Por JOSÉ LUIS LÓPEZ BULLA
A la memoria de Cipriano García y Ángel Rozas, comunistas, padres nobles de la democracia española.
Primer tranco
No por casualidad el libro de Enric Juliana está teniendo tanto éxito de crítica y público. El prestigio del periodista, el carácter del ensayo y la reunión de ambos elementos han propiciado una enorme simpatía en las llamadas redes sociales con la divulgación de este libro sobre, esencialmente, la vida y milagros de dos personalidades, comunistas pata negra, presos en el Penal de Burgos durante la dictadura franquista: Manuel Moreno Mauricio (1908 – 1983) y Ramón Ormazábal Tife (1910 – 1982). El primero, nacido en Vélez—Rubio (Almería) y emigrado a Badalona; el segundo, irundarra de pura cepa. Naturalmente, cada cual tiene sus propias razones y motivos del por qué le ha interesado (y, en algunos, atrapado) la lectura del juliana. En mi caso me cabe la satisfacción de haber sido de los primeros en leerlo (concretamente en el original catalán), antes de su aparición en las librerías y kioskos.
Quiero llamar la atención sobre un elemento que explica especialmente el éxito del libro, esto es: la voz del escritor. Es decir, el estilo, los temas que se tratan, el enfoque; en concreto, el conjunto de cualidades que diferencian a dos escritores escribiendo sobre el mismo tema. La voz del escritor es familia del ´color de la voz´, eso que hace que sean identificables al momento las voces del tenor Miguel Fleta, la intérprete de jazz Ella Fitzgerald o el cantaor Enrique Morente.
La voz del escritor que es Enric Juliana describiendo el carácter y los comportamientos de dos personalidades, que en el fondo son hermanos gemelos, el microcosmos donde se desarrolla la áspera controversia, el contexto nacional y geopolítico de los primeros años sesenta del siglo pasado. Todavía faltan algunos años para que en Las Galerías Lafayette de Paris las mujeres compren más pantalones que faldas, según indica Eric Hobsbawm en su celebrada Historia del Siglo XX.
He tenido, pues, largo tiempo para leerlo y estudiarlo como se hace con estos libros: codos sobre la mesa, papel y lápiz para los apuntes y taza de buen café. Por lo demás, la lectura del ensayo en pleno confinamiento por la pandemia me procuraba una particular sensación de escenas retrospectivas (flashback) de mis particulares vivencias en el Penal de Soria a finales de los años sesenta en condiciones muy diferentes de las vividas por Moreno y Ormazábal. Más todavía, mis relaciones durante muchos años con dirigentes comunistas Cipriano García y Ángel Rozas, que también fueron compañeros de prisión con los dos protagonistas del libro – me situaban ante una cierta familiaridad con la narración de Juliana. Una familiaridad relativa, todo sea dicho, porque el debate de Burgos había acabado antes de que yo ingresara en la prisión de Soria. Se podría decir que el cambio es ´aquí hemos venido a estudiar´. Y así fue, en efecto. Más todavía, el cambio iba acompañado de planes de estudio, asignaturas y libros de texto, como lo hubo en Burgos bajo la responsabilidad de Moreno Mauricio antes de que estallara el conflicto. En todo caso en el plan de estudios de Soria hay una novedad de gran envergadura: se han sustituido dos libros de texto emblemáticos el de Economía política, de P. Nikitin, y el de Filosofía marxista, de Viktor Afanasiev. Son dos libros canónicos de obligada enseñanza, que en la cárcel de Soria, han sido substituidos por dos textos que se contraponen a la Vulgata marxista—leninista: el de Economía de Paul Sweezy y las obras de Antonio Gramsci. Dos son los responsables de este golpe de timón: el cordobés Ernesto Caballero y el sevillano Jaime Montes, los comunistas más influyentes del Penal mientras yo estuve allí.
Segundo tranco
El plan de estudios de Burgos era muy elaborado. Se completará con otras actividades culturales tales como, por ejemplo, proyecciones cinematográficas. De hecho, Moreno Mauricio fue estructurando, a lo largo de años, toda una potente estructura de formación y ocio –aquí hemos venido a aprender– como un elemento más de la forja del revolucionario. La cárcel es la Universidad. La cosa cambia cuando Ramón Ormázabal ingresa en el Penal.
El de Irún no considera que la formación y las actividades de ocio sean una chuchería del espíritu; nunca llegará a decir lo que afirmó enérgicamente un dirigente comunista (ahora no recuerdo si fue Eduardo García o Agustín Gómez) en una reunión de ´cuadros´ universitarios: «Menos marxismo y más cojones». Lo que, desgraciadamente, parece tener una involuntaria relación con lo que contó el famoso Pahíño (un delantero centro del Real Madrid y posteriormente del Granada CF). Dice que, en los minutos previos a su debut con la selección nacional en Suiza (1948), el jefe de la expedición, el militar Gómez Zamalloa, irrumpió en el vestuario para lanzar una arenga y dejar una sentencia que definió durante décadas al deporte español: “¡Y ahora, señores, cojones y españolía!”. Reirse del militarote –y leer a Dostoievski— le costó a Pahiño no ser convocado nunca más por (la que todavía no se llamaba) “la roja”. No, Ormazábal no llegó a tanto: las cosas en su sitio. Simplemente el irundarra estimaba que lo prioritario –lo único, más bien– es que el penal se convierta en un foco intermitente de combate antifranquista. Ormazábal parte de este razonamiento: si la caída de la Dictadura es inminente, cualquier cosa que nos distraiga de ese objetivo es una pérdida de tiempo. De ahí su categóricamente imperativo «Aquí no hemos venido a estudiar». Burda lencería. En el fondo es una heterodoxia de la izquierda revolucionaria –y Ormazábal era titánicamente un comunista revolucionario– ya que en las cárceles los comunistas se dedicaron al estudio de todo lo humano y divino. El de Badalona, también titánicamente comunista, parte de otro punto de vista: «Algo está pasando fuera, pero no se sabe bien qué». Moreno Mauricio intuye que ´fuera´ están pasando cosas. De ahí que, entre otras materias, promueva un grupo de estudio del Plan de Estabilización. Lucha de Titanes.
Moreno Mauricio fue estructurando, a lo largo de años, toda una potente estructura de formación y ocio –aquí hemos venido a aprender– como un elemento más de la forja del revolucionario. La cárcel es la Universidad. La cosa cambia cuando Ramón Ormázabal ingresa en el Penal
Yendo por lo derecho: la áspera controversia no es una discusión entre los ´estudiosos´, que encabeza el de Badalona y los ´activistas´ que lidera el de Irún. Esa es la parte visible del iceberg. Lo que se dirime en el fondo es si la Dictadura tiene los días contados, que es la versión exultante que trae el recién llegado Ormazábal, todavía impresionado por el movimiento huelguístico euskaldún o, por el contrario, si la Dictadura todavía tiene suficientes anticuerpos para seguir haciendo de las suyas. Todo indica que no hay forma de encontrar una síntesis. Y quienes pudieron hacerla estaban lejos de Burgos y, con toda seguridad, no quisieron hacerla. Más claro: apoyaron lo que podríamos llamar línea Ormazábal. La actitud de los de Moreno –«ahí fuera pasan cosas, pero no sabemos bien qué cosa»– no tenía encaje en la línea de París, no exactamente coincidente con el voluntarismo del irundarra, pero muy alejada de Moreno. París no tenía dudas y decía saber que estábamos ya en el momento histórico de la Huelga general Política. La Dictadura no tenía los días contados, pero la breva estaba muy madura. El colectivo comunista, por lo demás, estaba perfectamente informado de la línea oficial del Partido: recibían puntualmente Mundo Obrero y cada día sintonizaban con La Pirenaica, a través de un aparato de radio que, escondido en un queso manchego, guardaban celosamente dos futuros sindicalistas, fundadores de Comisiones Obreras, Cipriano García y Tranquilino Sánchez. Dos albañiles, comunistas de masa madre.
Tercer tranco
Moreno Mauricio y Ormazábal eran de ese temple que se le atribuye a Aristipo, de quien Claudio Eliano (170 – 235) en sus Historias Curiosas refiere lo siguiente. «Aristipo, como algunos de sus amigos se lamentaban amargamente, enunció los más diversos razonamientos con la intención de aliviarlos su dolor, y así expresó a modo de prólogo: ´Yo me he presentado ante vosotros no para unirme a vuestro dolor sino para ponerle fin´» Exactamente: Moreno y Ormazábal se hacen de Aristipo –vale decir, el comunismo, y más concretamente el Partido Comunista— para eliminar la explotación del hombre por el hombre. Ni más, ni menos. Como tantos hombres y mujeres en los cinco continentes: eran –como decía la canción de la Joven Guardia– «los hijos de Lenín».
Es claro que la controversia la ganó formalmente Ormazábal: aquí no hemos venido a estudiar, porque es necesario acumular mil y una luchas para acelerar lo que es inminente, vale decir, la caída de Franco. Así interpretaba el irundarra la línea del partido y, nos atrevemos a decir, esta era la exposición que más convenía al partido, es decir, al grupo dirigente en el exilio
Enric Juliana hace una descripción aproximadamente total de estas dos personalidades del comunismo español. Política, ante todo. También antropológica. Con todo, el autor evita dos cosas: una, tomar partido por ninguno de los dos, a pesar de su relación con su paisano y amigo de la familia Manuel Moreno Mauricio; otra, la exaltación de la actividad prometeica de los protagonistas. A mi entender, no se trata de equidistancia sino de dar el mayor énfasis a la controversia y a las circunstancias políticas y al contexto internacional para que el lector de hoy saque lecciones y conclusiones más fundamentadas. Sin embargo, a un servidor le parece conveniente reflexionar, aunque sea a trompicones, sobre todo ello.
Es claro que la controversia la ganó formalmente Ormazábal: aquí no hemos venido a estudiar, porque es necesario acumular mil y una luchas para acelerar lo que es inminente, vale decir, la caída de Franco. Así interpretaba el irundarra la línea del partido y, nos atrevemos a decir, esta era la exposición que más convenía al partido, es decir, al grupo dirigente en el exilio. Pero los hechos se encargaron de demostrar que, tanto la dirección del partido como la forzada interpretación que hizo Ormazábal de la línea del partido, fueron por otro camino. De aquí deduzco –obviamente con los lentes de hoy– que allí, en el Penal era más conveniente seguir estudiando. Con los lentes de hoy, he dicho. Pero recurriendo a mi flashback en la cárcel de Soria me reafirmo en lo dicho.
La descripción de las biografías testimonia el compromiso prometeico de ambas personalidades en la guerra civil, en la resistencia francesa, en los maquis españoles, en las huelgas del País Vasco, largas condenas y largos años de cárcel. No son los únicos, ciertamente. Pero es de ellos de quienes está hablando la voz del escritor. Es un compromiso titánico, radicalmente nuevo en la historia de la política. Es, por así decirlo, la correspondencia con la idea –la Idea, decía Anselmo Lorenzo, que era anarquista– de transformar el mundo, que según el himno «va a cambiar de base». La Idea que hace de encofrado de una religión laica, que requiere la fisicidad de un instrumento. Porque, según Marx en su famosa tesis novena contra Feuerbach, «… de lo que se trata ahora es de transformar el mundo». Esa religión laica necesita un partido. De donde Idea y Partido se funden en una misma cosa, siendo el partido lo prevalente. Un partido con toda su gestualidad y simbología: hoz y martillo, puño en alto, la Internacional y la substitución de la vieja expresión revolucionaria de ´ciudadano´ por la de camarada. Una religión laica de la que no es infrecuente el contagio de la otra religión: «… por la senda del trabajador / hasta el soviet redentor», que tantas veces hemos cantado en las cárceles. Contagios, digo, que aparecen en momentos importantes como, por ejemplo, en el obituario que Fausto Bertinotti dedica a la legendaria Rossana Rossanda, recientemente fallecida: «Luchó la batalla correcta, terminó su carrera, guardó la fe». Guardó la fe.
Digamos, en apretada síntesis, que Marx construyó la Idea—religión y Lenin edificó la Iglesia—partido. Repetimos: una religión laica que es indirectamente heredera de las esperanzas de los anteriores movimientos de emancipación que en el mundo han sido, y que comparte con ellos sueños y esperanzas, sacrificios e incluso un nutrido martirologio. La gran esperanza por la que se lucha en esta moderna religión laica es el paraíso terrenal de la liberación del hombre por el hombre. Es el que describe en su celebérrima Critica al Programa de Gotha: «En una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!». Sin ese sueño, me parece, no hubiera habido tanto aguante por parte de decenas de miles de comunistas ante tantas vicisitudes que pasaron y sufrieron.
Moreno y Ormazábal vivieron el tardofranquismo fuera de la prisión. El primero, aparentemente retirado de la militancia activa; el segundo, dirigiendo el Partido Comunista de Euskadi. Los comunistas españoles, todavía en clandestinidad, han conocido una profunda transformación de sus inscritos y en los grupos dirigentes. En las cárceles se ha hecho tabla rasa de la derrota de Manuel Moreno Mauricio y se retorna a la ´ortodoxia´ de la cárcel como universidad, al «aquí hemos venido a aprender».
La lucha de los años en el tardofranquismo provoca otros cambios en el comunismo español: su Iglesia se va haciendo cada vez más rotundamente laica. Es también una aportación de esa generación de titanes
Dentro y fuera de las cárceles a la Idea-Iglesia y al Partido-Iglesia se le va añadiendo un nuevo esmalte y marfil al viejo cemento. Con todo, el compromiso titánico de las anteriores generaciones, físicamente cercano a los jóvenes –entre otros López Raimundo y Miguel Núñez, Sánchez Montero y Lucio Lobato, Inguanzo y los hermanos Benítez Rufo, que nunca estuvieran de paso en el Partido— contagia a las nuevas progenies.
Cuarto tranco
Viejos y nuevos continúan durante los últimos años del tardofranquismo la frontal batalla contra la dictadura; ahora están una miajica –solo un poquito– acompañados por otras fuerzas de la oposición. De hecho, el resto de la oposición –eso nos parece— se incorpora a la lucha abierta después de un largo descanso.
Con todo, la lucha de los años en el tardofranquismo provoca otros cambios en el comunismo español: su Iglesia se va haciendo cada vez más rotundamente laica. Es también una aportación de esa generación de titanes.
Después vino lo que vino: cayeron las grandes catedrales que tanto influyeron en el ingreso en la Idea y su Partido de Moreno Mauricio y Ormazábal. Pero –recurriendo a Kipling– «eso ya es otra historia». Quizás él día menos pensado hablaremos de ello. Pero, en todo caso, me parece conveniente señalar dos elementos. Uno, ese machiembrado de generaciones comunistas es, en realidad, la madre del tránsito de la dictadura a la democracia. Lo fueron indicado, años antes, la política de Reconciliación Nacional; señalando la importancia del nuevo movimiento de trabajadores –comisiones obreras, todavía ortográficamente en minúsculas— que se iba abriendo paso en los principales centros de trabajo; inspirando las instancias políticas unitarias, verbigracia, la Assemblea de Catalunya; apretando el acelerador para que grupos políticos y personalidades se fueran quitando, poquito a poco, la pereza. Sí, fueron ellos quienes pusieron en marcha la hormigonera para hacer el mortero de lo que hoy el adanismo llama ´Régimen del 78´. Chocante, sin aquella generación el adanismo de salón todavía estaría sin hablar libremente.
Parapanda, Octubre de 2020.
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José Luis López Bulla (Granada 1943). Fue el primer Secretario general de CC.OO. de Cataluña (1977-1995). Diputado al Parlament de Catalunya por Iniciativa per Catalunya (1999-2003). Autor de los libros Cuando hice las maletas (1997) y No tengáis miedo de lo nuevo (2017). Dirige el blog de opinión Metiendo bulla.