Por ILVO DIAMANTI y MARC LAZAR
Ofrecemos a los lectores las conclusiones de este texto aún no traducido al español. Pueblocracia lo escriben dos reputados sociólogos de la política, uno italiano y otro francés, a partir de su preocupación sobre la tendencia de las democracias americanas y europeas. El auge reciente del populismo británico (Brexit), o norteamericano (Trump), también en Polonia o Hungría, han difuminado un poco la actualización previa del populismo en Francia (Front National, 1972) e Italia (Forza Italia, 1994). Este libro nos pone al día de lo que los autores denominan “pueblocracia” en esos dos países y de su evolución hasta 2017. No se trata sólo de un relato analítico e histórico, sino que también, como se refleja en estas páginas, es una reflexión sobre la fragilidad de nuestras democracias y una llamada de atención hacia la necesidad de reaccionar.
La «Pueblocracia» no es sólo un movimiento (im)político, una «familia» de líderes y de partidos, aunque tampoco es sólo un estilo de comunicación (anti)política. Condensa y reproduce, si acaso, todas estas realidades y tendencias. Aun cuando también las «institucionaliza», y las reconduce hacia un «sistema» específico, que refleja una evolución, o quizás mejor, una devolución de la democracia representativa, dado que ésta es cada vez más impopular, debido a la creciente desconfianza en los representantes y en las representaciones; también hacia los actores políticos, los organismos de intermediación, los gobiernos centrales y locales. En su lugar -y, aún mejor: como alternativa a ella- se abre y crece el espacio de la «democracia directa»; aunque, a estas alturas, también «este ‘modelo’ ya no satisface: aparece como insuficiente y cada vez más inadecuado.
El populismo refleja el intento, o más bien los intentos, de reaccionar ante esta separación entre el Demos y el Kratos. Entre el pueblo y el gobierno
Así, se multiplican los signos que evocan la «democracia inmediata», sin suspensiones ni previsiones temporales, sin mediaciones y sin mediadores. Y, de nuevo, sin canales y procedimientos de consulta, aunque sean directos, como los referendos. Y, finalmente, inmediata porque va más allá de los «medios de comunicación» tradicionales, que ponen de manifiesto -incluso evidencian- la distancia y la diferencia entre los actores y el público. La «democracia inmediata», en cambio, atraviesa a los «nuevos medios». Hace referencia directa, o mejor, «inmediata» a la Red. Evoca y alimenta el mito de una «nueva ágora digital». Donde todo el mundo puede expresarse, en primera persona, sobre todos los temas importantes. Como en la Atenas de Pericles, en el siglo V a.C. Así, «profana» y convierte en anacrónicos los principales ejemplos de sistemas democráticos «representativos» que hemos conocido. Primero, el inglés. Impugnado abiertamente por Jean-Jacques Rousseau, de quien el Movimiento 5 Stelle (M5S) ha tomado el nombre de su plataforma. De hecho, Rousseau decía que «el pueblo inglés cree ser libre y se engaña; sólo lo es durante la elección de los miembros del Parlamento; en cuanto son elegidos, él es esclavo, ya no es nada”1. En otras palabras, una vez pasado el momento del voto, el ciudadano vuelve a ser un súbdito. Porque ya no es él quien decide, sino otro en su lugar.
En cierta medida y en cierto modo, el populismo refleja el intento, o más bien los intentos, de reaccionar ante esta separación entre el Demos y el Kratos. Entre el pueblo y el gobierno. Y esto sucede, preferentemente, al tratar de superar la «representación», como principio y como método de «gobierno del pueblo».
Los populistas dan precisamente prioridad absoluta al pueblo soberano. Y para combatirlos, el resto de los actores políticos, aunque sigan apegados a la democracia liberal y representativa, también se proponen encarnar al pueblo.
En los últimos años, en particular, estamos asistiendo a una rápida transformación de los sistemas políticos y de las mismas reglas y procedimientos que han caracterizado la vida de las democracias representativas, occidentales y europeas.
Tanto en la introducción como en los capítulos anteriores, hemos esbozado ampliamente los principales aspectos de esta tendencia. Intentando resumirlos de forma extrema y conclusiva, podríamos señalar tres de ellos.
El primero es, seguramente, la personalización, desde el punto de vista de los actores políticos, las instituciones y los sistemas de gobierno. Ahora, los partidos, los gobiernos locales y centrales, las mismas instituciones sociales, financieras y de servicios se presentan con el rostro de «personas» concretas. Que indican -y, en parte, también simulan- la coincidencia, o el casi solapamiento entre los distintos organismos y las personas que los dirigen; o, aun mejor, que los «representan», en el sentido de que les aportan un rostro, una identidad (personal). En otras palabras, los personifican. De hecho, a estas alturas, los bancos y los banqueros, los organismos nacionales de previsión, así como los sindicatos y otras asociaciones de representación económica, también tienen un rostro reconocible. El problema, sin embargo, es que, por esta misma razón, las asociaciones e instituciones de representación pierden – o ven cómo declina – su capacidad y su poder de intermediación, porque se concentran en los líderes, en los dirigentes. De este modo, en lugar de favorecer la relación y la mediación entre el Demos, la sociedad, los ciudadanos, con todas sus diferencias, y el Kratos, el gobierno, la autoridad, se amplía la distancia entre estos dos polos. Convirtiéndose en una fractura, en una brecha insalvable. Todos los centros de las instituciones «intermedias» se convierten, o son percibidos como kratos. Es decir, como líderes, grupos de poder, élites. Y los ciudadanos, por posición y por oposición, se convierten en un «pueblo» indistinguible y ya no Demos, ciudadanos que presentan y expresan diferentes intereses, ideas, valores.
Ahora, los partidos, los gobiernos locales y centrales, las mismas instituciones sociales, financieras y de servicios se presentan con el rostro de «personas» concretas
El proceso de personalización, además, se desarrolla de forma mucho más marcada en las ‘democracias mayoritarias’ que en las ‘consensuales’, por utilizar la conocida clasificación debida al politólogo Arend Lijphart2. También empuja a los grandes partidos a proponer una oferta política poco diferenciada, como ha observado el sociólogo Carlo Trigilia3. Dado que se dirigen a los sectores moderados y centrales del mercado electoral. Más móviles, y más sensibles a la personalización, pero también a los re-sentimientos políticos y antipolíticos.
Se afirma, pues, una tendencia al «presidencialismo» a todos los niveles, ya evocada y definida en el pasado (ver Poguntke y Webb4), pero que hoy traspasa todas las fronteras y todos los ámbitos. No sólo en el terreno de la geopolítica, puesto que en Francia e Italia está ahora arraigada y generalizada, sino también en el plano de la «política», tout court. La transformación más evidente, desde este punto de vista, concierne a los partidos. Personalizados de forma definida y definitiva, de manera que promueven y producen «identificación», en lugar de «identidad». Partidos cada vez menos presentes en la sociedad, si no es a través de movilizaciones centradas en plazos y objetivos concretos. En particular, en Italia, la elección del secretario general, del Capo, a través de primarias. Son partidos sin sociedad, que se reducen a líderes, a su vez, alejados de la sociedad. Y al final: líderes sin partidos, porque los dirigentes, en busca de consenso, se ven inducidos a hacer hincapié también en la anti-política. El distanciamiento de la política y de sus actores-mediadores; los partidos por encima de todo. Así, en Italia, Matteo Renzi, el «chatarrero»5, desafió a Beppe Grillo y al M5S, al no-partido, en su propio terreno. Y personalizó el PD (Partido Democrático), convirtiéndolo en PdR (el Partido de Renzi). Aunque, de este modo, corría el riesgo de encontrarse «solo». Renzi frente al «pueblo». Sobre todo, tras perder el referéndum, de diciembre de 2016, que el propio Renzi transformó en referéndum «personal».
Son partidos sin sociedad, que se reducen a líderes, a su vez, alejados de la sociedad. Y al final: líderes sin partidos
En Francia, en cambio, Emmanuel Macron se afirma, a la cabeza de «su» movimiento, también muy personal, que oficialmente rechaza ser un partido, pero que llevaba sus propias iniciales, En Marche. Mientras los partidos históricos, presidencialistas por modelo y tradición, socialistas y republicanos (pos-golistas – De Gaulle), no consiguieron ni siquiera llegar a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2017. Fueron derrotados por el no-partido de Macron, en las elecciones legislativas, aunque perdiera más el partido Socialista que el Republicano. El no-partido de Macron, ahora denominado la République en Marche, por el momento solo es desafiado por el único «partido» que queda «en el campo», el Front National de Marine Le Pen. Que, sin embargo, se confirma como un «polo excluido» (citando la definición de Piero Ignazi, refiriéndose al Movimento Sociale de la Primera República Italiana6). Además, el movimiento France Insoumise de Jean-Luc Mélenchon lo desafía por la izquierda. Dos aspirantes que, sin embargo, actualmente, tras las elecciones presidenciales y legislativas de 2017, aparecen, a su vez, debilitados.
El segundo elemento que caracteriza la transformación de la ‘democracia’ en ‘Pueblocracia’ se refiere a los métodos y canales de comunicación. Tal como hemos señalado en diversos apartados anteriores de este ensayo. Porque la democracia depende estrictamente de la relación y, por tanto, de la comunicación entre Demos y Kratos. Entre los ciudadanos y el gobierno. Y depende también de las tecnologías a través de las cuales se realiza. Los partidos de masas que con su organización eran en sí mismos la «tecnología», han sido sustituidos por unos medios de comunicación, especialmente por la televisión, que favorecen el advenimiento de la «democracia del público». En la «Pueblocracia», la mediación y las mediaciones se reducen, se contraen. Aparecen cada vez más borrosas. Si, por un lado, se reafirman los jefes, líderes comunicando directamente al -y con el- pueblo, por otro lado, el pueblo utiliza canales de expresión que le permiten comunicarse con todos los demás -no sólo con los jefes-. De manera «horizontal». Mientras que la comunicación que se realiza con los medios tradicionales – la televisión en primer lugar – es «vertical». Reduce a los ciudadanos a un «público» indistinguible, incapaz de dialogar y de actuar, sólo capaz de reaccionar. Los medios sociales, por su parte, alimentan lo que Nadia Urbinati ha denominado «democracia en directo»7. Y que hemos redefinido como «inmediata». Para subrayar la relación crítica con los medios de comunicación y de mediación, así como la reducción de los tiempos de la política al presente (inmediato)8.
Los partidos de masas que con su organización eran en sí mismos la «tecnología», han sido sustituidos por unos medios de comunicación, especialmente por la televisión, que favorecen el advenimiento de la «democracia del público»
Así, el recurso a los medios digitales y las redes sociales ha permitido -y permite- la re-producción del ágora9. En otras palabras, recrear la plaza, en la que es posible que todos discutan y decidan; de todo, al menos a nivel simbólico. Porque, en efecto, es un mito. Un escenario hipotético. Dado que es complicado -por utilizar un eufemismo- debatir «en la Red«. Donde no es cierto que todos sean iguales. O que «uno vale por uno», como dice el eslogan-manifiesto del M5S. De hecho, todavía hay una gran parte de los votantes -y de los ciudadanos- que no están familiarizados con la Red. Incluso que no la frecuentan en absoluto. Más de un tercio en Italia (mientras que en Francia el 15 por ciento no tiene conexión a Internet en casa). Principalmente personas mayores, o amas de casa, con un bajo nivel de educación.
Además, en la Red hay personas -blogueros, instagramers, influencers- más capacitadas y autorizadas que otras. Capaz de condicionar y dirigir el debate. Por lo tanto, valen «más que uno». Y «más que otros».
El tercer elemento que caracteriza el advenimiento de la «Pueblocracia» es la adaptación de todos los actores políticos al lenguaje y las reivindicaciones de los populistas. Para contrarrestarlos, para neutralizar su desafío, se tiende, a menudo, a imitarlos. Así, en Holanda, el Partido liberal democrático de Mark Rutte, para ganar las elecciones frente a los populistas del PVV, liderados por Geert Wilders, alimentó y «explotó» la polémica contra Erdoğan y Turquía. En Austria, los populares del ÖVP, liderados por el joven Sebastian Kurz, ganaron las elecciones en otoño de 2017 frente a la derecha neo-populista del FPÖ, que estaba en alza. Pero, de nuevo, para imponerse aceptaron y utilizaron los mismos argumentos que sus oponentes. En particular, la xenofobia, es decir, el miedo a los extranjeros, especialmente a los inmigrantes. Dedicando, en consecuencia, mucha atención y espacio al control de las fronteras; con la de Italia, en primer lugar. Tanto es así que el líder histórico del FPÖ Heinz-Christian Strache pudo quejarse, en forma polémica, de que sus oponentes habían «copiado su programa». Y afirmar que, a estas alturas, él y su partido representaban el 60 por ciento de los votantes austriacos. Al final de unas largas y complejas negociaciones, los Populares y Populistas del FPÖ firmaron un acuerdo de gobierno. Y Kurz se convirtió en canciller, y Strache en su vicepresidente10.
Aunque se pueden observar tendencias similares en todas partes. En Italia, por ejemplo, el proyecto de ley sobre el «Ius soli» se pospuso, aunque estaba previsto que se debatiera en el Parlamento en septiembre de 2017, porque algunas encuestas habían mostrado que la opinión de los italianos, sobre esta cuestión, había cambiado significativa y rápidamente, en un sentido negativo.
«Pueblocracia» es la adaptación de todos los actores políticos al lenguaje y las reivindicaciones de los populistas. Para contrarrestarlos, para neutralizar su desafío, se tiende, a menudo, a imitarlos
En Francia, Macron, como se ha dicho, realizó su campaña electoral centrándose en argumentos que son, en parte, «antipolíticos». Empezando por su supuesto y declarado distanciamiento de la política. Mientras que fue ministro de los gobiernos socialistas durante la presidencia de Hollande y, además, procede del mundo de los bancos y las finanzas.
La anti-política y la no-política se han convertido, en consecuencia, en banderas políticas; en elementos recurrentes del discurso político público, realizado en público. Poco importa que esté bien fundamentado y sea razonable. Además, la anti-política es una retórica que no requiere argumentos razonables. Porque expresa y refleja sentimientos y, aún más, re-sentimientos. Por lo tanto, se utiliza y se agita sea lo que sea. Porque a los que la exhiben en voz alta rara vez se les pide que aporten pruebas y demostraciones. Lo importante es, en todo caso, acompañar el espíritu y las emociones de la época. De forma inmediata.
Así, en la era de la Pueblocracia, el populismo se convierte en una figura social y cultural. Un modelo de comunicación y acción, que a todos conviene reproducir y enfatizar. Para no sentirse excluidos, acusados de populismo.
El problema de nuestro tiempo, pues, es cómo ir ‘más allá’. Y, antes que nada, saber si es «posible» ir más allá. Sustraerse de la Pueblocracia como modelo de acción y de organización política. Y, antes aún, como variante y desviación de la democracia. Sobre todo, cuando en todas partes, y no sólo en Italia y Francia, la Pueblocracia se ha convertido en el sistema y el modelo dominante. Cuando pensamos en todo esto, nos viene a la cabeza en primer lugar los Estados Unidos, la América de Trump. Pero también el viento del Brexit, que ha barrido el Reino Unido. Un viento que, como hemos visto y dicho, sopla con fuerza desde las periferias. Territoriales, antes y más allá de las sociales. Las periferias garantizaron el consentimiento obtenido por el Brexit, en el Reino Unido; o por Trump, en Estados Unidos, dado que Hillary Clinton obtuvo los mejores resultados en las dos costas, tanto en California, como a lo largo del eje Washington-Nueva York. Mientras que, en muchos otros estados, en la América profunda, ganó el deseo de venganza contra el establishment. La rebelión de la periferia: personificada y aplaudida por Donald Trump11.
La anti-política y la no-política se han convertido, en consecuencia, en banderas políticas (…) En la era de la Pueblocracia, el populismo se convierte en una figura social y cultural. Un modelo de comunicación y acción, que a todos conviene reproducir y enfatizar. Para no sentirse excluidos, acusados de populismo
Las periferias rurales y urbanas, en Francia, apoyaron y empujaron en las elecciones presidenciales al Frente Nacional de Marine Le Pen, que ha visto crecer su consenso lejos de los grandes centros urbanos, en zonas periurbanas (las banlieues) y rurales.
Las periferias metropolitanas, en Italia, sancionaron la afirmación del M5S, en Roma y Turín, en las elecciones municipales de 2016. Mientras que el referéndum sobre la autonomía, promovido por los gobernantes (liguistas) de Lombardía y Véneto, en octubre de 2017, obtuvo unos índices de participación y, automáticamente, de consenso muy «holgados» y «ampliamente» mayoritarios en las periferias. Es decir, en los municipios más pequeños. Que son la mayoría. Los mismos, además, en los que, desde los años ochenta, se han establecido las Ligas y, por tanto, la Liga Norte (de Bossi, no de Salvini…). Municipios pequeños, con un alto grado de crecimiento económico y de industrialización, basados en pequeñas empresas manufactureras. Un área y un contexto social que, en el pasado y a través del voto a la Liga, ya reclamó una mayor atención del Estado central. Porque se sentían centrales económicamente, pero periféricos políticamente. Un sentimiento que, evidentemente, aún persiste. Y que reapareció con motivo del referéndum sobre la autonomía.
Por eso, en la Italia que vota a la Liga, al M5S y que apoya las razones del referéndum autonómico, pero también en la Francia que ha votado a Marine Le Pen, en la Gran Bretaña que ha apoyado el Brexit y en los estados de la América profunda que han votado a Trump, debemos plantear la siguiente pregunta: ¿cómo ir ‘más allá de la periferia’? Es decir: ¿cómo responder al resentimiento y la frustración de las áreas territoriales y los grupos sociales que se sienten «alejados», cuando no «excluidos» de los centros de poder? Y aun antes de eso: ¿es posible? ¿Es posible responder al populismo sin adaptarnos a sus estilos y lenguajes de la política, a sus modelos de partido, a sus opciones y estrategias de gobierno? En otras palabras, ¿sin seguir por el camino de la Pueblocracia?
Para responder a las preguntas decisivas que se acaban de plantear, y si no queremos limitarnos a hacer un repaso de problemas importantes pero conocidos, creemos conveniente partir del «rendimiento» político de los populistas y del populismo. Es esta una cuestión importante. Determinante. Porque verificar el resultado y el desenlace de la acción política de los actores políticos tiene un sentido político. Es el sentido mismo de la política.
¿Es posible responder al populismo sin adaptarnos a sus estilos y lenguajes de la política, a sus modelos de partido, a sus opciones y estrategias de gobierno?
Pues bien, si medimos la actuación política de los populistas en términos de «consenso», las respuestas que obtenemos no son coherentes. En cualquier caso, no ofrecen resultados similares en contextos diferentes. En general, sin embargo, podemos sostener que los «neopopulismos» (anti)europeos han obtenido importantes resultados, en todas partes; en el plano electoral, en Francia e Italia, en primer lugar. Pero también en Alemania, Gran Bretaña y Holanda. Sin embargo, siguen siendo minoría. Excepto en Austria, donde participan en el gobierno, y en algunos países de la Europa postsoviética; en particular: Polonia y Hungría. Donde están en el gobierno y han establecido un régimen de Pueblocracia.
En otros lugares, sin embargo, su relevancia política y electoral sigue siendo limitada, aunque relevante. Porque, como ya hemos dicho, empujan a los partidos gobernantes, especialmente a los populares y de centroderecha, a asumir posiciones e iniciativas «populistas». Sin embargo, la popularidad de los populistas, en general, sigue siendo reducida. Y en algunos casos, allá donde se afirmaron en los últimos años, hoy están en declive. Como en EE. UU., donde las encuestas señalan la relevante pérdida de consenso de Trump12.
En cuanto a Francia e Italia, observamos tendencias diferentes y distintas. En Francia, el Frente Nacional de Marine Le Pen se esfuerza por reaccionar al resultado de las elecciones presidenciales (2017), que reafirmaron su carácter de «polo excluido», de sujeto político destinado y obligado a la oposición, sin otra posibilidad. Tanto es así que hoy intenta cambiar su identidad y su perspectiva. Empezando por su nombre. Marine Le Pen, de hecho, ha lanzado una consulta entre los afiliados con el objetivo de comprobar cuán amplia es la voluntad de ir más allá del Frente Nacional. Y de qué manera; es decir, con qué nueva denominación13. Y también Francia Insumisa, por su parte, debe definir una estrategia de expansión novedosa. De lo contrario, corre el riesgo de desgastarse, hasta perderse, en movilizaciones mediáticas y callejeras a gran escala que no logran, al menos en los primeros meses de presidencia de Macron, convencer más que a sus partidarios.
En Italia, la situación es muy diferente. Porque los sujetos políticos populistas, Forza Italia y Liga ya han gobernado en los últimos 25 años. Y hoy en los sondeos electorales obtienen la mayoría. En la derecha, Forza Italia (FI) y Liga, junto con Fratelli d’Italia (Fd’I) de Giorgia Meloni, se acercan al 35 por ciento. Mientras que el M5S, sería el primer partido con una estimación de voto de alrededor del 28 por ciento14.
En otras palabras, los populistas, tanto en Francia como en Italia, se han convertido en el centro. Por eso la Pueblocracia está destinada a fortalecerse. Más aún por el proceso mimético al que asistimos. Un proceso que incluye, por un lado, el acentuado populismo de los lenguajes y acciones de los sujetos políticos y de gobierno tradicionales. Mientras que, por otro lado, conduce e induce a los populistas a tratar de normalizar su imagen, por razones tácticas y de inercia, con el objetivo de ser aceptados. En primer lugar, por las instituciones internacionales y, en particular, europeas. O, al menos, por las de la extrema derecha sin cambiar su hostilidad hacia los inmigrantes, la Unión Europea y su continua denuncia de la inseguridad15. Por otra parte, la Pueblocracia tiende a ampliar su influencia, a «normalizarse», también debido a la creciente habituación de los ciudadanos, acostumbrados, a su vez, a escuchar y, a menudo, a utilizar, los argumentos y el lenguaje populistas.
Los trabajos abiertos para reformar nuestras democracias son, por tanto, diversos y extensos. Desafiantes. Exigen sujetos políticos a la altura de estos retos. Conscientes de que, si no los superamos, la Pueblocracia se impondrá, inexorablemente
Sin embargo, todavía no se puede dar nada por sentado. Hoy, de hecho, estamos en una fase de cambio. Una transición. En la que la Pueblocracia se desarrolla y se insinúa un poco por todas partes. En el curso de su historia, además, la democracia liberal y representativa ya cedió algunos asaltos, como en el período entre las dos guerras del siglo pasado. Pero, al mismo tiempo, ha sido capaz de reaccionar. Ha sido capaz de hacer frente a muchos otros retos. Porque aún conserva una notable capacidad de resistencia. O más bien: de adaptación16. Eso sí, siempre que los «partidarios de la democracia» -liberal y representativa- consigan analizar y comprender los cambios que está sufriendo. Y demuestren su capacidad de respuesta a las preguntas y aspiraciones de las poblaciones -desorientadas, inquietas-; a veces, incluso desesperadas. A condición, pues, de que los «partidarios de la democracia» sepan ofrecer a los ciudadanos la protección que esperan. Refundando el pacto social con la sociedad. Y, hoy día, en particular, repensando los modelos de integración de los inmigrantes. A condición, además, de devolver el sentido -y la pasión- a la política. De reconstruir un clima de confianza entre los ciudadanos y sus representantes, y de relanzar el proyecto europeo.
Los trabajos abiertos para reformar nuestras democracias son, por tanto, diversos y extensos. Desafiantes. Exigen sujetos políticos a la altura de estos retos. Conscientes de que, si no los superamos, la Pueblocracia se impondrá, inexorablemente. Cambiando nuestras democracias en profundidad, sus principios, sus «fundamentos fundamentales». Sin darnos la posibilidad de predecir, ni siquiera de imaginar, qué resultados y perspectivas nos esperan.
[Agradecemos a los autores, y a la editorial Laterza el permiso para reproducir estas conclusiones del libro de Ilvo Diamanti y Marc Lazar (2018) Popolocrazia. La metamorfosi delle nostre democrazie. Bari, Laterza. Traducción Pere Jódar]
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Ilvo Diamanti. Doctor en Sociología e investigación social, ha impartido clases en diversas universidades. Actualmente imparte docencia en la Universidad de Urbino. Entre sus obras, Un salto nel voto: Ritratto politico dell’Italia di oggi (Laterza, 2013); Democrazia ibrida (Laterza, 2014); con Luigi Ceccarini, Tra politica e società. Fondamenti, trasformazioni e prospettive (Il Mulino, 2018).
Marc Lazar. Historiador y sociólogo francés especializado en política, es investigador del Centre d’histoire de Sciences Po y profesor asociado en varias universidades. Entre sus obras destacamos, en codirección con Georges Minke y Mariusz J. Sielski, 1956, une date européenne (Noir et Blanc, 2010); en co-dirección con Noëlline Castagnez, Laurent Jalabert, Gilles Morin y Jean-François Sirinelli, Le Parti socialiste unifié. Histoire et postérité (PUR, 2013); y en co-dirección con Olivier Duhamel, Martial Foucaulte y Mathieu Fulla, La Ve République démystifiée (Presses de Sciences po, 2019).
NOTAS
1.- En El contrato social de Jean-Jacques Rousseau (1762). Edición española Madrid, Espasa Calpe, (2007), p. 16. [^]
2.- Arend Lijphart, Patterns of Democracy, Yale University Press, New Haven e London 2012. Edición Española Modelos de democracia. Barcelona, Ariel (2000). [^]
3.- Carlo Trigilia, La personalizzazione della leadership politica, Testo per il seminario ‘Max Weber oggi ripensando politica e capitalismo’, Firenze, Università C. Alfieri, maggio 2015. [^]
4.- Thomas Poguntke e Paul Webb, The Presidentialization of Politics. A Comparative Study of Modern Democracies, Oxford University Press, Oxford 2005. [^]
5.- N.T.: Así denominado por una frase que enviaba al desguace a los viejos políticos. [^]
6.- Piero Ignazi, Il polo escluso. Profilo storico del Movimento Sociale Italiano, il Mulino, Bologna 1998. [^]
7.- Nadia Urbinati, Democrazia in diretta. Le nuove sfide alla rappresentanza, Feltrinelli, Milano 2013. [^]
8.- Ilvo Diamanti, Democrazia ibrida, Laterza, Roma-Bari 2014. [^]
9.- Luigi Ceccarini, La cittadinanza online, il Mulino, Bologna 2015. [^]
10.- N.T.: La coalición con el FPÖ se rompió en la primavera de 2019; posteriormente el ÖVP formó gobierno de coalición con los Verdes austriacos. [^]
11.- Véase con este propósito la contribución de Ronald F. Inglehart y Pippa Norris, Trump, Brexit and the Rise of Populism: Economic Have-Nots and Cultural Backlash, HKS Working Paper RWP 16-026, Harvard University, Cambridge (Massachusetts) 2016. [^]
12.- N.T.: Trump finalmente perdió las elecciones del 3 de noviembre de 2020 frente a Joe Biden. [^]
13.- N.T:. En 2018 el Front National pasó a denominarse Rassemblement -agrupación- National. [^]
14.- N.T.: Tras la creación del gobierno Draghi, en el que también participa la Liga de Salvini, la derecha suma más del 45 por ciento de los votos en las encuestas; aunque la Liga se desgasta a favor de Fratelli d’Italia; el M5S ahora se mueve entre el 15-18 por ciento de intención de voto. [^]
15.- Ver Tjitske Akkerman, Sarah L. de Lange e Matthijs Rooduijn (a cura di), Radical Right-Wing Populist Parties in Western Europe. Into the Mainstream? Routledge, Abingdon (Reino Unido) y New York 2016. [^]
16.- Como ha subrayado Bernard Manin, La democrazia minacciata? Resilienza delle istituzioni rappresentative, Comunicazione politica, 2015/2, pp. 163-174.” [^]