen muchas aspiraciones en común y una visión bastante similar de la sociedad. Están convencidos, por ejemplo, de que el papel de la mujer en Occidente en las últimas décadas se ha deteriorado, que el movimiento de la «contestación», de la protesta, de los años sesenta ha hecho más daño que bien, que el islam representa un peligro para la civilización y que la inmigración trae más problemas que ventajas. Pero al mismo tiempo son grupos representativos de intereses y estilos de vida que también son muy diferentes entre sí.
Este libro no pretende romantizar o suavizar las tensiones que mueven a estos segmentos, pero se basa en la creencia de que con algunos de ellos sería útil poder entrar en conversación: de ello resultaría, creo, una comprensión mucho más rica y articulada de sus proyectos que la actual.
20, 30 y 40 años atrás
Analizando el «lado de la oferta» de los partidos nacionalpopulistas habremos abordado sólo una parte de la cuestión de cómo fue posible, pero para comprender el significado de este terremoto debemos dar un paso atrás y observar las profundas tendencias a largo plazo que han remodelado la sociedad italiana en los últimos cuarenta años. La génesis del nacionalpopulismo se desarrolla a lo largo de tres vías, a veces superpuestas, que se desarrollarán en el capítulo II. Los primeros indicios de la primera vía se remontan a finales de los noventa y principios de la década de 2000, con la entrada de Italia en el euro, la decisión del centroizquierda de apoyar la intervención de la OTAN en la desaparecida Yugoslavia y el derrumbe de las Torres Gemelas. Estos acontecimientos coinciden con el comienzo de veinte años de laceraciones en casi todos los aspectos de la vida nacional, también por causas no vinculadas únicamente a esos eventos: desde las aspiraciones de estabilidad de la clase media hasta el empleo en general; desde los ideales del multiculturalismo hasta los de utopía pro-europea. Son veinte años que inspiran más directamente que otros las elecciones estratégicas y los lemas del nacionalpopulismo actual, y por la fuerza de las circunstancias significa que los jóvenes están decididamente seducidos por ello. Pero, además de la destrucción de estos años, hay más cosas.
Para la segunda vía de la crisis italiana, la de la despolitización colectiva en relación con una serie de entidades fundamentales de la vida pública, podemos remontarnos a los años a caballo de la caída del Muro de Berlín, que arroja a los comunistas a un abismo existencial del cual no se han recuperado aún completamente, al comienzo casi contemporáneo del escándalo político más grave en la historia de Italia, con toda la clase política de sello centrista y socialista acusada de ser estructuralmente corrupta e inadecuada para dirigir el país. La condena, sin apelación posible, que vendrá después afectará también de modo determinante al «gran desmantelamiento» de las empresas públicas, que han estado en dificultades financieras durante algún tiempo y se liquidan con un proceso que seguirá vías poco transparentes, acelerado por la ansiedad de tranquilizar a los inversores y las instituciones europeas. Estos son también los años en los que, mientras en Francia estalla el nacionalpopulismo en la variante lepenista, en Italia se abre camino una combinación de movimientos regionalistas y xenófobos que responden al atávico atraso del sur de Italia y que tomará el nombre de Lega Nord (Liga del Norte).
Analizando el «lado de la oferta» de los partidos nacionalpopulistas habremos abordado sólo una parte de la cuestión de cómo fue posible, pero para comprender el significado de este terremoto debemos dar un paso atrás y observar las profundas tendencias a largo plazo que han remodelado la sociedad italiana en los últimos cuarenta años
Profundizando aún más, el proceso de formación nacionalpopulista encuentra sus raíces incluso a finales de los años setenta, cuando quince años de profundos trastornos sociales y económicos, que involucran a la Iglesia y a los partidos políticos, terminan de manera catastrófica, dando paso a un declive de cuarenta años. El milagro económico y las esperanzas reformistas de centroizquierda habían vuelto a fluir dolorosamente. Con la explosión del movimiento estudiantil y el «otoño caliente», los aparatos del Estado desviados reaccionan con los años sombríos de la «estrategia de tensión», mientras que los movimientos más radicales responden con una ofensiva terrorista sin parangón en Europa. Un armisticio estratégico histórico entre los dos gigantes políticos de la época, la Democracia Cristiana [DC] y el Partido Comunista, se verá condenado al fracaso, dando comienzo a un proceso de decadencia y degeneración de cuarenta años en las instituciones, la clase empresarial y la política. Hay un mundo entero en proceso de derrumbe y las partículas primitivas del populismo italiano se dispersan en las multiformes corrientes de la marginalidad o integrándose completamente en la sociedad. Pero será sólo un retiro temporal, que en realidad acumula, entre frustración y desesperación, un resentimiento que más tarde estallará.
Así pues, la historia del populismo italiano no empezó el 4 de marzo de 2018, ni siquiera en el lustro anterior (cuando Lega y M5S adquieren las formas y las peculiaridades que todos conocemos hoy), sino que es el resultado de fracturas de décadas: algunas específicamente italianas, como la gran división entre el norte y el sur o el pesado legado del Partido Comunista más fuerte de Occidente, y otras compartidas con otras democracias en crisis en Europa y el Atlántico, como la volatilidad del electorado, la creciente desconfianza hacia los partidos políticos o la sensación de impotencia de la clase media. Incluso allí donde las diferencias parecen abismales, las reacciones explosivas del laboratorio italiano deberían servir de alarma para aquellos países que se consideran inmunes.
El análisis de Italia ofrece una ventaja significativa: al ser la primera zona de construcción del nacionalpopulismo «en el gobierno» de Europa occidental, puede convertirse en un objeto de estudio con el que realizar evaluaciones empíricas y cuentas precisas, y no solo conjeturas. Por ello, el capítulo III del libro estará dedicado a los movimientos y disimulaciones de los dos partidos nacionalpopulistas una vez situados en el poder.
Las reacciones explosivas del laboratorio italiano deberían servir de alarma para aquellos países que se consideran inmunes
Conquistado el Palacio Chigi3, el M5S y la Lega comenzaron inmediatamente una llamativa tarea de erosión de las normas consolidadas, poniéndose en un rumbo de colisión con la Unión Europea (UE) para abandonar la trayectoria de reducción del déficit que los gobiernos italianos anteriores habían aceptado seguir. Aún más importante fue la imposición de Salvini, como ministro del Interior y viceprimer ministro, como la cara más influyente de la alianza y casi el primer ministro de facto, centrando casi toda su acción en la lucha contra la inmigración (clandestina y no clandestina). Mientras tanto, numerosos intelectuales, jóvenes o de trayectoria consolidada, pasaron del centro liberal que antes había sido berlusconiano a este «gobierno de cambio», con una especial predilección por la dureza de Salvini, quien, en el ínterin, se había convertido en uno de los políticos más queridos. Al mismo tiempo, el PD y FI caían a sus mínimos históricos en las encuestas, y a lo más lejos posible de cualquier estrategia de recuperación. Se podía juzgar de muchas maneras, pero el nuevo orden «amarillo-verde» se había convertido en una fuerza que debía tomarse en serio.
A pesar del escepticismo de muchos observadores, que habían previsto una fuga desde los populistas en cuanto aparecieran las primeras dificultades, más de uno de cada dos italianos, transcurrido más de un año de las elecciones generales apoyaba todavía la actuación del gobierno. Sin embargo, pronto se habían vuelto del revés las relaciones en la alianza: la Lega, insistiendo en el tema de la inmigración y la seguridad y mostrándose como el lado pragmático de la pareja, duplicó su aprobación, mientras que el M5S, centrado en la lucha contra la pobreza y en los costes de la política, cayó al tercer lugar entre los partidos más votados en los últimos comicios europeos, por detrás de la Lega y el PD.
El modelo de partido-cruzada, contenedor vacío de las instancias más diversas, que fue durante mucho tiempo el punto fuerte del M5S y le había otorgado un voto de cada tres en 2018, parecía en ese momento todo menos estelar, encerrado en un abrazo pasivo con su aliado, un partido con una fuerte identidad y un orden del día casi monotemático. Con la oposición aún viva pero desarmada, el gobierno estaba siendo arrastrado ahora por una Lega sin frenos, preparada para noquear ya al aliado.
Los historiadores tendrán dificultades para explicar lo que sucedió en el verano de 2019, cuando una serie de golpes de escena dieron completamente la vuelta a esta historia de un modo sorprendente. Todavía a principios de agosto, una mujer alemana de 30 años con rastas, arrestada por haber forzado con el barco de una ONG el bloqueo italiano para poner 42 migrantes a salvo, fue calificada por la derecha y parte de la izquierda como un símbolo de todo lo que el país tenía que destruir: narcisismo patológico, porosidad de las fronteras, obligaciones externas, sustitución étnica. Unas semanas más tarde las prioridades de los comentaristas eran completamente diferentes: Salvini, en un exceso de seguridad en sí mismo debido a las encuestas favorables, deja caer al gobierno creyendo que podía volver a las urnas como dominador indiscutible del centroderecha, conquistar una mayoría absoluta y hacer que los italianos le concedan «plenos poderes». Sin embargo, para sorpresa de todos, el M5S realiza una serie de movimientos que le llevarán de vuelta al cauce de los partidos moderados, lejos del aliado de la Lega: primero apoya el nombramiento de la conservadora Ursula Von der Leyen como presidenta de la Comisión Europea, y luego, cuando el gobierno ya está en crisis, después de unos días de negociaciones, teje un gobierno alternativo con el PD, el enemigo más odiado.
La figura más sorprendente de la operación es el primer ministro Giuseppe Conte. Este jurista, poco conocido, de Volturara Appula (una pequeña ciudad en la provincia de Apulia), del que hasta ahora se había burlado la prensa, calificándole de «donnadie», y los liberales europeos, tildándole de «títere de Salvini y Di Maio»4, pasa como por arte de magia de ser el «abogado de los italianos» en una coalición beligerante con el poder establecido a perfecto técnico liberal-democrático en una coalición moderada y proeuropea. La proverbial imprevisibilidad de la política italiana ha alcanzado nuevas cotas.
Aunque el nuevo gobierno dice que está listo para seguir una política fiscal más expansiva que la del anterior, contando con el hecho de que las restricciones de Bruselas puedan aflojarse con un referente menos hostil, este poner patas arriba la trama es un motivo más de condena para los segmentos electorales que habían creído en la «diversidad» del primer experimento nacionalpopulista: tanto para los conservadores, que se encontraron nuevamente en la oposición después de haber rozado la omnipotencia, como aquellos de tendencia socialista que esperaban haber remozado su plataforma populista para poner en marcha, si no el verdadero sueño de la democracia directa, por lo menos el desguace de las viejas prácticas transformistas. Los millones de personas que votaron al M5S, en concreto, fueron testigos de una capitulación casi completa de este partido ante las izquierdas moderadas que había prometido combatir. Es difícil sostener que quien se echó a la calle con Grillo gritando «¡que os jodan!» al viejo sistema, confiando en la revuelta populista, pueda ver este movimiento como algo más que una renuncia.
Me parece innegable, ateniéndonos incluso únicamente a las pruebas empíricas, que con lanzar gritos de rabia contra el «peligro fascista» a la primera de cambio solo se corre el riesgo de devaluar ese concepto
En suma: las alarmas sobre la variación de los apoyos en direcciones demasiado iliberales no tuvieron en cuenta la realidad de un primer gobierno antiestablishment que terminó muchas veces contradiciéndose y discutiendo, que abrazó intereses muy diversos y quedó reducido a una jaula de complicaciones, como por ejemplo cuando se sometió a la vigorosa disciplina de la Comisión Europea sobre el presupuesto, a pesar de las proclamas de guerra. A pesar de la propaganda diaria antieuropea de muchos representantes del gobierno, algunos ministros se comportaron como verdaderos moderados. En política exterior, el M5S y la Lega han alternado esporádicas veleidades de rebelión contra alianzas tradicionales con un continuismo sustancial.
La sospecha, basada en las muchas marchas atrás de los nacionalpopulistas en el gobierno en lugar de en revelaciones reales, es que las élites han encontrado el antídoto contra la enfermedad italiana precisamente en los síntomas de esa enfermedad, y que el nacionalpopulismo ha decidido gestionar el declive italiano de las formas menos dolorosas posibles, con numerosos disfraces retóricos, ocultando sus propias limitaciones e impotencia con máscaras cada vez más engañosas.
¿Por qué hablo de «deriva»?
Si el nacionalpopulismo es un síntoma y no una enfermedad; si muchas de las preguntas a las que abre espacio son legítimas; si sus raíces son profundas; si, más que cualquier otra valoración, su revuelta está domesticada en parte por lazos con el mundo exterior contra los que quería luchar, ¿por qué es el tono prevaleciente de este libro de angustia prudente por el futuro de Italia?
Me parece innegable, ateniéndonos incluso únicamente a las pruebas empíricas, que con lanzar gritos de rabia contra el «peligro fascista» a la primera de cambio solo se corre el riesgo de devaluar ese concepto. Igual que tampoco es útil ampliar ad infinitum, como suele hacer la izquierda radical, la categoría de lo que debe llamarse «racista», incluyendo también los centristas que buscan un enfoque realista de la inmigración o los laicos que hacen preguntas sobre la verdadera integración de algunas comunidades en Italia. Salvini estuvo muy bien a la hora de llenar un vacío de poder en el seno del centroderecha, en adoptar un mensaje fuerte en un tiempo de declive infinito y en sacar el máximo partido de sus tonos resueltos, divisivos y violentos. Sin embargo, me parece que están sucediendo cosas concretas y preocupantes en el marco político de este país que no pueden aceptarse tan solo como fruto natural de los pecados de la clase política precedente.
En el transcurso de pocos años la Lega ha visto multiplicarse su apoyo casi por diez, pasando del 4 por 100 al casi 40 por 100, ofreciendo al país mensajes y consignas que llevan referencias continuas a la violencia –no sólo verbal–. Es cierto que no hay patrullas armadas en todas partes, pero en Verona y en algunos otros centros menores los neonazis se han «fundido» realmente con la Lega y se han convertido en un poder establecido. Es un mensaje intolerable tomar la foto de un sospechoso de homicidio con los ojos vendados – no se sabe cómo – por la policía, tal como hizo Salvini, diseñando sobre ella un gráfico ad hoc, con una leyenda que reivindica plenamente este gesto ilegal. También lo es poner el foco sobre unas menores de edad que, aunque críticas ya que muestran su disconformidad son pacíficas, son expuestas al escarnio público.
Aunque muchos observadores siguen centrándose demasiado en lo que los nacionalpopulistas dicen que quieren hacer en lugar de en lo que realmente han hecho, no hay absolutamente ninguna duda de que algunos líderes políticos están involucrados en una estrategia de envenenamiento de pozos que no debe tomarse a la ligera. Después de un escándalo relacionado con algunos trabajadores sociales que habían sustraído fraudulentamente a varios niños de sus familias en un pequeño pueblo en la provincia de Reggio Emilia5, gobernada por el centro-izquierda, el entonces ministro de Trabajo del M5S, Luigi Di Maio, había definido al PD (el mismo partido con el que se iba a aliar unas semanas más tarde) como «el partido de Bibbiano» que «saca a los niños de las familias con una descarga eléctrica» con el fin de «venderlos»6. Varios miembros de la Lega se jactan abiertamente de su nativismo, como el presidente de la región de Lombardía (la más rica de Italia), Attilio Fontana: «No podemos aceptar a todos los inmigrantes que llegan: tenemos que decidir si nuestra etnia, nuestra raza blanca, nuestra sociedad debe seguir existiendo o ser anulada»7. Otros miembros del M5S son conocidos por haber dado crédito a teorías cuando menos extrañas: Carlo Sibilia, que iba a convertirse en subsecretario del Interior, consideró plausible la existencia de los reptilianos y cree que nunca hemos estado en la Luna8; el senador Elio Lannutti publicó en Twitter teorías sobre los «Sabios de Sión»9. La lista podría seguir y no acabar nunca.
La pregunta que se hace mucha gente es qué cosas podrían suceder, legitimadas tal vez por un amplio apoyo electoral, en el caso de que este gobierno no lograse doblegar la realidad a sus deseos. El lenguaje es muy importante porque a menudo anticipa acontecimientos reales y la crispación sirve para crear zonas grises de apoyo implícito.
Es cierto que, empezando por la ley de presupuestos y terminando por las presiones conjuntas del «Estado dentro del Estado» y de Europa, hemos asistido a una reducción en las aspiraciones de los nacionalpopulistas. Pero es en la ampliación de lo que es socialmente aceptable donde está materializando su hegemonía el nacionalpopulismo. En la actualidad es difícil adivinar si Salvini moderará su tono o continuará en estos términos, vistiendo el uniforme de policía en las manifestaciones y esperando que los delincuentes se pudran en la cárcel. De vuelta en la oposición, ¿perderá a los moderados que votaron por él en las europeas? ¿Será absorbido por su propia propaganda? Quizá incluso los liberales y conservadores que no tienen prejuicios hostiles contra él deberían reaccionar ante su búsqueda obsesiva de apoyos, sumaria y agresiva, que anula cualquier visión política. Como si quien exige respeto a las leyes fuese tan solo un débil y cerebral desprovisto de sentido común.
Es en la ampliación de lo que es socialmente aceptable donde está materializando su hegemonía el nacionalpopulismo
El reto al que se enfrenta quien se mantiene escéptico sobre las posibilidades emancipadoras del populismo no es solo el de evaluar las acciones que seguirán a las palabras, sino reconocer que a estas alturas en diferentes segmentos de la sociedad hemos desarrollado formas radicalmente opuestas (y que quién sabe si algún día puedan llegar a reconciliarse nuevamente) de evaluar los comportamientos y los mensajes de una parte política que, si bien demuestra ser capaz de ceder ante el realismo, promete sin embargo al «país real» la absolución de cualquier indecencia. Sin embargo, ciertos comentarios sobre el Estado de derecho y el civismo del discurso tienen poca influencia, hasta ahora, en el ámbito de apoyo cercano al M5S y a la Lega, para el cual parecen apuntes a modo de pretexto, ya que los problemas son siempre otros. Sea cual sea la forma que pueda tomar una respuesta a todo esto, tendrá que partir de la admisión de que el éxito del nacionalpopulismo italiano se debe en gran medida a la violencia implícita en sus mensajes, que los votantes demuestran apreciar.
La atención obsesiva a las formas de nacionalpopulismo y la correspondiente subestimación de sus contenidos llevan a muchos analistas a malinterpretar las motivaciones ideológicas de quienes le votan. Esta constatación nos lleva al capítulo IV del libro, que explorará la capacidad del nacionalpopulismo de construir mitos orgánicos y potentes sobre el momento político en el que vivimos. Mi hipótesis es que en la lectura de este fenómeno deben superarse dos enfoques, ambos destinados al fracaso. Por un lado, el «paranoico», inspirado en sus ideas en las teorías del historiador Richard Hofstadter, quien ve el nacionalpopulismo como un movimiento irracional y antiintelectual abocado a la extinción en cuanto la acción del gobierno provoque algún daño económico. Por otro lado, aquel que podríamos llamar «neomarxista», más extendido en la izquierda radical, que reconduce a la rebelión populista hacia motivaciones exclusivamente materiales, que una vez satisfechas hacen que vuelvan a entrar los elementos más reaccionarios de la revuelta.
Soy de la opinión de que, lejos de ser hostil a la cultura o motivado únicamente por razones económicas, lo que a menudo se denomina en Italia también con el nombre de «soberanismo» es capaz de desarrollar a veces mucho mejor que sus oponentes una idea precisa de Italia y sus veleidades revolucionarias. Aunque basta en su comunicación y simplista en su sustancia, la nueva vía propone una línea de acción consistente, basada por ejemplo en la culpabilización de los elementos «incongruentes» presentes en la sociedad, en la «repolitización» de algunas entidades que la tecnocracia había intentado convertir en abstractas (como los bancos centrales, las fronteras y la ciencia), en la humillación del narcisismo de izquierda y en la intervención masiva del Estado en la economía como fuerza impulsora del desarrollo.
El nacionalpopulismo se reduce a una forma de hacer política y conquistar el poder, en lugar de una ideología en sí misma digna de respeto
Lo que hace que sea aún más difícil la construcción de un frente de desacuerdo con esta visión, o con las partes más agresivas de esta, es que algunas de las batallas nacionalpopulistas han sido compartidas incluso por sus enemigos: la guerra contra la información «oficial», por ejemplo, es un clásico del ala izquierda de los movimientos, mientras que la burla del feminismo contemporáneo o el ataque violento al islam (ya sea moderado o radical) han sido transmitidos por diarios liberales que están hoy en la vanguardia de la defensa del cosmopolitismo. Es posible que tanto la última versión del centroizquierda (con su desdén por los sindicatos y los cuerpos intermedios) como los medios de comunicación de masas progresistas (con su antigua predilección por el servilismo y la aproximación) hayan desempeñado un papel decisivo en preparar el camino al resentimiento general.
A pesar de estos precedentes, el nacionalpopulismo se reduce a una forma de hacer política y conquistar el poder, en lugar de una ideología en sí misma digna de respeto. Sin embargo, la profunda sensación de pérdida causada por los fracasos liberales ha hecho posible que muchos militantes de extrema izquierda encuentren una conexión íntima con los conservadores católicos y los posfascistas en temas como la globalización, la inmigración y la identidad, en un marco teórico que aparece (y en cierto modo lo es realmente) más orgánico que el presentado por la oposición. La «masa de reacción» que se ha acumulado contra las democracias liberales es potente porque el muro contra el que se rompe lleva ya tiempo cuestionado.
Entre los objetivos de este libro no está demostrar que todos los ideales del antiguo régimen eran correctos, sino que al perseguir su revuelta, el nacionalpopulismo ha librado una guerra contra la hipocresía no muy distinta de la que libró la izquierda que «hizo el 68» y, como el movimiento de aquel entonces, va a tener que lidiar con la institución de nuevas prácticas, nuevas relaciones de poder y nuevos compromisos que, en más de un caso, corren el riesgo de transformar un delirio de omnipotencia en un aterrizaje doloroso. La «masa de reacción» acumulada durante décadas de crisis de la democracia italiana es al mismo tiempo el origen de las fuerzas populistas y el conjunto de expectativas esperan ser colmadas; pero potencialmente es también el obstáculo que podría interponerse entre estas fuerzas y la verdadera derrota del statu quo.
Este será el foco de la última parte de nuestro viaje, donde se especula con la hipótesis de la afirmación de un nacionalpopulismo que, si bien normaliza una nueva forma de controlar esa masa, no va a ser capaz de reintroducir los valores tradicionales por la vía política o de frenar por completo el cambio étnico. Las válvulas de escape que van a ofrecerse entonces a la burguesía degradada, mientras se gestiona su declive, podrían ser más efectivas sin embargo que las ofrecidas hasta ahora por la democracia liberal, y tomar la forma de una especie de realismo populista, en un juego de espejos semántico con aquel «realismo capitalista» del que hablaba el filósofo Mark Fisher, en los años de resignación que precedieron a la revuelta10.
La «masa de reacción» acumulada durante décadas de crisis de la democracia italiana es al mismo tiempo el origen de las fuerzas populistas y el conjunto de expectativas esperan ser colmada
En cualquier caso, se va a necesitar una dosis considerable de confianza para imaginar el regreso de los políticos consolidados antes de 2018 en las mismas formas que conocíamos antes, debido a la evidente incapacidad de esos mismos activos para renovarse y reinventarse, y, más en profundidad, debido a problemas que aún están fuera del alcance de la política italiana y que tienen que ver con la globalización y los fenómenos migratorios, con el estancamiento de la UE y la guerra comercial entre Estados Unidos y China. Lo más importante, incluso en el caso de que los nacionalpopulistas perdieran las elecciones o fueran marginados nuevamente por los partidos moderados, es que su impacto ya es medible: en el giro general hacia la derecha del panorama político en asuntos culturales, y en el giro hacia la izquierda en los económicos.
Este desplazamiento podría, en un futuro no muy lejano, empujar a la galaxia de liberales e izquierdistas a territorios inexplorados y, a veces, inquietantes, en los cuales la única forma de oponerse a las propuestas más agresivas de la deriva nacionalpopulista es enmascarar las propias utopías y encontrar compromisos dolorosos con los segmentos electorales más maleables. En conclusión, diría que cualquiera que sea la forma que adopte, el nacionalpopulismo va a formar parte del panorama italiano todavía durante muchos más años.
A veces las preguntas revelan mucho más de quien hace las preguntas que de quien las responde. Preguntarse quién vota por estos partidos en Italia, por qué lo hacen, por qué la ola parece imparable y por qué está cambiando ya la cara de la política, significa adoptar una posición de observación y escucha: sin ser neutral o blando, sino tratando de afrontar aquella parte de la vida y de la historia que se vuelve contra ti, identificándote con tu forma de pensar y vivir.
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Paolo Mossetti. Periodista y ensayista, escribe en ediciones italiana de Esquire, Forbes y Wired. Autor de Mil máscaras la deriva del nacionalpopulismo italiano. Madrid, Siglo XXI, 2021. Agradecemos a la editorial el permiso para ofrecer la introducción a nuestros lectores
NOTAS
1.- «La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno ocurren los fenómenos mórbidos más diversos», A. Gramsci, Quaderni dal carcere, § (34) [ed. cast.: Cuadernos de la cárcel, edición crítica del Instituto Gramsci a cargo de V. Gerratana, trad. de A. M. Palos, rev. J. L. González, México, Era, 1985]. [^]
2.- El movimiento llamado «L’Uomo qualunque», que podría traducirse como «El hombre común» o «El hombre de la calle», fue iniciado por el comediógrafo y periodista Giugliemo Giannini en la Italia de la posguerra y, como apunta Javier de Frutos, recogía en aquella formación política efímera el descontento de los electores moderados –y conformistas– de la clase media. Afirmando apoyar las aspiraciones e intereses del hombre común, era partidario de la tecnocracia y contrario a los partidos políticos y las ideologías. De ahí procede la palabra «qualunquismo», que aparte de hacer referencia a este movimiento, por extensión y de forma despectiva, según el Diccionario Hoepli, a la «actitud de indiferencia y distancia despectiva con respecto a los problemas políticos y sociales, en nombre de la supuesta defensa de los intereses de la gente común». J. de Frutos, «El tardío triunfo del qualunquismo», Revista Pueblos 8, 10 de octubre de 2003, disponible en [http://www.revistapueblos.org/old/spip.php?article1407]; «Qualunquismo», Dizionario Hoepli La Repubblica Online, en [https://dizionari.repubblica.it/Italiano/Q/qualunquismo.html], ambos consultados el 1 de abril de 2020 [N. del T.]. [^]
3.- El Palazzo Chigi (Palacio Chigi), situado en Roma, es la sede del Gobierno de Italia y residencia del presidente del Consejo de Ministros [N. del T.]. [^]
4.- Cit. en S. Buzzanca, «Verhofstadt attacca Conte: “Burattino di Salvini e Di Maio”. Il premier replica: “Burattino chi risponde a lobby”» [«Verhofstadt ataca a Conte: “Marioneta de Salvini y Di Maio”. El primer ministro contesta: “Marioneta que responde a lobbys”»], La Repubblica, edición digital, 12 de febrero de 2019, en [https://www.repubblica.it/politica/2019/02/12/news/guy_verhofstadt_attacca_conte_burattino_di_salvini_e_di_maio_-218960826/], consultado el 12 de agosto de 2019. [^]
5.- La ciudad de Bibbiano, en la provincia de Reggio Emilia, se ha encontrado en el centro de un escándalo sin precedentes que ha movilizado a todas las fuerzas políticas. La investigación, que se inició en el verano de 2018 y continuó durante más de un año, ha sacado a la luz una red ilícita en la gestión de la custodia de los niños. Todo comenzó debido al número desproporcionado de denuncias de los servicios sociales contra padres acusados de maltratar a sus hijos. Las investigaciones han demostrado que, en esta pequeña ciudad del Norte, los psicólogos y los trabajadores sociales han ganado dinero con los servicios de custodia de niños: una vez manipulados mentalmente, eran colocados al cuidado de otras familias que habían recibido una contribución financiera. Los psicólogos, por otro lado, ganarían dinero con las sesiones de terapia. En el centro del escándalo estaba también el entonces alcalde de Bibbiano, Andrea Carletti (PD), que fue detenido y luego investigado por complicidad en el abuso del cargo. [^]
6.- Cit. en «Di Maio al Pd: “Mai col partito di Bibbiano che toglie bimbi a famiglie”. I dem: “Quereliamo”» [«Di Maio al Pd: Nunca con el partido de Bibbiano que quita los niños a las familias”. Los demócratas: “Nos querellamos”»], Il Fatto Quotidiano, edición digital, 19 de julio de 2019, en [https://www.ilfattoquotidiano.it/2019/07/18/di-maio-al-pd-m5s-mai-col-partito-di-bibbiano-i-dem-accostamento-demenziale-quereliamo/5335304/], consultado el 19 de agosto de 2019. [^]
7.- Cfr. «“Razza bianca a rischio”, bufera su Fontana» [«“La raza blanca en riesgo”, tormenta sobre Fontana»], Adnkronos, 15 de enero de 2018, en [https://www.adnkronos.com/fatti/politica/2018/01/15/fontana-razza-bianca-rischio_Qq5Ib17xTJ05IoUECP5n5N.html], consultado el 19 de agosto de 2019. [^]
8.- Cit en W. Nonleggerlo, «Il meglio del peggio del Carlo Sibilia pensiero» [«Lo mejor de lo peor del pensamiento de Carlo Sibilia»], L’Espresso, edición digital, 15 de junio de 2015, en [http://espresso.repubblica.it/palazzo/2015/06/16/news/il-meglio-del-peggio-del-carlo-sibilia-pensiero-1.217056], consultado el 19 de agosto de 2019. [^]
9.- El senador luego tuvo que responder por el delito de difamación con agravante de odio racial. Cfr. «Lannutti indagato per il tweet sui Protocolli dei Savi di Sion» [«Lannutti investigado por el tuit sobre los Protocolos de los Sabios de Sión»], Repubblica, edición digital, 11 de febrero de 2019, en [https://www.repubblica.it/politica/2019/02/11/news/lannutti_indagato_per_tweet_su_protocolli_savi_di_sion-218855237/], consultado el 12 de agosto de 2019. [^]
10.- M. Fisher, Realismo capitalista, Roma, Nero editions, 2018 [ed. cast.: Realismo capitalista, trad. de C. Iglesias, Buenos Aires, Caja Negra, 2016]. [^]